Filosofía en español 
Filosofía en español


Documento-plataforma fraccional de Fernando Claudín
acompañado de las “notas críticas” de la redacción de Nuestra Bandera

La década del cincuenta

En la década del cincuenta el crecimiento adquiere una aceleración importante. De 1951 a 1958 este crecimiento fue alrededor del 5,25 % anual (el Plan de desarrollo se propone un 6 %). La ayuda americana, aun no siendo muy considerable; las mayores facilidades para adquirir suministros exteriores la ampliación de las relaciones internacionales la desaparición en gran medida del cerco político, facilitaron esa aceleración. Pero sus premisas esenciales estaban en la acumulación y concentración forzada realizada en el período anterior a base de una explotación intensiva y extensiva de las masas, y en la entrada en acción de los instrumentos y medios del capitalismo monopolista de Estado.

Pero el marco autárquico de este crecimiento, las rigideces de la reglamentación económica, con las consiguientes repercusiones en los precios de coste, con las trabas para una competencia que acelerara aún más la concentración y la acumulación, entraban progresivamente en contradicción, tanto con las exigencias internas del propio crecimiento, como con las características del desarrollo en los países capitalistas a los que está más ligada tradicionalmente la economía española, en los que se intensificaba la competencia, la acción de las leyes del mercado. La inflación, que al principio de esta etapa fue menor que en la anterior, fue incrementándose de nuevo. El déficit del comercio exterior y de la balanza de pagos fue aumentando hasta llegar a finales de 1958 a una situación crítica.

Es en este período cuando fue haciéndose evidente para los grupos más lúcidos y dinámicos del capitalismo español la necesidad de un cambio de rumbo. Esa necesidad estaba dictada no sólo por razones políticas –en ese momento era ya evidente el resurgir de las fuerzas antifranquistas y obreras– sino también, como hemos señalado, por razones específicamente económicas.

En el período anterior habían comenzado a crecer nuevas fuerzas capitalistas, cuyas posibilidades potenciales se veían trabadas no sólo por las estructuras arcaicas heredadas de la época anterior a la guerra civil, sino por el rígido ordenamiento del período autárquico. Esta nueva orientación exigía una operación drástica previa, de reconversión y saneamiento, de una cierta racionalización. Esta operación fue el plan de estabilización.

Posiblemente fue éste el momento más peligroso para el franquismo, después del que se le creó al finalizar la segunda guerra mundial. Pero en este caso, como en aquél, las fuerzas de la oposición no estaban aún en condiciones de imponer un cambio político. Y aquí aparece, a mi juicio, uno de los aspectos negativos que tuvo el fracaso de la huelga nacional pacífica de 1959, que puso en evidencia ante las clases dominantes que las masas populares no estaban en condiciones de impedir esa operación drástica que les era necesaria para emprender un nuevo rumbo económico y político.

En la realización del Plan de Estabilización se pusieron de nuevo de manifiesto las posibilidades de maniobra que proporciona al capitalismo actual el sistema de capitalismo monopolista de Estado, considerado tanto en el marco nacional como internacional, y la necesidad además de verlo siempre en su funcionamiento internacional y no sólo nacional. La ayuda en este caso del capitalismo monopolista internacional a su colega español fue considerable, no sólo en cuanto al financiamiento de la operación, que hay que tener muy en cuenta como precedente para situaciones análogas que pueden presentarse en la perspectiva del actual auge económico, particularmente en relación con el problema de los mercados exteriores y de la balanza de pagos, sino por la necesidad objetiva del capitalismo europeo de una gran masa de fuerza de trabajo, lo que permitió encontrar una salida a la masa que dejaba excedente la operación de saneamiento y racionalización que efectuaba el capital monopolista español.

