Revista Contemporánea
Madrid, 15 de diciembre de 1875
año I, número 1
tomo I, volumen I, páginas 98-120

Kuno Fischer {1}

Vida de Kant

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I

Parece necesario en la historia de la filosofía que en ciertas épocas se detengan los espíritus a contemplar las grandes figuras consagradas por los tiempos, como si por vez primera fueran descubiertas, y conquistar de esta suerte un punto común de partida. Entre todos los pensadores modernos que han precedido a Kant, acaso no exista uno que no haya ejercido esta especie de atracción entre ciertas tendencias contemporáneas. Quizá también ha llegado ya el momento de profundizar en Kant una filosofía que sólo muy pocos han sabido comprender.

Mas en lo que sigue no nos ocuparemos de la filosofía de Kant, sino de su persona, y de esta trazaremos el retrato por las particularidades de su vida y de su carácter, sirviéndonos de las poquísimas fuentes que para el efecto existen.

Entre todas estas, las más importantes son los cortos escritos que se publicaron el año en que murió Kant, redactados por personas que le conocían y hasta le trataron durante muchos años. Son, generalmente, de discípulos fieles, de los pocos que vivían en el mismo círculo que nuestro filósofo, y que fueron más tarde sus amigos íntimos. Uno de estos escritos tiene un valor especial. En 1792, uno de los discípulos más asiduos de Kant, Borowski, escribió un resumen biográfico de la vida de su maestro; él quiso leer este escrito en la Sociedad alemana de Koenisberg, y antes de hacerlo, se lo envió a Kant para obtener su consentimiento y para que hiciera las rectificaciones que creyera oportuno. Consintió Kant en examinarlo, pero le prohibió terminantemente que hiciera [99] uso alguno de su escrito antes de su muerte, y suplicó al autor que evitase su lectura en la Sociedad alemana. Le remitió el trabajo con observaciones y notas de su propia mano, y en la carta con que se lo enviaba, le decía con tanta modestia como prudencia, que no le era agradable el honor que se le quería hacer, porque siempre había tenido una repugnancia natural a todo lo que tuviera visos de pompa, y porque, de ordinario, el elogio provoca la censura. Esto escribía Kant en una época en que ya estaba su gloria asegurada. Los apuntes biográficos que hizo Borowski alcanzan sólo al año 1792, son incompletos, pobres de detalles, y en la apreciación del filósofo hay estrechez, a pesar de las alabanzas que a manos llenas le tributa. Sin embargo, siempre tendrán mucha importancia por haber sido examinados y corregidos por Kant{2}. Hay otros dos escritos que se publicaron en el mismo año y que sirven de complemento al trabajo anterior. Jachmann fue discípulo y amanuense de Kant en el período más glorioso de su vida, de 1784 a 1794, en el tiempo justamente en que Kant se ocupaba en perfeccionar y acabar el edificio de su doctrina. Las cartas que Jachmann publicó después de la muerte de Kant, más bien que una biografía, son una característica. Por último, los años posteriores de Kant nos han sido referidos por Wasianski, su discípulo en 1773, más tarde su amanuense, y desde 1790, amigo de la casa y el que cuidaba de los asuntos económicos del filósofo cuando los años imposibilitaron a este{3}. Las noticias más completas sobre la vida de Kant las da Schubert en su biografía del filósofo.

II
Época de Kant

No tiene la vida de Kant brillo alguno exterior, excepción hecha de la gloria, que no buscaba, pero que por la importancia de su obra no podía evitar y que vio elevarse a su mayor esplendor. Tal vez no se ha visto nunca reputación tan extraordinaria unida a vida tan sencilla, tan modesta y silenciosa. La vida de Kant, por su calma uniforme, presenta cierto contraste con la inmensa extensión de su celebridad y con la altura a que su fama llegaba. Carece su vida por completo [100] de esa grandiosidad que seduce a la imaginación del vulgo; no es grande en el exterior ni por su destino. Bajo este aspecto no deja de ser interesante compararla con la de sus predecesores. ¡Qué contraste entre Kant y Bacon! Las más altas dignidades del Estado, los honores y las riquezas las une ese primer fundador de la filosofía moderna a un amor desenfrenado por el fausto y la opulencia, que extravía al Lord Canciller, le arrastra a las acciones más vergonzosas y le atrae al fin una sentencia deshonrosa. Kant, que nunca quiso ser más que un profesor de universidad, siempre fue en ideas y conducta la misma simplicidad, la probidad personificada. Su vida no ofrece tampoco nada de los terribles contrastes que consumieron la juventud de Descartes; no necesitaba de aquella agitación exterior, de los deseos frenéticos de movimiento y de viajes, que tanto preocuparon al filósofo francés en la primera época de su vida y que no pocas le arrastraron a la extravagancia y las aventuras. Reconcentrada en sí misma la vida de Kant, avanza con paso lento y seguro, con completa regularidad y con un recogimiento siempre creciente. Este carácter parece, en todos sus rasgos, formado para solo encontrar su centro en sí propio, y ciertamente que tal debía ser el carácter de la filosofía del conocimiento de sí mismo. Y así como el espíritu en Kant constantemente se dirige hacia este punto único, que fuera de él no puede encontrar, así también su vida exterior, quiero decir, su vida local, obedece a la misma concentración. Está su vida adscrita, por decirlo así, a la gleba. En este respecto puede compararse a Kant con Sócrates, sujeto en Atenas por la absorción en que el estudio de sí mismo le sumía. Ha vivido Kant cerca de ochenta años y sólo salió de su provincia y pueblo natal durante el tiempo en que fue preceptor. Su vida, únicamente consagrada a la meditación filosófica, puede ser puesta al lado de la de Spinoza, aunque carece de las persecuciones violentas, y terribles que hicieron de la vida del filósofo judío una soledad, un desierto, que le ha dado para siempre el sello de una grandeza trágica. Es verdad que no estuvo la vida de Kant exenta de contrariedades ni de persecuciones; pero acaecieron tarde y fueron débiles, no obstante la maldad que las dictaba; nunca tampoco pudieron detener la ya cumplida obra ni causar a su autor peligros de importancia. Eso fue sólo un incidente enojoso, bien pronto alejado por circunstancias favorables y cuyas peores consecuencias recayeron sobre los que le habían originado. Por último, comparada esa vida con la del primer filósofo alemán de los que precedieron al fundador de la filosofía crítica, con Leibniz, no ofrece aquella la general y múltiple actividad que desplegaba Leibniz en todas las direcciones; nada de [101] aquel brillo exterior, de esos honores mundanos que Leibniz amaba, y nada, en fin, de la ambición que los hace buscar.

