Punta Europa
Madrid, enero 1956
número 1
páginas 9-21

Horia Stamatu

Crónica internacional
 

Una crónica

Registrar los hechos más importantes de un cierto período de tiempo, una semana, un mes o dos o tres, se llama en el sentido más sencillo «hacer una crónica». Reconstruir a lo largo de algunos años las crónicas de este tiempo, sería reconstruir la cadena de los hechos que han causado la situación presente. Este debe ser en el sentido más objetivo posible lo que llamamos una «crónica». Pero la presente crónica, no es la crónica de un periodista. El periodismo de la noticia en candelero, sin sal ni gusto, pero siempre actualísima y si es posible impresa al mismo tiempo que se consuman los acontecimientos; el periodismo moderno, dirigido en su información por intereses que la mayor parte de los lectores desconocen, como suele suceder allí donde la «libertad de prensa» es artículo de fe y nunca de verdadera crítica, es de una manera u otra el señor de los nervios de casi todas las poblaciones occidentales. Pero una revista, por muy moderna que sea, no debe inspirarse integralmente en el periodismo. La crónica de una revista debe registrar los problemas actuales en otro plano y participar en el esfuerzo que trata de buscar soluciones posibles, partiendo de una debida crítica. El fin de tal crónica es de descubrir los males y remedios del tiempo y ponerse al servicio de las mejores soluciones que ofrece y pide este tiempo bien haciendo el diagnóstico o resaltando los hechos significativos, aptos para orientar hacia alguna previsión histórica. [10]

Confrontación

La revista francesa «La Nef», dedicó el verano pasado, un número extraordinario de más de trescientas páginas al problema de la juventud.

Naturalmente, el problema está centrado en Francia. Pero Francia es un gran país occidental y el problema que existe para Francia existe ya para todo el mundo libre que la segunda guerra mundial ha puesto en una situación de solidaridad inevitable. El punto de vista de la citada revista no es tan unitario para definirlo, pero los términos en los que se debate finalmente el problema se reducen a estos: educar y colocar la juventud en la vida nacional. Esto que parece ser todo no lo es, porque no le basta a nuestro tiempo, que está situado en el «no saber más que es la historia». Lo que quiere decir, situado en un momento en el cual la historia se convierte en una cosa distinta de lo que hemos sabido hasta las guerras mundiales.

Hemos tenido una historia de los Imperios Universales y ahora no sabemos qué historia tendremos. Precisamente por eso el esfuerzo de la revista francesa nos parece en últimos términos insuficiente, a pesar de su alto estilo académico y de la honestidad de los debates. Pero aparte de los debates, tantas veces instructivos, se ha puesto con agudeza el dedo en la llaga más grande de nuestro tiempo que no es otra sino ésta: la juventud no sabe hoy dónde sopla el viento. Por ello agradecemos a la citada revista europea su planteamiento y teniendo en consideración su alto rango intelectual y moral, establecemos este diálogo, no contradictorio sino continuador en el desarrollo de sus ideas, partiendo de este hecho abiertamente constatable: la indecisión de la juventud occidental que, por otra parte no sigue el ejemplo de decisión masiva que caracteriza al comunismo agresor.

La situación excepcional de España nos ayuda a entrar más libremente en este diálogo porque si la vida social evoluciona con sus necesidades a lo largo de los siglos el secreto de la vida más profunda de los pueblos está en su «psique», en su alma, cuya perennidad se asegura por la juventud.