Otra ayuda considerable fue el turismo. Este no es un milagro de la naturaleza, del sol y de los atractivos turísticos de España tan sólo. Es una compleja operación económica coordinada del capitalismo monopolista español y europeo, traducida en una serie de medidas, precios, facilidades de tránsito, autorización para llevar cantidades crecientes de divisas a los turistas, &c., mediante la cual, como mediante las remesas de emigrantes y los créditos de uno u otro tipo, el capital monopolista europeo proporcionaba al español los medios de pago necesarios para financiar el incremento de sus importaciones.

Nota crítica

F. C. constata la «aceleración importante» del crecimiento en la década del 50 y enumera los factores que, a su juicio, lo han hecho posible, destacando el aumento del peso y el perfeccionamiento de los instrumentos del capital monopolista. [45]

Naturalmente, esos factores han jugado su papel. Pero para valorar exactamente el alcance de ese crecimiento hay que tener en cuenta la parte que en él representa todavía el elemento de recuperación de niveles alcanzados anteriormente.

El nivel de 1929, no se alcanza: para la Renta Nacional, hasta 1951 para la producción de lingote de hierro, hasta 1952; para la producción de acero, hasta 1954; para la producción agrícola, hasta 1958 (salvo algún año aislado de excepcional cosecha).

Por añadidura, habían pasado 20 años, la población había aumentado en cuatro millones y medio de habitantes; el mercado interior, por esta razón, más el éxodo rural, más el desarrollo industrial realizado cualesquiera que hubiesen sido su orientación y sus taras, era más amplio. Nuevas necesidades de consumo, ligadas al desarrollo histórico, habían aparecido en España como en todo el mundo.

Por consiguiente, la actitud de un marxista, no es la de asombrarse de ese incremento, sino la de situarlo, con la mayor precisión posible, en su marco, tanto interior como exterior.

A este respecto resulta muy aleccionador el siguiente cuadro {Datos tomados del estudio: «Algunos factores del crecimiento económico en Europa en la década del 50». - Comisión Económica de la O.N.U. para Europa. Ginebra 1964, Capítulo II, pág. 3.}

Ritmo de crecimiento anual del Producto Nacional Bruto
(En %, a precios constantes)

 
Turquía
Grecia
España

Nota. El dato de Grecia, para 1929/39 no figura en la fuente

Vemos, pues, que en la primera década España retrocede a un ritmo anual del 1,7 %; en la segunda década, recuperamos a un ritmo anual del 1,7 %, es decir, al iniciarse la tercera década aún no hemos completado la recuperación y, a pesar de ello, en la última década, tanto Turquía como Grecia tienen un ritmo de desarrollo superior al de España.

Hay que recordar que Grecia fue invadida y ocupada por los hitlerianos y, más tarde, conoció una guerra civil que se prolongó hasta 1948. Es, por consiguiente, más de destacar su rápida recuperación en la década del SO, en relación con España.

Portugal no figura –con datos suficientes– en el cuadro del estudio citado. Sin embargo, en una columna dedicada al nivel del desarrollo histórico (entre 1913 y 1956) Portugal aparece con el 2,1 % anual; Grecia, con el 2,0 % y España, con el 1,6 %.

En conclusión: hasta 1959, España continúa figurando en el grupo de países económicamente más atrasados de Europa y, lo que es más grave, Grecia y Turquía han tenido un ritmo más rápido de desarrollo en la última década; históricamente, los tres conocen un ritmo más rápido que el nuestro (desde 1913 para Portugal y Grecia; desde 1929, para Turquía). [46]

F. C. aborda la evolución que condujo al Plan de Estabilización y señala los choques de las «nuevas fuerzas capitalistas» con «las estructuras arcaicas heredadas de la época anterior a la guerra civil», con «el rígido ordenamiento del período autárquico» y con «las características del desarrollo en los países capitalistas a los que está más ligada tradicionalmente la economía española». El único choque del que se olvida totalmente es el que se produce con la progresiva reconstitución de las fuerzas del proletariado y con su mayor capacidad para organizar la lucha y defender su nivel de vida. Y, sin embargo, ahí está la clave del problema.

