21 de febrero de 1795José de Uribe · Manuel de Omaña

DICTAMEN

Que por superior orden del excelentísimo e ilustrísimo señor doctor don Alonso Núñez de Haro y Peralta dignísimo arzobispo de esta diócesis etcétera y etcétera.

EXPUSIERON

Los doctores y maestros don José de Uribe, canónigo penitenciario, y don Manuel de Omaña canónigo magistral de esta santa Iglesia metropolitana de México.

SOBRE

El sermón que predicó el padre doctor fray Servando Mier del Orden de Santo Domingo en la Insigne y Real Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe el día 12 de diciembre de 1794 en la solemne festividad de la milagrosa aparición de dicha santa imagen.

Si et ridebitur alicubi, materiis ipsis satisfiet:
multa sunt sic digna revinci, ne gravitate adorentur.

Ter. in L. advenis Valent, cap. 5.

Excelentísimo e ilustrísimo señor.

Por la declaración que ha dado el padre doctor fray Servando Mier, de orden de vuestra excelencia ilustrísima consta ya en forma lo que sabían muchos y presumían los más; esto es, que el padre Mier no ha hecho, sino publicar en el púlpito los pensamientos originales del licenciado don Ignacio Borunda, sobre la aparición de Nuestra Madre Santísima de Guadalupe.

Ha exhibido el padre Mier un sermón que dice lo ha sacado de su memoria fielmente y al tenor preciso en que lo dijo. Parece que en él se le olvidaron algunas cosas que sin duda produjo y que constan en sus primeros apuntes.

El notario, por equívoco, en lugar de preguntarle, si la tradición en que se apoyaba era universal, invariable y constante, refirió esta pregunta al libro manuscrito de Borunda. El padre respondió lo que consta, diciendo y con razón, que no entendía la pregunta; pero esto nada importa, para el asunto.

El predicador manifiesta claramente la persuasión en que se mantiene de ser verdaderas las ideas del licenciado Borunda{1} en su libro manuscrito intitulado Clave historial, que intenta darlo a luz y dedicarlo a nuestro augusto soberano.

Pero en obsequio de la verdad y para que no se impute al licenciado Borunda la falta de que es culpable el padre Mier, debemos hacer presente: que dicho licenciado aunque le comunicó al predicador a repetidas instancias sus pensamientos, no tuvo parte en que los publicara en el púlpito; pues antes bien procuró en algún modo retraerlo de esto. Copiaremos aquí a la letra el papel que en el día 7 de este enero escribió el licenciado a uno de nosotros (el penitenciario) «como hablo con quien conoce mi cortedad y se halla tan ocupado, dejo, este apunte de que a aquél sujeto ni le he visitado jamás, ni le conocía, y el cual ocurrió como cuatro o cinco veces apurado por materia como 15 días antes. Y habiéndole manifestado de buena fe mis apuntes le previne que exigen tratado difuso que aquel no podía fundar en un rato. No obstante él formó lo que le pareció, pero con riesgo suyo, como que a mí no correspondía calificar si era propio o ajeno del teatro.{2} Después me pidió lo conducente de mis borradores para manifestación de los fundamentos de su rudus indigesta que moles» Por lo que no es nuestro ánimo culpar al licenciado Borunda, y protestamos sinceramente; que cuanto dijéremos sobre su sistema debe referirse a la obra y no al autor, a quien no pretendemos injuriar ni zaherir.

Para calificar nosotros el sermón del padre Mier no necesitábamos hacernos cargo del sistema de Borunda, ni exponer el juicio que formamos de él. Aun cuando se calificara de verosímil, nuestra censura sería la misma que expondremos en su lugar, pero creemos propio de nuestra obligación no desentendernos enteramente de un sistema, que ha hallado ahora algunos protectores, y que en otros tiempos especialmente si pasaba a países en donde no se tiene la instrucción que aquí del idioma y tradiciones mexicanas, pudiera alucinar a algunos. Buen ejemplo nos dan de esto los modernos Buffon, Paw y otros varios que no obstante su erudición han delirado tanto estas materias.

Trataremos, pues, antes de calificar el sermón, del ridículo y delirante sistema borundiano, indicando algunas reflexiones que demuestran: que los delirios de Don Quijote de la Mancha, variada la materia, no se concibieron sólo en el festivo celebro de Cervantes.

En efecto el licenciado don Ignacio Borunda nos parece un Don Quijote histórico mexicano, que imaginándose, como el manchego que se dolía tanto de ver enteramente perdida la caballería, no haber historia alguna fiel mexicana, haber sido todos sus historiadores unos ignorantes del idioma, tradiciones, religión y costumbres de las naciones del Nuevo Mundo, quiso él resucitar esta muerta y perdida historia. No extrañe vuestra excelencia esta alegoría, que por ridícula podría parecer menos propia del serio y grave asunto que tratamos; porque cuando hablamos de delirios y de hombres delirantes es necesario explicarnos de esta manera y usar tal vez de una clase de estilo, que según la máxima de Horacio suele ser muy eficaz y propio para el convencimiento.

Ridiculum acri
Fortius et melius magnas pleruntque secat res.

El licenciado Borunda hombre de muy buenas costumbres, aplicado y que no carece de talento, es por otra parte de un genio oscuro, tétrico y recóndito, que desde su juventud en el Real Colegio de San Ildefonso daba no pocos anuncios de una fantasía expuesta a perturbarse. Dedicado en estos últimos años al idioma mexicano, y proporcionándole algunas comisiones relativas a indios por su profesión de abogado, el trato con éstos, y los viajes a varios de sus pueblos, se creyó y a en disposición de hacer su primera salida y desagraviar al orbe literario de los entuertos históricos que ha recibido de cuantos historiadores de Indias han escrito hasta el día.

A este fin ha leído según se colige de sus citas a Torquemada, Clavijero, Boturini y algún otro de esta clase de autores; pero ha tenido la desgracia de entresacar lo que ellos mismos califican o de menos probable, o de enteramente infundado y falso.

Ha dado otro paso, y éste ha sido su mayor precipicio. El idioma mexicano, como todos o casi todos los más, tiene palabras que significan cosas muy diferentes; a más de esto es alegórico y simbólico, sirviéndose muchas veces para significar una cosa de las calidades o atributos en que se asemeja a otras diferentes. Gobernado de estas ideas el licenciado Borunda se vale de una palabra, o interpretándola no según su vulgar y común significación, sino según otra que pueda tener, busca alguna alegoría y semejanza; y como cuantas cosas hay en este mundo por disímbolas y distintas que sean, se parecen en algo, las interpreta por aquella parte en que se asemejan y que es conforme a la idea que se propone; y da por cierto que el sentido alegórico que él inventa ha sido el de los indios. Pero como no bastaban las alegorías para llenar su idea, recurre a otros dos arbitrios que son variar las palabras y componerlas. Aunque todos los mexicanos hayan escrito hasta ahora Hitzilupuchtli, o Huitzilopochtli, Borunda quitando una letra, (y aún dos si se cuenta con la h) escribe Uitzlupuchtle para variar a su antojo la significación. Arbitrio igualmente del idioma en orden a la composición hace a las palabras simples compuestas y a las verdaderamente tales las anatomiza y divide a su capricho. El término omixiuiluitzino, que en la interpretación de Becerra Tanco se compone del nombre ix que significa semblante y el verbo cui que significa coger puesto en pasiva cuilo y da entender ser patente a todos el semblante de algo; este verbo, pues, lo diseca Borunda en iluitzino y mixiui dándole la disparatada inteligencia que después trasladaremos. Y éstos son los dos ejes del sentido compuesto y alegórico, sobre que rueda la portentosa máquina de Borunda. Sirva ya de ejemplo el extrañísimo delirio con que prueba que la imagen de Guadalupe representa a María Santísima preñada del verbo encarnado. Dice pues, que la imagen está ceñida con un cíngulo, el cual sólo se descubre por un ñudo que está sobre el vientre; ñudo en mexicano se llama tlalpilli, y ésta es la palabra simple; pero tlalpilli, continúa, también se puede entender por el principal de la tierra (acaso será componiendo una palabra de tlalli que significa tierra y pilli que significa caballero o noble). He aquí pues, el discurso, o delirio de Borunda. La Virgen de Guadalupe tiene sobre el vientre un ñudo que en mexicano se llama tlalpilli; tlalpilli significa también, o puede significar el principal de la tierra; es así que el verbo encarnado es el principal de la tierra; luego el ñudo que la Santísima Virgen tiene sobre el vientre, significa que está preñada del verbo encarnado. ¿Fue otro el delirio de Don Quijote cuando creyó, que la manada de carneros significaba un ejército o cuando tuvo por un gigante como el Briarco al molino de viento? Si este discurso de Borunda con todos sus cien términos silogísticos se aplica a cualquiera india preñada, aunque sea ramera, que esté ceñida y que tenga, como muchas veces traen, el ñudo sobre el vientre, ¿no se concluye la herejía más heretical que se haya oído?

No es menos ridícula la etimología de Tomatlán barrio situado al oriente de México en las cercanas de San Lázaro. El peñón esto es, aquel cerrillo al oriente de México, a cuya falda brotan unas saludabilísimas aguas no tiene, dice Borunda, por memoria o por tradición, anotación con que se distinguiese entre los indios, y sólo puede serlo aquel terreno o barrio que se llama Tomatlán. Sea así, pues Borunda lo dice, y oigamos ahora su inaudito discurso. La palabra tomatl, aunque simple y que significa tomate, si se descompone (capaz es Borunda de componer y descomponer con este arbitrio los entes más simples) resulta atl agua y tome de Tomás. He aquí convertido a Santo Tomás en tomate, o al tomate en Santo Tomás. Sigue el discurso: Tomatlán se compone de itlan cerca del tomatl, esto es cerca del agua de Tomás. Raro y monstruoso modo de alegorizar etimologías. Pasemos por la cercanía imaginaria del barrio de Tomatlán que dista media legua o más del peñón. La realidad es que de la palabra tomatl que significa tomate, y de la preposición tlan que significa junto o entre, se compone el barrio que tiene por nombre Tomatlán, o el lugar que está entre los tomates, por los muchos que habría en aquellos sitios, en otro tiempo cubiertos de agua, y en el que sin duda estarían plantadas muchas{3} chinampas en las que se cultivaría el tomate, como se observa aún hoy en todas las riveras de México. Con este nuevo arbitrio etimológico no hay desatino que no pueda asentarse, ya dividiendo a su arbitrio las palabras compuestas, y ya haciendo compuestas y dividiendo las simples; pudiendo v. g. decirse que la palabra latina corpus puede significar no sólo el cuerpo, sino la podre del corazón derivándolo de cor y pus. Pero entre las graciosísimas y adisparatadas aventuras del sentido compuesto y alegórico felizmente acabadas por nuestro caballeresco historiador, ninguna hay más rara que la aventura del tompiatle. Hay como todos sabemos, en la villa de Guadalupe junto a la iglesia antigua un manantial de agua azufrosa que llaman comúnmente el pocito. Supone Borunda que dicho manantial tiene la cavidad cilíndrica, y por tanto da por asentado que su figura es de cilindro. Concédase por ahora esto, y oigamos el discurso. El pocito de figura cilíndrica se parece al tompiatle que tiene igual figura; es así que tompiatle, en mexicano tompiatle, significa lo que guarda el fuego de Tomás, luego el pocito advierte parte de los prodigios que obraba aquel apóstol. La menor de este silogismo que por no estar en ninguna de las figuras que conocen los lógicos, estará también en figura cilíndrica, la menor pues de este silogismo la prueba nuestro autor usando de su cuchillo anatómico y dividiendo la palabra del modo siguiente: tetl fuego, pia guarda, tome Tomás quod erat demostrandum{4}. No importa que tompiatle sea palabra simple, no importa que el nombre tetl cuando entra en composición con verbo, y se pospone no debe perder las finales tl, nada importa todo esto, por que fuera cosa muy sensible que por dos letrillas, o que por unos impertinentes escrúpulos se hubiera de desgraciar este importante descubrimiento. Dichosas tiendas mestizas y de cacahuatería que no ya por semejanza, como el pocito parecido al tompiate sino real y verdaderamente depositan en los muchos tompiates que en ellas hay, tantos gloriosos monumentos que advierten parte de los prodigios que obraba aquel apóstol.

Sobre estos fantásticos, ridiculísimos y vanos cimientos ha levantado sin duda el licenciado Borunda su edificio de la Clave Historial. No es de nuestro cargo impugnar éste en toda su extensión; pero no podemos desentendernos de aquella parte de la clave que abrió a Borunda la puerta para los delirios guadalupanos que inspiró al padre Mier. Delirios que a no haber causado tanto escándalo en el público y que pudieran acarrear perniciosas resultas, deberían mirarse con sumo desprecio, sin otra providencia que curar el celebro a sus infatuados autores. Pero siendo preciso decir algo sobre ellos, y no siendo justo empeñar mucho las armas de la razón para rebatir locuras, sólo tocaremos algunos puntos de este desvariado sistema.

Todo él cae por tierra con sólo reflexionar las imaginarias épocas que soñó Borunda relativas a los mexicanos y sus antecesores. Él supone fundado ya y habitado el imperio de los toltecas en el país de Anáhuac a los cuarenta años de nuestra era vulgar, siendo así que apenas hasta el sexto o séptimo siglo de ella no se encuentran entre todos los historiadores juiciosos, vestigios que den alguna idea verosímil de la población del país de Anáhuac. Él confunde el tránsito de los pobladores de la América, que bien pudo ser o antes del diluvio, o si se quiere que sea después, por los descendientes de Nephtuin hijo de Mesraim y nieto de Cham. Él confunde, decimos, este primer tránsito que pudo ser a los países septentrionales de la América, con la población de Anáhuac de que no hay vestigios hasta el siglo sexto o séptimo de la era vulgar. Él adopta la vanísima opinión de una inundación general acaecida en todo este continente, que creyeron Buffon y Paw, y añadió de su celebro que esto acaeció en la muerte de Cristo. Pasa su desvarío a asentar que este hecho está profetizado al capítulo XXVI de Isaías, sin duda en el verso XIV sin otro fundamento sino porque allí se nombran gigantes;{5} lugar que no sabemos cómo pueda acomodarse a la pretendida inundación. Quizá es peor que todo lo dicho el que fija la época de la fundación del imperio mexicano a los cuatrocientos años de la muerte de Jesucristo. Desatino que sólo puede producirlo, quien no tenga ni la primera idea de la historia de este imperio.

Pero que mucho que se asienten éstas y semejantes quimeras contra lo que han escrito todos los historiadores desde Cortés hasta Clavijero, contra todo lo que manifiestan los mapas y pinturas antiguas, contra las tradiciones universales y más bien fundadas, que aprendieron de los primeros indios convertidos y de sus hijos y nietos los Benaventes y Sahagunes, los Alvas, Pimenteles y Acostas, si en concepto del licenciado Borunda ninguno de los que han escrito hasta ahora ha sabido esta historia, porque ninguno ha comprendido la energía simbólica del idioma y el verdadero espíritu de sus jeroglíficos, como lo ha expresado alguna vez a mí el penitenciario y lo da a entender claramente en su clave. Acabaron de alucinar a Borunda las piedras colocadas en la universidad, y al pie de la nueva torre de la catedral. Ha demostrado ya don Antonio de León y Gama que la primera no es otra cosa que un conjunto de jeroglíficos que representan varios atributos propios de diferentes Dioses como son la Teoyaomiqui, númen destinado a recoger las alas de los muertos, así en la guerra, como en los sacrificios después del cautiverio, de Cohuatlycue madre de Huitzilopochtli, de Cihuacohuatl, de Quetzalcohuatl y Mictlanteuhtli señor del infierno y de otros varios de sus muchos Dioses. Atributos y jeroglíficos que aunque diferentes tienen entre sí cierta orden y analogía, con que se forma una escritura, ante la cual hacían cada año las honras y exequias en memoria de los reyes, señores y soldados muertos en las batallas. Igualmente está demostrado y lo conocerá cualquiera que tenga ojos y alguna idea de la astrología y mitología mexicana, que la piedra colocada al pie de la torre nueva a solicitud de los canónigos comisionados para la obra, es un monumento, que contiene mucha parte de los fastos mexicanos, y también un calendario astronómico para explicar el periodo de los 260 días del año lunar. Pero por más que convenzan este modo de pensar los calendarios que se hallan descritos en Balades, Gemely, Beitia, Clavijero y otros muchos; por más que conspiren a lo mismo cuantos autores han escrito sobre la astronomía de los indios, el licenciado Borunda ve en ambas piedras con ojos simbólicos una cronología desde el principio del mundo hasta la muerte de Jesucristo, y un compendio de misterios relativos a la venida de Santo Tomás y a su nuevo pensamiento guadalupano. Digan los autores lo que quieran, clamen cuanto puedan los eruditos mexicanos que hoy viven, Borunda se mantiene firme en que la piedra de la torre es el verdadero Teomaxtli, o libro de Dios. No de otro modo que a pesar de los clamores de Sancho creía firmemente don Quijote, que la bacía del barbero era el mismo yelmo de Mambrino fabricado de un oro puro.

