Filosofía en español 
Filosofía en español

Masía del Prat de Dalt

→ google maps

Masía del Prat de Dalt
Fachada de la casa “El Prat de Dalt”, donde se refugió Balmes en 1842 · Habitación donde Balmes escribió El Criterio, y que se conserva intacta.

En el municipio barcelonés de Caldas de Montbuy, aunque en la parroquia de San Félix de Codinas, a unos 40 kms de Barcelona, existe desde el siglo XIV esta granja, de propiedad privada, también conocida como el Prat de Santo Tomás (carretera C-59 en dirección a San Félix, PK 17,800, a 300 metros a la izquierda por un camino de tierra). En el edificio principal, construido en los siglos XVII y XVIII, Jaime Balmes, huído de Barcelona, encontró el reposo que le brindaron sus propietarios en 1842, tiempo en el que escribió El Criterio. La habitación en la que Balmes trabajó, se conserva intacta desde entonces, hace más de siglo y medio…

…llegó a una quinta de un amigo suyo, donde permaneció poco más de un mes

Al concluirse el tomo tercero de la Civilización, Balmes determinó escribir por sí otra revista también quincenal, que comprendiese las mismas materias. En ella continuó sus artículos de política europea y de política española, artículos sociales, insertó algunos de religión, otros de frenología, otros de literatura, y allí publicó las catorce primeras Cartas al escéptico.

No había terminado la impresión del Protestantismo, cuando uno de los continuos pronunciamientos que ocurrían en Barcelona, el que se hizo para establecer la junta central, le obligó a tomar el medio prudente de salir de una ciudad en que se cometían atropellos de todas clases; y con un amigo y un guía, y pasando algunos trabajos, que no podía resistir muy bien, por no estar acostumbrado a ellos, llegó a una quinta de un amigo suyo, donde permaneció poco más de un mes.

Allí no tenía ni libros ni cosa alguna en que ocuparse: la revista estaba suspendida por la imposibilidad de imprimirla; pero a Balmes jamás le faltaron recursos en que emplear con precioso fruto todas las horas del día. Desde que empezó a escribir para el público estuvo destinado a escribir sin libros; pero como él decía, haciendo referencia a esta circunstancia que después le acompañó casi siempre: «me basta tener pluma y papel.» En aquella granja se propuso escribir una lógica sencillísima al alcance de los niños, y en 30 días y sin ver un libro escribió El Criterio. El Criterio, la más bella de sus producciones. No hay en esta obra la inmensa trascendencia de la anterior, no hay la admirable profundidad de otras que escribió después; pero hay tanta claridad, tanta belleza, tanto mérito en el conjunto y en los detalles, cautiva tanto interés su lectura, que se siente un placer inexplicable al recorrer la vista por aquellas hermosísimas páginas. La Revista de El Español habló de este libro y también El Conciliador.

Este libro compuesto en 1842, no lo publicó hasta el año de 1845, y para esta época, Balmes había dado el paso más trascendental de su carrera; había fundado un periódico político.

(Benito García de los Santos, Vida de Balmes, extracto y análisis de sus obras, Madrid 1848, págs. 27-28.)

…escribió la obra El Criterio, en 1844

Retirado Balmes por corto tiempo a una solitaria casa de campo llamada «Prat de Dalt», situada no lejos del camino que conduce de Caldas de Montbuy a San Feliu de Codines, escribió la obra El Criterio, en 1844. La primera edición se agotó a los pocos meses y fue juzgada con elogio por la prensa. En la revista literaria del diario El Español (correspondiente al 22 de junio de 1845), se insertó un fragmento de esta obra, precedido de un juicio crítico de sus tendencias y del talento que en ella revelaba su autor.

(Antonio Elías de Molins, Diccionario biográfico y bibliográfico…, Barcelona 1889, tomo I, pág. 231.)

Nos habían escamoteado nuestra historia…

Varios admiradores del filólogo vicense Dr. D. Jaime Balmes, han acordado colocar una lápida en la casa de campo propiedad del Sr. Payuet, denominada Prat de Dalt (Caldas de Montbuy), para conmemorar el hecho de haber escrito en dicha casa su célebre obra El Criterio.

(La Cruz, diario católico, Tarragona, sábado 25 de agosto de 1906, pág. 2.)

Varios admiradores del filólogo vicense Dr. D. Jaime Balmes, han acordado colocar una lápida en la casa de campo propiedad del Sr. Payuet, denominada «Prat de Dalt» (Caldas de Montbuy), para conmemorar el hecho de haber escrito en dicha casa su célebre obra El Criterio.

(Diario de Reus, de avisos y noticias, domingo 26 de agosto de 1906, págs. 2-3.)

Varios admiradores del filólogo vicense Dr. D. Jaime Balmes, han acordado colocar una lápida en la casa de campo propiedad del Sr. Payuet, denominada Prat de Dalt (Caldas de Montbuy), para conmemorar el hecho de haber escrito en dicha casa su célebre obra El Criterio.

