Revista Contemporánea
Madrid, 15 de diciembre de 1901
año XXVII, número 620
tomo CXXIII, cuaderno VI, páginas 683-696

Urbano González Serrano

< Bocetos filosóficos >
II

Platón

«Refiérese –dice Diógenes Laercio– que Sócrates vio en sueños un polluelo de cisne, que plumaba sobre sus rodillas, el cual, metiendo luego alas, se elevó por los aires y dio dulcísimos cantos, y que, habiéndole sido llevado Platón al día siguiente, dijo: 'He aquí el cisne.'»

Platón, amado más que otro alguno por la Venus Urania, es un pensador que proclama cual únicas realidades el bien y la belleza. Para ello cuida de revestir toda abstracción de la mente con los hermosos colores del mito y de la fantasía. El más puro de los socráticos cifra su sistema en idealizar la sencillez de su maestro.

El filósofo y el artista han hecho olvidar al hombre. De menos relieve que la de Sócrates su vida, sin consagrarla con una muerte heroica y santa, Platón es admirado, señaladamente por su influencia en la civilización cristiano europea; pero no logra, como su maestro, conquistar las simpatías de la generalidad. Sin embargo, su conducta durante la prisión y muerte de Sócrates, su digna contestación al tirano Dionisio y la severa disciplina que impone a su espíritu hacen de él un hombre respetable, que no divorció jamás su vida de su pensamiento. La complejidad de su carácter se revela en que, mientras Lewes considera a Platón como encarnación de la dialéctica, como metafísico abstracto y sutil, Zeller le atribuye una naturaleza artística que confunde la ciencia y la vida en una contemplación estética. [684]

Se acusa a Platón de orgulloso, quizá por el menosprecio que siente hacia el vulgo, por la supremacía que da a la cultura filosófica sobre la opinión vulgar, por la alta estimación que de sí mismo hacía y por la tendencia a cierta severa majestad de que rodeaba su enseñanza, suprimiendo de ella la sencillez de la doctrina socrática. Prendado Platón de la elegancia de las maneras, que traducía en cierto lenguaje ampuloso, tal vez contribuyó a desterrar la concisión ática de la especulación filosófica y aumentar con cierta carencia de civismo la relajación de las costumbres. Más que hombres activos y fuertes, más que ciudadanos severos consigo mismos, salían de su enseñanza elegantes y aristócratas, que cuidaban de gozar su riqueza y sus privilegios.

Pero tales acusaciones deben ser más bien dirigidas a su siglo, al medio en que vivió y a la degradación de las costumbres por una cultura intelectual refinada, que declinó después, con la Filosofía llamada de la Academia o académica, en la erudición y en un cierto escepticismo como nota de buen tono. El desvío de la corriente general, el presentimiento de que la ola de lo vulgar y de lo utilitario no halla dique sino en una reforma completa del individuo, antes que en alharacas y en oraciones pomposas, pudo contribuir a formar la convicción del gran dialéctico de hacerse superior al medio que le rodeaba, aun corriendo el riesgo de aislarse de él, elevando su mirada sobre el curso universal de las cosas.

Platón desconfiaba del ciudadano y pensaba en el hombre. Es el filósofo de la humanidad, no fue el pensador ateniense. Su obra se malogra de momento en la Academia y adquiere una consagración por los siglos de los siglos en la información dogmática del Cristianismo. Pugna su concepción con los estrechos moldes del regionalismo ateniense y lo vence por completo en la universalización de dogmas y creencias, que han servido y aún sirven de medio moral, de sol inteligible a cuantas generaciones se han sucedido. Hay que buscar la influencia platónica, más que en su siglo, en los siguientes y aun en nosotros mismos.

Platón nació en Atenas o en Egina el año 430 y murió el 347 antes de nuestra era. Descendiente de Codro por la línea [685] paterna y por la de su madre de Solón, se llamó Aristocles, y, según se dice, le añadieron el sobrenombre de Platón por la anchura de sus hombros, por la amplitud de su frente y por la universal extensión que daba a sus ideas, que le obligó con frecuencia a Sócrates a exclamar: «¡Cuántas cosas me hace decir este joven, en las cuales yo no he pensado jamás!»