La filosofía moderna, fruto del espíritu del protestantismo alemán, se naturalizó con Leibniz en Alemania. Leibniz la introdujo, por su persona, en aquel Estado cuyo poder y misión consistían, desde la paz de Westfalia, en proteger al protestantismo y fomentar su progreso. Bajo cierto aspecto permaneció Leibniz a ese mismo Estado. Él encontró, en efecto, en la corte del rey de Prusia un recibimiento hospitalario; la primera reina de Prusia le profesó gran amistad y tomó un gran interés por él y por sus lecciones; él fundó la Academia de Berlín. En una universidad prusiana enseñó Wolf su filosofía, la primera que se expresó en alemán. Fue Prusia el país en que esta filosofía obtuvo la doble dicha de ser expulsada por un rey y llamada por otro. Con Kant entró la filosofía alemana en el corazón de los Estados prusianos. La vejez de Leibniz pudo todavía templarse al sol naciente de la monarquía prusiana. Wolf tuvo su más brillante periodo cuando reinaba Federico Guillermo I, que le expulsó de Halle. Bajo Federico el Grande, que llamó al desterrado, palidece sucesivamente la estrella de esta filosofía. La vida de Kant se prolonga durante ochenta años de la historia prusiana; él presenció cuatro cambios de reinados, y esos gobiernos tan diversos ejercieron cada uno a su manera una influencia particular sobre la vida y la suerte de nuestra filósofo. Su juventud y su educación ocurren bajo Federico Guillermo I; ella también estaba impregnada de un espíritu severo de economía doméstica, que desde el trono se extendía a todas las clases de la sociedad. Aquel pietismo que expulsó a Wolf de Halle poseía en Koenisberg una escuela donde Kant fue educado. En el año del advenimiento de Federico II, tornó Wolf a Halle, y entró Kant en la universidad. Su carrera académica, el desenvolvimiento progresivo de su filosofía, su enseñanza y la aparición de la filosofía crítica pertenecen al siglo del gran rey y forman uno de los rasgos más importantes y gloriosos del cuadro de esta época. La guerra de los siete años es el primer obstáculo con que nuestro filósofo tropieza, y la paz que le sucede ve madurar los primeros frutos de la filosofía crítica. Al acabar el siglo de Federico, la obra está ya fundada sobre sólidas bases. Bajo el reinado siguiente, presa de los enemigos de las luces, sobreviene –¡signos del tiempo!– el ataque dirigido contra Kant, ataque que no puede ahogar la obra cumplida, pero que cae sobre su autor, encorvado por el honroso peso de setenta años. Y, empero, tuvo aún el anciano la ventura de respirar en los tiempos mejores de Federico Guillermo III. [102]

III
Educación

1. Familia y escuela

Manuel Kant nació el 22 de Abril de 1724 en Koenisberg, siendo el cuarto hijo de una honrada familia de artesanos, de regular aunque insignificante fortuna. Eran sus padres oriundos de Escocia; de suerte que estaba Kant ligado por parentesco nacional con David Hume, de quien precisamente recibió el primer impulso para sus imperecederas elucubraciones filosóficas. Su padre, sillero, usaba todavía en su firma la ortografía escocesa, Cant. Nuestro filósofo cambió la primera letra para evitar una falsa pronunciación, Zant. Del mismo modo que en otros hombres célebres se ha observado que reciben principalmente de la madre las influencias que más persisten, así también Kant, que tenía por su madre el más vivo afecto, recibió de ella desde sus primeros años una influencia decisiva y parece que ella tuvo siempre por él una gran predilección. Hasta decía Kant haber heredado sus mismas facciones, y aún en sus últimos tiempos hablaba siempre de su excelente madre con el más profundo enternecimiento. «Nunca olvidaré a mi madre» –decía en el seno de la confianza– «ella es la que ha sembrado y fomentado en mi pecho el primer germen del bien; ella abrió mi corazón a las impresiones de la naturaleza; despertó mi inteligencia; la desarrolló, y sus enseñanzas han tenido sobre toda mi vida una influencia duradera y saludable.»

Los padres de Kant, y particularmente la madre, estaban entregados al pietismo que entonces imperaba y que tan poco se parece al que entre nosotros existe. Aun estando en contradicción con la creencia obstinada de la letra, buscaba aquel pietismo la salud del hombre, no en las exteriores manifestaciones, sino en la edificación interior, en la interior pureza y en la piedad del espíritu.

Esta dirección, que naturalmente no excluye la rigidez de la creencia, era la que propagaba en Koenisberg el Dr. Franz Albert Schultz, que vino a esta ciudad en 1731 de predicador y miembro del consistorio, que fue elegido profesor de teología al año siguiente, y que más tarde se encargó de la dirección del colegio de Federico (collegium Fridericianum).

Este hombre ejerció, de acuerdo con el sentido del príncipe reinante, una influencia duradera sobre todas las escuelas prusianas. En él [103] puso la madre de Kant toda su confianza. Ella le consultaba para la educación de su hijo, y seguía con tanto más gusto sus consejos, como que Schultz indicaba la carrera teológica para él. Así, a los diez años, fue enviado Kant al colegio de Federico, dirigido por su protector, y donde imperaba desde su creación el espíritu del pietismo.

Una singular coincidencia ha confiado la educación de los innovadores de la filosofía moderna a poderes que más tarde han combatido ellos con la mayor energía. Bacon fue educado por escolásticos; Descartes por jesuitas; Spinoza por los rabinos, y Kant por los pietistas. Sin embargo, Kant no tuvo que sufrir la influencia de los pietistas; las estrechas miras de la intransigencia pietista le fueron completamente extrañas y no pudieron introducirse en el ánimo del escolar. Lo que tiene el pietismo de malsano y contrario a la razón y lo que a los espíritus débiles suele comunicar, no hallaba en Kant simpatía alguna. Pero en un aspecto ejerció el pietismo sincero cierta influencia saludable sobre su espíritu, a saber: en la severidad moral de sus sentimientos y en la rigidez de su conciencia, cosas que siempre pedía y que mismo practicaba. Tampoco ha negado el reconocimiento que al pietismo tenía por lo que toca a la energía moral. Porque la perfecta y rigurosa pureza de los sentimientos fueron siempre el último fin, el único y el más elevado de sus doctrinas filosóficas sobre la moral. Esa disposición al rigorismo moral que en Kant observamos, fue alimentada y desarrollada, sin duda alguna, por su educación pietista. El mismo Schultz reunía en su persona el espíritu estrecho del pietismo y un carácter severo, moral y generoso, éste rodeaba del mayor cuidado al discípulo que le confiaron, y era para Kant y sus padres, un padre, un bienhechor, Kant, hasta en la edad más avanzada, habló siempre de él con el más vivo reconocimiento, y su deseo predilecto era levantar al maestro y bienhechor de su juventud un monumento público.

