Revista Contemporánea
Madrid, 15 de enero de 1902
año XXVIII, número 621
tomo CXXIV, cuaderno I, páginas 5-25

Urbano González Serrano

< Bocetos filosóficos >
III

Aristóteles

Aristóteles ha sido el maestro de las generaciones que le han sucedido. La influencia de su doctrina (fruto el más sazonado de la especulación antigua) en la civilización y el pensamiento europeos llega hasta nuestros días con los estudios de Eucken y Trendelenburg y el renacimiento tomista, patrocinado por León XIII, como valladar contra el tradicionalismo escolástico. Hace más de dos mil años que se comenta a Aristóteles, y no sería suficiente la vida de un hombre para leer todo lo que de él se ha escrito por los peripatéticos de Atenas, de Alejandría y de Bizancio, a los cuales hay que añadir los filósofos árabes y los escolásticos. Pululan respecto de su doctrina las interpretaciones más contradictorias. Mientras Alberto el Grande y Santo Tomás la consideran espiritualista y conforme con la más escrupulosa ortodoxia, la Enciclopedia del siglo XVIII ve en ella el germen precursor del empirismo con su célebre Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu. Solo en nuestros días se ha fijado el sentido genuino y la verdadera naturaleza de la doctrina aristotélica, corrigiendo el dualismo que de larga fecha se venía estableciendo entre Aristóteles y su maestro Platón.

Según las crónicas de Apolodoro, nació Aristóteles (el año primero de la Olimpiada 99, es decir, el año 380 antes de nuestra era) en Estagira, colonia griega de la Tracia de Nicómaco y Efestiada, cuya genealogía refieren algunos hasta llegar a Esculapio. Le atribuye Diógenes Laercio (libro V) constitución débil, voz balbuciente, piernas delgadas y ojos pequeños. [6] Sin padre a los diez y siete años, quedó bajo la tutela de un tal Próxenes de Atamea. Pretenden algunos biógrafos que Aristóteles tuvo una juventud borrascosa y disipada, opinión tomada de indicaciones hechas por Epicuro, que rechazan Saint Hilaire y Ritter, ateniéndose al dato positivo de que desde muy joven, y durante veinte años, asistió a las lecciones de Platón con vehemencia y ardor tales en el estudio, que su maestro decía de su aplicación que necesitaba freno, mientras la indolencia de Jenócrates necesitaba espuela.

Varias y muy significativas anécdotas cita Diógenes Laercio, de las cuales resulta que Platón se queja del genio cáustico, del carácter seco de Aristóteles y de la vehemencia con que combatía algunas de sus doctrinas («Nos cocea, decía, como los potrillos a las yeguas que les alimentan»). No es fácil decidir acerca de la exactitud de tales datos. Habla Aristóteles, en su Moral a Nicómaco, de la triste necesidad en que se halla de combatir la teoría de las ideas, profesada por filósofos que le son muy queridos; pero amicus Plato, sed magis amica veritas. Tales indicaciones autorizan a presumir que Aristóteles intentó establecer una radical diferencia entre la gratitud y los afectos personales, de un lado, y los intereses de la verdad, de otro. Lejos de abrigar Aristóteles sentimientos ruines contra su maestro, inscribió en una estatua de él: «Hombre a quien ni los malos podrán atacar». Como indica Ritter, quizá proceda la forma ruda con que Aristóteles combate el platonismo, en primer término, de la repugnancia que le inspira la exposición artística y poética de su maestro y, en segundo lugar, de que lo acre de las censuras se dirigiese a los discípulos más que a Platón mismo. Mientras vivió Platón, Aristóteles sólo explicó algunas lecciones de elocuencia, oponiéndose a las doctrinas del retórico Isócrates.

Muerto Platón, Aristóteles, acompañado de Jenócrates, emprende un viaje al Asia Menor. En este viaje conoció a Heremias y después a Filipo, rey de Macedonia, que le llamó el segundo año de la Olimpiada 109 para que fuera el preceptor de su hijo Alejandro. Mientras fue preceptor de Alejandro Magno, le obligó a estudiar moral, política, elocuencia, poesía, historia natural, física y medicina. [7] Muchas fábulas corrieron acerca de las relaciones entre el preceptor y el discípulo, referidas en la carta de Aulo Gelio y Plutarco; pero lo cierto es que Aristóteles abandonó a Alejandro luego que comenzó la guerra contra los persas y que encargó completar la educación del héroe de Macedonia a su sobrino Calístenes, retirándose el Estagirita a Atenas, donde abrió una escuela de filosofía.

Explicó filosofía Aristóteles durante trece años en el Liceo, único sitio vacante, pues, como dice Diógenes Laercio refiriéndose a las vidas de Hermipo, cuando volvió a Atenas halló la Academia ocupada por Jenócrates. A la vez que filosofaba con sus discípulos paseaba en el Liceo hasta la hora de recogerse los atletas. De tal costumbre procede el sobrenombre que se le dio de Peripatético. Otros afirman que procede dicha denominación de que preparaba discursos a Alejandro, paseando convaleciente de una enfermedad.

La escuela peripatética, dotada de una severa disciplina con su jefe y arcontes, que se renovaban cada diez días, abrazaba, con la enseñanza de la filosofía, la de todas las materias que formaban parte de la cultura helénica, señaladamente la elocuencia. Dedicaba Aristóteles las mañanas a lecciones, en que examinaba los problemas más profundos de filosofía pura ante los discípulos ya adelantados respecto a los demás, y consagraba las tardes a una clase más numerosa, en la cual la doctrina y el trabajo eran menos intensos. El grado superior de enseñanza se denominaba acroático, acromático o esotérico (íntimo) y el inferior exotérico.

