Filosofía en español 
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acotaciones

Sobre una historia común

por Efraín González Luna

El último número llegado a México de Sur, la revista argentina dirigida por Victoria Ocampo y que constituye el más notorio instrumento de enlace de la cultura platense con la cosmopolita, pública la versión, bajo el rubro “Debates sobre Temas Sociológicos”, del sostenido en Buenos Aires el 13 de octubre de 1914, sobre el tema: “¿Tienen las Américas una Historia Común?”. En realidad, la pregunta implica otras a las que están ligados no solamente el pasado, sino el presente y el porvenir de América: ¿Tienen los países hispanos del Continente una base común de unidad entre sí y con la América Sajona? ¿Además de la comunidad continental derivada de la ubicación geográfica, existen factores de diferenciación y, consiguientemente, de constitución de familias internacionales entre los países situados al sur del Río Bravo, por una parte, y los que se extienden hacia el norte, por otra?

Sur representa la tendencia característica de una parte considerable de la intelectualidad argentina hacia la dilución de los factores específicamente americanos en un producto cultural resultante de aportaciones cosmopolitas, predominantemente europeas. Este es también el sentido propio del debate que vamos a analizar rápidamente y que constituiría una desalentadora experiencia, si no supiéramos que no formula la realidad del espíritu nacional argentino.

Planteó la materia del debate Roger Caillois, de quien poco antes de la caída de Francia publicó La Nouvelle Revue Française dos penetrantes ensayos, “Teoría de la Fiesta” y “Sociología del Intelectual”, este último resumen de una exposición dialéctica en la “Unión pour la Varieté”. Caillois, arrancado de su patria por la tempestad de la guerra, no está obligado, por inteligente que sea, a entender plenamente los problemas de América. La disposición del sociólogo y, en general del estudioso, a las generalizaciones, le hace imaginar un tipo genérico de héroe popular continental, en el que caben lo mismo Bolívar que Washington o Lincoln. Un optimismo de origen literario lo induce a conceder excesiva importancia al aprendizaje del inglés en la América Latina y del español en los Estados Unidos y el Canadá. Incurre en evidente error al extender a la América Española un dato genérico exclusivamente norteamericano: “América fue poblada por emigrados… aventureros que lo dejaron todo tras sí, hasta su patria, de modo que en América la idea de nación se encuentra por completo desprendida de todo carácter tradicional y hereditario…” Esta equivocada atribución es precisamente una de las claves para el reconocimiento objetivo de dos categorías de organización política substancialmente diferentes y que coinciden con bases históricas, raciales y culturales también distintas. Acierta parcialmente cuando dice: “En América, cualesquiera que sean las diferencias entre las civilizaciones originarias o las actuales condiciones de existencia, materiales y espirituales, no hay duda que, históricamente, el hemisferio recibió de golpe los cuatro elementos que forman la tradición europea (pensamiento griego, juridicidad romana, cristianismo y concepto del honor)”. Con todo, no puede desconocerse, aparte de otras diferencias de tiempo, método y propósitos, la radical discrepancia de la fecundación cultural de América derivada del hecho de haber sido fundamentalmente empresa misional católica en el Imperio Español y migración protestante en las colonias inglesas. La unidad del fenómeno de la independencia de los países americanos dista mucho de ser tan completa como lo supone Caillois, si se analizan la naturaleza y circunstancias del proceso en las dos Américas. La conclusión de un estudio serio de este interesante capítulo de nuestra historia, conduce también a distinguir claramente el fin del Imperio Español y la independencia norteamericana. La relativa coincidencia temporal explica la confusión de observadores extranjeros; pero el conocimiento interno de esos movimientos disipa la engañosa apariencia.

Pedro Enrique Ureña hace comentarios incidentales sobre la exposición de Caillois, sin lanzarse francamente al centro del problema. Al menos, establece que “la posible unidad de las Américas no está fundada en el panamericanismo de origen político”; reivindica para Bolívar y, en general para las naciones de origen español, las primicias en la concepción y el esfuerzo por la unidad americana; se pregunta escépticamente si las similitudes podrán sobreponerse a las diferencias que separan cultural y políticamente a las dos Américas y apunta certeramente hacia la diferencia de poder y de tradición religiosa, para señalar barreras o simplemente hondas singularidades que no es posible despreciar.

