Revista de las Españas
Madrid, julio de 1930
año V, número 47
páginas 343-346

Quintiliano Saldaña

La Filosofía hispanoamericana

Sin ambiciones agotadoras del tema de la Filosofía en Hispanoamérica, he de trazar las líneas generatrices de esa figura cultural que alumbra en el horizonte. Quede para un libro próximo el desenvolvimiento integral del tema.

En términos de generalidad, la Filosofía hispanoamericana es como su Literatura: francesa de origen e hispana de tipo. Sobre materiales de cultura filosófica francesa y aun americana –positivismo, eclecticismo, pragmatismo– piensan sus filósofos algo a la manera española. Veamos.

I
Sarmiento

Innecesario afán en busca de estirpe, hizo que la joven cultura filosófica hispanoamericana invocase, como precursor, el nombre ilustre de un pedagogo social: Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888).

Pero esta vez, el pasado no «fue mejor»; que esa cultura, luego encarnada en un hombre representativo, en nada tiene por qué añorar glorias ya superadas. Sarmiento era el impulso de la raza, perorando, combatiendo –magnífica síntesis viva de político, periodista y orador– y Filosofía pide recogimiento y meditación, entre muros impalpables de silencio, sobre un estrado invisible de serenidad. Todavía más: Filosofía no es enseñanza, sino propia rumia de múltiples recibidas enseñanzas; no significa progreso si no es a posteriori, y en este sentido inciso es de vejez y decadencia. El que corre no piensa; quien se enriquece no medita; cuando se cree no se observa. Tan sólo el detenido –y mejor si está preso–, el arruinado, el corcovado por la edad, medita mientras se mide en la reducida proyección social de su sombra. Sarmiento era la pasión nacional, y Filosofía es reflexión universal, humana. No se conoce una más exacta antinomia.

«He leído algo de Sarmiento –decíamos en 1918, para América–. ¿Cómo leerlo todo? Desde luego, le estimo mucho más como pedagogo que como escritor. Como pedagogo social, se entiende. Por eso el escritor padece, en su libre vuelo, bajo el hierro del educador. Tiene todo el valor moral y toda la subvalía literaria de los apóstoles y mentores. Es sobrado ardiente y es insoportablemente machacón. No he reformado mi proyecto de juicio. Las obras de los viejos escritores de América expresan una Literatura adjetiva. Su valor es reflejo, y uno piensa al descubrirla: ¿hubieran existido estos escritores sin los previos modelos? Y no obstante, al cantar, al describir, al reflexionar sobre ese Nuevo Mundo, pudieron bien haber hecho una Literatura, no solo propia, única y rarísima.»{1}

No es lícito hablar de una «Filosofía de Sarmiento». Su libro Conflicto y armonías de las razas en la América, pretende ser Filosofía de la Historia a la antigua usanza, sin llegar, de ningún modo, a Sociología, y menos a la Psicología de los pueblos. Mas apunta en él un intento filosófico, como dispositivo empírico de datos e inducciones. Los datos son históricos (dícese que de una Historia americana falsa); las inducciones quieren ser filosóficas (de una Filosofía europea rastreada, calcada). ¿Cuál es esa Filosofía? La de Spencer, de quien dice Sarmiento con la más cómica llaneza: «Spencer y yo andamos el mismo camino».{2} Que así anda el camino del amo el can.

Con todo, se ha probado que el positivismo de Sarmiento era una pose, sin preparación doctrinal ni coherencia; que no basta querer ser positivista para serlo. Este supuesto positivista creía en la Providencia, y hablaba de ella con toda seguridad y convicción. El gran Ingenieros (véase II) ya nos advierte que «no alcanzó a modelar su pensamiento sobre las grandes líneas de Spencer», y que [344] Sarmiento «no ha creado una teoría, una doctrina que le pertenezca de una manera exclusiva».{3}

Otros precursores centroamericanos, como el ecuatoriano Juan Montalvo (1833-1889), autor de la Geometría Moral, y, por algunos calificado de senequista; el antillano Eugenio María de Hostos (1839-1903), con su Moral Social, el poeta y filólogo chileno Andrés Bello (1781-1865), con sus artículos filosóficos, aparecidos en el Crepúsculo (Santiago de Chile, 1845), sobre Teoría del entendimiento, que se afilia a la Escuela escocesa;{4} el sabio naturalista argentino Florentino Ameghino (1854-1918), cuyas investigaciones biológicas mantienen un alto interés filosófico y acarrean consecuencias nuevas para la Psicología y la Ética, habiendo condensado en Mi credo sus concepciones cosmológicas del más depurado materialismo,{5} no alcanzan, para el interés de un esquema, las proporciones debidas de auténticos filósofos.

