Filosofía en español 
Filosofía en español

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Joaquín Bou

Vida campesina

20 céntimos • Ediciones Comunismo • Apartado 918 • Madrid

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[Arrendatario o aparcero rabassaire de Premiá de Mar, el “campesino” barcelonés Joaquín Bou se presenta en este opúsculo sirviendo en una casa –“Aun no hace mucho que el que esto escribe pudo ver cómo un vecino de la casa en que sirve, en Prat de Llobregat”– aunque adopta en todo momento la perspectiva de aparceros, arrendatarios y pequeños propietarios, a los que principalmente se dirige –“Con frecuencia el pequeño arrendatario se queda en la calle por no poder pagar un arrendamiento demasiado elevado y tiene que ver cómo pasan a manos de los grandes arrendadores las tierras que él trabajaba”– y cuyas reivindicaciones expresa, con un primer paso en el que asumirían la propiedad –“2. Toma de la tierra por parte de los rabassaires, que ya han pagado por ella más de lo doble de su valor”–, aunque el final deseado fuera comunista: “Los aparceros, arrendatarios y pequeños propietarios deben aprender a no dirigir nunca sus odios contra los de abajo. Todos los explotados del campo debemos unirnos contra nuestros explotadores y luchar unidos al proletariado de la ciudad si queremos implantar nuestro amado ideario: el comunismo.” Aunque no va fechado, este opúsculo es de finales de 1931, pues menciona: “Es un buen ejemplo el dado por la Unió de Rabassaires de Catalunya en la cosecha de la uva de este año (1931).”]

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I
Jornaleros y mozos campesinos

En todos los pueblos agrícolas se pueden ver viejas casas de piedra y barro, con las tejas rotas, sin enlosar, donde bajo el mismo techo y apenas separados se cobijan hombres y pequeñas reses, y donde los montones de estiércol están tocando las fachadas de las casas. Estas viviendas están habitadas por los campesinos más menesterosos. Sus propietarios, si bien es cierto que cobran por ellas arriendos muy pequeños, no hacen reforma alguna, y antes que tocarlas prefieren verlas convertidas en ruinas. La vida de los campesinos que trabajan para los grandes propietarios y arrendatarios es amarga y dura lo mismo dentro que fuera del hogar. El jornalero trabaja cuando encuentra trabajo, y sin condición alguna. Sujeto a la voluntad del amo, no tiene hora fija para empezar ni para terminar la jornada, ni tampoco para hacer las comidas. Los obreros del campo no tienen leyes ni reglamentos que los protejan, no los alcanza la ley de accidentes de trabajo, su salario es insuficiente y, teniendo en cuenta durante el año las lluvias y temporadas en que el trabajo escasea, sus jornales vienen a quedar reducidos a la mitad. Parece que al Estado sólo le interesan estos hombres como instrumentos de producción. En el orden social los conceptúa como seres inferiores. [4]

Además de los jornaleros hay obreros del campo dedicados a otras faenas cuyas condiciones de vida son igualmente miserables. Por ejemplo, los obreros del bosque y los pastores.

Los primeros no perciben ni la mitad del valor de su trabajo. Quienes se aprovechan son el propietario del bosque, que lleva la mayor parte sin intervenir en el trabajo para nada; los almacenistas y los intermediados. Quienes hayan visto o pasado la vida de estos obreros han de reconocer que es bien miserable, no pudiendo visitar a sus familias más que una o dos veces por trimestre (según lo alejadas que se hallen de los lugares de trabajo), teniendo que habitar en medio del bosque en barracones hechos de tierra y leña y alimentándose con comidas sucias y desorganizadas. Se les ve en medio de las tempestades pasar con el hacha y la azada al hombro para tapar o destapar los agujeros de las pilas de carbón, según los derrumbamientos de tierras, y teniendo que trabajar lo mismo de día que de noche.