Carlos Cossío es un nihilista en materia de comunidad interamericana: “No creo que exista otra unidad que la unidad geográfica… No creo que exista algo así como una conciencia latinoamericana; ni siquiera la posibilidad de una cultura latinoamericana… Tampoco creo que haya tal Latino-América… Hasta 1853 ha habido en el Continente Sud-Americano un problema común de tipo cultural. Y, hasta ese momento, ha habido una historia americana y una civilización de carácter común latinoamericana… La realidad sociológica del Continente Sud-Americano se ha diversificado en forma tan pasmosa que destruye toda idea anteriormente válida; destruye toda idea de que exista algo así como un núcleo latinoamericano… En todo el Continente Sud-Americano no existe civilización mediterránea. Todos los países que comprende tienen sus riquezas en las costas a modo de factorías, con excepción de la Argentina. Lo que nos ha diversificado es el proceso de vida civil que se ha cumplido llevando a la práctica las ideas de Alberdi… Este Continente es un hemisferio desequilibrado y, además, desarticulado… La distancia que hay entre la Argentina y Europa es mucho más corta que la que hay entre la Argentina y los Estados Unidos. Y todavía mucho más distante estamos nosotras del Perú, por ejemplo, o de cualquier otra República del Pacífico… Estamos más cerca de Norte América que de las Repúblicas del Pacífico… Nos hemos distanciado de ese plan histórico que tenían estos países cuando la Guerra de Independencia. En aquel momento sí había una similitud fundamental. Pero, mientras en la Argentina se ha hecho un tipo de vida que ha distanciado y diferenciado este país del resto del Continente, en todo eso que se llama el Pacífico, todavía no se ha llegado a lo que para nosotros representa al alberdismo”. Si los textos anteriores no fueran transcripción rigurosa, parecerían inverosímil imputación. Difícilmente podría localizarse más triste ejemplo de la eficacia de ciertos complejos de vanidad para desarraigar al hombre de su suelo nativo. Increíblemente, Cossío afirma que más de tres siglos de civilización española se desvanecieron sin dejar rastro en la vida nacional argentina, y un país totalmente nuevo, de esencia y destino “alberdistas”, nació en 1853, un país que nada tiene que ver, por ejemplo, con el Perú, a pesar de la comunidad de antecedentes históricos, de cimientos culturales, idioma y fe. Por importante que se suponga la inmigración europea, especialmente italiana, a partir del siglo XIX, no es posible admitir que haya ahogado el ser genuino de la nación argentina, ni que éxitos económicos, literarios o políticos, puedan romper vínculos y parentescos que ni siquiera son renunciables a voluntad.

Germán Arciniegas aventura una tesis que es más bien curiosidad sociológica: la localización de las culturas alrededor de las cuencas marinas, extensión desmesurada del clásico fenómeno mediterráneo, que fue posible por la relativa proximidad de las riberas circundantes que, además, tuvo duración pasajera, pues las sociedades asiáticas y norafricanas no tardaron en dislocarse y hundirse en regresión, mientras la civilización europea ascendía a niveles cada vez más altos. Para Arciniegas es probable una ley de tránsito de las culturas del mar al continente, y una cultura atlántica podrá ser substituida en el Nuevo Continente por un desprendimiento específicamente americano. No explica, ni debe sernos motivo de especial preocupación, cómo opera la tesis por el lado del Océano Pacífico. Acercándose al tema del debate, aunque sin abrazarlo jamás, reconoce la necesidad instrumental del idioma para hacer una cultura americana; pero en seguida incurre en afirmaciones incomprensibles en labios de un hispano-americano, participante en una discusión sociológica sobre historia de América: “Nosotros, en realidad, constituimos una colonia de europeos que buscaron en nuestras tierras su propia independencia y que con ese sentimiento y ese anhelo de libertad, se pusieron a trabajar este suelo sin otras herramientas que su esfuerzo y su ideal”. En otras palabras: la nación argentina es una comunidad sudamericana de inmigrantes europeos. No es raro, en consecuencia, que participe Arciniegas de eufóricas exaltaciones dignas de un ingenuo elector texano: “Este apego que tenemos a la libertad y a la democracia, no lo encuentra uno sino muy excepcionalmente en instantes raros de la vida europea”. No es raro tampoco que ejemplifique la posición recíproca de las naciones hispanoamericanas en una frase como ésta: “Del Ecuador a la Argentina hay un abismo”.