En los trece años que duró esta escuela de filosofía, a la cual concurrieron muchos hombres célebres, Aristóteles, sin moverse de Atenas, se consagró a escribir sus numerosas obras. Mucho le ayudó, si hemos de creer a Plinio, la munificencia de Alejandro Magno, que enviaba desde los más remotos países a su antiguo maestro libros, colecciones de animales y recursos pecuniarios. Por haber caído en el desagrado de Alejandro el sobrino de Aristóteles, Calistenes, que murió como cómplice en la conspiración de Hermolao, las relaciones entre el hijo de Filipo y su antiguo preceptor se enfriaron, hasta el punto que Plinio refiere (aunque otros lo consideran [8] calumnioso) que Aristóteles proporcionó a Antípatro veneno para matar a Alejandro.

Muerto Alejandro, Aristóteles, a fin de evitar, según él dice, una muerte semejante a la de Sócrates, se marchó de Atenas y se retiró ocultamente a Cálcide, porque, refiere Diógenes Laercio, el sacerdote Eurimedonte, presidente de los sacrificios (o bien Demófilo, según escribe Favorino en su Historia varia) le había acusado de impiedad. Fundábase la acusación en un himno compuesto por Aristóteles a Hermias y en un epígrafe puesto al pie de su estatua en Delfos{1}. Después de haber dejado como jefe del Liceo a su discípulo Teofrasto, murió Aristóteles en Cálcide, suicidándose con acónito, según supone en el libro V de sus Historias Eumelo, citado por Diógenes Laercio, suposición contra la cual protestan Apolodoro y Dionisio de Halicarnaso.

Si Aristóteles debió mucho (lo primero su vastísimo y genial talento) a la naturaleza, las circunstancias y el medio social que le rodearon no le fueron tampoco adversos. Su primera educación, el largo tiempo que oyó las lecciones del gran maestro, del divino Platón, la protección de dos reyes, sobre todo la de Alejandro, y más que nada los grandes recursos que para su educación encontró ya acumulados en la cultura griega, pudiendo ser el primero que fijó el valor de la historia del pensamiento para la ciencia, todo, todo contribuye a que Aristóteles (sin más nota triste que la injusta persecución de que fue objeto al término de su vida) desenvuelva su genio y cumpla la ruda labor que se impuso de un modo grandemente favorable a su persona y a los fines a que estuvo consagrado.

Ni la crítica minuciosa y llevada del exceso del detalle, como la de Ritter y Zeller, puede precisar siquiera, en conjeturas aproximadas, qué es lo auténtico que ha llegado a nosotros de las obras del gran maestro y qué es lo debido a adiciones de discípulos y comentadores. Aun el número y títulos de sus obras son cuestionables, pues sus mismas citas se repiten con nombres distintos por el propio Aristóteles de unos [9] en otros escritos suyos. Del total de ellos se presume que poseemos una tercera parte. Su estilo didáctico, descarnado y severo, la erudición algo superficial y las monótonas repeticiones autorizan para considerar a Aristóteles, como escritor y como expositor, inferior a su maestro Platón. Cierto rigor científico, alguna severidad en seguir el hilo del pensamiento (siempre a través de repeticiones y referencias en algunos casos contradictorias), especie de vista general y enciclopédica, que condensa todo el saber de su tiempo, son las cualidades que avaloran los escritos de Aristóteles.

Para calcular lo que se ha perdido y lo que conservamos de las obras de Aristóteles han tenido presente críticos y comentadores tres catálogos: el de Diógenes Laercio, que es una larga lista de las obras atribuidas a Aristóteles, el del Anónimo y el árabe de Casiri, al cual dan mucho crédito los eruditos{2}. Además se recurre a las noticias que da Cicerón, a los trabajos de Andrónico de Rodas y a los comentadores griegos de los cinco primeros siglos. Al segundo catálogo corresponde Adrasto, que ensayó una clasificación de las obras del maestro, primero desde el punto de vista de su confección y estilo, y después en razón de la materia de que se ocupa. Ritter{3} intenta también, siguiendo siempre indicios fragmentarios e insuficientes, una clasificación de las obras de Aristóteles en esotéricas y exotéricas; pero toda la diligencia de los eruditos lucha contra el obstáculo invencible de las citas y referencias que el mismo Aristóteles hace de unas a otras, empleando a veces títulos diferentes que se ignora si equivalen a declaración de la existencia de una nueva obra o implican sólo nombre distinto de trabajo ya conocido. Según lo que resulta de las disquisiciones de Zeller, Brandiss, Tenneman, Ritter, Barthelemy Saint Hilaire y los trabajos sueltos que publican las revistas, la lista y título de las obras que nos quedan del Gran preceptor del espíritu humano, como le llamaron los árabes, es suficiente para considerar la labor aristotélica como una Enciclopedia del saber clásico. La editio princeps de los [10] Aldo es la que ha servido de guía a las mejores traducciones modernas, que son la de Didot, la de Berlín (1836) y la de Barthelemy Saint Hilaire, cuyos comentarios, notas y prólogos constituyen uno de los más prolijos estudios de Aristóteles. Tal traducción y las de Coussin y de Didot, en el mismo orden que las enumeramos, sirvieron de base a la versión española que de las obras de Aristóteles hizo Azcárate (D. Patricio) y editó el Sr. Navarro en diez tomos. Las obras que poseemos de Aristóteles son:

La Lógica, que se compone de seis tratados, todos ellos tenidos por auténticos; las Categorías, la Hermeneia{4}; los Primeros analíticos, divididos en dos libros, llamados por Aristóteles Tratado del silogismo{5}; los Últimos analíticos, divididos en dos libros, llamados por Aristóteles Tratado de la demostración{6} y los Tópicos, tratado de la dialéctica y refutación de los sofistas{7}. El nombre común de estos tratados, organon, atribuido a los comentadores griegos, expresa la idea según la cual concebía Aristóteles la lógica como órgano y nervio interiores de toda ciencia.