En cuanto a los pastores, no es mejor ni peor su trabajo. Es decir, sufren tanto o más que los otros obreros. Desde muy pequeños, a los ocho, nueve o diez años, los pastores tienen que abandonar sus familiares y son alquilados por los grandes o medianos campesinos para guardar los rebaños. Al principio la nueva vida no les desagrada, pues aunque hayan tenido que abandonar a los suyos, la mesa (la comida) ha mejorado. Con un cesto mediado de maíz, un pedazo de pan y un instrumento de música para que no se duerman, se van al campo los pequeños pastores, riendo unas veces y otras llorando. Decimos llorando porque los rebaños –particularmente el [5] ganado lanar– se burlan muchas veces de los pastores si éstos no tienen edad bastante para imponerse. Cuando un rebaño se desborda en un campo sembrado y el pastor es muy pequeño y sin presencia, no puede sacarlo del sembrado a pesar de sus pedradas y maldiciones; cuando logra sacar una parte del rebaño, entra la otra, y de no acudir una persona de presencia el rebaño devoraría el sembrado, abusando del pequeño e impotente pastor. Los pastores no sienten muy penoso su trabajo porque son muy pequeños. Pero no tienen un solo día de descanso. Para ellos lo mismo es el sábado que el domingo.

Al pasar a mayores los pequeños pastores, unos se quedan de mozos (dependientes) en la misma casa, o se marchan a otra. Los trabajos más penosos se los cargan a ellos. Sus relaciones con los dueños son las imprescindibles y siempre están limitadas a cuestiones de trabajo. En caso de ser el mozo un «distinguido», o de los que saben «algo más», en seguida se le hace pasar por loco o peligroso. Su cama, de no ser el pajar, está siempre en el rincón más inmundo y antihigiénico, y mejor que describirla sería verla.

Se objetará: ¿Es que en todas partes los obreros campesinos viven en las mismas condiciones? ¿Viven lo mismo en el terreno de secano y montañoso que en el llano y regadío? ¿Acaso en este último lugar no están organizados?

Los campesinos en todas partes viven lo mismo. Muchas veces el campesino montañés, creyendo encontrar mejores condiciones de vida, va en busca de las ciudades industriales y de las comarcas agrícolas de regadío ofreciendo sus brazos al peonaje, puesto que no tienen [6] oficio alguno. Pero no tardan en darse cuenta de que lo que se habían creído no eran más que ilusiones. La realidad es otra. En la ciudad, como no tienen oficio, son las primeras víctimas del paro forzoso y de todas las miserias del régimen capitalista. En fin, aunque los salarios en la ciudad sean un poco más elevados, también la vida es mucho más cara. Uno de los grandes centros de emigración es Barcelona. Por ser la ciudad más industrial de la Península son muchos los campesinos que aquí acuden, y al entrar en relación con los demás obreros hablan un poco de todo y van interesándose por la organización. Así la influencia radia al campo, y particularmente a los alrededores de la ciudad. No es difícil conducir a la organización a los obreros del campo si saben interpretar bien sus ansias reivindicativas. Están siempre dispuestos a luchar, tanto en el terreno económico como en el político. Véase, si no, cómo contribuyeron con su acción enérgica y revolucionaria al derrumbamiento de la monarquía en Andalucía, Cataluña, Valencia y Murcia. Ahora seguirán luchando al lado de los obreros de la ciudad, porque la República burguesa no puede cumplir los compromisos contraídos con el pueblo, y si unos y otros tiraron la monarquía, unos y otros tirarán la República burguesa para poner la suya.

