Revista Cubana de Filosofía
La Habana, enero-junio de 1949
Vol. 1, número 4
páginas 31-34

Mercedes García Tudurí de Coya

Vocación íntima de Varona

Ha dicho Romain Rolland hablando sobre Rousseau que «las grandes obras son siempre superiores a su autor». Nosotros consideramos que el eminente escritor francés ha extremado la generalización y que es frecuente hallar entre los autores y sus creaciones estrecha concordancia. Apoyándose en la anterior aseveración, Romain Rolland asegura que existen motivos para creer que muchos hombres hubieran renegado, si les hubiera sido posible, del espíritu desencadenado por su propio esfuerzo. Pero en esta segunda afirmación parece olvidar que los efectos de una obra no sólo dependen de su creador, sino, y en parte muy considerable, de las condiciones del medio a que está dirigida.

Tales preocupaciones sobre el autor, su producción y las consecuencias que la misma acarrea, invaden a todo el que se enfrenta con la tarea de aprehender una figura de excepcional dimensión. Mas, para llegar a satisfacer cumplidamente esas preguntas, es necesario un estudio exhaustivo tanto del personaje y de su trabajo como de la época en que se da. Al evocar nosotros a Enrique José Varona para rendirle tributo en el primer centenario de su nacimiento, preferimos indagar en la intimidad de su persona, –buscando razones para una parte de su obra–, que afrontar la labor de aprehenderlo en su totalidad, aunque será imposible olvidar completamente aquellas preocupaciones.

¿Hasta qué punto el ser humano es hijo de su época? Así como la relación consanguínea asemeja a ciertos organismos, el tiempo y el espacio establecen también un parentesco entre los hombres de una edad y de un lugar. Al filo de la mitad de ese siglo pasado en que Varona ve la luz en la ciudad de Camagüey, la Europa occidental, vivero de conmociones profundas, se estremecía con las más audaces doctrinas, tanto más turbadoras cuanto más negativo era su contenido: Comte, Darwin, Spencer y Carlos Marx, propinan el golpe final al espiritualismo, cuya crisis se había iniciado con la Edad Moderna.

Toda la cultura europea parecía concitarse contra tres direcciones seculares: el espiritualismo, la metafísica y la religión, entronizándose en su lugar el materialismo, el cientificismo y la actitud atea, que caracterizaron el resto del siglo.

Esa urdimbre de pensamientos y creencias constituía la atmósfera en que se cultivaban los hombres nacidos en tales tiempos, y de esas corrientes se veían precisados a beber los que, en su afán cultural, se propusieran estar al día en la producción de la época.

La formación de Enrique José Varona, de base humanista, se realiza con aquellos aportes, a través de la lectura ávida de todos los libros de actualidad. Es oportuno subrayar el primer rasgo de aquella vocación íntima del ilustre pensador: la pasión por el estudio, que lo lleva a ser autodidacto asombroso.

El saber acumulado por obra de su inteligente voluntad es tan profundo, que sólo puede compararse, por su dimensión impresionante, al de Luz y Caballero, reputado como el hombre de mayor cultura que ha producido Cuba. ¡Qué aleccionadora actitud para una época como ésta, en que los jóvenes, frecuentemente, ven el estudio como un castigo, y es práctica corriente por parte de ellos pedir la disminución de materias y de días de clases!

Nutrido de los clásicos, su iniciación humanista le permitió, no sólo ser un hombre instruido, sino ser, sobre todo, un hombre culto. Esta sobresaliente condición de Varona ha sido con mucho acierto tenida en cuenta por los que han propugnado, para honrarlo, denominar «Año de la Cultura» al 1949, en que conmemora el primer centenario de su nacimiento. Esa autoformación lo pone en el camino de las nuevas doctrinas, y se adscribe a las actitudes positivistas y evolucionista, por lo que, como consecuencia natural, adopta las posiciones escéptica, materialista y determinista, que, con el mecanismo y la irreligiosidad, consecuencias necesarias de algunas de estas corrientes, forman las directrices fundamentales de su estructura cultural.

Encerrado voluntariamente dentro de estas férreas líneas realiza su obra, con seguridad y rigor. ¿Qué parte corresponde a la mera reacción contra el exagerado idealismo y las pretensiones de una ciencia lastrada de dogmático contenido, en los pronunciamientos que hace suyos Enrique José Varona? El tercer momento del devenir histórico que Hegel llama síntesis, es el encargado de decirlo; nosotros consideramos que al exceso que encierra toda antítesis, sacrifican los hombres lo mejor de sí mismos.

