Punta Europa
Madrid, enero 1956
número 1
páginas 135-144

La figura intelectual de

Antonio Millán Puelles
 

Biografía

Antonio Millán Puelles Antonio Millán Puelles, nació en Alcalá de los Gazules, provincia de Cádiz, el 21 de febrero de 1921. Su familia, de origen vasco, está arraigada desde hace mucho tiempo en Cádiz, donde su padre ejerce la profesión de médico.

Estudia el bachillerato como alumno libre en su pueblo natal. Se traslada en los primeros años del Movimiento Nacional a Cádiz, y mientras permanecen cerradas las Universidades, alterna sus estudios particulares con sus actividades en publicaciones y organizaciones juveniles. Sobre todo, estudia, a fondo, matemáticas, hasta que un día, leyendo «Las Investigaciones Lógicas» de Husserl, se perfila del todo su vocación. Con una trayectoria similar a la del fundador de la fenomenología, que fue antes el autor de una «Filosofía de la Aritmética», se decide por el cultivo de las ciencias del espíritu que le ofrecen las máximas garantías de precisión y rigor.

De 1939 a 1941, cursa los estudios comunes en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de San Fernando de Sevilla. Continúa en la de Madrid, los cursos especiales, como discípulo de García Morente. En 1943, termina la licenciatura Y en 1944 empiezan sus apuros de opositor, obteniendo con el número 1 la cátedra de Filosofía de Institutos Nacionales de Enseñanza Media. Cátedra que desempeña primero en Albacete y después de 1949 en Algeciras.

En 1946, lee su tesis doctoral, «El problema del ente ideal. Un examen a través de E. Husserl y N. Hartmann», la primera tesis que dirigió el profesor don Leopoldo Eulogio Palacios. En el mismo año, invitado al primer Congreso Internacional de [136] Filosofía que se celebra en Roma, presentó una comunicación «Sobre el método fenomenológico y la Filosofía de Heidegger». En 1948, asiste al Congreso Internacional de Filosofía de Barcelona, en honor de Balmes y de Suárez, presentando una comunicación, sobre «La estructura de la Filosofía fundamental de Balmes». En 1949, invitado al primer Congreso Nacional Argentino de Filosofía, en Mendoza, al que asistieron filósofos de todos los países, presentó dos comunicaciones: «El concepto del ente en Parménides» y «El concepto de existencia en matemáticas», dando además una conferencia de carácter extraordinario sobre «Los fundamentos filosóficos del arte contemporáneo».

En 1951, obtiene por oposición la cátedra de Fundamentos de Filosofía de la Facultad de Letras de la Universidad de Madrid, versando su lección inaugural sobre la «Libertad como expresión del ser». Al lado de sus actividades universitarias fue designado secretario del Instituto de Pedagogía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y vocal de la Junta directiva del Ateneo de Madrid. En 1952 forma parte, por algún tiempo, con Lain Entralgo, Pérez Bustamante y Germán Ancochea de la dirección de la Revista de la Universidad de Madrid.

A estas alturas, Millán Puelles se ha casado y tiene dos hijos. Sus conferencias empiezan a ser solicitadas de todos los rincones de España y «A B C» se honra con sus colaboraciones.

En 1954, es llamado como profesor extraordinario a la Argentina, invitado especialmente por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza). Allí desarrolla dos cursos simultáneos. Uno general sobre «Filosofía de la Naturaleza» que terminó restringiendo a la «Mutabilidad accidental del ente». Y otro sobre «El logicismo en metafísica».

Al terminar el curso académico, rechazando una tentadora oferta de la Universidad argentina, regresa a su cátedra de Madrid, donde continúa desarrollando además de sus cursos ordinarios, otros monográficos, facultativos, extraordinariamente profesados por pura vocación docente. Destacan entre los más importantes: «Existencia y trascendencia en Karl Jaspers», «El argumento ontológico de San Anselmo», «La historicidad de la educación», «La noción de materia en los presocráticos».

Fuera del radio de la Universidad, ha desarrollado un ciclo de diez lecciones en el aula pequeña del Ateneo sobre «El sentido del misterio en la filosofía», 1952, y otro, en el Ateneo de Cádiz, de seis lecciones, sobre «El panorama de la filosofía contemporánea», 1954. [138]

Obras

El problema del ente ideal. Un examen a través de E. Husserl y N. Hartmann. Instituto Luis Vives. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1947.

Ontología de la existencia histórica. 1ª edición Departamento de Filosofía de la Cultura. C.S.I.C. Madrid 1951; 2ª edición, B.P.A., Rialp, Madrid 1955.

Fundamentos de Filosofía. Tomo I (Introducción lógica y Filosofía de la Naturaleza), Manuales de la B. P. A., Rialp, Madrid, 1955.

