Revista Contemporánea
Madrid, 15 de marzo de 1902
año XXVIII, número 623
tomo CXXIV, cuaderno III, páginas 269-277

Urbano González Serrano

< Bocetos filosóficos >
V

Espinosa

Baruch, Benedictus Spinoza o Benito Espinosa, hijo de judíos expulsados de España, nacido en Amsterdam en 1632, filosofa, preguntándose, ante todo, ¿cómo se debe vivir?

Muestra el filósofo judío, con la tenacidad propia de su raza, que la hipocresía absoluta no es real ni completa nunca en el hombre, y que, llevada al último límite, implicaría la anulación de la individualidad. Desde luego, la naturaleza la desconoce; su primera ley es la sinceridad, como lo es de la Moral. Queriendo copiar el ritmo inalterable de la naturaleza y su apariencia indiferente, investiga Espinosa un paralelismo exacto entre la especulación y la práctica, entre el pensamiento y los actos: ordo et connexio idearum est ac ordo et connexio rerum. Es el primero de los librepensadores después de la ortodoxia cerrada de las religiones positivas y el último de los Escolásticos. Revela de obra y de palabra el punto culminante a donde pueden llegar las abstracciones de la mente, y con dominio absoluto sobre sí y sobre cuanto le rodea, recibe, subridens, sonriendo con calma olímpica, la excomunión y las acusaciones de ateo, príncipe de los libertinos y Anticristo.

Espinosa fue mal juzgado durante su vida y aun desconocido después de su muerte. Al exterior, en la apacible serenidad de su pensamiento solitario, en consorcio místico con sus abstracciones, Espinosa es un intelecto hecho carne, un nervio sin músculo, un eretismo mental sin vibraciones emocionales{1}. Escolástico heterodoxo, judío excomulgado, porque [270] interpreta libremente a los quince años de edad la Biblia y el Talmud, perseguido por el fanatismo de raza, que, con su familia y su maestro Morteira, querían que alcanzase la dignidad de rabino, cifra Espinosa la humilde y a la par majestuosa epopeya de su vida en recabar la completa emancipación de su pensamiento y en exponer tal como la concebía su idea del enigma del mundo contenido en un mecanismo lógico e inflexible.

En su existencia intelectualizada, apenas sí Espinosa revela su flaca condición, de carne y hueso, sintiéndose afectado, ligera, sombría e indecisamente, por el grito de las pasiones, que llegó a analizar con la misma frialdad que las propiedades del triángulo. Expulsado Espinosa de la sinagoga, odiado por todos los suyos, comienza a estudiar griego, latín y letras clásicas con Van den Ende. Con tal motivo conoció y trató a la hija de su maestro, a Olimpia, mujer culta, y con una coquetería de quinta esencia, que se complace en galvanizar la pasión serena y en caldear la fría sangre del futuro filósofo. Por algunos indicios de las cartas de Espinosa, se infiere que éste supuso que Olimpia, mujer en la apariencia dotada de cierta originalidad y delicadeza, sin concebir como causa determinante y exclusiva de sus actos los instintos del sexo o las concupiscentes conveniencias del mundo, era digna de ser amada. Más que correspondencia estímulo provocativo revelaba Olimpia en sus conversaciones con Espinosa, quizá sugestionada por cierta aureola de celebridad que rodeaba al excomulgado. Pero... concluyó prefiriendo a un luterano rico, Kerkering, con el cual se casó.

Ni quejas ni despecho reveló Espinosa al volver con más fuerza que nunca a entregarse al silencio pitagórico de sus meditaciones. Desilusionado o desengañado Espinosa, acusado de que intentaba convertirse al cristianismo, víctima de un fanático que le hirió arteramente{2}, huyó de Amsterdam y vivió [271] como un asceta (algunos días, su comida se reducía a una sopa con leche y un vaso de cerveza), celebrando sub specie aeterni las bodas místicas de su individualidad con su sombrío pensamiento{3}. Efímera la primera, desaparece a los cuarenta y cinco años de edad; perdurable el segundo, subsiste y subsistirá... Desde fines del siglo XVIII comienza a ser rehabilitado Espinosa. No había hasta entonces sido olvidado por completo su pensamiento en la patria de la Metafísica, en Alemania, pues desde el tiempo de Wolf constituía parte de la enseñanza oficial de la Filosofía considerar tradicionalmente el Espinosismo como un sistema que niega la personalidad de Dios, su distinción del mundo y la libertad humana (cartesianismo inmoderado){4}.