(Heraldo de Tarragona, órgano del partido liberal conservador, domingo 26 de agosto de 1906, pág. 2.)

Conforme anunciamos, se verificó el domingo pasado, en la masía denominada «Prat de Dalt», término de Caldas de Montbuy, el acto de la colocación de una lápida que perpetúe el recuerdo de haber sido aquel retiro donde Balmes escribió su famosa obra El Criterio. Asistieron a la ceremonia varias asociaciones y entidades de Vich, Caldas y San Feliu de Codinas, los Ayuntamientos de Vich, patria de Balmes, de San Feliu de Codinas y de Caldas de Montbuy.

(La Cruz, diario católico, Tarragona, jueves 27 de septiembre de 1906, pág. 2.)

Balmes. Entre la renombrada Caldas de Montbuy y el pintoresco San Feliu de Codinas, hay una casa solariega, conocida con el nombre de Prat de Dalt, donde se refugió, buscando el necesario reposo, un pensador insigne, un filósofo universalmente reconocido, un sabio escritor, tan admirable por sus obras de carácter magistral como por aquella más conocida, y en apariencia modesta, titulada El Criterio. La casa, de historia aureolada por el recuerdo de haber sido, un tiempo, laboratorio y morada de Balmes, ostenta desde poco ha, una inscripción que rememora a los pasajeros la honrosa gloria de haber visto nacer una obra trascendentalmente filosófica.

(Diario de Reus, de avisos y noticias, sábado 29 de septiembre de 1906, pág. 2.)

En honor de Balmes. Con toda la esplendidez se ha efectuado la colocación de una lápida en el manso llamado Prat de Dalt o Vila Prat de Sant Tomás, término municipal de Caldas de Montbuy, por haber en él escrito el insigne Balmes su inmortal obra El Criterio el año 42. Asistieron al acto importantes personalidades y varias representaciones de entidades de Vich, Barcelona, Caldas, Manresa, Sant Feliu de Codinas. El Rdo. Doctor Collell pronunció un elocuentísimo discurso. Balmes, dijo, es expresión de nuestra patria y más que en otra de sus obras se encarna el espíritu catalán en El Criterio en este lugar escrito. La presente fiesta es altamente trascendental, porque con ella se empieza una nueva etapa de la vida de nuestro renacimiento. De lápidas como esta debemos colocar muchas en Cataluña, porque mucho tenemos que conmemorar. Nos habían escamoteado nuestra historia; debemos volverla a hacer; debemos aprender a rendir homenaje a muchos hombres ilustres que o no amamos bastante o no conocemos.

(La Regeneración. Revista quincenal de acción católica, Gerona, 30 de septiembre de 1906, págs. 17-18.)

Casa Prat de Dalt
Casa Prat de Dalt (Barcelona). Inauguración de la lápida conmemorativa de que en aquella casa escribió Balmes su obra El Criterio. (De fotografía de Heliodoro González García.)

Fiesta a la memoria de Balmes. El día 24 de septiembre último efectuóse en una casa de campo situada entre San Felío de Codinas y Caldas de Montbuy (Barcelona) la ceremonia de inaugurar una lápida conmemorativa de que en aquella masía llamada Prat de Dalt escribió el gran filósofo catalán Jaime Balmes su inmortal libro El Criterio. Al acto asistieron los Ayuntamientos de Vich, Caldas y San Felío de Codinas, muchas representaciones de entidades importantes y numeroso público. La casa, propiedad hoy de D. Salvador Boquet, hallábase adornada con damascos, banderas y ramaje, y en su balcón principal ondeaban varios estandartes de sociedades, entre ellos el de «Catalunya Vella,» de Vich, iniciadora del pensamiento. D. Luis B. Nadal dio lectura del acta explicativa de cómo había surgido y cómo se había desarrollado la idea que en aquel momento se llevaba a cabo; ese documento estaba impreso en letra gótica y a varios colores en elegante pergamino. Dijeron luego sentidas palabras el alcalde de Vich y el señor Boquet, y a seguida el doctor Colell pronunció, desde uno de los balcones del edificio, un discurso elocuentísimo señalando la trascendencia de aquella fiesta. Todos fueron muy aplaudidos. Después, el alcalde de Caldas procedió á descubrir la lápida, que apareció rodeada de palmas y de laureles: es de mármol blanco con cuatro clavos de bronce y en ella se lee, escrito en catalán y en caracteres romanos, «En el año MDCCCXLII, retirado en esta casa a causa de las turbulencias de Barcelona, el Dr. D. Jaime Balmes escribió su famoso libro El Criterio.» Fue una ceremonia solemne, y cuantos a ella contribuyeron merecen entusiastas elogios, especialmente la citada entidad «Catalunya Vella,» a cuya iniciativa se debe ese homenaje a una de nuestras más grandes y más legítimas glorias.