Es verdad que aunque el licenciado Borunda es un autor original y según nos parece el primero de este sistema, por lo que respecta a la impresión y estampación Guadalupana, pero en todo lo demás que sirve de fundamento a esta exótica idea, es decir en la venida de Santo Tomás y su identidad con Quetzalcohuatl ha tenido autores que seguir, y uno en particular de que sin duda copió sus fantásticas alegorías. Esta identidad entre Santo Tomás y Quetzalcohuatl{6} la promovió también el sabio y erudito Sigüenza en sus manuscritos de que hacen mención Betancur y el señor Eguiara en su Biblioteca Mexicana. Esta obra, o se perdió porque no sabemos que nadie la haya visto, o no llegó a escribirla Sigüenza, o se quedó ideada sólo y proyectada, como juzga alguno no sin fundamento. Pero por una dichosa contingencia ha llegado en estos días a nuestras manos un volumen en folio manuscrito tan conforme en todo a las ideas de Borunda, menos en las relativas a la imagen Guadalupana, que no dudamos haberlas trasladado fielmente de él. Débanos su autor, por otra parte benemérito, la moderación de callar su nombre, al que le hace tan poco honor esta disparatadísima obra intitulada Fénix del occidente, ave intelectual de rica pluma el apóstol Santo Tomás. Pero no omitiremos, para que no se nos censure, la alusión con que algunas veces hablamos de la obra de Borunda que el mismo autor del Fénix la anunció por su boca en el prólogo de la obra. «Y cuando esto así sea, y que ni la del célebre don Carlos, ni la mía hayamos emplumado a este Fénix, servirá la falta de una y otra de espuela, y estas mis rudas hojas de selva, en que entrando libremente y saliendo alguno de los caballeros andantes por los campos de la historia, sirvan a su exquisito gusto y paladar de ensalada, o vianda más sabrosa.»

No se nos oculta que aún cuando fuese cierta la venida de Santo Thomas a evangelizar a esta América, nada se concluía a favor de la aparición Guadalupana en su capa. Conocemos también que el arribo y predicación del apóstol a estos países es un problema histórico en el que no han faltado autores eruditos que sostengan la opinión que la afirma. A vista de esto nos creeríamos excusados de tratar este asunto, si una triste experiencia no nos enseñara las perniciosas consecuencias que personas aún eruditas han deducido de aquella venida, y cómo de siglo en siglo se ha ido desfigurando, pasando de grado en grado de una opinión probable, a un delirio improbable y aun pernicioso. Esto nos obliga a tratar con alguna extensión este punto, haciendo ver que el desnudo hecho de la venida de Santo Tomás a estos países, aunque no aparezca del todo falso, es poco probable; que su identidad con Quetzalcohuatl es una anécdota evidentemente falsa, dimanada de un torpísimo anacronismo; y últimamente, que aún cuando Santo Tomás hubiese venido a este reino y fuese el verdadero Quetzalcohuatl es un grande delirio creer que se estampó María Santísima de Guadalupe en su capa.

Afirmaron, no hay duda, algunos autores de esta América, de España y aún de los países extranjeros, sin fundarse en los jeroglíficos y símbolos mexicanos, que Santo Tomás vino a estos países y predicó a sus gentes; pero esto por sólo dos levísimos fundamentos. Fue el primero que habiéndose dado a las Américas el nombre de Indias por ser semejante a los que llevan este verdadero nombre en sus riquezas; conducidos algunos con la equivocación de los nombres opinaron que Santo Tomás que había predicado en la India, había evangelizado también en estas Indias. El segundo fundamento lo ministraron los restos de la religión católica que hallaron los primeros conquistadores en la América, ya por las noticias que encontraron en sus moradores de algunos misterios y ritos de nuestra religión, bien que obscurecidos entre groseras supersticiones y torpes errores, y ya por las cruces célebres que se encontraron en varios lugares conservadas en ellos antes de la conquista. Pero en cuanto a lo primero no es inverosímil, como opinan algunos críticos e historiadores juiciosos, que el demonio a quien Dios había permitido que dominara a estos pueblos e inspirara en ellos un compuesto abominable{7} de todos los errores y atrocidades que recibió en diferentes partes la gentilidad, pusiese particular estudio en establecer aquí esta impía imitación, ya fuese por abusar de las ceremonias sacrosantas (así se explica discretamente el elocuente don Antonio Solís) mezclándolas con sus abominaciones; o porque no sabe arrepentirse de aspirar con este género de abominaciones a la semejanza del altísimo. Cuanto al segundo las cruces célebres de Yucatán, de la Mixteca, de Querétaro, de Tepique y de Tianguistepec, o pudieron ser levantadas por noticia que tuvieran de la que erigió en la Isla Española Cristóbal Colón en su primera conquista en el año de 1492, o después en su segundo viaje, o últimamente en el de 1503 en que fundaron allí sus monasterios los religiosos de San Francisco. Los orígenes y principios de los reinos y los primeros años de sus conquistas, se hallan siempre envueltos en mentiras y fábulas. La piedad mal entendida, especialmente si se trata de cosas extraordinarias y milagrosas, finge con facilidad y cree sin repugnancia cuanto le parece que sirve de fomento a la devoción. Si las tradiciones de la antigüedad de dichas cruces hubieran sido universalmente recibidas no rehusaríamos darles crédito; pero ellas no se ven autorizadas en su origen sino por relaciones de algunos indios, y después publicadas por uno, u otro manuscrito en que alguno de sus mismos autores protesta no saber si lo que escribe es cierto. Pero si nosotros hubiésemos de tomar partido en este punto, no dudaríamos exponer la censura de los críticos una conjetura no mal fundada. Sea en hora buena que las noticias que se hallaron en estos países de algunos de los misterios de nuestra religión, que la semejanza con sus ritos, y que las cruces que en él había anteriores a la conquista prueben que alguno o algunos ministros evangélicos vinieron a este continente y enseñaron en alguna o algunas de sus partes el evangelio. ¿Luego hubo de ser este Santo Tomás ocupado, como consta, en otras conquistas espirituales, cuya venida a estos países no tuvo al principio otro apoyo que la equivocación del nombre de Indias, y que después se ha querido establecer no sólo envuelta entre mil ridículas fábulas, sino también a costa de extraordinarios milagros?{8} ¿No es más conforme a las prudentes reglas de una juiciosa critica conjeturar, que siendo esta América continente, o ya con las tierras septentrionales de la Europa, o sea con las, más orientales de la Asia, algunos hombres celosos de propagar la religión, y si se quiere por algún acaso nada irregular, pasaron a alguna de estas provincias, sembraron en ellas noticias de la religión de Jesucristo, dieron idea de sus ritos y plantaron algunas cruces? Diráse que no consta esta misión o pasaje; pero tampoco consta la de Santo Tomás sino por unos argumentos comunes a la venida de otros. La de éstos pudo ser sin milagro, la de Santo Tomás no se establece por sus autores sino a consta de maravillas; aquellos pudieron morir en estas mismas regiones y así quedarse sepultada en el olvido su venida; pero Santo Tomás habiendo vuelto a la Europa y a la Asia, era regular que hubiese dejado en ellas alguna noticia de este Nuevo Mundo, el cual entonces y hasta muchos siglos después se creyó inhabitable.

Acaso para ocurrir, a estas o semejantes dificultades inventaron los posteriores autores de esta opinión la identidad de este apóstol con Quetzalcohuatl, imaginando que en ella hallaban un poderoso argumento para acreditarla. En efecto éste ha sido el principal fundamento en que han estribado los autores posteriores a la conquista, para establecer la venida y predicación de Santo Tomás en nuestra América, y como esta identidad es la que hace más a nuestro asunto, es necesario detenernos en ella.

Y a la verdad si no nos constara, por incontestables documentos que el sabio y erudito doctor don Carlos de Sigüenza fue de esta opinión (bien que no se encuentra la obra en que la sostuvo) jamás nos persuadiríamos a ello. Y aunque su nombre la ha dado mucho crédito y se halla también defendida por algún otro, no dudamos afirmar que éste es un error contrario a cuanto han escrito los más graves historiadores del imperio y épocas de la población de esta América. No nos atreveríamos a avanzar esta proposición si no creyéramos poderla demostrar con datas cronológicas innegables.

Decía bien el célebre abad Bellegarde que la cronología y la geografía son los dos ojos de la Historia, la que sin ellos camina a tientas tropezando y cayendo en los más horribles precipicios. No creemos que al doctor Sigüenza le faltasen éstos, sino que alucinado por un exceso de piedad no reflexionó en lo mismo que sabía. ¿Qué mucho que el licenciado Borunda y el autor innominado de quien hicimos mención arriba, privados por lo menos del ojo de la cronología hayan delirado tanto y afanádose para acomodar a Santo Tomás cuanto refieren los historiadores mexicanos del supersticioso Quetzalcohuatl? Éste, del cual por común tradición de los indios cuentan sus historiadores que viniendo por el rumbo de Pánuco llegó a Tula donde fue rey como juzgan unos; o sumo sacerdote como asientan otros, o uno y otro como insinúa Torquemada, fue un hombre de color blanco y barba poblada, vestido con ropa talar, casto, muy rico, y opulento amante de las virtudes y enemigo de los vicios, legislador prudente, que al fin hechizado por Tezcatlipoca por medio de cierta bebida concibió vivos deseos de ir a los reinos de Tlapalla; que en el camino lo detuvieron los de Cholula donde gobernó veinte años hasta que pasando a la provincia de Coatzacoalco se desapareció allí, después de haber dejado a los cholultecas leyes y ritos que arreglaron su gobierno y su calendario. Este es el héroe que pretenden ser el mismo Santo Tomás, acomodándole al apóstol con extravagantísimas violencias todas las acciones y proezas del divinizado Quetzalcohuatl. Ya pues, si esta identidad es evidentemente falsa cae por tierra todo el fantástico edificio de Borunda y se destruye la aparente probabilidad con que se ha sostenido por algunos autores de Indias la venida a ellas de Santo Tomás. Tiempo es ya de proponer la demostración de ser falsa esta identidad. Quetzalcohuatl fue posterior a la era de Santo Tomás por lo menos setecientos años, luego Santo Tomás no puede ser el supersticioso Quetzalcohuatl. Los toltecas primera nación pobladora del país de Anáhuac, o del valle mexicano, de quien hayan quedado algunas aunque escasas, bien fundadas noticias, salieron desterrados y fugitivos de su patria Huehuetlapallan el año 596 de la era cristiana. Caminaron hacia el medio día por espacio de 104 años hasta llegar a un lugar que fundaron y pusieron por nombre Tollantzinco; pero apenas pasaron veinte años lo abandonaron, y caminando de allí hacia el poniente fundaron la ciudad de Tollan, o Tula el año de 720 de Jesucristo; y cuando se quieran atrasar estas épocas, el año de 667, o lo más tarde el de 518. Esta es, dice Torquemada la verdad de las más puntuales historias de estas naciones, y en ellas convienen casi todos cuantos han escrito con juicio de ellas. No es menos asentado que Quetzalcohuatl floreció después de fundado el reino de Tollan o Tula, ya se haga coetáneo al rey Huemac{9} como afirma Torquemada o ya anterior, o posterior como sienten otros. Pero siendo cierto que floreció en tiempo de los reyes toltecas, resulta con no menos certidumbre que floreció quinientos o seiscientos años por lo menos después de la venida de Jesucristo, y es de advertir que estas datas cronológicas sobre ser las generalmente recibidas, son las que adoptan los mismos autores de quienes han tomado Sigüenza y otros, cuanto refieren del embustero y supersticioso Quetzalcohuatl. ¿Y podrá en vista de esto sostenerse, aún como probable la identidad de Quetzalcohuatl con Santo Tomás, siendo este anterior al otro, cinco o seis siglos?

Y aunque esta sola reflexión desvanece enteramente todas las imaginaciones del licenciado Borunda no es fuera de propósito manifestar también las ridículas alusiones (más propio sería llamarlas ilusiones) con que se esfuerza a aplicar a Santo Tomás los hechos de Quetzalcohuatl. Y porque sería cosa infinita el referirlas todas apuntaremos sólo algunas. En efecto, ¿quién puede contener la risa al ver el empeño con que se interpreta el nombre del sacerdote tolteca para descifrarlo en Santo Tomás? El compuesto de Quetzali que significa pluma verde y cohuatl serpiente, interpretaron algunos con violencia, que significaba el cuate o mellizo precioso, con alusión a que cohuat o coat significa también el mellizo, y cuetzalli metafóricamente puede entenderse por cosa preciosa. Pero Borunda con su nuevo arte de etimología interpreta, el que domina al dragón alado; o al demonio; añadiendo que lo desterró Santo Tomás hasta Tabasco, en donde se halla todavía ¿Qué querrá decir esto?

Aquí llegamos con vista de los apuntes del padre predicador cuando recibimos los apuntes de Borunda que tenía aquel en su poder. Mas ¿con cuánto asombro hemos leído estos papeles? confirmándonos en el dictamen de la perturbación de fantasía de Borunda, y no hallando en su clave sino un libro cual describía Horacio,

Cujus velut ægri somnia vanæ
Tingentur spcies; ut nec pes nec caput uni
Reddatur formæ

Lo leímos y releíamos con gran fatiga y confesamos ingenuamente, que de muchos párrafos no hubiéramos entendido el frenético sentido, si no nos hubiera servido de intérprete el mismo predicador con sus apuntes, que como ha confesado contienen los pensamientos de Borunda. Sean ejemplo del desconcierto y exótica oscuridad del licenciado las cláusulas que asentamos aquí a la letra, a las cuales es muy semejante todo el cuaderno. «De manera que el sentido compuesto de esta cláusula es que la sabedora del Señor de la tierra de mucho de ella e iluminadora de pedir misericordia al tiempo del desquicio de sierras y al distribuir y hacer a veces el oficio de sus discípulos desde la cima, con la ciencia del señor se abatía en el trabajo, diligente de la tierra suya, que es del hilo de la tierra suya, lo cual sabía para sí, estando en el plan o superficie del juego de pelota purificando la tierra del común abandono de ella en las obras del Señor que lo es aquella sierra, como referido su contexto y etcétera.»

Vaya otra, si puede ser, más graciosa.

«Instruye pues esta tercera cláusula que en día de festividad viviendo aún en la tierra aquella Señora, esperó en la tierra lo que salió del camino de la sierra, sobre donde frecuentemente vive en ella la agua, que es el asentado cerro de la cima en la tierra de la fiesta, dentro de lo enroscado suyo que fue el fin de aquel desquicio al volar como ave el que tiró la sierra que salió donde acabó el caserío de la abra de la halda, abra de la carne que fue lo ocultado con la faja colgada del vientre de aquella diligente que guardaba la tierra al levantar las manos a lo alto donde salió su encarnación que corrigió la vida de los nacionales que era la negociación de carne humana tratada de sembradura de la tierra y etcétera» ¿Hablaría de otro modo un loco el más desatinado? Pero el padre Mier nos explicará estos oráculos.

Dice que, como instruye el peñasco de la universidad, habitada esta tierra de hombre muy corpulentos y situada su capital en las serranías del sur, en el día de la muerte de Jesucristo se arruinó gran parte todo este continente sin haberse escapado sino sólo doce en esta sierra de Tenanyuca; y que por tanto la muerte del Salvador es la era regional de los indios. Dura necesidad, señor excelentísimo, la que nos impone la apreciable comisión de vuestra excelencia de combatir con las armas de la razón el delirio. Las ficciones y falsedades manifiestas (dice el padre san Atanasio) no deben impugnarse; porque la impugnación les hace el honor de que parezcan creíbles: Nimis falsa non sunt refellenda, ne habita fuisse credibilia videantur. Pero como no hay vicio que no tenga abogado, ni error que no encuentre patrocinio, la verdad, aunque sea la más clara, se hace acreedora a la defensa.

