Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González

Historia de la Filosofía
Segundo periodo de la filosofía griega

§ 69

Crítica

De lo que acabamos de exponer en orden a la moral y política de Platón, dedúcese desde luego que una y otra dejan mucho que desear, la primera por razón de ciertas máximas detestables y de doctrinas horribles, y la segunda, aparte de otros defectos, por su carácter utópico, y, más que todo, por sus tendencias socialistas y comunistas. Porque, en efecto, la teoría política del discípulo de Sócrates, si se la considera por parte de la concepción que entraña acerca de la familia, de la propiedad, de la educación, es una teoría comunista, al paso que su concepción del organismo del Estado y de la acción avasalladora, omnímoda y omnipotente del mismo, es una concepción esencialmente socialista. [259]

Apenas se concibe, por lo mismo, que historiadores y críticos heterodoxos y ortodoxos hayan querido presentarnos la república de Platón como preformación y como una especie de modelo de la república cristiana, o sea de la Iglesia. Sólo obedeciendo a preocupaciones de escuela y de religión, o inspirándose en concepciones sistemáticas, cabe descubrir o señalar relaciones de afinidad y semejanza entre la Iglesia de Cristo, con su moral purísima y elevada, y la república de Platón, en que el hijo no conoce a la madre ni la madre al hijo; en que éste es arrebatado a la patria potestad para entregarlo al Estado desde sus primeros años; en que el hombre carece de libertad para seguir su vocación y elegir estado; en que la vida de familia es ahogada y viciada en su mismo origen, mercede a la comunidad de mujeres; en que el infanticidio deja de ser crimen para transformarse en deber; en que, para decirlo de una vez, la propiedad, la familia y hasta la libertad de la conciencia humana, quedan anuladas, negadas y conculcadas.

Porque es preciso no olvidar que la absorción del individuo por el Estado no se limita a las relaciones del hombre con lo finito, sino que se extiende a sus relaciones con lo infinito; no se limita a la esfera política, sino que abraza la esfera religiosa; no se limita a los fines e intereses temporales, civiles, naturales y transitorios, sino que hasta los intereses y fines religiosos, sobrenaturales y eternos, son sacrificados al Estado. Y bastaría y basta esto sólo para establecer distancia infinita, verdadera contradicción, entre la república de Platón y la Iglesia de Cristo, que desde sus primeros pasos viene afirmando y defendiendo con [260] la palabra y el ejemplo la libertad y la dignidad de la conciencia del hombre en la esfera religioso-divina, la incompetencia del Estado para dirigir al hombre a su fin eterno, la superioridad del orden sobrenatural y divino sobre el orden natural y humano. En la concepción cristiana, el momento religioso representa una esfera superior, eterna, autónoma, infinita, a la cual se subordina la esfera civil y política: en la concepción platónica sucede todo lo contrario; el momento político absorve y se sobrepone al momento religioso; el principio divino queda subordinado al principio humano; lo finito y temporal se sobrepone a lo infinito y eterno.

En su metafísica, y especialmente en la parte que llamamos teodicea, Platón se eleva a una altura a que ningún filósofo anterior había llegado. Sin embargo, cuando se fija la atención en el fondo de las cosas, y cuando se examinan sus doctrinas y afirmaciones en concreto, obsérvase que su concepto divino, sin dejar de ser elevado y hasta extraordinario en un filósofo gentil, se halla desfigurado por ideas que rebajan su importancia científica, cuales son, entre otras, la existencia del Demiurgo, o ser intermedio entre Dios y el mundo, y, sobre todo, la eternidad de la materia. Añádase a esto la confusión y obscuridad con que se explica acerca de la verdadera naturaleza del Demiurgo y de la materia eterna, lo mismo que acerca del modo de existencia de las Ideas, las cuales aparecen unas veces como tipos existentes en la mente divina, y otras como substancias subsistentes en sí mismas y por sí mismas; unas veces aparecen superiores a Dios e independientes, mientras que otras aparecen subordinadas a su poder y voluntad. [261]

Idéntica observación puede hacerse con respecto a la psicología platónica. Sublime y verdaderamente filosófica cuando proclama la espiritualidad del alma, y cuando demuestra su inmortalidad, y reconoce su origen divino, y coloca la esencia de la ciencia y la posesión de la verdad en el conocimiento de lo necesario, de lo inmutable, de lo eterno de la Idea, esa misma psicología decae, degenera y pierde su elevación, cuando reduce la ciencia a una mera reminiscencia, cuando nos habla de la preexistencia de las almas y de la mentepsícosis, y de su unión accidental con el cuerpo, y de sus purificaciones y ascensiones. Así es que, andando el tiempo, los maniqueos, los gnósticos y los filósofos alejandrinos buscarán y encontrarán el germen de sus respectivas teorías en las teorías cosmológicas, teológicas y psicológicas de Platón. En suma: el carácter dominante, a la vez que el vicio radical de la Filosofía platónica, es el dualismo absoluto e irreductible. Dualismo cosmológico entre el mundo inteligible y el mundo visible: dualismo teológico entre Dios y la materia: dualismo psicológico entre el alma y el cuerpo en el hombre. Platón, no solamente no acertó a resolver en superior unidad los dos primeros dualismos por medio del concepto de la creación y de la teoría de las ideas divinas, en el sentido profundo que entraña y enseña la Filosofía cristiana, sino que ni siquiera acertó a resolver el dualismo psicológico en unidad de esencia y de persona, como lo consiguió Aristóteles por medio de su teoría sobre la generación y la forma substancial.