Se sabe poco de la juventud de Platón. Emparentado con los hombres públicos más influyentes de su tiempo, le hubiera sido fácil llegar a los primeros puestos de la república, si hubiera seguido la carrera política. Pero no tenía tales inclinaciones; ni lo débil de su voz ni el género de su elocuencia eran condiciones adecuadas para un hombre de Estado. Luego que recibió la esmerada educación propia de la juventud ateniense, cultivó Platón la poesía y aun llegó a componer un gran poema, una tetralogía, que quemó al conocer a Sócrates el año 408. Las lecciones que oyó a Sócrates cautivaron su alma y decidieron de su destino. Desde entonces no se separó de su maestro, a quien profesó singular veneración, mostrándola sobre todo durante la prisión y muerte de Sócrates. Trabajado por su absolución empleó todos los medios que estaban a su alcance y aun preparó un discurso en su defensa, pero le arrojaron de la tribuna y no le consintieron hablar.

Aunque siguió Platón durante diez años la enseñanza de Sócrates (hasta la muerte de éste), todas las doctrinas excitaban vivamente su curiosidad; había ya oído en su juventud a Cratilo y posteriormente escuchó a todos los pensadores de la época. Porque parece, en efecto, que la gestación laboriosa de la cultura humana, igualmente necesitada de impulsos innovadores y de puntos de descanso, impone al espíritu individual el deseo de volver la vista hacia el espacio recorrido, como condición para seguir adelante. La erudición (recapitulación de lo ya sabido) representa saldos que el espíritu individual convierte en partidas de haber del espíritu colectivo, con el cual se liga el primero para continuar los derroteros ya comenzados. Platón llegó a conocer el movimiento filosófico anterior a su tiempo, y por la manera de exponer su pensamiento, presintió que «la filosofía está en su propia historia».

Muerto Sócrates, se refugió Platón en Megara, donde [686] Euclides fundaba la escuela de su nombre. Reina gran incertidumbre entre los biógrafos acerca de los viajes de Platón, así como también respecto al orden en que los hizo. Sostienen algunos que viajó por Francia, en donde conoció los libros santos de los hebreos; suponen otros que desistió de tal viaje por las guerras de Asia. Por más probable dan el viaje a Egipto, en donde estudió la ciencia de los sacerdotes. En Cirane trabajó con el matemático Teodoro la geometría. En su viaje a Italia hizo relaciones con los discípulos de Pitágoras, Architas de Tarento y otros. Fue hasta tres veces a Sicilia. La primera era tirano de la isla Dionisio el viejo, y hablando de la tiranía le dijo Platón «que no era lo mejor lo conveniente a él solo, si no se conformaba con la virtud». Enojado Dionisio le contestó: «Tus razones saben a chochez»; «y las tuyas a tiranía», replicó Platón. Indignado el tirano, quiso quitarle la vida, concluyendo por venderle en Egina. Le redimió por 30 minas Annicerio Cirineo. La segunda vez que pasó a Sicilia fue para pedir a Dionisio el joven tierra y hombres para que viviesen según su república ideal. Aunque se lo prometió el tirano, no llegó a cumplirlo.

Volvió por fin Platón a Atenas y doce o quince años después de la muerte de Sócrates, hacia el año 380 antes de nuestra era, fundó su escuela y agrupó alrededor de él, en los jardines de Academo, numerosos discípulos, que propagaron con más o menos fidelidad sus doctrinas. El origen histórico de la palabra Academia, en su aplicación a las múltiples derivaciones de la filosofía platónica, se debe el nombre dado por los atenienses a un paseo plantado de plátanos y olivos, en un principio gimnasio, que fue después legado a la república por un contemporáneo de Teseo, llamado Academo. Al mencionado sitio concurría Platón para explicar filosofía, y a él, pagando tributo a la tradición, siguieron asistiendo con frecuencia los tenidos por discípulos del gran sistematizador de la dialéctica{1}. [687]