Según la conseja que acabamos de trasladar, destruido casi todo este continente en la muerte del Salvador no quedaron sino sólo doce personas refugiadas en la sierra de Tenanyuca. Así se explica el padre predicador repetidas veces en sus apuntes. De estos doce, dice; descendieron los que poblaron después a México; en la muerte del Salvador, dice en otra parte de sus apuntes, se hundió aquella capital con gran parte de este continente, de cuyos habitadores sólo se salvaron doce en esta sierra de Tenanyuca como instruye el mismo peñasco... se anegaron entonces con gran parte de este continente excepto doce hombres regulares que se salvaron en dicha sierra. A los cinco años de esta época que forma la era regional de los indios vino Santo Tomás y se mantuvo aquí por espacio de veinte años, y entonces voló para el Oriente. Ahora bien, ¿cuántos moradores halló Santo Tomás en esta sierra? sin duda sólo doce adultos; y suponiendo entre ellos varones y hembras, porque de lo contrario se acababa toda la comedia, demos que las dos tercias partes de ellos eran mujeres y la otra hombres, para propagar la naturaleza. Hallaría pues Santo Tomás que vino a los cinco años doce adultos y cuarenta párvulos. Estos últimos no estaban en estado de aumentar la población hasta los catorce años, y formando progresivamente el cálculo de la propagación hasta los veinte en que voló Santo Tomás, no pudieron existir entonces cien hombres, fuera de los doce, de veinte años cumplidos, ni ciento que hubieran ya llegado a los quince. ¿Pues cómo ordenó Santo Tomás ocho mil sacerdotes aquí, en el tiempo de su predicación? Tantos, dice Borunda, fueron los ministros que aquí consagró, sin otro fundamento que el de su trastornado celebro. Toma la palabra Sempoale, que significa veinte, y por cuanto en el idioma mexicano hay esta palabra, asienta Borunda, que el santo apóstol leyó aquí veinte fundaciones, que en cada una de ellas ordenaba cada año veinte discípulos, y que resultaron ocho mil al tiempo de su partida. ¿Puede decirse cosa más disparatada, ni más contraria a la historieta que acaba de asentar de que cinco años antes de la venida del apóstol no había aquí más que doce personas? No disimularemos en favor del licenciado Borunda que esta reflexión puede desvanecerse reponiendo que aunque sólo fueron doce los que se salvaron de la imaginaria capital del sur, fueron otros muchos los que escaparon refugiados en la misma sierra de Tenanyuca de otras muchas naciones que habitaban por la parte del norte hacia Tula. Pero esto debía haberlo dicho el padre Mier, y no afirmar constantemente que pereció gran parte de este continente y sólo se salvaron doce. Es verdad que entre las cláusulas intrincadas y oscurísimas del licenciado se nota alguna que alude a haberse escapado otros fuera de los doce; pero esta noticia está asentada en términos tan confusos y enredosos que es disculpable el padre Mier{10} de no haber podido descifrarla; mucho más si se atiende a que esta solución destruye todo el misterioso sistema; porque si sobre los doce que se salvaron de la capital del sur se ha de contar en aquella era con otros muchísimos de otras naciones igualmente salvados en aquella era, si de la mezcla y confederación de unos y otros resultó la numerosísima propagación que se asienta a los veinte años de venido Santo Tomás, el pueblo que entonces y después hubo, debe referir su descendencia no tanto a aquellos doce del sur, cuanto a los muchísimos de las otras naciones del rumbo del norte. ¿Porqué pues las piedras sólo aluden a un pueblo descendiente de los del sur? ¿porqué el geniecito que tiene la imagen a los pies acuerda sólo la descendencia de aquellos doce, y no la de los otros que por ser muchos más en número deben reputarse como el origen y fundamento del pueblo descendiente? Quede pues asentado que las monstruosas inconsecuencias y anacronismos de que abundan los apuntes del padre Mier, son errores suyos porque los dice; pero más errores de Borunda porque los inventó y los dictó; pudiendo aplicarse al autor y representante de esta ridiculísima escena, con poca variación aquella graciosa quintilla

Si el papel de la comedia,
Es malo, según Heredia,
No es el más culpable aquél
Que representa el papel,
Sino el que hizo la comedia.

Entendido esto solamente en orden a la censura profana y literaria de la obra original y de la copia; y no respecto a la culpa teológica, que es mayor en el padre Mier; pasemos adelante.

Quetzalcohuatl, prosigue nuestro licenciado, era muy rico, habitaba palacios magníficos, y Santo Tomás edificó un suntuoso templo en Tula y usaba de muy ricos ornamentos sagrados. Quetzalcohuatl traía vestiduras largas hasta los pies, o sobre capa o manta sembrada de cruces coloradas; ésta vestía Santo Tomás, porque ésta es la vestidura de los patriarcas sucesores de los apóstoles, y porque a más de esto lo comprueba el que Moctezuma regaló una capa de la misma hechura a Cortés. Añádase que en la sierra de Tula en donde está el trozo de Minyo que significa el agua del coyote bautizaba Santo Tomás, quien también por su habilidad se llamó coyote. Delirios de esta clase se impugnan con sólo referirlos. Ni en tiempo de los apóstoles se usaron capas como las de los patriarcas orientales con cruces coloradas, ni la manta que regaló Moctezuma a Cortés las tenía, ni en aquellos tiempos se usaban ornamentos ricos sagrados para celebrar, ni había Instituto Monástico. Raro trastorno de ideas. Borunda confiesa que Torquemada traslada fielmente los hechos conforme a las tradiciones de los indios aunque no entendiera sus alegorías; pero a pesar de esto asienta por datas históricas, las que sueña, atropellando cuanto enseñan la Historia Eclesiástica, la profana y la misma razón.

Santo Tomás, continúa, estuvo veinte años en Tula hasta que apostatando aquellos pueblos de la verdadera religión se pasó a Cholulas allí estuvo Quetzalcohuatl veinte años como, asienta la tradición e insinúa Borunda otros tantos pues debió morar allí Santo Tomás, si es el verdadero Quetzalcohuatl; de lo que resulta que el santo apóstol estuvo en estos países, no veinte años como afirma el licenciado sino cuarenta. Desapareciose al fin y voló hasta Tlapala, esto es a Meliapor donde fue sepultado, que es el verdadero Tlapala, porque esta palabra significa lugar donde abunda el color. No sabemos por qué Tlapala signifique tierra o reino del color. Tlapalli en mexicano significa (es verdad) color, pero entre cuantos modos hay de componer palabras en este idioma no hallamos que mudada en a la i de un nombre signifique el lugar que abunda en lo que el mismo nombre significa. Pero sea de esto lo que fuere, ¿qué hay en Meliapor que haga llamar a esta ciudad por antonomasia, lugar de colores?

Ciertamente que al leer esta verdadera y genuina historia de la fundación de la Iglesia católica en esta América por Santo Tomás, tan exacta, tan circunstanciada, tan menuda; en que se refieren no sólo los hechos, sino que se asientan las épocas y datas fijas y precisas; al ver señalado el número de ocho mil sacerdotes, de veinte iglesias prefinido el tiempo de la venida de Santo Tomás y de su morada en Tula, como verá el lector en ésta no menos verdadera que graciosa historia (perdone Cervantes si le hurtamos sus adjetivos) al leer todo esto no podrá menos de exclamar quitándole de la boca las palabras al bachiller Sansón Carrasco, mudando el nombre de Cide Hamete Benengeli en el del licenciado Borunda y variando en poco las expresiones: bien halla el licenciado que la historia de nuestras antigüedades dejó escritas, y rebien halla el curioso que tuvo el cuidado de hacerlas traducir del arábigo borundiano en sus apuntes, de nuestro vulgar castellano. Se reservaba esta fortuna para la América y para nuestros días. Las iglesias del mundo antiguo aunque lograron unos escritores sabios, poco remotos de su fundación, Antioquia, la misma Roma, los dos grandes apóstoles Pedro y Pablo cuyas iglesias y cuyos hechos escribe el mismo dios por la pluma de un historiador coetáneo, San Lucas, no están referidos con la exactitud e individualidad con que Borunda describe las iglesias de la América en aquella era y a su apóstol Santo Tomás. Por Borunda sabemos ni más ni menos toda la fisonomía de este santo apóstol, su color, la configuración de su rostro, cómo vestía, qué alimentos usaba, los baños que tomaba en la media noche, y hasta el número fijo de los que ordenó en las veinte iglesias. Lo más es que todo esto lo instruyen las piedras excavadas, sin que hasta ahora hayamos podido entender cómo vinieron estas piedras a la plaza de México. Ellas parece que vinieron de la serranía del sur{11} según indica Borunda en el pliego 1º de su Clave; pero por otra parte parece si se cree al padre Mier que a lo menos la que está en la torre se gravó en Tula en tiempo de Santo Tomás. Borunda asienta que fueron, no conducida, sino impelidas al sitio en donde está hoy México desde el Sur, ya por erupciones volcánicas, ya en fuerza del gran terremoto de la muerte de Jesucristo (sitio que en todo el tiempo de Santo Tomás y hasta cuatrocientos años después no se pobló, esto va a cuenta de Borunda por los mexicanos), ¿cómo pues se gravó este monumento a dirección de Santo Tomás? ¿A dónde se gravó? sino es que se diga{12} que los mexicanos apostatas después de cuatrocientos años de la venida de Santo Tomás conservaron tan vivas y puras las memorias de la historia universal y las profecías (todo esto contiene esa piedra divina en concepto del padre predicador) que les enseñó el Santo, que ellos la gravaron asentando por monumento histórico lo mismo que ya entonces, no creían. Esto sí que más que soñar, es delirar frenéticamente. Quien leyere señor excelentísimo en la Clave de don Ignacio Borunda repetidas frecuentemente estas cláusulas: instruye la piedra; advierte el monumento hallado; resulta de las piedras; creerá que en dichas piedras se hallan algunas figuras, o símbolos alusivos a lo que él establece, y que cuando menos por el sonido de las voces con que se significan, den ocasión a un juego de palabras semejante a aquél, con el Quijote de los púlpitos fray Gerundio probaba, que Santa Ana había tenido en su vientre a María Santísima veinte meses: et hic mensis sextos est illi; porque aunque ni el texto habla de Santa Ana, ni diga veinte, hablo por lo menos de meses. Pero ni aún estas semejanzas, aunque disparatadísimas, se hallan en las alusiones de Borunda. ¿Qué figura hay en todas las que contiene la piedra colocada en la torre que o por sí misma, o por el nombre que tiene aluda a que Santo Tomás vino a la América a los cinco años de la muerte de Jesucristo? ¿Cuál hay en toda ella, con la que, siquiera, a modo del et hic mensis sextus est illi, pueda probarse el número de los ocho mil ordenados por Santo Tomas? Nada hay en la piedra que aluda a sacerdocio. No sé con qué ojos vio en ella Borunda la corona que dice usaban los ordenados. Si el padre Mier nos prestase el singular microscopio de que usan su paternidad y el licenciado no para abultar los objetos pequeños, sino para ver los que no hay, por medio de él alcanzaríamos a distinguir el tintero del apóstol Santo Tomás, el claustro que habitaba y la iglesia: por medio de él veríamos las datas de la creación del mundo, de, la muerte de Adán, del nacimiento de Noé, de la prevaricación de los hijos de Dios con las hijas de los hombres, de la construcción de la arca y del diluvio, de la fábrica de la Torre de Babel, de las plagas de Egipto, y sobre todo, del año, el día y la hora de la muerte del redentor. Todo esto señala la piedra; todo esto ha visto en ella por ministerio del anteojo de Borunda el padre Mier. Pero nosotros que no vemos ni tinteros, ni iglesias, ni patriarcas muertos ni vivos, ni ranas, ni mosquitos, ni estrellas, que en el medio día se oscurezcan por un eclipse, (rara astronomía) diremos como en otro tiempo Sancho a don Quijote, señor licenciado encomiendo al... hombre ni gigante, ni caballero de cuantos vuestra merced dice, parece por todo esto, a lo menos yo no los veo. Pero el licenciado Borunda que ve en la piedra lo que imagina, ve en ella ministros de orden sacro, ve veinte iglesias o fundaciones, y aludiendo a que el nombre de Dioses, o sacerdotes sentzonuitznauac se compone de uitznauac; corona de espinas, tzontli pelo, senne en cada uno; arguye así: tzontli que significa pelo puede significar cuatrocientos (desde luego será perdiendo en la composición las primeras letras cen de centzonztli) Uitznauac corona de espinas, es símbolo del sacerdocio, senne quiere decir en cada uno; luego Santo Tomás ordenó en cada una de sus veinte iglesias cuatrocientos sacerdotes. Falta todavía: Cempoale, que significa veinte, quiere también decir el que tiene la cuenta poale, en cada uno senne; es así que veinte, cuatrocientos, ocho mil son los tres números mayores de la cuenta en lengua mexicana, luego Santo Tomás en los veinte años de su morada y en las veinte iglesias ordenó cuatrocientos en cada una y ocho mil en todas. Vengan cuantos delirantes ha habido desde que hay fiebres en el mundo que sobre seguro no formarán silogismo más disparatado. Temeríamos que creyese alguno que nos burlábamos, si no estuvieran a la vista los papeles de Borunda. A la manera del que sepultado en un profundo sueño, o acometido de una fiebre o delirio imagina, que se halla en una apacible tarde en medio de un agradable jardín oyendo sonoras músicas y conversando alegremente con una festiva tropa de jóvenes, pero de repente la tarde es ya noche, el jardín selva oscura, la música gritos espantosos, los jóvenes fieras horribles, sin que el que sueña o delira advierta ni le haga fuerza aquella transformación, así nuestro Borunda sin guardar consecuencia en sus mismas ficciones las varía, las altera y las muda repentinamente. Vimos a los doce mexicanos salvados de la serranía del sur y trasladados a la del norte y según parece confederándose y mezclándose los norteños formaron un pueblo, como dice Borunda anfibio; pero trastornada la idea del sueño ya se aparecen estos mexicanos viviendo Santo Tomás en las inmediaciones de México pidiendo a los de Tula la imagen de Guadalupe para adorarla, ya la desuellan como a la Tetehuinan, ya entra Santo Tomás en dicho templo irritado les quita la imagen. Despierten el licenciado Borunda y el padre predicador y díganos cómo o cuándo estos mexicanos que eran sólo doce se retiraron desde la serranía del norte donde estaban refugiados y en veinte y cinco años formaron un pueblo y una nación ya no anfibia sino distinta de la del norte; antes no aparecía sino el templo de Tula donde era venerada la imagen de Guadalupe, ahora fuera de aquel ya hay otro templo fabricado por los mexicanos en las inmediaciones de México, en donde éstos, hicieron el desuelle de la imagen; antes soñaban, que los Mexicanos{13} vinieron a fundar a México cuatrocientos años después de la muerte de Jesucristo ahora ya están a los veinticinco años de aquella era levantando templos en las inmediaciones de México. Si un loco, señor excelentísimo, hace ciento y más nos dilatamos, no tenemos los censores muy seguro el juicio. A haberse de tratar este asunto entre personas cuerdas, no omitiríamos una reflexión capaz por sí sola de desvanecer las fantásticas alegorías de Borunda. Es verdad que los mexicanos, ya porque carecían del uso de la escritura, ya porque, como otros pueblos, eran muy inclinados a los símbolos y jeroglíficos, usaban de ellos ingeniosamente para explicarse y para conservar por su medio la historia y la tradición. Unas cosas pues las indicaban con símbolos porque no podían expresarlas de otro modo los que no conocían el uso de las letras, otras, como, lo practican, aún las mismas que hacen uso de la escritura, para poner a la vista ciertas propiedades o dotes de las cosas, pero no es menos cierto que los indios representaban a los hombres en sus pinturas así con figura humana, como con el traje o vestidura que usaban. En este supuesto quien podrá creer que Huitzilupuchtli sea (como a cada paso sostiene y quiere probar el licenciado) el santo Cristo crucificado que hoy llamamos de Chalma, por el lugar en que se venera; cuando la figura de ese ídolo no representa de modo alguno ni la imagen, ni lo que el nombre significa. Si ellos querían representar a Jesús crucificado, a quién adoraban en tiempo de Santo Tomás, cuya imagen tuvieron y aún fue hecha por sus escultores (sino es que en su escultura inventa otro milagro semejante al guadalupano) ¿por qué no pintaban o esculpían un crucifijo? Ellos sabían, en el sistema de Borunda, pintarlo y esculpirlo, conservaban por la tradición la idea de su figura, el mismo nombre de Huitzilupuchtli en sentencia de nuestro autor da a entender el Señor de la espina al lado izquierdo, ¿porqué pues, volvemos a decir, los que pueden y saben, no pintan y esculpen lo que entienden y corresponde al nombre, y antes bien nos le representan en una figura que en nada se parece al santo Cristo? ¿En que se parece un hombre que trae en la izquierda una rodela, en la derecha un dardo azul, rayado el rostro del mismo color, con un penacho de pluma verdes en la frente, emplumada y delgada la pierna izquierda, pintados también y rayados muslos y brazos, ¿en qué se parece esta figura a la de Jesucristo crucificado? Sólo podrá creer esto, quien cree que las piedras excavadas son también un monumento de la predicación de San Juan Bautista de la de Jesucristo en vida mortal, y de la que hizo, dice Borunda, después de resucitado antes de su ascensión a los cielos. Alguno quizá, tropezará en este error de haber predicado Jesucristo después de su resurrección, pero interpretese benignamente de las celestiales conversaciones que tenía Jesucristo con sus discípulos, per dies quadraguita apparens eis, et loquens de Regno Dei. ¿Pero es posible que todo esto instruyen las piedras?{14} Ibamos ya a concluir este punto cuando nos encontramos con otra anécdota que no podemos entender. Ésta es la venida y predicación de los dos gemelos, que el licenciado asienta instruida por la tradición y los monumentos. ¿Quiénes son estos dos gemelos? Si el uno es Santo Tomás, será el otro su hermano; y he aquí un nuevo apóstol de la América, y si no es éste, ¿quiénes son estos dos gemelos que predican y convierten a estas naciones? Así duplica el sueño, transforma, varía y confunde los objetos. No es esto de admirar respecto, del que sueña; pero que hombres despiertos y en su entero juicio den crédito a semejantes increíbles ficciones, esto es lo que parecería más increíble, si no supiéramos que ha habido personas de juicio que adopten y apoyen las ideas de don Ignacio Borunda. ¡Miserable debilidad la del humano espíritu! Él apoya su creencia sobre aquello mismo que debía dificultarla, o retardarla; bastando para el vulgo que una cosa sea prodigiosa y admirable, especialmente en puntos de piedad, para abrazarla como verosímil. Sobra ya lo dicho para que se conozcan los fantásticos y aéreos fundamentos sobre que se levantan el sistema de Borunda y el sermón del padre. Tiempo es ya de dar alguna idea de las cuatro proposiciones que hacen todo el cuerpo del mismo sermón. Las expondremos por el orden (si es que hay alguno) en que las asienta el predicador, indicando solamente algunas de las notas que merecen; sin detenernos en ellas por que no estriba principalmente en esto la censura propia de nuestro instituto.