II
Los pequeños aparceros, arrendatarios y propietarios

Entre estas tres categorías de campesinos existe una gran diferencia, según el lugar en que se hallen situados. [7] El campesino pobre del secano siembra y cultiva las peores y más lejanas tierras de los pueblos. En el tiempo de siembra el pequeño agricultor tiene que ser forzosamente el último en sembrar, pues ha de trabajar antes para grandes propietarios y arrendatarios para adquirir el importe de la semilla que luego ha de tirar en tierras inferiores, sin estiércol ni producto químico alguno, mientras que los campesinos ricos efectúan sus siembras en los mejores terrenos y en los tiempos más tempranos. El 90 por 100 de los pequeños agricultores del secano no cosechan lo suficiente ni para su consumo. De ahí que en las épocas de siembra necesiten más del crédito, teniendo que acudir a casa del granero. Si éste cede, sabe bien que cuando llegue la cosecha ha de multiplicar en grano o en pesetas el importe de lo prestado. Esta clase de campesinos es también la última en recoger la escasa y mala producción de sus tierras, y al cumplir los «compromisos del crédito» con el granero, el Estado, herrero, médico, farmacéutico, &c., no le quedan más que sus viejas herramientas.

En cambio, en regadío, ya lo hemos dicho antes, las condiciones no son las mismas. Para ver la diferencias escojamos un lugar cualquiera de regadío: el llano de Barcelona, por ejemplo. ¡En unos veinte o treinta kilómetros a la redonda de la capital catalana están regados los terrenos! El propietario o arrendatario que disponga de cuatro hectáreas de terreno en secano son muchas las temporadas del año que tiene que ir a buscar jornal al bosque o a las tierras de los grandes propietarios. Con la misma tierra arrendada en regadío, los agricultores tienen que ocupar en las faenas casi todo el año un par de [8] mozos o jornaleros, cuando no más. Los que tienen la suerte de tener su tierra en regadío viven más cómodamente. Salvo el peligro del granizo (que lo mismo existe y perjudica más a los montañeses), se tiene la cosecha casi segura, y muchas veces hasta dos cosechas durante el año en el mismo trozo de tierra. La diferencia en un caso o en otro es enorme. Baste decir que en el llano de Barcelona es más rico un arrendatario con diez hectáreas que un propietario que tenga lo doble en secano. Aun no hace mucho que el que esto escribe pudo ver cómo un vecino de la casa en que sirve, en Prat de Llobregat, vendía doce mojadas de alcachoferas (seis hectáreas), que adquirió un intermediario, por la friolera de 6.000 duros. El vendedor de las doce mojadas de plantas, por sólo ocho meses (de septiembre a abril), ha percibido a razón de 500 duros por mojada, esto es, 1.000 duros por hectárea. Téngase en cuenta, además, que de mayo a septiembre vuelve a tener la tierra a su disposición, y la aprovechará, casi seguro, para la cosecha de judías. 1.500 hectáreas (3.000 mojadas) de tierra de cultivo tiene Prat de Llobregat. Con ellas se ocupan centenares de obreros de la agricultura, del transporte, comercio, &c., mientras que con doble de terreno en secano, la miseria y la emigración son enormes.

Todavía conviene hacer algunas observaciones más respecto a los pequeños arrendatarios de regadío. Aquí no existen los aparceros. Los arriendos de las tierras son tan elevados que llegan hasta 1.000 pesetas anuales por hectárea, principalmente en la horticultura y arboricultura frutal. Pero no por ser rica la tierra es muy segura la posición de los pequeños arrendatarios. Estos se hallan [9] constantemente amenazados por los propietarios, que suben el arriendo cada vez que se renueva la contrata (lo cual se hace muy a menudo, pues casi nunca son muy largos los plazos de arrendamiento) y llegan a vender su tierra un 1.000 por 100 más cara de lo que la compraron veinte o veinticinco años antes, después de habérsela preparado y trabajado el pequeño arrendatario. Con frecuencia el pequeño arrendatario se queda en la calle por no poder pagar un arrendamiento demasiado elevado y tiene que ver cómo pasan a manos de los grandes arrendadores las tierras que él trabajaba.

