Filosofía en español 
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Editorial

Recuerdo y presencia de Antonio Machado

Hoy los franquistas se atreven a invocar el nombre de Antonio Machado. Después de haber causado su muerte, intentan vaciar de contenido popular y democrático la obra inmortal que Machado ha dejado; publican ediciones truncadas y falsificadas, desfiguran además con aviesos comentarios tanto su personalidad como sus escritos.

Mas ante la clara posición de Machado se estrellan equívocos y especulaciones. Machado, muerto, sigue estando donde estuvo en vida. Al lado del pueblo, al lado de las fuerzas progresivas de España, al lado del mundo socialista naciente.

¿Qué mejor contribución podríamos aportar aquí al XV aniversario de la muerte de Machado que dar la palabra al maestro en nuestras páginas? Tal es nuestro propósito: recoger con emocionado respeto diferentes fragmentos de sus obras –desgraciadamente muy pocos, por carencia de espacio– y en particular de algunas de aquellas que han sido suprimidas en las ediciones publicadas bajo el franquismo, precisamente porque representan una toma de posición clara y neta ante los grandes problemas de nuestro tiempo.

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Si se intentase buscar un cimiento básico en la vida y la obra poética de Antonio Machado, este sería indiscutiblemente el amor al pueblo. En su discurso ante el Conqreso de Escritores en Valencia, celebrado durante la guerra, Machado declaró:

«Cuando alguien me preguntó, hace ya muchos años, ¿piensa usted que el poeta debe escribir para el pueblo, o permanecer encerrado en su torre de marfil –era el tópico al uso de aquellos días– consagrado a una actividad aristocrática, en esferas de la cultura sólo accesibles a una minoría selecta? yo contesté con estas palabras, que a muchos parecieron un tanto evasivas o ingenuas: «Escribir para el pueblo –decía mi maestro– ¡qué más quisiera yo! Deseoso de escribir para el pueblo aprendí de él cuanto pude, mucho menos –claro está– de lo que él sabe. Escribir para el pueblo es, por de pronto, escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas de inagotable contenido que no acabaremos nunca de conocer. Y es mucho más, porque escribir para el pueblo nos obliga a rebasar las fronteras de nuestra patria, escribir también para los hombres de otras razas, de otras tierras y de otras lenguas. Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes, en España, Shakespeare, en Inglaterra, Tolstoi, en Rusia. Es el milagro de los genios de la palabra. Tal vez, alguno de ellos lo realizó sin saberlo, sin haberlo deseado siguiera. Día llegará en que sea la más consciente y suprema aspiración del poeta. En cuanto a mí, mero aprendiz de gay saber no creo haber pasado de folklorista, aprendiz, a mi modo, de saber popular».
Mi respuesta era la de un español consciente de su hispanidad, que sabe, que necesita saber cómo en España casi todo lo grande es obra del pueblo o para el pueblo, cómo en España lo esencialmente aristocrático, en cierto modo, es lo popular».

Mas ya en obras escritas por Machado a comienzos de siglo, se expresa su posición frente a la dominación de las castas privilegiadas, en pro de una España nueva donde el pueblo sea dueño de sus destinos. He aquí un fragmento de una de sus poesías de 1913:

…España quiere
surgir, brotar, toda una España empieza!
¿Y ha de helarse en la España que se muere?
¿Ha de ahogarse en la España que bosteza?
Para salvar la nueva epifanía
hay que acudir, ya es hora,
con el hacha y el fuego al nuevo día.
Oye cantar los gallos de la aurora.
       Baeza, 1913.

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Al estallar la primera guerra mundial, Machado escribió una poesía admirable y de una extraordinaria actualidad. En ella Machado va mucho más allá de lo que fue la actitud «alidófila» predominante en la burguesía liberal, y toma posición abiertamente contra la guerra imperialista. He aquí un fragmento de esa poesía:

¡Señor! La guerra es mala y bárbara; la guerra,
odiada por las madres, las almas entigrece;
mientras la guerra pasa, ¿quién sembrará la tierra?
¿Quién segará la espiga que junio amarillece?
Albión acecha y caza las quillas en los mares;
Germania arruina templos, moradas y talleres;
la guerra pone un soplo de hielo en los hogares,
y el hambre en los caminos, y el llanto en las mujeres.