Pasó Platón los últimos años de su vida en la Academia, sin interesarse en los asuntos públicos. Aun sus célebres tratados Las leyes y La república son, más que libros de política práctica, teorías que infiere de su doctrina general filosófica. Adversario de la democracia, cuyas faltas tantos desastres habían traído a Atenas, no se sentía, sin embargo, seducido por los triunfos pasajeros de la reacción aristocrática, cuyos principios no tenían nada de común con sus doctrinas. Verdad es que alcanzó, durante su dilatada existencia, la época más desastrosa de la historia de Atenas. Presenció los desastres de la guerra del Peloponeso, la toma de Atenas por Lisardo, la dominación de los demagogos o tiranos, la corrupción de las costumbres republicanas y el engrandecimiento del Imperio macedónico. Engolfado en sus estudios, murió a los ochenta y tres años de edad, presintiendo la esclavitud y la ruina próximas de su patria. Concibió Platón su filosofía dominado por el desaliento que le infundía la decadencia de su país. Así concede poco o ningún valor al esfuerzo y a la voluntad individuales, como dice Fouillée, y a la vez revela el menosprecio del mundo y el ambiente de tristeza, que tan bien se había de compadecer con el pesimismo cristiano, hasta en su más desesperada manifestación, la de los milenarios{2}.

Platón dio a sus escritos la forma del diálogo, y si no fue el primero que la usó (según Aristóteles fue Alexameno de Teos), aventajó en ella a todos los escritores antiguos y modernos. [688} Posteriormente ha seguido la forma dialogada, sirviendo de medio de exposición científica, y aun en nuestros días la han usado Vacherot{3} y Renan{4}; pero ninguno ha igualado, menos excedido, el arte y gradación que usara el gran filósofo griego. Para la elección de esta forma se prestaba en primer término la naturaleza de la doctrina socrática, calcada toda ella en la mayéutica o arte de hacer concebir el pensamiento. El gradual desarrollo de la idea socrática, que en todo problema comenzaba su examen por la sana razón, recogiendo cuidadosamente sus acertadas intuiciones o rectificando con diligencia excesiva sus soluciones contradictorias, requería, para evitar repeticiones monótonas, la forma animada y dramática del diálogo, adecuada también al gran instinto poético de Platón que determinaba, en medio de las más grandes síntesis, tránsitos de una a otra cuestión, constituyendo tal recurso el más preciado encanto de sus obras. Por otra parte, en Grecia, señaladamente en tiempo de Platón y como efecto inmediato de la enseñanza socrática, la filosofía era el saber para vivir (sabiduría) sin carácter especulativo, ni escolasticismos cerrados. Se filosofaba en la plaza pública, se trataba de filosofía en íntimo consorcio con los negocios públicos y era preciso huir de la aridez si se había de ganar adeptos para la propia opinión, casando lo bello con lo verdadero.

Varias clasificaciones se han intentado de los diálogos de Platón, sin hallar principio fijo; pues si todos tienen un pensamiento común, cada uno desenvuelve el tema con carácter distinto y varios repiten asuntos ya tratados en otros. Hasta cuatro clasificaciones cita Diógenes Laercio y él mismo las critica y rechaza. Los modernos comentadores clasifican los diálogos platónicos en dogmáticos, socráticos y de polémica. Vappereau los distingue en metafísicos o dialécticos, morales o políticos y estéticos. Son innumerables las críticas y exégesis hechas de los textos de Platón. En nuestro país Pedro Simón, Abril y Fox (siglos XVI y XVII) tradujeron algunos diálogos. En 1871 Azcárate (D. Patricio) hizo la versión a [689] nuestra lengua de todas las obras de Platón; en 1880 Longué: tradujo y comentó cuidadosamente cinco de los diálogos platónicos y en 1889 el Sr. Menéndez Pelayo, con su copiosa erudición y con la escrupulosa sagacidad de su espíritu crítico, estudió las vicisitudes de la filosofía platónica en España{5}. En Francia Henri Martín ha escrito dos tomos traduciendo y comentando el Timeo); Chaignet publicó en 1871 La vie et les ecrits de Platón; posteriormente dio a luz Fouillée su obra magistral La Philosophie de Platon, y Huit y Tannery siguen en nuestros días minuciosas investigaciones acerca de la autenticidad de los diálogos platónicos. En Italia son innumerables los comentarios de Platón; y labor de benedictino es la que han consagrado al discípulo de Sócrates los críticos alemanes y el inglés Grote y muy señaladamente el polaco Lustoslawski. En alemán, en polaco y en francés (Memoria leída en el Instituto de Francia, Mayo 1896), Lutoslawski ha dado cuenta del método que ha seguido en su estudio de las obras de Platón, método que consiste en reconocer, según la terminología y el vocabulario (estilometría lo llama él), la época de la composición de los diálogos, y, por tanto, la de su autenticidad. Después de estos estudios preliminares Lutoslawski, uniendo a una crítica minuciosa (revista de cuarenta y cinco publicaciones sobre el estilo de Platón y lista de quinientas particularidades de estilo) una labor especulativa muy estimable, ha publicado en inglés obra magistral{6} determinando, mediante la autenticidad y la cronología de las obras de Platón, la teoría del conocimiento y nueva interpretación de las ideas platónicas y sobre todo la apreciación del pensamiento de Platón como lógico.

