Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González

Historia de la Filosofía
Tercer periodo de la filosofía griega

§ 120

Crítica general del neoplatonismo y de la Filosofía pagana

El neoplatonismo, con sus tres evoluciones o escuelas, representa la prolongación de la Filosofía pagana en el seno del Cristianismo, y demuestra a la vez la impotencia relativa y la esterilidad real de toda Filosofía racionalista. A pesar del poderoso auxilio que al neoplatonismo suministraban las ideas cristianas, que flotaban en la atmósfera y penetraban insensiblemente en las inteligencias, arrastrados los neoplatónicos por su odio contra la nueva religión, rechazaron con su perseverante tenacidad las grandes ideas cristianas que contienen la solución de los problemas fundamentales de la ciencia, tales como el origen del mundo y del hombre, el origen del mal, el destino final de la humanidad, la ley de la caridad universal, &c.; [525] cerraron su corazón y su odio a la nueva enseñanza, y concentrándose más y más en las especulaciones de la sola razón humana, escucharon únicamente la palabra del hombre, con exclusión de la palabra de Dios. El resultado de este movimiento separatista del neoplatonismo, ya lo hemos visto, fue una mezcla informe de panteísmo, de idealismo, de teurgia y de supersticiones ridículas. Las especulaciones metafísicas y la moral, relativamente elevada y pura, de Platón y Aristóteles, conviértense en manos de los neoplatónicos en un sistema de concepciones fantásticas y arbitrarias en el orden especulativo, y en un conjunto de prácticas groseramente supersticiosas y de operaciones extravagantes y ridículas en el orden ético. El neoplatonismo, pues, última palabra de la Filosofía pagana, y que representa la última evolución del pensamiento helénico, entraña la demostración histórica de la impotencia de la razón humana para alcanzar y mantenerse en los caminos de la verdad íntegra y de la justicia verdadera, si no se halla vivificada e informada por la idea cristiana, que es como la sal que impide su putrefacción. Sin este principio de vida, la Filosofía puede elevarse en alas del genio a mayor o menor altura relativa; puede disimular más o menos sus defectos y errores; puede deslumbrar momentáneamente con ciertos lados brillantes, pero siempre llevará en su seno errores fundamentales, como hemos visto en Platón y Aristóteles, y, sobre todo, siempre llevará en su corazón un principio de corrupción y de muerte, que, desarrollándose más tarde o más temprano, le imprime un movimiento fatal de decadencia, hasta precipitarla en el abismo. [526]

¿Y qué otra cosa significan y demuestran el panteísmo de Plotino, el ultramisticismo teúrgico de Jámblico y Proclo, los delirios de los gnósticos, las aberraciones de los estoicos, el ateísmo y materialismo de Epicuro, el escepticismo idealista de la nueva Academia, después de los grandes trabajos de Platón y de Aristóteles, incubados y promovidos por la restauración socrática? Y es que este movimiento de restauración y esos grandes trabajos, estaban viciados por grandes errores metafísicos y morales, y eran esencialmente defectuosos y estériles, porque no estaba allí la savia purificadora del Cristianismo para evitar aquellos grandes errores y para vivificar y fecundizar esos trabajos. Difícil es calcular cuál habría sido el destino de la Filosofía greco-romana, atendiendo el estado de postración y decadencia a que había llegado cuando apareció el Cristianismo, el cual, además de dar origen, vida y organismo a una nueva Filosofía, a la Filosofía cristiana, dio origen y ocasión al movimiento neoplatónico, movimiento que vivificó, o, digamos mejor, que galvanizó por algún tiempo a la agonizante Filosofía greco-romana.

Conviene recordar aquí la inconstancia, las vacilaciones, la obscuridad y las contradicciones que con tanta frecuencia hemos observado en los representantes del neoplatonismo, ora acerca del conocimiento de Dios, ora acerca de las relaciones entre éste y el mundo, ora acerca del alma humana, ora acerca de otros problemas fundamentales de la Filosofía. Esta inseguridad del juicio, estas contradicciones en la palabra y el pensamiento, debieron influir, e influyeron sin duda alguna, en la esterilidad del movimiento neoplatónico, como [527] influyeron también en la debilidad de la Filosofía greco-judaica. Nada hay que más directamente se oponga a un sistema filosófico, nada que más destruya su virilidad y su fuerza de propaganda, como la inconstancia y la contradicción del pensamiento, inconstancia y contradicción que suelen acompañar y seguir a las concepciones eclécticas o sincretistas.