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Bajo el título «La Patria Grande», en la obra «Sigue hablando Mairena a sus discípulos», Machado escribe estas palabras certeras y admirables:

«La patria –decía Juan de Mairena– es, en España, un sentimiento esencialmente popular, del cual suelen jactarse los señoritos. En los trances más duros, los señoritos la invocan y la venden, el pueblo la compra con su sangre y no la mienta siquiera. Si algún día tuviereis que tomar parte en una lucha de clases, no vaciléis en poneros del lado del pueblo, que es el lado de España, aunque las banderas populares ostenten los lemas más abstractos. Si el pueblo canta la Marsellesa, la canta en español; si algún día grita: ¡Viva Rusia! pensad que la Rusia de ese grito del pueblo, si es en guerra civil, puede ser mucho más española que la España de sus adversarios».

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Antonio Machado, que había participado activamente en la provincia de Segovia en la campaña electoral del Frente Popular, se puso con toda su alma, al lado del pueblo, al lado de la República, en la guerra contra la sublevación franquista y contra la invasión italogermana. Con la pluma fue un combatiente fervoroso contra el franquismo. He aquí unos extractos de una carta de Antonio Machado con fecha del 19 de noviembre de 1938:

«…Usted sabe muy bien, porque lo ha visto con sus propios ojos, que España está invadida por el extranjero; que, merced a la traición, dos grandes potencias han penetrado en ella subrepticiamente, y pretenden dominarla para disponer de su destino futuro, para borrar por la fuerza y la calumnia su historia pasada. En el trance trágico y decisivo que vivimos, no hay, para ningún español bien nacido, opción posible, no le es dado elegir bando o bandería, ha de estar necesariamente con España, contra sus invasores extranjeros y contra los traidores de casa. Carezco de filiación de partido, no la he tenido nunca, aspiro a no tenerla ¡amas. Mi ideario político se ha limitado siempre a aceptar como legítimo solamente el gobierno que representa la voluntad libre del pueblo. Por eso estuve siempre al lado de la República española, por cuyo advenimiento trabajé en la modesta medida de mis fuerzas, y siempre dentro de los cauces que yo estimaba legítimos…».

«Cuando un grupo de militares volvió contra el legítimo gobierno de la República las armas que este había depositado en su ejército, yo estuve, incondicionalmente, al lado del gobierno, sin miedo a la potencia de aquellas armas que traidoramente se le habían arrebatado. Al lado del gobierno y, por descontado, al lado del pueblo, del pueblo casi inerme que era, no obstante su carencia de máquinas guerreras, el legítimo ejército de España. Cuando se produjo el hecho monstruoso de la invasión extranjera, tuve el profundo consuelo de sentirme más español que nunca: de saberme absolutamente irresponsable de la traición. Por desgracia se habían confirmado mis más tristes augurios: quienes traicionan a su pueblo dentro de casa, trabajan siempre para cobrar su traición en moneda extranjera, están vendiendo al par su propio territorio».

«Se nos ha calumniado diciendo que trabajamos por cuenta de Rusia. La calumnia es doblemente pérfida. Rusia es un pueblo gigantesco que honra a la especie humana. Nadie, que no sea un imbécil, podrá negarle su admiración o su respeto. Pero Rusia, que renunció a toda ambición Imperialista para realizar en?su casa la ingente experiencia de crear una nueva forma de convivencia humana, no ha tenido jamás la más leve ambición de dominio en España. Rusia es por el contrario el mas firme sostén de la independencia de los pueblos. Si ha sabido, en su gran revolución, libertar a los suyos ¿cómo ha de atentar a la libertad de los ajenos? Esto lo saben ellos –nuestros enemigos– tan bien como nosotros, aunque simulan ignorarlo».

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Sin ser marxista, Machado fue un amigo fiel y sincero del Partido Comunista. El 1.º de mayo de 1937, en su carta a las Juventudes Socialistas Unificadas, escribe:

«…Desde un punto de vista teórico, yo no soy marxista, no lo he sido nunca, es muy posible que no lo sea jamás. …Veo, sin embargo, con entera claridad, que el Socialismo, en cuanto supone una manera de convivencia humana, basada en el trabajo, en la igualdad de los medios concedidos a todos para realizarle, y en la abolición de los privilegios de clase, es una etapa inexcusable en el camino de la justicia; veo claramente que es esa la gran experiencia humana de nuestros días, a que todos de algún modo debemos contribuir.»