La Física, que abraza, según Aristóteles, el conocimiento del mundo. Se compone: 1º, de los 8 libros de Lecciones de Física{8}; 2º, el Tratado del cielo, en 4 libros; 3º, Tratado de la generación y destrucción, 2 libros; 4º, Meteorología, 4 libros; 5º, Tratado del mundo, dedicado a Alejandro y tenido por apócrifo; 6º, Tratado del alma (περιφυχη){9}; 7º Opúsculos o pequeños tratados que los escolásticos llamaron Parva naturalia: son nueve los opúsculos y forman un conjunto que debe ser considerado como complemento del Peripsuje; examina en ellos los mismos puntos que en el tratado del alma, pero con carácter fisiológico{10}; 8º, Historia de los animales, 10 libros; 9º, Tratado de las partes de los animales, [11] 4 libros; 10, Del movimiento de los animales; II, De la marcha de los animales; 12, Generación de los animales, 5 libros; 13, Tratado de los colores; 14, Acústica; 15, Fisiognomia; 16, De las plantas; 17, Narraciones sorprendentes, apócrifo; 18, Mecánica; 19, Problemas y Fragmentos.

Filosofía teórica o filosofía primera. Metafísica, nombre que no procede de Aristóteles, sino del orden en que le colocaron sus obras y que etimológicamente significa lo que viene después de la física, 14 libros.{11}

Filosofía práctica, o de las cosas humanas. La moral, propiamente dicha, compuesta: 1º, Moral a Nicómaco, 10 libros; 2º, La gran moral, 2 libros; 3º, Moral a Eudemo, 7 libros{12}; 4º, Fragmentos de las virtudes y vicios; 5º, La política, 8 libros{13}; 6º, Economía; 7º, Retórica, 3 libros, y 8º, Poética, fragmento.

También se enumera entre las obras de Aristóteles algunos fragmentos, poesías y cartas, que no han sido traducidos todavía, ni en la moderna edición de Berlín. Barthelemy Saint-Hilaire, que ha consagrado su vida a la traducción y a la crítica de Aristóteles, leyó una Memoria (Academia de Ciencias Morales y Políticas, sesión de Noviembre 1891), en la cual hace un juicio sumario de la obra del fundador del Peripatetismo. De las 112 obras de Aristóteles poseemos 46 y fragmentos de otras 66. La colección de las Constituciones se ha aumentado con la célebre Constitución de Atenas, encontrada en un legajo de papyrus, adquirida por el British Museum, publicada por Kennyson y traducida al francés por Reinnach.

* * *

Aristóteles, «el lector y la inteligencia de la escuela», como le llamaba su maestro Platón, fue estimado durante toda la Edad Media magister y su nombre llena aún todo el dilatado [12] trayecto de la historia intelectual. «Es obra para todos los tiempos, la suya, según decía de sus escritos un historiador griego. Contribuye a rodearla del gran prestigio que ha consagrado el tiempo la influencia constante de sus ideas en el mundo. Interés histórico indudable posee para la filosofía el conocimiento de la de Aristóteles. Sus ideas fundamentales se agitan, aunque con nombre distinto, en los problemas que los contemporáneos discuten más o menos apasionadamente. De más de dos mil años data la influencia ejercida por el aristotelismo y será tan duradero como el hombre. Habrá sufrido menoscabo la autoridad de Aristóteles en las ciencias naturales, pero será eterna en lógica y en metafísica.

En efecto, según demuestran Lange, Eucken y Trendelenburg, ha perdido Aristóteles gran parte de su prestigio y autoridad como científico, por los adelantos positivos de la observación y por el abuso que hiciera el Estagirita de las causas finales. El carácter enciclopédico de su filosofía hace que persistan, a través del tiempo, muchas doctrinas lógicas y metafísicas de Aristóteles, y aun sean susceptibles hoy de una renovación que apadrinan los partidarios del tomismo. Se propuso Aristóteles exponer el resultado de sus propias meditaciones, en vista de las distintas opiniones de los filósofos. En su época, que es la de la completa madurez de la filosofía griega (el período genesiaco y creador, propio de la edad viril, corresponde al idealismo de Platón), inicia Aristóteles el sentido crítico de la Historia de la Filosofía e introduce en ella la erudición, que le censura Ritter y le excusa Barthelemy Saint-Hilaire.

La manera de interpretar Aristóteles la nota específica y la universal (diferencia última y género próximo) de la definición, que es en parte distinta de la socrático-platónica, puesta de relieve por una crítica superficial, ha cohonestado, durante mucho tiempo, la decantada divergencia entre Platón y su discípulo. Aunque Aristóteles concede gran importancia a la experiencia, al conocimiento de lo que es, pone su intención en percibir las relaciones de los fenómenos y entre ellas la causa o el por qué de los mismos. No abandona, pues, Aristóteles ninguno de los principios de su maestro; procura darles sólo [13] plan, forma y nombres distintos. En vez de dirigir su mirada con Platón hacia el ideal de las cosas la lleva Aristóteles hacia un término medio entre la idea y el hecho. Lejos de idealizar la realidad, aspira a conceptualizar la experiencia. Para él las ideas de Platón son principios más bien formales y reguladores que constitutivos de las cosas.