II
Ingenieros

La Filosofía hispanoamericana toma su inicio en la obra compleja y figura proteiforme de José Ingenieros (1877-1925). Con él se incoa, pero en plena dignidad, la única Filosofía posible a un pueblo joven, que es, a un tiempo, país de inmigración. Su Filosofía había de ser, asimismo, de importación cultural; si bien asimilada a través de los más felices metabolismos. Conjunto coherente de concepciones vigorosas y atrevidas que recuerdan mucho de la cultura filosófica contemporánea italiana y francesa, pero superándola y corrigiéndola, es la Filosofía de Ingenieros.

Su tropismo filosófico ha de referirse al año 1904, en que obtiene, por concurso, la cátedra de Psicología experimental, en la Facultad de Filosofía de Buenos Aires, acudiendo presto, como representante de la República Argentina, al Congreso Internacional de Psicología (Roma, 1905). Al cabo de una década, es elegido Presidente de la «Sociedad de Psicología» de la Argentina, que él había fundado con el Dr. Veyga y con el Dr. Horacio Piñero (1910). Cuatro años de su vida, en el ápice de la juventud, ofrenda a los estudios filosóficos; peregrinando por Europa, en busca de Maestros, de Universidad en Universidad. Detiene su marcha indagadora en París, en Lausana, en Heidelberg. De vuelta a su país, funda el primer Seminario de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires (1915). Y a fines de 1917, Ingenieros es elegido miembro de la Academia de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires; presentando a ella, como discurso de recepción –que no llega a celebrarse por escándalo de ideas– sus famosas Proposiciones relativas al porvenir de la Filosofía (8 de junio de 1918).

Nos conocimos aquí en Madrid, cuando él volvía de Suiza cumplido su destierro, con la muerte del Presidente enemigo. Venía casado y en la plenitud de una exaltante virilidad física y mental. Le recuerdo simpático, jovial, hombre de mundo y cordial a un tiempo. Esto ocurría por el año de 1912. La común amistad con el Dr. Simarro, que fue mi maestro, hizo el ensamble de espíritus, durable para todo el resto de la vida. En sus charlas y en sus cartas corría la efusión del amigo (publicaré estas cuando se ordene un Epistolario). Su tipo y su trato evocaban en mi el de otro gran amigo –ausente, asimismo, de la vida– Vicente Blasco Ibáñez: dos levantinos, uno de América y otro de España. Luego me encargó de hacer estudios sobre la Filosofía española contemporánea para su Revista de Filosofía. Bloques de masonería científica, me enviaba, uno a uno, sus espléndidos libros.

He aquí sus obras filosóficas, todas editadas en Buenos Aires, al comienzo; luego reeditadas en otros países de lengua española; algunas, traducidas al francés y al italiano: Principios de Psicología (1911), donde ha recogido, puso método e introdujo sistema en sus Lecciones de la Facultad de Filosofía de Buenos Aires; El hombre mediocre (1913),{6} libro de combate, que le valió el destierro voluntario, pero denso de doctrina psicológica y moral aplicada a un caso antropológico; La Filosofía científica en la organización de las Universidades, ponencia presentada al Congreso Científico de Washington y [345] publicada bajo el titulo: La Universidad del porvenir (diciembre de 1915); La cultura filosófica en España (1916),{7} y Psicología de la curiosidad (1917), series de artículos publicados en su Revista de filosofía y editado en Madrid en la «Colección Cervantes»; Hacia una Moral sin dogmas (1917); Ciencia y Filosofía (1918); Las doctrinas de Ameghino (1919); Emilio Boutroux y la Filosofía francesa (1922); Las fuerzas morales (1925).

III
El porvenir de la Metafísica

De ese catálogo, destaquemos sus Proposiciones relativas al porvenir de la Filosofía (1918); donde Ingenieros, al trasponer las lindes de la juventud, establece la síntesis de su conciencia metafísica. Uno de sus discípulos americanos, el ecuatoriano Julio Endara, hizo de esas «Proposiciones» un fino estudio.{8}

Dice que son «los fundamentos de la Metafísica futura».{9} Menos absoluto Ingenieros, ya vacila, cuando se formula estos interrogantes: «¿Morirá el único género filosófico que no puede convertirse en ciencia?... ¿Es de temer que el adelanto de las ciencias suprima la Metafísica, o que esta vuelva a ser sierva de la Teología, o que pase a serlo de la Ética, o que se restrinja a los problemas lógicos, o que sea absorbida por la Psicología, o que, en fin, se fosilice en los arquetipos clásicos, amortajándose en la Historia de la Filosofía?».{10}