Los siete años de escuela (1733-1740), no ofrecen nada de particular. Él era todo lo contrario de un genio precoz. No era la escuela el escenario donde podían manifestarse con brillo y lucimiento sus facilidades extraordinarias. De estructura débil y delicada, de pecho estrecho y hundido y de no muy bien hecha figura, debía Kant ante todo obtener por un esfuerzo enérgico de la voluntad el sentimiento de su propio valor y flexibilidad intelectual. Tenía principalmente que combatir con dos obstáculos físicos: la timidez y la falta de memoria, defectos que bastan para ocultar las mejores disposiciones de un niño. Kant no pudo, hasta cierto punto, libertarse nunca de esta timidez innata. Y es que además estaba [104] sostenida por su modestia. Al mismo tiempo se observaba en él desde muy temprana edad una rápida presencia de espíritu, que le servia de mucho en los pequeños peligros que existen en la vida de un joven. Era tímido, pero no miedoso. Ya se podría prever que tendría voluntad e inteligencia de sobra para vencer los enojosos obstáculos que la naturaleza había colocado en su camino. A medida que avanzaba en la carrera escolar, sus facultades se hacían más notorias, y demostraba mayor celo en el estudio. En cuanto a la enseñanza que se le daba, iba muy bien en los estudios clásicos, particularmente en el latín, que lo aprendía con Heidernich, y muy mal en matemáticas y filosofía. Hasta tal punto era mala esta última parte, que Kant se inclinó con grandísima predilección a los estudios clásicos, y nadie hubiera adivinado en él al futuro filósofo. Se entregó sobre todo a la lectura de los autores latinos, y esto constituía para él un ejercicio de estilo y de memoria. Aprendió a escribir correctamente el latín; hasta tal punto, que supo más tarde expresar en el latín escolástico las más arduas cuestiones de metafísica. Su memoria se llenó tanto de los escritos de los poetas romanos, que hasta en su vejez recitaba de memoria los trozos más escogidos, en particular el poema de Lucrecio. Entonces pensaba Kant dedicarse por completo a la filología. Ya se veía él hecho un filólogo futuro escribiendo libros en latín, con el nombre de Cantius en la portada. El celo por el estudio de los autores latinos, el proyecto de hacer de esto su única ocupación, lo compartía Kant con dos condiscípulos; uno de los cuales realizó en efecto, y con éxito, esos planes de la juventud: este fue David Ruhnken, de Stoepe, que en el mundo filológico ha hecho célebre el nombre de Ruhnkenius. El otro discípulo era Martin Kunde, de Koenisberg, cuyo talento ahogaron las necesidades materiales, y vivió siempre en muy triste situación hasta que al fin murió de rector en la escuela de Rastemburg. Los tres jóvenes rivalizaban en sus estudios filológicos; juntos leían a sus autores predilectos y en común formaban sus planes para el porvenir. Muchos años después, Ruhnken y Kant eran ya profesores célebres; el uno en Leyda, el otro en Koenisberg. En 1771, Ruhnken escribió a Kant una epístola clásica donde recordaba a su antiguo amigo los años de la juventud y el colegio. Federico Ruhnken sólo sabía entonces del filósofo Kant lo que oía decir y alguna que otra crítica sobre sus obras. Únicamente sabía que Kant se ocupaba de filosofía inglesa, a la cual estimaba en mucho. Encargaba a Kant que escribiera sus obras en latín para que los ingleses e irlandeses pudieran leerlas; que esto debía serle fácil al que en la escuela escribía, con tanto primor esta [105] lengua. Es de creer que Kant fuera contado, cuando estaba en las clases superiores con Ruhnken, entre los mejores alumnos; este al menos es el recuerdo que en su amigo había dejado. Así le decía en esa carta: «Erat tum ea de ingenio tuo opinio, ut omnes predicarent, posse te, si studio nihil intermiso contenderes, ad id, quod in litteris summun est, pervenire.» Acaso haya exagerado un poco la retórica latina. Al comienzo de la carta, el primer recuerdo de la juventud está consagrado a los maestros pietistas, que parecen al filólogo clásico una mala aventura, de la cual los dos amigos han sacado el mejor partido posible: «anni triginta sunt lapsi, cum uterque tetrica illa quidem, sed utili nec poenitenda fanaticorum disciplina continebamur

Las ciencias filosóficas y matemáticas no contaban en la escuela con ningún Heydenreich, y el estudio de estos ramos fue infructuoso. Siempre que Kant recordaba aquellos estudios, decía a su amigo Kunde que sus antiguos profesores de filosofía, no solo no desarrollaban en él la llama de esta ciencia, sino que más bien estuvieron a punto de apagarla por completo.

2. Los estudios académicos

En la Universidad sucedió precisamente lo contrario. Aquellas ciencias que estaban más descuidadas en el colegio Federico, tenían en la universidad sus mejores representantes. Daba lecciones de filosofía y matemáticas el todavía joven e ilustre Martin Knutzen; de física, Gotfried Teske. Aquí entró nuestro Kant en un nuevo mundo, que en adelante había de ser su verdadera patria. La chispa que la escuela no pudo encender se convirtió aquí en brillante llama que con su fulgor iluminaría más tarde como reluciente astro al mundo del pensamiento. El que mayor influencia ejerció sobre Kant fue Knutzen, el cual le introdujo en el estudio de las matemáticas y de la filosofía, le hizo conocer las obras de Newton, le sirvió de amigo y de maestro y le ayudó con sus consejos.

Primeramente se inscribió Kant en la facultad de teología, y desde la escuela estaba destinado a hacer estos estudios. Con suma puntualidad y aplicación siguió sus cursos, especialmente los de dogmática de Schultz, el antiguo director del colegio, y predicó algunas veces en las iglesias comarcanas. había, pues, concluido sus estudios teológicos cuando abandonó por completo esta carrera. Por diferentes motivos debió tomar esa resolución. El más capital sin duda fue la preferencia que tuvo por las ciencias matemáticas y filosóficas; el [106] segundo motivo que influyó contra la teología puede ser muy bien que lo hallara en esa misma ciencia, y sobre todo en el sentido pietista que tenía y que ahora en la universidad se revelaba mejor que en el colegio, y donde le parecía más refractaria como dogmática que lo que le era como moral y disciplina, manifestándose de esta suerte al futuro pastor como el yugo por el cual tendría que pasar para entrar en su carrera eclesiástica. Fácil es suponer cuán insoportable hubiera sido semejante imposición a un hombre como Kant, y con qué placer para evitar ese yugo renunciaría a la carrera teológica. Esperaba Kant siendo teólogo obtener en Koenisberg una plaza de sustituto; lo deseaba para permanecer en la ciudad universitaria y proseguir sus estudios científicos. Ese puesto era ordinariamente el primer paso en la carrera teológica, y el que precedía a todas las posiciones jerárquicas. No consiguió Kant el puesto y fue preferido para tan insignificante empleo un opositor aún más insignificante. Quizá fue este el último y decisivo motivo que para siempre le alejó de la carrera teológica.

