Materia & Materialismo

Luis Büchner 1824-1899
Fuerza y materia
Estudios populares de historia y filosofía naturales
1855

 
§ IX
Periodos de la creación de la tierra

Los estudios geológicos han hecho una interesantísima e importante luz sobre la historia de la formación y desarrollo de la tierra.

En las piedras y capas superficiales de nuestro globo que encierran los restos de seres orgánicos de otras épocas, es donde los geólogos han leído la historia de la tierra como en un cronicón antiguo. Esta historia muestra las señales evidentes de revoluciones violentas, que se sucedieron periódicamente, ya producidas por el fuego, ya por el agua, ya por el concurso de estas dos fuerzas. La súbita y violenta aparición de estas revoluciones ha dado [60] pretextos al partido ortodoxo entre los naturalistas para afirmar la existencia de fuerzas sobrenaturales. «Esas revoluciones –dicen ellos– deben haber sido producidas por el impulso de fuerzas sobrenaturales, con objeto de preparar la tierra por una serie de transiciones a una forma propia para ciertos fines. Una creación continua y periódica se ha verificado para dar nacimiento en cada período a nuevas generaciones, y la Biblia tiene razón al decir que Dios ordenó el diluvio para exterminar al género humano y para reemplazarlo con una raza nueva, y el mismo Dios que levantó con su propia mano montañas, derramó los mares y creó una infinidad de organismos», &c.

Todas estas ideas de intervención inmediata de fuerzas sobrenaturales o que no se habían podido explicar en el desarrollo histórico de la tierra, han quedado reducidas a la nada con los descubrimientos de la ciencia moderna. Con la precisión matemática con que esta ciencia ha medido los espacios infinitos del cielo, ha penetrado también en el pasado de tantos millones de años, rompiendo el velo misterioso a cuya sombra han prosperado los sueños de la religión y de superstición, y descubriendo, apoyada en las pruebas más irrecusables, que aquellos sucesos se han verificado por los medios más sencillos y naturales. Ha reconocido también que no podía admitirse por ningún concepto esa creación periódica de la tierra de que tanto se hablaba en otro tiempo, y que un estudio imperfecto de la Naturaleza quiere identificar con los días de la creación de la Biblia. Por el contrario, todo el pasado de la tierra no es otra cosa que el cuadro de su estado presente. La reflexión y las investigaciones científicas nos enseñan que la mayor parte de los cambios producidos en la superficie [61] de la tierra a causa de revoluciones generales y violentas, por súbitos y violentos que parezcan éstos, no son más que consecuencias de la acción lenta y sucesiva de ciertas fuerzas físicas que han obrado indudablemente con inmensos intervalos, pero cuyos efectos continuos podemos observar todavía, si bien de tal modo reducidos, a causa de su insignificante duración, que no hacen impresión alguna en nosotros. «La tierra –dice Burmeister– ha sido creada únicamente por las fuerzas que vemos obrar aún sobre ella en menores proporciones, y no ha experimentado jamás en su desarrollo catástrofes más violentas ni distintas en general de las que experimenta todavía; pero la duración del cambio es de todo punto inconmensurable... La formación de la tierra no tiene de prodigioso y sorprendente más que la inmensa cantidad de tiempo que para ello ha necesitado.»

Del mismo modo que una gota de agua socava una piedra, así fuerzas aparentemente insignificantes y apenas perceptibles, pueden producir, auxiliadas por el tiempo, efectos sorprendentes y aun aparentemente prodigiosos. Sabido es que la catarata del Niágara ha socavado en un espacio de algunas leguas el lecho del río, corroyendo sin interrupción, durante millares de años, la roca viva. La tierra varía continuamente a nuestros ojos como en tiempos pasados. Se forman sin cesar nuevas capas, arrojan lava los volcanes, desgarran el suelo temblores de tierra, surgen y desaparecen islas, retírase el mar por unas partes y por otras se desborda. Al ver hoy reunidos como en un cuadro esos efectos lentos y aislados, producidos en el transcurso de millares de años, no podemos desechar la idea de la inmediata intervención de una fuerza creadora, cuando en realidad sólo son [62] debidos a la acción de fuerzas naturales. En la misma ciencia que estudia el desarrollo de nuestro planeta está la refutación de toda hipótesis que admita un poder sobrenatural. Basada esta ciencia en el conocimiento de la Naturaleza que nos rodea y de las fuerzas que la rigen, ha podido seguir y determinar, con más o menos precisión y algunas veces con certeza, la historia del pasado aun en épocas muy remotas, demostrándonos al propio tiempo que siempre y en todas partes no ha habido más acción que la ejercida por las materias y las fuerzas naturales que subsisten hoy todavía. Esta ciencia no ha tenido que detenerse en ninguna de sus investigaciones ante la necesidad de admitir la intervención de fuerzas desconocidas, ¡ni jamás se verá obligada a ello! ¡En todo y por todo se ha podido demostrar e imaginar la posibilidad de efectos visibles, producidos por las combinaciones de condiciones naturales; en todo y por todo se ha hallado la misma regla e igual materia! Las investigaciones históricas sobre el origen de la tierra han probado que el pasado y el presente tienen la misma base; que el pasado se ha desarrollado del mismo modo que el presente, y que las fuerzas que han obrado sobre nuestra tierra han sido idénticas en todos tiempos.

«Esta eterna conformidad de la Naturaleza de los fenómenos, da la certeza de que el fuego y el agua han poseído, poseen y poseerán siempre las mismas fuerzas; que la atracción, y por consiguiente los fenómenos de la gravedad, electricidad, magnetismo y actividad volcánica del interior de la tierra, no han variado jamás.» Así se expresa Rossmaessler.