Nunca filosofa Aristóteles sin tener presente las distintas opiniones de los filósofos para conciliarlas entre sí, de lo cual resulta el sentido escéptico que le domina y las numerosas restricciones que señala a sus asertos. El dualismo de los fenómenos y de los principios (materia y forma del conocimiento) explica la nota saliente de la concepción aristotélica y la razón de que haya sido el sistema preferido de la Iglesia, la cual no necesitaba una filosofía de la realidad (presentida ya en la fe dogmática), sino una filosofía formal que sirviera de molde a la realidad creída.

Para Aristóteles la idea del bien es idéntica con la del fin. Existen fines particulares y fin último. La cadena de los bienes y de los fines abraza a todos los seres; comienza en las formas más humildes de la materia, para concluir en la perfección absoluta de Dios. El bien supremo, especie de noble egoísmo de la vida contemplativa, es el ideal perfecto que se halla en el cielo y su imitación en la tierra. La concepción moral de Aristóteles respondía de una manera práctica en el siglo XIII, mejor que la de Platón (que sirviera para la información del dogma), a las exigencias a la vez místicas y temporales de la Iglesia católica, celosa da las virtudes mundanas y de la vida contemplativa. La distinción de las dos beatitudes, iniciada por Santo Tomás, que procuraba fundarla en la doctrina de los Padres de la Iglesia, la una compuesta de los placeres de la vida práctica, la otra de las delicias de la contemplación, la una buena, la otra mejor (vida más perfecta del Evangelio), la primera en relación con los fines humanos y la otra emparentada con las gracias, alcanza una confirmación especulativa en los intérpretes del aristotelismo. Influyó la doctrina de Platón en la filosofía de los Padres de la Iglesia, que pusieron a contribución los principios ontológicos de la dialéctica; pero hecho el verbo carne, fijado el dogma, [14] precisado ya el qué o el objeto de la fe, los Doctores de la filosofía eclesiástica se ocupan en organizar sistemáticamente la realidad que el dogma da por conocida, sustituyendo el libre vuelo y genial inspiración del platonismo con la lógica del Estagirita. Con su auxilio revisten de formas lógicas la realidad creída, a lo cual ayuda el carácter formalista, intelectual y abstracto de las enseñanzas aristotélicas. Se concibe, pues, que los primeros Padres de la Iglesia (para informar el dogma, cuya cúpula y remate exigía una doctrina ontológica) prefirieran a Platón, y más tarde que los doctores de la filosofía escolástica (para sistematizar y extender el dogma, cuya vulgarización requería formas didácticas y expositivas) concedieran superior importancia a Aristóteles, máxime si se tiene en cuenta que la filosofía peripatética fija la misma distinción (que, como impuesta, había de aceptar la escolástica) entre el fondo, que es dado por la experiencia, según Aristóteles, y por la tradición y la fe según los escolásticos, y la forma, que es la suministrada por el pensamiento.

Aristóteles y Platón se completan y unidos a su incomparable maestro Sócrates, constituyen no sólo el segundo y principal período, como dice Zeller{14}, sino el siglo de oro de la filosofía griega. El parentesco íntimo que existe entre la filosofía socrática, platónica y aristotélica se revela en el génesis y proceso de sus doctrinas fundamentales. Sócrates es el primero que afirma que toda ciencia y toda actividad moral (idénticas para él) deben proceder del conocimiento intelectual (universal), educido por el método apagógico o Mayéutica. Para Platón lo universal constituye el asunto inmediato de la intuición objetiva (idea). Si Sócrates afirma que el conocimiento del concepto es la ciencia verdadera (psicología del sistema), Platón dice que el ser del concepto (idea) es el único ser real y verdadero (ontología del sistema). Aristóteles sigue fiel a tal principio, aunque combata la teoría platónica de las ideas. Para él también la forma o el concepto es la realidad de las cosas. La forma pura, la forma en sí y para sí, el acto primero [15] y más perfecto, el del pensamiento (concentrado en sí) es el ser absolutamente real (lógica del sistema). Lo que distingue a Aristóteles de Platón es la opinión acerca de la relación de la forma intelectual con el fenómeno sensible. Según Platón, la idea, separada de las cosas, existe por sí, y la materia de las cosas, extraña a las ideas, está desprovista de realidad (el no ser) y sólo la obtiene por su participación de las ideas. Inversamente para Aristóteles la forma está en las cosas mismas, en cuanto el elemento material posee cierta predisposición para recibir la forma, resultando que la materia no es el no ser, sino la posibilidad del ser (realidad in potentia). Pero por encima de tal divergencia ambos entienden que la ciencia verdadera es la ciencia de las ideas.

No es por tanto cierto, como se dice usualmente que Platón represente el idealismo a priori y Aristóteles el procedimiento empírico a posteriori; porque, aparte de que las palabras no tienen el mismo sentido aplicadas a pensadores distintos y a épocas diferentes, no se puede desconocer que si Aristóteles combate la teoría platónica de las ideas es precisamente entendiendo que las ideas no son lo sustancial y lo real si se conciben separadas de las cosas. Contra la pretendida oposición de ambos, hay que afirmar con Lange{15} que Aristóteles conserva una estrecha dependencia del sistema platónico y que al aristotelismo, sin hablar de sus internas contradicciones, une a la apariencia, sólo a la apariencia del empirismo, las faltas de la concepción del mundo socrático-platónico, faltas que alteran en su origen la indagación empírica.

