Revista Cubana de Filosofía
La Habana, enero-diciembre de 1948
Vol. 1, número 3
páginas 12-19

Máximo Castro Turbiano

¿Hay algo de vigente en el kantismo?

 
Importancia histórica del kantismo

Hay un momento decisivo en la vida de todo estudioso de la filosofía que se produce cuando llega a percibir netamente que la piedra angular, el centro de gravedad, el cimiento inconmovible de todo el pensamiento filosófico moderno se encuentra en Kant. Advierte entonces que todo el que no haya penetrado en la doctrina del austero y glorioso fundador del criticismo es un espíritu rezagado, anacrónico, que vive fuera de la corriente espiritual del mundo nuevo. Se le hace evidente que la «Crítica de la Razón Pura» es el texto introductorio ineludible de toda filosofía que aspire a ser profunda y genuina, y que, ya sea para superar, desarrollar o refutar los conceptos fundamentales de cualquier sistema filosófico, no se puede prescindir del pensamiento kantiano. Kant llegará a ser para él la puerta de entrada de un mundo de ideas maravilloso y original, un observatorio desde el cual todas las cosas adquieren una nueva perspectiva y un sentido inédito.

Pero al mismo tiempo advertirá que Kant es un filósofo para iniciados, un pensador destinado a disfrutar de inmortal celebridad, pero condenado también a una eterna impopularidad. Se le hará evidente en este punto que la comprensión o incomprensión del kantismo (de ningún modo su aceptación o rechazo) establece la línea limítrofe entre el pensamiento filosófico y el profano, y notará, no sin cierta tristeza, que el punto de vista kantiano no ha penetrado en la mente del gran público, cuyo pensamiento sigue siendo antiguo, y, por tanto, anacrónico, desde el punto de vista del más elevado saber.

Por último, estará lejos de creer que la filosofía de Kant es algo final, completo, definitivo. Por el contrario, el estudio de las corrientes contemporáneas del pensamiento le permitirán comprender que el kantismo es sólo una fase transitoria en la historia intelectual de la humanidad, pero estará igualmente convencido de que así como el superhombre si alguna vez llega a producirse procederá de las entrañas del hombre, la filosofía del porvenir brotará del seno del kantismo.

¿Por qué esto es así? ¿Por qué habrá de ser Kant el foco inevitable del pensamiento filosófico moderno? Pasemos a explicarlo.

La historia de las ideas conoce dos tipos de épocas intelectuales: las revolucionarias y las evolutivas. Las épocas revolucionarias derriban los monumentos del pasado y sobre nuevas bases construyen un mundo abigarrado e imponente, pero sin una estructura orgánica y acabada. Las épocas evolutivas que suceden a las revoluciones ordenan sistemáticamente las ideas heterogéneas de la etapa anterior dándoles unidad y armonía. El Renacimiento fue una época revolucionaria en la que el pensamiento demolió con el ariete de la crítica la arquitectura monumental de la cultura de la Edad Media, dando paso entre sus escombros a un nuevo ejército de ideas que en confuso tropel invadieron el escenario de Europa. En el hervor de esta revolución el Viejo Mundo vio nacer y desarrollarse tres creaciones intelectuales que, incoherentes entre sí, pugnaban por prevalecer. Ellas eran la metafísica racionalista de Descartes, Spinoza y Leibniz; la ciencia físico-matemática instaurada por Galileo que alcanzó madurez y perfección con Newton tras una serie de victorias inolvidables; y, por último, la filosofía empírica inglesa iniciada por Locke, desarrollada por Berkeley y llevada a su culminación por Hume

Kant, que se encuentra en el centro de la época evolutiva que sucedió al Renacimiento, y cuya mente es como un océano en el que confluyen y desaguan los estrepitosos ríos del pensamiento renacentista, estudió profundamente estas tres manifestaciones del genio humano, y pronto advirtió que eran incompatibles. Tras muchos años de profunda meditación encontró la clave que le permitió sintetizar en un sistema acabado la parte de verdad que a cada una de estas corrientes pertenecía, eliminando sus factores incongruentes y erróneos. Para ello se vio precisado a cambiar completamente el punto de vista metódico de la investigación filosófica.

Desde entonces la obra de Kant adquirió el carácter de meridiano del moderno pensamiento occidental; en ella se unificaron todas las ideas valiosas surgidas desde el Renacimiento dentro de una arquitectura intelectual de impecable coherencia.

Pero ya en las postrimerías del siglo XIX y en los cuarenta y seis años de esta centuria se han producido en todos los campos del saber poderosas revoluciones que han conmovido en sus cimientos a la Ciencia, al Arte, a la Filosofía, en una palabra, a todo el sistema de la cultura moderna. Como en el Renacimiento, nos encontramos en el centro de una época revolucionaria. El advenimiento de las geometrías no-euclideanas en el campo de las matemáticas; la teoría de la relatividad y la de los cuantos en el terreno de la física; la teoría gestaltista en psicología y en otras disciplinas; la aparición del historicismo en la extensa esfera de las ciencias culturales, representan una revolución completa en los dominios de la ciencia cuyos postulados básicos habían servido a Kant de punto de partida para su filosofía. Esta revolución científica se complementa con la revolución filosófica iniciada por Husserl, la cual ha abierto imprevistas perspectivas al pensamiento. Por último, [13] para evidenciar que el carácter revolucionario de nuestra época no se limita al mundo intelectual, sino que penetra en todos los estratos de la vida humana, tenemos el hecho de la revolución rusa, donde por primera vez en el mundo moderno una gran nación abandona sistemáticamente la sociedad capitalista y ensaya en gran escala nuevas formas de organización económica y social.