3. La enseñanza privada

Kant no podía vivir en esta situación mucho tiempo en Koenisberg. Lo poquísimo que sacaba de algunas lecciones particulares y todo lo que en el porvenir pudiera sacar, no alcanzaba para cubrir las necesidades de su vida; y como con la muerte de su padre (1747) empeoró su situación económica, no quedaba a Kant otro recurso que salir de Koenisberg y asegurar su sustento entrando de profesor privado en el seno de alguna familia. En este puesto esperaba aprovechar en sus estudios científicos todo el tiempo que le quedara, y tal vez también ahorrar dinero suficiente para seguir más tarde su verdadera vocación. Su objeto era la carrera académica. Para empezar, además de la preparación científica, necesitaba Kant otra preparación económica que acaso le exigiría mayor tiempo que la primera. Brillantes trabajos habían probado ya su capacidad científica. En el momento en que termina Kant el período académico de su vida y en que se dispone a comenzar la del preceptorado, escribió su primera disertación: «Pensamientos sobre la verdadera evolución de las fuerzas vivas en la Naturaleza,» donde intentó resolver con sus propias fuerzas uno de los problemas más difíciles y profundos de la filosofía de la naturaleza. Imprimió a su costa este escrito, ayudado por un pariente materno. (Aquí sólo estudiamos la vida exterior del filósofo y ha de sernos permitido que no entremos en lo que al contenido de aquel escrito respecta.) Con aquel trabajo [107] selló Kant el curso de su vida académica, y dio el primer paso en su nueva carrera.

Por espacio de nueve años (1746-1755) fue Kant preceptor de tres familias distintas. Primero en casa de un predicador reformador de los alrededores de Gumbinnen; después en casa del caballero de Hulsen, de Arensdorf, en Mohremgen; y por último, en casa del conde Kayserling, de Rautenburg, que pasaba en Koenisberg la mayor parte del año. Estos nueve años constituyen en la vida de Kant un período de calma, y carecemos de pormenores de ella. Kant mismo confesaba que valía mucho más su teoría pedagógica que la práctica, o, como en otros términos expresaba esta contradicción, que los mejores principios formaban los peores preceptores. Por lo demás, parece que supo tener gran tacto y habilidad en la difícil posición de preceptor en una casa particular, porque de sobra nos lo prueban el cariño y adhesión que se creo en el corazón de sus discípulos y el aprecio de sus padres. Con la familia Hulsen y Kayserling estuvo siempre relacionado, y con la última, en particular, mantuvo relaciones muy íntimas. Algún tiempo después le fue entregado como pensionista, en su casa, uno de los jóvenes Hulsen, y también se notó que el primer propietario prusiano que libró a sus aldeanos de la servidumbre, fue precisamente el discípulo de Kant.

IV
Los empleos académicos

1. Carrera y habilitación

En 1755 llegó por fin el momento de aspirar a los grados académicos, época por cierto desfavorable bajo el punto de vista científico, porque sobrevino esto un año antes de la guerra de los siete años. El 12 de Junio de 1755 fue Kant nombrado doctor después de una disertación sobre el fuego, que fue de la aprobación completa de su antiguo profesor Teske, y hecho privat docent de la universidad de Koenisberg, después de otra disertación publica hecha el 27 de Septiembre del mismo año sobre los principios de los conocimientos metafísicos. Con arreglo, a una real orden de 1749 no podía nadie ser admitido al profesorado extraordinario sin haber sostenido antes tres discusiones sobre una disertación impresa. Llenó Kant este requisito con una discusión sobre la monadología física. Estaban, pues, franqueados los primeros grados de la carrera académica. Hasta ahora había subido [108] Kant merced a sus propios esfuerzos, y muy de prisa por cierto. Pero de hoy en adelante necesitaba el apoyo de la suerte y de las circunstancias, y éstas le fueron tan desfavorables que sólo adelantaba en su carrera con una extremada lentitud. Quince años estuvo Kant de privat docent antes de obtener la merced de entrar en la universidad como profesor ordinario.

Debemos indicar aquí los obstáculos que se interpusieron en su camino, y que tan lento hicieron el progreso de su carrera académica. Apenas terminó Kant su tercera disertación, se presentó para el profesorado extraordinario de matemáticas y filosofía. Con motivo de la muerte de su profesor Knutzen estaba esta clase vacante desde 1751. La guerra era inminente en estos momentos, y había decidido el gobierno prusiano no conceder ninguna cátedra extraordinaria. Su nombramiento fracasó esta vez. Dos años más tarde, en 1758, vacó también la cátedra ordinaria de lógica y metafísica, y era menester proveerla a pesar de la guerra. Pretendió Kant la clase con otro privat docent, llamado Buck. A principios del mismo año habían invadido los rusos la provincia de Prusia; el 22 de Enero entraron en Koenisberg. Toda la administración de la provincia, la civil y la militar y la distribución, por consiguiente, de los puestos académicos estaban en manos de un general ruso. Apoyaba la candidatura de Kant su antiguo profesor Schultz, cuya conducta en esta ocasión es bastante característica. La benevolencia que prestaba a su antiguo discípulo luchaba en su ánimo con las sospechas que le inspiraba el desertor de la teología. Era Schultz un wolfiano ortodoxo y en la tesis de recepción se había mostrado Kant contrario a Wolf en cuestiones muy capitales. Tenía, pues, Schultz más de una razón para permanecer indeciso. Pero quería convencerse ante todo en lo que toca a la fe. Hizo llamar a Kant, y apenas hubo entrado en su cuarto, le preguntó: «¿Tenéis en vuestro corazón el temor de Dios?»– Indudablemente tenía la pregunta más trascendencia que la que le supone Borowski creyendo que fue sencillamente un medio para hacer que callara Kant. No fue Kant más afortunado en esta ocasión. El general ruso le excluyó y dio la cátedra a su rival.

Al fin de la guerra fueron mejorando los tiempos. Pedro III subió al trono a principios de 1762; hízose la paz entre Prusia y Rusia; la hostilidad se convirtió en alianza; devolviéronse las provincias conquistadas, y volvió la universidad de Koenisberg a ser regida por la administración prusiana. Así por sus lecciones como por sus escritos, uno de los cuales acababa de ser premiado por la Academia de Berlín, se había atraído Kant la atención del gobierno [109] prusiano. Se dijo que le darían la primera cátedra vacante. En Julio de 1762 vacó, en efecto, una clase; pero –nuevo contratiempo– la clase era de poesía. Kant no podía naturalmente pretender ese puesto, que entre otras funciones, imponía al propietario la obligación de juzgar todas las poesías de circunstancias, y de hacer las oficiales para las grandes solemnidades, navidad, coronaciones, natalicios, &c. La guerra había concluido, y era indispensable proveer la vacante el gobierno se fijó en Kant. El ministro encargado de la administración de las universidades escribió al curatorium de Koenisberg pidiéndole informes sobre cierto magister de aquel lugar, llamado Manuel Kant, que ya el gobierno conocía por algunos escritos suyos que demostraban un profundo saber, y preguntando si tenía las dotes necesarias y el deseo de ser profesor de poesía. No aceptó Kant el empleo, y se recomendó para otra ocasión. Respondió el ministro «que sería colocado el magister M. Kant tan pronto como hubiera una ocasión, para honor y utilidad de la Academia de Koenisberg.»