Fundamentos de Filosofía. Tomo II (Psicología, Metafísica y Etica). (En prensa).

En preparación

Un volumen de opúsculos filosóficos en el que recoge diferentes trabajos publicados en revistas.

Motivos filosóficos en la estética de Wölfflin. Revista de Filosofía, C.S.I.C. 1944.
Segundo argumento cartesiano de la existencia de Dios, R. d. F. 1945.
La teoría del ser vivo en Platón. R. d. F. 1950.
El sentido de la historiografía filosófica. R. d. F. 1951.
Ser ideal y ente de razón. R. d. F. 1953.
Sobre la claridad en Filosofía. Arbor, 1950.
La idea de la libertad en Jaspers. Arbor, 1951.
El conocimiento de la intimidad en Jaspers. R. de la Univ. de Madrid, 1952.
Los límites de la educación en K. Jaspers. R. E. de Pedagogía.

Desde hace tiempo, trabaja en dos grandes estudios puramente académicos.

Teoría del objeto puro. Un estudio metafísico del concepto de objeto como introducción a la fundamentación de la ontología, aunque teniendo en cuenta que toda auténtica filosofía tiende a una realidad en la que se dé la superación de la dualidad sujeto-objeto.

Las formas del logicismo. Un estudio sobre las aporias a la intuición metafísica del ser. En este estudio se reelabora un voluminoso trabajo, inédito desde hace varios años, sobre la Noción de materia en los presocráticos. [139]

Traducciones y crítica

Actualmente el profesor de Filosofía Española de la Universidad de Toulouse, Alain Guy, discípulo de J. Chevalier, prepara una selección y traducción al francés de diferentes fragmentos de su obra, en un estudio que hace sobre la filosofía española actual.

Entre los trabajos críticos consagrados a sus obras, destacan los del P. Ceñal, S. J. y el P. Roig Gironella, S. J. en la Revista Pensamiento.

Una visita

Un día en Alcalá de los Gazules, patria de Millán Puelles y además del «Tempranillo», un santero, como se llama en Andalucía a los que cuidan los santuarios que hay en las afueras, le preguntó a nuestro filósofo:

—Usted, ¿qué estudia?
—Filosofía.
—Bueno, ¿pero qué es lo que hacen ustedes?– inquirió con curiosidad el santero. Millán sin saber qué responder, no se le ocurrió para salir del paso, otra cosa que decirle:
—Hacemos filosofía. El santero, que seguía sin entender nada, presagiando algo muy importante en las vacilaciones del filósofo, volvió a la carga:
—Pero ¿qué es lo que hacen con los demás?
—Mire usted, contestó el filósofo haciendo un gran esfuerzo. Nosotros enseñamos a los demás unas cosas que ellos aprenden y luego enseñan a otros, que a su vez...

Aquí el santero pareció entender de una vez el misterio e interrumpiendo la perorata dijo esta frase, una de las más profundas que seguramente se habrá dicho a un filósofo:

—¡Total, que eso es una cosa que se queda entre ustedes!

La filosofía, para Antonio Millán, no es un sistema de reactivos literarios, ni tampoco su función consiste en provocar «trascendentales estremecimientos». Asombra la precisión, la claridad y la normalidad con que se deslizan sus palabras, como en silencio de toda interna trepidación. Una mirada casi indiferente, distraída, se adhiere a su objeto y lo penetra sin pugna aparente. Estos hombres, después que se les pulsa su facultad sensible, asombran por la espontánea tendencia que despliegan en la caza de las ideas.

En su figura, más que unos ojos que ocultan su mirada detrás de unos cristales, más que su frente hundida, y más aún que su [140] calma típicamente andaluza, donde el meollo inquisitivo de su ascendencia nórdica quiebra la placidez de una dejadez misteriosamente telúrica, hay algo que resalta sobre el resto: la claridad meridiana de su palabra que sintoniza de modo impecable con el gesto de unas manos finas, yo diría arábigas, y, más aún, diría, que tienen la expresividad de los bailarines de su tierra. Lo que no es extraño, porque, con razón, se ha dicho, que si el alma encierra todas las formas de las cosas espirituales, del mismo modo, la mano encierra las corporales. Aristóteles sabía de estas cosas y también los egipcios que grabaron formas de mano sobre las tumbas de sus faraones.

—¿Por qué se dedica usted a la filosofía, Sr. Millán?

La pregunta coge de sorpresa al filósofo pero la respuesta no se hace esperar:

—Se puede contestar por qué no se tiene fe. Pero contestar por qué se tiene es casi incontestable.

—¿Ha habido alguna gran evolución en su biografía intelectual?

