Revista Cubana de Filosofía
La Habana, enero-marzo de 1951
Vol. II, número 7
páginas 4-18

Humberto Piñera Llera

Sobre la filosofía
y la primera mitad del siglo veinte

I

Caracterización general de una época

Cincuenta años han transcurrido del siglo en que nos encontramos. A estas alturas, exactamente en el punto medio de su total duración, vale la pena preguntarse qué ha ocurrido filosóficamente en Cuba durante esa primera mitad que ya ha sido vencida. Pero, ¿cómo preguntar por lo que ha sido nuestro destino filosófico en cincuenta años, sin que, previamente, nos preguntemos qué ha sido la filosofía en general, es decir, y para puntualizar, en el concierto de la cultura occidental? Pues unidos a esa cultura por vínculos de origen, nacidos y nutridos en ella y en todos respectos aun dependientes de ella, en modo alguno podríamos intentar explicarnos lo que ha sido la actividad filosófica en Cuba sin relacionarla con el destino que le ha tocado en suerte a esa cultura de la cual procede, durante los cincuenta años que acaban de decursar.

El siglo veinte ofrece, como quizá pudiera encontrarse en otros siglos de la historia de Occidente, la inconfundible característica de estar penetrado casi hasta su primer cuarto de existencia por las ideas y las creencias del anterior, es decir, del diecinueve. Y esto es de extraordinaria importancia, si se atiende a que, por tal causa, este siglo veinte se mueve bastante pacíficamente,{1} en sus primeros veinticinco años, dentro del marco de la concepción de la vida que caracteriza rotundamente al siglo anterior. Ahora bien, ¿es posible señalar las características más destacadas del siglo diecinueve, de modo que permitan explicar por qué el primer cuarto del siglo veinte sigue a la perfección las huellas de su predecesor? Vamos a intentarlo, aunque, como es natural, con las consiguientes reservas cuando de estas caracterizaciones se trata.

En primer lugar, el diecinueve es un siglo estable, pese a todo lo que se quiera aducir en contrario. Bien es cierto que en él se producen guerras y revoluciones, pero ambas son siempre de tipo político y jamás social; además, estas guerras y revoluciones intentan simplemente copiar lo establecido –el caso de las revoluciones americanas–, o extenderlo –el caso de las guerras napoleónicas–. Pero, en general, el hombre está convencido de que existe [5] un tipo de orden social –el liberalismo– capaz de curar todos los males sociales de una vez para siempre; además, que ese orden social, que primordialmente fundamentan la iniciativa privada y la libre concurrencia, es la consecuencia directa de ese impulso, de raíz metafísica pudiera decirse, que se llama el progreso, que viene a ser algo así como el fatum de la Humanidad.

En segundo lugar, el hombre del siglo diecinueve, sobre todo el de su último tercio, está plenamente convencido de que, por obra del progreso científico y social, se ha alcanzado un tal grado de seguridad, que ya no sería posible volverse atrás. Pero, todo esto en que así se cree tan firmemente ha de tener indudablemente una más profunda fundamentación, que llamaríamos metafísica. Y nunca mejor empleada esta palabra que ahora, porque si algún siglo ha vivido en rotundo desprecio de lo metafísico, ávidamente vuelto a lo físico, este ha sido el siglo diecinueve. Precisamente porque no necesitó de lo meta físico.

El positivismo es la concepción del mundo fundada en una robusta seguridad en la realidad inmediata, convicción que a su vez proviene de dos primordiales causas, a saber: el asombroso progreso alcanzado en las ciencias positivas y el sistema político-social del liberalismo. Y, si se mira bien, se advierte que ambos vienen fundados en los mismos presupuestos, como son, primero, la fe en el progresivo dominio de la naturaleza, de la cual el orden social se concibe como una parte; y luego, que el conocimiento constituye el único modo realmente efectivo de llegar al dominio de la realidad, puesto que, como lo confirman las ciencias positivas, todo lo que rebase el conocimiento fundado en dichas ciencias, debe ser desechado como verdadera realidad; de donde viene a resultar que, respecto de la filosofía –como una disciplina autónoma– se piensa que o no existe en modo alguno, o a lo sumo, puede admitirse que sea algo así como una metodología de las ciencias positivas (neokantismo).

El positivismo, en su fase postrera, que es como decir en el momento de máxima ascensión (último tercio del siglo pasado), es el triunfo de la teoría de su fundador, Augusto Comte, quien, como es sabido, defiende una concepción de la realidad basada en una triple división histórica de todo el proceso de la cultura occidental. Como se sabe, para Comte nuestra cultura occidental ha pasado por tres estadios o fases: la teológica, la metafísica y la positiva. Ahora bien, las dos enormes ingenuidades en que incurre esta teoría son, por una parte, asegurar, como lo hace Comte, que la etapa positiva es la definitiva, y que, en consecuencia, estamos abocados a un orden social sin posible retroacción; y por otra, asegurar, en la enfática forma que lo hace, que la religión y la metafísica están definitivamente liquidadas, y si aún alientan, lo hacen como supervivencias que acabarán por desaparecer. Puesto que es la metafísica una suerte de religión corrompida, y ésta no tiene ya razón de ser, el estado positivo ha adquirido total y definitiva vigencia. El saber, en su totalidad, depende de la observación y el experimento, los cuales fundamentan los hechos y sus leyes; pero, a su vez, los hechos sólo son posibles en tanto que fenómenos, los cuales, por su parte, son sólo tales en cuanto manifestaciones de la naturaleza. En consecuencia, y como inevitable conclusión, [6] las leyes naturales valen lo mismo para el mundo inorgánico y orgánico que para el espiritual; ya que toda ley es un juicio sobre la coexistencia de los hechos o sobre su sucesión causal, es decir, que son o leyes de la estática o leyes de la dinámica.

