φñZeferino GonzálezHistoria de la Filosofía (1886)

tomo segundo:12345678910Imprima esta página

§ 3. Antecedentes y primeros ensayos de la filosofía cristiana

Durante los tres primeros siglos de su existencia, el Cristianismo hubo de sostener tres grandes luchas: la lucha contra la corrupción de costumbres y las pasiones del hombre; la lucha contra las masas politeístas y los poderes públicos, apegadas aquellas a sus supersticiones, y estos a sus máximas de omnipotente cesarismo; la lucha contra las sectas y herejías, empeñadas en desfigurar y destruir la pureza moral y la verdad dogmática de la nueva religión. Las necesidades inherentes a esta triple lucha dieron origen a una triple literatura eclesiástica, destinada la primera a sostener, realzar y afirmar el principio moral, la santidad de las costumbres y el fervor de la fe; la segunda a vindicar al Cristianismo de las calumnias y persecuciones de que era objeto; y la tercera a combatir y desenmascarar los propósitos, tendencias y errores de la herejía, poniendo a salvo el depósito sagrado de la revelación. La primera clase de literatura, que pudiéramos llamar didáctica y moral, arranca de los Apóstoles mismos; pero prescindiendo de ellos y también de los evangelios apócrifos, se halla brillantemente representada por las Epístolas de Clemente a los fieles de Corinto y a las Vírgenes, por el famoso Pastor de Hermias, verdadero tratado de teología moral cristiana, por las Cartas de San Ignacio de Antioquía, y la que San [12] Policarpo, discípulo de San Juan, escribió a los cristianos de Filipos.

La segunda clase, o sea la literatura apologética, fue cultivada por varios apologistas de los primeros siglos, entre los cuales sobresalen Atenágoras, San Justino, Tertuliano, Arnobio, sin contar a Cuadrato, Milciades, Taciano, Arístides y algunos otros menos importantes. Los varios escritos de Tertuliano contra Marción y otras sectas, su Apologeticus y su excelente tratado De Praescriptionibus, la grande obra de San Ireneo Adversus haereses, los Stromata de Clemente Alejandrino, y el tratado de Orígenes Contra Celsum, representan la tercera especie de literatura eclesiástica, que pudiéramos llamar polémica y también dogmática.

Natural era y necesario que la Filosofía cristiana diera sus primeros pasos al calor de esta triple lucha de la Iglesia contra el paganismo; y así sucedió en efecto. Al lado del principio moral cristiano, como protesta viva contra las teorías éticas de la Filosofía pagana, los apologistas y controversistas cristianos viéronse en el caso y en la necesidad de exponer, discutir y comparar con las afirmaciones de la nueva religión las afirmaciones de la Filosofía greco-romana. Así vemos a Atenágoras y San Justino, a Tertuliano y San Ireneo, a Clemente de Alejandría y Orígenes, a Arnobio y Lactancio, poner de relieve, unas veces los errores, la esterilidad y las contradicciones de la Filosofía helénica, y procurar en otras ocasiones demostrar la armonía y conformidad de esta con el Cristianismo, en lo que tiene de más elevado y sólido, y hasta buscar el origen de esta elevación y de la verdad parcial [13] que contiene en los libros y tradiciones de la Biblia.

Al lado y en pos de los apologistas y teólogos cuyos trabajos y escritos iniciaron el movimiento filosófico-cristiano, bien que de una manera indirecta y parcial, apareció la escuela catequética de Alejandría, a la cual cabe la gloria de haber dado vigoroso impulso a aquel movimiento filosófico, imprimiéndole una dirección más conciliadora con respecto a la Filosofía griega, a la vez que desarrollaba y completaba la Filosofía cristiana. La tendencia sintética y conciliadora de la escuela alejandrina, opuesta a la tendencia separatista y exclusivista de una gran parte de los apologistas y polemistas antiguos, divide la Filosofía patrística cristiana de los cuatro primeros siglos en dos escuelas, que denominaremos escuela alejandrina y escuela africana, debiendo advertir que Alejandría, aunque pertenece al ífrica por su posición geográfica, considerada como centro literario, puede apellidarse y es ciudad greco-oriental.