Empezaremos por una cuestión que nos plantea la ya citada revista. Se ha hecho la observación, después que Napoleón desató su tormenta de guerras, que éstas son provocadas y conducidas por viejos, mientras que los jóvenes las hacen efectivamente. Lo que quiere decir que existe una gran desproporción de edad entre los mandos políticos militares y las tropas. Existe también otro hecho, registrado en Francia: en los últimos ciento [11] cincuenta años, la proporción entre jóvenes y viejos ha cambiado de la manera siguiente: la población joven ha disminuido muy cerca de la mitad mientras que la población vieja ha aumentado cerca del doble («La Nef»). Es forzosa la conclusión: los puestos de mando están cada vez más cerrados para la juventud, si se entiende por juventud la edad comprendida hasta los 35 años. Pensemos en otros tiempos, en Alejandro Magno que tenía el supremo mando antes de la edad de un recluta de hoy, en Napoleón mismo que murió a los 50 años. De todos modos, la pasada guerra mundial no ha conocido, sobre todo en el campo vencedor, hombres de mando jóvenes. La tan revolucionaria Rusia soviética, apenas después de la muerte de Stalin se ha rejuvenecido un poco con gente de cincuenta años, aunque por muy poco tiempo con el gordo y melancólico Malencov. Pensemos en el General Franco, el más joven General de su tiempo al comenzar el movimiento nacional. Biológicamente si el retroceso del mundo occidental no es tan cierto como se dice, por lo menos sus instituciones nos parecen tan viejas y complicadas que la circulación de la sangre se hace un poco lenta. Esta lenta circulación sanguínea por el cuerpo institucional no es la causa única de las dificultades que se encuentran cuando se considera a la juventud como miembro efectivo en los sistemas de vida social existentes. Los años de validez del hombre medio han crecido bastante en el último siglo. Pero al mismo tiempo, a causa de las grandes tensiones de la vida moderna y de la amplitud de sus problemas, han descendido para los hombres de mando. Ya se ve cómo en América, el corazón empieza a no resistir más. Esto quiere decir que las preparaciones para los grandes puestos de mando deben empezar más temprano de lo que se acostumbra en las instituciones existentes que por muchos modos está en contradicción con el ritmo del tiempo.

Nunca tendremos bastantes viejos sabios

Pero no siempre el puesto de mando se confunde con el de la autoridad superior. Los puestos de mando, por el agotamiento que provocan, deben disponer por lo menos de equipos jóvenes, entrenados y superiores a cualquier partidismo, entrenados para seguir los planes de los más sabios, y también ejecutarlos. Por ello el problema de la juventud es uno de los más ardientes en el mundo occidental de hoy. En lo espiritual, en lo político y simplemente en lo que es el deber del ciudadano de una nación [12] que tiene la conciencia de no vivir sola en el mundo; pero vamos a insistir ahora en lo que dijimos al principio, en el hecho de que la juventud del gran mundo occidental está descubierta a todos los vientos.

Vivimos en una gran revolución, pero una gran revolución de las realidades y no de las utopías o simplemente de las ideologías, cualesquiera que éstas sean. Las sociedades hoy no se aglutinan de una manera satisfactoria más que por el trabajo productivo; y la producción y su distribución no es ya más el privilegio de una minoría de la sociedad. Después de tanto tiempo de enfriamiento religioso volvemos a uno de los principios más solidarios espiritual y socialmente: el valor del trabajo. Pero al mismo tiempo, a causa de esta evidencia, una política imperialista y abusiva, la del comunismo soviético quiere sujetar al hombre extrañándole de sí mismo por un trabajo cuyo fruto nunca es suyo, y destruir su dimensión espiritual para así esclavizarlo más fácilmente.

Por eso el mundo está dividido ante la encrucijada de dos caminos: uno hacia el esfuerzo total del hombre sometido a una comunidad de violencia y sin libertad interior y otro hacia el esfuerzo del hombre que tiende a transformar todo progreso en una liberación interior contra cualquier sujeción espiritual y material. Uno es el camino del comunismo; el otro es el camino abierto por el cristianismo. La buena decisión depende de la juventud de hoy que tiene como nunca el porvenir del mundo, y así dicho del hombre como ser de origen divino, en sus manos. ¿Qué se le dice a esta juventud? ¿Cuál es el ejemplo de los más «grandes», de los sabios, de los que ocupan los puestos de mando decisivos para el mundo? Ya veremos en esta misma crónica cuál es el «espíritu del tiempo» propagado por ellos. Y saliendo de las estrechas marcas de una crónica situaremos en toda su plenitud el problema de la juventud occidental en este momento decisivo.