(La Ilustración Artística, Barcelona, 1º de octubre de 1906, nº 1292, pág. 642.)

…notables cartas que se guardan en la masía llamada «Prat de Dalt»

Con motivo de celebrarse en 1910 el centenario del nacimiento del ilustre filósofo, se trata de publicar el Epistolario de Balmes, en el cual se incluirán las notables cartas que se guardan en la masía llamada «Prat de Dalt» en San Feliu de Codines, donde aquél escribió El Criterio. Estas cartas, dirigidas a la familia de la mencionada casa, además de contener varios datos íntimos, dan a conocer al filósofo vicense bajo un nuevo aspecto, en cuanto se ve la parte activa que tomó en el desarrollo del comercio de pieles y hules que su hermano Miguel tenía en Barcelona.

(Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana, José Espasa e Hijos, Barcelona 1910, tomo VII, pág. 384.)

…un pronunciamiento, que tuvo lugar en la ciudad condal, le obliga a refugiarse en el campo

Masía del Prat de Dalt
Vista general de “El Prat de Dalt”

En 1842. Allá, en un recodo del camino, aparece una recua; atraviesa el bosque. Voces, trompicones. Las mulas, esos animales recios, ligeros, se detienen ante una pared blanca, encalada, en el porche. El cielo de la tarde. Un crepúsculo sereno, en un ámbito ancho de montañas; pinos, olivos, encinas, hasta perderse en la lejanía, y en las hondonadas, follaje denso y unos álamos. En el recuesto, en la verde solana, la casa. Una vieja construcción, remozada a principios del siglo XVIII. Un torreón que atalaya el paisaje y galerías; esas galerías de arcos tan sugestivas y tan blancas en las casas del campo. El viajero se apea. Unos muchachos, allá en un terral, se quedan extáticos mirándole. Ha atravesado el porche y ha cuchicheado brevemente con los de la casa. Después, permanece muchos días en una pequeña estancia, en lo más apartado de la casa. En esa estancia hay una mesita y un sillón de cuero, en el fondo. Unos libros de rugoso pergamino y una ventana que da a un jardín, mitad huerto, con flores; jazmines, adelfos, claveles... A veces, ese hombre asciende por la estrecha escalera, que da acceso a las galerías, y tiende una mirada al paisaje. Como es muy amante del campo, respira hondo, porque el aire está saturado de espliego y de tomillo. Tiene la frente dilatada, los ojos ardentísimos. Ha escrito mucho de teología, de filosofía; ha intervenido en la política de su tiempo y fue perseguido. Ahora se halla en el refugio.

En Madrid es acusado como conspirador y denunciada, como subversiva, la revista La Sociedad. Partió, más tarde, para Barcelona, una vez probada su inocencia: pero un pronunciamiento, que tuvo lugar en la ciudad condal, le obliga a refugiarse en el campo: allá, entre pinos, en una casa que es término de Caldas de Montbuy y parroquia de San Félix de Codinas –una villa larga, recostada en el monte–, escribió El Criterio. Ahora, en la pequeña estancia, hay aún la mesita y el sillón de cuero de 1842. Y unos libros de teología y unos autógrafos.

(Juan Planella Guille, “Un refugio de Balmes”, La Esfera, Madrid, 14 de agosto de 1915.)

San Feliu de Codinas, Prat de Dalt
San Feliu de Codinas. “Prat de Dalt” donde Balmes escribió “El Criterio”

El P. Casanovas retrasa a 1843 la redacción de El Criterio en Prat de Dalt…

Situación de Balmes en las turbulencias de Barcelona

La Sociedad, que había salido invariablemente los días 1.º y 15 de cada mes, al llegar julio y agosto sufre un entorpecimiento de algunos días y luego se para en seco. Por este mismo tiempo hallamos un largo paréntesis en el epistolario balmesiano: del 4 de mayo al 7 de julio no tenemos ninguna carta. Eran días aquellos llenos de congoja, en que se sublevaba otra vez Barcelona, el espionaje estaba a la orden del día, y en la ciudad, amenazada de una nueva catástrofe, comenzaba la emigración. Balmes no se movió de Barcelona, siguiendo su sistema de concentrarse en el estudio, cuanto más se agitaban las cosas a su alrededor. Además de la revista, acababa aquellos días el segundo volumen francés de El protestantismo y el tercero de la edición castellana. Tan ahogado andaba de trabajo, que oímos de sus labios una palabra insólita, la de que se cansa de escribir: “Uno se cansa de escribir –escribe a Colomines–; mayormente cuando van a dar las dos de la tarde y estoy escribiendo desde que me he levantado” (D. B., núm. 137.)