Pronto la Filosofía hispanoamericana toma partido, en la perdurable polémica, que es contienda de los siglos, sobre la legitimidad de la Metafísica. Para un positivista consciente, como era Ingenieros, la orientación aparecía clara, neta. No la negación, y menos una oposición cerril, a esa actividad filosófica trascendente –única posible cuando la ciencia era nonata, la que dio más gloria a la Filosofía– sino un gesto de comprensión, a base de nueva fórmula. Primero es la critica del sistema dual en Filosofía: «dos filosofías distintas, una de la naturaleza y otra del espíritu». A esta maniobra del dualismo flagela con este bravo estigma: «la hipocresía de los filósofos» (Proposición primera). Luego viene la merecida y leal crítica del positivismo, por un positivista: «El positivismo llegó a plantearse como un deliberado renunciamiento a toda explicación de lo inexperiencial e indujo a confundir las hipótesis metafísicas con las científicas» (Proposición segunda).

Así nace, frente a lo incognoscible (the Unknowable), de Spencer,{11} esta fórmula de Ingenieros: lo inexperiencial; y contra la Metafísica espiritualista, renovada en el siglo XIX, que él estigmatiza de «Paleometafísica», otra que es prolongación [346] lógica angustiosa y a menudo impotente– de la experiencia creadora. Tal es la Metafísica futura, la Filosofía del porvenir. Y aquí, la crítica de los filósofos clásicos, cuyo ingenio irónicamente admira, demostrando que su «historiología filosófica», esa «hermenéutica, es una paleometafísica de las hipótesis elaboradas sobre experiencias más incompletas que las actuales», que «solo tienen un valor histórico para la reconstrucción genealógica de las hipótesis metafísicas» (Proposición tercera). ¿Qué es lo inexperiencial? Un residuo de la experiencia, irreductible al análisis, rebelde a los métodos conocidos; que se ampara tras de los brazos en cruz caída del aspa de lo incomprobado, la equis de lo desconocido por la ciencia. Variable y perenne misterio. «Siendo los objetos experienciales infinitamente variables en el tiempo y en el espacio –dice Ingenieros– la perfectibilidad de la experiencia humana nunca llega a excluir la perennidad de lo inexperiencial.» De aquí la legitimidad de una Metafísica ultraexperiencial: «La infinita posibilidad de problemas que excedan la experiencia, implica la perennidad de explicaciones hipotéticas inexperienciales que constituyan una Metafísica, incesantemente variable y perfectible» (Proposición cuarta).

Las restantes Proposiciones encierran, como secuela de las anteriores, una menos aguda originalidad. He aquí sus temas respectivos: «los problemas de la Metafísica» (quinta); «metodología de la Metafísica» (sexta); «la Metafísica del porvenir» (séptima); «el lenguaje filosófico» (octava): «la Arquitectónica» (novena), y «los ideales humanos» (décima), Así entendida, «la Metafísica es un dispositivo de hipótesis, con vistas a la experiencia futura, cuyo quilate de diversa legitimidad actual pende de la incógnita varia, probabilidad que el porvenir experiencial reserva a cada una. Es el preciso y precioso andamiaje lógico de la ciencia, diaturnamente in fieri; soporte ideológico y fomento critico de esa actividad experiencial, que pudiera nominarse: de scientia fereuda. No es la «Metafísica científica», ya intentada en Francia por el último tercio del ochocientos;{12} es el designio de estructurar la Metafísica a la manera como se construye la ciencia, y de ese posible Sistema, de Filosofía científica, Ingenieros puso, en sus célebres Proposiciones, el basamento firme. Será la suya una «Metafísica de la Experiencia»;{13} sus diez proposiciones, otros prolegómenos a toda Metafísica futura.

(Continuará)


{1} Véase Nosotros, año XII (B. A., Diciembre de 1918), página 521.

{2} Conflicto, pág. 407.

{3} Ob. cit., Prólogo, pág. 10. Véase, asimismo, H. Blanco-Fombona, Grandes escritores de América (Madrid, Renacimiento, 1917), págs. 77-171; algo de la correspondencia con Mitre, en Sarmiento-Mitre (Buenos Aires, 1911), y algunos perfiles de su figura en el número extraordinario que con motivo de su centenario, publicó La Nación (B. A., 15 Mayo de 1911).

{4} Véase Obras completas (Santiago de Chile, 1881-1885).