En el orden físico como en el orden espiritual hay, pues, leyes comunes. La realidad es, por consiguiente, una sola, cuya estructura y funciones es posible aprehender mediante las ciencias, o mejor, la Ciencia, que penetra en lo fenoménico, única realidad dable al hombre, en la cual éste debe situarse como la etapa definitiva. Siendo, pues, la Ciencia una y múltiple a la vez, el conjunto de sus leyes se reduce y se simplifica hasta llegar a una concepción de la realidad en la cual, como afirma Comte, lo físico y lo social son dos aspectos de un mismo todo. La filosofía bajo la especie de la ontología, la metafísica, la teoría del conocimiento no concebida como metodología de las ciencias positivas, la axiología, la teología, &c., es pura y simple fantasía.

La subestimación del valor y la importancia de la filosofía es una nota frecuente y casi común en los pensadores del siglo XIX. Se puede decir que es la consigna que impulsa la actividad intelectual del hombre occidental de fines de la pasada centuria: escepticismo filosófico y optimismo científico. En una sumaria caracterización de esta actitud podemos referirnos, como a las figuras mayores que dan relieve al mapa espiritual (?) de Europa, a tres conocidos pensadores, a saber: John Stuart Mill, Herbert Spencer y Wilhem Wundt. Para Stuart Mill no hay otra fuente de conocimiento que la experiencia, incluso para el conocimiento matemático, y la inducción constituye el único método científico posible. E incluso la ciencia histórica debe ser concebida como ciencia natural.{2} En cuanto a Spencer, cuya doctrina del agnosticismo hizo las delicias de nuestros abuelos, niega resueltamente que se pueda conocer la estructura última de la realidad, lo cual, según él, no quiere decir que no exista; pero como todo conocimiento humano está indefectiblemente reducido a las ciencias positivas, esa última estructura es inconocible. Wundt, por su parte, se opone al librearbitrismo y afirma el causalismo determinista de la vida espiritual; niega, además, la existencia de lo psíquico y lo espiritual sin una base (o por lo menos sin un paralelo) fisiológica, y, finalmente, no distingue con el debido rigor entre las ciencias naturales y las ciencias culturales.{3}

Si a estos hombres y a sus respectivos pronunciamientos, implícita o explícitamente antifilosóficos, agregamos otros de menor resonancia (Laas, Dühring, Beneke, Fechner, Lotze, von Hartmann, en Alemania; Taine, Littré, Ribot, Renán, &c., en Francia), y a todos ellos se suman, en calidad de considerable refuerzo, los nombres de Carlos Darwin y Ernesto Haeckel, campeones de la biología evolucionista del pasado siglo, no resultará difícil hacerse una clara idea de la vergonzante situación a que quedó reducida la filosofía en el tiempo que va de la segunda mitad del siglo diecinueve al final del primer cuarto del veinte.

Creo que ahora se comprenderá suficientemente [7] por qué hubo de desaparecer casi por completo la filosofía de nuestro mundo cultural durante cincuenta años. El ánimo de aquellos tiempos no era filosófico, porque la filosofía resulta tanto más urgente cuanto más necesita el hombre explicarse la realidad circundante y la de su propio ser, no a base de lo inmediato, sino mediante una apelación a lo que, aun cuando no resulte del todo comprensible en su esencia, tiene, sin embargo, toda la fuerza problemática de lo irresoluble, y es sin duda por esto más atractivo. Como sucede en nuestros días, en que ya nadie piensa en serio que ni la filosofía ni la ciencia pueden revelarle esos enigmas que, en última instancia, han sido y seguirán siendo la existencia y la vida. Hemos vuelto, pues, a la sana convicción, no por esto menos dolorosa, del saber del no saber, a una eficacísima docta ignorancia, que nos libra de las ingenuidades antifilosóficas de la centuria precedente.

Ahora bien, si nos detenemos a examinar lo que se lee en Cuba, en el orden filosófico, desde las postrimerías del pasado siglo y durante los primeros cuarenta del presente, podremos comprender perfectamente por qué no podía, no pudo haber filosofía, no sólo en Cuba, sino tampoco y principalmente en Europa y el resto de América. Pues lo que se leía en Cuba era parte de la producción filosófica que, por modo exclusivo, arribaba al Continente americano procedente de Europa. Y a este respecto no deja de ser interesante, por lo que tiene de documental, la cita de algunos de esos libros entre los más apreciados y difundidos en aquel entonces, bien entendido que la nómina es sumamente incompleta y en modo alguno pretende servir como sanción absoluta de ese período antifilosófico el cual venimos enjuiciando.

Tomemos, para comenzar, algunos de esos tratados que suelen hoy denominarse Introducción a la Filosofía. Hay uno, muy curioso, compuesto por un grupo de profesores franceses, titulado Précis de Philosophie, es decir, un resumen o compendio. Es del año 1907, y en sus comienzos, página ocho, dice, al definir la filosofía: «La filosofía es una ciencia; tiene su objeto y su método propio: el método psicológico...» En otro compendio (de René Worms), también de esa misma fecha, se lee: «La filosofía no se puede definir más que por su conexión con la ciencia» (Introducción general, página 1). Guillermo Wundt, por su parte, nos dice en sus Principios de filosofía: «...Mas, en general, la dependencia entre los problemas filosóficos y la fase entonces alcanzada en la evolución científica, constituye la relación más sencilla y clara, y es lo que, al mismo tiempo, imprime principalmente su sello a la evolución histórica de la filosofía...» Y Bernard Pérez, en su Dictionnaire abrégé de philosophie, entre otras definiciones de la filosofía, nos dice que es: «La síntesis de las verdades más generales de las ciencias particulares.»

Otro detalle que complementa la peculiar idea que el siglo pasado tenía de lo que era la filosofía, en cuanto que sólo podía ser considerada como reflexión sobre las ciencias particulares, lo ofrecen esos manuales al recoger en sus páginas el contenido sumarizado de diversas ciencias. Así, el Manual de Filosofía de L. Gambara es un compendio de psicología, lógica y ética; y lo mismo el de Bartolomé Beato y el de Paul Janet. Es decir, que se partía de una casi unánime creencia de que la filosofía, por carecer de objeto propio, [8] tenía que tomarlo prestado de las ciencias particulares, cada una de las cuales no sólo lo poseía, sino que, además, con ellos se justificaba siquiera relativamente la esencial injustificabilidad de la filosofía.