Excusado parece advertir que otro de los caracteres principales de la Filosofía platónica es el idealismo; [262] porque este sistema palpita en el fondo de su teoría de las Ideas, y palpita también en el fondo de su teoría del conocimiento. La ninguna importancia que le concede a los objetos externos, en orden al origen y constitución de la ciencia; la influencia nula, y hasta indirectamente perjudicial de los sentidos y sensaciones en el desenvolvimiento y conocimiento de la verdad; la teoría de la reminiscencia; las ideas innatas, y la subsistencia de las Ideas con su independencia y anterioridad respecto del mundo, todo gravita, y marcha, y se precipita hacia las corrientes idealistas. La Filosofía, para Platón, es la ciencia de las Ideas, es la ciencia de las intuiciones a priori; en ella nada significan los hechos sensibles, los seres individuales, la observación y la experiencia. De aquí también sus aficiones matemáticas y su predilección por la geometría, pues ésta, lo mismo que la Filosofía de Platón, levanta su edificio científico tomando por base las ideas de línea, triángulo, círculo, &c., ideas abstractas e independientes de la materia y sus transformaciones, por más que la materia ofrezca como el reflejo, la copia y la participación de aquellas figuras ideales.

Téngase presente, sin embargo, que el idealismo de Platón es un idealismo sui generis, que se parece muy poco al idealismo de la Filosofía moderna; pues mientras éste es generalmente subjetivo y escéptico, el idealismo de Platón es un idealismo que tiene mucho de objetivo y dogmático. Las ideas de Platón no son resultado ni meras modificaciones de las facultades de conocimiento sin contenido real y objetivo, como suponen algunos modernos idealistas, sino esencialmente objetivas y subsistentes. Las ideas de Platón no [263] son tampoco las mónadas originarias y primitivas de Leibnitz, dotadas de representación y pensamiento, sino que, por el contrario, son los objetos del pensamiento, el cual, en tanto es pensamiento puro, conocimiento intelectual, en cuanto y porque participa de la realidad o esencia de las ideas, y se pone en contacto con ellas. El idealismo, en fin, de Platón, no excluye la realidad objetiva del mundo externo ni su cognoscibilidad, por más que una y otra sean inferiores a las de las ideas, y dista mucho, por consiguiente, del idealismo subjetivo de Fichte, que reduce el mundo externo a un fenómeno de la conciencia.

Por lo demás, y a poco que se reflexione, descúbrense notables analogías y cierta afinidad entre Platón y Kant con respecto a la teoría del conocimiento. Uno y otro convienen en negar a los sentidos la percepción o conocimiento de la realidad objetiva de los cuerpos, circunscribiendo su esfera a las transformaciones y modificaciones transitorias de los mismos. Uno y otro afirman que las ideas o conceptos puros del orden inteligible no dependen ni menos traen su origen de las sensaciones.

Si Platón reconoce que los sentidos sólo suministran al hombre el conocimiento de los accidentes externos, del flujo y redujo de los fenómenos del mundo material, pero no su realidad y substancia, Kant reconoce a su vez que los sentidos nos suministran el conocimiento o intuición fenoménica del mundo externo, pero no el conocimiento de su realidad objetiva, de su substancia, del numeno. Si Platón explica la posibilidad del conocimiento intelectual por medio de las ideas innatas, Kant explica esa misma posiblidad por [264] medio de formas subjetivas y de nociones o conceptos a priori, que equivalen en realidad a ideas innatas. Platón y Kant apenas se separan sino cuando se trata de determinar el valor objetivo de estas ideas, valor que el primero reconoce y que el segundo niega, echando por tierra con esta negación la existencia y hasta la posibilidad de la ciencia. No hay para qué advertir que la ventaja aquí está de parte del filósofo ateniense, el cual supo detenerse en los umbrales del escepticismo, umbrales que atravesó el filósofo de Koenisberg, después de recorrer en compañía, o si se quiere, en pos de Platón, el terreno del idealismo. Verdad es que el filósofo alemán es más consecuente en este punto, porque elescepticismo es consecuencia natural y lógica del idealismo.

Ya dejamos indicado que Platón, aunque fue discípulo de Sócrates, no lo fue de sólo Sócrates, sino que puede apellidarse también discípulo de Heráclito, de los pitagóricos, de los eleáticos y hasta de los sacerdotes del Egipto y del Oriente. La Filosofía de Platón abarca horizontes muy superiores a los horizontes estrechos y parciales de la Filosofía socrática, reducida y limitada, como hemos visto, a un ensayo de moral y a algunas nociones psicológico-teológicas y políticas, mientras que en la Filosofía platónica entran además, y entran en proporciones más o menos notables, la ontología, la teodicea, la dialéctica, las ciencias político sociales y las matemáticas. Para las escuelas anteriores a Sócrates, sólo existía la Filosofía del objeto; para Sócrates, apenas existe más que la ciencia del sujeto como ente moral; en Platón y con Platón, la Filosofía entra en posesión del objeto y del sujeto [265] simultáneamente, y el último es discutido y estudiado en sus diferentes fases y en sus relaciones múltiples y complejas.

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Zeferino González
historias de la filosofía

Historia de la Filosofía (2ª ed.)
1886, tomo 1, páginas 258-265