Ocurre, pues, inevitablemente, la siguiente pregunta: ¿Hasta qué punto puede sobrevivir el kantismo a la tormenta revolucionaria del mundo contemporáneo? Para buscar una respuesta se hace necesario ante todo exponer esquemáticamente las ideas capitales del kantismo mostrando cómo tienen su raíz en la ciencia y la filosofía de su época.

Ideas capitales del kantismo

Kant fue educado en la metafísica wolffiana que encerraba un intento de sistematización del pensamiento filosófico de Leibniz. Por otra parte, tanto su madre que era una pietista convencida como su primer preceptor, Schulze, que era un temperamento profundamente religioso, lo impregnaron de religiosidad desde su infancia. Así, en el inicio de su vida intelectual, nos aparece Kant como un discípulo del pensamiento metafísico continental; pero leyó muy pronto a Hume, y éste, según propia confesión, lo sacó de su sueño dogmático. Como la filosofía de Hume encerraba el intento de refutación de la metafísica más poderoso que se ha producido, debemos imaginarnos la profunda conmoción sufrida por el pensador de Koenigsberg al enfrentarse con los argumentos del insigne escocés, argumentos cuya fuerza no pudo dejar de advertir en lo mínimo. Pero por otra parte la física de Newton, que Kant estudió a fondo y comprendió en todo su alcance, tampoco se amoldaba ni al empirismo de Hume ni a la metafísica continental. ¿Cómo podría armonizarse todo esto?

La idea clave para la construcción de su filosofía la halló Kant al invertir el punto de vista habitual en la investigación filosófica. En vez de centralizar el foco de la atención sobre los objetos del universo externo, lo hizo girar hacia dentro, dirigiéndose al sujeto, es decir, al mecanismo de la inteligencia.

Descubrió en el curso de sus meditaciones que si la matemática y la física eran ciencias de validez necesaria y universal, debían contener elementos a priori, ya que de la experiencia pura, como le había enseñado Hume, no se podía derivar un saber necesario y universalmente válido. Pero, por otra parte, ante los fracasos de los sistemas metafísicos y la aparente plausibilidad de doctrinas contradictorias concibió la idea de que la jurisdicción del saber universalmente válido y necesario se circunscribía a la esfera del mundo empírico, y que el intelecto no tenía jurisdicción más allá de sus límites. Había encontrado el objeto fundamental de la filosofía. La filosofía debía ser en lo adelante una investigación escrupulosa y crítica de las facultades cognoscitivas del hombre que permitiese determinar estrictamente sus fronteras y acotar el área dentro de la cual el pensamiento pudiese ejercer con pleno dominio sus poderes cognoscentes.

La escuela inglesa de filosofía también había hecho a su manera teoría del conocimiento. Locke, Berkeley y Hume habían estudiado el mecanismo de la inteligencia. Los mismos títulos de las obras que escribieron lo demuestran tanto como su contenido. Pero se habían limitado a estudiar psicológicamente el conocimiento sin preocuparse de su aspecto lógico. Kant, partiendo del hecho inconcuso de la existencia de un saber universalmente válido del que eran ejemplos la geometría de Euclides y la física de Newton se planteó el problema de explicar la validez del conocimiento. Este problema puede reducirse a la pregunta ¿cómo es posible el conocimiento científico?, la cual es en esencia equivalente a la siguiente: ¿en qué consiste la validez del conocimiento científico, conocimiento que de hecho ha sido construido por el hombre?

La solución kantiana se funda en localizar en el sujeto la fuente de la validez del conocimiento. En todo saber científico necesario y universalmente válido halló dos factores: una materia procedente de los objetos y las formas de la sensibilidad o categorías del entendimiento derivadas del sujeto. Los factores a priori (que en todos los casos provienen del sujeto cognoscente) son los que dan al saber científico su necesidad y validez universal. El análisis de las funciones cognoscitivas reveló a Kant la existencia de tres planos en el sujeto. El plano sensible, el del entendimiento y el de la razón. En el plano sensible, la sensación procedente del exterior es envuelta por las formas a priori de la sensibilidad dentro de las cuadrículas ordenadoras del espacio y del tiempo. Espacio y tiempo no proceden del mundo exterior, del no-yo, sino que son incorporados al dato por el sujeto, originándose de esta unión la experiencia sensible. Aquí se advierte la diferencia profunda entre el análisis epistemológico de Kant y el de Hume. Mientras Hume descompone el mundo de la percepción en sus elementos, que denomina impresiones y constituyen para él un dato primario, Kant considera el mundo de la percepción como meramente fenomenal, constituido por factores que se mezclan y enlazan bajo el umbral de la conciencia empírica. De este proceso no tenemos conocimiento inmediato y directo. Sólo por el análisis de la experiencia y aplicando determinados criterios epistemológicos llegamos a distinguir los elementos que proceden del sujeto y los que provienen del objeto en sí.