Con todo eso, Balmes sintió todas las angustias de aquellos días trágicos. Más aún, podemos decir que en este año fatídico llegó a preocuparse por su vida. Los centralistas que dominaban la ciudad y eran de marcada sangre progresista, sintiéndose triunfantes del enemigo mayor, buscaban ahora enemigos menores por todas las encrucijadas. Uno de los acusados de sospechoso y como tal encarcelado y entregado a un tribunal militar fue su amigo Ristol. Esto debió de abrir los ojos a Balmes poniéndole delante, su propio peligro. Pero la amistad sincera que sentía y aquella fortaleza de espíritu que le hacía más sereno ante las mayores dificultades, le impuso una resolución heroica, cual era la de escribirle una carta y hacérsela llevar a la fatídica torre de la ciudadela, poniéndose enteramente a su disposición.

Primera salida de Barcelona

Cumplido este deber de amistad, Balmes determinó salir de Barcelona. Tenía la salud muy estragada de tanto trabajar y los acontecimientos exigían imperiosamente que todo el mundo lo perdiese de vista. Por lo que pudiera suceder, resolvió hacer un segundo testamento. Lo escribió en catalán, todo de su puño y letra y en pliego cerrado lo presentó al notario con todas las formalidades. (D. B. núm. 657 y ap. 58.)

Balmes determinó irse al Cerdá de Centelles y, como le venía de paso, detenerse antes en el Prat de Dalt, término municipal de Caldas de Montbuy y parroquia de San Feliu de Colinas. Ahora la carretera pasa a cinco minutos del portal, pero en tiempo de Balmes sólo se llegaba a ella por camino de herradura, y era un lugar retiradísimo, muy a propósito para la quietud en tiempo de algaradas, y verdaderamente ideal para la paz del espíritu y el trabajo reposado de la inteligencia.

Entregado, pues, el testamento el día 5 de agosto, aquella misma noche, a la una, secretamente y vestido de seglar, sale Balmes hacia el Prat de Dalt. Después de dos horas de camino fatigoso a pie por sendas desviadas, llega con su compañero –probablemente Miguel Cerdá– al caserón hospitalario, y a las once de la mañana escribía ya una carta a José Cerdá, si bien firmada con seudónimo y sin lugar ni fecha para no ser descubierto. Ese ocultismo lo guardará celosamente durante todos aquellos días. Tan atropelladamente salió Balmes de Barcelona, que ni tiempo tuvo para tomar la ropa más esencial y las cosas de uso más ordinario, que pide en esta primera carta. Pide además otra cosa, que sintió más haber abandonado sobre la mesa: el original de El protestantismo, que está por acabar. Se siente en la carta el estremecimiento nervioso y la angustia por lo de Barcelona: “Vengan –dice– todos los periódicos y noticias que puedan recoger” (D. B., 138).

El Prat de Dalt
El Prat de Dalt de Sant Feliu de Codines

Un ordinario, tal vez un propio, iba y venía de Barcelona al Prat de Dalt cada dos días. Balmes no interrumpe su trabajo. Había dejado pendiente como quien dice la revista, pues le faltaba publicar el cuaderno del día 15 de agosto, que era el duodécimo, con el cual ya cerraba el primer volumen. Salió por fin y La sociedad quedó suspendida hasta el 22 de diciembre, en que comienza el segundo volumen.

Examinemos este fascículo del 15 de agosto, escrito casi totalmente en el Prat de Dalt, porque nos dirá los pensamientos que revolvía Balmes dentro de sí al huir de Barcelona. El primer artículo se titula Consideraciones filosóficopolíticas y gira todo entero en torno a la idea de libertad. Toda libertad creada es condicionada, limitada por muchas trabas, y está sujeta a muchas aberraciones. Aquí, como en todo, es necesaria la armonía de las cosas para llegar a la unidad, ideal del mundo político y social, como lo es del moral, del científico y del físico. Rota esta armonía, viene el desequilibrio, la fiebre, la enfermedad. De las elecciones políticas procede una anarquía regulada, una tiranía legal y hasta una burla afrentosa. Las pasiones políticas hierven siempre, “pero la instrucción pública, la educación, los sistemas de beneficencia, la administración, la hacienda, los códigos, todo está intacto, todo yace en el más profundo desorden. ¿Qué sucederá en adelante?” El tono es pesimista, pero “quien escribe para el público debe decir siempre la verdad, por dura que sea; y, cuando no le sea posible, condénese al silencio antes que permitirse engañar a los pueblos”. Así acaba el primer artículo. (XXIV, 360-361.)

Viene el segundo, que lleva por título esta extraña paradoja: Todavía hay tiempos peores que los de la revolución. La revolución es una enfermedad gravísima, pero hay muchos enfermos que mueren por una falsa convalecencia. La sangre derramada, los intereses vulnerados, los sistemas políticos derribados son males deplorables de las revoluciones, pero son accidentales y con frecuencia ellos mismos provocan una reacción saludable. Pero hay males esenciales que no tienen remedio y vienen traidoramente: son los que en medio de la paz material van a matar la vida religiosa, moral e intelectual de los ciudadanos, dejando propagar libremente el veneno de las pasiones. Los más poderosos elementos para formar o deformar un pueblo son la instrucción y la educación. Ahí han de tener la mirada fija quienes quieran prevenir las mayores desgracias de la patria. (Ibid, 365-377.)