Los que conocen las actitudes que asume Varona, saben que todas coinciden en un mismo resultado: amputarle las alas al propio espíritu, constreñirlo a pedestre posición. Tal vez exista en esta automutilación algo sublime y heroico –como tributo que se rinde al equilibrio de la cultura–, pero lo indudable es que se realiza a un alto costo; de ahí que veamos los muñones sangrantes del alma agitarse tras los barrotes a que fue confinada, y clamar por alas, en una sed infinita de vuelo. [32]

Alas, para cantar como la alondra,
himno a la inmensidad;
para surcar el piélago celeste
ebrio de libertad.
Alas, para dejar bajo, muy bajo,
la envidia y la ficción;
alas para ceñirme con la mente,
do vuela el corazón.

Así canta el filósofo en su célebre composición publicada en 1879, donde vemos latir el conflicto, nota recóndita de su intimidad.

Igual antinomia entre lo natural de su ser y las actitudes que toma en razón de su cultura, se manifiesta entre éstas y su amor por la libertad y por la Patria. La libertad, sostiene, es algo de posible conquista para el hombre; queriendo superar la contradicción que asoma en sus palabras, nos dice: «Sabemos que el hombre no es libre en el sentido metafísico. Pero sabemos también que puede, quiere, y debe libertarse del yugo de las pasiones inferiores, por la contemplación, la práctica y el amor de los sentimientos superiores, de los cuales el de mayor importancia social, el moral, por tanto, es el deber». (Curso de Psicología).

La independencia de su país es el objetivo que polariza sus mejores energías. A Cuba la sirve en la guerra y la sirve en la paz, con singular dignidad. Cuando ya en el ocaso de su vida recurre a él, como Mentor pulcro, la juventud inquieta y desorientada, tiene palabras de alto decoro, con que ilumina el camino de los peregrinos.

¿Cómo puede un hombre escéptico alentar una fe tan pura en la libertad?, ¿cómo puede un determinista profesar una moral tan ideal?, ¿cómo puede un materialista irreligioso sentir sed infinita de alas para su espíritu? Estos contrastes perfilan la intimidad de Varona: «flor de mármol» por la fría, dura y sobria robustez de la mente, que oculta la raíz cálida, proveedora de savia, y tan comprimida bajo su peso, que deja ver tan sólo al hombre de pensamiento.

Y ya podemos ir respondiendo a la primera pregunta que nos inspiró Romain Rolland: la reputada grandeza de la obra de Varona no empequeñece al autor, pues éste es un hombre extraordinario, que talla con su propia personalidad la piedra del edificio de su cultura, en el que se encierra dejando apenas un portillo para alcanzar, reduciendo la fuerza de su trascendencia, las instancias superiores de algunas esferas valentes.

No es la certeza de los pronunciamientos lo que hace grande a los hombres, sino la autenticidad de la vida que escogen. La honradez consigo mismo es la nota predominante de un individuo que elige sus propios caminos, que se ajusta a ellos consecuentemente para realizar su obra, y que imprime a ésta lo que juzga verdadero.

No vacilamos, por lo tanto, en estimar a Enrique José Varona como un hombre de genuina grandeza, máxime cuando la autenticidad de su vida se ofrece a nosotros como un estímulo, por su amor y provecho respecto al estudio; como ofrenda, por su dedicación a la libertad y a la Patria; y como ejemplo, por su intachable conducta de hombre y de ciudadano, que lo hacen paradigma de legítima cubanía.

¿Cuál es la obra de este hombre?

La árida filosofía a que se adscribe corta de raíz toda aspiración metafísica y conduce, frente al mundo de los valores, a una ceguera absoluta para algunos de éstos, como los religiosos; pero no respecto a otros, afortunadamente, como los estéticos. A través de los últimos se realiza su salvación, y en virtud de esta circunstancia, Varona resulta ser, esencialmente, un gran artista. La literatura es la vía de escape de su espiritualidad.

El ensayo, la crítica, la oratoria y la poesía le sirvieron de pretexto para dejar magníficos ejemplares de su talento. Poseedor de un estilo limpio, claro, preciso, su prosa marmórea recoge los pensamientos con elegancia y justeza. ¡Qué lección de sencillez hay en cada una de sus páginas, en una época de tanto oropel y exuberancia en el decir!

Su obra poética comienza muy joven, y en 1868 publica Odas Anacreónticas; diez años después da a la luz sus Poesías, y seguidamente los Paisajes Cubanos, y otras muchas composiciones que le permiten expresar aspectos sociales y políticos del momento.

El sentimiento patriótico late con frecuencia en sus versos, tomando vigor profundo, bajo formas simbólicas, como aquellos de Dos Voces en la Sombra, en que dialoga con el alma de Cuba.

.............................................
—¿Dónde vas con tan rápido paso,
sonando la espada y el férreo broquel?
A mover a los pueblos que duermen sin patria,
sin nombre, sin gloria, sin ley.