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El afecto por la URSS que desde los días de la Revolución de Octubre Antonio Machado había expresado en muy diversos escritos se afianzó, se ensanchó, durante nuestra guerra. He aquí unos párrafos de su artículo «Sobre la Rusia actual»:

«Como las grandes montañas cuando nos alejamos de ellas, la nueva Rusia se nos agiganta al correr de los años. ¿Quién será hoy tan ciego que no vea su grandeza?…» «Londres, París, Berlín, Roma, son faros intermitentes, luminarias mortecinas que todavía se transmiten señales, pero que ya no alumbran ni calientan, y que han perdido toda virtud de guías universales…»

«Moscú, en cambio –resumamos en este claro nombre toda la vasta organización de la Rusia actual–… es la mano abierta y generosa, el corazón hospitalario para todos los hombres libres, que se afanan por crear una forma de convivencia humana, que no tiene sus límites en la frontera de Rusia. Desde su gran Revolución, un hecho genial surgido en plena guerra entre naciones, Moscú vive consagrado a una labor constructora, que es una empresa gigante de radio universal…»

«Su mismo ejército, el primero del mundo no sólo en número, sino, sobre todo, en calidad, no es esencialmente el instrumento de un poder que amenace a nadie, ni a los fuertes ni a los débiles, responde a la imperiosa necesidad de defensa que le impone la muchedumbre y el encono de sus enemigos; porque contra Rusia militan las fuerzas al servicio de todos los injustos privilegios del mundo…»

«Mas la Rusia actual, la Gran República de los Soviets, va ganando, de hora en hora, la simpatía y el amor de los pueblos: porque toda ella está consagrada a mejorar las condiciones de la vida humana, al logro efectivo, no a la mera enunciación, de un propósito de justicia. Esto es lo que no quieren ver sus enemigos, lo que muchos de sus amigos no han acertado a ver con claridad».

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Machado aconseja un cordial esfuerzo por lograr que la obra poética sea la expresión de los más hondos, sentimientos del pueblo. He aquí unos fragmentos de «Juan de Mairena» de enjundioso contenido:

«…La lírica moderna, desde el declive hasta nuestros días (los del simbolismo), es acaso un lujo, un tanto abusivo, del hombre manchesteriano, del individualismo burgués, basado en la propiedad privada…» «La poesía lírica se engendra siempre en la zona central de nuestra psique, que es la del sentimiento; no hay lírica que no sea sentimental. Pero el sentimiento ha de tener tanto de individual como de genérico, porque aunque no existe un corazón en general, que sienta por todos, sino que cada hombre lleva el suyo y siente con él, todo sentimiento se orienta hacia valores universales o que pretenden serlo. Cuando el sentimiento acorta su radio y no trasciende del yo aislado, acotado, vedado al prójimo, acaba por empobrecerse y, al fin, canta en falsete. Tal es el sentimiento burgués, que a mí me parece fracasado; tal es el fin de la sentimentalidad. En suma, no hay sentimiento verdadero sin simpatía, el mero pathos no ejerce función cordial alguna, ni tampoco estética. Un corazón solitario –ha dicho no sé quién, acaso Pero Grullo– no es un corazón; porque nadie siente si no es capaz de sentir con otro, con otros… ¿por qué no con todos?»

La obra de Machado, el ejemplo de su vida, su fidelidad al pueblo, son un manantial de preciosas enseñanzas que en tan breve espacio no podemos ni siquiera intentar resumir. Terminemos esta incompletísima selección de fragmentos reproduciendo un soneto, escrito por Machado meses antes de morir.

«A LISTER
Jefe en los ejércitos del Ebro
Tu carta –oh noble corazón en vela,
español indomable, puño fuerte–
tu carta, heroico Lister, me consuela
de esta, que pesa en mí, carne de muerte.

Fragores en tu carta me han llegado
de lucha santa sobre el campo ibero;
también mi corazón ha despertado
entre olores de pólvora y romero.

Donde anuncia marina caracola
que llega el Ebro, y en la peña fría
donde brota esa rúbrica española,
de monte a mar, esta palabra mía:
«Si mi pluma valiera tu pistola
de capitán, contento moriría».