φñZeferino GonzálezHistoria de la Filosofía (1886)

tomo segundo:2021222324252627282930Imprima esta página

§ 24. El movimiento Isidoriano

Ya hemos indicado que el libro de las Etimologías es una especie de enciclopedia de los conocimientos humanos en la época de su publicación. Pero la importancia de las obras de San Isidoro, y especialmente la de sus Etimologías, más que en su mérito intrínseco, –aunque muy notable, atendida la época– debe buscarse en la influencia incontestable y eficaz que ejerció en toda España bajo el punto de vista filosófico y literario. Expresión y resumen probablemente de las lecciones orales pronunciadas por San Isidoro en su grande escuela sevillana, las Etimologías representan la base y el punto de partida del gran movimiento intelectual que colocó a la España del siglo VII por encima de las demás naciones. Sobre el modelo de la escuela fundada y organizada en Sevilla por San Isidoro, se fundaron, como hemos dicho, otras en Toledo, Zaragoza, Barcelona, Braga, Córdoba, Vich y otras partes, y los nombres de Braulio y Tajón, obispos de Zaragoza, de San Ildefonso y Julián, de Toledo, así como los de Idacio de Barcelona, Conancio de Palencia, Fructuoso de Braga, evidencian el influjo poderoso y universal de la escuela isidoriana en toda la Península ibérica. Desde las costas orientales hasta la [107] desembocadura del Tajo, desde las montañas astúricas hasta las riberas del Betis, aparecieron por todas partes escuelas clericales y monacales, o fundadas, o dirigidas por los discípulos de San Isidoro. Expresión y resultado de este gran movimiento científico, filosófico, religioso y literario, fueron, además de los nombres citados, los famosos Concilios de Toledo, el no menos célebre Forum Judicum, primer ensayo de una legislación racional y filosófica entre los pueblos bárbaros, el Collectaneum, o sea los cinco libros Sententiarum de Tajón, primer ensayo teológico-escolástico, y los Prognósticos del siglo futuro, en que San Julián trata y discute filosóficamente la espiritualidad e inmortalidad del alma humana.

El impulso comunicado a las ciencias por San Isidoro y sus escuelas fue tan enérgico, tan universal y tan profundo, que no pudo ser ahogado por la invasión agarena. En medio de la gran catástrofe, y después de ella, florecen todavía las escuelas cristianas que representaron por siglos la tradición isidoriana. Isidoro de Beja, que dejó consignada en su Chronicon la jornada infausta del Guadalete y sus consecuencias inmediatas, de las que había sido testigo; Juan, Obispo de Sevilla, conocido por su correspondencia literaria con ílvaro de Córdoba; Bracario, su antecesor, que había impugnado y rechazado la doctrina de Orígenes acerca del alma,{1} los ílvaros, Eulogios, Esperanideos de Córdoba, Hatón, Obispo de Vich y maestro [108] de Gerberto, demuestran la continuación del movimiento literario isidoriano a través de las calamidades, resistencias y contradicciones de la dominación musulmana.

Además del Trivium y del Quatrivium, que constituían la enseñanza general de las escuelas públicas por aquel tiempo, en la escuela isidoriana se enseñaba hebreo, griego, geografía, derecho, teología moral, historia y cosmografía, siendo muy de notar para aquella época las nociones e ideas geográficas, filosóficas y cosmográficas que contiene el libro que con el título De natura rerum escribió San Isidoro, sin contar las que se hallan en las Etimologías.

La escuela y las obras de San Isidoro constituyen además una demostración práctica e ineluctable de que la Europa cristiana no necesitó de los musulmanes para marchar por los caminos de la civilización y de las ciencias, y que lo que éstos hicieron fue más bien entorpecer y paralizar el impulso dado por el gran Arzobispo de Sevilla, propagado y continuado por sus discípulos y sucesores.

Todavía es más infundada e inexacta la opinión de los que afirman que la Europa cristiana debió a los árabes, y principalmente a Averroes, el conocimiento de los escritos de Aristóteles. Los que tal dicen, seguramente no han leído las obras de San Isidoro, porque, de haberlo hecho, no es posible que sustentaran semejante opinión, la cual, después de todo, no es más que la reminiscencia de las iras y exageraciones antiescolásticas de algunos escritores del Renacimiento, a la vez que el eco de las aficiones averroísticas de otros. Sin salir del tratado ya citado de las Etimologías, se ve [109] claramente por su contenido que su autor conocía la mayor parte de las obras de Aristóteles, y que siglos antes que naciera en Córdoba el famoso comentador aristotélico, se disputaba ya en Sevilla sobre la substancia, la cualidad y demás predicamentos; sobre el silogismo y sus reglas; sobre el Isagoge de Porfirio y los universales, y se comentaban los libros del Estagirita que tratan del alma, de la moral, de la generación y corrupción, de la retórica y la política, y casi todos los demás, si se exceptúan acaso los libros Metaphysicorum y la Historia animalium. No podía suceder de otra manera, toda vez que entre los autores que cita y sigue paso a paso en sus obras, y, sobre todo, en las cuestiones filosóficas, ocupa lugar preferente Boecio, el cual, según se desprende de sus mismas palabras,{2} tradujo y comentó la mayor parte de las obras de Aristóteles.

Si nuestro San Isidoro es el iniciador y el representante legítimo de un gran movimiento literario en la Península española, es también el eslabón de la cadena que une la concepción filosófico-patrística con la concepción filosófico-escolástica, que tan extraordinarias señales de fecundidad había de dar, andando el tiempo. [110]

En este concepto y desde este punto de vista, Ozanam pudo escribir con razón: Isidore de Seville compte avec Cassiodore et Boëce parmi les instituteurs de l'Occident.

——

{1} «Ea quae Bracarius episcopus in suis dogmatibus per omnem suam ecclesiam dicit agnoscenda, inter caetera ita instituit: animas hominum non esse ab initio inter caeleras intellectuales naturas, nec simul creatas, sicut Origenes finxit.» Flórez, España Sagrada, t. XI.

{2} He aquí cómo se expresa el ilustre patricio romano, en sus Commentaria in Aristotelem: «Ego omne Aristotelis opus quodcumque in manus venerit (téngase presente que Boecio había morado en Grecia por espacio de muchos años), in romanum stylum vertens, eoruin omnium commenta latina oratione perscribam, ut si quid ex logicae artis subtilitate, et ex moralis gravitate peritiae, et ex naturalis acumine veritatis ab Aristotele perscriptum est, in omne ordinatum transferam, atque id quodam luimine commentationis illustrem.» Es muy probable que San Isidoro tuvo a la vista versiones y comentarios aristotélicos que no han llegado hasta nosotros.