—Como resumen de mi autobiografía intelectual se puede hablar de un tránsito de la fenomenología husserliana a la filosofía del ser.

—¿Qué clase de filosofía del ser?

—Yo me muevo dentro de la gran tradición aristotélica. Las muchas críticas que se hacen a Aristóteles, los estudios analíticos de sus obras, la mayoría de las veces, no hacen sino reforzar su postura. Aristóteles es una especie de institución filosófica. El único filósofo que realmente ha creado una escuela. Pero, para mí, esto no significa una actitud ahistórica y cerrada, sino que lleva aparejado el estar alerta a la vitalidad del pensamiento metafísico en su renovación actual. De aquí mi simpatía intelectual por la labor auténticamente seria y rigurosa de X. Zubiri que ha sabido eludir las ostentaciones de los extremismos fáciles.

Aquí nuestro filósofo parece querer explayarse y aprovechamos la ocasión para preguntarle:

—¿Puede decirnos algo sobre la filosofía actual española?

No le ha gustado mucho la pregunta a Millán que huye de los ruidos y de los personalismos. Lo notamos en su rostro.

—El desarrollo de la filosofía en España, contesta, gravita sobre un gran vacío. En España se ha roto la tradición filosófica. Al intentar hacerse en nuestra patria una nueva filosofía, casi siempre se ha hecho desde fuera. Es decir, bajo las presiones del positivismo culturalista.

—¿Cuáles son para usted los últimos eslabones de la tradición filosófica española? [141]

—Yo los veo en dos grandes figuras desigualmente desconocidas. Juan de Santo Tomás y Francisco Araujo, un dominico de la escolástica tardía de nuestro siglo de oro. Es una lástima que no haya encontrado aún a su Maritain que lo divulgue.

Pero el interlocutor es demasiado curioso, personalista y demasiado actual y vuelve a las andadas:

—Háblenos de algunas figuras de la filosofía española actual.

—Yo destaco al Padre Ramírez, por supuesto, más conocido fuera que dentro, de España.

—¿Qué obra prefiere usted entre las suyas?

De hominis beatitudine.

Y aquí termina nuestra visita. Hay algo seráfico en la mente de nuestro filósofo. También por la filosofía se va a la beatitud. El tiempo ha transcurrido mucho más aprisa de lo que esperábamos. Se ha hecho ya tarde. Acaba de entrar la mamá con los dos hijos que le dan las buenas noches al padre, y nosotros dejamos a Millán Puelles en su sillón, escribiendo el segundo tomo de sus Fundamentos de la Filosofía, ahogado entre tantos papeles que, a este filósofo que tanto habla de la historicidad y del tiempo le impiden, por paradoja de la vida, ser puntual en las citas. Pero hay una cita a la que Antonio Millán Puelles asistirá puntualmente. Es aquélla que el porvenir le tiene reservado en la historia de la Filosofía española.

Esplandián


Un fragmento inédito
Logicismo platónico y la intuición metafísica del ser

Por extraño que pueda parecer, la doctrina platónica de las ideas debe ser definida como una metafísica que no es ontología.

Tampoco quiere ser ontología la «crítica» kantiana y, sin embargo, se nos presenta como una «metafísica inmanente». La distinción entre la ontología y la metafísica se fundamenta sobre la propia etimología de los términos. De un modo precisivo, lo metafísico es aquello cuya naturaleza es metempírica, esto es, ultrasensible. En cambio, lo ontológico dice una relación al ser, la ontología de Aristóteles, es una ontología metafísica por haber advertido que el ser –incluso el mismo ser que anida en lo sensible– es algo, ultransensible.

En rigor, no existe ontología que no sea metafísica. El ser es metafísico. Pero puede existir una metafísica que no sea ontológica. Esto acontece siempre que ignorado o perdido el sentido del ser, nuestro logos se esfuerza por teorizar sobre lo ultrasensible. Tal acontece en Platón. [142]

La teoría platónica de las ideas ha sido aquí estudiada como una «ontología del eidos» que es a la vez «un eidetismo del ser». Sin duda alguna, la metafísica de Platón ontifica la idea. Pero ello lo hace justamente en la misma medida en que eidetiza el ser. Aquella ontificación, queda, pues, compensada con este eidetismo. Eidos y ser vienen a traducirse mutuamente.

La concesión del ser a las ideas en la medida en que éstas trascienden lo sensible, constituye el valor metafísico de la teoría platónica del eidos. Pero la reducción del ser a forma incapacita a esta misma doctrina para lograr un sentido ontológico. He ahí, pues, de qué manera no es ontología la metafísica platónica de las ideas. El empleo del término «ontología del eidos» no contradice esta conclusión si se tiene presente que su función es deliberadamente equívoca, esto es, analógica, y que tiene el objeto de sugerir y preparar su mismo reverso: el eidetismo del ser.