Las huelgas de 1951, que demostraron que el régimen ya no podía continuar impunemente descargando todo el fardo de la política económica sobre las espaldas del proletariado, provocaron cambios importantes:

Por una parte, aumenta la presión del capital monopolista sobre el campo, iniciando, ya entonces, la sustitución de los métodos rígidos (la intervención) por los métodos «más específicamente económicos»: el retraso de los precios agrícolas sobre los industriales. Por otra parte, el nuevo gobierno intentó orientarse a una política de estabilización. Se presenta la crisis económica de 1953/54 y para superarla se recurre de nuevo a la inflación. Esta se ve espoleada –fenómeno que olvida F. C.– por ciertas consecuencias de la «ayuda» americana. 1956 es un año de grandes luchas obreras, a lo largo del cual, se logran dos aumentos considerables de salarios. Aparece un fenómeno bien conocido por los economistas: la inflación acelerada va perdiendo su eficacia como instrumento de expoliación de los trabajadores, en la medida en que éstos van estando en condiciones de imponer, más o menos rápidamente, el incremento de los salarios; al mismo tiempo se ponen más en evidencia las otras consecuencias secundarias negativas de la inflación sobre el conjunto de la economía. Fueron las huelgas del 56 las que obligaron a la oligarquía a cambiar de política y a dar entrada en el gobierno a los ministros «técnicos» del Opus Dei (febrero de 1957) que en su declaración de investidura anuncian ya la política de estabilización y las nuevas formas que pretenden introducir en la dirección de la política económica.

Pero las rigideces estructurales monopolísticas del país son tan fuertes que la inflación se desboca de nuevo en 1957 y 1958, interfiriendo en el sector exterior. El alza de los precios estimula las importaciones y dificulta cada vez más las exportaciones. En ese momento se pone de manifiesto un fenómeno profundo que refleja todo el retraso acumulado de España: las exportaciones están por debajo, en cifras absolutas, de las de hace 40 años y apenas cubren el 50 % de las importaciones, ya de por sí muy reducidas. El déficit de la balanza comercial devora todas las reservas; se produce una cuantiosa huida de capitales. El régimen está al borde de la «bancarrota», de la «catástrofe» y no por opinión subjetiva del Partido Comunista, sino por confesión del propio Servicio de Estudios del Ministerio de Comercio.

Así llegó el país al Plan de Estabilización cuando, tanto desde el punto de vista interior como exterior, la política seguida por la dictadura durante 20 años había conducido a un callejón sin salida.

El cambio se imponía objetivamente, por lo menos, desde 1951 y así lo reflejaban los intentos hechos en aquella época. El cambio se hizo ineludible desde 1956 y así se lo propuso el nuevo equipo. Sin embargo, el capital monopolista fue incapaz ni de preverlo a tiempo ni de dirigirlo. Llegó al Plan de Estabilización aculado por los acontecimientos y en las peores condiciones, puesto que meses antes, en el otoño de 1958, había comenzado una nueva crisis cíclica de superproducción.

F. C. reconoce que fue «una situación crítica». Algo es algo por parte de quien ha insistido tanto, sin contrapeso alguno, sobre el reforzamiento [47] del poder del capital monopolista y el «perfeccionamiento» de sus instrumentos de dominación. Pero si lo hace es para lanzar una insidia contra la huelga nacional pacífica de 1959, afirmando que su «fracaso» dio a la clase dominante vía libre para la drástica operación de estabilización.

La huelga nacional fue el 18 de junio y los Decretos-leyes del Plan de Estabilización, fechados el 21 de julio, estaban ya preparados y aprobados por los organismos internacionales antes de la huelga. En lo que sí tuvo influencia la huelga nacional, pese a su pretendido «fracaso», fue en impedir el medio millón o el millón de despidos que preveía el Plan. Los obreros fueron mantenidos en las fábricas, pese a la paralización del trabajo. Así se asestó un golpe de importancia a uno de los aspectos más siniestros del Plan de Estabilización y a los propósitos de la oligarquía.