Pero prosigamos con nuestro recuento bibliográfico y veamos cómo interpreta con toda fidelidad el sentir de su época un autor tan leído, en Europa como en América, cual Félix le Dantec. En su obra Del hombre a la ciencia –al comentar la filosofía de Bergson– nos dice: «He hecho lo posible para comprender el método que propone el eminente metafísico. Mi impresión es que su libro es una obra de arte más que una obra de ciencia, y que su ‘método’ resulta de confundir constantemente, con un lenguaje armonioso, dos actitudes que se excluyen: la mecanicista y la finalista...» Y un poco más adelante: «A comienzos del siglo XX, paréceme sobre todo inútil dilucidar las cuestiones de método.»{4} En Alemania, mientras tanto, un autor de tanta boga por aquel entonces como Luis Büchner, se expresa así en su Ciencia y naturaleza: «Ya Bacon había dado fin a los sistemas, poniendo así las primeras bases del estudio de la naturaleza. Así es como ésta ha venido a ser rica, poderosa, considerada; mientras que la filosofía, por el contrario, ha descendido al estado de mendicante.» Y hasta Flammarion, el sedicente astrónomo, novelista y filósofo, todo en una pieza, pese a su firme creencia en Dios, comparte el entusiasmo por lo que era el ideal de su tiempo. En Dios en la naturaleza expresa: «En nombre de las leyes de la razón, tan magníficamente justificadas por el progreso moderno, y en virtud de los principios ineludibles que constituyen la lógica y el método, nos ha parecido que en adelante debemos proseguir la investigación de la verdad por medio de las ciencias positivas.» Y a estos autores citados hay que agregar los nombres de Ernesto Haeckel y sus famosos Enigmas del Universo, libro popular y divertido si los hay, del cual se hicieron veinticuatro traducciones. Y Ernesto Mach, cuya obra El conocimiento y el error también alcanzó enorme difusión.

En cuanto a la Psicología, hay que decir que es pura o casi pura fisiología, según los casos. Así, en la obra del profesor Henry Maudsley, del University College de Londres, titulada Fisiología del espíritu, encontramos este párrafo concluyente: «El cerebro es el órgano del espíritu del mismo modo que las células nerviosas son los agentes inmediatos de la función mental...» Otra obra de Psicología, la de José Puig Pérez y que se titula Fisiología del alma, según F. Paulhan, comparte el criterio de la anterior. Lo mismo que la de Emile Ferrere, que lleva por título El alma es la función del cerebro. Otros tratados de psicología que circulan entre nosotros por aquellas fechas son los de Alejandro Bain: El espíritu y el cuerpo; Elfredo Binet: El alma y el cuerpo, y Theodule Ribot: Las enfermedades de la personalidad. El mismo Curso de Psicología de Varona (1905), dedica 378 páginas, de las 567 que forman el contexto, al estudio y aplicación de las sensaciones, directa o indirectamente, a la interpretación de muchos de los fenómenos psíquicos.

En lógica, se lee, sobre todo, a John Stuart Mill: Sistema de lógica deductiva e inductiva; [9] Alejandro Bain: Lógica deductiva e inductiva; Teodoro Lipps: Lógica; E. Goblot: Lógica; Porfirio Parra: Lógica inductiva; Jaime Balmes: El criterio, y algunos otros. En cuanto a la ética, es posible citar a Paul Janet: Elementos de moral; Ch. Letourneau: La evolución de la moral; Harald Hoeffding: La moral; Hostos: Moral social; José Ingenieros: El hombre mediocre y Las fuerzas morales, &c.

No son, repito, todos los libros que se pudiera citar, sino sólo aquéllos que es posible considerar como los más señalados, por el ancho y hondo influjo que tuvieron desde la segunda mitad del ochocientos hasta pasado el primer cuarto del novecientos. Y no sólo en Cuba, ni de modo especial, sino en Europa y el resto de América, donde eran acogidos de acuerdo con la fama que desde el Viejo Continente ya les acompañaba al emigrar a estas tierras. Finalmente, creo que no debe quedar apenas dudas de que, en efecto, el siglo pasado, sobre todo su segunda mitad y casi la primera del actual, fueron rendidamente antifilosóficos. Fue la consigna de los tiempos la moda, si puede decirse así, y por eso nuestros padres y abuelos no podían interesarse en algo que como la filosofía estaba muy lejos de formar parte, no ya del repertorio ideológico, sino todavía más, del sentimiento de sus respectivas épocas. Pues la filosofía es preciso sentirla como ineludible necesidad, y esta necesidad adviene al hombre cuando a éste le faltan, primordialmente, la seguridad y la tranquilidad; cuando el hombre busca en su derredor y no halla ni en la manifestación material del mundo en que vive, ni tampoco en el proceso dinámico de la convivencia una justificación que le exima de retraerse a su más recóndita intimidad. Desde Boecio –aunque ya los griegos conocían este humanísimo modo de volver el hombre a sí mismo, como que lo habían inventado–, es y será siempre la filosofía una consolación. Es por esto por lo que no podemos ser positivistas. Como dice agudamente Ortega y Gasset, por el positivismo había que pasar inevitablemente de tal modo que de no haber sido positivista el siglo pasado, habría tenido que serlo el nuestro. Pero, a su vez, ya no es posible ser positivista. Todavía más: hay que tratar de ser todo lo contrario, es decir, antipositivista, único modo de asumir plenamente el verdadero significado de nuestra época.

II

Varona y la filosofía en Cuba

El siglo diecinueve remata filosóficamente entre nosotros con la figura de Enrique José Varona. Y todavía más, con Varona se cierra, durante casi cincuenta años, ese proceso en que consiste nuestra actividad filosófica desde las postrimerías del siglo dieciocho y durante todo el diecinueve. Con Varona se esfuma de Cuba la preocupación por el saber principal, hasta recientemente, en que reaparece a causa de ciertas circunstancias que expondremos en la última parte de este trabajo.