.............................................
—¿Dónde vas con la frente siniestra,
el labio mordido, jadeante el corcel?
—A escupir a los pueblos abyectos
que besan sumisos de un déspota el pie.

Toda la poesía de Varona está transida de reflexión, y el denso pensamiento que le anima, le trasmite un austero sabor. En un libro publicado en 1879, siete poetas cubanos se abrazan fraternalmente en sus páginas. Tiene un nombre significativo, Arpas Amigas, y en él figuran, junto al ilustre pensador que estamos evocando, los hermanos Francisco y Antonio Sellén, Esteban Borrero Echevarría, Diego Vicente Tejera, José Varela Zequeira y Luis Victoriano Betancourt. Aquí aparece la bellísima composición de Varona, Alas, [33] a la que hemos hecho referencia, y que consideramos lo mejor de su producción poética.

Cultivó este género a través de toda su vida. En 1912 publica Poemitas en Prosa, en que se nota la influencia del poeta hindú Rabindranath Tagore, y en 1917, y bajo el seudónimo de Luis del Valle, da a conocer una colección que lleva por título De Mis Recuerdos.

La fidelidad de Varona a la poesía es bien significativa; prueba la imperiosa necesidad de evasión experimentada por aquel espíritu selecto, confinado en el estrecho recinto de una filosofía que limitaba lo más genuino del alma, la trascendencia.

No es la obra poética la que ha dado más fama a Varona, pero nosotros le damos una importancia fundamental, dado que representa, junto al resto de su producción literaria, la vocación íntima del maestro de las Conferencias Filosóficas, inclinación que compensa la otra vocación derivada de su cultura, permitiéndonos la aprehensión completa del perfil de su personalidad.

Dentro del campo literario, la labor realizada ha sido recogida, aunque no totalmente, en numerosos libros, como los titulados Estudios Literarios y Filosóficos, Artículos y Discursos, Desde mi Belvedere, Violetas y Ortigas, que contienen, desde el ensayo y la crítica, hasta el discurso, la conferencia, y el artículo periodístico.

Sus trabajos de carácter político se elevan a un gran número y son importantes, no sólo porque la mayoría de sus ideas siguen teniendo actualidad, ya que se adelantó a muchos pensadores de nuestros días, sino porque mantienen la misma línea de ideal democrático, moderado, reflexivo y responsable, consecuente con las posiciones políticas que ocupó, desde Diputado a Cortes por el Partido Autonomista, en la Colonia, hasta Vicepresidente, en la República.

En cuanto a su obra filosófica, la que más nombre ha dado a Varona la integra, en su casi totalidad, el grupo de disertaciones titulado Conferencias Filosóficas, que pronunció en la Academia de Ciencias de la Habana a partir de 1880. Se considera lo más orgánico de su producción, y uno de los esfuerzos más notables en el orden filosófico llevado a cabo en lengua castellana.

Se ha discutido frecuentemente acerca de la condición de filósofo de Varona, llegando a sostener algunos ilustres comentadores de esta señera figura, que no era filósofo el disertante de la Academia de Ciencias, porque no sólo desempeñó a la Filosofía y le negó valor, sino porque, y en virtud de esa actitud, nunca se empeñó en buscar las esencias de las cosas ni lo total y universal de la realidad.

Nosotros afirmamos que, a pesar suyo, Varona fue, no solamente un filósofo, sino un gran filósofo. Si negó las esencias, si se mostró escéptico ante lo universal y total, es lo cierto que para negar el contenido de esos términos, es preciso previamente haberlos manipulado, andando por las esferas de lo absoluto. Naturalmente que estos pensadores negativos no pueden llegar a constituir sistemas, pero no es óbice tal cosa para que se le pueda estimar como filósofo, pues muchos de éstos, de actitud afirmativa, tampoco los elaboraron.

Lo que sí es indudable que la obra de Varona no fomentó el interés por la filosofía entre nosotros. El silencio más profundo se hizo en torno suyo y nuestro ambiente cultural, tan fecundo para las altas especulaciones del pensamiento, como lo había demostrado el siglo anterior, enmudeció por largo rato. Mas, nosotros pensamos que tal cosa es consecuencia natural de la clase de filosofía a que se sumó Varona. El positivismo, doctrina antiséptica, hace lo que ciertos esterilizadores, que al terminar con los gérmenes patógenos, acaban también con los que no lo son, y transforma el plano de la investigación filosófica en verdadero erial.

De ahí que no estemos completamente de acuerdo con Fichte cuando sostiene que «la clase de filosofía que se elige depende de la clase de hombre que se es», ya que esta elección resulta en muchos casos, más que hija de la íntima vocación, producto de la impetuosa corriente de los tiempos y de una inclinación determinada por la cultura.

