Filosofía en español 
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Epistolario

Carta de Rufino Blanco Fombona a Miguel de Unamuno

Amsterdam, 12 de enero / 901

Singel 190

Sr. D. Miguel de Unamuno

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¡Qué apenado estoy con U.! ¡Cómo es posible que no le haya contestado antes su carta! ¡Cómo es que no he buscado primero esa mano que se me tiende! Cómo no le (he) dicho ya lo mucho que admiro su inteligencia, tan poderosa, y su alma tan serena y abierta a todas las ideas, con esa luz de las cosas, que se llama comprensión, con esa caridad de la mente, que se llama tolerancia.

Pero créame U.: le he enviado muchos mensajes con el pensamiento. U. no sabe qué vida he llevado últimamente. Baste decirle que hace varios años no paso uno fijamente en ninguna parte. Y este año que ha pasado ¡fue para mí tan doloroso!

Le diré la suerte que hubo de correr su carta. La recibí en la dirección de El Cojo, periódico nuestro que acaso U. conozca. Los amigos me instaron a que la publicase. El Director del periódico me la pidió, y tuve la debilidad de ceder. Su hermosa carta salió publicada en El Cojo Ilustrado, de Caracas, el 1º de noviembre del año pasado. Perdóneme, si he cometido una indiscreción. Es la primera vez que hago tal cosa. Puede arrojarme la primera piedra el que esté sin pecado.

Pero hablemos de U. Ya lo conocía a U. por alguno de sus libros. Su inteligencia, extraña a todo prejuicio, suave, comprendedora -si vale decir-, noble, abierta, generosa como un bálsamo, es de las que se filtran en los corazones, como las de Renan y Anatole France, por ejemplo; es de las que uno admira, comprende y ama. ¡U. no sabe qué orgulloso estoy con lo que U. me dice de Cuentos de Poeta! Las inteligencias de los demás son como espejos donde uno se ve. Un juicio de otro le presenta a uno, faces que no se había visto. La auto-experimentación, el conocimiento de uno mismo, es acaso imposible, cegado como estaría uno por la vanidad, etc. etc.

¡Ojalá escriba U. la obra que promete sobre nuestra querida y revolucionaria América! Esto sería una revolución para España y para la propia América, que en cierto modo, se ignora a sí misma. Pero no vaya U., por Dios, a sacar de su sombra a tanta mediocridad engreída como pulula por allí, a tanto genio goagiro, a tanta notabilidad de parroquia, a tanto personaje de alcabala, a tanto literato de similar. Deje a esos pobres de espíritu en su reino de los cienos.

De América, a lo más, obtendrá U. una docena de espíritus d'élite, de almas distinguidas, entre temperamentos de artistas y cerebros de combatividad y de pensamiento grande.

Me explico muy bien lo que a U. extraña, o mejor dicho, lo que a U. gusta en la lengua de los libros americanos, y que nota en el mío.

Yo, como U. advertirá, he sido amamantado con los clásicos españoles. Nieto de español y siendo mi abuelo profesional de la pluma -aunque no una notabilidad-, sobrino también de otro escritor que pasa como el mejor prosista de Venezuela -D. Manuel Fombona Palacio- ya U. dirá si tengo por qué haber enraizado mi inteligencia en las mejores letras españolas. Pero yo, por otra parte, desde muy joven he viajado, y seguido este consejo anónimo, o cuyo autor no recuerdo: "Si quieres conocer tu lengua estudia las ajenas”. Y este consejo, deliberadamente o no, lo siguen muchos jóvenes americanos. Además, la inmigración, el comercio, la vida política exterior, nos ponen en comunicación constante con otros pueblos y con otras razas. De ahí, creo yo, cierto tinte especial de nuestra lengua, y cierto modo de nuestro pensamiento. Por supuesto, eso operando sobre nuestra sangre mixta de indios, de negros, de europeos -con especialidad de españoles como U. comprende. Piense ahora cuántas sangres distintas se juntaron en cualquier europeo-español-inglés hasta fundar el tipo, y dígame si América no está en los umbrales de su propio ser, si no está por llegar a ser. A esta diversidad de razas añada el influjo -poderosísimo allá del medio- y concluya conmigo en que en América no hay por el momento una literatura, porque no hay todavía un tipo de raza, aunque sí existan, como existen, brillantes ingenios, personalidades distinguidas, tanto como las de Europa. Yo creo que de ahí se debe partir para un estudio sobre nosotros. Algo he publicado yo a ese respecto.

Sospecho que me voy haciendo interminable, pero ay, amigo mío, cuántas horas tendría que hablar con U., para escribirle!

Pienso hacer un viaje a España, aunque no todavía, e iré a Salamanca sólo con el objeto de conocer a U. Pero generalmente yo no quiero conocer a nadie, ni que nadie me conozca: se sufren grandes desilusiones. La distancia y el misterio engrandecen a los hombres. “No hay hombre grande para su ayuda de cámara”.

Mándeme sus libros, todos sus libros. Quiero conocerlo y amarlo bien. Su alma es de las que más impresión, y más dulce, me han producido, entre las de escritores españoles jóvenes. A la verdad conozco muy pocos escritores jóvenes de España. Dígame quiénes son los más distinguidos para encargar sus obras. Quiero conocer mucho de lo moderno español antes de mi viaje a España, tierra por la cual siento ahora profundo amor romántico. Tiene ahora para mí la madre patria de atrayente la lastimera herida que le produjo un pueblo al cual yo aborrezco.

Le mandé mis Trovadores y Trovas, libro de pura orfebrería que comprendo no le va a gustar, sobre todo le disgustarán mis versos ¿no es verdad?

Preparo un volumen nuevo, un libro de viajes. Procuraré apartarme de todos los escritores de viajes. Tengo mi plan; el libro no será una gran cosa; pero sí, en cierto modo, original.

Adiós.

Escríbame muy largo. Yo no dejaré tanto dormir sus cartas.

Le participo que actualmente desempeño en esta ciudad el Consulado de mi país. Puede escribirme a esta dirección:

R. Blanco-Fombona

[Tomada de Marcos Falcón Briceño,Cartas de Blanco-Fombona a Unamuno, Ed. Arte, Caracas 1968]