Marqués de Sabuz (pseudónimo) José Mouriño Estevez

Libros

R. Blanco-Fombona.- La Evolución política y social de Hispano-América.- Bernardo Rodríguez, Barquillo, 8, Madrid; un tomo en 8.º de 161 páginas.

El autor de esta obrita no necesita que nosotros lo presentemos al público. Ya era harto conocido de todos: como ferviente americanista, por algunos de sus estudios en las revistas de París; como viajero, por Más allá de los horizontes; como político, por unas Cartas contra el gobierno actual de Venezuela; como crítico, por sus Letras y letrados de Hispano-América;como novelador, por sus Cuentos de poeta, Cuentos americanos y El hombre de hierro; como poeta, finalmente, por su Patria, Trovadores y trovas, Pequeña ópera lírica y Cantos de la prisión y del destierro. Ahora vamos a juzgarle, aunque muy a la ligera, como sociólogo.

La Evolución política y social de Hispano-América así nos lo presenta. Su nueva obra es una nueva fase de su espíritu, que podrá parecer original y aun trascendental a los no iniciados en la literatura del Nuevo Mundo. Para nosotros, sin embargo, no pasa de ser uno de tantos libros, como vamos a verlo.

Todo el objeto pretendido por el Sr. Blanco-Fombona redúcese al tema tan resobado como inagotable para la mayoría de los escritores americanos, o sea a la colonia, a la independencia, a la organización de los nuevos estados y a la república.

Como se ve, en esto no hay cosa que rebase de lo vulgar, y menos para que D. Luis Palomo nos diga en el prólogo que «no se considera con la autoridad científica necesaria ni alcanza la cultura general indispensable para juzgar cuestiones tan elevadas y profundas como las que Blanco-Fombona trata en su obra». Aviado debe andar en Historia y en Sociología el digno Presidente del Centro de Cultura hispano-americana si no se cree con la suficiente aptitud para dictaminar sobre casos y cosas que allá en Sur-América se saben de coro hasta los arrapiezos de escuela. Pero no nos extraña. Es fórmula de prólogo suplicado, donde se dice todo menos la verdad. Lo malo sería que allende los mares lo tomaran por lo serio, y entonces bueno quedaría el nombre de la Unión Ibero-americana.

Parte el autor, según indicamos ya, del estudio de la colonia, y aquí trata de la población en aquellos tiempos, del gobierno, de las [267] castas, de las ideas y procedimientos a la sazón en boga y de las aspiraciones políticas de los americanos. Bien lo hace en lo que a estilo y método se refiere; pero en lo demás no podemos aplaudirlo sin antes poner unos reparos.

Dice primeramente (pág. 14) que en América «se ha creado poco a poco un tipo de raza nuevo, variedad del hombre blanco». Se nos figura que con este enunciado no estarán conformes ni los mismos americanos, ni los zoólogos; pues lo mismo mismo podría afirmarse que allá en América «se ha creado poco a poco un tipo de raza nuevo, variedad del hombre indígena», o, también, que «se ha creado poco a poco un tipo de raza nuevo, variedad del hombre negro». Lo exacto, lo más conforme con la realidad, sería decir que en América hay blancos puros, indios puros, negros puros y mestizos de unos y otros; pero ya se ve que el Sr. Blanco-Fombona está interesado en que todos los de su tierra sean blancos.

Sostiene asimismo (en la pág. 15) que «el cura, aliado del conquistador, catequizaba al indio: le prometía el cielo a trueque de trabajo y sumisión en provecho del blanco». Eso es hablar por no estarse callado. Y si no, díganos el Sr. Blanco-Fombona: ¿Qué se hizo la historia de San Pedro Claver? ¿Qué la de Santo Toribio de Mogrovejo? ¿Qué la del P. Las Casas? ¿Y qué, sobre todo, la de los misioneros del Paraguay? ¿También éstos «prometían el cielo a trueque de trabajo y sumisión en provecho del blanco?»

Agrega después, a renglón seguido, que «al indio que no creía sino en sus ídolos lo cazaban los conquistadores», que «a otros los vendían y exportaban», que «otros sucumbían en manos de la crueldad», que «otros morían agobiados por el vencimiento y la abyección», etcétera, etc. Desgraciadamente eso fue verdad en muchos casos; pero generalizarlo a todos los conquistadores y a todos los indios es disparate de los supinos. Todo historiador que se precie de veraz debe decir, no lo del Sr. Blanco-Fombona y otros de su tierra, sino que «unos conquistadores se portaban pésimamente con los indígenas, cazándolos, vendiéndolos, exportándolos, vejándolos de mil modos, etcétera, y otros, por el contrario, los amparaban y protegían».

Añade (pág. 16): «Se legisló siempre a favor de los aborígenes, es verdad; pero es verdad también que la ley fue letra muerta.» O lo que es igual en plata: «.Los monarcas españoles eran en aquella época tan estúpidos de remache, que, sabiendo que sus leyes eran letra muerta, se entretenían, o, por mejor decir, perdían miserablemente su tiempo en legislar a favor de los aborígenes.» ¿Qué le parece de esta glosa al Sr. Blanco-Fombona? ¿Es admisible? Pues vea si puede serlo su anterior aserto.

