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Enriqueta Roland Holst

Marxismo y ética

El marxismo no ha pretendido nunca, como aseguran sus adversarios ignorantes y vulgares, negar la importancia que ejercen el ideal social y los factores morales sobre las acciones de los hombres. Lo que ha hecho ha sido simplemente reducir esta importancia a su justo valor, demostrando de qué manera el ideal social, que constituye una fuerza inmensa en la lucha de clases, deriva a su vez de la evolución de los factores económicos.

Desembarazando al Socialismo de los anexos morales que le obscurecían, Marx lo ha elevado a la categoría de verdadera ciencia. El Socialismo de Marx es precisamente el Socialismo científico, porque demuestra cómo y por qué la evolución económica conduce necesariamente, es decir, independientemente de nuestra voluntad, hacia la socialización de los instrumentos de producción. El marxismo es, por lo tanto, el primer Socialismo a base científica, es decir, «moral».

Pero esto no significa en modo alguno la ausencia de todo lazo entre el Socialismo marxista y la ética proletaria, el ideal social del proletariado. El marxismo, lo repetimos, no pretende negar la importancia del idealismo moral, ese fenómeno tan característico en la lucha de clases del proletariado.

Enseñándonos los métodos de investigar las relaciones entre el proceso económico y las normas éticas, el marxismo nos permite comprender por qué y cómo tales normas evolucionan. El es quien nos enseña de qué manera, bajo la presión de nuevas necesidades sociales, el ideal social se renueva y la evolución moral se efectúa. El es quien nos explica las bases económicas de nuestro propio ideal de igualdad social, y quien nos hace comprender por qué la decadencia moral de la burguesía, su hipocresía y su descorazonador cinismo, no son más que el resultado de los movimientos mismos de las fuerzas económicas que dan lugar al soberbio florecimiento de virtudes sociales y civiles en los medios proletarios.

He ahí por qué el marxismo ha cambiado completamente las posiciones respectivas de la moral y de la ciencia. Las concepciones anteriores de la vida, establecidas sobre la base religiosa o jurídica, consideraban el ideal ético como el factor decisivo en la evolución de la sociedad. En el marxismo, por el contrario, la ciencia es la que decide en la dirección  del ideal social. Es también la ciencia la que haciéndonos comprender la relatividad de todas nuestras normas morales, nos explica con toda claridad lo que podríamos llamar la validez general de estas normas del ideal social y revolucionario de una clase determinada en un momento dado de la evolución histórica.

Contra los «idealistas» burgueses y los confusionistas socialistas que no cesan de repetir las viejas canciones sobre la necesidad de «moralizar» y de introducir «ideas éticas» en el movimiento obrero, contra los charlatanes hipócritas que condenan «en nombre de la moral» la avidez y el descontento proletario, que se asustan de la concepción que considera la conciencia revolucionaria y la solidaridad de clase como las dos virtudes capitales del proletariado, ante las cuales en caso necesario cualquier otra consideración debe desaparecer; contra todo esto, nosotros no nos defendemos solamente con sentimientos instintivos y razonados. El marxismo nos ofrece normas mucho más terribles. La sanción última de nuestro ideal social, de todos los esfuerzos del proletariado, de nuestros sentimientos, nuestros actos y nuestras normas, deriva para nosotros del límpido manantial de la ciencia del mismo modo que para las generaciones anteriores derivaba del turbio manantial de la fe.

Enriqueta Roland Holst
(Miembro del Comité Ejecutivo de la Federación Internacional de Juventudes Socialistas.)