El Prat de Dalt
Escondrijo del Prat de Dalt donde Balmes escribía

El Prat de Dalt conserva todavía intacto (aún después de la última revolución) el escondrijo donde Balmes pasaba el día, escribiendo. Es un sobrado de tres metros de largo por metro y medio de ancho y otro tanto de alto, perfectamente disimulado sobre la bóveda de la sacristía y debajo del palomar, con un ventanal para la luz y una entrada escondida entre la palomina. Allí está la biblioteca de la casa en estantes simplicísimos, una mesita para escribir, un sillón frailero, un candil y en un rincón la caja que contiene la solemne chistera de don José Prat. Tal como estaba en tiempo de Balmes, ha quedado hasta ahora, fielmente conservado y venerado, sin otra modificación que un portillo abierto a un solejar para comodidad de los muchos veraneantes que van a visitarlo. La tradición de la casa dice que allí pasaba las horas nuestro escritor, sin salir más que para decir misa, comer y dormir.

El 14 de agosto Balmes regresaba a Barcelona para un negocio muy urgente, según carta de José Cerdá a su padre. ¿Fue para ultimar el fascículo de La sociedad, o bien a causa de alguna nueva complicación de sus cosas? No hemos podido hallar rastro de ello. Lo cierto es que aquella escapada fue sólo ir y volver a su escondite, donde estuvo hasta el 24 de agosto, en que volvió a Barcelona.

¿Qué hizo Balmes durante esos quince días largos en que estuvo metido en su escondrijo del Prat de Dalt? Primeramente preparó el cuaderno de la revista correspondiente al 15 de agosto, como hemos dicho; pero evidentemente este trabajo era poco para él. La principal ocupación nos la revela en una carta del día siguiente de su llegada a Barcelona, enviada a don Antonio Brusi, que había huido a Perpiñán aquellos días fatídicos en que toda persona de sentido moderado corría evidente peligro. Dice así:

Los trabajos que yo tengo preparados para los dos números inmediatos son unas extensas reflexiones sobre el carácter y acciones de Espartero, mirado bajo el doble aspecto militar y político. No es una simple biografía sino algo más. El folleto me parece tan acomodado a las circunstancias, tan oportuno, que si usted, por algún motivo particular quisiese suspender más la publicación, quizás yo me resolvería a darle a luz en un cuaderno suelto, para no dejar pasar la ocasión. Sin embargo, como usted ya sabe que mi gusto es hacer interesante La sociedad, desearía poderlo insertar en ella. (D. B., núm. 141.)

Terminada esta tarea, y viendo un rasgón claro en el horizonte, resuelve volverse a Barcelona.

Segunda salida de Barcelona

El 24 de agosto Balmes regresa a Barcelona con el propósito de trabajar activamente en La sociedad. Don Antonio Brusi se hallaba en Perpiñán, adonde había huido cuando comenzó él movimiento popular contra los maduros, apodo que se daba a la gente tachada de moderada. Al día siguiente Bamnes le escribe: “Ayer llegué a ésta, y hubiera deseado hablar con usted, para manifestarle mi opinión sobre la utilidad de que continúe sin interrupción la revista supliendo, en cuanto sea posible, con la rapidez de la publicación el retardo de estos días” (D. B., núm. 141.) Pero los hechos fueron más fuertes que las voluntades, y la revista se detuvo los meses de septiembre, octubre y noviembre, hasta el día 21 de diciembre, en que se publicó el primer fascículo del volumen segundo. La revolución centralista, más exaltada que nunca, lanzó de nuevo a Balmes fuera de Barcelona por una temporada más larga que la primera.

El alzamiento contra Espartero había sido nacional, pero la victoria fue partidista: en esto sienten igual Balmes y Barcelona. La diferencia está en que Balmes no ve sino concupiscencias humanas allí donde el pueblo, engañado por sus falsos directores, ve el fantasma de una reacción moderada. Lo cierto es que la coalición triunfante se olvida de los verdaderos intereses del país y de sus promesas, y no tiene otro expediente que publicar unas elecciones. El pueblo de Barcelona se irrita y comienza la revolución llamada centralista, porque tenía por fin convocar la junta central, como se había determinado antes. Barcelona envía repetidas exposiciones a Madrid, pero el gobierno se desentiende de todo y publica nuevas elecciones. Entonces Barcelona se separa de Madrid, entronizando de nuevo el día 3 de septiembre su Junta suprema.