Los pequeños arrendatarios, lo mismo, en regadío que en secano, tienen sus problemas a resolver. El problema principal es pedir la prolongación de las contratas y la rebaja en los arriendos, único modo de no verse privados de la tierra fácilmente en el momento de empezar a producir bien, pues muchas de ellas eran campos y bosques espinosos cuando fueron arrendadas de primera vez. Esta es la mínima reivindicación económica que pueden exigir los pequeños arrendatarios bajo el régimen burgués. Por desgracia, éstos no siempre tienen conciencia de clase y sentido de lo que les conviene. Muchos de ellos están más influidos por el espíritu burgués que por el revolucionario, y llegan incluso a traicionar a sus compañeros de clase, pues a última hora poca diferencia hay entre los exclusivamente obreros y esta categoría de campesinos de que estamos hablando.

A últimos de julio del año actual presentaron los obreros campesinos de Barcelona y pueblos limítrofes unas bases de trabajo pidiendo la jornada legal y máxima de ocho horas, higiene en la habitación y en la ropa de la [10] cama que se les asigna a los mozos campesinos (dependientes) y control por el Sindicato de la contratación de los obreros. En un momento dado, y después de un período más o menos largo de huelga, estas justas demandas fueron aceptadas por la burguesía agraria. Pero a los pocos días de firmar las bases, la burguesía emprende una ofensiva para deshacerlas, empezando por enviar informaciones falsas al Ministerio de Trabajo y al Gobierno civil. En estas informaciones solicitaban de las autoridades el envío de fuerzas que garantizasen la libertad de trabajo y la vida de una Sociedad Mutua de Obreros, que ellos apoyaban moral y materialmente. De lo contrario, si se cedía a las demandas del Sindicato, sobrevendría la ruina de la agricultura de este país.

En este conflicto, la burguesía ha conseguido gran parte de sus objetivos. La Guardia civil recorrió los campos garantizando a tiros la libertad de trabajo. Se clausuraron los Sindicatos y los mejores militantes ingresaron en la cárcel o en el hospital. Una vez que hubo burlado las bases de trabajo, la burguesía organizó la concordia con algún obrero incondicional de la flamante Sociedad Mutua, mangoneada por ellos mismos. Los pequeños arrendatarios secundaron este juego de la alta burguesía agraria. ¿Por qué lo hicieron? ¿Qué beneficio sacaron? Veamos.

El Instituto Catalán de San Isidro, organización representada directa e indirectamente por la alta burguesía agraria (dueña a la vez de los Bancos y fábricas de la ciudad), se hizo cargo del movimiento y prometió a sus arrendatarios que realizaría los trámites para adquirir en Barcelona un gran local para el mercado de verdura y frutas, desprendiéndose de los intermediarios-abastecedores [11] y comisionistas. El Instituto encontró el campo abonado para que los pequeños arrendatarios nos declarasen una guerra injusta a los jornaleros y mozos, que sólo pedíamos justicia. Pero no tardaron en darse cuenta los pequeños arrendatarios de su equivocación y comprendieron que lo único que pretendía el Instituto era poner en batalla a las dos clases de abajo, arrendatarios y obreros campesinos, para salvarse la gran burguesía. Como sabían que es un problema de actualidad la adquisición de un gran mercado en Barcelona para que se puedan vender directamente los productos a los consumidores, se valieron de ello para sembrar la discordia entre los arrendatarios y los obreros. Así consiguieron no cumplir ni las bases que pactaran con los obreros ni las promesas que les hicieron a los arrendatarios.

Vamos a citar otro caso que también es de actualidad y de utilidad para que los arrendatarios aprendan a no hacer el juego a los propietarios. Es un buen ejemplo el dado por la Unió de Rabassaires de Catalunya en la cosecha de la uva de este año (1931). A los aparceros rabassaires les indigna, con razón, el encontrarse constantemente amenazados con la venta o la toma de la tierra por parte del propietario, que ya lleva cobrado de ellos el doble o el triple de su valor. Guiados por esta razón que les asiste, los rabassaires, después de podar, labrar, azufrar y sulfatar las viñas, se han negado a entregar una buena parte o la mitad de lo cultivado por ellos mismos, y que el burgués les viene exigiendo todos los años sin derecho alguno. Es cierto que la burguesía movilizó todas las fuerzas para que no se llevase a cabo lo que se intentaba en otras regiones de España: la toma de la [12] tierra por los trabajadores. Pero aquel gesto de los aparceros, si bien no fue un triunfo completo, obligó al Estado burgués a comprender la necesidad de una revisión de los contratos y de la reducción de los frutos. Es seguro que los aparceros volverán otra vez, o cuantas hagan falta, a luchar contra los tiranos hasta quedarse con las tierras que les pertenecen.