Había preparado el platonismo las vías a la moral cristiana y al dogma, sin que gloria igual pueda atribuirse a Aristóteles. Si más tarde la Europa ha aceptado a éste como maestro, no ha pensado en preguntar lo que debía creer, sino exclusivamente lo que debía estudiar y aprender. Platón ha sido siempre un iniciador y un guía, según prueba San Agustín. Aristóteles, después, ha dado forma a resultados ya obtenidos. Presta el primero la savia doctrinal que del helenismo se asimila la dogmática cristiana, y el segundo, la dirección [16] formalista con que se extiende aquella misma savia doctrinal. Sin exagerar la distinción innegable entre la Dialéctica y el Organon, como lo hace Vacherot{16}, se concibe fácilmente hasta qué límite y grado se puede afirmar que es Aristóteles un Platón invertido.

A lo general y universal (que caracteriza los principios) refiere Aristóteles la filosofía con Platón, aunque no concibe nunca lo universal separado de lo individual, pero distingue la filosofía primera (metafísica) de la filosofía segunda (física). Cada ciencia particular, según Aristóteles, trata de una especie determinada de seres, sin preocuparse de su existencia y fundamentos. Explica las cualidades de los seres por medio de la sensación, suponiendo su razón de ser. La ciencia que tiene por objeto lo que suponen las demás, que se ocupa de los principios generales, y por tanto, del ser o la sustancia, es la filosofía primera. El primer principio de toda existencia es Dios, por lo cual la metafísica se llama también teología. Difieren, pues, sólo en el nombre la dialéctica de Platón y la filosofía primera de Aristóteles.

Menos preciso es el sentido con que concibe Aristóteles las relaciones de la metafísica con la lógica. Ciencia ésta fundada y constituida por Aristóteles, unánimemente reconocido como padre de la lógica, trae en el fundador del peripatetismo el vicio de origen, que se puso de manifiesto en su degeneración escolástica, de ser concebida como ciencia exclusivamente formal y subjetiva (que no tiene por qué ocuparse de la materia), dejando así en germen el error cometido por Hegel de identificar la lógica con la metafísica en su idealismo absoluto.

En la historia de la lógica; en las influencias que ha ido sufriendo la idea general de su asunto; en la base psicológica que ha tenido que buscar tal ciencia para librarse de la conclusión que del aristotelismo dedujera Hegel; en los resultados más valiosos de la crítica kantiana, unidos a los de la lógica inglesa, señaladamente la de Hamilton y Stuart Mill, se hacen por demás patentes los errores capitales que laten en el fondo [17] del pensamiento de Aristóteles tocante a la lógica, siquiera la justicia y la imparcialidad obliguen a reconocer, en perfecta conformidad con la sanción que le han prestado los siglos, que la lógica de Aristóteles, en su parte formal y arquitectónica, parece obra hecha de una pieza, enteramente perfecta, sólo susceptible de alguna aclaración y de ampliaciones más o menos estimables en la serie de aplicaciones que las nuevas exigencias y el continuo progreso del pensamiento van gradualmente requiriendo. De precisión incuestionable la preceptiva aristotélica, hay que reconocer, sin embargo, que la nueva y más certera posición del problema lógico, tal como lo concibiera Kant, implica la ineludible exigencia de rehacer el sentido y concepto de la lógica, corrigiendo el dualismo que entre lo subjetivo y lo objetivo es insoluble en Aristóteles y después en Kant, puesto que sólo ha alcanzado, en la hipótesis hegeliana, un corte violento con la precitada identificación de los elementos lógicos dentro de la unidad indiferente de la idea.

También debe ser considerado Aristóteles como el verdadero fundador de la psicología{17}. Aunque en consideración general, que ya hemos indicado, corresponde a la enseñanza socrática la base psicológica, hay que reconocer que el primero que hace objeto de observación directa los fenómenos psíquicos es Aristóteles. Las observaciones psicológicas, esparcidas en los diálogos platónicos, señaladamente en el Fedon, se hallan mezcladas con ideas místicas, que adulteran su valor científico. Aristóteles coloca sus estudios psicológicos (el Feripsuje y los opúsculos) entre la física y metafísica, expresando así la doble tendencia empírico-ideal, propia del peripatetismo. Uno de sus puntos más originales y más profundos (que enlaza con la teoría lógica y metafísica) es la doctrina del intellecto (o de la razón), distinguido en activo (el discursivo) y pasivo, que elabora los materiales del pensamiento. Pero si el pensamiento, dice Aristóteles, es distinto del mundo y no tiene nada de común con las cosas, ¿cómo las conocerá? [18]

Es necesario que haya algo del pensamiento en las cosas, que éstas sean del pensamiento. Difundido en el seno de la realidad (pensamiento divino, emanación hipostática, verbo que era el comienzo, &c., interpretaciones más o menos exactas de la idea aristotélica), representa el pensamiento para Aristóteles el acto puro, el que ha dado existencia al mundo en cuanto cosa cognoscible, creándolo al conocerlo, lo cual equivale a un idealismo intelectualista que tiene por punto de partida la experiencia o la observación de lo que es. La jerarquía de las formas aristotélicas, que constituye la inteligibilidad del universo, tiene su origen en el pensamiento divino, en el acto puro, lógicamente anterior a todo poder. Como de tal pensamiento (inteligencia universal) participa todo hombre, tenga o no conciencia de ello, la fase superior de la inteligencia humana es de la misma esencia que el pensamiento divino (digno es de notar esta nueva coincidencia con la doctrina de Platón), con el cual se identifica por medio de la contemplación, idealismo intelectualista de Aristóteles que se da la mano con la teoría de la participación platónica{18}.

