Filosofía en español 
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Aniversario

La vida en trayectoria impecable de Alfonso Junco

por Alfonso Alamán

El 1º de agosto último se cumplieron 25 años de la aparición del primer libro de Alfonso Junco, el escritor católico mexicano más puro y acendrado de los últimos tiempos. Por la senda suave se llamó la obra con que don Alfonso inició una carrera literaria puesta inquebrantablemente al servicio de la Fe y de las esencias culturales hispánicas.
Al justo homenaje de sus amigos, unimos este artículo de Alfonso Alamán.

Alfonso Junco

Esta calificación de la vida de un hombre la leí hace años, –días estudiantiles–, en un ensayo que publicó, sobre Lenin, Andrés Iduarte. Iduarte, un auténtico valor mexicano que deberíamos de tener aquí y que se desarrolla en tierras extrañas para venturas ajenas.

Parece estar muy lejos Lenin de Junco, o vice versa. Los une, sin embargo, un parecido fulgurante: nunca torcieron su ruta. No se trata de clarividencias absurdas, cuando con Junco empleamos el pasado, porque allí están las pruebas del final matemático, necesariamente católico, de su trayectoria vital. Las del hombre, las del pensador, las del creyente.

A Junco lo llamó, hace poco, Salvador Novo, el “culto católico”. Para los que pensamos “en católico” es esa una perfecta definición. Novo, ¿vale decirlo?, goza de un agudísimo y profundo don de crítica que su general indiferencia escéptica y su cabal autovaluación transforman en ironías diarias y, por diarias, a veces monótonas. Pero su inteligencia en demasía acierta, por intuición indiferente, en juicio de lo que tan sólo los periódicos le revelan. Tiene razón, Alfonso Junco es un culto católico.

Ahora que, muchísimo más, es Junco un hombre en trayectoria impecable. Porque cultura y creencias religiosas son atributos que adornan pero que no modifican la personalidad. Esta puede ser una o diversa, continua o instable. La de Junco es una y siempre idéntica.

Para aquellos que no lo conocen, Junco ha de semejar algo como un “cura” muy moderno y muy humano. Defendiendo, luchando, con desinterés apostólico, por convicciones creídas y pensadas, Junco es todo lo contrario. O sea que no tiene nada de “cura” en el sentido “mocho” que damos en México a ese, que no entendemos bien, augusto vocablo. No hallaríamos espacio, hoy, en las limpias columnas de este limpio periódico para disertar sobre el “cura”, lo que realmente significa y lo que, ignorándolo, le atribuyen los “prohombres” en cuya boca, quiéranlo o no, brota la oración materna en las angustias mortales. Genuino y por lo mismo imperecedero catolicismo de nuestra gente.

Junco es un hombre ameno, modesto, callado, indiferente en modo extraordinario al “mundanal ruido”. Un católico como, desgraciadamente, los que presumimos de serlo, no lo somos. Un hombre que se levanta temprano, no por regla ascética o higiénica, sino porque su trabajo lo exige y su trabajo es consecuencia de su modestia, así como su holgura depende de su esfuerzo material. Un hombre que regresa tranquilo a un hogar en Gracia de Dios y que, lejos de la austeridad aburrida de contabilidades exactas, sueña con ideales netos, precisos, y la poesía impregna los conceptos que la cultura forjó.

La publicidad de Espasa-Calpe reza que Junco es “poeta, crítico, historiador, conferencista, sociólogo, periodista.” Los comerciantes tienen buen ojo y cuando la experiencia los ampara, raramente se equivocan. Absolutamente, Junco es todo eso y todo México lo sabe.

Pero lo más interesante de Junco consiste en que no es nada de eso, aunque sí sea poeta. Y “poeta” viene del griego “poiein”, hacer, crear. Junco es creador, y por lo tanto, cualquiera que sea su actividad, crea. Conviviendo con él, no nos damos cuenta del sello que dejará en nuestra generación.

Tampoco adivinaron ni comprendieron los contemporáneos de Pereyra al épico resurgidor de nuestro orgullo y hoy ¿no es cierto?, el maestro, porque lo es, don José Vasconcelos, llora al ministro de Huerta que abominaba en 1913.

Perpetua equivocación mexicana. Ni Pereyra fue un ministro de Huerta ni Vasconcelos es el incierto historiador criticado por don Vito Alesio Robles.

Pereyra (ya no necesita el gran don Carlos de su nombre de pila y por muchos Pereyras que anden por el mundo, nuestra América imperial no lo confunde con ningún otro), Pereyra trazó una vía. Recta, clara, más clara que la brújula de los Pinzones señalándoles nuestras playas. Vasconcelos, en las mocedades pedantes y tontas que alimentaron los fetiches solemnes inflados por don Gabino Barreda, y por don Justo Sierra, creyó en lo que de hoy se arrepiente. Pero también don José es poeta y resulta vano negarle esa soberbia preeminencia porque no escribe en verso lo que piensa de fecunda creación, asimismo como no nos importa el número de muelas que le faltaban a Moctezuma junto con la trascendencia de la obra cortesiana que hoy vivimos: nuestro México.

Pereyra y Vasconcelos son mexicanos, tan íntimamente, tan medularmente mexicanos como los peladitos que asisten, sinceramente emocionados, a nuestras relativamente artificiales conmemoraciones patrias.

Junco fue siempre como esos peladitos. Comprendió, tan pronto como lo pudo, desde su juventud, a México, a todo y únicamente a lo que encierra esa palabras, MEXICO. De allí su catolicismo, su amor comprensivo de la herencia española y su afán franciscano de mejoría social. Y también su poesía, literal y literariamente mexicana; sus versos, aquello que Gérard de Nerval llamaba “des lignes qui ne sont pas a la ligne.” Pero la mayor poesía de Junco está en el ejemplo ecuménico de su vida de caballero español.

Lo que voy a copiar, muchos lo leerán, como lo anterior, sin prestarle atención. Pero que tengan la bondad de fijarse: ya no es mío. Creo que en los versos que vienen va todo Junco. Como buen contador les puso fecha: 1933. La hora no cuenta, ya que siendo eterna, momentánea y presente, tan sólo cambia cuando cambia su dueño, el hombre. Va Junco:

“Aquí hizo Cristo morada
y El aquí la perpetuó:
las huellas de Palestina
se hicieron constelación,
y en cada rincón del mundo
 Vive el Señor.
¡Tierra Santa es toda tierra
y destila redención!”

Agregaré, para los que no lo saben, que además de ser Junco, Junco es académico, regiomontano, de cuarenta y cuatro años de edad, &c., &c…