Filosofía en español 
Filosofía en español

Epistolario

Carta de Miguel de Unamuno a Rufino Blanco Fombona

«Señor don Rufino Blanco Bombona.

Mi muy estimado señor:

A la vuelta de una olvidada villa donde he pasado unos días gozando de paz en vida lenta, como quien dejándose llevar en río manso cree estar parado y que las riberas discurren pausadamente, me he encontrado con sus Cuentos de poeta que he leído y saboreado con reposo también. Muchas gracias por el regalo que con ellos me ha procurado. Hacía tiempo que no leía en castellano nada tan sugestivo, tan impresionante.

Me agrada sobre todo en sus cuentos la preñada concisión, el toque fino y rápido. Casi todo es preciso, sobrio, burilado y sin embargo, con claroscuro, matizado. Responde muy bien a la idea que de tales trabajos tengo y que condensaría diciendo que hay que saber dibujar la niebla sin que deje de ser tal. Diseñar lo inconcreto sin quitarle su inconcreción es un triunfo. Con notas precisas, argentinas, limpias, sonoras, se hace una melodía vagarosa. ¡Muy bien!

He visto pocos libros con más frases felices: "sopló el viento de ultratumba en la alcoba", "se respiraba un aire de dolor", "el instinto alzaba en el pecho de la joven mudas voces de gratitud", "Pedrito dormía en un charco de luz", "el molino, silencioso, decía cosas tristes", "comenzó a morirse", etc., etc. El retrato de la volandera querida de don Juan en Juanito es acabado y realza un relato tan sentido y tan hermoso. Dudo mucho que usted mismo se dé clara cuenta de la profundidad y alcance todos de aquella frase de don Sergio con que termina el admirable cuento Molinos de Maíz: "Dios mío, qué injusticia!" La confesión del tullido es una enorme condensación de todo un tratado de psicología. Así podría citarle uno por uno, pero prefiero dejarlo para cuando le envíe el artículo crítico que, así que me desembarace de algún trabajo pienso hacer acerca de sus Cuentos y que publicaré o en La Epoca o en alguno otro diario, haciendo que lo reproduzcan.

Como si yo tengo alguna profesión, ejercida como tal, es la lingüista (cátedra de lengua es la que explico) todo lo que a la lengua se refiere me interesa muy en especial, y en la lengua de sus Cuentos me he fijado. Marca a mi juicio muy bien el derrotero que nuestro romance tiene que seguir desprendiéndose de cierta pesadez, del período oratorio y el decir ligado, para hacerse más suelto, más nervioso más analítico. Y aparte esto veo que ahí dan ustedes, o usted por lo menos, a ciertos vocablos un sentido muy distinto del que aquí les damos, como a empecinado (pág. 59) de pecina-vivero. Esto y ciertos vocablos exóticos como pantuflos por chinelas o detal por comercio. Todo ello me da materia de estudio. Más de esto de la lengua aunque he escrito bastante escribiré aún más y mi próxima correspondencia a La Nación de Buenos Aires, será probablemente de materia lingüística.

Y una vez más; mil gracias por el envío y ofrenda de sus Cuentos de poeta, que de poeta son en verdad, más de poeta que de cuentista profesional, con lo que ganan a mis ojos.

Sigo con creciente atención el movimiento literario americano proyectando dedicarle un libro, porque la idea que de la literatura hispano-americana aquí se tiene es muy equivocada, sea para bien o para mal. Lo que más me agrada de ella es ese constante esfuerzo por hallar nuevas vías, por hacer algo realmente fuerte. Cuando en el primero de mis Tres Ensayos hablaba de la aspiración menguada de nuestros escritores a ser el gallito nacional y no más, acordábame de las altas ambiciones y de los impulsos de Icaro de los más de los americanos. Así se hacen más extravagancias, es cierto, pero así se hacen más cosas grandes. Aquí en cambio los más se hacen literatos por no saber qué otra cosa hacerse o porque metidos a periodistas ven en ello una salida, pobre en verdad. Dícese aquí que ahí hace estragos el snobismo, mas aparte de que habría que ver si no tiene el snobismo tanto o más de bueno que de malo, eso es una buena señal. Peor es que haga estragos la ramplonería de los que quieren aparecer sesudos.

Una cosa hay que no me gusta tanto de la literatura americana y es su obsesión por lo exótico, lo pseudo-clásico traducido del francés, y todo lo que sólo a la sensualidad halaga. Abúsase de sátiros, ninfas, driadas, orientalidades, miguardises franceses del tiempo y mundo de Watteau, etc., etc. En cambio creo que descuidan la poesía viva ambiente, la del pueblo y el paisaje en que viven. Aunque ¿quién sabe? Tal vez sea el camino para encontrarla. Con la obsesi6n de la antigüedad clásica acabó la Italia del Renacimiento por descubrir los tesoros de su seno, que había mostrado el Dante. La manía latinista produjo a Petrarca, a Bocaccio, a tantos otros, y si hoy apenas se leen los poemas latinos de Sannazaro ¿quién sabe lo que les debe Italia? Creo firmemente que en el seno de lo local y temporal debe buscarse lo universal y eterno, y no revoloteando sobre la tierra; que un poeta cuanto más profundamente de su tiempo y de su lugar, tanto más de todos los siglos y de todas las tierras es; ejemplo el Dante. Nos es más fácil descubrir el infinito con un microscopio en una gota de agua que con un telescopio en los cielos estrellados. Poeta es el que siente lo vivo concreto de que respira. A ello ayudan los libros como las lentes a ver mejor, pero si a libro sabe la poesía es que están empeñadas las lentes. Y no desconozco por ello el valor inmenso de otra poesía que en cierto sentido podría llamarse libresca.

No conozco las poesías de usted, pero a juzgar por sus Cuentos y sin hacer del todo caso de las críticas que al final del tomito leo (cada crítico ve una misma cosa de distinto modo), creo llevarán sangre de su sangre y de su pueblo y médula de su médula. Depurar sabiamente la prima materia que la espontaneidad popular nos da es el mayor fin del poeta. En lo más exquisito, refinado y al parecer menos llano, se halla más esencia íntimamente bravía, campesina; y en lo al parecer más popular, más droga. Hay vinos refinadísimos y raros que no son más que clarificación y depuración sabia y paciente de genuino zumo de vid soleada y aireada al aire libre, y vinazos de taberna, en que se regodean los borrachos de peleón, que no pasan de inmunda droga de alquimia torpe, palo de campeche, alcohol industrial y otras drogas.

No deje de saludar a los señores Picón Febres y Pedro-Emilio Coll. A este buen amigo dígale que ha tiempo nada sé de é1 y que deseo escribirle una larga carta dando rienda suelta a mi epistolomanía. Es un espíritu cultísimo y de muy altas miras. De él he de valerme mucho cuando me ponga a mi trabajo sobre la literatura americana. De él y de usted.

Y ofreciéndole mi amistad y dándole una vez más las gracias por el deleite que con sus Cuentos me ha proporcionado, quedo de usted afectísimo.

Miguel de Unamuno

Salamanca: 3 de agosto de 1900.»

[Carta publicada en El Cojo Ilustrado, núm. 213, Caracas 1 noviembre 1901]