En la teoría platónica de las ideas vienen a integración dos logicismos de signo inverso. Un primer logicismo confiere el ser a las ideas revestidas de sus puras condiciones de razón. Las formas universales, precisamente en cuanto universales, y en aquella unidad positiva que únicamente les conviene en nuestro logos, son afirmadas como existentes en la naturaleza de las cosas; en suma: las formas puras son declaradas seres. Un segundo logicismo reduce, en compensación, el ser a forma.

Para obtener la esencia unitaria de estos dos logicismos recíprocos conviene reparar en algo que ya se hizo advertir en la primera parte de este trabajo. La metafísica platónica no se limita a afirmar la realidad de las formas puras. Para Platón son éstas y sólo éstas la verdadera realidad. Las formas puras son, para Platón, la realidad exclusiva. De esta suerte, mutatis mutandis, nada mejor resumiría el sentido del doble logicismo de Platón que el lema hegeliano: «todo lo ideal es real, todo lo real es ideal».

No obstante, el logicismo hegeliano, que es un panlogismo, se desarrolla en el plano de la tercera operación de la mente, en tanto el de Platón debe ser encuadrado en el ámbito de la simple aprehensión. La idealidad de Hegel es discursividad.

El ser es, para Hegel, su mismo discurrir, su inacabable hacer en un perenne flujo o autoderivación íntegramente racional. La simple aprehensión no es aquí suficiente para abarcar el ser, porque la idea del ser es ella misma, constitutivamente, ratio.

La idea del ser es, para Hegel, verdaderamente «ideal» (esto es, escapa al mismo absurdo que la lleva a igualarla con la nada) y así, es también verdaderamente real, en la medida en que es, radicalmente, dialéctica. El ser salva el absurdo, sobrenada a la [143] nada, huyendo de sí mismo, peregrinando indefinidamente hacia sí propio. El ser es «non nihil», «aliquid» porque es siempre «aliud quid» .

También en Hegel hay un infinitismo del ser. De puro racional el ser deviene lógico. Algo análogo a lo que arriba se vio que acontecía con la idea platónica del ser. La diferencia está en que el infinitismo hegeliano del ser es una derivación infinita, en tanto que el infinitismo platónico es una infinita definición.

Tanto el infinitismo hegeliano como el platónico se fundamentan últimamente sobre una intuición puramente eidética del ser {(1) El infinitismo hegeliano parte de concebir el ser como una forma o quid indeterminado, cuya contradicción sólo se salva dialécticamente haciendo de él el recorrido inacabable de todas las determinaciones. El ser es una forma, a condición de no ser ninguna, o, lo que vale igual, siendo siempre «otra forma»}. Nada tiene de extraño, que el ser mismo se escape indefinidamente en ellos, cuando se empieza por no tener del ser una intuición apropiada.

Lo extraño sería lo contrario. De ahí que ese infinitismo tenga un valor profundamente instructivo. La perenne enseñanza del logicismo platónico y hegeliano consiste, así, en obligarnos a una depuración de nuestro logos, cuya primera etapa deberá ser precisamente la consideración del ser como algo primario y radical.

Esta depuración no ha de hacer otra cosa que reflejar la misma naturaleza de nuestro logos. El intelecto humano debe tomar conciencia de sí mismo, como un logos eidetikos al cual conviene una «intuición syneidética del ser». Nuestro intelecto no puede aprehender al ser de una manera estrictamente supra-formal. Su intuición adecuada es la intuición del ente. Pero esto no significa sólo que no alcancemos el ser en su pura línea sino que también de una cierta forma, lo alcanzamos: a saber, investido en una forma, como algo a la vez compuesto y opuesto a ella.

Lo que aquí se ha denominado la «intuición syneidética del ser» es un concepto esencialmente diairético, negativo, Una intuición, sin duda alguna, mínima. Casi más bien una falta de intuición. Pero suficiente para que sea posible el logos y lo bastante para evitar el logicismo.

Platón hace del ser un eidos a condición de no acabar de hacerlo nunca. Hegel, por su parte, hace del ser un discurso sin conclusión. Ambos pierden el ser por instalarlo en un dominio puramente formal, esto es, por haber despreciado u olvidado [144] aquella mínima intuición del ser que hace posible el valor ontológico de nuestro logos.

La desnudez del ser sólo está abierta a los ojos de Dios. Pero una vislumbre de ella nos está concedida. El ente empaña nuestra visión del ser, pero a través de aquél, un rayo de luz supraesencial se infiltra en nuestro logos. Gracias a esta excepción, el ser se nos revela como una superforma.

 


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Antonio Millán Puelles
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