Primera proposición trasladada fielmente de los apuntes.

Nuestra Señora de Guadalupe no está pintada sobre la tilma de Juan Diego, sino sobre la capa de Santo Tomás apóstol de este reino.

Para prueba de esta proposición se asientan otras muchas, que iremos notando. Santo Tomás apóstol vino y predicó en estos reinos. Esto es muy problemático, aunque no carece de probabilidad. Santo Tomás es el verdadero Quetzalcohuatl. Salvo el respeto que se lo debe al erudito doctor Sigüenza y algún otro, este es un invento mezclado entre mil fábulas y un tejido de anacronismos. Nada hay, señor excelentísimo, nuevo bajo del sol. El delirio más extravagante, que parece nacer en el día, suele ser un sueño muy viejo y antiguo. Ya hemos referido que el licenciado Borunda bebió sin duda en la graciosísima fuente del manuscrito que trabajó a mediado de este siglo el autor del Fénix del Occidente. Pero aún es más viejo este monstruo que ya corría según parece, desde México hasta Manila en el siglo pasado por los años de 1686 debemos este descubrimiento a un acaso. Habíamos ya extendido gran parte de nuestra censura, cuando estando yo el penitenciario confesando en la iglesia, llegó un sujeto distinguido y me presentó un cuaderno en 47 fojas escrito en el año sobredicho por el padre Manuel Duarte religioso jesuita. Es verdad que está su autor muy distante de la confusa intrincada mezcla de las extravagancias de Borunda, especialmente de lo que toca a la sagrada imagen de Guadalupe. Pero o fuese, que este jesuita hubiera tenido presentes los manuscritos del insigne Sigüenza, o que hubiese conferido con él esta materia, que uno y otro pudo ser, habiendo sido ambos contemporáneos; conjeturamos que el sistema de Duarte sea el mismo de Sigüenza. Si Borunda se hubiera contenido en explicar lo que (en nuestro juicio) leyó en Duarte, no excedería su sistema de los limites de un invento ingenioso, bien que (repetimos la salva hecha antes al erudito don Carlos de Sigüenza cuya profunda literatura merece nuestro respeto) falso en nuestro dictamen y contrario al sistema cronológico comúnmente recibido entre los historiadores de Indias. Pero nuestro licenciado pretendió adelantarse tanto que lo que en otros pudo pasar por ingenioso lo convirtió en un monstruo sin cabeza ni pies.

Sigamos los pasos del padre predicador. La venida de Santo Tomás a este reino cincos años después de la muerte de Jesucristo la comprueba la piedra excavada en estos últimos años y colocada al pie de la torre nueva de la Catedral por los canónigos comisionados para la obra de ella. Este delirio va enlazado con otros muchos. Esta piedra es monumento trabajado por orden de Santo Tomás, y contiene una historia universal de lo pasado y una profecía de la venida de los españoles el año de 1515. Los españoles habían descubierto el Nuevo Mundo bajo la conducta de Colón desde el año de 1492. El de 1517 descubrió Francisco Fernández de Córdoba el cabo de Cotoche de la península de Yucatán. El de dieciocho llegó a ella Grijalva. ¿Qué épocas son las de Borunda? Esta piedra manifiesta la destrucción de gran parte de este continente por el terremoto acaecido en la muerte de Jesucristo. Ya se ha demostrado que esta destrucción es un sueño. Señala también manifestando un eclipse la muerte del Salvador a la hora del medio día y tercero de luna nueva. Concuerda Borunda con esta expresión diciendo en la segunda foja del pliego 17 que aquel general terremoto está singularmente anotado por el eclipse solar extraordinario cuando estaban llenos de vino o a tiempo de los bacanales romanos al tercer día de luna nueva &. Esta expresión con la expresa terminante proposición del predicador afirma claramente que el día de la muerte de Jesucristo en el que acaeció el terremoto universal y el extraordinario eclipse era el tercero de luna nueva; pero esta proposición si no es herética, es próxima a herejía; porque si no es de fe que Jesucristo murió el día catorce o el quince de la luna de marzo, es por lo menos próximo a la fe; y por consiguiente decir que aquel día fue tercero de luna nueva es herejía o próxima a herejía. Esta piedra es el verdadero Teomoxtli. Este es un sueño: en ella tiene, (dice el padre predicador en los apuntes suyos que presentó) la católica religión una prueba irresistible, las Sagradas Escrituras un testimonio el más irrefragable de su verdad, y una como llave maestra o hilo de Ariadne para salir del laberinto de sus más intrincados pasajes. La primera parte de esta cláusula es a más de improbable por lo menos temeraria. La segunda es errónea porque se opone a una conclusión teológica deducida de principios de fe. La Escritura sagrada no tiene otro testimonio irrefragable de su verdad sino la misma revelación que nos enseña, que Dios que en ellas habla es infalible. Si se toma en otro sentido el testimonio, no tiene otro que la tradición, por la que sabemos ser aquellas y no otras las verdaderas Escrituras, y la Iglesia cuya autoridad nos obliga a creerlo así conforme a la célebre sentencia de San Agustín: Evangelio non crederem nisi me Ecclesiæ moveret authoritas. Últimamente si por testimonio se entiende el argumento de credibilidad, es error, temeridad y escándalo asentar, que en esta piedra comparada con milagros, martirios y etcétera es el testimonio más irrefragable de la verdad de las Escrituras. La última cláusula es cuando no otra cosa falsa, ridícula, e insolente. La verdad es que esta piedra como la explican Borunda y el predicador, es una prueba irrefragable y el testimonio más irrefragable de que ambos están locos.

Segunda proposición

La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe mil setecientos cincuenta años antes ya era célebre y adorada por los indios, ya cristianos en la cima plana de esta sierra de Tenanyuca donde la erigió templo y colocó Santo Tomás.

Esta proposición se explica y desenvuelve en otras. María Santísima viviendo en carne mortal vino a la América a visitar a Santo Tomás. Proposición falsa o improbable. Estando aquí la madre de Dios se estampó en la capa de Santo Tomás. Esto sobre improbable y falso es contrario diametralmente a lo que asientan el predicador y su autor. Santo Thomas dicen ellos vino aquí, usaba en Tula de una capa sembrada de cruces coloradas y semejante a las que usaron los patriarcas orientales; es así que la manta en que está pintada la imagen Guadalupana no es de esta clase, luego esta aserción es contraria a lo que afirman sus mismos autores. No se ocultó al padre predicador esta dificultad, y para ocurrir a ella dice que Santo Tomás en el Perú usaba capa de dos lienzos, y que aunque en Tula no usaba de esta capa sino de la otra sembrada de cruces coloradas como los patriarcas orientales; pero de ahí mismo deduce que la otra la dedicó aquí a María Santísima: ¿spectatum admisi risum teneatis amici? ¿Puede haber cosa más ridícula? ¿Con qué Santo Tomás que venía ya vestido con su capa de cruces, traía guardada la manta peruana para que se estampara en ella María Santísima? ¿Y se podría tolerar (a no excusarlo un cerebro delirante) que unos hombres cristianos desfiguraran con cuentos indignos aun de viejas y niños, objetos respetables de la devoción sólida y de la piadosa creencia? La imagen de la virgen, se estampó, continúa, en la capa de Santo Tomás no por pintura a impresión de mano ajena, sino aplicándola María Santísima con un contacto físico a su cuerpo, que sirvió de molde natural a la imagen que del contacto resultó. Esta proposición si no es próxima a herejía, es próxima a error, porque, de ella se infieren legítimamente los más escandalosos absurdos. El valor de estas dos palabras mexicanas, omomachiotinextiquis y omocopintzino, con que se explica en un escrito antiguo la aparición Guadalupana, precipitó a Borunda en este enorme yerro. La primera compuesta de tres verbos machiotia, que significa señalar o sellar, nextia que significa mostrar, y quia que significa salir, da a entender dice Becerra Tanco, salió a verse figurada o impresa. De aquí infiere Borunda que la imagen Guadalupana estaba pintada muchos siglos antes de aparecerse. Rara lógica; como si el salir a descubrirse no se dijera con toda verdad de la que estando oculta se descubre por la primera vez, lo que puntualmente se verificó en la última aparición al señor Zumárraga; pues teniendo Juan Diego plegada la manta y descubriendo entonces la imagen que nadie veía, salió la imagen a verse descubierta. Lo mismo se debe decir de la otra palabra omocopintzino. Copina en sentido propio no significa sino segregar, o apartar una cosa de otra, y de aquí metafóricamente se usa, para significar el traslado o copia; ya sea de una cosa por otra imitándola, o ya sea amoldándola. Pero Borunda entendiendo ambas palabras en el sentido material y únicamente por sacar molde, infirió que aplicándose a María Santísima, viviendo aún en carne mortal, la capa de Santo Tomás a su cuerpo, sirviendo éste de molde, salió la imagen impresa y amoldada. Si en los delirios hay consecuencias óiganse las siguientes. Luego María Santísima cuando vivía aún en carne mortal y vino a visitar aquí a Santo Tomás estaba coronada de lucientes rayos, vestida de sol, adornada de estrellas, y pisaba la luna, teniendo a sus pies un genio o jovencito; luego tenía un semblante de catorce o quince años; luego (ahí va esa herejía) estaba preñada con el vientre abultado; porque todo esto en sentir de Borunda y del padre se halla en la imagen amoldada; y la imagen o figura sacada a molde no puede tener sino lo que tiene el mismo molde. Molde, lo saben todos (y así lo explica el Diccionario Castellano) es aquella pieza hueca, o instrumento, aunque no sea hueco, en que artificiosamente se vacía la figura, con todas las proporciones de aquella cosa que se quiere formar en bulto; y cuando quisiera responderse que esto sólo es verdadero tomando la cosa en un riguroso sentido, y no extensivo a toda imagen, de ahí mismo se infiere que las palabras mexicanas no significan lo que imagina Borunda, y que se explican bien sin contacto ni molde, sino por sólo una imagen pintada para representar un original.

Tercera proposición

La imagen Guadalupana, dicen nuestros caballerescos historiadores, estuvo adorada en el magnífico templo de Tula, hasta que apostatando los indios la desfiguraron maltratándola, y la maltrataron de manera, dice el predicador, que los primeros españoles quisieron retocarla aunque no pudieron. ¿Y de adónde consta que la maltrataron? porque esto significa, dicen, la fábula mitológica de los indios sobre el desuelle de la Teteuinan. ¿Por cierto que si desollaron a la imagen, cuál quedaría ella? Pero o ignorancia, dice el padre predicador, ¡de los frasismos de la lengua que ha impedido descifrar tan claras alegorías! ¡Oh! locura, exclamaremos nosotros, ¡oh furor atrevido y blasfemo de unos hombres tan faltos de juicio como de historia! Dejemos aparte la ridícula improprisima alusión de la Teteuinan. ¿Quién les ha dicho a estos hombres que la imagen fue así maltratada y la hallaron así los españoles? ¿No saben por declaración de testigos los más fidedignos; oculares, y jurados que en el año de 1667, en que, escribía el juiciosísimo Becerra Tanco, se conservaba la imagen sin haberse deslustrado, ni recibido alteración? ¿De qué fuentes bebieron la turbia noticia de que los primeros españoles quisieron retocar la imagen? Aún en el día y año en que escribimos esto, está la imagen en un estado en que no puede alegorizar a la desollada Teteuinan. Pero cuando llegamos a este punto permítase excelentísimo señor a la cordial devoción y humildísimo respeto que profesamos al hechizo de nuestros corazones, la imagen Guadalupana, permítasenos dirigir a vuestra excelencia una sentida y bien fundada queja. Es verdad, dice el citado Becerra Tanco, que aun cuando el lienzo en que se figuró la imagen hubiera padecido corrupción con el tiempo pasado, o la padeciera en lo venidero, ni esto fuera argumento de no ser verdaderas las apariciones de la Virgen Santísima y la impresión de su imagen en el lienzo ni de no ser esta milagrosa. Lázaro milagrosamente vuelto a la vida murió después y el cuerpo del sacrosanto Jesucristo presente real, pero milagrosamente bajo las especies sacramentales, pierde esta presencia por la corrupción de aquellas. Después de todo Dios con una providencia no común ha conservado esta imagen por más de dos siglos y medio contra las injurias del tiempo, del terreno, y acaso, lo que es más, a pesar de las piadosas irreverencias de sus mismos adoradores. Dígase la verdad, si la imagen está ya algo maltratada su rostro conserva aún aquella brillante hermosura y apacibilidad que hizo cantar al divino poeta mexicano Diego José Abad,

Qua seque amabilius quidquam est, neque pulchrius orbe.

Pero los colores se han amortiguado, deslustrado y en una u otra parte saltado el oro, y el lienzo sagrado no poco lastimado. Bien podría ser esto (sin perjuicio del milagro que veneramos) efecto de los voraces y roedores dientes del tiempo, pero no ha sido así. Un siglo y medio nada pudo contra la imagen; pero han podido y podrán mucho contra su conservación las acciones y prácticas de un culto mal entendido. Porque, ¿qué no se debe temer de un lienzo por su naturaleza frágil y deleznable, expuesto a impresiones continuas y muchas veces toscas que hacen mella aun en los mármoles y los bronces? Millares sin número de estampas, de lienzos, de medallas, rosarios, que se tocan a la imagen, ósculos con que se comprime aplicando a él labios y ojos húmedos con salivas y lágrimas, y esto ejecutado en ocasiones muy repetidas. Pero qué decimos; descúbrase la imagen, la besan millares de personas y aplican a ella con recio contacto no sólo las cosas piadosas que hemos dicho, sino aun los hombres sus espadas y las mujeres sus pulseras. Le consta a uno de nosotros que en alguna de estas ocasiones ha llegado mujer a besar la imagen, rozándose contra ella y llevándose en la saya algunas partículas del oro de los rayos; pero aún hay más; se dice y no sin fundamento que en algunas de las innumerables ocasiones que la imagen se expone, sin el resguardo de la vidriera, han tenido varias personas la osadía de cortar y llevarse algunos hilos de la manta; dícese no sabemos con qué verdad, que también alguna vez, se ha cortado y dado un pedazo del lienzo a persona de alto respeto; pero lo acaecido últimamente en el próximo diciembre de 94 es un hecho que no deja duda. Vio un capitular de la colegiata, en una de las noches que con tanta franqueza se expuso la imagen, que llegándose a ella un devoto atrevido cortó con las tijeras un pedazo del lienzo y lo llevó consigo. Estamos firmemente persuadidos a que vuestra excelencia ignora muchas cosas de éstas, y que si ha permitido otras lo ha hecho por un efecto de prudencia, porque no se creyera, si lo estorbaba que se oponía a unas piadosas gestiones, que no habían impedido sus respetables antecesores. Vuestra excelencia que sabe bien el respeto con que se tratan la imagen milagrosa y el portentoso pilar de Zaragoza, vuestra excelencia a cuyas luces no se oculta que las cosas cuanto son más sagradas deben estar más reservadas del contacto, ha tolerado a costa de un amargo y violento sufrimiento estas devotas irreverencias. Mas ahora que cerciorado vuestra excelencia de estos desórdenes y de que igualmente que nosotros, los lloran todas las personas de seso, ahora que todas uniendo si tuvieron ocasión sus votos a los nuestros, claman por el remedio, esperamos de la integridad y sólida piedad de vuestra ilustrísima que se corregirán estos abusos. El medio más fácil sería, que la vidriera se mantuviese cerrada con tres llaves, de las cuales una estuviese en poder de vuestra excelencia ilustrísima, otra del excelentísimo señor virrey y otra del señor abad de aquella colegiata, sin poderse jamás abrir por respeto alguno, o motivo de piedad; sino sólo en caso de que condujese su manifestación para algún importante fin del culto de la milagrosa imagen. Creemos que cuando se considerase conveniente para esto algún soberano real orden no se negaría a expedirlo el católico monarca que nos gobierna a representación de vuestra excelencia ilustrísima. Pero volvamos ya al asunto de que nos divirtió el celo de la conservación de nuestra imagen y del respeto que se le debe.