Para comprender en este punto el pensamiento de Kant es preciso atender al hecho de que para él, existe desde el primer momento una dualidad de objetos y de sujetos. [14] Hay un universo de objetos que está allende la experiencia y nos es absolutamente desconocido en su ser. A este universo lo llama Kant el mundo noumenal o de las cosas en sí. Pero también el sujeto en su ser íntimo se encuentra allende la experiencia y nos es igualmente incognoscible. A este sujeto incognoscible lo llama Kant el sujeto trascendental. Tanto el mundo exterior como el sujeto que nos son conocidos empíricamente, tienen un carácter fenomenal, pues sólo nos son conocidos a través de las funciones cognoscitivas del sujeto que transforman completamente tanto al sujeto en sí como a los objetos en sí, revistiéndolos con el ropaje de las formas y las categorías.

Para expresar en otro lenguaje las ideas de Kant diremos que para este pensador existen objetos y sujetos ontológicos y objetos y sujetos gnoseológicos. Los objetos y sujetos ontológicos nos son completamente desconocidos en su ser, sólo sabemos de su existencia mediante el análisis del fenómeno del conocimiento. El yo que conocemos y el mundo de objetos que percibimos, constituyen un mundo y un sujeto gnoseológicos cuyo carácter es completamente fenomenal.

Los neófitos en filosofía suelen encontrar en este punto una gran dificultad en comprender la filosofía kantiana. Puesto que perciben los objetos en el espacio y en el tiempo, suponen que tanto las cosas como el espacio y el tiempo son algo que nos es inmediatamente conocido como real e independiente de nosotros. Les parece inconcebible que el espacio que perciben y en el cual están ubicados los astros, la tierra, los árboles y los hombres no sea algo que existe de suyo con absoluta independencia del sujeto que sólo se limita a percibirlo. Pero la teoría de que el espacio y el tiempo aunque aparezcan en la experiencia como externos e independientes del sujeto, tienen su origen en éste y son meras formas de la sensibilidad, carentes de existencia ontológica, es básica en la filosofía kantiana, y si no nos formamos una idea clara de lo que esto significa nos es imposible penetrar en la esencia de esta filosofía. Si se niega la idealidad del espacio y del tiempo se niega también por implicación una gran parte de la filosofía kantiana que se edifica como una pirámide sobre este supuesto. Para ella, si el espacio y el tiempo aparecen como externos en la experiencia se debe a que ésta no es algo primitivo y ontológico, sino que está formada por factores que la trascienden. Así como el agua se forma con elementos (oxígeno e hidrógeno) que no son perceptibles en ella, así el mundo empírico procede de elementos transempíricos que nos son totalmente desconocidos. Sólo que el agua puede ser descompuesta en sus elementos y éstos hacerse constatables empíricamente, al paso que los ingredientes de la experiencia no pueden ser constatados por existir en un reino anterior a la misma. Este reino es el de las cosas en sí cuya existencia se descubre por el análisis de la experiencia, pero cuya naturaleza nos es inaccesible.

Utilizando otro lenguaje diremos que el sujeto proyecta la espacialidad y la temporalidad, y que a consecuencia de esta proyección le aparecen como externos. El sujeto es así una especie de faro del que emana una luz que todo lo ilumina, la cual, aunque parezca existir con independencia del foco que la proyecta, sólo existe en función de éste. Esta metáfora ilustrativa es, sin embargo, inexacta, pues la luz física una vez que brota de su fuente continua existiendo aunque el foco que la proyecta deje de emitirla, mientras que la proyección espacio-temporal desaparece si se paralizan las funciones cognoscitivas del sujeto.

Ya en este punto tocamos simultáneamente los conceptos en que Kant concuerda y discrepa con Hume y con la física de Newton. Hume le enseñó a Kant que todo lo que procediera de la pura experiencia sensible carecía de universalidad y necesidad, pero como la universalidad y necesidad eran a su juicio evidentes en el conocimiento físico y matemático, dedujo Kant con admirable lógica que aquéllas procedían de una fuente no empírica que localizó en el sujeto cognoscente. En cuanto a la física de Newton, Kant acepta su universalidad y necesidad, pero le da a este conocimiento un carácter fenomenal al paso que Newton consideraba el espacio y el tiempo como realidades ontológicas absolutas.

Esta parte de la filosofía de Kant que trata del conocimiento sensible la denomina Estética Trascendental. De lo anteriormente expuesto se desprende que a juicio de Kant, todo lo que hay de contingente en el conocimiento procede de los objetos en sí, al paso que lo universal y necesario (a priori) tiene su fuente en el sujeto.