Los aparceros, arrendatarios y pequeños propietarios deben aprender a no dirigir nunca sus odios contra los de abajo. Todos los explotados del campo debemos unirnos contra nuestros explotadores y luchar unidos al proletariado de la ciudad si queremos implantar nuestro amado ideario: el comunismo.

III
¿Cómo debemos organizarnos los campesinos?

Los asalariados que perciben un sueldo al día, a la semana o al mes deben luchar contra sus explotadores, sean éstos grandes o pequeños. Su puesto de combate está en el Sindicato. La dirección de éste debe educar bien a sus afiliados para las luchas económicas y políticas y señalarles siempre objetivos claros y realizables, cosa que, por desgracia, no siempre sucede. Muchas veces los directivos de los Sindicatos se preocupan más de hacer la guerra a los que no piensan como ellos que de unir y enseñar a los trabajadores. En la C. N. T., la central sindical donde debemos luchar todos los trabajadores revolucionarios, se les declara la guerra a todos los que no piensan [13] anárquicamente, y en particular a los comunistas. Por el hecho de ser comunistas, hasta se ha llegado a alejar de las Directivas e incluso expulsar del Sindicato a buenos militantes. Hay que luchar para que en los Sindicatos quepan todos los trabajadores, cualesquiera que sean sus ideas.

La organización de los campesinos no puede ser siempre igual. Los pequeños aparceros, arrendatarios y propietarios tienen que presentar reivindicaciones completamente distintas de los asalariados. Estos tienen que llevar una lucha como los demás obreros, mientras las otras categorías tienen que luchar por caminos vecinales, prolongación de arriendos, exportación de los productos agrícolas, implantación en las comarcas de laboratorios para combatir las plagas del campo, supresión de impuestos sobre hipotecas, el pastoreo en los términos municipales, mejoras justificadas en caso de despido por parte del propietario, &c.

La clase campesina en España tiene muchos problemas que resolver, y, por desgracia, no es muy activa. Verdad es que en España hay muchas organizaciones campesinas que tienden a aliviar la situación de esta clase. Pero casi todas son cooperativistas, y, naturalmente, no alivian nada o muy poco, porque están bajo un Estado burgués. Sería un error que los comunistas fomentasen el cooperativismo en el campo mientras no tengan en sus manos el control de la producción, porque además de que los campesinos no conseguirán nada, sería fomentar una lucha interna entre dos clases igualmente explotadas. Los campesinos, con sus Cooperativas de distribución, provocarían un alza de precios en las subsistencias, de las cuales [14] no se beneficiarían mucho, pagando las consecuencias los puramente asalariados. La clase campesina necesita organizarse para dar el asalto al poder burgués, sin lo cual no podrá lograr su emancipación.

Ahora se acerca la discusión en las Cortes del Proyecto de reforma agraria. Aunque haya disputas de detalle, en el fondo lo defenderán todos los diputados, desde los católicos agrarios hasta los socialistas, porque, en nombre de la protección a los campesinos pobres, los únicos que saldrán beneficiados serán los grandes terratenientes. No perjudicarán en lo más mínimo sus intereses, sino al contrario. Entregarán a los campesinos terrenos de segunda o tercera mano, muchos de ellos no inscritos en el Registro de la Propiedad y cobrarán por ellos una buena indemnización, sea a plazos o al contado. Los campesinos correrán la misma suerte, tanto en el caso de tener que amortizar la mala tierra que le entreguen los terratenientes que si han de amortizársela al Estado, pues sólo conseguirán cargarse de deudas y compromisos, adquiriendo los terrenos peores.

