Filosofía en español 
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Proclama de Guillermo Parker Carrol

Oviedo, 30 de noviembre de 1808


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Asturianos: Se acerca el tiempo de pelear. El éxito de vuestra lucha no puede ser dudoso, si estáis resueltos a vivir libres, y a llenar la alta idea que la Europa ha formado ya de vuestra valentía y patriotismo. Poco tiempo hace tuve el honor de dirigirme a vosotros; y el celo y el ardor santo, del que entonces fui testigo, me ofrece la bien fundada esperanza de que yo no en vano hablaré jamás a los valientes Asturianos. Mi objeto al hablaros de nuevo ahora, se termina a presentar ante vuestros ojos, en un lenguaje cándido y sencillo mis sentimientos, como Patriota y como Soldado.

En lo más puro de mi corazón me he unido con vuestra causa, y tales son sus sentimientos, que me reputo y considero, cuando os hablo, como si fuera Español. Os dije entonces, que el grito de la libertad, me movió a salir de mi Patria, para lidiar en la vuestra debajo de las Patrióticas Banderas. Mi espíritu se consternó, y mis entrañas temblaron de dolor al contemplar las cuitas, y los males que os preparaba un engañoso enemigo. Al llegar a estas privilegiadas montañas, mi adhesión y mi interés por la causa común se aumentó de día en día; y vuestro patriótico celo, y la gloriosa resolución de morir, antes que de ver perdida la libertad de vuestros hogares, (resolución que observé igual en los altos palacios y humildes cabañas) hizo en mi mente una impresión que jamás podrá borrar el tiempo. Esta universal resolución de morir lidiando, hasta veros libres vencedores, no puede menos de que el Cielo la corone de felicidad y prósperos sucesos.

Dejadme que os conjure ante todo, de que no prestéis oídos a los absurdos rumores, que diariamente se propagan: rumores que tienen su origen en la cobardía o en el desafecto, o quizá en los emisarios del enemigo, a quienes escuchan, y cuyas voces derraman los crédulos y los cobardes. A la Suprema Junta y a los Generales toca el proveer a las medidas de defensa y seguridad interior: al Soldado, al Patriota obedecer y ejecutar sus órdenes y sus planes con prontitud y energía, y no dar crédito ciegamente a las falsas nuevas y mal forjadas historias con que los emisarios del enemigo de toda la humanidad pretenden acobardar o enfriar a los débiles y vacilantes patriotas.

Contemplad la situación del enemigo en España, y suponed por un momento que fuese cierto cuanto se os dice relativo a sus últimas conquistas. ¿Qué hombre habrá, no obstante, si tiene sentido común, que no contemple al empresa de conquistar y subyugar a toda la nación Española, por un proyecto tan quijotesco como injusto? Digamos, en gracia de esta suposición, que entró en Galicia con 40.000 hombres: que se apoderó de sus principales Ciudades; y que hizo sus marchas triunfante por medio de aquel inmenso pueblo. En estas marchas, o llamémoslas paseos de placer y de recreo, no dejaría de recibir algunas pequeñas molestias y tropiezos, porque iba muy de priesa, y a lo menos perdería 11.000 hombres entre muertos y heridos, sin contar a los que se habrán quedado a descansar de sus fatigas en los hospitales.

Si intentase hacer otro viaje de recreo para visitar estas ilustres montañas, no dejaría de traer 15.000 hombres, y en tal caso, ¿qué podrán hacer los restantes 14.000 en Galicia?

Sería infamar a los Gallegos, y a su conocida valentía el suponer que estos huéspedes, aunque fueran los inmortales de Austerlitz, se quedarían seguros y tranquilos en medio de un Reino que cuenta millón y medio de almas.

Asturianos: he visto a mi venida los puertos que os dividen de León; conozco los puntos fuertes que os defienden por la costa al poniente y al levante; y si los sostenéis, el enemigo no podrá penetrar jamás en lo interior del Principado. Mas aunque con una fuerza muy superior los venciera, a cada paso encontraría otros nuevos, y mil y mil combatientes que escarmentarían su osadía. Él mismo lo conoce muy bien, y sabe cuántas dificultades tiene que arrostrar; pero el enemigo es orgulloso, y quizá lo intentará, fiado en el ruido exagerado que cree le precede de sus últimas veloces marchas, con las que piensa asombraros y debilitar vuestra resistencia. Mas yo lleno de esperanza me imagino, que su jactancioso poder encontrará al llegar a los confines de Asturias una resistencia no creída, y que le saldrán al encuentro soldados a lo menos iguales suyos en valor, y ciertamente superiores en el arrojo y constancia que inspira la justicia de la causa.

Permitidme que os diga, amados Asturianos, que el genio del mal, o por mejor decir, el denso velo que tiende una sabia Providencia, para brillar mañana piadosísima, oculta a nuestros ojos la suerte de ejércitos, y Provincias, de cuyo estado deseáramos saber; ¿pero podría ser tan infeliz, que el enemigo, por orgullo y desprecio, dejase de buscar camino para ilustrarnos, y aterrorizarnos con nuestra mal andanza? ¡Ah! Ya conocéis a los franceses, ¡Qué mentirosos! ¡Qué charladores no son! ¡Y como no saben ensalzar sus pequeñas victorias!