«La Naturaleza trabaja casi siempre en silencio –dice Tuttle–. Los movimientos convulsivos y las [63] sacudidas violentas son excepciones de esta regla. Las catástrofes que la imaginación de algunos escritores ha pintado con el colorido más fuerte, son exageradas o no se han verificado nunca. Grandes cambios y terribles revoluciones ha habido, pero en su mayor parte se han verificado con menos ruido del que nos quieren hacer creer algunos ilusos, y en todos los casos han sido producto de las fuerzas regulares y conocidas de la Naturaleza.

El entendimiento humano no necesita ya de la hipótesis de una mano omnipotente que hace surgir en tumulto espíritus de fuego del interior de la tierra, que precipita en diluvio las aguas sobre ella, y amasa el globo como si fuera flexible arcilla para un objeto determinado. ¡Qué rareza, qué extravagancia es el admitir una fuerza creadora haciendo pasar a la tierra y sus habitantes por grados de transición, y a través de espacios infinitos de tiempo, a formas cada vez más desarrolladas, para preparar una habitación conveniente al último que aparece, al animal mejor organizado, o sea al hombre! ¿Ha menester una fuerza arbitraria, dotada de un poder supremo, y emplear semejantes esfuerzos para llegar a conseguir sus fines? ¿No puede crear inmediatamente, sin vacilaciones, cuanto le parezca bueno y útil? ¿Por qué tales rodeos y rarezas? Sólo los obstáculos naturales que encuentra la materia en la sucesiva y ciega combinación de sus partes y formas pueden explicar las particularidades de la historia del desarrollo del mundo inorgánico.

Podemos formarnos una idea aproximada de la cantidad de tiempo que ha necesitado la tierra para llegar a su forma actual, fijándonos en los cálculos de los geólogos, relativos a las diferentes fases de su existencia, y particularmente en la formación [64] de cada capa de terreno. Según los cálculos de Bischof, la formación del terreno carbonífero no ha necesitado menos de 1.004.177 años, y según Chevandier, 671.788. El terreno terciario, que tiene próximamente 1.000 pies de profundidad, ha requerido para formarse 350.000 años, y nuestro globo ha necesitado, según los cálculos de Bischof, 350 millones de años para pasar de su primitivo estado de incandescencia, o sea de una temperatura de 2.000 grados, a la de 200. Volger fija en 648 millones de años la cifra de tiempo necesario para la formación de todas las capas que conocemos. Estas cifras nos dan una idea de la inmensidad de estas épocas, pero aun pueden prestarnos otras indicaciones. Comparadas con las distancias infinitas que los astrónomos han encontrado en el universo, y que producen vértigos en la imaginación, prueban que el tiempo y el espacio son ilimitados, y por consiguiente, eternos e infinitos. «La tierra en su existencia material –dice Burmeister– es infinita y sólo pueden determinarse en épocas limitadas o temporales las modificaciones que ha experimentado.» Por eso es preciso admitir, según Czolbe, que el cielo y sus astros no son infinitos en cuanto al espacio, de lo cual no duda ningún astrónomo, sino que tampoco tienen principio ni fin, esto es, que son infinitos en cuanto al tiempo.

¿Por qué han de tener las nociones religiosas que consideran a Dios como el ser eterno e infinito más privilegios que las científicas? ¿Tendrá por ventura el entendimiento de los naturalistas menos valentía que la obscura imaginación de los sacerdotes, cuyo furor ha inventado la eternidad del infierno? Cuanto se ha dicho del fin del mundo es tan vago como las tradiciones de su origen inventadas por el espíritu de los pueblos en su infancia. [65] La tierra y el universo son eternos, porque la eternidad es una cualidad inherente a la materia. Pero el mundo está sometido a modificaciones, y por eso el hombre cuyo espíritu no ha iluminado aún la ciencia cree que ese mundo es también limitado y pasajero.

Lo que la ciencia de nuestros días, auxiliada por los aparatos más poderosos, nos demuestra, lo ha enseñado ya a los hombres hace algunos millares de años el espíritu lógico y libre de las preocupaciones religiosas y filosóficas de nuestro siglo, que pretende pasar por ilustrado. Inconcebible es que una noción tan sencilla e importante como la de la eternidad del mundo haya podido borrarse jamás del entendimiento humano. Casi todos los filósofos antiguos han estado de acuerdo en considerar eterno al mundo. Ocello Lucano dice formalmente hablando del universo: «Ha existido y existirá siempre.» Todos los que renuncien a las preocupaciones conocerán la fuerza de la máxima que de la nada no se hace nada, verdad que nada puede destruir. La creación, en el sentido que le dan los modernos, es una sutileza teológica.

 
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{Luis Büchner 1824-1899, Fuerza y materia. Estudios populares de historia y filosofía naturales, (1855). Traducción de A. Gómez Pinilla. F. Sempere y Compañía, Editores / Calle del Palomar 10, Valencia / Olmo 4 (Sucursal), Madrid / sin fecha (aproximadamente 1905) / Imprenta de la Casa Editorial F. Sempere y Compª. Valencia, 255 páginas.}

 
Prólogo | I. Fuerza y materia | II. Inmortalidad de la materia | III. Inmortalidad de la fuerza | IV. Infinito de la materia | V. Dignidad de la materia | VI. Inmutabilidad de las leyes de la Naturaleza | VII. Universalidad de las leyes naturales | VIII. El cielo | IX. Períodos de la creación de la tierra | X. Generación primitiva | XI. Destino de los seres en la Naturaleza | XII. Cerebro y alma | XIII. Inteligencia | XIV. Asiento del alma | XV. Ideas innatas | XVI. La idea de Dios | XVII. Existencia personal después de la muerte | XIX. Fuerza vital | XX. Alma animal | XXI. Libre albedrío | XXII. Conclusión


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