Cuando Varona comienza a filosofar, el positivismo ha llegado a su cenit. [10] En Francia, como en Alemania e Inglaterra, ya por entonces las tres potencias culturales del Viejo Continente, la filosofía positivista domina por entero el pensamiento, no sólo el filosófico, sino el de las restantes manifestaciones, a saber: el arte, la ciencia, la religión, la política, el derecho, &c. Y la producción de Varona es, de punta a cabo, rendidamente positivista, sin que quepa acerca de esto la menor duda o el más insignificante reparo.{5}

Como todo fiel positivista, es decir, como auténtico representante del modo de concebir la realidad de su época, Varona realiza su filosofía en los tres tiempos o compases que son la obsesión del positivismo, desde que su creador aportó la fórmula según él perfecta y definitiva: de la sociología a la psicología a la física. No a la inversa, sino precisamente así como lo acabamos de establecer. Y, ¿por qué? ¡Ah! porque la ley universal que rige el mundo es la ley del progreso, y éste sólo puede ser entendido desde el fenómeno inmediato de la humana convivencia. Pero, a su vez, esta convivencia se explica, como fenómeno cuantitativo, en la explicación que es posible encontrar en cada individuo, de donde la psicología. Pero, ¿qué psicología? Sólo –y de ello no duda el positivista– la psicología que consiste en la interpretación de la conducta humana a través de lo que el positivista entiende que es todo lo fenoménico y nada más que esto, es decir, el mundo de la experiencia sensible. La psicología es, pues, fisiología, que es, a su vez, un conjunto de reacciones físico-químicas, de inmediata apreciación cuantitativa, vale decir matemática.

Y esto se comprueba en Varona al constatar cómo su filosofía, en cualquiera de los aspectos de que consta, es eminentemente cientificista. Y es explicable que así sea, pues Varona está deslumbrado por las conquistas de la ciencia de su época. Basta asomarse a su lógica, a su psicología, a su ética, &c., para corroborar –en la sobreabundancia de citas científicas de que se vale– la enorme fe que tenía Varona en el poder ilimitado de la ciencia. Sólo así se comprende que haya podido escribir, él, que fue sin duda un espíritu sutil, aquella frase tan amargamente antifilosófica: «la ciencia ve, la filosofía fantasea». Pero no hay que apresurarse a inculparlo con el cargo de una incomprensión que no era, no podía ser, en su tiempo, algo radicalmente personal, sino que esa frase condensa el espíritu de su tiempo; no es, pues, de Varona, sino que a través de ella, como cuando se apunta con los prismáticos invertidos, se ve, allá en la lejanía, el perfil de su tiempo, cuajado de seguridades y pleno de optimismo; justamente lo que a nosotros nos falta por entero.

En mi concepto, Varona sí estuvo, al menos en alguna parte de su vida, sobre todo en la etapa de su juventud, atraído por la filosofía.{6} Esto lo prueba el hecho indiscutible de sus famosas Conferencias de lógica, de moral y de psicología. Pero también, en mi concepto, luego que hubo buceado con bastante profundidad en lo que, para el consensus de la época, era y no era filosofía, tuvo que sentirse bastante defraudado. Pues lo que para la generalidad de su época era la filosofía es claro que apenas si valía el esfuerzo de llamarlo filosofía, [11] y sí ciencia, pues siendo esto más que aquello, estaba de más la filosofía. Y lo que para su época no era la filosofía, porque su época no tenía comprensión para ello (Maine de Biran, Grathy, Nietzsche, Dilthey, Husserl, Bergson, Blondel, &c.), debió producirle, como rendido positivista al fin, un gran hastío y la consiguiente desilusión.{7} Y es por esta causa por la que Varona se agota filosóficamente en los años que corren de 1877 (fecha aproximada de sus primeros trabajos filosóficos) a 1900, justamente en el umbral del nuevo siglo. Además, tenía ya cincuenta y un años, y a esa edad debe uno haberse curado de muchos errores y de muchas ilusiones.

De 1900 a su deceso, Varona apenas si vuelve al tema filosófico. Agotada su fe en la filosofía, cada vez más acendrada su fe en la ciencia y absorbido por la labor educacional que lleva a cabo durante la primera década del siglo veinte, se aleja cada vez más de la actividad filosófica. Y no sólo se aleja de ella, sino que desconfiando del real valor de la filosofía para la vida práctica elimina resueltamente del bachillerato las lenguas clásicas y de los estudios filosóficos en la Universidad la metafísica, la estética, la teoría del conocimiento y la historia del arte; y declara optativa la historia de la filosofía.

Varona, pues, comienza y termina como filósofo casi en el propio siglo diecinueve. Y esto se comprueba con la simple inspección de la nómina de su producción filosófica. Su primer trabajo –o tal vez uno de los primeros– lleva la fecha de 1877 y es un artículo sobre la psicología de Bain; y hasta 1900 su producción se mantiene persistente y vigorosa, pues además de su denso y prolijo tríptico de las Conferencias de lógica, de moral y de psicología, que es todo un alarde de cultura y talento felizmente combinados para el fin propuesto, hay que contar no menos de veinticuatro artículos y conferencias sobre cuestiones filosóficas. Luego, desde el novecientos, su actividad decae, al punto de que en muchos casos se trata de repeticiones, como las Nociones de lógica (1902), la Conferencia sobre el fundamento de la moral (1903) y el Curso de psicología (1905), y en sólo contadas ocasiones da nuevos aportes, como ocurre con El imperialismo a la luz de la sociología (1905) y Con el eslabón (1918).