Tanto esta parte como el resto de la filosofía kantiana ofrece especiales dificultades para los profanos, y aun los escritores familiarizados con la temática filosófica la han interpretado de diversos modos. Poderosos motivos psicológicos y arraigados hábitos mentales interponen las mayores dificultades para la plena intelección de esta doctrina. El hombre es instintivamente realista. A menos que haya adquirido adiestramiento en la reflexión filosófica tiende a considerar el mundo de los objetos empíricos como existiendo con absoluta independencia del sujeto. Cualquier duda sobre este asunto la interpreta como síntoma de enajenación mental. Así piensan el salvaje y el civilizado, el niño y el adulto, el ignorante y el instruido, a menos que hayan adquirido instrucción filosófica o superen por propia reflexión el realismo congénito al pensamiento ingenuo. Esto explica la popularidad de todas las filosofías naturalistas y realistas y la impopularidad de las que tienen una base idealista o gnoseológica. Los temas filosóficos como los de Berkeley o Kant [15] que invierten el punto de vista del sentido común sólo son accesibles tras largo aprendizaje mediante gradual adaptación intelectual a sus puntos de vista metódicos. Cuando Copérnico dio a conocer su sistema astronómico levantó una verdadera ola de repulsión, debido a que conforme a las apariencias parecía absolutamente evidente que el sol giraba alrededor de la tierra. Una doctrina que invertía ese punto de vista tenía necesariamente que aparecer descabellada. Una cosa semejante les sucede a las filosofías cuyo centro es el sujeto, pues chocan contra los más firmes hábitos mentales de la especie humana. Pero a medida que nos familiarizamos con estas doctrinas mediante la formación de nuevos hábitos mentales, no sólo dejan de parecer absurdas, sino que entonces el verdadero problema consiste en encontrar fundamento a la existencia de un mundo objetivo independiente del sujeto.

Uno de los más curiosos fenómenos del pensamiento filosófico es el de que cuando partimos del sujeto nos resulta extremadamente difícil independizar al objeto de aquél. Del mismo modo, cuando partimos de la suposición de la existencia de un universo objetivo como algo originalmente dado, nos es igualmente difícil llegar al sujeto como entidad independiente del objeto. En ambos casos para ir de uno a otro necesitamos dar un salto en el abismo y romper la continuidad del pensamiento lógico. De ahí que el materialismo resulta la única doctrina consecuente cuando se parte del mundo material, y el idealismo el resultado lógico de toda investigación que arranque del sujeto. La filosofía de Kant es tal vez la más grandiosa tentativa para establecer una concepción dualista, aunque es dudoso que no haya una ruptura en la cadena de sus razonamientos. Pero no es ésta la ocasión para discutir este punto.

Pasando de la sensibilidad al entendimiento, encontramos un nuevo grupo de factores a priori: las categorías.

Las categorías son, según Kant, funciones lógicas, esquemas ordenadores que la inteligencia impone al material empírico transformándolo en el mundo lógico del conocimiento. Estas categorías, en número de doce, tienen una validez incondicional para el mundo de la experiencia, pero carecen en absoluto de eficacia más allá de sus límites. Así las categorías tienden sobre el mundo empírico la red lógica de la inteligencia construyendo un mundo comprensivo. Pero este mundo comprensivo sólo es real fenoménicamente, sólo tiene valor para nosotros hombres; es un mundo gnoseológico bajo cuya corteza como un río desconocido y subterráneo corre el mundo ontológico inespacial, intemporal e inaccesible a nuestra inteligencia. Sin embargo, este mundo ontológico sirve de base ineludible al mundo gnoseológico (fenoménico), y los intentos posteriores de las escuelas neo-kantianas dirigidos a la eliminación de la cosa en sí desnaturalizan el kantismo. La filosofía de Kant tiene su raíz última en la dualidad entre el mundo de los fenómenos y el de los nóumenos y al destruir este último o considerarlo inexistente convertimos al mundo fenomenal en noumenal, pues el mundo de la experiencia sólo es fenomenal por constituir una transfiguración ordenada y sistemática de una realidad ontológica inaccesible al conocimiento humano.

Puede pensarse que existe aquí, en la misma base del kantismo, una gigantesca contradicción. En efecto, Kant declara que el mundo de las cosas en sí nos es desconocido, y sin embargo afirma su existencia. Ahora bien ¿cómo podemos afirmar la existencia de algo sin conocerlo de algún modo?

La dificultad parece realmente insalvable si la afirmación kantiana de la incognoscibilidad de las cosas en sí se toma en un sentido literal y absoluto. No recuerdo que Kant se haya planteado y resuelto explícitamente esta dificultad. Sin embargo, puesto que Kant afirma tanto la existencia del mundo noumenal como su incognoscibilidad, es preciso entender, si se quiere eliminar de su doctrina toda incoherencia lógica, que la incognoscibilidad de las cosas en si debe entenderse con respecto a su ser, a su esencia, y no a su existencia. No hay duda que la afirmación de Kant que establece categóricamente la existencia de las cosas en sí reconoce implícitamente nuestra capacidad de conocerlas en este sentido.

Hecha esta aclaración, se desvanece la contradicción alegada, pues es perfectamente posible conocer la existencia de alguna cosa e ignorar al mismo tiempo como sea esta cosa.

Llegamos por último al tercer plano cognoscitivo del sujeto, a la razón, que funciona mediante ideas con las cuales trata de reducir a la unidad la pluralidad del universo sometido a las categorías. Las ideas, en su esfuerzo unificador, desbordan la experiencia y se producen las antimonias, contradicciones inescapables en las que caemos cuando intentamos aplicar a las cosas en sí lo que sólo es eficaz en el campo de la experiencia. Esta parte de la filosofía kantiana es tal vez la más impresionante, pero nos abstenemos de exponerla en forma desarrollada por no ser esencial a los fines de este trabajo.