De todos modos, el Proyecto de reforma agraria se convertirá en un hecho. Los socialistas, por su parte, siempre amigos de las reformas dentro del régimen capitalista, apoyarán el proyecto. Pero los campesinos no deben dejarse engañar. Lo que se necesita no es una reforma de lo que hoy hay, sino toda una construcción agraria, que sólo puede hacerse después de arrancar por una revolución violenta de masas los privilegios que tienen hoy los ricos contra los pobres, hasta conseguir la socialización de la riqueza.

Ahora lo que se precisa es unirnos todos, organizarnos, [15] para luchar con energía por nuestra emancipación. Sin perjuicio de otras que pueda haber, a nosotros se nos ocurren las siguientes reivindicaciones, que a todos nos interesan:

  1. Expropiación de los bienes de las Ordenes religiosas y de los grandes terratenientes para repartirlos entre los campesinos pobres.
  2. Toma de la tierra por parte de los rabassaires, que ya han pagado por ella más de lo doble de su valor.
  3. Abolición de los sensos y foros.
  4. Garantización de las cosechas contra el granizo o la sequía.
  5. Jornada de siete horas.
  6. Jornal íntegro en caso de accidente de trabajo.
  7. Subsidio a los parados.
  8. Pastoreo libre en los términos municipales.
  9. Creación de laboratorios para combatir las plagas del campo.
  10. Canalización de las aguas y creación de vías de comunicación en el campo.
  11. Exclusión de los trabajos penosos a las mujeres.
  12. Cuerpos de sanidad y clínicas comarcales.
  13. Revisión de contratos.
  14. Bancos de crédito agrícola sin renta anual.

Campesinos: Leed

«El comunismo y la revolución agraria»

20 céntimos. Por Luis García Palacios.

(Pedidos al Apartado 918. Madrid)

(Joaquín Bou, Vida campesina, Ediciones Comunismo, Madrid [1931], página 15.)

Ediciones Comunismo

Obras publicadas

«La revolución española y sus peligros.» 50 céntimos. Por León Trotsky.

«El plan quinquenal.» (Agotada.) Por León Trotsky.

«Estado y comunismo.» 20 céntimos. Por N. Lenin.

«El comunismo y la revolución agraria.» 20 céntimos. Por Luis G. Palacios.

«Qué es el trotskismo.» 20 céntimos. Por L. Fersen.

«Qué son los comités de fábrica.» 20 céntimos. Por Henri Lacroix.

«Qué son los Soviets.» 20 céntimos. Por A. Nin.

«Vida campesina.» 20 céntimos. Por Joaquín Bou.

Los pedidos a «Ediciones Comunismo» • Apartado 918 • Madrid

Imprenta de Juan Pueyo. Luna, 29. Madrid

(Joaquín Bou, Vida campesina, Ediciones Comunismo, Madrid [1931], página 2.)

“Comunismo”

Órgano teórico de la Oposición Comunista Internacional en España

Redactores
Andrés Nin. Henri Lacroix. José Loredo Aparicio. Esteban Bilbao. Molins y Fabrega. L. Fersen. Luis García Palacios. L. Siem. Juan Andrade. Francisco de Cabo.

Colaboradores
León Trotsky. Markin. M. Mill. Senin. A. González. Camilo López. P. Frank. P. Naville. Félix. Max Shachtman. Well. James P. Cannon. Feroci. Blasco, etcétera

Número suelto: 75 céntimos
Suscripción al semestre: 4 pesetas


Toda la correspondencia de redacción y administración debe dirigirse a “Comunismo” • Apartado 918 • Madrid.

(Joaquín Bou, Vida campesina, Ediciones Comunismo, Madrid [1931], página 16.)