Lo que más admira en Espinosa, aparte su vigor lógico, es su originalidad y sinceridad filosóficas. Dedicado a pulir vidrios que acortaran las distancias a los ojos del cuerpo, sugestionado por una araña que tejía la tela en un rincón de su destartalada habitación, ni lo automático del hábito adquirido en su oficio mecánico ni la atracción silenciosa del trabajo continuo de la araña impedían a Espinosa sondar lo insondable, atajando la distancia entre lo finito y lo infinito e intentando [272] penetrar en las entrañas del ser y de la sustancia, de la cual educía more geométrico sus profundas meditaciones. Vivía exclusivamente de lo que pensaba, y la monótona tranquilidad de su existencia era traducción fiel del ritmo inalterable de su intelecto. Para Espinosa la primera y casi exclusiva facultad del hombre es el conocimiento (esse est percipi){5}; hablar de la libertad es soñar con los ojos abiertos; la voluntad es el juicio; la pena y el dolor equivalen a la idea obscura y a la idea clara; el hombre es un autómata intelectual, una colección de ideas. Considera las pasiones como si tratara de líneas, planos y sólidos. Según Humboldt, Spinoza sintió predilección por el racionalismo escolástico, con fórmulas más estrechas que las usadas en la Edad Media. Consecuencia de ello fue la saturnal de una ciencia exclusivamente idealista de la Naturaleza. Como Descartes, y más aún que él, concibe Espinosa el Universo, sin idea de la vida, cristalizado (natura naturata) en una materia extensión incorruptible, y en un alma con pensamiento inmutable.

Dejando subsistente el tradicional dualismo de materia y pensamiento, que asume en la sustancia, de la cual son modos, explica Espinosa el mundo material mediante la Lógica de la naturaleza, las Matemáticas (señaladamente la Geometría) y el mundo moral, merced a las Matemáticas del espíritu o sea la Lógica. La Geometría y la Lógica son las sinopsis de la realidad. Del concepto de la vida y de la sensibilidad no tiene Espinosa sino idea muy remota en su natura naturans. Así lo presiente su más sincero admirador, Jacobi, que, aunque no le sigue, considera que toda doctrina dogmática y demostrativa llega al fatalismo, cuando trata de explicar todo lo real. Para salir del fatalismo, contra el cual protesta la propia conciencia, afirmando nuestra libertad, no hay otro medio que el acto [273] de fe del sentimiento, salto mortal, dice Jacobi, que es la base de toda doctrina racional. Lo mismo que el político al luchar pro jure contra lege pretende salir de la legalidad (revolucionario) para restaurar el imperio del derecho, Jacobi quiere con el sentimiento emanciparse de lo inteligible para entrar en lo verdadero.

No hay luchas ni contrariedades en el pensamiento unilateral de Espinosa. El aire de paz que se respira en sus obras, dice otro de sus admiradores, Goethe, hace que su lectura se convierta en castillo inexpugnable para hacerse superior al destino y librarse de la hipocondría mediante la contemplación del todo. Seducía al artista el simbolismo del filósofo; pero no podía la severa lógica del pensador judío encadenar dentro de sus moldes el alma de fuego del poeta.

No admite el estoicismo individualista de Espinosa la Psicología, ni la Cosmología (más que ateo es acosmita, pues niega la existencia del mundo), ni siquiera el processus alejandrino; no reconoce desarrollo en nada, señala sólo grados (matices) en lo individual; la última expresión de su pensamiento es una cristalización estática en las formas fijas de lo matemático y de lo lógico. Cuanto aparece queda desvanecido y disipado en el gran todo (natura naturans); esperanza, amor, dicha, son términos vacíos de sentido; el individuo es la molécula, distinta un momento en la superficie del insondable abismo. Espinosa, lógico inflexible, poco cuidadoso del estilo, escribiendo en un latín de decadencia, con el rigor excesivo de su método more geometrico, sólo se preocupa de convencer. Ni cartesiano, ni judío, ni triste, ni alegre, en igualdad inalterable de conducta, ganándose la estimación de los humildes y la admiración de los grandes, prefiriendo la de los primeros y evitando la de los últimos, apacible, dulce y pensativo, tallando cristales y moldeando perspectivas en el claroscuro de sus hondas meditaciones, Espinosa, provisto de la prudencia del epicúreo (caute era su máxima habitual) y del soberano dominio sobre sí del estoico, revela gran confianza en sí mismo, cuando menosprecia la tradición, desdeña el sentido común, no lee a otros pensadores, aunque sean del fuste de Platón y Aristóteles, y declara que la filosofía de Bacon y Descartes se halla plagada [274] de errores. Comentando la conocida frase «el tiempo y yo», pudiera Espinosa decir: «mi pensamiento del todo y de la sustancia y yo...»{6}.