F. C. enuncia en este apartado su concepción de las «nuevas fuerzas capitalistas» que han comenzado a crecer en el período anterior y que chocan con «las estructuras arcaicas» y «el rígido ordenamiento del período autárquico»; más adelante, en la parte de su intervención dedicada al análisis de las fuerzas políticas, desarrolla este concepto hasta convertirlo en «una línea divisoria importante» «dentro de los grupos más específicamente representativos del capital monopolista, financiero, industrial, comercial» para terminar afirmando que «estos grupos son los que llevan la iniciativa dentro de la oligarquía, tanto en la esfera económica como política».

Ya hemos visto que los cambios en las formas de actuación del capital monopolista están, ante todo, ligados a los fenómenos engendrados en la esfera de la producción a la situación relativa de la oferta y la demanda y a la capacidad del poder político para impedir o reprimir las exigencias reivindicativas de los trabajadores.

Es claro que han surgido nuevas fuerzas productivas capitalistas e importantes. Pero lo que es completamente arbitrario, es la división: nuevas fuerzas productivas capitalismo «dinámico, flexible, moderno»; viejas fuerzas productivas capitalismo «arcaico y autárquico». Esa es la división mecanicista que hace el economista Antonio Robert entre la «vieja y la nueva industria» {«Hacia una nueva etapa de expansión». Consejo Económico Sindical. - VII 1960 - pág. 24.}.

La realidad es que la mayor parte de las nuevas fuerzas productivas –en todo caso, las fundamentales– han sido desarrolladas por los mismos grupos monopolistas que tienen en sus manos la industria vieja y arcaica. Eso ha sido así entre 1940 y 1959 y eso sigue siendo así hoy, como lo demuestra el hecho de que los nuevos Bancos industriales que cuentan, han sido fundados bajo los auspicios de los seis grandes Bancos tradicionales.

Por añadidura, esas nuevas fuerzas capitalistas han surgido y siguen surgiendo en el marco de la estructura existente, en el clima de invernadero creado por el proteccionismo total y el elevado grado de monopolio, y siguen siendo tan reacias a los aires de la libre competencia y de la ley del mercado, como lo eran sus precedentes. El «griterío» levantado por la simple liberalización de un sector de las importaciones, lo demuestra.

El Banco Urquijo puede estar por un «mercado abierto» en éste o el otro sector de sus nuevos negocios, pero está por el «mercado firmemente protegido y dirigido» en la minería del carbón, en el sector siderúrgico o en [48] el de la construcción de material ferroviario, donde posee considerables intereses. El Banco Central está por la integración europea en su sucursal de Valencia, porque las naranjas se beneficiarían de la asociación al Mercado Común y está rotundamente contra la integración en su sucursal de Jaén, donde tiene que defender sus empresas del plomo que perecerían con ella.

Lo mismo sucede en cuanto a la actitud frente al I.N.I. Fuerzas del capital monopolista están airadamente contra el I.N.I. cuando éste, como un grupo monopolista más, puede dañar sus intereses, y se asocian estrechamente con él, como ha sucedido de nuevo recientemente, en las empresas petroquímicas que se proyectan en Puertollano.

F. C. divaga sobre las «nuevas fuerzas del capitalismo monopolista dinámico», pero no aporta la menor precisión cuando se trata de dar corporeidad a esas fuerzas.

Ya hemos visto en qué condiciones accedió al poder el «nuevo equipo técnico» del Opus Dei. Pero, además, la secta del Opus Dei se comporta en el terreno económico como no importa qué otro grupo de la oligarquía. Ha creado y desarrollado –aprovechando las palancas del poder– su propio grupo bancario, industrial y comercial, alrededor del Banco Popular Español; y realiza sus negocios utilizando, unas veces las formas más rígidas de intervención, como es el caso del grupo de empresas de comercio exterior que efectúan las importaciones realizadas como «comercio estatal» y, otras veces, «los nuevos resortes puramente económicos», como son sus redes de distribución con las cuales se proponen «sanear» en su provecho los circuitos de comercialización interior hoy existentes.

