Filosofía en español 
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la mujer opina

La mujer en el conflicto actual

por María Guadalupe García Arroyo

Por primera vez en la historia, el mundo ha sido envuelto en la más universal de las tragedias. Si el diluvio bíblico impresionó de tal manera a los hombres que aún perdura su recuerdo en las tradiciones de las tribus más salvajes; el diluvio de sangre y hierro de hoy, será recordado con caracteres apocalípticos por las generaciones futuras.

Es imposible para quien piensa y siente, el que no tome parte en acontecimiento de tan magna trascendencia, el que no se estremezca ante tanto dolor y destrucción.

A la mujer, que numéricamente forma la mayor porción de la humanidad, los sucesos actuales le interesan profundamente y participa en ellos de una manera u otra. Las cruentas batallas repercuten en el corazón de las madres, de las esposas, de las hijas, las bombas que destruyen y arrasan las ciudades, estallan también en el alma de la mujer. La aportación de dolor, hablando de una manera general, es mayor en ella que en el hombre, porque a los sufrimientos físicos, a la pobreza, al hambre, a la enfermedad, se añade la tortura moral por los seres queridos: las ausencias, a veces, definitivas de los hombres, la consunción, el aniquilamiento en los niños.

La inteligencia femenina, inteligencia de madre y de educadora, tiene que aplicar su atención al desastre del mundo, al hecho brutal de la guerra más inhumana que ha habido a través de los tiempos.

La voluntad femenina, dinámica, inclinada generalmente al bien, al servicio de los otros, porque ama con mayor pureza y desprendimiento, con un deseo, ingenuo siempre, de modificar la realidad en su aspecto malo, es indudable, que quiera contribuir a hacer un mundo mejor.

El hombre pone la energía, el esfuerzo y la inteligencia al servicio de su patria. La sangre de sus venas, su cuerpo hasta hacerse pedazos si es necesario, su espíritu atenaceado, triturado, es el tributo obligado de la hora presente.

La mujer pone a contribución, la sangre del corazón con toda su ternura y delicadeza, y la guarda de los valores espirituales. Con su ternura, alienta, da esperanza a los que se entregan, a los que parten y en los momentos más angustiosos sabe ser consuelo y felicidad.

La mujer es, debe ser, la más grande conservadora, cuando todo se hunde en la vorágine de destrucción, la mujer guarda el depósito de las tradiciones, el tesoro riquísimo de los valores seculares. Su naturaleza esencialmente conservadora en la sangre y en el espíritu, es la depositaria del porvenir.

El hombre ebrio de poderío material se entrega a luchas homicidas, se embriaga en triunfos temporales, entonces la espiritualidad femenina debe poner en su categoría real a los valores humanos: el honor por encima de un puñado de oro; la bondad, el amor a los hermanos de la especie humana, sobre el tonto orgullo; el sacrificio personal, que verdaderamente dignifica, por encima de ese poco de humo que se llama vanagloria.

La mujer puede atajar la corriente del mal en su origen. Cuando el aluvión se ha lanzado montaña abajo, con toda su fuerza, son inútiles los diques que pretendan ponerse, los arrastra consigo. Sin embargo, previendo, antes del desbordamiento puédense hacer obras que lo eviten. La mujer origen de la vida, puede atajar las grandes catástrofes morales. Junto con la vida física, que se opone a la destrucción corporal, debe dar la vida moral, que se opone a la disolución espiritual. Vida moral es: además de la concepción clara del honor y del deber, el sentido humano de servicio, de bondad, de humildad, esta última en su verdadero concepto de grande, de luminosa realidad: nunca es más pequeño el hombre que, cuando levantándose sobre sus semejantes cree ser superior, la falsedad de su creencia lo hace enormemente ridículo y menoscaba su propia dignidad. Nunca es más grande que, cuando mirando de frente su humana limitación, busca los apoyos morales eternos que lo elevan, puesto que se hace digno de ellos.

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¿Qué papel le toca a México en la guerra actual? Participan en la lucha naciones que tienen recursos de dinero, de armamentos, de ejércitos. A las naciones débiles no les queda otra alternativa: o perecer, o por un instinto de conservación ponerse al servicio del más fuerte. México es de estas últimas, así no puede de una manera absoluta escoger su destino, pero sí puede en el presente forjar su futuro.

A pesar de su debilidad, para quien reflexivamente profundiza y penetra más allá de la superficie visible de las cosas, le es manifiesto que existen fuentes insospechadas de energía, de riqueza material y moral, que no porque no se muestren son menos reales.

Por bendición de Dios, México posee valores morales de subidos quilates, pero es necesario sacarlos a la luz, bruñirlos y hacerlos refulgir, que de realidades pasivas pasen a ser realidades activas. Urge construir, edificar, en el campo social y en el político, en el campo de la ciencia y en el del arte, en el de la técnica y en el del trabajo, en el de la cultura y en el de la civilización. Es estéril completamente, el burlarnos de nuestros propios defectos. Es inteligente, es patriótico y fecundo, el alentar las cualidades, el crear valores y el orientarlos.

Si en todas partes la mujer cumple la misión conservadora que le ha sido asignada, México necesita muy especialmente de su colaboración. Continuadora de la tradición debe hacer acopio de los más grandes valores espirituales y con ellos formar en el niño mexicano al hombre viril, de esfuerzo, de iniciativa, de virtud, aprovechar los dones que el cielo ha concedido al pueblo mexicano y hacer de ellos una realidad de cultura, de trabajo, de grandeza moral.

Una gloriosa tradición femenina cubre nuestra patria.

La Mujer por excelencia, María, la Madre de Dios, se dignó mecer la cuna de México con los más suaves arrullos y cánticos de amor: “hijo mío, pequeñuelo y delicado”… “Estás debajo de mi sombra y amparo”… “estás en mi regazo, corres por mi cuenta”.

A María de Guadalupe le debemos tener patria, por Ella México será un día, grande y glorioso. Lo que, cariñosa madre nos legó su retrato recuerdo perenne y vivo de su amor; y que hasta corporalmente tomó la fisonomía mestiza para ser Virgen Mexicana, quiso ser la ayuda, el ejemplo, de la mujer mexicana.

Hay otra mujer que providencialmente intervino en nuestros destinos, grande entre las grandes, reina cristianísima, Isabel de Castilla la que sabía gobernar un reino, con visión amplia y cuidar de los humildes menesteres de su hogar; la que tenía grandeza varonil y virtud de gran dama; la que sabía comprender las elevadas empresas y poseía los encantos de la más graciosa feminidad.

Más tarde hubo una figura, cristiana como todo lo grande, llena también de bella dignidad, que abrió para la mujer mexicana los horizontes del estudio y de la ciencia: Sor Juana Inés de la Cruz, que unió en trío glorioso feminidad, talento y santidad.

A ellas pues les toca continuar la grandiosa tradición, y llenar de fecunda actividad todos los rincones de la República. Deben ser Teresas de Ávila en el claustro, Sor Juanas en las universidades y colegios, e Isabeles en el hogar y en la Patria. Teniendo como protectora, como modelo y como Madre a María de Guadalupe, acrecentar los tesoros espirituales que tienen en sus manos, crear nuevos, y con la serenidad de quien no teme a la lucha, porque no teme al sacrificio, abrir los brazos a toda noble empresa y sobre todo, ser verdaderamente madres y educadoras del pueblo mexicano.