El Noroeste. Diario democrático independiente
Gijón, viernes 25 de febrero de 1927
 
año XXXI, número 10.781
página 1

Roberto Castrovido

La independencia de los pueblos

China y México

(Expresamente para El Noroeste.)

Apenas en vigor el Tratado de Versalles, que mal que bien remedia las consecuencias del Tratado de Viena, anterior en un siglo, y reconstituye Polonia y afirma la personalidad de varias naciones y la independencia de algunos pueblos, dejando sin resolver el problema de Austria y la completa incorporación a Italia de todos sus pedazos dispersos en otras nacionalidades, apenas realizado el concierto europeo, se plantea el mismo problema en Asia y en América.

Los chinos parece que se dan ya cuenta de su número. Luchan el Sur, la verdadera China, y el Norte, todavía con resabios de los invasores mongólicos y manchúes, y aspiran a rechazar el que llamó Anatole France peligro blanco.

En el memorándum de Inglaterra se ve claro cuánto mal hizo en China la culta Europa. Lo que se concede jamás debió haber sido arrebatado. Perfecto derecho tiene China a ser soberana, a imponer sus leyes, así penales como civiles y a anular las concesiones, que no son otra cosa que entrega forzosa de puertos y comarcas al atracador. Shanghai es un Gibraltar. La Inglaterra que tiene en su historia la guerra del opio, concede, vacila, titubea, balbucea y, aunque es fuerte por las armas, es débil por la carencia de razón.

En América, los Estados Unidos, que fueron un tiempo liberales, algo así como el Paraíso, la tierra de promisión para los liberales y los demócratas de todo el mundo, comete atentados contra la independencia de los pueblos. Puerto Rico, arrebatado a España, ve perseguida la lengua castellana y limitada hasta su total extinción la residencia de españoles en lo que fue hasta 1898 territorio español. A la estúpida idea de abolir en Puerto Rico todo lo español debe responder la tacha de pornográficos puesta por autoridades norteamericanas, a libros de Pittaluga y de «Azorín», limpios de torpeza de lenguaje y de impurezas de pensamiento.

En Santo Domingo hubo una invasión norteamericana, en Nicaragua practica una hipócrita intervención. No se atreve a intervenir en Méjico y se limita a soplar sobre los vaqueros rebelados y a favorecer a los insurrectos contra los gobernantes que afirman la soberanía nacional y ahuyentan la plaga de petroleros latifundistas.

Lo que fue dilema en la España de la revolución, don Carlos o el petróleo, es síntesis en Méjico: don Carlos, o sea los jesuitas, los clericales y los papistas y el petróleo. En España se dio un mitin en Valencia, el alcalde de Santander ha imitado al de Móstoles y en la asamblea de jóvenes católicos que en Madrid se ha celebrado, se ha hecho la apología de la guerra civil contra Calles.

Como dijo muy bien Ossorio y Gallardo, los fascistas o sus simpatizantes carecen de autoridad para rechazar las decisiones del presidente de la república mejicana. Sarcástica es la invocación de libertad que hacen nuestros antiliberales. Contra expoliaciones y persecuciones y tiránicos poderes, levantan la voz los partidarios recalcitrantes de las libertades de conciencia, de cultos, de asociaciones.

Lícita y hasta obligada en una nación es la defensa de su independencia contra todo poder extraño, contra toda ingerencia extranjera. Y este parece ser el caso de Méjico. Suiza y los Estados Unidos fueron las únicas naciones que reconocieron la república española de 1873. Lo recuerdo para demostrar de ese modo que ningún republicano español puede sentir antipatía y menos odio a la gran república federal. Si defendemos contra sus ataques y sus ingerencias, sus tiranías, sus intervenciones a Puerto Rico, Santo Domingo, Nicaragua y Méjico, es por respeto a las teorías de los puritanos, de Wáshington y Franklin, gloriosos fundadores de la república norteamericana.

Digna de Don Quijote fue la intervención de los Estados Unidos en la guerra europea; digna del Sylock de «El mercader de Venecia» va pareciendo la actitud para con los europeos y los hispanoamericanos. Con más dolor que ira lo proclamamos. Toda la ira la concitan aquellos mejicanos, portorriqueños, dominicanos o nicaragüenses que se ponen al lado de los Estados Unidos, les piden auxilio y favorecen los designios de la gran nación con sus discordias o con sus guerras y alzamientos.

Los traidores que aquí en España sirvieron de vanguardia a los interventores franceses (los cien mil hijos de San Luis), son más execrables que la Santa Alianza, que Angulema y su parentela y que el mismo Fernando VII. Como sin Celestina no hay suicidio de Melibea, sin traidores no son posibles tiranicidios contra la libertad del hombre o contra la independencia de los pueblos.

Roberto Castrovido

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