{5} Véase Virgilio Tedeschi, Ameghino y su obra, al frente de Mi credo (Tortosa, Monclús, S. A.); Ingenieros, Las doctrinas de Ameghino (B. A., Vaccaro, 1919).

{6} Este libro y el anterior aparecieron en Madrid; el primero, como Principios de Psicología biológica, en casa de Jorro; el segundo, en la Editorial «Renacimiento». Sobre sus ideas psicológicas, Rodolfo Senet, La obra psicológica de Ingenieros, en Revista de Filosofía, XII (Buenos Aires, 1926), págs. 114-139; para sus ideas éticas, Víctor Mercante, La obra moral de Ingenieros, en R. de F., XII (1926), págs. 140-177, y Marcos M. Blanco, El ansia del futuro (Notas sobre la Ética de Ingenieros), en Nosotros, XIX (B. A, 1925), págs. 595-605. También Enrique Mouchet y Alberto Palcos, Ingenieros, psicólogo, en Nosotros, XIX (1925), págs. 572-593.

{7} He aquí una carta del autor, referente a este libro:

«Buenos Aires, 25-2-1917.
Muy estimado amigo:
Ya habrá leído usted en mi «Revista de Filosofía» que el libro La Cultura Filosófica en España fue editado en Madrid, sin mi conocimiento, por un editor jovial a quien le parecieron aptos para ser reunidos mis artículos sueltos sobre la materia. De allí que el libro sea inorgánico e incompleto, ya que en artículos de revista, (tres conferencias de mis clases), no se cuidan los detalles y las proporciones que son indispensables para la dignidad del volumen. Esta explicación legítima no me impide saber que nunca un extranjero logra abarcar con exactitud el movimiento intelectual contemporáneo de otro país, cosa que he advertido en todos los que han escrito informaciones sobre la intelectualidad argentina. Por otra parte, ciertos valores culturales muy estimados en su medio –por razones personales antes que por su obra escrita– no trascienden al extranjero, que solamente puede apreciar las obras impresas. Es el caso de los oradores más admirados y, en este sentido, se ha dicho que la opinión del extranjero es una anticipación de la posteridad.
Todo esto carece de importancia, ya que nunca he pensado en juzgar a los españoles contemporáneos y sólo he querido informar a mis alumnos sobre los que conozco, para que no sigan creyendo que en España todo es «sangre y arena»...
Me complace mucho su deseo de escribir sobre el mismo asunto, completando o corrigiendo mi información en lo mucho que tiene de inexacto. Más aún, me permitiría rogarle que honrara con sus notas a mi Revista de Filosofía, donde se publicaron mis artículos: huelga decirle que conserva usted la más absoluta libertad para decir lo que tenga por conveniente, pues cuanto más corrija mis datos, más útiles serán los suyos.
La ocasión me ha sido útil, pues he leído con mucho interés su hermoso trabajo sobre Defensa Social y Perfección Social; es bien bueno. Envíeme otras producciones suyas; yo haré lo mismo si usted quiere indicarme su domicilio –que no tengo– y no sé si los paquetes de impresos llegarán a sus manos enviándolos a la Universidad, donde le buscará esta carta.
Con mis respetos y buenos recuerdos, téngame siempre por su amigo y s.s., José Ingenieros.
A Quintiliano Saldaña.»

{8} José Ingenieros y el porvenir de la Filosofía (Quito, Imprenta y Encuadernación Nacionales, 1921), segunda edición (B.A., Agencia General de Librería, S. A.). Véase también, Gregorio Bermann, La Filosofía de Ingenieros, en R. de F. XII (1926), págs. 178-231.

{9} Ob. cit. pág. 49.

{10} Ob. cit., pág. 62.

{11} La Filosofía americana debe al eminente español Jorge Santayana (n. Madrid, 16 diciembre 1863) ex profesor en la Universidad de Harvard, una preciosa conferencia dada en Oxford en 24 Octubre de 1923; The Unknowable. The Herbert Spencer Lecture (Oxford, Clarendon Press, 1923), que atesoro con su delicada dedicatoria en castellano. Para una indagación más penetrante, véase De Roberty, L'inconnaissable, sa méthaphysique, sa psychologie (París, 1889), y el mismo Spencer, First Principles of a new System of Philosophy (Londres, W. Norgate, 1860-62).

{12} Véase, entre otros, Alaux, De la Métaphysique considérée comme science (París, 1879).

{13} Idea que aparece ya en Alfredo Fouillée, L'avenir de la Méthaphysique fondée sur l'expérience (París, 1889).

 

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