Se presentó esa ocasión al año siguiente, aunque sin ser todavía una cátedra, sino el modesto puesto de subbibliotecario del palacio real, con el sueldo no menos modesto de 62 thalers anuales. Por orden del gabinete, fecha 14 Febrero de 1766, fue otorgado este puesto «al hábil magister Kant, célebre por sus escritos científicos.» Este fue su primer empleo oficial. Tenía a la sazón 42 años.

Por último, después de quince años de esperar, después de tantos infructuosos esfuerzos, llegaba Kant al puesto que tan merecido tenía. En Noviembre de 1769 recibió el nombramiento para la universidad de Erlangen de profesor ordinario en la materia a que se había consagrado; en Enero del año siguiente le ofreció la misma clase la de Jena. Como no se le ofrecía nada en Koenisberg, se disponía ya a aceptar la proposición de Erlangen. Casi había cerrado sus compromisos, cuando se le ofreció en Koenisberg la perspectiva de la cátedra de matemáticas. Buck, aquel que obtuvo del general ruso la clase de lógica y metafísica, pasó a aquella cátedra y fue nombrado Kant profesor de la que dejaba vacante en Marzo de 1770, consiguiendo al fin la clase que en vano pretendió doce años atrás. El 20 de Agosto de 1770 inauguró su profesorado con la tesis: «de la forma y de los principios del mundo sensible e inteligible.» El que respondió en esta ocasión fue Marcus Herz, uno de sus más distinguidos discípulos. En esta disertación están contenidos los principios de la filosofía crítica. Kant había hallado ya su nuevo camino, y en este escrito penetraba en él defendiendo las bases de una filosofía [110] completamente nueva. Así, el año de 1770 constituye en su vida un momento muy importante, y hace época, así por su vida exterior, como por el desenvolvimiento científico de su espíritu.

Sin ningún otro título honorífico ocupó Kant hasta su muerte esta cátedra, cuyos deberes cumplió con escrupulosa puntualidad todo el tiempo que le fue posible. En 1772 se desprendió del cargo de bibliotecario, que a más de serle molesto, le robaba un tiempo precioso, y se entregó por completo a sus lecciones y estudios. Durante esta docena de años estuvo constantemente preocupado con la gran idea de una transformación completa de la filosofía. Progresaba con gran lentitud en la facultad. Sólo los cuatro primeros miembros de ésta tenían asiento en el Senado académico. En 1780 alcanzó Kant el cuarto lugar en la facultad, y la entrada por consiguiente en el Senado. En el verano de 1786 fue por primera vez rector de la Universidad, y como tal tuvo que hablar en nombre de la Albertina{4} al rey Federico Guillermo II que acababa de subir al trono, y que se encontraba en Koenisberg para recibir el homenaje de esta ciudad. Apunta Borowski en su manuscrito que Kant fue muy distinguido en esta ocasión, especialmente por el ministro Herzberg. Nosotros, por nuestra parte, decimos que Kant, que no buscaba tales honores, borró esas líneas en el manuscrito. En el verano de 1788 fue rector por segunda vez, y antes de 1792 senior de toda la facultad y también de toda la Academia{5}.

2. Profesorado

Hemos indicado las condiciones exteriores de su posición oficial. Debemos ahora tratar de cómo llenó sus funciones, de la extensión y naturaleza de sus lecciones académicas. En el invierno de 1755 al 56 dio Kant su primera clase. Borowski asistió a la apertura del curso. «Vivía entonces –nos dice este– con el profesor Kypke, en la ciudad nueva. Un número increíble de estudiantes ocupaba por completo la vasta sala que allí había, el vestíbulo, y se extendía hasta las escaleras. Esto parecía embarazarle. No teniendo el hábito de estas cosas, casi perdió el dominio de sí mismo, hablaba más bajo que de costumbre y se corregía frecuentemente. Pero esto hacía crecer nuestra admiración por aquel hombre que [111] creíamos todos de un vastísimo saber, y que, sin temor verdadero, se presentaba ante nosotros con tan grande modestia. En las lecciones siguientes ya no sucedió lo mismo, y no solo fueron profundas sus explicaciones, sino también fáciles y amenas.» Todos los que le oyeron coinciden en decir que sus lecciones eran interesantísimas, de grandísima doctrina, y que cuando el objeto que trataba lo requería, les imprimía grandísimo vuelo y elevación. El fin que Kant seguía en sus explicaciones era el del profesor, y sobre todo del profesor de filosofía. Antes que propagar ideas propias, excitaba en sus discípulos el estímulo y los inclinaba al propio pensamiento. Mil veces dijo él, desde lo alto de su cátedra, que no se viniera allí a aprender filosofía, sino a filosofar. No era su objeto trasmitir resultados adquiridos, sino que delante de sus mismos oyentes procedía a la investigación, les hacía seguir la operación científica y brotar a sus ojos las concepciones justas, despertando de esta suerte en ellos la actividad del pensamiento, y a la vez encadenando la atención y el espíritu de los que le escuchaban. Es lógico que no sirvieran para todas las cabezas semejantes lecciones, que sólo se atrajeran las inteligencias algo elevadas y que se alejaran los espíritus mediocres, probablemente los más numerosos. Tampoco le gustaban los que escribían, y no quería oyentes que por completo se entregaran a su palabra. A causa del constante cuidado de provocar la meditación en sus oyentes, y de preferir que la verdad brotara del espíritu de los otros a publicarla él mismo, puede decirse que nunca fue Kant dogmático en su clase, ni aun como profesor de filosofía.

Hacía sus cursos, según costumbre, por manuales impresos, que, así a sus discípulos como a él, fueron muy útiles por el gran número de cursos que dio. No se sujetaba, sin embargo, al manual, ni se rebajó a convertir sus cursos en meras explicaciones de los párrafos impresos. Empleaba en él también aquella espontaneidad que quería surgiese en el ánimo de sus oyentes. Sin traba alguna, se entregaba por completo al libre curso de sus pensamientos, y cuando estos le arrastraban demasiado lejos del tema dado, cortaba de repente el hilo con un: «así sucesivamente», o «etcétera», y cogía de nuevo el asunto con un «in summa, señores.» Pero lo que sobre todo cautivaba a sus oyentes, aun a los más incapaces de pensar por sí mismos, era, además de aquella libertad en sus explicaciones y de sus maneras llenas de animación, las aplicaciones interesantes, graciosas y a veces poéticas que hacía cuando, para hacer más claras sus lecciones, buscaba ejemplos y comparaciones en los poetas, viajeros o historiadores. Dada esta manera de tratar las cuestiones, cualquier [112] interrupción del cuidado que tenía que observar, le era en extremo desagradable. La cosa más insignificante, si no estaba habituado a ella, por ejemplo, una singularidad en el traje de un estudiante, bastaba para turbarle. Cuenta Jachmann un rasgo de este género, muy característico y a la vez muy cómico. Dice que tenía Kant costumbre de fijar sus ojos, parare recogerse en sí mismo cuando hablaba, en uno de sus oyentes más cercanos, como si a él fueran dirigidas todas sus demostraciones. Estaba un día cerca de él un estudiante a quien faltaba en la levita un botón: Kant advirtió este hueco. Sin cesar caía involuntariamente su mirada en el sitio del botón, como si contemplara algún defecto de la naturaleza; todo el curso de la lección se le notó excesivamente turbado.