Decíamos pues, que es un sueño cuanto se dice del mal tratamiento que sufrió la imagen por los indios apostatas, y el retoque intentado por los primeros españoles. Éste es ciertamente uno de los pasajes que manifiestan con más claridad los groseros yerros en que precipitó a Borunda su empeño de acomodar, alegorizando, a Santo Tomás y a la imagen de Guadalupe cuanto leía de los antiguos mexicanos. Estos (conforme al común sentir de sus historiadores) recién fundada México habían ayudada a los coluas contra los de XochimiIco en una guerra. Poco después pidieron al reycillo de Coluacan una de sus hijas para consagrarla en madre de su Dios protector Huitzilopuchtli y obtenida o fuese por orden del demonio, o por barbaridad de sus sacerdotes, o por vengarse de un desaire que habían recibido de los mismos coluas desollaron cruelmente a la joven princesa de Coluacan y vistieron con su piel a un mancebo de los más esforzados. Aunque su padre el rey estaba en el templo cuando se ejecutó este horrible sacrificio, no pudo verlo por la oscuridad, que era uno de los dignos adornos de aquel infernal santuario; más luego que a la luz del copal que ardía en el incensario, con que el rey iba a tributar adoración a su divinizada hija, pudo descubrir tan horrible espectáculo, lleno de compasión y de ira salió del templo gritando por la venganza. Éste es el célebre suceso de la Tetevinan, o Teteuinnan madre de los Dioses, llamada también Tocitzin que el predicador explicando la doctrina del licenciado Borunda aplica al maltratamiento de la imagen Guadalupana, haciendo aquella célebre exclamación que hace tanto honor a todos los historiadores mexicanos ¡oh! ¡ignorancia de la lengua en los historiadores que les impedía descifrar tan claras alegorías! El rey de Coluacan es Santo Tomás, la doncella su hija es la imagen de Guadalupe, los que matan y desuellan a la princesa son los mexicanos, que habiéndolo pedido a Santo Tomás que les enviara desde Tula la imagen de Guadalupe la colocaron en su templo en las inmediaciones de México, pretendieron destruirla a tiempo que vino Santo Tomás y a pesar de la oscuridad vio aquel sacrílego atentado les quitó la imagen y salió de allí lleno de una santa ira. Sino{15} hubiéramos ya demostrado que los mexicanos en el sistema de Borunda no podían en veinticinco años, siendo sólo doce los escapados de la general destrucción, haber formado un pueblo distinto de los demás en estado de hacer la guerra, tratar confederaciones y etcétera, sino fuera notorio que el caso de la Teteuinnan era sentir de todos los historiadores fue posterior a la fundación del imperio mexicano, y está aún en la extravagante opinión de Borunda que la establece muy temprana, cuatrocientos años después de la muerte de Jesucristo; si esto no fuera tan patente ya nos detendríamos en hacer ver los insignes anacronismos del nuevo autor; pero aún sin ellos, sobrada materia da para reír la inaudita y disparatadísima alegoría. Pero tenga el licenciado Borunda el consuelo que si hay autores originales él lo es más que ninguno, porque dice lo que nadie ha soñado y sueña lo que nadie ha dicho. Síguense como corolarios frenéticos los que asienta Borunda de que Santo Tomás ocultó la imagen Guadalupana y otras muchas milagrosas, como el Santo Cristo de Chalma, la imagen de Nuestra Señora de los Remedios, la de la Macana, la Conquistadora que está en Puebla, y no se escapa según parece la imagen de Jesucristo sepultado que se venera en Iztapalapa. Y esto ¿sobre qué fundamentos? sobre los mismos con que un maniático se persuade y quiere persuadir que lobo, gallina, o cosa semejante. Entre todas las alusiones que fomentaron esta su manía ninguna es más graciosa y disparatada que la del ídolo Huitzilopuchtli.{16} Supone Borunda contra cuanto han dicho los historiadores que el nombre propio de este ídolo es uitzlupuchtle, y según su costumbre lo divide en la palabra upuchtle y uitztli. Upuchtle dice, significa el que tiene a la izquierda; querríamos que nos explicase este modo de componer. No percibimos cómo de opuchmaye u opuchtle que significa lo izquierdo y de tle puede salir upuchtle para significar el que tiene a la izquierda. Mas sea de esto lo que fuere de opuchtli y uitztli que significa la espina, saca nuestro licenciado que el nombre del ídolo significa el que tiene a la izquierda la espina; esto es, continúa, la antiquísima imagen de Cristo crucificado que se venera en Chalma. ¿Y qué espina tiene a la izquierda este señor? ¿Será la llaga que abrió la lanza? y por cuanto la espina hiere, de ahí sale la alusión. La misma podría sacar Borunda de un nombre que significara espada, pedernal y cualquiera instrumento agudo con que pueda herirse. Con este modo de transformarlo todo en todo, que se ocultó a Ovidio, quedó convertido Huitzilopuchtle (llamado así del hermoso pajarito chupamirtos Huitzillin cuyas plumas tiene en el pie izquierdo) fiero Marte indiano, en el santo Cristo de Chalma. Y no se quedó sin parte Santo Tomás porque también este apóstol es Huitzilopuchtle, aludiendo a la llaga del costado situada a la izquierda de quien la mira, que tanto punzó como espina al apóstol Santo Tomás por su incredulidad &. Dos cosas son aquí dignas de notar; la primera que el ídolo que veneraban con este nombre no tenía espina, ni llaga a la izquierda, ni a la derecha; la segunda la ingeniosidad de nuestro autor; porque reflejando sin duda en que la imagen del Señor Crucificado de Chalma, como casi las más que representan a nuestro Redentor muerto en la cruz, no tiene la herida en el lado izquierdo, sino en el derecho, para que no se desvaneciera su disparatada alusión con sólo este argumento, ocurrió a él diciendo: que el señor que tiene la espina a la izquierda no quiere decir en su lado siniestro, sino a la izquierda de quien le mira; que vale tanto como querer probar, que Borunda es zurdo, porque escribe con la mano izquierda, en atención a que la mano derecha de Borunda está a la izquierda de quien le mira. No hay que admirarse; el santo Cristo de Chalma es también el dios del estiércol, o de la basura Tlacolteutl, porque es el que limpia las conciencias de los indios que allí se confiesan. Nunca acabaríamos si quisiéramos referir uno por uno los desconcertados sueños del autor, ni podemos hacernos cargo de todos, ni sería razón ocupar más la respetable atención de vuestra excelencia ilustrísima en éstas; que por más que quisiéramos moderar las expresiones no hallamos otras que las signifiquen sino las de locuras.

Cuarta proposición

Pasemos ya pues a la cuarta proposición que aunque asentada con variedad en los apuntes y sermón del predicador, se reduce en sustancia a que la imagen Guadalupana representa el misterio de la encarnación.

A consecuencia y para prueba de esta se producen las blasfemias y desatinos, de los que hemos apuntado algunos, indicaremos otros. Aquí entra el blasfemo raciocinio del Talpilli de que hablamos al principio: que la imagen representa una mujer embarazada; que la fimbria, o parte de túnica que fluye sobre sus pies, significa el almaizal, y éste las Sagradas Escrituras; que el color moreno del rostro significa también la encarnación y pasión de Jesucristo; que los tres frasismos con que los mexicanos explican la virginidad, dan a entender que María Santísima es virgen antes del parto, en el parto, y después del parto. Maravilloso descubrimiento, de que se sigue que usando los mexicanos de estos frasismos para denotar cualquiera doncella, toda la que lo fuere será virgen antes del parto, en el parto, y después del parto; y es menester no olvidarse que la joyuela que la Virgen trae al cuello es diamante, según el lapidario Borunda. Sigamos las alusiones, apuntándolos sólo por mayor. La luna que pisa la virgen representa su aspecto de tercer día de nueva, y está de color de tierra oscura para significar el eclipse solar a la hora del medio día de la muerte del redentor, que es la era regional de los indios. Portentosa fecundidad de herrar, dando a luz en una sola cláusula más yerros que palabras. La muerte del redentor acaeció en plenilunio y no al tercer día de luna nueva, la Luna no fue la eclipsada u oscurecida; y lo que es más habiendo sido el Sol el que se cubrió de tinieblas por el eclipse, la imagen Guadalupana está vestida de él, rodeándola sus rayos que manifiestan esplendor y lucimiento. El infantito que está bajo de la luna significa la estatura mediana de los indios que en la época de la muerte del Redentor sucedieron a los gigantes destruidos entonces; significa también{17} por sus alas la rápida incorporación de la Iglesia reciente mexicana con la antigua, y (¿qué querrá decir esto?) la rápida incorporación de la antigua naciente Iglesia mexicana con la fe de la encarnación y pasión de Jesucristo; significa también ese infantito que la Iglesia entonces tierna y siempre joven durará hasta la consumación de los siglos; significa también los tres colores de sus alas las prerrogativas de la Iglesia; la túnica significa las Escrituras. Si más se apura la materia hemos de encontrar en la imagen a Borunda escribiendo claves y al padre predicando sermones. La corona de la Virgen significa la pasión de Jesucristo, porque corona en mexicano se dice de tres maneras; o huitzinauac cerco de espinas, o xiuitsolli pegamento de la espina del año alusivo al año de la muerte de Jesucristo o tlatocoyolt o nombre de la tierra tratada hasta el tiempo de la conquista de teotlixconahuac corona de la frente del Señor, por haber quedado aislada en el terremoto de su muerte. ¿Se creería esto sino se leyera? Si porque corona en idioma mexicano se explicó con dichas tres palabras que sazonadas por nuestro historiador significan tan grandes cosas, lo mismo significan sin duda la corona del Gran Turco, o la del rey de Prusia. Corone la obra de oro de las significaciones de nuestro simbólico historiador y de nuestro predicador alegórico el imponderable párrafo tan lleno de graciosos disparates, como tejido de recónditas, abstrusas y estrafalarias cláusulas, en que Borunda prueba con una de sus alusiones del sentido compuesto que la imagen Guadalupana representa el misterio de la encarnación. Copiaremos a la letra este párrafo que merecía estar grabado en las puertas de todas las casas de locos como la insignia más propia de la demencia.

«Por el mismo contexto de aquel escritor en que refería el tercer modo o frasismo de la tradición como compuesto de ix, es manifiesto el honor de impresión que se cometió en él, inmutando esta sílaba en la de ich, que reducida a ix resulta aquel omixiuiliutzino significativo de la a quien reverencialmente otro descubrió en su secreto iluitzino, que había de parir mixiui, o el alto misterio de la encarnación del verbo divino, revelado por el arcángel San Gabriel y representado por símbolos nacionales en tan insigne imagen. El mismo frasismo omixiuiluitzino es común para significar la que descubrió el secreto iluitzino de parir mixiui, usándose hasta hoy la singular hierba que facilita los partos, conocida por suapatli, medicamento patli, de mujer suatl; y concordando la ceremonia preliminar al desuelle de la mujer que representaba a la teteuinnan, de acompañarla gran número de las de su sexo, especialmente medicas y parteras y etcétera.»

Pero basta ya señor excelentísimo de fatigar la atención de vuestra excelencia con la relación de tantos y tan desconcertados delirios. Es verdad que por muchos que sean los que hemos trasladado aquí, son muchísimos más los que contienen la Clave historial y el sermón. Nos contentamos con sólo haber manifestado al león por sola una uña, y ya es razón llegar por último al punto capital de nuestra censura. Ésta no depende ni está ligada a la verdad de cuanto hasta aquí hemos expuesto, porque aunque todo lo dicho no fuera cierto y evidente, como lo es, aun cuando la clave borundiana fuera un invento ingenioso y verosímil, el sermón del padre Mier era digno de la censura que vamos a explicar.

Supóngase por ahora como verosímil que Santo Tomás vino a predicar a estos reinos; supóngase que tiene algún fundamento su identidad con Quezalcóhuatl; permítase que las alusiones, símbolos, jeroglíficos y resultados que como dice Borunda instruyen las piedras y el idioma, no fuesen sueños, delirios, blasfemias y errores, sino un ingenioso y probable sistema; aún en estas falsísimas suposiciones el sermón que predicó el padre doctor Mier próximo pasado en el día de la aparición Guadalupana debe ser proscrito por vuestra excelencia ilustrísima por contener doctrina escandalosa, que perturba la piedad y devoción universal de esta América, e impugnando una tradición la más autorizada, y publicando en el púlpito supersticiosos e inauditos milagros.

Y comenzando por esto último es expresa la decisión del sacro santo Concilio de Trento en la sesión XXV bajo el título de Invocat Sanctorum, en el que expresamente manda: Que los obispos cuiden y velen, que no se admitan ni publiquen nuevos milagros sin su conocimiento y aprobación: nulla etiam admitenda esse nova miracula nice eodem recognocente et approbante Episcopo. Concuerda la decisión de Inocencio 3º que se halla en el Concilio General Lateranense, y está inserto en las decretales en el capítulo II bajo el titulo XLV de Reliquis et Veneratione Sanctorum, en la que terminantemente se manda que los prelados no permitan que los que concurren a sus iglesias para venerar a los santos y a sus reliquias sean engañados con ficciones y falsos documentos: Proelati vero non permittant eos qui ad eorum ecclesias causa venerationis accedunt, variis figmentis, aut falsis documentis decipi.

Es muy claro este punto y no necesita confirmarse con decisiones conciliares y pontificias autoridades y razones. Milagros nuevos, esto es, que nuevamente se publican o refieren, aunque se digan hechos en tiempos muy antiguos, necesitan para publicarse del reconocimiento y aprobación del obispo. ¿Mas que ha hecho el padre Mier? Él ha engañado al pueblo con falsos documentos y ficciones, y él ha publicado en el púlpito multitud de milagros que ni la silla apostólica ni vuestra excelencia ilustrísima, ni sus dignos antecesores, ni el común consentimiento de los fieles, ni historias fidedignas han aprobado por tales, ni se habían oído hasta el día. Numeremos algunos: Santo Tomás apóstol se desaparece volando desde la América hasta Coromandel; (vendría también desde la Asia hasta aquí volando) María Santísima viene en carne mortal desde la Asia hasta América y se regresa; no se nos dice cómo pero sin duda sería también por ministerio de ángeles; estando en Tula se aplica la capa de Santo Tomás y amoldándose a ella se estampa; los indios apostatas pretenden destruir la imagen y no lo consiguen, aunque la deslustran; Santo Tomás retirándose de Tula por la apostasía de los tultecas guarda en cuevas la imagen de Guadalupe y las tres de los Remedios, de la Macana y la Conquistadora de Puebla oculta también la imagen del Santo Cristo de Chalma y algunas cruces prodigiosas que han aparecido después; los primeros españoles intentaron retocar la imagen Guadalupana y no lo consiguen. Y he aquí, pasando en silencio otros prodigios que refiere Borunda más de una docena de sucesos milagrosos. Los más de ellos los publica el padre Mier en su sermón como historia genuina y verdadera; trata a los historiadores guadalupanos y aun a todos cuantos han escrito historias de esta América ya de desidiosos, ya de equivocados, y ya de ignorantes; y engañando al pueblo con ficciones en materia la más sagrada, alega no sólo documentos falsos, sino que canoniza por monumento histórico de sucesos muy principales desde la creación del mundo hasta la encarnación del verbo divino, la piedra que está en la universidad, y mucho más la que está al pié de la torre nueva de la catedral, soñando ver en esta última profecías singulares.

Y si este sólo capítulo bastaba para condenar el sermón del padre Mier, cuánto debe agravarse la censura por la doctrina escandalosa y temeraria que contiene, ofensiva de los oídos piadosos y perturbadora de una devoción sólida, y pía creencia establecida universalmente en todos los fieles de la América. En efecto el padre impugna y combate, con pretexto de que la exalta, una tradición respetable y tan autorizada como después diremos. La tradición constante y que se expuso a la silla apostólica en el libelo suplicatorio presentado al sumo pontífice Benedicto XIV asienta; que apareciéndose por la cuarta vez María Santísima al indio Juan Diego, y tomando en sus divinas manos las flores que el mismo por orden de la señora acababa de cortar en el estéril peñasco cerro de Tepeyac las puso en la manta de Juan Diego, encargándole que las llevase al electo obispo señor Zumárraga sin mostrar antes a ninguno otro; que los familiares del obispo desenvolviendo con violencia la manta vieron en ella rosas, pero sin poder discernir si eran naturales, o sólo bordadas en ellas; que al fin a presencia del obispo desplegó Juan Diego su manta o tilma, y cayendo en el suelo las rosas apareció entonces pintada en la misma tilma{18} la imagen cual hoy la veneramos. ¿Qué cosa más contraria a la sustancia de este milagroso suceso, que negar que María Santísima se estampó, o pintó en la manta de Juan Diego? Negar esto en la sustancia, en el modo, en el lugar, y el tiempo, afirmando: que ni se pintó entonces la imagen, ni a las faldas del Tepeyac, ni se pintó en el modo dicho, ni se pintó en la tilma del indio neófito, sino mil quinientos años antes, en la antigua Tula, en la capa de Santo Tomás y sirviendo de molde el cuerpo mortal de María Santísima, ¿es exaltar la tradición, o es impugnarla en todo? Pues que, ¿se exalta la verdad cuando se niega con el pretexto y la invención de hechos más prodigiosos? La verdad como dicen los filósofos consiste en indivisible, y tanto la contradice y la impugna el que le añade algo, como el que le quita. No exaltaría el verdadero hecho de la institución eucarística el que heréticamente afirmara, que Jesucristo había consagrado en vez de un pan común, un pan amasado por ministerio de ángeles. Ni dejaría de ser un hereje, el que pretextando, que exaltaba el amor de Jesucristo en su muerte, afirmara, que no había muerto pendiente en la cruz por tres horas, sino quemado vivo por espacio de un año. No nos detengamos en esto porque es evidente, que Borunda y el padre Mier han combatido y impugnado la tradición. ¿Pero qué tradición?