El número extraordinario de «Temps Modernes»

Al estudio de este problema dedica el número 112-113 la revista parisiense «Temps Modernes», bajo la dirección de Sartre. La evolución de esta figura muy discutida ha caído últimamente bajo el más rabioso apoyo del comunismo no sólo teórico sino directamente moscovita. No cabe duda que es un filósofo y escritor de densas dimensiones, y aunque no tan creador como [13] otros, hasta cierto punto de gran fuerza y organización mental. Lo que le falta no sabemos bien si es la «virtu» maquiavélica para empujar ventajosamente la «Fortuna», o, como se pensaba en la antigüedad itálica, «el corazón», para tomar el mejor partido. Su oportunismo nos alumbra algo, hasta cierto punto, y muestra una vez más la debilidad de ese tipo de intelectual incapaz de soportar cualquiera posición que se acerque a lo heroico. El extraño heroísmo de su ateísmo que le ha caracterizado como filósofo, se anula ahora por su obscura capitulación frente al comunismo. Con este grueso número de su revista (400 páginas), Sartre prepara el camino de salvación con una «bien venida» al soviet, apoyándose en la tradición de izquierda que es o no consustancialmente francesa, cosa aún no demostrada, pero que tuvo un cierto desarrollo coherente y constante en Francia después de la revolución del 79. No unimos a Sartre como suele hacerse el epíteto «existencialista» porque su filosofía es una degeneración del pensamiento existencial que no puede confundirse ni con Sartre ni con su ateísmo, mientras que Sartre se confunde con su ateísmo y con sus consecuencias políticas. Su fracasado «humanismo» falto de Dios es más la zoología de un ser esquinado que piensa para negarse a sí mismo.

Con el hilo de cuchillo que separa la «izquierda» y la «derecha» se han cortado demasiadas cabezas, para no participar en esta discusión. Justamente a causa de las cabezas cortadas, también después de esta guerra mundial, debemos tener en cuenta que «derecha» e «izquierda» son en primer lugar términos de distinciones políticas. La verdad es que de las 480 páginas (no sólo 400), muy pocas son filosóficas. La casi totalidad de ellas comprenden polémicas estrictamente partidarias por la crítica unilateral que oponen a todo lo que actualmente no sirve al comunismo.

El antagonismo de los extremos

Como una de aquellas «tricoteuse» que rodeaban a las guillotinas de la revolución, esta vez refinada por la cultura y por el talento, Madame Simone de Beauvoir abre el baile, triturando como lo sabe hacer una verdadera mujer lista, a la derecha. Sus instrumentos son también menos filosóficos propiamente dicho, pero todavía pertenecen a una alta cocina literaria, partiendo de los condimentos más pimentados. La «esencia» de la derecha la encuentra Simone de Beauvoir en «el miedo». Para decir la [14] verdad, Simone de Beauvoir es «quand même» «une brave femme» ; no le falta sensibilidad ni talento, pero su empleo de los dos es muy sofístico. Y además en polémica no muerde bastante fuerte en la idea, como lo haría un hombre igualmente sofistico. Hasta el fin, todo lo suyo es puro impresionismo. El miedo ¿de qué, y de quién? El miedo de la burguesía frente a la revolución proletaria. Ya sabemos que Simone de Beauvoir como debe a su burguesía es anti-alemana, a pesar de la filosofía que borda, sólo porque existieron filósofos germánicos. Pero nunca podrá demostrar que el furor del III Reich fue un síntoma de miedo.

Tampoco nos convence su argumentación de que la derecha europea entre las dos guerras fue la última invención de la burguesía para salvarse. Un reciente libro inglés, traducido al castellano, de Bullok, sobre Hitler, muestra y demuestra cómo éste fue el verdadero arruinador de la estructura liberal burguesa en Europa. Parece que Simone de Beauvoir se sobrepasa, en el sentido de que es una francesa más filo-ruso-soviética que antialemana.

La derecha sustancialmente, es una posición espiritual, con ciertas consecuencias políticas. Sus mejores raíces están en el cristianismo que enseñó Dios-Cristo y su sentimiento fundamental no es el miedo. Es el amor, a los humanos y a Dios.

En cuanto a la izquierda está definida mucho más filosóficamente, por T. M. Dyonis Mascolo, cuando la nombra como una negación frente a todo, en oposición a la derecha que ante todo es aceptación. En este sentido sería de «izquierda» el que rechaza el Estado en el menor caso de «lése humanité», mientras que de «derecha» es el que acepta el Estado, a pesar de la ofensa que podría sufrir su propia humanidad. Pero también por este motivo el izquierdista será siempre el anti-revolucionario más radical. A esta distinción podemos preguntar: ¿porqué los que se sublevaron contra el régimen de crímenes anti-humanos de los rojos de España, fueron los de «derechas» y no los de «izquierdas» que supieron instaurar toda clase de «lése humanités» posibles, además bajo el terror de las ingerencias soviético-internacionales?

