Filosofía en español 
Filosofía en español


Puerto Rico

Luis Araquistain

La casa del Centro de Estudios Históricos

Un paréntesis

Quiero abrir un breve paréntesis en la serie de artículos sobre el estado social y político de Puerto Rico, para contar someramente cómo nació entre españoles y portorriqueños la idea de donar una casa propia al Centro de Estudios Históricos de Madrid. Habíamos dado en el Teatro Municipal de San Juan, Cayetano Coll Cuchí su conferencia sobre la civilización española, que tanto y tan merecidamente le aplaudieron, por la maestría con que supo sintetizar un proceso tan vasto y complejo de la historia de España –como se sabe, Cayetano Coll Cuchí, a más de un escritor muy personal, es un hombre cultísimo y uno de los más potentes oradores de lengua español–, y yo, sobre cultura española moderna, sobre el movimiento literario y científico en lo que va del siglo, y especialmente acerca de la admirable labor que viene realizando la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas.

Al día siguiente, Cayetano Coll habló con varios españoles. Todos estaban sorprendidos de la vitalidad española que habíamos descrito en nuestras conferencias y al propio tiempo admirados de la abnegación y el silencioso heroísmo con que trabajan los hombres de ciencia en España, ajenos a todo afán de lucro y a veces hasta de gloria, consagrados a una obra que a ellos les rinde exiguo renombre y provecho, pero que está haciendo la mayor grandeza de la nación en esta época. Alguien sugirió que la colonia española enviase una donación anual al Centro de Estudios Históricos; pero en estos movimientos sentimentales conviene aprovechar el fervor de la hora sin imponer excesivos gravámenes sobre el futuro, que puede traer nuevas preocupaciones o distintos entusiasmos. Otro español, D. Joaquín Menéndez, todavía mozo y ya respetadísimo de connacionales y portorriqueños por su honorabilidad e inteligencia profesionales, propuso, más psicólogo, hacer al Centro de Estudios la espléndida dádiva de una casa. Apenas sugerida la idea, Cayetano Coll, que siente el engrandecimiento de todo lo hispánico como patrimonio propio, y que es, de añadidura, un gran animador de iniciativas germinales y un habilísimo encauzador de propósitos incipientes, en una palabra, un gran político, la caldeó con su fogoso y matizado verbo y me instó a escribir un artículo de aliento. Lo escribí para El Imparcial, de esta ciudad, y creo que es el que he escrito con mayor placer y emoción en toda mi vida.

En mi artículo publiqué algunas cifras que había omitido en la conferencia: el 1.600.000 pesetas que el Estado español asigna a la Junta de Ampliación de Estudios para una labor que vale por cien universidades; las 90.000 pesetas que le tocan en el reparto al Centro do Estudios Históricos, de las cuales un tercio se lo llevan los alquileres, mientras tiene grandes obras, unas terminadas, otras empezadas y algunas en proyecto, como el Glosario Medieval, la Bibliografía española, el Atlas lingüístico, etcétera, que no puede publicar o acabar rápidamente por falta de medios. Cité la asignación de que dispone la Universidad de San Juan –pude haber mencionado cualquier otra Universidad norteamericana–: 750.000 dólares anuales; al cambio, alrededor de cinco millones de pesetas. El artículo era una carta abierta a D. Joaquín Menéndez, y terminaba, exhortándolo a no abandonar su generosa iniciativa.

La idea está ya en marcha y pronto será una magnífica realidad. El Centro de Estudios Históricos tendrá una casa regalada por los españoles de América, por estos españoles que salen de España mal sabiendo las primeras letras, pero que aquí aprenden a conocer el valor de la cultura de un pueblo, viendo en ella su máxima grandeza. Admirando todas las manifestaciones del renacimiento científico español y aplaudiendo a todos los que, como precursores o creadores actuales, han colaborado a este esplendor cultural, que apenas empieza –probablemente nunca fueron aplaudidos con tanto calor las imágenes de Menéndez y Pelayo, Francisco Giner de los Ríos, Joaquín Costa, Benito Pérez Galdós, Cajal, Menéndez Pidal, etcétera, como lo son aquí al presentarlas en las ilustraciones cinematográficas de las conferencias–, los españoles de Puerto Rico, con su fino instinto histórico, han sentido más íntimamente la obra del Centro de Estudios Históricos en sus esfuerzos por restaurar la cultura española del pasado, rehabilitándola del menosprecio en que la habían dejado caer los propios como los extraños hasta el momento en que apareció Marcelino Menéndez y Pelayo con su fecundísimo ardor apologético.

Se ha constituido un Comité que preside D. Manuel Camblor, otro español benemérito y querido de todos por su dedicación a toda empresa altruista. Y dato emocionante: como vicepresidente ha sido nombrado D. Jacinto Texidor, un portorriqueño que estudió leyes en España, y que con otro grupo de portorriqueños pidió como un derecho y como un deber, según ha declarado posteriormente, el honor de contribuir a la suscripción para la casa del Centro de Estudios Históricos. Este es un síntoma de la hispanidad de esta Antilla, como lo es la donación que ha hecho un portorriqueño hijo de alemán. El ejemplo de esta isla ha de tener seguramente honda repercusión en toda América, incluso en los Estados Unidos.

El entusiasmo es grande. Los donativos oscilan, hasta ahora, entre cinco y quinientos dólares. Aún faltan las contribuciones de los más pudientes, como D. Rafael Fabián y D. Manuel González, cuya liberalidad en punto a finalidades de este linaje ha sido siempre proverbial y extraordinaria. Es seguro que los numerosos Casinos Españoles y Casas de España que hay en la isla rivalicen en largueza. Y no quedará un solo español en Puerto Rico que no aporte, pequeño o grande, su óbolo a la edificación de la casa del Centro de Estudios Históricos. Luego vendrán los de Santo Domingo, los de Cuba, adonde pensamos expandir la idea. Y entre todos, españoles e hispanoamericanos, levantarán en Madrid la mejor fábrica de hispanoamericanismo, el mejor templo de hispanidad, el mejor monumento a la cultura española. Obras son amores, que no buenas razones.

Luis Araquistain

San Juan, noviembre de 1926.