Tales son en sustancia las capas o estratos que forman el núcleo de la filosofía kantiana. De estos conceptos fundamentales se deriva toda una teoría del conocimiento humano en general y del conocimiento científico en particular. El conocimiento matemático, por ejemplo, encuentra su fundamento en la intuición sensible, y Kant trata de demostrar, contra la opinión de Hume, que está formado por juicios sintéticos a priori.

La teoría de los juicios que Kant divide en analíticos y sintéticos es una de las partes más notables de su sistema. [16] Son juicios analíticos aquellos en que el predicado por estar contenido implícitamente en el sujeto es encontrado por la mera descomposición de éste en sus elementos constitutivos. Así, si el concepto que ejerce la función de sujeto contiene en sí mismo los caracteres a, b, c, d, cualquier juicio que afirme explícitamente que dicho sujeto es a, o b, o c, o d, es un juicio analítico. Kant cita como ejemplo el juicio «todos los cuerpos son extensos», ya que el predicado «extensos» pertenece necesariamente al sujeto. Cuando el predicado no está contenido en el sujeto, el juicio es sintético, pues en este caso, a los contenidos inherentes al sujeto agregamos un nuevo contenido que no estaba incluido en él y que no podríamos encontrar por la simple descomposición de éste en sus elementos. Volviendo al ejemplo citado con anterioridad, si el sujeto se compone de los elementos a, b, c, d, al afirmar de él el predicado r, hacemos un juicio sintético pues dicho predicado no estaba contenido en el sujeto, sino que lo agregamos mediante el acto del juicio. Kant cita como ejemplo el juicio «todos los cuerpos son pesados». Aunque este ejemplo es correcto y exacto, desde un punto de vista psicológico está mal escogido pues como la mayoría de las personas que no están familiarizadas con la física suponen que el peso es algo inherente a los cuerpos el ejemplo las confunde y no les permite percibir con toda claridad lo que distingue a los juicios sintéticos de los analíticos. Si en vez de este ejemplo se citase el juicio «el calor dilata los cuerpos» el carácter sintético del mismo resaltaría mucho más, pues por mucho que analicemos el concepto de cuerpo no hallaríamos en él, como nota esencial, la propiedad de dilatarse con el calor.

Pero no es precisamente en el hecho de dividir los juicios en analíticos y sintéticos donde reside la originalidad de Kant. Esta división se conocía antes de él. Su mérito consiste en haber descubierto los juicios sintéticos a priori, pues antes de Kant se creía que sólo los juicios analíticos eran a priori.

Si pensamos que las formas de la sensibilidad (espacio y tiempo) y las categorías (en número de doce) agregan al material empírico elementos no procedentes de éste, comprenderemos en qué reside la clave de los juicios sintéticos a priori.

Por ejemplo, en el conocimiento matemático el juicio «111 más 215 es igual a trescientos veinte y seis», es un juicio sintético a priori, pues de los conceptos de los números 111 y 215 y del concepto de adición expresado por la palabra más, no se deriva analíticamente el número que resulta de su suma. Para hallarlo es preciso recurrir a la intuición. Las formas de la sensibilidad proveen esta intuición, y como son a priori, estos juicios sintéticos tienen una validez universal y necesaria.

Conviene advertir de nuevo que para Kant la universalidad y la necesidad son los atributos distintivos de los juicios apriorísticos, ya que como hemos visto antes esta universalidad y necesidad no puede provenir del material empírico, sino de los factores que el sujeto incorpora a éste.

Igualmente sucede con los juicios de la física pura, donde entran en funcionamiento las categorías. Por ejemplo, el principio de causalidad es válido para todo el campo de los fenómenos de la experiencia, pues se basa en la categoría de la causalidad, forma ordenatriz que la inteligencia impone al material sensible que ya previamente había sido ordenado espacial y temporalmente por las formas de la sensibilidad. El principio de causalidad, según el cual todo cambio tiene necesariamente una causa, no puede derivarse de la experiencia como acertadamente había visto Hume. Pero en el conocimiento científico hay algo más que experiencia pura, es decir, hay algo más que el material procedente de una fuente externa. Hay en él un ordenamiento lógico que da al conjunto de la experiencia unidad, totalidad y coherencia, cuya fuente está en el entendimiento.

David Hume que se atenía a la experiencia pura, no veía en las conexiones de los fenómenos más que una sucesión y enlace contingentes, lo que lo condujo a un escepticismo que le impedía comprender la necesidad y la universalidad de las leyes y principios fundamentales de la ciencia. Analizando el fenómeno de la causalidad, Hume advirtió que ateniéndonos a la escrupulosa observación de los hechos, vemos cómo un fenómeno sucede a otro con una regularidad fundada sólo en la experiencia; pero no vemos por qué esto haya de ser necesariamente así, ni por qué el fenómeno antecedente produce al consiguiente. La causalidad como producción y necesidad no es constatable en la experiencia que sólo nos da hechos vinculados contingentemente por contigüidad.

Kant comprendió que este criterio quitaba a la ciencia su valor de conocimiento necesario y universalmente válido. Para Hume no había ninguna evidencia de que el futuro no pudiera contradecir al pasado y al presente.