El Occidente es para Simone de Beauvoir burguesía y nada más. Clase privilegiada, frente a comunismo que es todo él clase oprimida y nada más. Por eso el Occidente burgués tiene miedo al Oriente proletario. La verdad es que no todo el Occidente es clase privilegiada y no todo el comunismo clase oprimida. El partido comunista es un instrumento, que hoy oprime y extermina pueblos enteros, que no son abstracciones para ejercicios polémicos sino negras realidades de nuestro tiempo. [15] ¿Cómo puede olvidar Simone de Beauvoir que 120 millones de europeos, para no hablar de otros extra-europeos, son proletarizados en el sentido más total y esclavizados únicamente a favor de la economía y las reservas de oro, divisas y almacenes de la Rusia Soviética? No olvidar eso se llamaría para la cruel señora «idealismo». Simone de Beauvoir, que sabe todo, olvida el poder de los Sindicatos en los Estados Unidos. ¿Cómo puede una mujer intelectual europea de su fama, rebajarse tanto en la furia filo-soviética para decir que todo anti-comunista de Europa es un mercenario de los Americanos? ¿Qué filosofía se puede discutir en tales condiciones? Lo sentimos mucho.

A pesar de su fácil obsesión «libertaria» frente a Dios, en sus principios «Les Temps Modernes» fue una revista de real esfuerzo intelectual. Pero ya está envejecida y para seguir viviendo no tuvo más que transformarse en una publicación de propaganda, oportunista, fatal, o como sea, pero propaganda comunista y nada más. Es probablemente a donde conduce el izquierdismo, así descrito por Dyonis Masclo: «todo lo que no es franca y absolutamente de derecha o reaccionario, es reino de la izquierda que es dudosa, instable, mixta, inconsecuente, sujeta a todas las contradicciones emparejadas por ella misma, con el infinito nombre de uniones que ella propone, pero que al fin desgarra porque ella es desgarrada por naturaleza y nunca por falta de suerte, mala voluntad o falta de destreza». Esto se dice de las izquierdas y no de las señoras que se preocupan de las derechas.

Cocteau en la Academia Francesa

Jean Cocteau es un escritor francés que tiene talento, más de sesenta años y sabe muy bien francés. Por estos motivos y otros, entró entre los inmortales, bajo el cielo rígido de la «Cúpula». Los otros motivos pertenecen a Cocteau personalmente. Todavía no tiene la «Legion d'honneur», pero la tendrá, aun si necesitara vivir más que Mistinguette y Maurice Chevalier juntos, cosa que todo el mundo desea, en recuerdo de la juventud, literaria, naturalmente.

Enumerando una vez las proezas de su vida, Jean Cocteau decía que siguiendo la ruta prescrita por Jules Verne, dio la vuelta a la tierra en ochenta días, resucitó en una ocasión a un boxeador acabado, un joven negrito, ha tocado el jazz, ha provocado la aparición de talentos meteóricos y precoces, y otras [16] muchas cosas de las que ya no nos acordamos. Pero esta vez se ha superado: entró en la Academia Francesa. Baudelaire, en el siglo pasado, tuvo menos éxito; la burguesía era más atrasada. Hace bastantes años, Cocteau elogiaba irónicamente a François Mauriac, por su entrada en la Academia. Le recordaba cómo empezando su carrera literaria, Mauriac profetizaba: escribiré muchas novelas y entraré en la Academia. Jean Cocteau, más joven que Mauriac, no ha escrito tantas novelas, pero hizo también películas y también dijo una vez «bon soir» a la nación americana, escribiéndole una carta en avión, de regreso a París, después de un viaje a América, mucho menos provechoso en dólares, que el de Sartre, con «Les mains sales».

Jean Cocteau se ha especializado durante casi medio siglo, desde los dieciséis años hasta hoy, en la práctica de un egocentrismo típico de la adolescencia, afilando alguna vez sus bromas de infatigable dandy artístico literario con acentos de graves presentimientos. Dijo cosas que se pueden repetir en sociedad: «Víctor Hugo, era un loco que se creía Víctor Hugo». Sin duda tuvo que resultarle muy molesto un artículo donde Reverdy escribía con todo el veneno de un poeta indignado, sobre ciertas maneras suyas de saltar del taxi como un eterno jovencillo y de discutir hasta el mareo en la presencia de un Picasso mudo y por eso tremendamente irónico. Aunque seductor en todos sus intentos, esta vez Cocteau quedó sin efecto ninguno.