Es indudable que Aristóteles ha constituido la psicología como ciencia especial, haciendo una historia del conocimiento de la naturaleza del alma humana; ha considerado además la psiquis como una fase de la tendencia general desenvuelta en cada grado de la vida, presintiendo quizá la psicología comparada; ha puesto de manifiesto (sobre todo en los Opúsculos) el carácter fisiológico de algunos fenómenos anímicos; ha reconocido y aun intentado borrar o suprimir el dualismo de espíritu y cuerpo, considerando a aquél como principio informador del organismo o su entelequia{19}; ha bosquejado una [19] historia evolutiva del desarrollo gradual del principio psíquico; ha analizado con gran discreción los sentidos corporales y el sentido común, nexo de todos ellos, y, finalmente, ha completado su análisis de los apetitos con la teoría de la voluntad como el apetito racional. Son injustificadas, por tanto, las acusaciones de Barthelemy Saint-Hilaire{20} a la psicología de Aristóteles, «que no ha concebido el alma como una sustancia, es decir, una fuerza libre y distinta de las demás, que no ha referido al alma las facultades morales de que el hombre está dotado, que no ha creído en la inmortalidad del alma y que no ha mostrado en ella el fundamento mismo de toda filosofía y de toda ciencia». Juzgar de tal modo es caer en el mismo vicio que Barthelemy Saint-Hilaire censura cien la iniquidad que se comete al someter a los grandes hombres del pasado al criterio del presente».

A juicio tan contrario a la verdad e inexplicable de parte de tan cuidadoso traductor y comentador de Aristóteles podemos oponer el de Siciliani (véase [20] Prolégoménes a la psychogénie moderne) que dice: «B. Saint-Hilaire censura a Aristóteles ser el primero que ha introducido en la psicología, contra las enseñanzas de su maestro Platón, el estudio psicológico de los seres organizados. En pleno siglo XIX el traductor está más atrasado que lo estaba el autor hace veinte siglos. Merced a una preocupación idealista, B. Saint-Hilaire ha confundido el método psicológico de Aristóteles con el de la escuela escocesa. A los ojos de la crítica, la observación de los escoceses, a pesar de su penetración, es siempre subjetiva, mientras que la de Aristóteles se distingue primero en que no prescinde de la fisiología, segundo en que implica la exigencia de ser ante todo comparada. El genio de Aristóteles ha inaugurado la psicología comparativa en el amplio sentido de la palabra, y el traductor de Aristóteles al francés no se ha enterado de ello.»

Más grave que las señaladas por Barthelemy Saint-Hilaire es la falta de que adolece todo el aristotelismo por el abuso de la teleología o de las causas finales, abuso que ya hace notar Janet{21} y que pone de relieve Lange, rebajando quizá de modo excesivo la significación filosófica y científica de Aristóteles. Muy dado el maestro de Alejandro a las comparaciones, pone en parangón los organismos inferior es con los superiores y asienta como verdad incontrovertible que todo puede apreciarse en el mundo según su valor relativo, principio que aplica a las relaciones más abstractas en posiciones jerárquicas que para él existen, no sólo en el pensamiento humano, sino en la naturaleza de las cosas. Así la generalidad se explica por el caso especial, lo fácil según lo difícil, &c., identificando el orden lógico del pensamiento con el orden real de las cosas (precedente, cuyas últimas consecuencias deduce Hegel, según hemos dicho). La aparente y rápida explicación de todas las cuestiones (base de la popularidad del aristotelismo) procede de que el hombre, que conoce bien y rápidamente los estados subjetivos de su pensamiento y de su voluntad, se inclina a considerar como claras y sencillas las relaciones de causalidad, que unen sus pensamientos [21] y sus actos con los fenómenos del mundo material, confundiendo la sucesión evidente de sus sensaciones internas y de los hechos exteriores con la influencia latente de las causas eficientes.

Aunque fragmentarios, son numerosos los datos que existen de la historia del aristotelismo. Poco conocidas las obras de Aristóteles después de su muerte, efecto de algunas circunstancias problemáticas y dudosas que refieren Estrabón y Plutarco, se propagaron en Roma en tiempo de Cicerón, y se afirma que las llevó Sita después de la conquista de Atenas por los romanos. En los comienzos de la era cristiana se extienden las doctrinas de Aristóteles en las escuelas griegas y latinas, contribuyendo también más tarde a su difusión los filósofos árabes, ya conocieran y estudiaran directamente en el griego las obras de Aristóteles, ya consultaran las versiones hebreas de los judíos. El Organon llegó a ser para todos los Padres de la Iglesia la iniciación en el estudio de la filosofía. Pero donde llega a obtener un éxito completo es en la filosofía escolástica del Occidente, identificada en toda su historia con aquél.

A partir de la época de Boecio, el cual llegó a traducir el Organon, abundan los comentadores de Aristóteles en todas las escuelas greco-orientales. En la Lógica peripatética se inspiran muy principalmente San Isidoro de Sevilla (siglo VII, Etimologías) y Alcuino (siglo VIII) que hacía profesión de ella en la corte de Carlomagno. Tan preponderante es de Alcuino en adelante la filosofía peripatética, que la célebre cuestión de los Universales, que llenó todo el siglo XI y continuó hasta el XIII, surge de comentarios e interpretaciones de la Lógica de Aristóteles. En la misma toma base para informar su enseñanza Abelardo, que en la cuestión de los Universales aceptó el término medio del conceptualismo, reducido a negar la realidad de los Universales en la naturaleza y afirmar su existencia en la Mente humana como nociones y conceptos. En 1034, San Anselmo y Guillermo de Champeaux son ambos partidarios del realismo, y el primero, célebre por su conocido argumento en pro de la existencia de Dios y por su Monologium y Proslogium, audacias de pensamiento que [22] sirven de precedente a las Meditaciones de Descartes. Pedro, Lombardo (1164), profesor de París, fue el último y el superior comentador del Organon, única obra que se conoció en la primera época del escolasticismo.