El círculo obligado de su enseñanza comprendía las asignaturas que había profesado: matemáticas, física, lógica y metafísica, y además derecho natural, moral, teología natural, geografía física y antropología. Los manuales de que se se servía eran: en matemáticas y física, los de Wolf y Eberhard; en lógica, el de Baumeister, después el de Meier, y en metafísica, el de Baunister al principio, después el de Baumgarten.

Desde 1760 empezó a extender el campo de sus lecciones a fin de hacer más atractivos los estudios académicos y de propagar los adelantos de las ciencias. Para los teólogos daba el curso de filosofía de la religión o teología natural, para otros antropología y geografía física. Desde que publicó en 1763 y 1764 su disertación sobre «la única base posible para la demostración de la existencia de Dios» y sus observaciones sobre el sentimiento de lo bello y de lo sublime», entraron estas materias en sus explicaciones bajo el nombre de «Crítica de las pruebas de la existencia de Dios» y «Tratado de lo bello y de lo sublime.»

Con el más riguroso celo llenó Kant durante cuarenta años sus deberes académicos. después vinieron los obstáculos: primero, el conflicto que tuvo con el gobierno; segundo, su avanzada edad. En 1794 interrumpió su curso de teología racional, causa del conflicto con el gobierno. En el verano de 1795 suspendió todas sus lecciones particulares, y sólo continuó con las públicas de lógica y metafísica. Por último, en el otoño de 1797 terminó para siempre sus cursos académicos.

Hacía sus cursos en las horas diarias, rigurosamente determinadas, como en general acostumbraba en la distribución de su tiempo. Cuatro veces por semana daba sus lecciones, de siete a nueve de la mañana, dos veces, de ocho a diez, y además el sábado de siete a ocho las repeticiones. Tuvo siempre estas horas con la mayor puntualidad. Asegura Jachmann [113] que en los nueve años que estuvo oyendo a Kant no se acuerda de una sola vez que faltara a sus clases, ni que se haya hecho esperar un cuarto de hora.

Bien se comprende que en el curso de cuarenta años poco a poco se fueran apagando sus fuerzas oratorias, mucho más si se recuerda que no le acompañaban las físicas, y sobre todo la débil edad de voz que siempre tuvo. Mientras influían en el ánimo de los oyentes, la vivacidad de las lecciones, el nombre del maestro y la novedad del asunto, parece como si la misma debilidad de aquel órgano fuera una causa más para atraerse la atención de aquellos oyentes. Con el tiempo era lógico que perdieran sus lecciones la vivacidad que antes tenían. En los primeros años podía Kant influir poderosamente, y hasta arrastrar a los más impresionables, sobre todo cuando valiéndose de Pope y Haller, sus poetas favoritos, se entregaba a los trasportes de su fantasía. Una de estas lecciones debió ser la que enamoró en tal grado a un oyente, que éste reprodujo todos los pensamientos en una composición poética, que al otro día por la mañana enviaron a Kant. Gustó tanto la poesía al filósofo, que no pudo dejar de leerla en la clase. El oyente poeta era Herder, que a la sazón (1762-1764) estudiaba en Koenisberg, y seguía los cursos de Kant. Recordando más tarde Herder en sus cartas sobre el progreso de la humanidad los tiempos de su juventud académica, trazó el retrato de su antiguo maestro con los más vivos y entusiastas colores. El pasaje que dedica a la memoria de Kant le hace más honor que la desentonada y errónea polémica que más tarde sostuvo contra la filosofía crítica. «Yo tuve la dicha –dice él– de conocer a un filósofo, que fue mi maestro. En los años más florecientes de su vida tenía la jovialidad de un mancebo y creo que siempre la tuvo hasta en su edad madura. Su ancha frente, que indicaba la fuerza del pensamiento, era morada de permanente jovialidad; salía de sus labios la palabra más abundante en pensamientos; disponía a su antojo del chiste, del humor y de la broma, de suerte que sus lecciones, a la par que científicas, eran el entretenimiento más agradable. Con el mismo interés examinaba a Leibniz, Wolf, Baunigarten, Crusius, Hume, estudiaba las leyes de Newton, de Keplero y otros físicos; daba entrada a los escritos de Rousseau, Emilio y la Eloisa, que entonces acababan de publicarse, así como también a cuantos descubrimientos científicos ocurrían, viniendo a parar siempre en el conocimiento imparcial de la naturaleza y en el valor moral del hombre. La historia de la humanidad, de los pueblos, de la naturaleza, de las ciencias naturales y la experiencia eran siempre las fuentes de que se [114] valía para dar animación a sus explicaciones: nada digno de ser sabido le era indiferente; buscando siempre la verdad y su propagación, no conocía cábalas, ni sectas, ni prejuicios. Animaba y hasta obligaba a sus oyentes a pensar por propia cuenta. Ignoraba lo que era el despotismo. Ese hombre, que con el mayor respeto, que con el más vivo agradecimiento nombro, es Manuel Kant: tengo ante mis ojos su agradable imagen.»{6}

Treinta años más tarde vino Fichte a Koenisberg para oír a Kant. después de asistir a su clase escribió Fichte en su diario: «He oído a Kant y tampoco me ha satisfecho. Su explicación es soporífera.» había llegado Fichte a Koenisberg con una idea tan exagerada de Kant, que el Kant real no correspondía a ella. No es esto una censura para Kant, todo lo contrario. Podrá ser tan justo el juicio de Fichte como el de Herder. Las explicaciones que Herder oyó son treinta años anteriores a la que oyó Fichte.

Los cursos más concurridos de Kant eran los de antropología y de geografía física, dedicados a la generalidad de las gentes cultas.