Cossío insiste en su increíble postura: “Me imagino a un argentino representativo del siglo pasado, de 1820, por ejemplo. Y estoy seguro de que ese hombre se sentía en íntima solidaridad con lo que pasaba en el Perú, en Colombia y en México… En cambio, creo que el argentino contemporáneo, representativo de lo que es el país hoy en día, no siente absolutamente ninguna identidad con el peruano; en cambio, se siente identificado con el europeo”. Generalmente se considera que las impertinencias causan sólo pequeñas molestias epidérmicas pero sin duda hay impertinencias lacerantes. Llegamos a este convencimiento experimental al ver que afirmaciones como la acabada de citar, se hacen en Buenos Aires por un argentino, en octubre de 1941.

Por fortuna, ya rara cerrarse el debate, Eduardo González Lanuza traza una noble tangente –pues elude también el corazón del problema– en que se mencionan las dos raíces vitales de Hispano-América, sus constantes: “Cuando se nos ha llamado país de mulatos como queriéndonos ofender con el peor de los insultos, yo creo que, al contrario, es el mayor de los elogios que se puede hacer de América. Porque, precisamente, por ser un país de mulatos, es aquí donde la idea de unidad cultural que suman aquellas cuatro elementos de Valéry, con el añadido de Caillois, se va a realizar plenamente. Es en este país de mulatos en donde se va a realizar esa idea católica, plena, universal, de cultura”.

He aquí el desconcertante sumario de una triste desviación, tanto más grave cuanto que la sufren directores de opinión, se formula y se esparce desde una tribuna prominente y ocurre en momentos de extraordinaria gravedad para la suerte de América.

Será una lección provechosa, si es capaz de hacernos ver el abismo que ilumina, si nos impone el convencimiento de que ni el entreguismo fatalista, interesado o cobarde, ni la evasión hacia Europa, son la ruta de Hispanoamérica; sino un americanismo realista, que dé a nuestros pueblos el conocimiento de su ser, de su dignidad, de sus limitaciones y de su vocación; que los una en colaboración y amistad entre sí y con los de todo el hemisferio occidental, inclusive los Estados Unidos, para el tratamiento de intereses continentales; que, básicamente, fije su conciencia y su voluntad en la afirmación, el amor y la defensa de sus esencias vitales.

Nada de esto será posible sin el claro conocimiento de la estructura histórica común, que es precisamente lo que el debate de Buenos Aires dejó en silencio y olvido:

Una sola nación, en la misma empresa, con los mismos métodos, descubre y coloniza lo que es hoy América Española. Es evangelizado el Nuevo Mundo Español por la misma gloriosa legión de misioneros, gobernado por funcionarios dependientes del mismo soberano y que frecuentemente pasan de uno a otro reino del vasto imperio. Las mismas Leyes de Indias y el mismo sistema administrativo rigen en las nuevas naciones; son idénticos su fe, su idioma y su cultura, que las funden en la ecúmene occidental, con rango ilustre. Todas ellas son fruto del mismo proceso de formación que se prolonga por más de trescientos años, las modela para siempre y se encierra en una sola palabra: mestizaje. Otras mezclas ulteriores no podrán anular el original y decisivo. Consumada la Independencia de España, persiste, más o menos combatida, pero nunca paralizada, la acción de las fuerzas creadoras de su nacionalidad y quedan confrontadas con problemas idénticos: la desigualdad resultante de la interrupción del mestizaje y la tarea misional: el desequilibrio de poder económico y político en el continente; la consecuencia de inmigración e inversiones extranjeras; la desintegración de su estructura espiritual por el abandono de los cimientos propios, la predisposición imitativa de tendencias e instituciones ajenas y la virulencia de doctrinas de importación, ligeramente abrazadas; la falsedad de nuestra vida pública, es decir, la discrepancia entre la teoría constitucional y la realidad de nuestros regímenes dictatoriales. Podría continuar interminablemente esta enumeración. Podrían subrayarse hasta coincidencias circunstanciales –como la similitud de la lucha–, que llenó el siglo XIX, entre liberales y conservadores; la participación de Bolívar, Cea, Alamán y tantos otros, en el ideal de unidad americana; la réplica de la desastrosa experiencia del Segundo Imperio que llegó a planearse en el Ecuador –que acusan hondas identidades orgánicas. No es labor para esta ocasión y, por lo demás, más que materia de demostración, lo es solamente de insistencia recordatoria la común estirpe de los países hispanoamericanos.

Otra vez hay que repetir que no postulamos ningún linaje de provincialismo, ni menos la desvinculación respecto de Europa. Creemos, por el contrario, que el hombre de su familia, de su casa y de su tierra, es más capaz de injertarse entrañablemente en la universalidad y de enriquecerla con valores positivos, que el turista, aunque sea el turista de la cultura.