Punta Europa
Madrid, septiembre 1956
número 9
páginas 5-8

Editorial

Examen de conciencia

Aunque pueda parecer prematuro en una revista que aún no ha cumplido su primer año de vida pública, queremos hacer una breve recapitulación de propósitos. La verdad es que necesitamos, de vez en cuando, hacer altos en el camino y justificarnos, especialmente ante los que siguen con atención nuestra labor tan poco espectacular.

Mes a mes vamos planteando en la páginas de Punta Europa preocupaciones que, en lo hondo, forman parte de la trama diaria de nuestra vida. Quisiéramos que nuestros planteamientos, que unos estiman demasiado abiertos y otros demasiado cerrados, unos excesivamente substanciales y otros descaradamente polémicos, &c., se perfeccionasen más y más, se extendiesen a otros temas para los cuales no encontramos siempre el técnico competente, el arrojo necesario, la ocasión expedita...

No ha sido tarea fácil poner en marcha estos nueve números, incluidos los dobles de verano. El lector que recibe en sus manos la Revista confeccionada está lejos de sospechar las dificultades que ha tenido que superar. Ni siquiera todos los que colaboramos en la Revista estamos siempre conformes con sus planteamientos. En lo que sí estamos todos conformes es en la necesidad de sacar estos temas a la plataforma de una confrontación honesta.

Si todos pensásemos que el hecho de existir ya es suficiente razón para sobrevivir, no habría posibilidad de mejora, ni siquiera de la misma vida que implica un nacer, pero también un morir, un evitar los escollos y un abrir nuevos caminos. Pero si nos examinamos interiormente y procuramos que las actitudes previas que condicionan nuestro pensar, queden, de momento, en suspenso para someter nuestro edificio intelectual a una cava profunda, y tenemos el valor de podar lo que va perdiendo energía [6] funcional, seremos capaces de abrir sin miedo los conductos de lo auténtico y podremos luego poner nuestra capacidad de entusiasmo al servicio de lo que hemos reconocido como digno de apoyo.

No queremos olvidar nunca lo esencial, que no es fácil de captar, ni pretender llenar su hueco con lo adjetivo, o caer en el desorden de poner en el centro de nuestro universo lo que ocupa una posición meramente periférica. Es el desorden, vamos a decirlo con una sola palabra, de la beatería.

Como ejemplo de este desorden, tenemos en la vida espiritual la beatería de aquellos que ven a la Iglesia no como el Cuerpo Místico de Cristo al que pertenecemos por la misericordia divina, sino como capilla o grupo exclusivo en el que los beatos se erigen en cuerpo de definidores capaces de sustituir al auténtico magisterio de la Jerarquía.

Esta tendencia a subvertir el orden en la vida espiritual, donde sin advertirlo se sustituye la honra de Dios por la honra del grupo, también se manifiesta en otros órdenes de la vida. Examinad y ved si no hay una beatería de la Tradición, una beatería de la Revolución, una beatería de la Libertad, una beatería del Progreso, una beatería de lo Social, en fin de cuentas, una beatería de todo aquello que se invoca sin saber a ciencia cierta de qué se, está hablando, de todo aquello sobre lo que opinamos sin más título que un puesto circunstancialmente ocupado.

Hay, sobre todo, una beatería de la que queremos huir, y que se caracteriza por una hipertrofia producto del miedo al mañana y a los demás, y por su reacción de tendencia monopolística y exclusivista. Postura defensiva al amparo de unas alambradas de conveniencias y convencionalismos que por sí solas no pueden detener la marcha de los acontecimientos. Beatería tanto más ridícula cuanto más alardea, entre bambalinas de palabras y artificios, de gesto exacto, austero y preocupado.

No sabemos hasta qué punto nos libramos en Punta Europa de este desorden, cuya raíz llevamos dentro todos. Sí sabemos de nuestro propósito de no querer caer en la beatería. Moviéndonos entre el Caribdis del conformismo sin raíces ni perfiles y el Escila del tremendismo iconoclasta, puritano y sin [7] comprensión, alguna vez parecerá que faltamos al respeto de algún santón. Rogamos que no se nos juzgue a la ligera porque nuestro propósito no es derribar.

Queremos contribuir, no a un barullo de papeles viejos y de ideas improvisadas o a medio hacer, sino a un orden alegre, optimista, con voluntad de mediodía. Y esto sin alborotar, que hay enfermos y personas que sufren a nuestro lado; pero a quienes nuestro optimismo les es necesario. Un optimismo reflexivo y resuelto que ni se deja impresionar por las caras largas, por los gestos pedantes, ni por lo que no se puede evitar.

Nos molesta que nos pontifiquen quienes por una situación circunstancial pueden hablar más alto que nosotros. También nos molesta pontificar y poner en ridículo la trama de nuestra vida con sus temas elementales, sencillos, profundos, que por más que los silenciemos o los agitemos ahí siguen como una exigencia vital insoslayable.

Vamos a seguir, pues, nuestro curso sin pontificar, pero con criterio, con una Comunión de propósitos e ideas básicas, sin la cual no hay posibilidad de perseverancia en el esfuerzo común. La rutina, el cajón de sastre, el porque sí no son razones suficientes para ocupar un puesto en la vida.

Por este motivo nos ha parecido oportuno recoger no sólo como título de este editorial, el título del libro recién publicado ¿Examen de conciencia o «autocrítica»?, en el que recoge dos de sus pastorales sobre la renovación total de la vida cristiana el Ilustrísimo Sr. Obispo de Solsona, sino también queremos terminarlo con sus propias palabras:

«La tradición tiene una gran fuerza formativa y una eficacia excepcional en la vida de los pueblos cuando es una tradición viva. Pero es peligrosísima cuando es una tradición estancada; una tradición que va perdiendo poco a poco su contenido.

La tradición nos habla del pasado, nos viene del pasado. Pero no es en sí misma una cosa del pasado, una cosa que pertenece a la historia. No es una joya que nosotros hemos recibido de nuestros mayores y que hemos de conservar bajo llave para evitar su pérdida. La tradición nunca está completa. Es cosa que se va haciendo continuamente. Como el negocio o la finca que [8] nos legaron nuestros mayores y que nosotros hemos de continuar cultivando para que siga produciendo.

Nosotros hemos de incorporar la tradición a nuestra vida. La hemos de asimilar. La hemos de enriquecer con nuestra propia vitalidad. Y cuando la tradición no se asimila ni se incorpora a la vida, se convierte en un peso muerto que nos abruma y nos vence.

Quizá no haya nada peor para un pueblo que una tradición gloriosa que no se sabe continuar y renovar.

Hace mucho tiempo que estamos gastando las reservas. No hemos renovado nada y nos encontramos ahora abocados a la ruina. Como los herederos de casas grandes que no han cuidado de renovar la casa señorial ni de cultivar los bienes heredados hasta que se dan cuenta de que la casa está llena de grietas y amenaza ruina y que los bienes se han hecho improductivos.

Una tradición no vivida se convierte pronto en pura fórmula. En unas apariencias sin realidad ni contenido. Con un agravante. Somos hijos de casa noble por nuestra estirpe. Y queremos hacer valer ese derecho aunque hagamos obras de villanos. Somos católicos porque el catolicismo es consubstancial a nuestro pueblo. Y queremos llamarnos y que nos tengan por los mejores católicos del mundo aunque socialmente vivamos en pecado».

 


www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2003 www.filosofia.org
Punta Europa 1950-1959
Hemeroteca