Sin embargo, cual si en ocasiones fuera condición para obtener el triunfo comenzar por menospreciarlo, Espinosa lo alcanzó con la severidad indiferente de su pensamiento. No consigue sólo la adhesión de Jacobi, ni cuenta únicamente con el frío y razonador entusiasmo de Goethe. Impresiona hondamente a todos sus lectores, hiere su imaginación y gana entusiastas por la austera poesía que de su pensamiento se desprende. La originalidad y grandeza de sus concepciones y la belleza metafísica de sus ideas hacen surgir la emoción de lo sublime. Schleiermacher dirá en su discurso sobre la religión donde le llama Sanctus Benedictus, «de cualquier modo que hayas filosofado acerca del Ser Supremo, sea el que quiera el error que exista en tu lenguaje, su verdad estaba en tu alma y su amor era tu vida», y Hegel afirmará que, al leer a [275] Espinosa, le parece caminar majestuosamente a través de un frondoso bosque.

Parece la concepción especulativa de Espinosa una inmensa cristalización lógica. En su obra fundamental la Ética ha condensado todas sus meditaciones, y en ella se encuentra la expresión total de su genio. Su originalidad, el punto de donde irradia todo su pensamiento, es la concepción unitaria de la sustancia sobre el dualismo cartesiano del pensamiento y de la extensión. Entiende por sustancia (única realidad que admite) aquello que es en sí y concebido por sí, es decir, aquello cuyo concepto puede ser formado sin acudir al concepto de ninguna otra cosa. Identifica la causa con la sustancia, y ambas son estáticas, fijas e inmutables.

En el sueño perdurable dentro de tales formas lógicas, no ha lugar para concebir el fin de los actos, la emoción que les precede o sigue, en una palabra, la vida. La concepción espinosista, reducida a relaciones geométricas con ausencia completa de cuanto vive y alienta, no solo rige, sino que cristaliza y petrifica la apariencia de los fenómenos. El intelecto puro de Espinosa, con su pensamiento solitario, no admite, si acaso más que para asfixiarlo, dominándolo con un estoicismo rayano en lo sublime (siquiera sea lo sublime del error), ni los efluvios del amor, ni las emociones de la amistad, ni el tónico de las reacciones del dolor. La ecuanimidad, que concibe y practica, es semejante a la completa indiferencia de los huéspedes del Olimpo{7}. [276]

Grandioso el edificio, cual si fuera obra hecha de una pieza, del Espinosismo, concepción monstruosa de la sustancia, apoteosis de la unidad y de la identidad, punto más alto a donde puede llegar la especulación idealista, menosprecio el más soberano que se haya hecho de la observación y de la experiencia, cadáver galvanizado por un intelecto genial que no halla punto de apoyo más que en la sombría meditación especulativa, del Espinosismo se dirá cuanto se quiera, se convertirá en piedra de escándalo y en plantel de odios para todas las ortodoxias; dando golpe y más golpe, el yunque resiste, sin embargo, porque lo lógica del error, lo mismo que la de la verdad, sigue una trayectoria constante.

Aún hay más, decía sibilíticamente Hamlet...; aún hay más que tales denuestos. Si en lo físico nada se pierde, si en lo biológico todo se trasforma, en lo mental todo evoluciona. Del mismo modo que la invasión de los bárbaros trae nueva savia al carcomido imperio de Occidente, cuya arquitectónica no se hace polvo sino que aún vive en las sociedades modernas, que se rigen por la Geometría de la razón, llamada el Derecho romano, la irrupción violenta, semiapocalíptica del experimentalismo en la patria de las ideas pulveriza en la apariencia la construcción genial del autor de la Ética, filtra en los conceptos muertos del Espinosismo el jugo de la evolución, fustiga lo estático y lo sustituye con lo dinámico de la serie, pone pies de plomo a las alas de la especulación, busca las estrellas, no en el cielo insondable, sino en el modesto lago que las refleja, observa lo infinitamente pequeño en la célula y se desvía de lo infinitamente grande de la sustancia espinosista. Pero en sus actos de inhibición, en sus puntos de parada, en los momentos en que respira y toma aliento esta cultura de aluvión, insaciable, anhelosa, dominada por el vértigo, siente la nostalgia de una reconstrucción ideal, revive el [277] animal metafísico que hay en todo hombre, y entonces... entonces nadie se convierte al Espinosismo, siquiera todo pensamiento serio y hondo investigue, allá en los limbos de lo que es irreductible al fenómeno, algo insito, inmanente, real y vivo que sirve de nexo a las apariencias fenomenales y a la serie de datos que se acaparan, como el avaro sus tesoros, sin utilizarlos. Y en la Metafísica futura, empeño acometido hoy por todo espíritu seriamente científico, el Espinosismo habrá de ser reconocido como una etapa necesaria en la evolución del pensamiento especulativo{8}. De él podrá decirse, con su ilustre autor: «nada hay vil en la casa de Júpiter».