Si habláramos con otro, que no fuese vuestra excelencia ilustrísima deberíamos difundirnos en este punto como el más importante, para hacer ver el alto grado de credibilidad piadosa en que está colocada esta tradición. Pero si la sabiduría, la juiciosa crítica, y la sólida piedad de vuestra excelencia ilustrísima nos excusan el trabajo de un largo discurso sobre esta materia, la censura que nos ha confiado nos obliga a decir algo a cerca de ella. Y asentando desde luego que la tradición Guadalupana inferior a la divina y apostólica pertenece a la clase de las tradiciones eclesiásticas consideremos muy en breve el lugar tan distinguido que ocupa entre éstas; y para graduarla, confrontémosla con la sabia regla que en muy pocas palabras da el grande Vicente Lirinense, para discernir las verdaderas tradiciones. Habla este grande teólogo de las divinas y apostólicas y enseña conforme a la doctrina de San Agustín, que aquellas{19} verdades no contenidas en las Escrituras y cuya creencia no debe su origen a las decisiones pontificias y conciliares, si se hallan establecidas en todo tiempo, en todas partes, y por el consentimiento de todos, pertenecen a las tradiciones divinas y apostólicas: quod ab obnibus, quod ubique, quod semper retentum est. Tres notas, o caracteres que con la debida proporción se ven resplandecer en la tradición Guadalupana. Quod semper. Doscientos sesenta y tres años han corrido desde la aparición milagrosa de Guadalupe hasta el presente y desde entonces se halla establecido el culto de la imagen y creencia del milagro. Cuál y cuánta ha sido ésta en este último siglo no hay para qué decirlo, cuando lo publican hasta las piedras y los bronces; cuál fue en el siglo anterior lo demuestra la información jurídica recibida el año de mil seiscientos sesenta y seis por orden del venerable deán y cabildo de esta santa Iglesia y comisionados para ella como jueces cuatro capitulares de la misma. Información, en que testifican de común acuerdo el milagro y la creencia de los años anteriores más de veinte testigos y entre ellos personas de ochenta, de ciento y de más años, que recibieron esta verdad de los mismos que vivían al tiempo del milagro, y lo supieron de los sujetos por cuyo medio lo obró Dios. Información presentada primero a la silla apostólica en la Congregación de Ritos el año de 1666 como atestigua Anastasio Nicoseli en su relación impresa en 1681; Información, a que dio motivo la anterior solicitud que en año de 1663 hicieron los señores virrey y arzobispo, cabildos eclesiástico y secular y todas las religiones pidiendo al señor Alejandro VII que el día doce de diciembre fuese festivo en todo el reino, y se rezase generalmente en memoria de dicho milagro en toda la Nueva España. Información, a que habían precedido las historias escritas por Miguel Sánchez impresas en 1648 y la del bachiller Luis Laso de la Vega escrita en idioma mexicano y dada a luz en el siguiente de 1649. Y si retrocedemos hasta los años anteriores a éstos, bien sabido es el culto y creencia de este milagro por los años de 1629 de la memorable inundación de México. Más cerca del origen, consta, por papeles de la Ilustre Congregación de Guadalupe, el culto de esta milagrosa imagen por los años de 1573 ó 74, que paran en el Archivo de la Colegiata, que he visto yo el penitenciario, y quien (volviendo más hacia atrás) tengo también en mi poder la escritura otorgada en 1562 de imposición de cierta cantidad de reales que Martín de Aranguren mayordomo que había sido del señor Zumárraga recibió a censo sobre sus casas, perteneciente (dicha cantidad) a la ermita y bienes de Nuestra Señora de Guadalupe. La perpetuidad constante de esta creencia desde su origen, si se quiere aún mayor prueba, la atestigua con moral certidumbre la antiquísima relación copiada por don Fernando de Alva muerto antes del año de 1650, y nacido por los de 1570, o poco más. Este asegura que trasladó dicha relación de unos papeles muy antiguos y curiosos de un indio, lo que evidencia que la relación se escribió muy pocos años después de la aparición. Y cuando no bastase (que sobra) el testimonio del laboriosísimo y eruditísimo padre Florencia que vio y tuvo en su poder esta copia añádanse Sigüenza, Miguel Sánchez y Luis Becerra Tanco, testigos no menos fidedignos que escribieron por esta antiquísima relación. Argumentos todos invictos de la perpetuidad de esta creencia, a quien no se descubre otro origen ni principio, que el del mismo milagro y el tiempo en que se obró, sin que se sepa que en algún año no se creyó, o que empezara en otro, que no sea el de 1531. Primera nota de la tradición: quod semper, y de una tradición común y universal: quod ab omnibus no sólo del pueblo, difundida no sólo por el vulgo, sino apoyada por los sabios y piadosos prelados en todas las provincias de esta América, y especialmente por los de esta iglesia metropolitana; sostenida por las historias, sermones y libros de piedad, que han escrito hombres literatos de todas las religiones; autorizada por la protección devota de los excelentísimos señores virreyes. En pocos términos: Los señores arzobispos y obispos, con todos los eclesiásticos, seculares y regulares, los señores virreyes y magistrados, la nobleza y la plebe, mujeres y hombres, viejos y niños, todos han tributado a este milagro el culto y la veneración más sólida y tierna. ¡Pero qué gloria, excelentísimo señor, para la sagrada mitra mexicana que dignamente ciñe las ilustres sienes de vuestra excelencia ilustrísima, haber sido ella siempre el más firme apoyo de este culto! No hablemos ahora de este siglo y medio último en que tenemos a la vista y tocamos casi con las manos los muchos y sólidos monumentos del empeño, con que los señores arzobispos de esta metrópoli han promovido la devoción Guadalupana. Y reduciéndonos sólo al primer siglo, desde el primer año de su aparición, puede con toda verdad afirmarse: que cuando se perdieran todas las historias, todos los escritos, los monumentos todos de la tradición Guadalupana, quedaría ésta sobradamente autorizada con sólo los fastos de la Iglesia mexicana y de los prelados que la gobernaron en dicho primer siglo. Ocho de estos sagrados varones se cuentan desde el año 1531 de la aparición hasta el de 1631, y omitiendo al ilustrísimo señor Bonilla, que no llegó a tomar posesión de esta mitra, todos los demás nos dejaron un piadoso monumento de su amor a María Santísima de Guadalupe. El señor Zumárraga dio principio con sus expensas a la fabrica de la primera ermita, que se le levantó; la perfeccionó el señor Montúfar; el señor Moya y Contreras pone en corriente la dotación de huérfanas fundada en aquel santuario; y para que en ningún tiempo estuviera sin ejercicio la devoción de la Iglesia mexicana hacia esta imagen, en la vacante que hubo desde la muerte del señor Moya y después de la presentación del señor Bonilla hasta el gobierno del señor don fray García de Santa María y Mendoza, nuestro venerable cabildo amplió el pequeño templo de Guadalupe celebrando con asistencia del excelentísimo señor virrey Real Audiencia y Tribunales allí mismo esta reedificación; sucedió el expresado señor don fray García de Santa María que se hizo admirable entre otras cosas por su aprecio hacia la portentosa imagen, y a cuyo ejemplo trataron los mexicanos edificarla una nueva iglesia. Comenzó ésta a levantarse en el gobierno del excelentísimo e ilustrísimo señor don fray García Guerra y se dedicó y bendijo por el ilustrísimo señor Pérez de la Serna en el año 1622; reparó esta misma iglesia el señor Manzo y Zúñiga, y restituyó a ella la imagen Guadalupana, desde nuestra catedral, que por causa de la inundación del año 1630 se había conducido a esta catedral. Siglo dichoso, siglo verdaderamente guadalupano, el que corrió desde el año 1531 en que se apareció la imagen hasta el de 1631. Y siglo no menos glorioso para nuestra imagen por los cultos que en él recibió, que honroso para los prelados mexicanos que se lo tributaron. No ha sido vuestra excelencia inferior a sus gloriosos predecesores en esta parte. ¿Pero qué sabemos si aquel dios que permite muchas veces los males y se vale de ellos como ocasión para hacer muchos bienes y que del fondo de las más densas tinieblas hace salir las más brillantes luces, qué sabemos si este gran dios habrá permitido el público desvarío con que se desfiguraba la tradición del milagro guadalupano para proporcionar al celo y piedad de vuestra excelencia ilustrísima la oportuna ocasión de confirmar más y más el portento y creencia, interponiendo a este fin su respetable autoridad? Nada más necesitábamos nosotros, para demostrar la universalidad, segunda nota de esta tradición, Quod ab omnibus. Pero cómo podremos pasar en silencio una circunstancia que la realza, y hace ver, cuan unánime y firme ha sido el consentimiento de los fieles en esta creencia. Porque quien no se admira, cuando considera atentamente que habiendo la severidad de la crítica, que declina tal vez en el escollo de la temeridad huyendo el de la crédula superstición, atrevídose a poner en duda las más respetables tradiciones, acordada y tímida a vista del portento guadalupano le ha tributado, por lo menos, el culto de un respetuoso silencio. Y sin hablar ahora de otras piadosas tradiciones, ¿acaso ha respetado la atrevida crítica no ya de los herejes, sino de algunos católicos, para no ponerla en duda en públicos escritos, la verdad de la traslación de la Santa Casa de Loreto? ¿Ha respetado la tradición célebre, sólida y digna de la más piadosa creencia de la aparición de María Santísima al apóstol Santiago en las orillas del Ebro, y del singular don que hizo a la España de su imagen y del pilar sobre el cual se venera en la ciudad de Zaragoza? Injusta y atrevidamente, pero han impugnado una y otra en públicos escritos aun doctores católicos. Mas la tradición Guadalupana, a manera de un sol en el medio día mas sereno, cuyas luces no se atreven a opacar los densos vapores de la tierra, brilla y resplandece en el orbe de la iglesia, sin que hasta ahora se haya atrevido una terrena crítica a levantar abiertamente nubes sospechosas, que la confundan. ¿Y esto en qué tiempo? puntualmente en este último siglo en que perdido todo el respeto y veneración que se debe a la Iglesia y a sus piadosas tradiciones, desenfrenada contra ellas la erudición soberbia del espíritu filosófico, se califican las tradiciones piadosas por errores vulgares, y la creencia de casi todos los milagros de supersticiosa credulidad. Corre sí, o por mejor decir vuela, en alas de la piedad y con las plumas de escritores piadosos, no sólo por toda la España (que casi compite con nuestra América en el culto de nuestra imagen y en la creencia de su aparición) sino por Italia y Francia, por Austria y Alemania, por Baviera y Bohemia, por Polonia y por Nápoles, por Flandes, Irlanda y Transilvania. En todos estos países se venera la imagen Guadalupana de México; en todos corren y se leen relaciones impresas; en Roma y Alemania se describe con toda puntualidad este portento; mas hasta ahora no ha habido italiano o francés, alemán o polaco, no ha aparecido hasta ahora escritor alguno extranjero o nacional, que haya osado impugnar públicamente esta maravilla. Admirable providencia de Dios que tanto se ha esmerado (permítasenos esta expresión) en que se propague esta piadosa creencia, reprimiendo tal vez y dejando sofocados en los senos más ocultos de algún crítico sus sospechas y dudas. Y podrá haber alguna, en que esta tradición está caracterizada con la nota de universal. Quod ab omnibus.

Y ya con esto queda también demostrada la tercera nota de ser ésta una tradición de los fieles de casi todo el mundo católico. Si las dos Américas se pueden llamar la mitad de él, si España y Italia componen su más floreciente parte, ¿en cuál de todas ellas no se venera esta tradición? y si ella no ha sido extranjera, como ya expusimos, en los demás países católicos, ¿qué resta ya para concluir que le conviene la otra nota de difundirla, por todo el mundo? Quod ubique.

Ni podía faltar la uniformidad a una tradición de esta clase. Ésta es como enseñan los doctores católicos la nota, que más caracteriza la verdad, ya sea la infalible de los artículos de nuestra fe, ya sea la moral, objeto de una piadosa pero digna creencia. La mentira es inseparable compañera de la variedad; y la verdad siempre se sostiene en la uniformidad. Este poderoso invicto argumento que tanto ha confundido a los protestantes es (hablando con la debida proporción) el más eficaz, para probar la verdad del milagro guadalupano. Doscientos sesenta y cuatro años ha que se creó este portento, que se escribe, que se pinta en lienzos y láminas, y que se graba en bronces y mármoles; pero siempre se ha creído como se ha escrito, se ha escrito como se ha pintado, se ha pintado como se ha gravado: que María Santísima después de haberse aparecido cuatro veces al feliz neófito Juan Diego apareció pintada en la tosca tilma del mismo a presencia del señor Zumárraga; esto es lo que han creído los fieles, lo que han escrito los autores, lo que los pintores han trasladado al lienzo y lo que nos han puesto a la vista los grabadores y escultores.

Ninguna otra cosa podía exigir la más severa crítica para graduar esta de una tradición eclesiástica y verdaderamente universal de la América, y casi universal de todo el orbe católico; pero la piedad no se contentaba aun con esto, y Dios en honor de su madre y de su imagen de Guadalupe llenó los deseos de sus devotos dando el último y mayor realce a esta tradición. Es notorio el empeño con que este cabildo mexicano uniendo sus votos a los del señor Escobar y Llamas obispo de la Puebla virrey de México y gobernador de su arzobispado, a los de la nobilísima ciudad y de todas las religiones pidió en 1663 al señor Alejandro VII la misa y rezo propio relativo a la aparición Guadalupana para el día doce de diciembre. Es igualmente notoria la solicitud sobre esto mismo que repitió en 1667 acompañando la célebre información que en 1666 se recibió con la mayor solemnidad previa citación fiscal y aprobada por el cabildo sede vacante remitida a Roma en el siguiente de 67.{20} Pero no es menos sabido que a pesar de una postulación tan bien fundada, de los esfuerzos de los apoderados en la curia, y del interés que tomó en el particular el eminentísimo señor cardenal Julio Rospilliozi, ni en 63 se impetró la gracia, ni el de 67 aun ocupando el solio pontificio con el nombre de Clemente IX el expresado cardenal protector. La empresa decía este eminentísimo, en carta escrita al magistral de la Puebla de los Ángeles el señor Peralta es muy dificultosa y no será fácil la consecución de lo que se pide. En iguales términos se explicó, siendo ya sumo pontífice por el año de 67 ponderando la dificultad de la postulación. Sepultóse, pues, en el silencio y olvidando este punto por espacio de ochenta años se excitó el heroico celo del padre Juan Francisco López de la Compañía de Jesús, el que pasando a Roma como procurador de su provincia impetró del sumo pontífice Benedicto XIV el oficio y misa propia de la aparición. Quien examinare en las balanzas de una juiciosa crítica el peso y autoridad que dio a la aparición Guadalupana esta gracia, no podrá menos que confesar, que toca en la raya de la temeridad, quien contradice a esta piadosa creencia. Examinarse el milagro una y dos veces por la sabia congregación de ritos con todo el rigor y severidad que acostumbra; calificarla digna, de que se celebre con misa propia, y que se lea en todas las iglesias y por todos los fieles de Nueva España en los sagrados fastos del divino oficio, haciéndose expresa mención de ella en las lecciones del segundo nocturno, aplicándola un pasaje el más alusivo a este favor en el tercero, y elogiándola en algunas de sus antífonas; especialmente en aquella en que haciéndose una comparación de la América con todos los demás países del mundo resuena por todo él desde el alto solio del Vaticano que María Santísima no ha hecho gracia, semejante a la que se dignó conceder a México, a alguna otra nación. Non fecit taliter omni Nationi ¿No convence que nuestra tradición ha subido casi hasta el último grado de piadosa credibilidad? ¿Y cuándo y por quién se concedió esta singular gracia? A los dos ciento veintitrés años de aparecida María Santísima en México, siendo así que en más de quinientos años no pudo conseguirlo la piedad italiana para la Santa Casa de Loreto, ni la de España en más de mil setecientos para la milagrosa imagen de María Santísima del Pilar de Zaragoza. ¿Y no parece que para cerrar enteramente los labios a la osada crítica disponía Dios que esta aprobación, por medio del oficio y misa propia, la hiciese aquel pontífice, cuya sabia erudición en materia de milagros y cuya severa circunspección en calificarlos manifestada en sus inmortales escritos ha puesto a la curia romana y a la santa silla ha cubierto de las mordaces sátiras de los herejes en esta materia? Un pontífice pues, que a la autoridad de supremo pastor y cabeza de la Iglesia añadía la que le daban su profunda sabiduría, su universal erudición y su severa crítica, no contento con los sabios dictámenes de la sagrada congregación todo lo examinó por sí mismo; leyó cuantas historias y papeles llevaba consigo el padre López; confirió con él muchas veces esta materia, y llegó a persuadirse tan íntimamente de la verdad de este milagro, que el mismo (si se cree al autor de la relación del culto de la real congregación Guadalupana sita en Madrid) compuso la oración para la misa y el oficio. Lo que no admite duda es la tiernísima cordial devoción que profesaba el señor Benedicto a la imagen mexicana de Guadalupe, devoción que explicó en términos los más afectuosos, cuando instándole humilde, pero eficazmente el padre López a que en la oración se hiciese, como se hace en las lecciones, expresa mención del milagro, le respondió (no teniendo a bien condescender en esta parte con su súplica) el Santo Padre,{21} que más he de concederte de lo que le has conseguido; te aseguro que he hecho más por los mexicanos y en obsequio de la imagen Guadalupana que por los italianos en honor de la Santa Casa de Loreto.