Para Kant, sin embargo, la inteligencia introduce en el material empírico las inflexibles formas de las categorías. De este modo, nunca, en ningún tiempo y en ninguna forma, se producirán hechos que contradigan o escapen a las leyes fundadas en las categorías, pues el material empírico al pasar por los prismas del entendimiento queda sometido inexorablemente al orden legislativo de la inteligencia. La experiencia es para Kant unitaria, coherente, incontradictoria, y lo es así no porque el mundo ontológico esté sometido a las leyes del orden, sino porque cuando el río subterráneo de las cosas en sí penetra en el mundo de la experiencia y del conocimiento científico se reviste con el ropaje [17] de las formas sensibles y de las categorías del entendimiento quedando constreñido a fluir por los cauces permanentes de la inteligibilidad.

Una vez expuestas brevemente las ideas capitales del kantismo volvamos a nuestra pregunta : ¿Hasta qué punto puede resistir el kantismo la tormenta revolucionaria del pensamiento contemporáneo?

Examinemos sucesivamente los ataques al kantismo, tanto desde el punto de vista filosófico como del científico.

El kantismo y la filosofía contemporánea

La filosofía de Kant, como toda gran filosofía, encerró en su seno la ciencia de su tiempo en todo lo que ésta tenía de fundamental. Pero no se limitó a esto. La envolvió en una capa de saber filosófico mucho más amplio que contenía todo lo que en su época era accesible al hombre. Era una filosofía «integral». Encerraba todo el saber humano y sólo dejaba fuera de su contorno la inaccesible cosa en sí. En el terreno puramente filosófico las mejores filosofías posteriores por mucho que en definitiva se separasen en su doctrina tuvieron su origen en ella. Todo el movimiento gigantesco del idealismo alemán desde Fichte hasta Hegel y Schopenhauer fue un intento de superación del kantismo edificado sobre sus ideas básicas. Cuando el colapso del idealismo germánico se produjo, las cabezas más firmemente asentadas gritaron con Liebmann ¡volvamos a Kant! y en toda Alemania la filosofía predominante, la que sirvió de alimento intelectual a dos generaciones de pensadores germanos fue el neokantismo de las escuelas de Marburgo y de Baden.

Todo se desenvolvía de este modo con alguna que otra voz inconforme hasta que surgieron dos escuelas revolucionarias, la de Dilthey y la de Husserl.

Dilthey tuvo por sublime empeño completar a Kant en aquello que el fundador del criticismo no había hecho. Kant había construido la filosofía de la ciencia de la naturaleza, del mundo físico-matemático, pero se le había escapado el mundo histórico, el saber del espíritu. Dilthey concibió la idea de hacer una «Crítica de la razón histórica» elaborando la filosofía de una inmensa región del saber no estudiada filosóficamente por Kant.

Así, pues, Dilthey, no negaba el kantismo, sino lo completaba, aunque al estimar que en el estudio de los hechos del mundo espiritual penetramos en el sujeto en sí, modificaba profundamente la doctrina de Kant con respecto al mundo noumenal.

No sucede lo mismo con Husserl. El inventor del método fenomenológico inició una revolución filosófica cuyas ideas fundamentales eran en gran medida inconciliables con el kantismo. En primer término antepuso al método epistemológico característico de Kant, su nuevo método, el fenomenológico, para el cual lo primario en la investigación filosófica es una descripción esmerada y pulcra del fenómeno, de lo inmediatamente dado en la conciencia, utilizando el análisis y la comparación, pero excluyendo toda suposición, inferencia, preconcepción o hipótesis previa hasta que la descripción esté totalmente terminada. Este método obtuvo un éxito resonante en Alemania. En poco tiempo penetró en todas las universidades convirtiéndose en el método fundamental de la filosofía. Con los resultados obtenidos con el empleo de este método pronto se fue constituyendo una escuela filosófica que ha dado lugar en pocos años a un movimiento tan amplio como el del clásico idealismo alemán originado por Kant.

Frente al kantismo que niega la intuición intelectual levanta Husserl su intuicionismo y edifica sobre él un nuevo grupo de ciencias, las ciencias eidéticas. Aun en el campo de las ciencias positivas se empleó este método con magníficos frutos. Del campo de la inteligencia el intuicionismo pasó a otras esferas por obra de los continuadores de Husserl. Con Scheler penetró en el campo emocional. En todas partes el formalismo kantismo parecía definitivamente superado.

Los resultados obtenidos por Husserl permiten asegurar que no se trata de un simple episodio en la historia del pensamiento filosófico. La refutación insuperable que en la primera parte de las «Investigaciones Lógicas» hizo este pensador del psicologismo que impregnaba el pensamiento del siglo XIX, y las inmensas perspectivas que abrió en todas las disciplinas filosóficas, justifican plenamente que se le considere como el iniciador de una nueva época filosófica.

Por otra parte las nuevas corrientes filosóficas fuera de Alemania como las de Boutroux y Bergson en Francia, las de Moore y Bertrand Russell en Inglaterra y las de William James y Dewey en los Estados Unidos, tampoco se avienen con el kantismo aun cuando no pueda decirse que lo hayan refutado plenamente.