En ellos quería Kant propagar este género de conocimientos útiles e importantes sobre el mundo y la naturaleza humana, que él poseía en gran cantidad. El estudio asiduo de los pueblos y de los hombres era para él una especie de recreo a la vez que le servía de complemento a sus investigaciones filosóficas. Mas desde todas partes se dirigía siempre su pensamiento hacia un objeto único, al cual afluían como a su punto céntrico: la naturaleza humana. Para conocer a la naturaleza humana como tal, anterior e independiente de toda experiencia, es necesario el sentido especulativo que la filosofía crítica ha creado. Para conocer a la naturaleza humana tal como la experiencia la presenta, como dentro del mundo aparece, es necesario un conocimiento profundo y extenso de la experiencia, del mundo. Kant, que nunca había viajado, no podía obtener ese conocimiento por propias observaciones. Así, reemplazó los viajes con la lectura asidua y detenida de las narraciones de viajeros. Al lado de una excelente memoria podía una gran fuerza de imaginación que le permitía representar las cosas en todos sus detalles y conservarlas con tal claridad que parecía tenerlas delante de sus ojos. Hablaba con tal exactitud e interés de las particularidades de un país o de una ciudad, que más de una vez se le hubiera tomado por un touriste. En una ocasión describía el puente de West-minster de Londres, su forma, dimensiones y medida con [115] tanta claridad y vida, que un inglés que le estaba oyendo le tomó por un arquitecto que había vivido muchos años en Londres. Del mismo modo hablaba otra vez de Italia, como si hubiera conocido a ese país por larga y propia experiencia. De todo esto se comprende el interés que debían tener sus lecciones sobre geografía física, animadas por tal riqueza de conocimientos y por imaginación tan extraordinaria. Así, concurrían a estos cursos, no solo jóvenes estudiantes, sino también un gran número de personas de edad madura y de las más diversas profesiones. Y estaba tan extendida la reputación de estas lecciones, que desde puntos muy lejanos se mandaban a pedir los extractos. Entre estos lejanos lectores de Kant se encontraba el ministro prusiano von Zedlitz, que siguiendo a las inspiraciones del rey Federico favorecía el progreso, y particularmente la filosofía kantiana. Un año después de haber inaugurado Kant su profesorado ordinario, fue puesto von Zedlitz al frente del departamento eclesiástico y encargado de la alta inspección de la enseñanza prusiana. Tenía encargo de dejar el campo más libre a las opiniones, particularmente las científicas, y cuidar al mismo tiempo de que doctrinas rancias y manuales antiguos y fuera de uso, no perjudicaran a la instrucción pública. Animado de este espíritu escribió el ministro en Diciembre de 1775 a la universidad de Koenisberg, prohibiendo a los profesores hacer sus cursos y explicaciones sobre manuales anticuados. La enseñanza debía ser filosófica y no debía explicarse más la filosofía de Crusius. Entre honrosas excepciones se hacia especial mención de Kant y Reusch, a quienes se designaba como modelos para los otros profesores. Los crusianos intransigentes como Weymann y Wlochatius recibieron aviso de explicar sobre otros asuntos. Sin duda alguna en esta orden –muy oportuna desde luego– hay algo de imperativo, como de por sí lo producía el racionalismo ilustrado de la época: en ella se ordena a los profesores que cesen de ser estrechos en sus miras.

Zedlitz tenía de Kant altísima opinión. En 1778 le escribía: «estoy asistiendo ahora a vuestro curso de geografía, física, mi estimado profesor Kant, y lo menos que puedo hacer es enviaros mi agradecimiento. Esto tal vez os admire, efecto de las ochenta millas que nos separan; pero yo también debo confesaros que estoy en la situación del estudiante que o está muy lejos del profesor, o no está habituado a su pronunciación, porque el manuscrito que estoy leyendo está escrito de una manera muy incorrecta y confusa. Sin embargo, por lo que he logrado descifrar, se han aumentado extraordinariamente mis deseos de leer lo restante.»

Al quedar vacante en el mismo año la cátedra de filosofía [116] en Halle por la muerte de Meier, ofreció el ministro a Kant la primera cátedra de filosofía de Prusia en las más brillantes condiciones. Ni el gran sueldo, ni la perspectiva de un mayor auditorio, ni el título que para él tenía dispuesto el ministro fueron bastante para alejarlo de su querido Koenisberg.

V
La nueva doctrina

1. Desarrollo de la Filosofía Crítica

Hallábase Kant a la sazón ocupado en la preparación de su obra capital. Lo que él ya había descubierto y presentado con completa claridad en su disertación inaugural, era el gérmen del nuevo sistema filosófico. Con lentitud y seguridad, como lo requería la dificultad del asunto y la profundidad de Kant, avanzaba hacia su término este grandioso trabajo intelectual. Era, además, tan vasto el campo de estás nuevas investigaciones que cada paso que le aproximaba hacia su fin, parecía más bien alejarlo. Kant por lo menos creyó terminar su trabajo mucho antes. Las cartas que en esta época escribía a Marcus Herz, de Berlín, nos dan algunos datos sobre los retrasos que su obra experimentaba. Al mismo tiempo son esas cartas las únicas que nos dan algunos detalles sobre la elaboración de la filosofía crítica.

La idea de una nueva filosofía estaba presente al espíritu de Kant con toda claridad desde 1770. Sabía que se necesitaba una crítica de la razón pura en su relación con los conocimientos teóricos y los prácticos. Ya en Febrero de 1772 escribía él a Herz: «Estoy haciendo una exposición, una crítica de la razón pura que contiene la naturaleza del conocimiento teórico y práctico (en tanto que es meramente intelectual), cuya primera parte, que contiene las fuentes de la metafísica, su método y límites, para fundar más tarde los principios puros de la moral, publicaré de aquí a tres meses»{7}. La obra toda debía abarcar en sus dos partes lo que después apareció en las tres críticas separadas: de la razón pura, de la razón práctica y del juicio. Kant pensaba entonces poder concluir en tres meses la crítica de la razón pura y publicarla.

En Junio del mismo año escribía a Herz que en esos momentos estaba ocupado en una obra sobre los límites de la [117] sensibilidad de la razón. Estas dos partes son, pues, las investigaciones que comprendía más tarde la crítica de la razón pura en sus doctrinas elementales (como estética y lógica trascendentales). Sin embargo, él observó bien pronto que no solo ha de estar fundado el conocimiento, sino que debe ser exactamente limitado, y que para la completa solución de la cuestión crítica era también necesario «una disciplina, un canon, una arquitectónica de la razón pura» en una palabra, lo que más tarde llamaba método la crítica de la razón pura. «No pienso»– escribía Kant en Noviembre de 1776– «concluir este trabajo antes de pascuas, y creo más bien que le dedicar una parte del verano próximo.» Al mismo tiempo se quejaba de su salud siempre quebrantada.

Sobre el sistema de la nueva filosofía y sobre la idea del todo, no tenía ya Kant duda alguna. Mas antes de toda deducción sistemática, era preciso producir las bases por medio de la misma indagación crítica. Esta crítica de la filosofía estaba llena de dificultades, sobre todo para la forma de exposición que debía ser conveniente y comprensible para todo el mundo. Así escribía Kant en Agosto de 1777 que esta crítica era como una piedra en medio del camino de su trabajo sistemático, que toda su ocupación consistía entonces en apartarla a un lado, y que para el invierno esperaba haberlo conseguido por completo. El trabajo avanzaba. Sin embargo, tampoco estuvo concluida en el verano del año siguiente. No estaba la dificultad en el número de pliegos, sino en el mismo asunto. «Yo espero» decía en una carta de este año, «que encontraréis justificada la causa de la tardanza en la naturaleza de la cosa y del proyecto mismo.» En otra carta de Agosto de 1778 habla él de su obra como de un «Manual de Metafísica» en que incesantemente trabaja. En ese mismo año tomaron también sus lecciones de metafísica otro carácter distinto. Hablando Kant en esa carta de las explicaciones, dice que se separan mucho de las anteriores y de las ideas generalmente admitidas.