Aunque Platón comienza en todos sus diálogos refutando opiniones por el método de eliminación, especie de argumento en cruz, donde la razón del uno suele ser la sinrazón del adversario, no existe sólo en los diálogos, como dice Grote, la [690] vena negativa, sino que de la refutación de las opiniones surge la afirmación y de la lectura y meditación de sus escritos se desprende la doctrina platónica.

* * *

Platón es el primero que concibe la filosofía como alma mater de todas las ciencias, como el tejido conjuntivo del organismo científico y como la savia que nutre y vivifica todo el saber. Para Sócrates, la sabiduría es la virtud. Para Platón, el sol inteligible, la idea suprema del bien (que se obtiene merced a la purificación intelectual o la duda, que es el comienzo de la ciencia, y merced a la purificación moral que, cual lazo delicado que une el pensamiento con el corazón, exige amar la verdad para conocerla); es también la virtud, pero es además el hilo de Ariadna, que en todas las esferas del pensamiento nos guía de la apariencia a la realidad. Para Platón el filósofo es ante todo sinóptico, y según él, se ha de proceder en filosofía por cuadros o síntesis parciales del saber positivo que sistematiza el pensador. Así se explica y aun justifica la existencia de elementos muy heterogéneos en su doctrina, y en la forma dialogada de su exposición se encuentran en Platón ideas místicas, imágenes e invenciones poéticas, máximas de sentido común y a veces conjeturas audaces. Pero en todo este, al parecer, abigarrado conjunto predomina un punto central, la idea, y en la jerarquía de ellas el sol inteligible de la idea suprema del bien que el intelecto concibe como unidad, de la cual participa el mundo de las apariencias.

Para Platón el mundo sensible es una gruta iluminada por un fuego intenso, al cual vuelven la espalda los prisioneros que únicamente ven las sombras o apariencias, y que sólo pueden descubrir las realidades cuando elevan la mirada por medio de la dialéctica.

La dialéctica concilia la movilidad de los jonios con la unidad inmóvil de los eleatas (pues la ciencia admite los contrarios); consiste en la marcha del pensamiento que se eleva de las sensaciones a los géneros y de los géneros a las ideas. Para investigar la esencia de las cosas, compara Platón las [691] realidades individuales y lo que halla en ellas de permanente lo refiere a una causa separada y ejemplar (idea).

Sensación, punto de partida, abstracción, marcha a través de lo individual, y razón para concebir las ideas, tal es la urdimbre de la dialéctica. A la ciencia verdadera, al pensamiento puro se llega, según Platón, por medios auxiliares. Se vale del mito y del ejemplo, iniciadores necesarios para las inteligencias nuevas; después usa la definición{7} que descubre en cada objeto del pensamiento el elemento esencial, universal e inteligible, la división que distingue las ideas las unas de las otras, según las diferencias intrínsecas, la generalización y clasificación que las agrupan según orden y jerarquía, la hipótesis que pone los principios y la deducción que saca las consecuencias. Todas estas operaciones dialécticas tienen por objeto facilitar al alma la intuición viva de lo absoluto. En suma, la dialéctica es para Platón todo el ejercicio de la inteligencia en su anhelo de lo verdadero.