La «fuerza» del nuevo equipo de tecnócratas, la aparente «iniciativa que tienen dentro de la oligarquía» descansa –ante todo– en que, por la vía reaccionaria monopolista, es muy difícil otra política que la que vienen siguiendo.

La consecuencia es, no sólo la agudización de las contradicciones en el seno de la oligarquía, sino la incertidumbre ante cada paso, las vacilaciones, los retrocesos y, en definitiva, el inmovilismo que sigue caracterizando la política económica del régimen.

Veamos, también aquí, la posición del profesor José Luis Sampedro {1 Obra ya citada, pág. 137.}:

«En estos momentos vemos que el programa de estabilización ha podido llevarse adelante íntegramente en aquellos frentes y por aquellos cauces que, como el monetario o el comercio exterior, no rozan o afectan menos a las reformas de estructura. Tan pronto se ha topado con éstas, han tenido que detenerse y estancarse las corrientes de la liberalización, del mercado e intercambio. Pero enfrentados con ellas, la cuestión de nuestra estructura productiva y sus características pasa a ser el eje sobre el que gira todo el futuro nacional». (El subrayado es nuestro).

Una vez más, los «esquemas teóricos» de F. C. chocan con la realidad objetiva de nuestro país.

Con ocasión del Plan de Estabilización, F. C. plantea el problema de «la ayuda en este caso del capitalismo monopolista internacional a su colega español». Un problema tan complejo y tan contradictorio como es éste, F. C. lo lleva hasta el extremo límite de la simplificación, dando por descontada esta ayuda en todas las circunstancias y no sólo para los problemas de la balanza de pagos, sino para el de los mercados exteriores. [49]

Muy distinta es la opinión del responsable de los «mercados exteriores» del gobierno de Franco.

Alberto Ullastres, Ministro de Comercio, en un artículo publicado en el «Financial Times» de Londres, el 16 de diciembre de 1963, escribe:

«En estos momentos en que España ha de procurar estructurar su desarrollo de un modo que asegure un crecimiento rápido y eficiente de su economía, no puede decirse que el panorama internacional facilite la tarea o sea simplemente estimulante. Por debajo de las buenas palabras, de las declaraciones de cooperación con los países subdesarrollados, de la aparente corriente de ayuda a los países atrasados, subsiste la triste realidad de países industriales que propenden a resolver sus problemas sin tener en cuenta suficientemente los perjuicios que pueden acarrear a los países más pobres; que proclaman las ventajas de la libertad comercial al tiempo que se inclinan a un marcado proteccionismo agrícola abocando a la discriminación como resultado de sus esquemas de integración, cuyas líneas de acceso aunque teóricamente abiertas, se mantienen prácticamente cerradas; que estudian cuidadosamente amplios programas de desarme arancelario inspirados muchas veces en la necesidad de defender sus mutuos intereses, detrás del ideal aparente de una cooperación a escala mundial; que finalmente mantienen distorsiones capaces de provocar en los países subdesarrollados daños superiores a los beneficios derivados de los programas de ayuda excesivamente valorados» (el subrayado es nuestro) {La Expansión en España. - Versión española publicada en el Boletín Semanal de «Información Comercial». 19 diciembre 1963.}

Hay que reconocer que en esta apreciación del capitalismo monopolista internacional, Alberto Ullastres se muestra más realista que F. C.

Su ofuscación le lleva a caer en argumentos risibles tal la concepción del turismo como «una compleja operación económica coordinada del capitalismo monopolista español y europeo». Desgraciadamente para F. C., el gobierno francés, por ejemplo, inquieto de la competencia turística de España, ha resucitado, para aplicarla a los autocares en tránsito hacia nuestro país, una ordenanza del Imperio que obligaba a los vehículos –entonces diligencias– a hacer noche en la frontera si llegaban a ella después de la puesta del sol; al mismo tiempo ha iniciado, con enormes medios, un plan de promoción turística de toda la zona mediterránea, designando para dirigirlo una comisión interministerial.