Y que el neoplatonismo, considerado en sus diferentes fases y evoluciones, es una concepción esencialmente sincrética, dícenlo bien claramente sus innegables y evidentes relaciones de afinidad con las ideas y prácticas religiosas que dominaban en la India, la Persia, la Syria, el Egipto y otras regiones orientales, y dícenlo también las ideas y teorías del mismo que traen su origen de la Filosofía griega. En el fondo de la concepción neoplatónica y en su parte propiamente filosófica, descúbrense y aparecen sin cesar ideas y reminiscencias de los sistemas de Pitágoras, Platón, Aristóteles y algunos otros representantes de la Filosofía helénica. El predominio de la doctrina y tendencias de Platón, échase de ver con mucha frecuencia, y con especialidad en los problemas que se refieren a la naturaleza de Dios, al origen del mundo, al proceso y condiciones del conocimiento humano, al origen, naturaleza y destino final del alma humana, a la dignidad de la virtud, al menosprecio de las pasiones y de las cosas sensibles, a la práctica y condiciones de la moralidad. Sobre estos puntos, y algunos otros de mayor o menor trascendencia, el neoplatonismo merece ser considerado como una transformación, o, digamos mejor, como una reproducción del antiguo platonismo académico, al cual sólo añade el aspecto teosófico que caracteriza [528] generalmente a las escuelas neoplatónicas, y que es resultado o manifestación natural de la amalgama del elemento filosófico con el elemento místico-religioso, elemento que en ciertas evoluciones y en determinados representantes del neoplatonismo, predomina de una manera visible sobre el elemento propiamente filosófico.

Por lo demás, es justo decir y confesar que el movimiento filosófico llevado a cabo por el pensamiento helénico es sobremanera notable, si se le considera en conjunto y en totalidad. En el primer periodo, en el periodo cosmológico y de incubación; en el segundo, caracterizado por el predominio del elemento antropológico; en el tercero, que representa el movimiento ecléctico y teosófico: en todos aparecen hombres extraordinarios y filósofos de primera talla, capaces de honrar una generación y un pueblo.

La fecundidaz y variedad de sistemas; los escritos admirables de no pocos; la virilidad y elevación que resaltan en las especulaciones de otros, principalmente en el segundo periodo; la universalidad de conocimientos, la multitud de escuelas y centros de saber, junto con el número extraordinario de filósofos notables que florecieron en un periodo de tiempo relativamente corto, todo induce a mirar con respeto y admiración ese gran movimiento filosófico que tuvo su centro y su foco de irradiación en la Grecia, cuya influencia poderosa y enérgica se dejó sentir a la vez en el Asia, en el África y en la Europa latina, y que nos obliga a reconocer en el pensamiento helénico uno de los factores más importantes de la civilización y del progreso. Injusto sobremanera sería desconocer estos [529] servicios de la Filosofía griega, que crea y desenvuelve la Física y la Cosmología entre las luchas y alternativas de las escuelas jónica y pitagórica, del atomismo y del eleatismo; que en su segundo periodo crea, desarrolla y perfecciona la metafísica, la lógica y la psicología, las ciencias morales y políticas, dando muestras de una fecundidad viril, pocas veces reproducida en la historia; que en su tercer periodo se esfuerza en penetrar y elevarse al conocimiento científico de Dios y de las cosas divinas en sus relaciones con el hombre y el mundo. Cierto que incurrió en graves errores y que no supo preservar a las sociedades de la corrupción moral, ni desterrar o suprimir en las naciones su viciosa organización político-social, ni fundar el derecho, ni regularizar y humanizar la guerra; pero supo dar ejemplos notables de austera moralidad; supo combatir grandes errores del politeísmo idolátrico, y hasta supo morir con heroísmo en defensa de la verdad religiosa. Ni le era dado evitar aquellos grandes errores, ni realizar la reforma social, porque le faltaba el principio divino que trajo al mundo el Cristianismo, principio que, completando, desenvolviendo y regenerando la Filosofía pagana, debía dar origen a una nueva época en la historia de la Filosofía: a la época de la Filosofía cristiana.

Fin del tomo primero.

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Zeferino González
historias de la filosofía

Historia de la Filosofía (2ª ed.)
1886, tomo 1, páginas 524-529