Si no se piensa sin imágenes o sin el sustituto de ellas (símbolo), Platón, que coloca lo inteligible por encima de los sentidos, cae inevitablemente en las formas místicas y en expresiones figuradas, pues apenas es suficiente la metáfora para llegar a las alturas inaccesibles de la abstracción. Lo individual para Platón no es, viene a ser (devenir hegeliano). La idea en sí es lo verdadero, existente y real. La jerarquía de las ideas, según la dialéctica, obliga a colocar las más vacías de contenido en la cumbre, y la abstracción platónica, más estimable cuanto más lejana se halla de los hechos, se convierte en escala celeste, semejante a la soñada por Jacob.

Platón acentúa la separación de lo general y de lo particular, elimina el accidente y la imperfección y encuentra la más grande certeza en la más grande abstracción. La idea, tipo o [692] prototipo en oposición a lo individual, implica ya un simbolismo. Aunque la idea no es visible, es necesario expresarla sensiblemente como pura, perfecta, eterna, &c., y de ahí la necesidad de recurrir al mito. Aun divorciado el mundo de los sentidos de la razón (nueva concepción que informará el dogma del dualismo cristiano), todavía el idealismo, que nunca deja de ser la mitad, por lo menos, de la especulación científica, se mueve en las regiones de la luz, y la idea, deidad de las deidades, implicará siempre un noble ideal de perfección, que nos permite mantener vivos los esfuerzos y aspiraciones morales de la humanidad y el presentimiento profundo de una verdad oculta y de sus relaciones con las esferas superiores de la vida.

La intuición primitiva, la νοήσις (verdad implícita, preñez de la mente que parteaba Sócrates), es en parte punto de partida y a la vez de término de la dialéctica ascendente, que concibe la perfección, no como un obstáculo al ser, sino como la razón de ser. Se podrá concebir ahora lo que añade Platón a la doctrina socrática. Se había detenido su maestro en la noción general como si fuera producto exclusivo del Trabajo lógico (lo cual dio origen en la Edad Media a la célebre cuestión de los Universales), y afirma Platón que para generalizar se necesita la concepción de lo universal como perfecto. Las sensaciones de lo imperfecto nos obligan a concebir lo perfecto. Las contradicciones de los sentidos admiran y despiertan el pensamiento. El comienzo de la ciencia es la admiración.

Purificar los datos sensibles, refiriéndolos en el aspecto de la extensión a la unidad de lo universal y en el de la cualidad a la unidad de lo perfecto es el fin de la ciencia, que no consiste, en la inducción, sino en los principios metafísicos (lo bello y el bien) que hacen posible la inducción. La sensación es la ocasión, no la causa que nos hace concebir los principios, los cuales son a la vez los últimos y los primeros. Los principios inteligibles son las ideas, con existencia implícita y explícita, con realidad perfecta y a la vez causa ejemplar, típica, de la cual procede lo sensible, que nace, aparece y se destruye. Una cosa es bella por la presencia en ella de la belleza, [693] porque participa de tal idea. La idea es por tanto razón suprema de la existencia y del conocimiento. El ser y el pensamiento dimanan de un mismo centro.

Para comprender el platonismo y el paso de avance que representa en la evolución del pensamiento respecto a la doctrina de su maestro, es preciso distinguir, sin separarlas, la noción lógica de la idea metafísica. Esta trasciende de las cosas, tiene existencia separada de ellas, y la noción lógica posee una existencia abstracta en la mente y concreta en lo sensible. La noción general es elaborada por la reflexión; la idea es puesta inmediatamente por la inteligencia. La ciencia consiste en la contemplación inmediata de las ideas (intuición, razón pura), o mediata si la unidad de la inteligencia y de lo inteligible ha tenido lugar en la vida anterior, reminiscencia «saber es acordarse». Así se objetiva la Lógica y se identifica con la Metafísica, término al cual llegó en nuestros días Hegel.

El platonismo o sistema de las ideas representa, con la doctrina aristotélica, el siglo de oro de la filosofía griega. Lo que distingue a Aristóteles de Platón es únicamente su opinión acerca de la relación de la forma intelectual con el fenómeno sensible y con lo que existe en el fondo de los fenómenos como materia o substratum. Según Platón, la idea, separada de las cosas, existe por sí; y la materia de las cosas, extraña a las ideas, está desprovista de realidad (constituye el no ser), y sólo la obtiene por su participación de las ideas. Inversamente, para Aristóteles la forma está en las cosas mismas, en cuanto el elemento material posee cierta predisposición para recibir la forma, resultando la materia la materia la posibilidad del ser.