Ha sido indispensable esta larga pausa al llegar a Varona, porque él es, sin duda, el punto medio entre nuestro pasado filosófico y estos primeros cincuenta años del siglo veinte, carentes casi por completo de preocupación por el saber de los saberes. Con Varona muere, pues, la filosofía entre nosotros durante cuarenta años –para ser exactos–. A lo largo de ese tiempo, apenas si la filosofía es tenida en cuenta, pues fuera de la vida lánguida y de pura rutina que lleva en la Universidad, no aparece por parte alguna. Y quienes alguna vez en su vida, durante esos años, componen algo pasablemente filosófico, abandonan luego el empeño para encaminarse por otra senda, sea la del foro, la literatura, la política, &c. [12]

La actividad filosófica de Varona, como queda dicho, se enquista casi a partir del novecientos y se reduce a la rutina de clases en la Universidad, donde no deja un solo discípulo entre los diferentes alumnos que le tuvieron por profesor. Y es que, como también queda dicho, Varona –fiel al credo de su tiempo– llegó a la cátedra totalmente desilusionado del poder de la filosofía para resolver problema alguno, ni siquiera los eminentemente teóricos de la verdad referida a los órdenes del ser y el conocer; mucho menos, en cuanto tiene relación con la vida práctica, como la moral, la ciencia, la política y otros. El hombre que había escrito: «Sobre hechos raciocinamos, por los hechos nos hemos de determinar, y los hechos tienen que servir de último criterio»,{8} tenía forzosamente que desistir de la filosofía, cuyo esencial problematismo la hacen inevitablemente teórica. Su labor de cátedra contrasta fuertemente con el resto de su actividad intelectual, filosófica o no, ya que no se limitó a repetir, al hilo de sus primeras y definitivas convicciones filosóficas (?), lo que fue el logrado fruto de sus Conferencias.

Mientras tanto, del novecientos a la fecha, en cuarenta largos años, las generaciones que se suceden en ese tiempo se entregan preferentemente al cultivo de la literatura (teatro, novela, crítica), la historia, la abogacía, la política. No es posible dar cuenta de un solo preocupado por la filosofía; cosa, por demás, común a toda América, donde la filosofía apenas si conservaba otra vigencia que la meramente rutinaria de la docencia universitaria, por lo regular confiada a gentes que enseñaban filosofía como un quehacer menor entre otras diversas y más importantes actividades. A esto se debe que entre nosotros la nómina de la producción filosófica, en casi cuarenta años, llega, en la pesquisa que he podido realizar, a unos catorce títulos. Vale la pena consignarla en detalles, siquiera para establecer el contraste con lo que luego ocurre, de unos diez años a la fecha. Tenemos, pues: Lorenzo Erbiti: La caracterización del orden social (1900); Mateo Fiol: Posibilidad de la aplicación de los métodos experimentales a la investigación psicológica (1900); Sergio Cuevas Zequeira: El padre Varela. Contribución a la historia de la filosofía en Cuba (1906); J. M. Mestre: Consideraciones sobre el placer y el dolor (1906); Homero Serís de la Torre: Gradualidad de la conciencia (1907); José González Vélez: El socialismo en Europa y América (1909); Lorenzo Beltrán Moreno: El problema de la memoria (1914); Luis A. Baralt: Relaciones de la moral y las religiones (1914); Sergio Cuevas Zequeira: William James y el pragmatismo (1914); Salvador Massip: El naturalismo en la filosofía contemporánea (1916); José A. González Lanuza: Psicología de Rocinante (1916); Sergio Cuevas Zequeira: El doctor Enrique José Varona (1917); Salvador Salazar Roig: La felicidad como fundamento de la moral (1917); Aurelio Boza Masvidal: El estoicismo (1920).

En 1917, al abandonar Varona la cátedra universitaria, le sustituye Sergio Cuevas Zequeira, el sedicente profesor, para quien la filosofía tampoco valía gran cosa, de modo que su labor se redujo a rutinarias y hasta demasiado risueñas exposiciones de clase, que llevaba a cabo con indeseable desenfado. [13] Unos años después, en 1926, le reemplaza Roberto Agramonte, actual profesor de Sociología General y Filosofía Moral, quien para el trabajo de cátedra –con lo cual ha logrado levantar el nivel de ésta a la debida altura– ha compuesto un tratado de Psicología General, fundado preferentemente en el behaviorismo norteamericano, otro de Sociología General, un Programa de Filosofía Moral y recientemente unos cuadernos donde recoge sus exposiciones de clase en esta disciplina. Agramonte, sin embargo, no ha cultivado asiduamente la temática esencial de la filosofía, sino que desde hace ya muchos años ha desviado sobre todo al campo de la sociología, en el cual su labor ha sido valiosa. También ha hecho algunas interesantes contribuciones al estudio de las ideas filosóficas de algunos pensadores cubanos del pasado siglo, como los presbíteros Caballero y Varela, y Luz y Caballero. Y muy recientemente ha aparecido su libro sobre Varona, el filósofo del escepticismo creador, obra que en parte considerable reagrupa materiales de anteriores trabajos, pero exhibe un interesante conjunto crítico.

Hay también que hacer especial mención de Medardo Vitier, ensayista y crítico, quien es autor de Las Ideas en Cuba y La Filosofía en Cuba, que constituyen, en el total de su bien pensada y muy bien escrita producción, aquello que roza más directamente con lo filosófico, aunque no es posible denominarlo filosófico en estricto sentido, ni tampoco filiar a su autor como filósofo, pues Vitier no ha cultivado la temática de la filosofía en lo que ésta esencialmente constituye.

Réstanos sólo, para dejar conclusa la parte que corresponde a los primeros cuarenta años del siglo veinte, aludir a algunos otros textos, es decir, a aquellos de los cuales aún no se ha hecho mención. Exceptuados los de Varona, de comienzos de siglo, y los de Agramonte, compuestos entre el veintiséis y el cuarenta, porque han sido ya mencionados, podemos citar, entre otros que seguramente han escapado a nuestra pesquisa, los siguientes:{9} Leandro González Alcorta compone en 1885, para el desempeño de sus funciones como profesor en el Instituto de Pinar del Río, un libro que titula Nociones de psicología, lógica y ética, texto que estuvo en uso durante mucho tiempo. Puede decirse que le reemplaza el tratado de Lógica elemental (Lógica y nociones de Psicología) del doctor Gustavo de Aragón, durante largos años profesor de dichas materias en el Instituto de la Habana. En el año de 1922, aparece el Resumen sintético y brevísimo del sistema de psicología (método genético) de José Ingenieros, de resuelto corte positivista, compuesto por el doctor José González Vélez, profesor en el Instituto de Camagüey. Luego, este mismo profesor publicó en el año 1925 su traducción del libro del profesor francés G. H. Luquet, titulado Ensayo de una lógica sistemática y simplificada.