Tal será el juicio de la posteridad respecto a la obra; en cuanto al autor, de Espinosa, del réprobo, del que fue excomulgado y odiado por los de su raza, por los de su religión y por los de su familia, del adversario de las creencias de sus mayores, del que combate el milagro, del que no cree en el Cristo según la carne, se dirá..., hasta lo indecible, se le acusará, agotando el diccionario de los denuestos, que para ello abona la aparatosa reacción religiosa hoy imperante, pero no se podrá nunca acusarle de príncipe de los ateos», cuando, como dice Novalis, «estaba ebrio de lo divino». Espinosa, solitario sin igual, sin discípulos y sin derecho de ciudadanía en ninguna parte, con su rostro dulce y pensativo, con su vida de piedad sincera, elevándose sobre lo profano, asceta secularizado, santo de la humanidad, tiene el tejado de acero para recibir las injurias de los fanáticos y merece, como pedía Schleiermacher, que le sacrifique un bucle de sus cabellos todo hombre bien sentido.

U. González Serrano

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{1} Se podía comparar, dice Schelling, el Espinosismo en su rigidez a la estatua de Pigmalión, que necesita ser vivificada por el fuego del amor.

{2} Espinosa, que vivió algún tiempo, después de excomulgado, en los alrededores de Amsterdam, se retiró a Reinsburgo, próximo a Leyden, y de allí a Voorburgo, en las cercanías de La Haya, hasta que por fin se estableció en esta población, en casa de un modesto burgués (Van der Spyck), donde murió víctima de la tisis que le consumía en 1677, a los cuarenta y cinco años de edad.

{3} La vida de Espinosa fue una obra que él compuso con el mismo cuidado que su Ética. Toda ella, semejante a una organización vigorosa, elimina metódicamente como causas posibles del mal los elementos extraños, dominando las circunstancias, sin dejarse dominar por ellas, y desenvolviéndose según un principio interno de conducta, al cual supedita las luchas y contradicciones del medio.

{4} La historia del Espinosismo, por lo que se refiere a Francia, se puede dividir, según P. Janet (V. Revue Philosophique, tomo XIII), en tres períodos. En el primero (siglo XVII), Espinosa fue objeto de curiosidad para algunos espíritus despreocupados y de execración y odio para los creyentes, que vieron en él un monstruo. En el segundo (siglo XVIII), con muy ligeras excepciones, es desdeñado por oscuro e indescifrable. En el tercero (siglo XIX), merced a la influencia alemana, llega a ser tratado con respeto hasta por los adversarios, y es diligentemente estudiado y comentado por Cousin, Saisset, Nourrisson, Vacherot, Renan y Taine. Aun hoy Worms, en su estudio de la Moral de Espinosa, y Delbos en su libro Le problème moral dans la philosophie de Spinoza et dans l'histoire du Spinozisme, investigan con escrupulosidad la influencia de la doctrina espinosista. De ella se ocupan con interés creciente Blondel, Evolution du spinozisme (1894), Pillon, Malebranchisme et spinozisme (Année philosop. 1894), Andler, «De quelques livres nonveaarx sur le spinozisme» (Revue de met. et de morale Enero y Julio 1895) y Lagneau, Quelques notes sur Spinoza. En Alemania no ha perdido nunca importancia el espinosismo. Únicamente en Inglaterra es donde no ha sido comprendido ni obtenido adeptos ni discípulos el genio contemplativo del solitario Espinosa.

{5} Vulgar la opinión (que propaló Leibniz) de que el Espinosismo es un cartesianismo exagerado, lo cierto es que del filósofo francés sólo tomó el entronque externo, rechazando el dualismo, que en parte ha esterilizado la obra, por otros concepto, estimable, del moderno espiritualismo francés. El esse est percipi, admitido por Descartes, y que sirve de base a todo idealismo y que es el eje del concepto espinosista de la sustancia, es la idea del Parménides platónico, tomada por Espinosa, quizá no directamente de Platón, sino de la Escolástica heterodoxa, que se cultivaba entre los judíos.