Para Platón, la idea de las ideas, Dios, es el término de la dialéctica, principio eterno del ser y del pensamiento, conclusión que tomó Hegel como base de su dinamismo conceptualista del devenir o processus de las ideas, donde el ser y el conocer se identifican. En el platonismo la dialéctica de los sentimientos sigue la misma marcha que la de las ideas, porque toda la doctrina platónica se halla en la participación de los seres respecto a la idea y en la dialéctica que el alma sigue para ir de las apariencias sensibles a la realidad de las ideas. Existen, por tanto, dos grados en el amor: el de los [694] objetos sensibles (Venus terrestre) y el del mundo celeste (Venus Urania); ambos tienen, aquél en las apariencias y éste en la realidad del mundo inteligible, su principio y su fin referido al bien, a la idea de las ideas, pues sólo se ama en los seres sus cualidades, y por tanto, su participación de las ideas; sólo se ama en ellos el bien. En proceso dialéctico, semejante al de la inteligencia, el amor se adhiere o une primero a la belleza de las formas, después a la de las almas, que se revela en las buenas acciones, en los buenos sentimientos, &c., y de belleza en belleza sucesiva y gradualmente superior, sólo descansa en la contemplación y goce de la belleza eterna. Otro tanto ocurre en la dialéctica de las acciones, base de la Moral y de la Política. Según Platón, la voluntad no puede querer como fin de los actos más que el bien, y en la elección de los medios o actos particulares se inclina siempre a lo que le parece el bien mayor. La virtud, conformidad del alma con las ideas, es la semejanza (ομοιοσις) con Dios. La sabiduría, el valor y la templanza producen en el alma un orden y armonía que sirven de base a la justicia interior, no siendo la exterior sino el cumplimiento en la sociedad de aquellas mismas condiciones. El hombre más justo es el que se produce como tal en sus relaciones con los demás. Es preciso hacer bien a todos los hombres; no es lícito hacer mal a nadie, ni aun volver injusticia por injusticia. De semejante doctrina moral, cuyos principios se repiten en la del Cristianismo, se infiere la política platónica. La teodicea es una consecuencia lógica de la doctrina de la idea de las ideas y de la participación.

El platonismo, con su imperfecta noción de la actividad individual y de la voluntad personal, preocupado del objeto supremo de la inteligencia y del deseo, sólo percibe los objetos inteligibles, las formas inmutables del ser. Si en su teoría del amor únicamente ve el objeto deseable, ha de desdeñar la actividad que desea, llegando al fatalismo. No aprecia la influencia innegable que tiene la voluntad en los actos humanos y suprime la individualidad y la personalidad en provecho exclusivo de lo universal y de lo impersonal. Su moral es una dialéctica lógica; no es una moral real y viva, la que [695] practica el hombre de carne y hueso. El sentido general de la vida y de la naturaleza, que sólo se percibe en las inspiraciones poéticas del genio de Platón, falta por completo en sus teorías especulativas, y constantemente se observa que se halla supeditado al proceso dialéctico de la idea.

Lo propio y original de Platón, a más de la transcendencia metafísica que atribuye a las ideas, es su teoría de la participación como explicación de las relaciones del mundo sensible con el inteligible{8}. No expone Platón una idea precisa de lo que entiende por participación. Desde luego rechaza la idea pitagórica de la imitación, μιμησις, y aun la participación de los dos principios coeternos, e intenta explicar la relación de las ideas con los objetos particulares por la de las primeras entre sí. Las ideas se comunican unas con otras, dice en el Parménides, porque la separación absoluta entre ellas equivale a su confusión. Separar o confundir caen igualmente en lo ininteligible y en lo contradictorio; es preciso distinguir y unir a la vez. Si se examina dos ideas contrarias, la una positiva y la otra negativa, siempre se encuentra en otra idea un término medio; luego todas las ideas, aun las contrarias, entran directa o indirectamente las unas en las otras y se concilian en la unidad. La unidad es el fondo de las cosas.