Tal era, pues, la situación de la filosofía en Cuba al concluir la cuarta década del siglo veinte. A partir de entonces, en el curso de otros diez años, han ocurrido tales cambios en lo que a la filosofía concierne, que es preciso consagrar la última parte de este trabajo al intento de explicar, en la medida de lo posible, [14] el cambio ocurrido, sus causas y su significación en el conjunto de nuestra realidad cultural.

III

La filosofía cubana del presente

Y ahora, en el análisis de lo que realmente ha sido la filosofía en Cuba en los últimos cincuenta años, llegamos al momento que, por su real contenido y su vigorosa significación, es a todas luces un movimiento restaurador de la filosofía en nuestro medio. Es la vuelta a la preocupación por el saber principal, tras casi cincuenta años de lamentable ausencia. ¿Por qué se vuelve en Cuba a la filosofía y cómo tiene lugar este regreso? He aquí las cuestiones con las cuales pondremos punto final a este trabajo.

Hay que señalar, ante todo, que este resurgimiento de la preocupación por la filosofía no es, ni mucho menos, un fenómeno restringido al área de nuestra nación. Muy por el contrario, se trata, en el caso nuestro, de la repercusión en toda América de ese regreso a la filosofía que caracteriza el clima intelectual europeo desde hace ya cuarenta años, siquiera sea para apuntar una fecha más o menos orientadora. Y tal resurrección de la filosofía, que así podría decirse, obedece en Europa a dos causas primordiales. Una de ellas es la crisis de los fundamentos de todas las ciencias, de modo especial la matemática, la lógica, la física y la psicología; crisis que sobreviene como el resultado del progreso alcanzado por las mismas en las postrimerías del pasado siglo. Pues al continuar sobre la senda de ese progreso, fatalmente, en tanto que se distendía el ámbito de cada una de esas ciencias, se iba inevitablemente minando su base. Y la crisis de los fundamentos de las ciencias positivas puso de manifiesto, de modo muy especial, que una nueva fundamentación debía provenir, no estrictamente de dichas ciencias en sí, sino que precisaba buscarla más allá de las propias ciencias en cuanto tales. Y es aquí donde aparece la segunda de las dos causas aludidas y empalma con la primera, segunda causa que es la labor que desde los comienzos de la segunda mitad del siglo diecinueve venían realizando en la filosofía ciertos pensadores que, para el ambiente positivista, eran poco o nada conocidos y sobre todo incomprensibles y por lo mismo inaceptables, principalmente Guillermo Dilthey y Edmundo Husserl en Alemania, y Enrique Bergson en Francia, para sólo citar ahora a los de máximo influjo. Considerándose a sí mismo positivistas,{10} pero sin que tal vez ni ellos mismos sospecharan hasta qué punto resultaban serlo de veras, los tres pensadores mencionados, al perseverar en el empeño tan caro al positivismo de atenerse sólo a los hechos, desembocaron en ciertas conclusiones que forzosamente tenían que hacer variar la idea que de la filosofía tenía el positivismo de Comte y sus adeptos. Es cierto que fuera de lo fenoménico es imposible afirmar la existencia de algo, [15] en cuanto concierne al mundo real en que vivimos a las formas de existencia que en él se dan, pero lo fenoménico, que es fuente de toda experiencia, no puede ser exclusivamente lo sensible, ni experiencia quiere decir sólo la del mundo físico. Por eso la fenomenología, como lo expresa su fundador Edmundo Husserl, no es ciencia de hechos, sino de esencias, es decir, de algo que se encuentra más allá de lo meramente fáctico. Y en cuanto a Dilthey ya se sabe su genial aporte a una nueva psicología descriptiva, fundada en el estudio de las asociaciones humanas, como base estas últimas para la investigación de lo individual psíquico. Como es igualmente valioso su trabajo en el campo de la interpretación histórica. Finalmente, Bergson reemplaza la noción positivista de la evolución del sr –contradicha a cada instante por bruscos hiatos– por la de la evolución en cuanto el ser, combatiendo de paso, en la psicología y la biología, la tesis mecanicista, tan cara al positivismo. De esta suerte, allá por los años inmediatos a la terminación de la primera guerra mundial, el resurgimiento filosófico posee todo el vigor que se requería para echar a un lado la faramalla del positivismo caduco e inoperante. Para esas fechas ya son del dominio público las memorables Investigaciones lógicas (decisiva refutación del psicologismo) y las no menos famosas Ideas para una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica de Edmundo Husserl, y El formalismo en la ética y la ética material valorativa de Max Scheler, los dos pensadores alemanes de mayor resonancia entre la primera y la segunda guerra mundiales. Y en Francia ya Bergson ha publicado Los datos inmediatos de la conciencia, Materia y Memoria y El pensamiento y lo movedizo. Y a estos autores hay, por supuesto, que agregar todos aquellos que, en diversos lugares de Europa, encajan perfectamente en la nueva filosofía. De lo ocurrido a este respecto en el curso de unos treinta años a la fecha, no es preciso hablar, pues el cambio de concepción de la filosofía y el retorno a su temática esencial, a la que constituye su objeto propio, es decir, a la ontología, la metafísica, la gnoseología y la axiología resultan indiscutibles. En el presente vuelve a ser la filosofía lo que ha sido siempre en los grandes momentos de su historia. Ni es ancilla de nada, ni tampoco aspira a ajenas servidumbres, puesto que le basta con su esfera propia e inalienable. Y si fuera menester alguna comprobación del cambio operado, bastaría mencionar algunos de los temas fundamentales de la nueva época, que contrastan agudamente con los de la época positivista, tales como la fenomenología de Husserl, el intuicionismo de Bergson, el vivencialismo e historicismo de Dilthey, la ética axiológica de Scheler y Hartmann, el raciovitalismo y perspectivismo de Ortega y Gasset, el existencialismo de Heidegger y Sartre, &c. ¿Verdad que son temas inencontrables en el ideario positivista?