No terminan aquí los errores de nuestro autor. Por lo que se deduce del texto y notas de las páginas 16, 17, 18 y 19, la prueba de que los [268] conquistadores eran unos tiranos con el indio se desprende bien claramente de algunos techos históricos y hasta de las Leyes de Indias. Por ejemplo: Belalcázar dio a cierta Real orden la siguiente respuesta: Se respeta, pero no se cumple; luego... todos los conquistadores eran unos tiranos. En la Ley III, título I, libro VI, dícese: «Algunos encomenderos, por cobrar los tributos, que no deben los indios solteros hasta el tiempo señalado, hacen casar a las niñas sin tener edad legítima, en ofensa a Dios Nuestro Señor, daño a la salud e impedimento a la fecundidad...»; luego... todos los conquistadores eran unos tiranos. En la Ley XXII, título I, libro VI, también se dice: «Si algunos indios ricos o en alguna forma hacendados están enfermos y tratan de otorgar sus testamentos, sucede que los curas y doctrineros, clérigos y religiosos procuran y ordenan que les dejen a la Iglesia toda o la mayor parte de sus haciendas, aunque tengan herederos forzosos »; luego... todos los conquistadores eran unos tiranos, etc. ¿Es esto Lógica? Lo lógico, lo únicamente racional, seria deducir: luego había algunos malos encomenderos, algunos clérigos malos, algunos conquistadores que abusaban.

Por último, en la página 36 nos dispara el siguiente trozo histórico, que no tiene desperdicio: «Por eso se prohibía la fundación de Universidades, la entrada en América a todo género de obras, aunque tratasen de materias profanas y fabulosas, lo mismo que a cuanto pudiera acalorar la cabeza de un pueblo imaginativo o pudiera ser

Vehículo de ideas disolventes.» Así se escribe la historia, y eso es lo que rueda todavía por una y otra América; pero ¿pueden darse mayores inexactitudes en tan pocas palabras? Y si no, dígasenos: ¿Quién fundó la Universidad del Rosario en Bogotá? ¿Quién fundó la de San Pedro en Mompós? ¿Quién la de Cartagena? ¿Quién la de Méjico? ¿Y quién la inmensa mayoría de las hoy existentes en toda la América española? ¿Las fundaron, por ventura, los próceres de la independencia? Por otra parte, sabíamos que en toda América eran contrabando, como lo eran aquí, las obras de Hume, Hobbes, Rousseau, Voltaire y demás enciclopedistas; también sabíamos que estaban entredichos Los derechos del hombre, traducidos por Nariño; pero ¿á que no demuestra el Sr. Blanco-Fombona eso que él afirma ore rotundo: que en América estaba prohibida la entrada a todo género de obras, aunque tratasen de materias profanas y fabulosas? Los clérigos, ¿no aprendían latín por Tito Livio, Salustio, Ovidio, Virgilio, Horacio? ¿Y de qué tratan éstos?

Un tanto más acertado anda nuestro autor en la segunda parte de su libro, donde trata del carácter de la revolución americana en 1910, proceso de las ideas liberales y fin de la guerra; pero también hallamos aquí algunos gazapos de cuenta, que no podemos examinar con detención por no molestar a los lectores de ESPAÑA Y AMÉRICA, y muy señaladamente a su ilustradísimo y benévolo director. [269]

Con todo, permítasenos transcribir el siguiente parrafejo literario, que nos baria llorar a, lágrima viva si tuviésemos gana: «En plena decadencia política, industrial y mercantil; entregada a un rey inepto como Carlos IV, a una mujer liviana como María Luisa y a un favorito de alcoba como Godoy, España, ciega y paralitica, no podía conducir a los que tenían ojos y piernas, a un pueblo situado a dos mil leguas de distancia, con población y territorio mayores que los de la metrópoli, animado en sus mejores hijos del espíritu revolucionario de 1789, etc., etc. Esto quiere decir, en boca del Sr. Blanco-Fombona, que «España estaba atrasadísima y América muy adelantada, causa por la cual tenía que sobrevenir, y sobrevino, la independencia americana». ¿No es esto, señor mío? Y si esto es su pensamiento, díganos con la mano sobre el corazón: ¿América estaba real y verdaderamente más adelantada que esta España inquisitorial? Pues ¿dónde estaba ese adelanto? ¿En la agricultura? ¿En la industria? ¿En el comercio? ¿En las artes? ¿En las ciencias? ¿Pero cómo iba a estarlo entonces, si ni aun ahora mismo, después de cien añazos de independencia, va a la retaguardia de esta Nación? Menos bambolla, menos rutina, más crítica verdad y más sentido común es lo que deseáramos para el autor ilustre de La Evolución política y social de Hispano-América.

Prescindimos de examinar las dos restantes partes del libro, pues por la uña se conoce al león, y por lo dicho, al señor Blanco-Fombona.

M. DE SABUZ