A pesar de su indiscreción en torno de sí mismo, Jean Cocteau es un poeta de cierta inteligencia francesa, cuyo secreto cree descubrir en una afirmación hecha pública después de la segunda guerra mundial. «Francia tiene su arma secreta: la anarquía». No sabemos si éste es el secreto de Francia o no, pero de todos modos no es el de Cocteau. En toda su actividad literaria se ha organizado muy bien el éxito y el mito. Ha cultivado muy hábilmente las indiscreciones alrededor de su persona y hoy se instala en el lugar menos anárquico del mundo, la Academia Francesa, que probablemente quiere tener su «enfant terrible» a una edad aceptable. La Academia rejuvenece a su manera y Cocteau se vuelve maduro, como todo el mundo. La esencia de su obra no es fácilmente definible, pues tiene la característica de llamarse toda ella «poesía». Poesía, poesía-dibujo, poesía-novela, poesía-crítica, poesía-película, poesía-disco, y ahora tenemos también poesía-Academia, con su discurso que antes de ser pronunciado fue indiscretamente difundido en microsurco.

En su poesía en versos Cocteau nunca olvida que es tremendamente inteligente y en las otras poesías que hemos [17] enumerado nunca olvida sus más profundas inclinaciones sentimentales. Personaje hábil e inquieto, Cocteau ha sido desde 1920 hasta 1930 una de las figuras más «a la page» de este país que se llama París. No pertenece a ninguna ideología y todo su esfuerzo es en favor de una espontaneidad reflejada. Es el primer poeta que entra en la Academia después de los grandes poetas de nuestro siglo, Paul Claudel y Paul Valery, que Cocteau calificaba en su «Secret professionel», como «un noble poeta». La sencillez eremítica de Cocteau en ciertas apreciaciones será su monumento celestial.

* * *

Como un fenómeno sabroso de nuestro tiempo, pero que expresa un largo proceso de descomposición, debemos aprovechar este acontecimiento y suspirar una vez más en el último momento, si tenemos aún alguna nostalgia epigónica.

Sólo las eminencias culturales comunistas y criptocomunistas faltaron al coctail final. Pero su ausencia se explica. No haber olvidado un poemita «Intermedio», publicado por Cocteau en 1938, poco antes del desastre que siguió al «blumismo» del Frente Popular:

Los ministros se callaban
Cara a cara con las estatuas.
Los generales tenían un plan
Llamado el plan Rataplán.
Los cuervos que amaban a los jóvenes
Muertos, no temían los ayunos.
Y de Leningrado a Moscú
Delante de Lenin muerto desfila
Una fila que es un pueblo, hilo
Rojo para cortaros los cuellos.

Algunas veces los poetas son como los niños que estorban a los grandes. El plan Rataplán le conocemos, y el hilo rojo ha cortado ya el corazón de Europa. Pero para ser un poco profeta basta alguna vez con ser Cocteau.

El espíritu de Ginebra

Después de Teherán-Yalta-Potsdam, donde se ha cedido contractualmente una tercera parte de Europa al experimento soviético, el mundo ha tenido como regalo de vacaciones, de parte [18] de los grandes –en total cuatro– el así llamado «espíritu de Ginebra».

¿Qué se esperaba del encuentro de Ginebra, entre los jefes de Gobierno de Francia, Inglaterra, Estados Unidos y Rusia Soviética? Todo lo que se podía esperar después de diez años de engaños, los diez que siguieron al último encuentro de «los grandes». En estos diez años el mundo libre había comprendido lo que hasta entonces quiso ignorar por amor a los soviets tan necesitados en la guerra y tan bien servidos después. Repetimos la lección que nunca se aprende:

1) Los soviets no respetan ningún tratado, obran como potencia sui-generis y única creadora de derechos, de jurisprudencia y de vida internacional, como fiscal, juzgador y verdugo permanente del mundo. Así los soviets se han permitido sin ser molestados todo lo que se condenó en Nuremberg, por una justicia de los «cuatro», reunida en un pleito de jurisdicción mundial: el crimen de guerra y el crimen contra la humanidad. Guerra: la guerra civil fomentada en Grecia, la guerra de Indochina, la guerra de China, de Birmania, de Corea, la invasión del Tíbet y los continuos atentados armados contra los aliados occidentales que deben lamentar las vidas de tantos aviadores suyos. El permanente crimen contra la humanidad: la sujeción de pueblos enteros, matanzas en masa e individuales, persecuciones religiosas e imposiciones por fuerza de la ideología soviética, esclavización y explotación del hombre nunca encontrados desde los tiempos faraónicos, trabajo forzado destructor con título ordinario y punitivo, robos de todo el fruto del trabajo de pueblos enteros dejados sin recursos contra el hambre y la enfermedad. En diez años los soviets no han liberado todos los prisioneros de guerra, después de haber matado tres cuartos de ellos, por la crueldad del tratamiento y por matanzas cuyas cadenas empezaron antes de Nuremberg por el célebre «Katyn».

2) En estos diez años, más que entretener una guerra caliente continua, los soviets, así como todo el mundo sabe y nadie puede negarlo, aterrorizan al mundo libre por el sabotaje permanente de su red de espionaje y conspiración, con continuas provocaciones dentro de la vida social de los países. Abiertamente en estos diez años los soviets han saboteado todo intento de normalizar la vida internacional abusando de un derecho de veto contra toda proposición justa y pacífica, dentro de las Naciones Unidas, transformando las asambleas de la dicha asociación internacional en confusas reuniones de polémica y propaganda.

3) En Nuremberg se condenó, a la vista de todo el mundo, [19] lo que se llamó «el sistema concentracionario». Los soviets concentran en este sistema veinte millones de seres humanos.

Para todo esto no existen hasta hoy ni responsables, ni pleito, ni condenados, porque los fiscales permanentes son los soviets mientras que las víctimas, muertos y vivos, están completamente en su poder.

Se esperaba que los «Grandes» occidentales acordaran entre sí la justa situación de hecho y derecho en que se encuentran los soviets. Pero no sucedió nada de eso. Al contrario, el resultado fue el espíritu de Ginebra, cuyo sentido se puede traducir sin miedo de equivocación: olvido total y conjunto de todos los crímenes. Los «intelectuales» que al terminar la guerra mundial ponían el grito en el cielo condenando estos crímenes cuando fueron otros los culpables, ahora se callan.

¿Por qué si los autores son los soviets han de olvidarse?

¿Por qué se pide la paz con el sacrificio de una mitad de la humanidad? ¿Por qué no se ve que esta sería la caída sin remedio del Occidente?

No existe contestación política a tales preguntas. No se puede hablar de una política sino de una perversión, de una enfermedad cuyo psicoanálisis no cabe en esta crónica. Pero no tardará en hacerse. Llevaría el siguiente título: «Psicoanálisis de la perversidad actual».

Los primeros efectos del espíritu de Ginebra

Ya se vieron en la otra conferencia de Ginebra, que tuvo lugar este otoño, entre los ministros de asuntos exteriores de los «grandes». Después de un verano caluroso, un otoño frío. El éxito de los soviets fue magnífico. No se sabe a quién felicitar pero ya no somos tan objetivos para enviar un ramo de flores y una paloma disecada a Molotov, el infatigable campeón sordo pero no mudo de los últimos diez años, más o menos diplomáticos. Aunque no gran artista ni tampoco genial por cualquier motivo, Molotov se mostró en estos diez años de esclavizaje autorizado para los 120 millones de europeos, invencible. Invencible por su lenguaje, tan reducido que puede resumirse en una palabra, «niet», lo que significa en ruso: No.

Este «no» se aplica en los casos extremos, incluyendo todo detalle: ¿queréis guerra? «Niet». ¿Queréis paz? «Niet». Y así desde diez años asistimos a un esfuerzo sobrehumano de nuestros grandes padres occidentales para comprender el verdadero, [20] el profundo, el imperceptible sentido de esta palabra cuyo «estajanovista» supremo es Molotov: «Niet».