Más tarde llegó a conocer la Europa occidental las restantes obras de Aristóteles por los árabes y los judíos. Las teorías físicas y metafísicas, sobre todo las últimas de Aristóteles, dieron origen a algunas herejías que necesariamente pusieron en guardia a la Iglesia, vigía constante de la pureza del dogma. Inspeccionó, en efecto, un legado del Papa la Sorbona de París, centró desde los tiempos de Pedro Lombardo del saber de Occidente, y en 1210 fueron condenadas al fuego todas las obras de Aristóteles, excepto la Lógica. Se repitió la misma condenación por parte de la Iglesia (1215), pero más tarde llegó a reconocerse (quizá debido a la vulgarización entre los doctores de todas las obras de Aristóteles por las traducciones de Avicena y Averroes) que toda la filosofía aristotélica podía adaptarse al cristianismo. Cincuenta años después Aristóteles era el filósofo oficial de toda la Iglesia, para la cual tenía aquél el mérito innegable de que demostraba la existencia de un Dios, distinto del mundo, y libraba a los espíritus de la tendencia panteísta de los platónicos.

La conversión total de la Iglesia a la filosofía peripatética fue obra de muchos y muy eruditos pensadores: Alejandro de Halles, Guillermo de Auvergne y Alberto el Grande, que prepararon la instauración definitiva del aristotelismo en la escolástica, llevada a cumplido término por Santo Tomás, el Ángel de las escuelas. El talento sincrético de Santo Tomás (que llega a intentar una síntesis de Platón y Aristóteles, señaladamente en la cuestión de los Universales) denuncia el punto de mayor apogeo del aristotelismo y de la escolástica. Traducido todo Aristóteles por orden del Papa Urbano V, no se permitía opinar contra él y algunos de los que se opusieron a su autoridad (Ramus) fueron víctimas de persecuciones. Se cita un decreto del tiempo de Luis XIII prohibiendo combatir el sistema aristotélico.

A pesar de la protección oficial de la Iglesia, señalaba el aristotelismo su decadencia con Duns Scott y [23] Raimundo Lulio (1244), decadencia que llega al descrédito (quizá injustificado en sus exageraciones como lo fuera antes del encomio) en los siglos XV y XVI con la aparición de Bacón y Descartes, iniciadores de la filosofía moderna.

No se limitó la influencia del aristotelismo a la filosofía católica, sino que Felipe Melanchthon pretendió que el protestantismo alemán reformase la antigua filosofía calcada en las obras, imperfectamente conocidas, de Aristóteles y volviese a los textos auténticos, con lo cual esperaba él que se produjese en filosofía un movimiento concomitante con el llevado a cabo por Lutero en la religión, invocando la interpretación directa de la Biblia. Alguna importancia adquirió por entonces en la Alemania protestante, que se opuso a la filosofía de Descartes. Pero pronto corrió en Alemania el aristotelismo la misma suerte que en el resto de Europa, cayendo en el exagerado descrédito que sólo se explica por el inmoderado favor de que antes gozara. Durante todo el siglo XVII fue injustamente apreciado Aristóteles, incluso por los historiadores de la filosofía{22}, quizá como protesta contra el formalismo intelectualista que de él tomara la Iglesia para ponerle como freno a todo intento de indagación libre. El más completo olvido de la filosofía aristotélica en el siglo XVIII fue la consecuencia de los juicios apasionados que contra ella formulara el siglo anterior.

Protestas aisladas, que nunca faltan para defender los intereses de la verdad, aparecieron en el mismo siglo XVIII, formuladas por gentes de gran actividad, pero no produjeron gran eco. Ni Leibniz, que abogaba por la recta interpretación que tuvo el aristotelismo en la filosofía protestante, ni Voltaire y Bouffon, que mostraban sincera admiración por el saber enciclopédico y juicio perspicaz del maestro de Alejandro, lograron nada en pro de una restauración aristotélica que (probando una vez más que frecuentemente se pelea por los nombres y no por las ideas) latía en el fondo del intelectualismo cartesiano.

Reproduce Kant el dualismo con que Aristóteles [24] concibiera el problema lógico, separando la materia de la forma y dando ocasión para que el idealismo que con su doctrina se engendra (el de Fichte, Schelling y Hegel) menospreciara la materia y se atuviera sólo a la forma. La más alta expresión del intelectualismo formalista se encuentra en el idealismo absoluto de Hegel, al cual se le ha denominado un Aristóteles dinámico; porque, en efecto, se limita a poner en movimiento (con su idea del devenir) los conceptos abstractos del aristotelismo.

Derivación del idealismo son las múltiples tendencias que en polismo indefinido fermentan en el pensamiento contemporáneo de Alemania. Todas ellas tienen su origen inmediato en la crítica de Kant, pero también todas (sin exceptuar el idealismo a priori, tan desacreditado a la hora presente) refieren su abolengo más o menos directo a la filosofía aristotélica. Reminiscencias bien acentuadas del antiguo aristotelismo conservan Trendelemburg y el propio Schopenhauer.

Más lógica y necesaria era la restauración aristotélica para el moderno espiritualismo francés, que si se halla calcado en la filosofía cartesiana, cuya aparición se debe a una protesta antiaristotélica, concibe la realidad desde un punto de vista que da preferencia innegable al intelecto ideado por Aristóteles.