Al fin, el 1º de Mayo de 1781 escribía Kant: «En estas ferias de pascua saldrá un libro mío con el título de Crítica de la razón pura. Se imprime en la casa de Hartknoch, de Halle. El libro contiene el resultado de las múltiples investigaciones que comenzaron por los conceptos que discutimos juntos bajo el nombre de mundi sensibilis et intelligibilis. Para mí tiene una gran importancia someter la suma de todos mis esfuerzos al juicio del hombre profundo que se dignaba interesarse por mis ideas y que las comprendía con tanta penetración.»

La aparición de esta obra constituye en la historia de la filosofía la época crítica. habían pasado diez años desde que Kant anunciaba publicarla a los tres meses, y sólo tres desde que [118] decía que iba a contener sólo algunos pliegos. Pero estos pocos pliegos se convirtieron en un abultado volúmen. Esta obra es una de las más difíciles que se han publicado, y al mismo tiempo, lo que es todavía más raro, una de las más acabadas y meditadas. Pero al mismo tiempo que por esta obra se rejuvenece por completo la filosofía y se abre una nueva era para ella su autor, de cincuenta y siete años de edad, pone los pies en las puertas de la vejez. De naturaleza débil, de constitución enfermiza y de extremada sensibilidad necesitaba ahora de toda la fuerza de su voluntad y de todo el tiempo que le quedaba para educar aquel hijo tan retardado. Las nuevas bases están dadas, y sobre ellas hay que levantar la nueva doctrina. Kant consagra cada vez más sus fuerzas a esta obra, y la mira como objeto de su vida. Economiza el tiempo más que nunca, porque avanzan los años y le queda todavía mucho por hacer, siendo él quien únicamente puede hacerlo. Visita con menos frecuencia, escribe muy pocas cartas, a veces se pasa un año para contestarlas; todo su tiempo de trabajo lo absorben sus ocupaciones oficiales y filosóficas.

2. Las obras posteriores

En la Crítica de la razón pura se indicaban claramente los problemas que debían ser resueltos. Ante todo era necesario comprender bien la misma investigación kantiana, el espíritu de la filosofía crítica y su punto de vista completamente nuevo. El primer juicio que de la obra se publicó entonces y por persona competente, nos hace ver cuán lejos estaban de su justa interpretación las primeras inteligencias de la época. Garve, que se hallaba en los baños de Pyrmorit, recibió la Crítica de la razón Pura entre otros libros nuevos. Al poco tiempo daba cuenta de ella en los Anuncios científicos de Goettingen, y ponía la doctrina de Kant al lado del idealismo dogmático de Berkeley. Y cuenta que Kant había tomado un punto de vista tan alejado y distinto del idealismo como del realismo de la época dogmática y de toda dirección dogmática o escéptica. Se creyó, empero, que la Crítica estaba demasiado cerca del idealismo de Berkeley y del escepticismo de Hume.

Kant no podía tolerar una interpretación tan extraviada, y para hacer ver los puntos que principalmente debían hacerle distinguir de Berkeley y Hume, y facilitar al mismo tiempo la mejor interpretación de su obra, escribió en 1783 sus «Prolegómenos de toda metafísica futura.» Con este fin también modificó algunos puntos esenciales en la segunda [119] edición de la Crítica de la Razón pura, y entre las dos ediciones ha establecido diferencias, cuya importancia para el carácter e inteligencia de la filosofía crítica hicieron observar, primero Jacobi y después Schopenhauer. Mas no nos ocuparemos aquí del desarrollo filosófico de Kant, sino en cuanto esto se relaciona con su vida exterior.

Las primeras cuestiones que la crítica prescrita se refieren al modo de fijar los principios para el conocimiento de los fenómenos sensibles, para la conducta moral, para el gusto y la consideración teleológica de las cosas en general. Se trataba en primer lugar de establecer las bases metafísicas de las ciencias naturales y de la moral. Kant resolvió este problema en los diez años de la crítica. En 1785 publicó las «Bases de la metafísica de las costumbres»; en 1786 los «Principios metafísicos de las ciencias físicas»; en 1788 la «Crítica de la razón práctica», y, por último, en 1790 quedó terminada en sus principales lineamientos toda la obra crítica, con la publicación de la «Crítica del Juicio.» Con esto quedó establecida toda la doctrina de la filosofía moderna, y el último decenio que resta de siglo fue también el último de actividad científica para nuestro filósofo.

Después de haber sido descubiertos la facultad y límites de la razón humana a la luz de la nueva filosofía crítica, y después de haber sido desarrollado todo lo que de la sola razón se deriva, faltaba todavía exponer a esta nueva ciencia de la razón en sus relaciones con todo lo que en nuestra vida espiritual no se deriva únicamente de la razón pura. Era necesario establecer una diferencia entre lo racional y lo positivo. Toda la claridad y exactitud que había puesto Kant en su arte crítica para lo racional, debía mostrarse también en su oposición con lo positivo. Esta oposición había sido concebida en la filosofía de Kant con mucha mayor profundidad que en la filosofía racionalista, pareciendo así aproximarse la futura conciliación. En el punto de vista completamente nuevo de Kant, y fundado en lo más íntimo de la naturaleza humana, pueden existir y ser aceptados elementos tales de las creencias positivas, que la filosofía anterior, que hizo exclusión de todas ellas, sólo supo negar. Pero eran, sin embargo, inevitables la lucha y la oposición. En primer lugar, encontró Kant delante de él, y en primera línea, a la fe bajo la forma de religión positiva; en segunda, al derecho bajo la forma del estado positivo, históricamente dado, y, por último, a las ciencias positivas, personificadas en lo que se llamaba Facultades superiores, por oposición a la facultad de filosofía. Su último hecho crítico fue exponer y conciliar esta lucha de facultades. Sus doctrinas sobre la religión y el [120] Estado fueron la vanguardia que inició la batalla general. Y aquí, en el choque con la religión positiva, tropezó Kant, como era de esperar, con los más pertinaces enemigos que halló fuera de la ciencia.

Kuno Fischer

(Terminará en el próximo número)

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{1} Kuno Fischer, autor de este trabajo, es una de las figuras más distinguidas y más simpáticas, que se destacan en la moderna Alemania. Nació en 1824, es hoy profesor y rector de la Universidad de Heidelberg. Además de este trabajo contamos con otros de no menos importancia y valor.

{2} Darstellung des Lebens und Characters Inmanuel Kant's von L. C. Borowski, 1804.

{3} Inmanuel Kant geschildert in Briefen an einen Freund. J. B. Jachmann, 1804. Inmanuel Kant von Wasianski, 1804.

{4} Nombre de la universidad de Koenisberg.

{5} Para saber el estado de su posición económica basta el hecho de que al advenimiento de Federico Guillermo II recibió el aumento de 220 thalers y que tuvo desde entonces 620 thalers anuales.

{6} Herder's, Werke Philosophie und Geschichte, bd. XIV.

{7} I. Kant's Briefe, herausgegeben von Schubert, Saemtliche Werke XI, Abth. I, J. 28.

 


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