Por eso, hasta el fin, las opiniones más altas y autorizadas, se dividieron en dos campos: el de los optimistas y el de los pesimistas. Pero estos dos tipos, se conocen, no precisamente por la psicología experimental de Pavlov, cuya escuela estudiando la salivación de los perros nos selecciona el tipo Molotov, sino por la experiencia del uomo qualunque: frente a una botella de un litro que contiene medio litro de vino, leche o aguardiente, el optimista dirá que está medio llena, mientras que el pesimista dirá que está medio vacía. Así que los del campo pesimista dicen: ¿veis? No quieren la paz. Mientras que los optimistas dicen: ¿veis? No quieren la guerra. En cambio, nadie se ha molestado en considerar que Molotov no quiere ni la guerra ni la paz. Esta es una cosa que puede dar dolores de cabeza, porque es «dialéctica». En buena traducción esto significa: una voluntad de embrollar el mundo indefinidamente, hasta que la comparsa Molotov, pueda decidir sobre la guerra y la paz, y decir de una vez: «Da» (sí), para los dos y para siempre.

A pesar de esta batalla gigantesca entre los optimistas y los pesimistas, las ideas no faltan, como nunca faltarán en el mundo de los grandes. Después de constatarse con melancolía que el «diálogo» Este-Oeste está en un punto muerto, se prometió por la voz más consoladora, y, probablemente, partiendo de la sugerencia de uno de los grandes, el Presidente Eisenhower, firme creyente en el «espíritu de Ginebra» por él garantizado, proponer de nuevo una conferencia de «más alto rango».

Aunque no es tan fácil seguir la sutileza de esta idea demasiado nueva –podemos decir revolucionaria–, lo intentaremos, sin ninguna equivalencia de genialidad, pero con la mejor fe posible. En la conferencia de «más alto rango» de este verano se ha visto que los occidentales y los soviéticos pueden sonreírse, cuando, después de tanta guerra fría a distancia se encontraron en carne y huesos. Luego, después de la segunda conferencia de Ginebra, entre los cuatro ministros, se ha visto que los chinos rojos, han decidido liberar tres o cuatro aviadores americanos. Para quien tiene sólo un poco de profetismo y algún don de leer a través del curso de los acontecimientos en el desarrollo de la Historia, estos son hechos, no apariencias. Siguiendo así, cada año alternando conferencias, una de «más alto rango», otra de nivel un poco más bajo, los hechos, a pesar de las apariencias que son los crímenes de guerra y los interminables atentados contra la humanidad de los soviets, los hechos decimos, se acumularán: cada año más sonrisas, cada año dos o tres aviadores [21] liberados por los chinos rojos. En veinte años se puede llegar a una verdadera amistad personal entre los primeros representantes de los grandes, posiblemente después de casarse una verdadera hija de Bulganin con un occidental tendremos también lazos de familia, y casi todos los aviadores prisioneros serán liberados por los chinos de la secta de Mao-Tse-Tung.

Frente a las apariencias de crímenes y destrucción humana efectuados por los soviets, éstos serán verdaderos hechos, y así podremos confiar tranquilamente en el porvenir. Después de haberse solemnemente prometido en Ginebra a los soviets renunciar a la guerra fría, para que los soviets puedan conspirar y destruir con toda confianza y tranquilidad, ni pesimista, ni optimista, el ministro Foster Dulles aseguró una vez más al mundo que tendrá la paz: «La declaración que hago esta noche (18-19 de noviembre 1955) sigue a una amplia conferencia con el Presidente Eisenhower. Él me autoriza a decir que comparte plenamente el valor que yo he dado a la conferencia de Ginebra y su repercusión sobre nuestra política nacional. El propósito de la vida y el régimen del Presidente es una paz honrosa, justa y duradera para el mundo, propósito que yo comparto y que con él me esfuerzo en realizar». Tales propósitos no hacen más que profundizar la división entre los que ven la botella media llena y los que la ven media vacía. El «espíritu de Ginebra» no es más que una aparente quiebra. El hecho es que los soviets han ganado en paz no sólo el «statu quo» de la Europa dividida, han ganado también la puesta fuera del combate de la «guerra fría», así que pueden trabajar en paz para la paz duradera y la guerra total de clase. Esperemos que el año que viene tendremos la alegría del desarme occidental más concreto aún, empezando por las bombas atómicas y de hidrógeno, que el señor Oppenheimer ha odiado tanto, por lo menos tanto como los soviets.

 


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Punta Europa 1950-1959
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