Pronto empezaron a llegar tropas del gobierno para sitiar la ciudad, aunque el bloqueo riguroso no se formalizó hasta el día 1º de octubre. La ciudad se despobló materialmente, quedando en ella sólo una tercera parte de sus habitantes, y aun éstos hubieran salido de buen grado si hubiesen podido durante aquellos dos terribles meses en que duró el asedio. Desde el 1º de octubre hasta el 19 de noviembre en que se firmó la capitulación, no hubo día en que no lloviesen proyectiles sobre la ciudad desgraciada. De trece a quince mil se calcula el número total de ellos, y solamente en un día, el 24 de octubre, llegaron a 2.830.

Que este año Balmes salió de Barcelona es cosa ciertísima. Mas desde el 25 de agosto hasta el 26 de noviembre calla el epistolario, y se nos hace imposible seguir con certeza los pasos de Balmes: sólo un billete reservado y sin fecha atestigua su presencia en el Cerdá de Centellas (D. B., núm. 143). Privados de fuentes auténticas, si preguntamos a los historiadores, todos nos dicen que Balmes, cuando el bombardeo de 1843, estuvo un mes fuera de Barcelona en una casa de campo, y que allí escribió El Criterio. La tradición viva del Prat de Dalt dice que el lugar donde estuvo recluido fue el cuchitril que ya conocemos. Confirma la tradición un ejemplar de la primera edición del glorioso libro, dedicado por mano de Balmes a don José Prat, propietario de la casa. Es un caso único y alguna significación le hemos de dar. Lo que hemos narrado de la primera salida de Barcelona por el mes de agosto no sólo hace verosímiles estas tradiciones, sino enteramente naturales y casi ciertas. ¿Adónde podía ir mejor que a aquella casa de campo, tan acomodada a todos sus pensamientos y aficiones, y donde se encontraba tan bien como en su propia casa, según él mismo nos dice? Que fuese también al Cerdá es muy natural. Las dos casas formaban como una sola; iban y venían de una a otra casi cada día. Don Ildefonso no paraba de tentarle con las frescas aguas y la leche exquisita, y además Balmes tuvo entonces tiempo sobrado, ya que esta segunda vez su ausencia no fue de solos quince días, sino de un mes y medio: hasta el 21 de noviembre no regresó a Barcelona.

Escribe El Criterio

Esta es la época interesantísima en que todos los historiadores nos le pintan sólo escondido, con el breviario y la biblia no más, escribiendo El Criterio, mientras oía las bombas que caían día tras día sobre Barcelona, destruyendo la ciudad y quién sabe si todos los ideales literarios que tenía en curso de realización. Las bombas de Montjuich se veían y se oían muy bien desde la colina del Prat o de santo Tomás. Que tuviese sólo el breviario y la biblia no es verdad: Balmes dentro de su escondrijo estaba materialmente encajonado entre libros; aunque lo más probable es que para escribir El Criterio no abriese ninguno.

Contemplemos a Balmes en su escondite escribiendo su gran librito El Criterio. Ante un hecho como el que contemplaba Balmes desde la soledad de aquellas montañas, pocos espíritus hay que puedan resistir a una invasión de pesimismo, y que no pierdan la fe en el hombre y en la sociedad; de aquí nacen los grandes solitarios, los grandes desengañados. Balmes, como si nada perturbador le rodease, como si no sintiese tambalearse todos sus planes, va escribiendo serenísimamente planes de vida intelectual y moral, en los que no se halla sombra ni eco de los tétricos fantasmas que interpretaban aquella danza macabra. La quietud material en que estaba allá arriba se comprende perfectamente; lo que nos admira es aquella olímpica serenidad espiritual.

Afirma García de los Santos que Balmes escribió El Criterio como un discurso seguido, y que la división de capítulos y párrafos que ahora tiene la hizo al enviar el manuscrito a la imprenta. Cuenta también el mismo historiador que un día, paseando con Balmes, le dijo haber observado que, tomando el primer punto de cada apartado y uniéndolos entre sí, se tiene muy bien hilvanado el hilo de la doctrina. Dice que por primera vez vio pintada en la cara de Balmes una impresión halagüeña al hablarle de sus obras. De vuelta a casa fue notable el afán con que abrió el libro para comprobar la verdad de aquella observación (p. 498).

Esto demuestra la naturalidad, la unidad y la integridad con que salió este libro de la pluma de nuestro escritor. Yo creería que este hecho procede de una doble causa. La primera es objetiva o doctrinal, y es que, tocando tantos puntos y relaciones diversísimas, todo dimana de una idea central, vista con la claridad de la evidencia y comprendida por todos lados con aquella mirada multiforme que, según el mismo Balmes, sólo tienen los entendimientos claros, amplios y exactos. La segunda causa es psicológica e histórica, por cuanto El Criterio es la solución de una lucha intelectual terrible, es la tierra de promisión, luminosa y bienaventurada adonde llegó tras larga y dura peregrinación por el desierto, buscando el camino de la verdad.