{6} A pesar de su pretendida independencia de toda doctrina ya formada, no puede, sin embargo, considerarse la de Espinosa, ni la de ningún otro pensador, prolem sine matre creatam, porque es de presumir que se había asimilado muchas ideas judías, cristianas y cartesianas. V. La Bibliothèque de Spinoza, por M. Nourrison. –Reviste des Deux Mondes, Agosto 1892. Explicando el sutil y perspicaz psicólogo P. Bourget (V. Essais de Psychologie contemporaine) el génesis que preside a la concepción de todo sistema filosófico, dice (páginas 202 y 203): «El filósofo conoce primero los resultados generales de las ciencias experimentales en su tiempo y a ellos adapta sus ideas. Además, el filósofo ha recibido, al menos en su infancia y en su juventud, las influencias múltiples y complejas de su familia y de sus amigos, de su ciudad y de su región. Su vida sentimental y moral ha precedido o acompañado a su vida intelectual... Citaré el ejemplo de aquel a quien Schleiermacher llama «ilustre y desgraciado Espinosa», pues se debe recordar siempre a este hombre prodigioso, cuando se quiere estudiar un tipo acabado de la gran existencia de un metafísico. ¿No tiene el grandioso sistema expuesto en los cinco libres de la Ética como fundamento positivo los datos de física y de matemáticas, propios de la ciencia del siglo XVII, y además los de experiencia personal que la ingenua biografía de Colerus nos revela? Si el melancólico y sufrido tuberculoso no hubiera sido excomulgado por sus hermanos en religión, perseguido por su familia, desdeñado por la mujer con quien quería casarse, si no hubiera sentido desde su adolescencia el peso de la realidad sobre sí, no habría escrito con una sed tan evidente de abdicación de los vanos deseos las terribles frases de su estoicismo intelectual: «Ni en su manera de existir, ni en su manera de obrar la naturaleza posee principio de donde parta o fin al cual tienda», y esta otra, que se necesita volver a leer, después del consolador Padre nuestro que estás en los cielos del Evangelio, para apreciar su cruel fatalismo: –«El que ama a Dios no debe esforzarse en que Dios le ame a su vez...».

{7} La ecuanimidad, presencia de ánimo o valor moral, indica la línea media que ha de tomar el sujeto sensible ante la diversidad de emociones que más o menos fuertemente le impresionan. Es la ratio reo ende animi, santidad y beatitud de la vida afectiva. Nihil mirari preceptuaba la sabiduría antigua para conseguir la felicidad. Como el sentimiento no es pasivo, sino reactivo sobre las impresiones recibidas (pues no es lo mismo la receptividad que la pasividad), debe determinarse en la justa ponderación de ambos elementos (la receptividad y la reacción), para lo cual se necesita que intervenga la razón en la vida afectiva, aunque sin anularla. Así, la ecuanimidad es la parte que toma la razón en la vida emocional. Si vis tibi omnia subjicere, te subjice rationi, decía Séneca. La doctrina de la ecuanimidad ha llegado en los cínicos y en los estoicos, después en los ascetas y, por último, en Espinosa, de exceso en exceso de abstracción, a negar con la indiferencia la vida afectiva, y a pretender que la razón suplante toda la energía de las emociones. La parte de verdad que encierra consiste en que la emoción momentánea debe ser concertada con las anteriores, y aun ordenada en previsión de las que nos puedan afectar para no [276] oscilar como péndulo movido al acaso entre el paroxismo de la pasión y la indiferencia. El error se halla en considerar toda afección (prescindiendo de su cualidad) como mala, perturbatio animi. La indiferencia o tranquilidad completa (cuando la vida es un equilibrio inestable) es un ideal inasequible, pues aunque sea nuestra la voluntad, se halla sujeta a regla, y quien niega la sensibilidad es porque la agota en un determinado matiz, pero no en las hondas raíces de lo apetitivo, carácter imborrable de la vida.

{8} Los admiradores de Espinosa han descubierto la casa que éste habitó en Reinsburgo con la siguiente inscripción: «Si las gentes fueran prudentes –si cumplieran a la vez el bien– este mundo sería un paraíso –ahora es un infierno». En 1898 han comprado y restaurado la casa, y constituidos en sociedad se ocupan en recomponer la biblioteca del gran metafísico, y aspiran a coleccionar los aparatos de que se servía para pulir vidrio, recordando, en hermoso simbolismo, que «nuestra generación mira aún a través de los cristales pulimentados por Espinosa».

 


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