La primera serie de las Conferencias Filosóficas versó sobre la Lógica. La filiación del pensamiento de Varona en esta rama es completamente inglesa. Inductivista como Bacon, subestima la deducción y el silogismo, y comparte con Stuart Mill y Bain sus principales conclusiones.

La segunda serie estuvo dedicada a la Psicología. Consecuente con sus fundamentos, Varona trata de presentar esta disciplina como una ciencia natural. Nada de alma, en cuanto sustancia metafísica, como interés para la Psicología; sólo los fenómenos mentales v sus relaciones, únicos objetos dignos de una ciencia positiva. Ya Vives, en el siglo XVI, había enunciado, con asombrosa precisión, lo que vendría a ser postulado de la Psicología moderna.

Se suma al pensamiento de Locke, y no admite más fuente de conocimiento que los sentidos, ni otro camino que el experimental. Cree incuestionable la aspiración positivista de trasladar los métodos de las ciencias naturales al campo de las disciplinas filosóficas, las que deben tomar, para sobrevivir, orientación científica.

La tercera serie se aplicó a la Moral, y no se publicó hasta 1888. En sus manos, la Moral es una ciencia de las costumbres. Se muestra evolucionista, pero rechaza el finalismo inmanente de Spencer. [34] Las leyes naturales pueden explicar todos los cambios de la realidad natural y humana, uniendo a esta actitud mecanicista el más radical materialismo.

Lo moral viene a ser un producto de la sociabilidad, y no puede ser absoluta porque «cada espectador interpreta los cuadros a su manera», sino que tiene que ser subjetiva y relativa. Su pronunciamiento como determinista lo lleva a condenar el libre arbitrio; sin embargo, ya dijimos con anterioridad cómo admite, paradójicamente, la libertad como posible conquista del hombre.

El pensamiento filosófico de Varona se complementa, además, con la obra publicada en 1883 que tituló Estudios Literarios y Filosóficos, en cuyas páginas se muestra enemigo del idealismo alemán de Hegel y de Krause y del neokantismo que asomaba vigoroso, mientras se adscribe a la posición científica positivista, y al escepticismo, que ya desde Montaigne trascendía el pensamiento francés.

Como colofón de su obra filosófica está ese pequeño libro de aforismos titulado Con el Eslabón, que fue publicado en Costa Rica en 1918, «el libro de más crudo pesimismo que se ha escrito en América Latina», según el parecer de su amigo y compañero Varela Zequeira. El representa el amargo fruto de una filosofía árida: la soledad más honda.

¿Qué consecuencias se derivaron de la obra de este hombre? Por las posiciones que ocupó, Varona influye extraordinariamente en la enseñanza de Cuba. Catedrático de la Universidad de La Habana y Secretario de Instrucción Pública, determina cuanto en la docencia se realizó en el primer cuarto de este siglo.

El Plan llamado Varona, que rigió en la segunda enseñanza hasta muy recientemente, era breve, práctico, científico y desterraba todo lo que supiera a filosofía, y aun lo que tuviera carácter humanista. Los resultados fueron, naturalmente, facilitar la aparición de un ejército de profesionales especialistas, como suponía que era necesario a una República en ciernes, que tenía mucho que andar para alcanzar a sus hermanas continentales.

Si bien es cierto que su filosofía dio los frutos previstos en la enseñanza, es indudable que también dio otros no esperados, como es la incultura de esas generaciones formadas bajo la égida del especialismo, nueva paradoja que es preciso apuntar al hombre considerado como prototipo de persona culta.

Sin embargo, nada de lo expuesto le roba talla a la figura de Varona, que alcanza su prócer estaturación el solo valor de la autenticidad de su conducta en el cumplimiento de la misión histórica que se impuso.

¿Qué consecuencias tuvo para este pensador la divergencia entre su vocación íntima y la determinada por su cultura?, ¿ahogó la fría luz de su pensamiento toda la fe de su corazón? Hay una anécdota que pinta claramente su situación interior: cuando ya se escuchaba el sordo rumor de la revolución contra el régimen del General Machado, hubo de contestarle a un joven desalentado que le interrogaba: «No hay que deprimirse. Yo me acuerdo siempre cuando contemplo el espectáculo del mundo (Horno homini lupus, como repetía con razón Hobbes) que mi amigo Martí escribió en la dedicatoria de una de las joyas literarias que nos legó (el Ismaelillo): Hijo, espantado de todo me refugio en ti. Tengo fe en el hombre y en el mejoramiento humano».

El hombre escéptico confortaba a los decaídos buscando aliento en aquella fuente inextinguible del Apóstol de la Independencia, lo que prueba que aún albergaba su corazón la fe suficiente para hallar en aquella otra fe su mayor esperanza.

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Mercedes García Tudurí
1940-1949
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