φñZeferino GonzálezHistoria de la Filosofía (1886)

tomo tercero:3031323334353637383940Imprima esta página

§ 33. Vázquez y Arriaga

Cuando Soto y Cano descendieron al sepulcro, entraba en el año noveno de su edad Gabriel Vázquez, insigne filósofo y teólogo jesuita, que nació en Belmonte de Cuenca y falleció en Alcalá en 1606. Por espacio de muchos años había sido profesor de teología en Roma, y allí escribió gran parte de sus obras. Las principales son los Comentarios y disertaciones (Disputationes) sobre la Suma de Santo Tomás, y sus Disputationes Metaphysicae. En todas ellas, el insigne jesuita sigue las buenas tradiciones de Victoria, Soto y Cano, lo mismo en la forma que en el fondo, si bien [141] alguna vez se deja llevar a ciertas cuestiones más o menos inútiles en sus voluminosos comentarios sobre la Suma, y hasta en la metafísica misma, en la cual, no obstante ser obra relativamente poco voluminosa y faltar en ella algunos problemas importantes, encontramos una disertación encaminada a examinar: An Deus extra coelum, vel in vacuo intra coelum esse possit, aut ante mundi creationem alicubi fuerit.

Apresurémonos a consignar que Vázquez incurre muy rara vez en este defecto, al menos en sus Disputationes Metaphysicae, que es la obra que hace a nuestro propósito. Una de las cosas que en ésta llaman más la atención es el conocimiento exacto de las opiniones y teorías de las diferentes escuelas y autores, siendo muy recomendable a la vez por la claridad de la exposición y por el rigor filosófico del método.

En este libro, que puede considerarse como un tratado de ontología y de teodicea, Vázquez sigue la doctrina de Santo Tomás, del cual apenas se separa sino es en la cuestión relativa a la distinción real entre la esencia y la existencia en las cosas finitas y en la que se refiere al concepto propio de la unidad trascendental. Al tratar de la existencia de Dios, Vázquez afirma que había muchos ateos en su tiempo (cum magna turba Atheistarum hac nostra aetate in Ecclesia irruerit); atribuye grande influencia en este fenómeno al protestantismo, y hasta nos habla ya de esos ateos políticos que sólo admiten a Dios y la religión como expedientes de gobierno{1} para contener al [142] pueblo. A la penetración de Vázquez no se ocultaba la influencia perniciosa que la llamada Reforma ejerció desde sus primeros pasos, en el orden de las ideas y en el orden de los hechos.

En la disertación que dedica a discutir la existencia de Dios, Vázquez aduce en favor de ésta, además de la prueba cosmológica y de la prueba moral, la prueba ontológica de San Anselmo, cuya legitimidad y valor demostrativo parece reconocer en absoluto. La eternidad es, según Vázquez, duratio permanens, uniformas, sine principio et fine, mensura carens, definición que difiere algo de la de Boecio, adoptada y seguida generalmente en las escuelas.

Arriaga (Rodrigo), correligionario de Vázquez, nació en Logroño, año de 1592. Después de enseñar Filosofía en Valladolid y Teología en Salamanca, pasó a Praga, en cuya universidad fue profesor de teología y canciller por espacio de muchos años.

Sin contar su extensa obra de teología, de la cual llevaba ya publicados ocho volúmenes en folio cuando le sorprendió la muerte (1667), y en la cual, como todos los escolásticos, discute y resuelve varios problemas pertenecientes a la Filosofía, Arriaga escribió un Cursus philosophicus, obra que representa, por su forma y por su fondo, la restauración parcial de la Filosofía escolástica, en sentido análogo al de Vázquez, Soto, [143] Toledo, Báñez, Suárez, Fonseca y demás escolásticos de la época.

Porque si bien es cierto que en el prólogo manifiesta su propósito de no seguir a éste o aquél autor, sino de buscar únicamente la verdad (solam ac nudam veritatem ante oculos mihi obversatam, et omnem me erga hunc aut illum Auctorem exuisse affectum), propósito que antes que él habían manifestado y puesto en práctica Durando y Campanella; si bien es cierto que en el mismo prólogo escribe con razón que el ingenio humano no se concluyó o quedó agotado en Platón y Aristóteles (ingenium non in solo Platone aut Aristotele terminatum est), sino que lo poseyeron tan grande o mayor que aquéllos, Santo Tomás, Cayetano, Molina, Suárez y otros muchos, sin contar la superioridad y ventajas de nuestra experiencia{2} sobre la de nuestros antepasados, no es menos cierto que ni por el procedimiento, ni por las conclusiones, la obra de Arriaga no se distingue gran cosa de las publicadas sobre la materia por sus antecesores y contemporáneos. El jesuita riojano se complace, a la verdad, en traer a colación y discutir las opiniones de otros autores; pero ni estas frecuentes discusiones, ni sus resultados, responden al espíritu crítico e independiente de que hace alarde en el prólogo. [144]

El punto de vista más original y de alguna importancia que se encuentra en la Filosofía de Arriaga, es su opinión acerca de la identificación de la cantidad o extensión con la materia prima, pues nuestro filósofo tiene por probable que la cantidad no se distingue de la materia (probabile est quantitatem non distingui a materia prima), opinión que ofrece cierta afinidad con la doctrina de Descartes, para el cual la esencia del cuerpo consiste en la extensión.

De todos modos, Arriaga tiene el mérito de haber continuado y afirmado en el siglo XVII, al menos en el orden teórico, el pensamiento crítico y regenerador iniciado y representado durante el siglo anterior por Luis Vives y Melchor Cano.

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{1} «Dura pravi homines hujus temporis, maxima inconstantia ex catholicis fiunt luterani, ex luteranis zuingliani, et ex his calvinistae, atque singulas sectas experiuntur et profitentur.... Deum esse negant. Hi atheistae jam nunc Politici dicuntur, quod aliarum rerum procurationem non habeant, quam earum quae ad externam reipublicae gubernationem pertinent, de religioso autem cultu ea ratione duntaxat solliciti sunt, quatenus ad continendos populos in civili disciplina et obedientia, arbitrio humano expedire judicaverunt.» Disp. 14, cap. I.

{2} «Non ambigo in D. Thoma, Cajetano, Molina, Suárez aliisque multis, tantum, si non majus, quam in illis fuisse. Experientiae, extra controversiam, nobis longe superiores sunt; quae enim illi observarunt, nos eorum saltem auctoritate freti novimus: multis alia singulis diebus innotescunt, quae tunc latuerunt; ¿cur ergo et nobis non licebit consequentias novas deducere, ab ipsis deductas non semel nullas fuisse ostendere, momenta rationum non nunquam ad lancem reponere, et leviora manifeste deprehendere?»