Ante la diversidad de pareceres y las locuras de los filósofos, Balmes llegó a preguntarse si es posible una verdadera lógica. No sería posible –se dijo a sí mismo– si hubiera de fundarse en sistemas ideológicos; pero yo la veo posible y bellísima si la fundamos en la realidad de nuestras facultades. Pero entonces ¡qué amplitud y complejidad toma esta ciencia! Una verdadera lógica abraza a todo el hombre, y no sólo ha de ser para los sabios, sino para todos. Qué oficio ha de desempeñar cada facultad, cuál es su natural desenvolvimiento, cuáles son sus enemigos externos e internos, qué conexión y armonía tiene con las demás facultades: he aquí la lógica verdadera. Decir todo eso de una manera profunda y sencilla, seria y agradable, para que todo el mundo pueda leerlo con gusto y provecho; he aquí el libro que hay que escribir. Ya hemos dicho en otro lugar que Balmes primero practicó en sí este ideal antes de escribirlo; después, reflexionó sobre él largamente hasta llegar a aquel punto de clarividencia en que las ideas podían proyectarse en visión perfecta como la realidad más precisa y detallada. Sólo necesitaba un mes de reposo, abrir la inteligencia y dejar que la pluma corriese libremente sobre el papel sin obstáculo. Esta es la causa de aquella conexión maravillosa notada por García de los Santos, con asentimiento de Balmes.

Una obra vivida y escrita de esta manera no necesitaba libros; éstos más bien le hubieran servido de estorbo. El libro vivo era el propio espíritu; por eso El Criterio es el libro más personal de Balmes y, en cierta manera altísima, absolutamente autobiográfico. El abrir libros vino más tarde. Durante los dos años que Balmes tardó todavía en publicar esta obra, la anotó y todavía dejó algunas notas sin publicar. Más tarde aún repasó el libro, reduciéndolo en cierta manera a formas más técnicas y más didácticas, en la Lógica de la Filosofía elemental. Pero El criterio será siempre el libro universal. Como el maná de los israelitas, para cada cual tiene su propio sabor. El niño lee El criterio como niño, el hombre como hombre, y todos sacan de él enseñanzas, acomodadas a su capacidad intelectual y moral. Cada nueva etapa de luz y de experiencia ilumina en este código más profundas verdades, y sólo lo llega a comprender quien tiene bien explorado el reino del espíritu. Es notable el arte con que pone el ejemplo al lado de la regla, lo cual contribuye a hacer el libro más deleitoso.

El Criterio coloca a Balmes entre los prohombres de la pedagogía; quiero decir de la pedagogía humana y sesuda, no de la pretenciosa y laberíntica que hace consistir su gloria en una ordenada disposición de nombres científicos alineados como los cañones de una fortaleza para espantar a quienes se acercan. La pedagogía de Balmes encerrada en El Criterio es uno de los aspectos más desconocidos del grande hombre; oportet illum crescere, si hay juicio y justicia en el mundo de la ciencia, y sobre todo en su patria. Da pena el ver cómo en tierras españolas los tratadistas de moderna pedagogía van a beber agua siempre escasa, y a las veces no bastante sana, en las cisternas resquebrajadas de protestantes y racionalistas mutilados, dejando la fuente de aguas vivas que nuestro Moisés hizo brotar de la roca de toda verdad. Digamos francamente que un libro de verdadera formación humana superior a El criterio de Balmes aun está por escribir. Sin embargo, en la patria de Balmes se escriben historias de la pedagogía en que, comenzando por Zoroastro, hasta el último soñador, todos tienen allí su lugar, y el pobre Balmes ha de quedarse fuera: non erat ei locus.

Don Juan de Zafont, aquel abad de san Pablo, tan aclamado por las calles de Barcelona en todas las revueltas de 1843, dice que al acabar la lectura de El criterio exclamó entusiasmado: “¡Dichoso bombardeo que nos ha dado una obra como ésta!”

(P. Ignacio Casanovas S. I., Balmes, su vida, sus obras y su tiempo, Editorial Balmes, Barcelona 1942, tomo II, págs. 175-186.)

Eligió para futuro escondite el Prat de Dalt…

El Prat de Dalt
En esta estancia, en el manso Prat de Dalt, compuso Balmes El Criterio

El día 13 de agosto de 1843, comenzó en Barcelona la revolución. Una revolución con todas las amargas características de crímenes, saqueos y violencias. Balmes corría un gran peligro. Su estado sacerdotal, sus libros, sus trabajos periodísticos, todo era como una sentencia de muerte que los facinerosos dueños de la ciudad se apresurarían a poner en ejecución.

La gente que tenía algo que perder buscaba por todos los medios imaginables marcharse de la capital. Un biógrafo de Balmes dice que algunos caleseros ganaron en una sola tarde doscientos duros llevando personas y enseres a Sarriá, a San Andrés y a Sans. La entrada y salida en la población estaba rigurosamente vigilada. Había que burlar la vigilancia con astucia, con engaños y con valor.