Contrayéndonos ahora al caso de la restauración de la filosofía en Cuba, debemos señalar, ante todo, la circunstancia siguiente. Condicionado el ambiente para dicho resurgimiento por consecuencia de la restauración de la filosofía en Europa, primero la guerra civil española y casi de inmediato a ésta la segunda guerra mundial obligan a emigrar a América a numerosos intelectuales y profesores de filosofía, [16] quienes en unos casos amplían con su aporte lo que ya en América se conocía sobre algunos pensadores y tendencias filosóficos y en otros dan a conocer lo que aún se ignoraba. Es preciso, sin embargo, insistir en el detalle, en mi concepto de gran importancia, de que el ambiente americano estaba ya preacondicionado para el resurgimiento filosófico, sin duda porque la inquietud y el desasosiego producidos por la crisis de la cultura occidental no podía dejar de afectarnos en cierta medida. También es preciso tener en cuenta, como valiosos aportes, la Revista de Occidente, que extendía hasta América el más sazonado fruto de la nueva filosofía, así como que muchos americanos hubieran podido completar su formación filosófica en las aulas europeas durante los años que precedieron a la segunda guerra mundial. Hombres como Francisco Romero, Carlos Astrada, Alberto Wagner de Reyna, Eduardo García Máynez, &c., tuvieron la fortuna de iniciarse en algunas de las nuevas manifestaciones de la filosofía bajo la dirección de renombrados maestros europeos tales como Eduard Spranger, Edmundo Husserl, Henry Bergson, Nikolai Hartmann, Martín Heidegger y otros. Y, en cierto modo, han actuado como precursores del movimiento que en la actualidad está perfectamente consolidado.{11}

En la restauración de la filosofía en Cuba intervienen por lo menos tres factores, los cuales son: 1) una generación inequívocamente atraída por el saber principal; 2) el ambiente propicio, tanto en América como en Europa; 3) el desplazamiento ya señalado de considerable número de pensadores europeos, que contribuye al robustecimiento de la filosofía en nuestro Continente. Pues ¿cómo negar la importancia y la significación del arraigo en América de hombres como Cassirer, Reichenbach, Koehler, Jaeger, Mondolfo, Labrousse, Cantor, Russell, Beck, &c., y especialmente para los hispanoamericanos Morente, Xirau, De Buen, Gaos, Recaséns Siches, &c.?

Manifestaciones concluyentes del restablecimiento de la filosofía en Cuba son las siguientes: En primer término, la fundación de la Sociedad Cubana de Filosofía, creada hace tres años y que cuenta en la actualidad con sesenta y dos miembros. Recientemente la Sociedad inauguró el Instituto de Filosofía, que tiene corno primordial finalidad mantener una constante actividad filosófica de carácter académico. En su programa del curso actual (1950-51) se propone ofrecer cursos sobre La trascendencia de Descartes en la filosofía contemporánea (Máximo Castro Turbiano); Los problemas del yo (Risieri Frondizi); Problemas y métodos de la filosofía (Mercedes García Tudurí); La filosofía de los valores en la actualidad (Rosaura García Tudurí); Filosofía de la educación (Gustavo Torroella), y posiblemente sobre Filosofía de la estructura (Wolfgang Koehler). Como detalle que caracteriza a esta nueva etapa debe señalarse que la matrícula del Instituto asciende ya a cuarenta y cinco personas, de las cuales hay dieciocho que por no ser socios han abonado gustosamente el importe de la matrícula señalado a ese objeto por el Instituto. [17]

En tres años la Sociedad Cubana de Filosofía ha realizado una extraordinaria labor, merced a la cual ha vuelto Cuba a figurar entre los países que se ocupan del saber principal. A este respecto se mantiene una frecuente comunicación con todos los países de América y la mayoría de los europeos; se ha asistido a congresos, se atienden encuestas sobre problemas filosóficos, &c. La Sociedad está incorporada a la Federación Internacional de Sociedades de Filosofía con sede en la Universidad de la Sorbona en París; también, por expresa invitación, figura como asociada de la Royal Society of Philosophy de Londres y de la Sección de Filosofía de la Unión Panamericana. Y por el esfuerzo de los delegados cubanos al Tercer Congreso Interamericano de Filosofía celebrado en México del 11 al 20 de enero de este año,{12} se consiguió que el próximo Cuarto Congreso se celebre en la Habana, como justo homenaje a la memoria del hombre continental que es nuestro Apóstol José Martí.

En segundo término, hay que referirse a la Revista Cubana de Filosofía, fundada en 1946 por el profesor Rafael García Bárcena, uno de los más destacados cultivadores de la filosofía en Cuba durante el presente. La Revista ha publicado hasta ahora seis números, con un total de treinta trabajos sobre cuestiones esencialmente filosóficas y de los cuales veintisiete se deben a escritores cubanos. De esos números, el cuarto y el sexto están dedicados respectivamente a los filósofos Enrique José Varona y Renato Descartes. Distribuida cuidadosamente por mediación de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, bajo cuyos auspicios se viene editando desde hace algún tiempo, circula por toda América y gran parte de Europa, con el alentador resultado de los centenares de testimonios que se archivan en la Sociedad Cubana de Filosofía.