Aunque esta nueva cosecha de ideas, y sobre todo, el abrir de nuevo las puertas de la metafísica que Kant creyó haber cerrado para siempre, demuestran a todas luces la insuficiencia del kantismo y su inadecuación para servir de norte al hombre contemporáneo, no debe creerse por eso que todo en el kantismo haya caducado desde el punto de vista del saber filosófico.

En primer término, la idea básica de su filosofía consistente en hacer del problema del conocimiento el punto de partida obligado de toda filosofía, persiste como una conquista permanente y la introducción del método fenomenológico debe considerarse como una ampliación y complemento [18] del método epistemológico característico de Kant.

En segundo término, aunque la introducción de la intuición no sensible haya conducido a nuevos mundos intelectuales, la división kantiana entre un mundo empírico y otro metaempírico también subsiste, aun cuando resulte definitivamente establecido que el sujeto dispone de medios cognoscitivos para penetrar en este último.

Por último, la interpretación del mundo empírico y del saber científico en función de las formas de la sensibilidad y de las categorías del entendimiento tampoco ha caducado totalmente, si bien es indiscutible que necesita reconstruirse.

En resumen, la filosofía kantiana ha quedado reducida a ser sólo una parte de la filosofía, pero esta parte sigue formando su núcleo central, y aunque las soluciones kantianas no sean satisfactorias los problemas que planteó constituyen un legado permanente dentro de la problemática filosófica.

Esto, en cuanto a la filosofía pura; pasemos ahora a la ciencia.

El kantismo y la ciencia contemporánea

Por mucho que el desenvolvimiento de la filosofía durante los últimos 100 años haya evidenciado que el kantismo resultaba demasiado ceñido para servir de norte al hombre contemporáneo, desde el punto de vista de la interpretación del conocimiento científico mientras la física de Newton y la geometría de Euclides mantuvieran su vigencia, la concepción de este filósofo mantenía con respecto a la crítica científica una barrera inexpugnable, pues su doctrina representaba la fundamentación epistemológica del saber físico-matemático.

Pero ya en el siglo XIX se produjo una profunda transformación en el campo del saber matemático. Surgieron las geometrías no-euclideanas y con ellas la geometría se fue desligando de la intuición sensible hasta hacerse una ciencia de objetos ideales. La intuición sensible del espacio dejó de ser su punto de apoyo, y con esto la geometría se desligaba de la Estética Trascendental. Pero junto a las geometrías no-euclideanas la geometría de Euclides parecía ser la única aplicable al mundo físico y por tanto en todo lo relativo al mundo de la experiencia el punto de vista kantiano se mantenía inexpugnable. Sin embargo, en nuestros días, la teoría relativista de Einstein, al relativizar y conjugar los conceptos de espacio y tiempo ha hecho inaplicable la geometría de Euclides al mundo físico, quitando con ello una de las bases de sustentación de la Estética Trascendental.

¿Qué puede quedar del kantismo después de los descubrimientos de Einstein y la aceptación casi universal de la teoría de la relatividad?

A esto sólo puede contestarse que si bien la geometría, al igual que el resto de las ciencias matemáticas, escapa por completo a la Estética Trascendental, por convertirse en ciencia de objetos ideales sin base en la intuición sensible, en cambio, en lo que respecta a la organización sensorial del individuo la geometría de Euclides mantiene su vigor. El espacio que el hombre imagina y dibuja mediante figuras sigue siendo euclideano en tanto no cambie su estructura sensorial. Fue en esta estructura sensorial en la que Kant fundó su Estética Trascendental. Al hombre le resulta imposible visualizar espacios diferentes al tridimensional euclideano, aunque intelectualmente pueda concebir otros espacios y crear geometrías ideales desligadas de toda base sensible. Sabemos hoy que hay un número infinito de geometrías posibles, pero esto demuestra que son creaciones del espíritu humano, independientes de la experiencia.

Lo que de todo esto resulta es que las matemáticas modernas en vez de estar fundadas en la sensibilidad, o sea, en el a priori de la intuición sensible lo están en el entendimiento o categorías intelectuales. Así aunque la geometría moderna contradiga a la Estética Trascendental no contradice a la idea fundamental del kantismo de basar en el sujeto la fuente de validez del conocimiento científico. Además el principio kantiano de que el espacio y el tiempo de la intuición sensible tienen su fuente en el sujeto queda demostrada a mi juicio por la teoría de la relatividad, pues precisamente el hecho de que no coincidan con la estructura espacio-temporal del mundo físico hace indiscutible su origen subjetivo.

El error de Kant y el de la física clásica estuvo en identificar el mundo físico con el mundo sensible. La investigación moderna, tanto en este punto como en muchos otros, tiende a demostrar que la imagen científica del mundo no coincide con su imagen sensible. Al mismo tiempo parece demostrar que el hombre posee medios cognoscitivos que le permiten penetrar intelectualmente en una realidad que trasciende al mundo empírico sensible. Por eso Max Plank ha podido decir que la concepción física del mundo descansa tanto en el postulado de la existencia de un mundo de objetos independientes del sujeto como en la afirmación de que esta realidad no nos es directamente concebida.

De lo dicho se sigue que desde el punto de vista de la investigación científica, la Estética Trascendental, aunque contiene muchos elementos de verdad y plantea problemas llenos de profundidad y sentido, resulta insuficiente e ineficaz para construir una teoría de la ciencia que se ajuste al estado actual de la investigación.