Para Platón sólo existen las ideas. Frente al mundo inteligible concibe una materia indeterminada, de la cual surgen los objetos particulares por generación, que es para el discípulo de Sócrates una relación dialéctica con las ideas. No hay dualismo, porque el ser está en las ideas, y la materia es el no ser, que sólo existe por su relación con las primeras. Lo inteligible es lo único que existe realmente; la unidad produce la diversidad. Asume, por tanto, Platón la realidad de lo sensible en el mundo de las ideas.

Los extremos se tocan. Schopenhauer, el fundador de la Metafísica empírica, reproduce más fielmente que los platónicos y neoplatónicos la obscura paradoja del Parménides, de la exclusiva existencia de las ideas. La gruta de Platón es el [696] velo de Maya del pesimista. Pretende suprimir el cuerpo, para emanciparse de las apariencias y llegar a la realidad, el gran dialéctico, y anhela el célebre pesimista destruir el deseo de vivir, el tiempo y la fenomenología, para contemplar las ideas.

En resumen, Platón explica la vida universal mediante la universal inteligibilidad, que se explica, a su vez, por la universal tendencia al bien, lo cual engendra el pesimismo, según el cual concibe el mundo, y el optimismo, que contempla en lo inteligible. Pero Platón, que creía, con su maestro Sócrates, que la verdad se halla implícita en nuestra alma, afirmaba también que excede de nuestra ciencia actual (lo mismo piensa Aristóteles, con su distinción del saber in actu y del saber in potentia), con lo cual se evita la indiferencia escéptica y la presunción dogmática.

Contra su exagerado idealismo, presiente el mismo Platón la ley del pensamiento plus ultra. Ningún sistema filosófico agota la Filosofía, porque es siempre una ecuación a resolver la de la identidad del ser con la idea del pensamiento con la realidad.

U. González Serrano

——

{1} A la Academia antigua de Platón y sus discípulos más inmediatos, Espensipo y Xenócrates, siguió la segunda o media erigida por Arcesilao, fundador del probabilismo y a ésta la tercera, o moderna, fundada por Carmates, que recuerda los antiguos sofistas. La cuarta tenía por jefe a Philon, que [687] dudaba de si nuestras percepciones pueden salir de lo verosímil. Finalmente, Antíoco, fundador de la quinta academia, termina con la aspiración estéril de conciliar estoicos y peripatéticos con la antigua Academia. Los filósofos académicos no pueden ni deben figurar en el número de los filósofos que han dado nuevo impulso al pensamiento, suplen la virtualidad genial por una especie de afán excesivo de erudición que parece justificar lo tradicional de su apelativo, pues hoy mismo se considera que la filosofía académica o de las academias equivale a pensamiento formado por la erudición, que no elaborado en virtud de una reflexión propia. El platonismo no encarna en la filosofía académica ni debe ser estimado por los frutos de ésta, que son bien escasos. La dialéctica del divino idealista es verbo que se hace carne y sal regeneradora en la filosofía alejandrina y en el neoplatonismo (V. Diccionario enciclopédico hispano-americano las palabras Alejandría, escuela de Fil., t. II, y Neoplatonismo, t. XIII), preparando un movimiento concurrente para que coincidan el platonismo y el aristotelismo, de cuya recíproca fecundación brotará en siglos posteriores la robusta planta de la filosofía cristiana.

{2} Havet, Le Christianisme et ses origines. L'Hellenisme.

{3} La Métaphisique et la Science.

{4} Dialogues philosophiques.

{5} Ensayos de crítica filosófica.

{6} W. Lutoslawski, The origin and growth of Plato's logic, with an acconut of Plato'stybe and of the chronology of his Writings. Londres, 1897 548 págs. in 8.°

{7} En la distinta manera de interpretar la definición ha apoyado una crítica superficial la supuesta divergencia de Platón y Aristóteles, olvidando su entronque común, la doctrina socrática. Cuando Aristóteles refuta a Platón, considerando la diferencia específica elemento capital de la definición y la esencia como individual (realidad actual), no niega que, como prueba Platón, sea la esencia de lo individual lo universal. No existe, pues, imposibilidad lógica ni metafísica de conciliar, como recomienda Waddington, el platonismo con el aristotelismo.

{8} Véase nuestros Estudios de Moral y de Filosofía, 1875. –«La ciencia según Platón».

 


www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2006 www.filosofia.org
Revista Contemporánea 1900-1909
Hemeroteca