¿Ignoráis acaso que el Austria ha levantado ejércitos, y que se estuvo armando precipitadamente? No pudo ocultarse al vacilante Emperador; y viéndose precisado a hablar de ésto a sus esclavos les dice. = «Franceses, estad tranquilos sobre el armamento del Austria. La Corte de Viena me ha asegurado, que no tiene ningún objeto hostil contra la Francia.» ¡Digno por cierto es que al Legislador de la Nación Republicana, y al Regenerador de las viejas instituciones de los pueblos, las Potencias le expliquen para qué se arman. Los ejércitos que guarnecían las fortalezas de Prusia, las evacuaron, y vinieron precipitadamente a España. Pero, Asturianos, no olvidéis que también precipitadamente es preciso, que vayan a cubrirlas de nuevo los brazos libres de los Españoles. Por que decidme ¿qué hace el forzado cuando ya no resuena en sus tristes oídos el horrido son de las cadenas que apremian sus plantas? La Suecia tiene todavía encendido el fuego de la guerra en el Norte de la Europa. La Holanda y la Dinamarca, sin comercio y sin recursos, ¿no estarán ya impacientes por sacudir el yugo de tan bárbara servidumbre? La Italia se ha sublevado. El Regente de España en Madrid, Murat, sin duda encontrará en Nápoles pacificadores. ¿Los Calabreses, como un torrente, no saldrán de sus inexpugnables montañas, a inundar de sangre francesa y de júbilo la faz de su esclarecida patria? ¡Ya las veo, sí, ya las veo dar al viento el vagaroso lino a las naves de mi patria, cargadas con el temible ejército Anglo-Siciliano, perder de vista a Palermo, volar hacia Parthenope, y sentar sus tiendas en medio de la Italia! ¡Cuántos puntos llaman la atención del conquistador! ¡Cuántas zozobras y temores rodean la ceñuda frente del tirano! Las Potencias todas de la Europa vuelan al campo de batalla, a donde sólo pueden ya recobrar la dulce libertad perdida.

Asturianos: mantenedle vosotros por algún tiempo más, y seréis los salvadores de la Europa; pues si la España ahora afloja y se desalienta, pereció: mas si la guerra se prolonga, si los pueblos se mantienen armados, si ninguno dobla la rodilla ante ese Rey vagabundo o de teatro, la Europa será libre; y la España gozará su Fernando. Porque los ejércitos franceses, si caminan a Finisterre, ejércitos los esperan en Asturias: si avanzan a Lisboa, mil y mil los aguardan desde S. Lorenzo hasta la Carolina, Cuenca y Moncayo. Los Andaluces, los de Murcia, los Catalanes, los invencibles de Aragón, los… ¡Qué extensión inmensa! Abrid el Mapa, y os asombrareis de que ese frenético haya emprendido esclavizar a un tan gran Imperio: imperio religioso, que ve perdida su Religión, sus templos y sus Altares, con el mando de aquel, que a los servicios y complacencias de un sencillo Papa, retribuyó con los dones del robo, la rapiña, y la más escandalosa prisión de su persona santa. Imperio noble y pundonoroso, a quien irritó con la conducta atroz de robarle vil y cobardemente a un joven querido Monarca. Imperio en fin que gustó de la libertad, y que quiere vivir libre, y formarse una sabia constitución protectora de los derechos de cuantos tengan la fortuna de vivir en adelante en España, derrocado ya al suelo el intruso Déspota de Francia.

Asturianos: por esto peleáis, y por esto peleamos. ¡Valor, constancia! Que se prolongue la guerra: que a nuestros oídos el estallido del cañón nos anuncie el dulce son del clarín de la Fama, cuando repita por los cuatro ángulos de la tierra.

¡ GLORIA A LOS LIBERTADORES DE LA EUROPA,
Y LIBERTAD PERDURABLE A LOS FIELES VASALLOS
DE FERNANDO !

Soldados: corred adonde quiera que os llamen vuestros Jefes, quienes desde hoy en adelante no sabrán ya disimular falta alguna de disciplina. Y vosotros, fuertísimos paisanos, volad también en torno de los Comandantes de las Alarmas. Acordaos de Covadonga: acordaos que fuisteis los primeros a proclamar la independencia Nacional, y la libertad de vuestro Príncipe Rey. Acordaos que si os prestáis con el entusiasmo que yo mismo experimenté de vuestro celo patriótico y valentía, tendré el indecible placer y honor de cantar con vosotros la victoria: y en fin no olvidéis jamás esta verdad: que mientras tanto que permanezcáis fieles a vuestros propios intereses, los soldados de la Gran Bretaña jamás abandonarán vuestra causa.

Oviedo 2 de Febrero de 1809

Guillermo Parker Carrol. 
Teniente Coronel.