Jaime Balmes se vistió de seglar, con un pañuelo negro al cuello, y se echó a la calle a ver con sus propios ojos el carácter y la importancia del motín. Las avenidas estaban desiertas, las paredes acribilladas, los comercios cerrados. La gentuza pasaba en grupos cantando estribillos obscenos o sacrílegos. Las personas decentes eran insultadas y perseguidas entre risotadas brutales. Las torres de Canaletas, convertidas en prisiones, estaban abarrotadas. Entre las presos se encontraba Ristol, el amigo de Balmes.

La catedral había sido tomada por las turbas y en el sagrado recinto jugaban y vociferaban los revolucionarios, que en aquella ocasión se denominaban «centralistas» o «jamancios». En las murallas y en las barricadas los fanfarrones habían izado banderas negras con tibias y calaveras pintadas, como banderines de buques piratas.

Balmes decidió huir aquella madrugada. Eligió para futuro escondite el Prat de Dalt, en la parroquia de San Feliú de Codines. Fue a recoger a un amigo incondicional que había de acompañarle y a las tres de la madrugada estaban los dos esperando que el capitán de la guardia abriese la Puerta del Ángel. Se veía que la gente de aquella histórica mañana no eran viajeros habituales, sino fugitivos, como Balmes.

Cuando llegó la hora arrancaron los carruajes y al amparo de ellos se pusieron también en marcha las personas que huían a pie. Los milicianos que guardaban la puerta y estaban encargados de vigilar no era gente muy lista. Con todo, un facineroso «que llevaba alpargatas, chaqueta y gorro de marinero y, clavada en éste, una figura de sartén, que, en el simbolismo de aquellos días, significaba que allí debían ser fritos los serviles», miró con desconfianza a Balmes. Pero de ahí no pasó.

Pronto estuvieron lejos y se apartaron del camino de Gracia. Por todo equipaje, Balmes llevaba envueltos en un trozo de hule tres libras; la Biblia, el Kempis y su Breviario. Caminaron a toda prisa, temerosos de una persecución o de un encuentro que les pusiera en peligro. Al cabo de unas horas llegaron a Prat de Dalt. «La clara masía sobre el oscuro fondo de pinos del campo de Santo Tomás hablaba de quietud y de silencio, de paz», dice uno de los biógrafos modernos de Balmes.

El que había de ser famoso filósofo, acogido a la sombra de la amistad que le unía con el matrimonio que habitaba la masía salvadora, don José Prat y doña Carmen Cerdá, se pasaba casi todo el día estudiando en una pequeña habitación disimulada sobre la bóveda de la sacristía. Tenía allí una mesa, un sillón y algunos libros. Tuvo el tiempo preciso para meditar sobre su vida pasada, su intervención en los sucesos de los últimos años, su experiencia de los hombres y de las cosas.

Dicen algunos biógrafos que Balmes no salía de su escondite sino para decir misa, comer y dormir. Tantas horas meditando tuvieron un fruto singular. El filósofo escribió el guión general de lo que luego habría de ser su obra «El Criterio». Y cuando tuvo el guión terminado, se encomendó a Dios y tomando una blanca hoja de papel empezó a escribir:

«Capítulo primero. –Consideraciones preliminares. I. –¿En qué consiste el pensar bien? ¿Qué es la verdad? El pensar bien consiste o en conocer la verdad o en dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella. La verdad es...»

Y así hasta que puso «fin», después de «...he aquí el hombre completo, el hombre por excelencia. En él la razón da luz, la imaginación pinta, el corazón vivifica, la religión diviniza.»

En noviembre regresó a Barcelona. La ciudad se había rendido a las fuerzas gubernamentales. Y una bomba había estallado durante la ausencia de Balmes debajo del sofá donde acostumbraba a sentarse para escribir o dictar. La casa donde vivía estaba en la calle de Aray, número 7. La casa, no: el cuarto.

(Domingo Manfredi Cano, Jaime Balmes, Publicaciones españolas (Temas españoles, nº 133), Madrid 1954, págs. 18-20.)

Juan Durán Noguer (“Monumentos conmemorativos de Balmes”, revista Ausa, XLVI, 1963, pág. 447) transcribe el texto de una lápida colocada en esa casa por “Catalunya Vella”, dice, el 23 de septiembre de 1906:

en mdcccxlii
retret en aquesta casa
per les revoltes de barcelona
lo dr. d. jaume balmes
escrigue son famos llibre
el criterio

y el texto de otra lápida colocada por el Ayuntamiento de Vich en 1948 (cuando el primer centenario de la muerte de Balmes) de agradecimiento hacia la familia que conserva secularmente esos recuerdos:

el excmo. ayuntamiento de vich
a la familia ullar-galceran
de la masia 'prat de dalt'
en agradecimiento a su fidelidad
en la custodia de los recuerdos
del preclaro vicense y gloria de españa
jaime balmes
9 julio de 1948

r