He, finalmente, de referirme al contraste que es posible establecer entre la producción (?) filosófica cubana de los primeros cuarenta años de este siglo y la que corresponde a la última década. Mientras que en esos cuarenta años aparecen catorce artículos y alguna que otra obra no estrictamente filosófica, la nómina de artículos en la década del cuarenta al cincuenta pasa de cien, casi todos sobre cuestiones rigurosamente filosóficas. Además, auspiciada por la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, se prepara una Biblioteca de Filosofía Contemporánea en Cuba, destinada a acoger las obras que ya pueden ser editadas y las que se produzcan.{13} Para iniciar esta Biblioteca acabo de entregar un volumen mecanografiado de doscientas páginas sobre Filosofía de la Vida y Filosofía Existencial, en el que recojo en forma sistemática el proceso en que consisten estas filosofías desde Kierkegaard hasta Heidegger y Sartre. También figurará en esa Biblioteca el espléndido trabajo de Rafael García Bárcena titulado La Estructura del Mundo Biofísico, premiado en reciente concurso de la Dirección de Cultura y que ha merecido los elogios de tan cimera figura de la filosofía en América como Francisco Romero. [18]

Para concluir este análisis del proceso de la filosofía en Cuba en los primeros cincuenta años del siglo veinte, haré una exposición, por riguroso orden alfabético de las personas que actualmente hacen filosofía entre nosotros. Es, pues, la siguiente: Roberto Agramonte (Sociología, Filosofía Moral e Historia de la Filosofía en Cuba); Luis A. Baralt (Teoría del Conocimiento, Lógica y Estética); Juan J. Casasús (Filosofía del Derecho); Máximo Castro (Filosofía inglesa, Lógica, Descartes y Kant); Mercedes García Tudurí (Introducción a la Filosofía, Lógica y Filosofía de la Política); Rosaura García Tudurí (Introducción a la Filosofía, Lógica y Axiología); Rafael García Bárcena (Axiología y Filosofía de la Estructura); Antonio Hernández Travieso (Historia de la Filosofía en Cuba); Dionisio de Lara (Filosofía de la Religión, Descartes e Historia de la Filosofía en Cuba); José I. Lasaga (Introducción a la Filosofía, Lógica y Estética); Begoña López (Intuicionismo e Irracionalismo); Jorge Mañach (Historia de la Filosofía); Miguel F. Márquez (Filosofía del Derecho); Melquiades Méndez (Lógica e Historia de la Filosofía en Cuba); Emilio Menéndez (Filosofía del Derecho); Justo Nicola (Intuicionismo y Lógica); José J. Nodarse (Sociología); Humberto Piñera Llera (Filosofía de la Vida y Filosofía Existencial); Marcelo Pogolotti (Ensayos sobre Kant, Goethe, Unamuno, Varona, etcétera); Rosario Rexach (Problemas de la Cultura, Filosofía de la Educación e Historia de la Filosofía en Cuba); Raúl Roa García (Historia de las Doctrinas Sociales y ensayos); Antonio Sánchez de Bustamante Montoro (Filosofía del Derecho); Medardo Vitier (Historia de la Filosofía en Cuba). A esta nómina hay que añadir los de muy reciente promoción a las actividades filosóficas de Hilda Orosa (Relaciones entre el relativismo y su subjetivismo); Victoria González (El argumento ontológico en Descartes); y Pedro Vicente Aja (Cuatro visiones de la libertad moral).{14}

Creo que después de todo lo hasta aquí expuesto no debe quedar dudas de que, en el presente y desde hace ya diez años, asistimos a un resurgimiento de la filosofía en Cuba. Estamos, por ventura, muy lejos de aquella alucinación que la ciencia, tal vez mejor el cientificismo de las postrimerías del pasado siglo produjo, en nuestros abuelos y padres. Superada la etapa positivista, se ha vuelto a la sana y eficaz seguridad de que la filosofía posee objeto y métodos propios y que el filosofar es la actividad del espíritu, la suprema, que se acuerda perfectamente en sus propósitos con la noble aspiración de Lessing al decir que si Dios le mostrara en una mano la verdad y en la otra el camino para hallarla, optaría resueltamente por este último. Porque tal es el sentido y, por consiguiente, el fin de la auténtica filosofía.

Humberto Piñera Llera

——

{1} Pese a la guerra de 1914-18, y por lo mismo de ella, pues esta primera guerra «mundial» es más política que social.

{2} Esto es lo que hace Thomas Buckle en su Historia de la civilización en Inglaterra (1857), como asimismo C. Lamprecht en Alemania.

{3} Como hacen, en el mismo pasado siglo, Windelband y Rickert en Alemania.

{4} Esta última expresión revela hasta qué punto la seguridad en las conquistas de la ciencia había logrado dominar la mente occidental.

{5} Lo mismo en su fe en su época que en su pesimismo Varona realiza a la perfección el modo de ser del positivismo.

{6} Pues, en tanto que unos le niegan esta condición, otros se la conceden en exceso.

{7} Recuérdese cómo interpreta a Bergson: «Con juegos malabares de palabra quiere Bergson significar tanto, que acaba por escamotear la significación del mundo, accesible a nuestra inteligencia» (subrayo yo). Y véase cómo concuerda con la expresión de le Dantec, citada un poco antes.

{8} Hechos como exclusivas manifestaciones de la naturaleza. El fenómeno físico y la forma exterior de conducta del hombre en lo psicológico.

{9} Sin duda que más de un libro de texto ha escapado a nuestra pesquisa.

{10} Como que por creerlo decididamente y proseguir en ese empeño-positivista, acaban desbordando el positivismo y hacen cambiar el curso de la historia.

{11} Hay que señalar, sin embargo, que a su vez estos precursores estuvieron influídos y adoctrinados por algunos pensadores que, en medio de la marejada positivista, se mantuvieron contra ésta. Tales hombres fueron los argentinos Alejandro Korn (1860-1936) y Alberto Rougés (1880-1945), el peruano Alejandro Deústua (1849-1945), el brasileño Raimundo de Farías Brito (1862-1917) y el mexicano Antonio Caso (1883-1946).

{12} A este Congreso asistieron: Roberto Agramonte (Unesco), Luis A. Baralt (Universidad de la Habana ), Mercedes García Tudurí, Rosaura García Tudurí, Máximo Castro, Gustavo Torroella y Humberto Piñera Llera (Sociedad Cubana de Filosofía).

{13} En este respecto, como en otros muy valiosos y eficaces para el desenvolvimiento de la filosofía en Cuba, ha sido generosa y oportuna la cooperación del doctor Raúl Roa desde su cargo de Director de Cultura.

{14} Los títulos entre paréntesis refieren, si no a toda, al menos a lo más conocido de la producción filosófica de cada uno de los mencionados.

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