En vista de esto no puede menos, que calificarse de escandalosa y perturbadora de la sólida piedad la doctrina que contiene el sermón del padre doctor Mier. En efecto no puede ponderarse la conmoción que ella ha causado no ya en el pueblo y rudo vulgo; sino entre los más sabios, la ridícula soñada aparición que publicó. Pero si estos se escandalizan despreciándola, podría sin duda causar otro género de escándalo más nocivo en el pueblo menos instruido. Éste que no distingue las tradiciones piadosas de las divinas, éste que en la común y antigua creencia de sus padres y mayores encuentra uno de los argumentos más eficaces de la credibilidad de los misterios de la religión, los que llegan a sus oídos por el órgano de los predicadores en los púlpitos, y a quien en cierta manera se le sensibilizan por medio de las festividades sagradas con que se celebran; este pueblo, digo, quedaba expuesto a caer en el error más grosero, inducido de este sermón; porque formando un discurso, bien que falso pero de mucha fuerza para unas vulgares luces diría, o podría decir: doscientos y más años ha que se nos predica que María Santísima nos dio su imagen pintada en la tilma del indio Juan Diego, esto han creído nuestros padres, esto se escribe en los libros, esto protestamos en nuestras piadosas oraciones públicas y privadas, esto celebra la misma iglesia en la santa misa, esto nos dicen no sólo nuestros curas sino nuestros obispos, esto veneramos pintando en los lienzos que penden de las paredes de los templos y de las casas, y después de todo; esto es mentira. Así lo ha dicho y predicado en la fiesta más solemne un ministro del Señor, a presencia del mismo excelentísimo señor arzobispo pastor de nuestras almas, oyéndolo el excelentísimo señor virrey, los más respetables Tribunales y un numeroso pueblo; luego es mentira o por lo menos dudoso lo que por tantos años hemos creído acerca de este milagro. Pues qué sé yo se diría, si será lo mismo de cuanto nos enseñan acerca del misterio de la Trinidad, de la encarnación, y etcétera. El discurso sería falso, no hay duda; ilegítima y mala también la consecuencia; pero a ella induce el sermón del padre Mier, como inducen aunque por medio de discursos falsos y malas consecuencias a errar contra la fe todas aquellas doctrinas, que sin ser heréticas, son escandalosas, temerarias, y perturbadoras de la sólida piedad.

Esto sin duda tuvo presente el Tribunal Santo de la Inquisición general de España para prohibir por su decreto de 28 de agosto de 1720 cierto papel impreso intitulado: Examen de la Tradición del Pilar. Este decreto se halla copiado en la disertación del padre fray Manuel Risco continuador de las obras del reverendísimo padre fray Enrique Flores en el tomo XXX de España Sagrada y es del tenor siguiente: «Nos don Diego de Astorga y Céspedes y etcétera. Hacemos saber que se ha difundido un papel impreso en diez hojas cuyo título es Examen de la tradición del Pilar cuyo asunto es negar la tradición de la venida de la santísima virgen María Nuestra Señora de Zaragoza, el cual papel contiene muchas proposiciones contrarias a los decretos pontificios, irreverentes a los piadosos decretos del rey nuestro señor y de sus gloriosos progenitores, expedidos en favor de la piedad de esta tradición, injuriosas a gravísimos autores españoles y extranjeros, arrojadas y presuntuosas; depresivas del honor de nuestra nación, y que entibian y retraen de la piedad y religión con que los españoles y extranjeros veneran aquel santo templo, y del culto que dan a María Santísima en su santa capilla, excitativas de emulaciones entre personas y comunidades eclesiásticas respectivamente. Y poniendo en duda el autor de dicho papel la venida del apóstol Santiago a España, contraviene también a lo decretado por el Santo Oficio en el índice expurgatorio del año 1707 en que mandó borrar la proposición de la misma duda en las obras de Lorino. Y habiéndose tratado y conferido este negocio con pleno conocimiento con los señores del consejo de su majestad de la santa general Inquisición, y con muy graves teólogos y calificadores, se ha hallado que demás de las censuras referidas, el asunto y cuestiones de dicho papel se desvían del dictamen de los preceptos apostólicos, que prohíben la ciencia de inflación y inútil curiosidad con tenacidad del propio juicio, y sin debido rendimiento a los verdaderamente sabios, y al de no sentir con unánime afecto y caridad las cosas que inclinan y persuaden al favor de la devoción, religión y piedad. Y por cuánto es de nuestra obligación promover la devoción y piedad de la referida tradición de Nuestra Señora del Pilar, con acuerdo y parecer de los señores de dicho Consejo de su majestad prohibimos dicho papel intitulado: Examen de la tradición del Pilar. Y mandamos poner y ponemos perpetuo silencio para que nadie pueda escribir contra dicha tradición; antes sí permitimos y damos facultades a los escritores, para que en sus obras siempre que llegase artículo en que oportunamente se pueda tratar de la dicha tradición, escriban en su apoyo con todos los fundamentos que hallaren conducentes. En testimonio de lo cual mandamos dar, y dimos el presente y etcétera. El arzobispo de Toledo, inquisidor general.»

En el mismo año a los ocho días de marzo el católico y piadoso rey Felipe Quinto dio igual testimonio al de la Inquisición por su soberano decreto que es a la letra como sigue: «habiéndose publicado un libro en cuarto cuyo título es: Historia de España parte sexta; impreso en Madrid por Francisco del Hierro este presente año, se hallan puestas en el principio de este tomo antes del argumento principal de él tres hojas, en las cuales entre otras cosas se intenta hacer incierta la Historia de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, que por tradición piadosamente se cree, y devotamente se testifica en aquella santa capilla todos los días en la oración que se canta en ella; y siendo muy de mi desagrado, que con impertinentes vanas curiosidades se quiera entibiar la devoción con que España y todas las provincias cristianas veneran aquel santuario; y que se exciten disputas inútiles a que ocasionen escándalo en los ánimos constantemente católicos y ardientemente píos de mis vasallos. Mando al Concejo que luego, luego de providencia para que de todos los ejemplares del libro referido se quiten y supriman las tres hojas primeras de él; y que de ésta mi resolución se despache cédula y se remita al cabildo de Zaragoza para que la ponga y guarde en el archivo como prenda de mi especial devoción a aquella santa y milagrosa imagen.»

A no ser tan clara, y mucho más a la erudición de vuestra excelencia ilustrísima y conocimientos que lo adornan de la historia, la semejanza de las dos tradiciones Cesar augustana y Guadalupana, nosotros haríamos ver, cotejando lo que han escrito los historiadores de la primera y de la segunda que son casi los mismos los fundamentos en que se apoyan. Y valga la verdad si la falta de historiadores contemporáneos es una conjetura tan débil para impugnar la verdad de un hecho constante por la tradición (como demuestran los juiciosos críticos que tratan esta materia) contra ninguna milita menos este debilísimo argumento que contra la Guadalupana. ¿Cuántos siglos pasaron para que las tradiciones francesas sobre el obispado parisiense de San Dionisio, y sobre el arribo de Santa María Magdalena al reino de Francia, se publicarán las historias? ¿Cuántos hasta la primera que refiere el favor de María Santísima del Pilar? Pero por singular beneficio de dios a esta América, apenas había pasado un siglo cuando comenzaron a publicarse impresas en idioma español en 1648 la relación de Miguel Sánchez, en 1649 la mexicana de Luis Laso, en 1660 la del jesuita Mateo de la Cruz, y apenas corrido el siglo y medio salió a luz en Toscano la de Nicoselli. Pero hemos hablado hasta ahora de una época muy atrasada, porque, como demostramos arriba, en los años cercanos a la aparición comenzó ya a publicarse esta por relaciones mexicanas de cuya existencia hay moral certidumbre. La autoridad, pues, que da a la verdad del milagro de María Santísima del Pilar la tradición movió al católico monarca Felipe Quinto y al Tribunal Santo de la Fe en España a las severas prohibiciones que hemos trasladado. Porque en la historia a que se refiere el real decreto se intenta hacer incierta la historia de Nuestra Señora del Pilar, porque ella da motivo a que se exciten disputas inútiles, que ocasionen escándalo en los ánimos constantemente católicos y ardientemente píos de los españoles, manda nuestro monarca católico que se quiten y supriman las tres hojas de aquella historia en que se hace dudosa la tradición. El Tribunal Santo de la Fe condena el otro papel, ya porque contiene proposiciones contrarias unas a los decretos pontificios, otras injuriosas a gravísimos autores españoles y extranjeros, y ya por otras arrojadas y presuntuosas, que entibian y retraen de la piedad y religión con que los españoles y extranjeros veneran aquel santo templo. Un papel, dice este venerable tribunal, que fomenta la ciencia de inflación e inútil curiosidad, con tenacidad del propio juicio y sin el debido rendimiento a los verdaderamente sabios, no sintiendo con unánime afecto y caridad las cosas que inclinan y persuaden al fervor de la devoción, religión y piedad merece una grave censura. Por tanto el señor inquisidor general arzobispo de Toledo con acuerdo y parecer de los señores del Consejo de su majestad de la santa y general Inquisición no sólo prohibió aquel escrito, mas también mandó poner y puso perpetuo silencio para que nadie pueda escribir contra la tradición del Pilar.

El escándalo que dio motivo a estas justísimas providencias aunque muy grave es menor, que el que podía causar el sermón que censuramos. En las historias muchas veces se hecha mano de lo verosímil a falta de lo verdadero; en los papeles críticos es permitido y aun necesario que el ingenio corra por la provincia de lo probable, tropezando tal vez en lo incierto; pero en el púlpito, cátedra divina en que el predicador como ministro de Jesucristo enseña las verdades santas, deben ser éstas el fondo todo de los sermones, a los que si conviene el adorno de la elocuencia y erudición que los hermosee, debe estar muy distante de ellos el afeite de la mentira que desfigure las verdades comúnmente recibidas. De aquí es, que más escándalo recibe el pueblo de una falsa doctrina predicada en el púlpito, (especialmente en las circunstancias de una extraordinaria solemnidad a presencia de un pontífice de la Iglesia de un príncipe secular que representa al rey y de los magistrados y cuerpos más respetables de la República) que de ella misma publicada en una historia, o en un papel critico.

Esta última reflexión, teniendo presentes los fundamentos que hemos expendido, comprendo y justifica el dictamen que hemos formado del sermón del padre Mier, reducido a los dos siguientes puntos, primero: Este sermón (prescindiendo de las censuras teológicas con que merece calificarse en otro tribunal) contiene una doctrina escandalosa ajena del lugar sagrado en que se publicó, injuriosa a gravísimos autores españoles y extranjeros, fomenta la inflación y tenacidad del propio juicio contra los preceptos apostólicos, perturba la devoción, religión y piedad, combatiendo una tradición constante, uniforme, universal, por lo menos era esta América, y calificada como piadosa por la misma silla apostólica.

Segundo: Siendo propio del celo, autoridad y potestad de vuestra excelencia ilustrísima corregir los desordenes, y precaver los abusos que puedan originarse de semejantes doctrinas escandalosas publicadas en el púlpito por los predicadores, juzgamos: Que vuestra excelencia ilustrísima, si su prudencia lo estima por conveniente, mande extender un edicto, o carta pastoral en la que haga saber al pueblo que el sermón predicado en la iglesia de la Insigne Colegiata de María Santísima de Guadalupe el día 12 de diciembre de 1794 es un tejido de sueños, delirios y absurdos, que no tienen otro origen y fundamento, que el de una fantasía alterada, vendiéndose en él por historia genuina y verdadera, vanas y ridiculísimas fábulas, y que por tanto no merecen adoptarse, no ya como doctrina probable, más ni aún como leve conjetura; que con esta ocasión, se exhorta a todos los fieles a que se conserven era la devota creencia apoyada en la piadosa y sólida tradición de que María Santísima madre de Dios y nuestra, habiéndose aparecido al indio Juan Diego se dignó dejarnos para nuestro beneficio y consuelo pintada su celestial imagen en la tilma o manta del mismo Juan Diego, la que se venera hoy en la iglesia de la Insigne y Real Colegiata de Guadalupe. Que a este fin y para que no se perturbe esta piadosa devoción se prohíbe a todos los predicadores seculares y regulares, que puedan predicar contra esta tradición; y antes bien se les exhorta y encarga, que cuando se trate en los púlpitos oportunamente de ella, hablen en su apoyo con todos los fundamentos que hallaren conducentes.

Nos parece, señor excelentísimo, que siendo éste el más oportuno medio para corregir los escándalos y serenar las perturbaciones que ha causado en los ánimos el sermón censurado, es al mismo tiempo una providencia correspondiente a la legítima autoridad de vuestra excelencia ilustrísima a quien toca guardar, conservar y prescribir los medios de distribuir en los púlpitos el depósito de la sagrada doctrina.

Pero habiéndosenos pasado también los papeles del licenciado don Ignacio Borunda, y siendo ellos el origen primero del hecho que ha dado ocasión a este expediente, nos parece propio de nuestro cargo exponer sobre ellos nuestro dictamen; y desde luego estamos persuadidos; que el licenciado Borunda está libre de culpa, y que no hay motivo, para sospechar en él malicia, o siniestra intención, y menos para hacerlo reo del error que contienen muchas de sus proposiciones hijas en parte de su ignorancia de la teología y de la historia eclesiástica, y en el todo de la perturbación de su fantasía. Él, no menos que el imaginario héroe de Cervantes; que impresionado de las ideas caballerescas ya ponía en libertad a las delincuentes que llevaba en collera la justicia; ya en descomunal batalla rompía los cueros del vino tinto, ya acometía la devota procesión de los disciplinantes, creyendo firmemente que en estos hechos, por sí culpables, hacia un grande servicio al mundo todo; él no menos persuadido a que sirve a la santa madre Iglesia católica, a la monarquía y al Estado enristra la pluma y comete mil entuertos teológicos e históricos con la más sana intención. Con la misma (porque no dudamos de ella) hace presente a vuestra excelencia que a los calificadores no les asiste inteligencia en el idioma mexicano, especialmente en los sentidos compuesto y alegórico y los cuales son notorios a las personas juiciosas que por muchos años lo han observado, y lo comprueban las citas de impresos que se apuntan en los mencionados borradores. Éste era ni más ni menos el escudo con que se armaba don Quijote para rebatir a todos aquellos que pretendían desengañarlo de sus disparatadas y graciosas ideas; porque con decirles que no entendían de achaques de caballerías, con añadir cómo lo hizo con el canónigo, el sin juicio es vuestra merced pues se ha puesto a decir tantas blasfemias contra una cosa tan verdadera; lea estos libros y verá el gusto que recibe de su leyenda… daba solución a cuanto se le oponía. No de otra manera nuestro licenciado a cuanto pueda oponérsele sacado de los historiadores responde que éstos no entendían de achaques de los sentidos compuesto y alegórico. Así lo ha creído y lo ha asentado. Y si aquellos sabios historiadores mexicanos peritísimos en el idioma e instruidos más que otros, como más cercanos a la era de la América gentil, nada entendieron de esto, ¿quién habrá entre los que hoy florecen que lo entienda? seguramente ninguno; de lo que inferimos, que a todos comprende la tacha que el licenciado nos ha puesto. Pero para no dejarlo con este escrúpulo será razón decir algo sobre esto.

Y, en primer lugar, no estamos tan desnudos ni somos tan pobres en el idioma mexicano, como nos supone el licenciado Borunda. Uno de nosotros (el magistral) fue por muchos años cura de indios, trató con ellos; lo que basta para que no le sea extranjero el idioma. El otro (el penitenciario) cura también en algún tiempo, hizo un largo estudio de esta lengua, y cree que aunque no la posee para hablarla le bastan los conocimientos que tiene de su sintaxis y el manejo de artes y diccionarios de ella, y de los historiadores mexicanos para discernir el sentido compuesto y alegórico.