Precisa más que nadie Maine de Biran, con su teoría del sentimiento del esfuerzo, que suple en parte el devenir de Hegel, la restauración aristotélica a que obedecen Cousin, Barthelemy Saint-Hilaire, el celoso traductor y comentador del Estagirita, y todos los pensadores que en Francia (sin exceptuar a Ravaisson, Janet, Rabier y otros) siguen la tradición del espiritualismo iniciado por Descartes.

También en nuestro país se ha señalado, durante los últimos tiempos, y efecto de circunstancias que fuera muy prolijo enumerar, un renacimiento escolástico (al cual ha contribuido en primer término el tomista fray C. González), a la par que una restauración de la tradición aristotélica. Lo que en el mundo culto se denomina restauración del tomismo, recomendada especialmente para la ortodoxia católica por el Pontífice actual, lleva implícito en su seno el germen del [25] aristotelismo, que parece constituir el núcleo de la filosofía oficial académica.

En Inglaterra el aristotelismo ha sido siempre concebido desde el punto de vista del sentido estrecho del empirismo psicológico; pero la savia de la doctrina peripatética y la concepción principalmente intelectualista vivifican, aunque con ropaje distinto y con tecnicismo diferente, el pensamiento contemporáneo de Inglaterra. Se condensa éste en su gran maestro Spencer, que bien puede ser apellidado el Aristóteles moderno. En Italia acontece algo semejante, aunque allí se observa un dualismo más sensible entre la filosofía tradicional y la contemporánea, debido en primer término al ardor de la lucha.

En todo el mundo culto Aristóteles representa para el espíritu humano el pasado, de que está lleno el presente. Sin el precedente del aristotelismo no se comprende el estado actual del pensamiento filosófico, cuyos gérmenes más fecundos se encuentran en los grandes maestros Platón y Aristóteles.

U. González Serrano

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{1} Himno y epigrama en la traducción española de Diógenes Laercio. –Bib. clá., tomo I, pág. 272 y 273.

{2} V. Brandiss.

{3} Histoire de la Philosophie, tomo III.

{4} Tomo I de la Lógica, versión española.

{5} Tomo II de la Lógica, versión española.

{6} Tomo III de la Lógica, versión española.

{7} Tomo IV de la Lógica, versión española.

{8} Phisique d'Áristote. 2 vols. de la traducción francesa de Barthelemy Saint Hilaire. No ha sido traducida al español.

{9} Un tomo Psicología, versión española.

{10} Un tomo Psicología, versión española.

{11} Un tomo, Metafísica, versión española.

{12} Moral, 2 tomos, versión española.

{13} Política, versión española. De la Política de Aristóteles ha hecho profundos estudios Giner (D. F.). Véase Estudios jurídicos y políticos.

{14} Histoire de la Philosophie des Grecqs, traduite de i'allemand par E. Bontroux.

{15} Histoire du materialisme.

{16} Histoire de l'école d'Alexandrie.

{17} Véase Wallace, Aristoteles psycology, in Greek and english with introduction and notes.—Cambridge, 1882.

{18} Véase el diálogo Parménides.

{19} Entelequia o principio de acción significa para Aristóteles, que es el primero que usó la palabra, la causa formal y activa de todo lo que existe. Dice Aristóteles la actividad no es perfecta y de ahí la necesidad del cambio o movimiento. Cuando el ser muda y cambia, realiza en sí misma cualidades que en él eran sólo posibles, pero no efectivas. El cambio es el tránsito de la posibilidad a la realidad. Es obligado reconocer en toda existencia sujeta a cambio dos principios internos: las posibilidades que implican sus potencias y la realización de estas posibilidades o el acto. El acto es verdaderamente lo que constituye el ser. El poder es lo que no tiene actualmente la forma; la materia y la forma son los nombres del poder y del acto. Causa material y [19] causa formal (en las cuales se hallan implícitas la eficiente y la final) s los principios de toda existencia para Aristóteles. Pero la causa formal, el acto, es la perfección, a la cual tienden (entelequia) todas las potencias de un ser. Y lo más perfecto, el acto, es lo que produce y explica lo menos perfecto; es lo superior, que explica lo inferior; es el pensamiento acabado, la existencia efectiva, que da razón de la existencia virtual. De donde el acto puro, la entelequia, anterior a todo, es el pensamiento como el principio informador de todo lo real, en cuyo sentido llamaba Aristóteles al alma la entelequia del cuerpo y la concepción del mundo y de la realidad, según la doctrina de la entelequia aristotélica pudiera ser apellidada un intelectualismo activo como el principio dinámico de las monadas considera después Leibniz la entelequia. Ante las nuevas ideas, que surgen de la hipótesis evolucionista, el punto de vista empírico considera la forma como el término (no el comienzo) del desarrollo de los seres; pero el plan arquitectónico que cada individualidad sigue, según la ley llamada de unidad de composición, obliga a concebir un principio interno (entelequia), director de los cambios y transformaciones, que estudia la morfología moderna, resultando que la entelequia aristotélica tiene parentesco bien cercano con la idea directora de la vida, de C. Bernard, y con la novísima hipótesis de Fouillée de las ideas-fuerzas. Es una idea activa (actuante) que reúne en un centro el de la individualidad concreta y a la vez dirige las diferentes cualidades que constituyen la complexión de los seres. Exigir concreción efectiva de tal principio, salvo la que obtiene en cada ser individual, es desconocer la índole del problema. Presumir sin más que el problema esté resuelto es aceptar hipótesis más o menos estimables como verdades ciertas. Ahondar en el recto sentido y en la interpretación de la doctrina de la entelequia parece ser el deber más elemental de todo amante sincero del progreso del pensamiento.

{20} Préface du Traité de l'âme, traducción francesa del Peripsuje.

{21} Véase Les causes finales.

{22} Véase Brucker.

 


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