En cuanto a la teoría de las categorías, el principio de incertidumbre de Heisenberg ha servido a muchos para iniciar un ataque al principio de causalidad, [19] y en consecuencia a la Analítica Trascendental. Examinemos éste. Heisenberg comenzó sus inmortales investigaciones formulándose esta pregunta: ¿Qué es lo que realmente observamos en el átomo? Utilizando este principio metódico descubrió que no era posible conocer simultáneamente la posición y la velocidad de un electrón.

Salta a la vista que se trata en este caso de un principio físico con base epistemológica. En efecto, Heisenberg no dice que el electrón no tenga en cada momento una posición y una velocidad determinadas, sino solamente que nos es imposible conocerlas simultáneamente. Se trata, pues, de un principio que establece un límite infranqueable a nuestro conocimiento del mundo subatómico, fundado en las condiciones de nuestras posibilidades de observación, pero bajo ningún concepto establece el indeterminismo de la naturaleza.

El vehemente deseo de encontrar una base científica para ciertas concepciones religiosas, ha hecho que muchos, interpretando torcidamente este principio, hayan declarado que la ciencia ha reconocido la indeterminación de la naturaleza, cuando lo único indeterminado es el conocimiento que de ella tenemos.

En lo que al kantismo respecta, la categoría de la causalidad no se conmovería aun en el caso de que la ciencia penetrase en las intimidades del ser y encontrase una zona irreductible a la causalidad. De hecho, el kantismo reconoce la posible libertad del ser en sí, y este postulado de la libertad sirve de base a Kant para su «Crítica de la Razón Práctica». Pero para Kant, todo el dominio de la experiencia está regido por el principio de causalidad en cuanto ésta sea conocida intelectual y científicamente. En este sentido puede decirse que los límites del principio de causalidad coinciden con los límites de la ciencia, y que la física moderna en nada ha invalidado este principio que es un esquema ordenador que la inteligencia utiliza para la coordinación lógica de los hechos, un principio a priori que la experiencia no puede demostrar ni refutar.

No deja de ser curioso que dos de los más grandes principios de la física moderna, el de la incertidumbre y el de la relatividad, descansen sobre bases epistemológicas.

El gran principio de Einstein según el cual «es imposible por experimento alguno constatar el movimiento de un cuerpo con respecto al éter» es obviamente un principio que tiene una base epistemológica. El principio se funda, como el de Heisenberg, en lo observable, en lo constatable y hace una referencia directa a las condiciones de la observación. Ambos principios delimitan conceptualmente al campo de lo observable la base de sustentación de la física.

En realidad, la física moderna, según el desarrollo que le han dado Einstein y Heisenberg, tiene un notable matiz epistemológico, y es por esto que Eddington ha dicho en su «Filosofía de la Ciencia Física» que los físicos modernos se han visto obligados a estudiar epistemología.

La antigua física no había delimitado de una manera exacta su territorio. Innumerables inobservables como el éter y el movimiento absoluto habían penetrado en sus dominios. El progreso más significativo de la física moderna ha consistido en eliminar lo inobservable del campo de la física.

Sin embargo, al lado del rigor con que la física moderna ha eliminado lo inobservable del conjunto de datos que le sirven de base, es notable la audacia con que el pensamiento partiendo de estos datos e interpretándolos lógicamente ha construido una concepción del mundo diferente de la sensible.

Tanto el universo de las cuatro dimensiones como las modernas teorías atómicas nos hablan de un mundo que no podemos visualizar, de un mundo inimaginable.

Conclusiones

Tanto el examen del desarrollo de la filosofía posterior a Kant como el desenvolvimiento de la ciencia en los últimos 100 años demuestran la insuficiencia del kantismo para servir de pauta al pensamiento contemporáneo. Pero esto sucede no porque sea esencialmente falso, sino porque resulta demasiado estrecho para encerrar en sus moldes el caudal del saber contemporáneo.

Vivimos en una época revolucionaria como la del Renacimiento. Tanto la ciencia nueva como las numerosas escuelas filosóficas del presente, incompatibles entre sí, reclaman imperiosamente la construcción de una nueva filosofía «integral» que en forma unitaria y coherente sintetice todo lo valioso que en los diversos campos del saber ha producido el hombre contemporáneo. La filosofía del futuro inmediato tiene ante sí una gran tarea que realizar, una tarea análoga a la que Aristóteles llevó a cabo en el mundo antiguo, Santo Tomás de Aquino en la Edad Media y Kant en los tiempos modernos.

Pero cuando esto suceda, cuando todo el saber disperso producido por la ciencia y la filosofía se totalice en un cuerpo sistemático que sirva a los hombres de orientación intelectual para interpretar rectamente la ciencia, el universo y la vida, se echará de ver que la obra de Kant, aunque incompleta y transitoria, contiene un legado permanente de verdades que han enriquecido el tesoro intelectual de la humanidad.

Esto es lo que queremos decir al afirmar que la filosofía del porvenir brotará del seno del kantismo y lo que justifica que consideremos su estudio como una introducción inevitable a la filosofía del presente y a la del porvenir.

< >

www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2006 www.filosofia.org
Revista Cubana de Filosofía 1940-1949
Hemeroteca