Mas a la verdad no es necesario tanto para absolver este escrúpulo. El más ignorante del idioma mexicano puede calificar el sermón del padre doctor Mier y el sistema de Borunda, con sólo una mediana tintura de teología, historia eclesiástica e historia de las Indias. Pues que, para calificar un papel en que dando a los idiomas hebreo, siríaco y caldaico una inteligencia diferente y aun contraria a la recibida por los intérpretes se asentará:{22} que el maná que llovió del cielo eran dulces chirimoyas de la América, que la vara de Moisés era el árbol del chicozapote, que el santo rey David usaba una peluca blonda, y otros iguales desvaríos, especialmente si lastimaban algo las verdades recibidas por la Iglesia; para calificar semejante papel; ¿era menester la posesión perfecta de dichos idiomas? Si los resultados (para hablar con los propios términos del autor) de las interpretaciones borundianas son contrarios a lo que enseñan comúnmente los historiadores eclesiásticos y profanos, a las tradiciones eclesiásticas, y a una sana razón, no es necesaria la inteligencia de los sentidos compuesto y alegórico de la Clave de Borunda, que en su última declaración rehúsa que se llame Clave historial, y hubiera acertado si dijera que ni es historial, ni es clave. Ella no es otra cosa como hemos demostrado, que una confusa colección de ficciones, de absurdos, y de delirios, que contra la fe que se debe al común consentimiento de los historiadores de la América, inventando épocas, y sucesos desconocidos de todos los historiadores eclesiásticos, fingiendo monumentos proféticos, soñando milagros aunque viejos por la era que de ellos se supone, enteramente nuevos por inauditos, que carecen de toda calificación y aprobación superior, mezcla y confunde entre ridículas y vanísimas fábulas una respetabilísima tradición impugnándola y combatiéndola en puntos muy sustanciales. Por todo esto, y sin perjuicio ni ofensa de la jurisdicción y derechos del Santo Tribunal de la Inquisición, que debe también en nuestro juicio tomar conocimiento sobre la clave y el sermón, a vuestra excelencia ilustrísima pertenece no menos conocer, como ya fundamos, del segundo y de la clave, así por la incidencia del sermón, como por los milagros que en ella se asientan. Nulla etiam admit tendal, son las palabras del Santo Concilio de Trento, esse nova miracula… nisi eodem recognoscente et approbante Episcopo, qui simul ataque de iis aliquid compertum habuerit adhibitis in concilium Theologis et aliis piis viris, ea faciat quoe veritati, et pietati consentanea judica verit. Y para precaver toda alucinación o siniestra interpretación sobre la inteligencia de milagros nuevos, los que Borunda establece son tales, no sólo por inauditos hasta ahora y nuevamente publicados, sino también en todo el rigor material; porque si acaso lo fuesen eran milagros actualmente y del tiempo presente. Dice Borunda que la imagen Guadalupana, el Santo Cristo de Chalma y las otras de María Santísima que fueron del tiempo de Santo Tomás se conservan guardadas en cuevas y lugares subterráneos. Y bien, ¿no es milagro que actualmente se obra y se verifica, la actual conservación de imágenes en materias frágiles y deleznables, que cuentan más de mil y setecientos años habiendo estado guardadas cerca de mil y quinientos entre el polvo y la humedad que habrían destruido aun bronces y mármoles? Es pues incontestable, que toca privativamente a vuestra excelencia el reconocimiento de estos nuevos soñados milagros, y que calificándolos, como sin duda los calificará por falsos, es propio de su autoridad determinar lo que juzgue unas conforme a la piedad y a la verdad. A ambas juzgamos que en la presente materia es lo más conforme que vuestra excelencia ilustrísima mande que se retengan los papeles del licenciado don Ignacio Borunda, y que si no hubiesen de pasar a otro tribunal se guarden en el archivo secreto con la nota correspondiente de esta censura; convendrá no menos que vuestra excelencia haga saber y entender a dicho licenciado que por su superior autoridad se ha calificado por ridículo y vano en la mayor parte cuanto asienta tocante a los prodigios y milagros de la nueva Iglesia americana en tiempo de Santo Tomás, y especialmente lo que respecta a las novedades que establece sobre la imagen santísima de Guadalupe; que a consecuencia de esta superior calificación se le amonesta serene su fantasía y deponga las falsas ridículas ideas de su nueva clave, mandándosele con los apercibimientos que hayan lugar, que en lo de adelante ni escriba ni hable como ha escrito y hablado hasta aquí en orden a la imagen de Guadalupe, sino que sujete su dictamen y uniforme su creencia al dictamen y creencia común de los fieles acerca de lo que enseña la piadosa tradición.

Y para evitar cualquiera reparo que pueda ofrecerse sobre la providencia consultada en orden al sermón, hacemos presente a vuestra excelencia ilustrísima; que aun cuando este expediente debiera seguirse por los trámites comunes judiciales y con todo el rigor de una causa criminal, nada falta en el día para que vuestra excelencia pronuncie formal sentencia contra el sermón del padre Mier. Nada más necesita una causa para concluirse en forma, supuestas las demandas de la parte actora, que la audiencia del reo reducida a su declaración, cargos, confesión, y descargos. Todo está evacuado y completo en este expediente. Han pedido contra el sermón del padre Mier el Venerable Cabildo Guadalupano, y la Ilustre Congregación de Guadalupe; ha declarado el padre Mier; ha presentado los documentos que podrían servirle de único descargo; ha confesado ingenuamente que nada sabe ni entiende acerca de ellos porque ignora el idioma mexicano y lo que ha dicho ha sido en la fe de Borunda; ha confesado también su yerro; y retractado la doctrina que predicó, ratificándose en que su retractación es sincera y hecha con plena voluntad. ¿Se necesita más?

Sin duda bastaba mucho menos de lo que hemos dicho para el desempeño de nuestra comisión, y ciertamente no nos habríamos difundido tanto si con un grande dolor de nuestro corazón no supiéramos de ciencia cierta que hay personas en México, que siguen la carrera literaria, o quienes pareciéndoles sublime lo oscuro y extravagante, admirable lo increíble, y medio para exaltar la aparición Guadalupana lo que la destruye y deprime, han visto la clave de Borunda como un plausible sistema, y han aplaudido el sermón del padre Mier como un ingenioso pensamiento. ¿Pero será posible que una tradición uniforme, constante, universal en esta América, de todos tiempos desde su origen, y común a toda suerte de personas; que una tradición apoyada por testimonio aun de autores contemporáneos; que una tradición autorizada por la Iglesia de un modo y por un medio, que casi canoniza el milagro; que una tradición que si se compara con cuantas tradiciones particulares eclesiásticas ha habido podrá tener igual, pero ciertamente ninguna de mayor autoridad; es posible que una tradición tan venerable ha podido menos en el concepto de estos hombres, que la ficción de una persona, tejida, de extravagantes ridiculísimas ideas? Éste ha sido, excelentísimo señor; (ya lo hemos dicho, y lo repetimos) el poderoso motivo que nos ha obligado a difundirnos en nuestra censuras y ojalá que así como en fuerza de ella hemos podido y debido exponer nuestro juicio a cerca del sermón y de la clave, pudiéramos también pedir oportunamente lo que nos parece sobre la opinión que establece la identidad de Santo Tomás con Quezalcohuatl, que se halla en no pocos manuscritos que se guardan y se leen con aprecio por no pocas personas. Si los novelistas no hubieran atestado el mundo de libros de caballería, no hubieran en otros tiempos infatuadose muchos a quienes quiso ridiculizar el ingenioso Cervantes, con su imaginario Quijote. Si el erudito don Carlos de Sigüenza y Góngora no hubiera por desgracia nuestra, imaginado que Quezalcohuatl era Santo Tomás, ni el jesuita Duarte, ni el clérigo N. Autor del Fénix, ni el licenciado Borunda hubieran, copiándose unos de otros, escrito tales extravagancias a las que se puede aplicar oportunamente que erit novissimus error pejor priore. Escribía el padre Duarte por los años de 1686 y como conjeturamos, escribía lo que había leído en los manuscritos de Sigüenza, o lo que había conferido con él; en su obra tenemos las ideas de aquel erudito, y aunque inverosímiles y vanas, podían aun pasar como un ingenioso delirio a que expone aun a los sabios el fuego de una fantasía viva y preocupada de noticias históricas antiguas y oscuras. Siguió a Duarte y desde luego tuvo a la vista sus papeles escribiendo a mediados de este siglo el presbítero que no hemos querido nombrar. ¡Pero qué de gracias desatinadas puso de su propia cabeza; qué de asombros y qué de milagros! Después de todo se conservaba intacta la imagen Guadalupana reservándose para los pinceles de Borunda y del padre Mier que la retocaran para destruirla. Así se propagan las ficciones creciendo siempre más y más y pudiéndose decir de todas, y especialmente de la de nuestro asunto lo que Virgilio de la fama

Monstrum horrendum ingens, au lumen ademptum… vires adquirit eundo.

Así pudiéramos, señor excelentísimo, en vista de estas juiciosas reflexiones, pedir y alcanzar que se recogieran y archivaran en el más profundo secreto los manuscritos en que se ha sostenido la imaginaria identidad de Santo Tomás con Quezalcohuatl, que así han trastornado la cabeza de Borunda, que por medio de éste han precipitado al padre doctor Mier en un profundo abismo, y que en lo sucesivo son capaces de formar mil caballerescos y novelistas historiadores.

México 21 de febrero de 1795.– Excelentísimo señor.– José Uribe. Una rúbrica.– Manuel de Omaña. Una rúbrica.– Excelentísimo e ilustrísimo señor doctor don Alonso Núñez de Haro.

México 26 de febrero de 1795.– Pase esta censura, y demás antecedentes del asunto al doctor don José Nicolás de Larragoiti catedrático de vísperas de leyes de esta Real y Pontificia Universidad y cura del sagrario de nuestra santa Iglesia catedral, a quien nombramos promotor fiscal de esta causa, para que como tal pida y promueva todo lo que corresponda a derecho. Así lo decretó y firmó su excelencia el arzobispo mi señor. Una rúbrica.– Alonso arzobispo de México. Una rúbrica.– Ante mi doctor don Manuel de Flores secretario. Una rúbrica.

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{1} En el discurso de este expediente se retractó el padre Mier, y reconociendo bajo la religión del juramento su retracción se ratificó en ella declarando haberla hecho espontánea y libremente.

{2} Esto mismo y aun mucho más dice el licenciado Borunda en la declaración que ha dado después, la que corre en el expediente a fojas 73 cuaderno 1.

{3} Aún en el día en que las aguas se han retirado tanto, hay algunas chinampas, en el barrio de Tomatlán.

{4} Para que la verdad no se confunda con disputas inútiles, queda así asentado en este punto como en los demás de igual clase que aunque las composiciones borundianas se sostengan conformes a la sintaxis mexicana, siempre son ridículas por su significación, antojadizas, y defectuosas tal vez porque quita y pone letras a su capricho.

{5} Habla Isaías no profética, sino históricamente de las ruinas del diluvio y dice: Morientes non vivant gigantes non resurgant; propterea visitasti et contrivisti cos, et perdidisti omnem memoriam eorum.

{6} Unos escriben Quetzalcohuatl y otros Quetzalcoatl, variación que nada inmuta porque lo mismo significa cohuatl, que coatl.

{7} Entre los mexicanos se encontraron también restos del judaísmo, del mahometanismo y de otras religiones.

{8} Sin ocurrir a esta conjetura hay un rumbo sólido para explicar el origen a que deben atribuirse las cruces y semejanzas del rito cristiano que se hallaron en nuestra América. Las transmigraciones de hunnos, de seitas, de turcos de chinos y de otras muchas naciones que después de la venida de Jesucristo y con algunos conocimientos de su religión vinieron a esta América ministran un medio más verosímil de explicar este problema, que lo es la incierta venida de Santo Tomás. Véase el erudito tratado de George Horno de Originibus Americanis.

{9} Es digno de notar que los manuscritos de quienes se han validado los que creen esta identidad, convienen en haber sido Quetzalcohuatl coetáneo de Huemac.

{10} Aunque el padre Mier afirma claramente y sin restricción muchas veces que sólo fueron doce los que salvaron (en alguna parte dice que catorce) pero entre sus apuntes se halla una cláusula que alude a haberse salvado de otras naciones, pero la ficción siempre muda trajes y todos son de color negro por lo oscuro.

{11} De aquella altura (son palabras de Borunda que habla de la serranía del sur)… resultan venidos estos peñascos dictándolos impelidos los monumentos volcánicos que conserva... sin vestigio en costumbres nacionales et maquina con que pudiera haberlos dirigido la industria.

{12} Pero eso no puede decirse, porque el padre Mier afirma que el apóstol enseñó a los indios a poner las datas de las pinturas en la orla, como lo hizo el santo en la orla de la piedra de la torre de catedral. Rara data que aún no nos ha explicado Borunda, dejándonos también en la ignorancia de adónde se gravó éste que llama el padre Mier precioso relicario que les dejó el Santo y en que se contienen los más altos misterios de nuestra religión. ¡Qué gloria será ver allí descifrado el alto misterio de la augustísima Trinidad!

{13} Los mexicanos fueron la última nación que vino a poblar el país de Anáhuac, en esto convienen todos los historiadores sino es Betancur que dice haber sido los penúltimos y los últimos los otomíes, pero no hemos visto ni sabemos que haya habido autor alguno juicioso que haya establecido la venida de los mexicanos a este país y la fundación de su imperio antes del año 1100 de la era cristiana.

{14} Más que mucho si la piedra ayudada del maravilloso sentido compuesto borundiano instruye: que el trozo desarraigado de la serranía de Tula es simbólico ejemplar de la conservación de la naturaleza divina después de encarnado el verbo, y de la virginal integridad de su inmaculada madre, y también lo es de la que Jesucristo conserva en la ostia eucarística aún dividida ¿Desde que hay hombres ha habido cerebro más fecundo de disparates?

{15} Las expresiones de Borunda semejantes a los oráculos de la gentilidad son siempre enfáticas oscuras y equívocas. La apostasía de los indios se declara en Tula; así lo dice expresamente en la llama 3ª del pliego 12. ¿Pero si ellos declararon su apostasía desollando la imagen, cómo se ejecutó este desuelle en el otro templo que levantaron los mexicanos en las inmediaciones de México?

{16} He aquí los prodigios que obra Borunda quitando y poniendo letras. Huitzillin significa el precioso pajarito chupamirtos; uitztli significa espina, y como esta última significación es la que acomoda a Borunda, al ídolo que todos lo llaman Huitzilopuchtli, quitada una i le llama uitzlupuchtle. Bien puede decir lo que don Tristan en el Entremés del poeta:

Mas faltale una letra solamente,
pero por una letra no es precepto
Que haya yo de perder tan buen concepto.

{17} Casi no hay misterio que no se descifre en la imagen; la anunciación, la encarnación, la pasión y muerte de Jesucrito, la destrucción del mundo por medio del fuego y el juicio final, la resurrección de la carne y la vida perdurable... No podemos acabar con el amén del credo porque gracias a Dios no estamos en estado de asentir a tanto delirio.

{18} Ut coram Episcopo Joanes pallium expandit, veris bellisimis, recentique rore madidis floribus decidentibus, in eodem ricino non modo supra, verum et contra omnia picturæ præceptua apparuit, quam veneramur Beatissima Virginis Imago Guadalupana. Estas son las terminantes palabras del líbelo suplicatorio que se copió a la letra en la bula Non est equidem del señor Benedicto XIV por la que se concedió el oficio y misa propia de María Santísima de Guadalupe.

{19} Aug. lib. IV cont. Donat. cap. XXIV. Quod universa tenet Ecclesia, nec Conciliis institutum eset, sed semper retentum est; non nisi autoritate apostolica traditum rectissime creditur.

{20} Consta en debida forma que esta información comenzada a recibir en enero de 1666 y concluida se aprobó en abril del mismo 66 por los señores jueces diputados del venerable cabildo sede vacante. Remitióse a Roma en el mismo año de 66 y acaso no se presentó hasta el de 67, lo que ha dado lugar a la variedad que se nota en los autores asentando unos que se presentó en 66 y otros que en 67.

{21} No es ésta de aquellas anécdotas que deben todo su origen a un rumor vulgar. El padre Juan Francisco López refirió esto muchas veces a su íntimo amigo el señor doctor y maestro don Cayetano Torres maestre escuelas de esta santa Iglesia de cuya boca lo oí también muchas veces yo el penitenciario.

{22} Quien lee en el licenciado Borunda que el tiempo de Santo Tomás había ya en esta América capas pluviales con cruces coloradas como las de los patriarcas orientales Almaizal y etcétera; quien ve en las dos piedras excavadas no ya escrita la ley sino gravadas la historia sagrada universal, los ministerios principales de nuestra religión y muchas profecías; quien advierte en los manuscritos de que bebió Borunda que en la era de Santo Tomás había ya sotanas negras talares, mitras episcopales, procesiones de corpus y etcétera no extrañará las ridículas semejanzas de que nos valemos.

 
Tomado de Juan E. Hernández Dávalos, CDHGIM, México 1880, III:1

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