Filosofía en español 
Filosofía en español

Juan Miguel Sánchez de la Campa · La instrucción pública y la sociedad · 1854

Capítulo II

La instrucción pública forma el carácter social de los pueblos

Sin ir a buscar a Grecia ni a Roma los efectos de la instrucción que aquellas sociedades daban a sus miembros, hay en España un ejemplo palpable de que la instrucción pública se imprime y se representa en el carácter de las sociedades y en el de sus individuos, llegando a constituir el símbolo propio de cada época.

En el capítulo anterior se ha visto cómo los estudios eclesiásticos lo absorbieron todo y se ostentaban hasta en los múltiples y variados ramos de la bella literatura. Las convulsiones que han agitado al país en lo que va de siglo, han colocado todas sus instituciones en la incertidumbre, y como era consiguiente, la instrucción pública entró en su periodo de transición. Las costumbres antiguas, gótico edificio basado en la instrucción y fuertemente arraigado, sirviendo de base y antemural al sistema político que dominaba, oponían un dique indestructible a las conquistas de la humanidad, en el terreno de los intereses materiales y políticos. Pero aunque el legislador tendió a dar a los estudios científicos un lugar que de justicia reclamaban las condiciones del siglo, no se atrevió a romper de frente con las costumbres inveteradas, con las exigencias de escuela, con las opiniones predominantes.{1} Perdida por causa de la revolución mucha de la influencia que tenía la teocracia, adquiriola en cambio la burocracia y el parlamentarismo; y la juventud y el país no vieron sino en las oficinas y en los tribunales, el poder, la influencia y la posición social.

El impulso dado a la instrucción, al quitarle de encima la presión teocrática, concurrió perfectamente al desarrollo de esta idea; y los que antes acudían en tropel a las escuelas para instruirse exclusivamente en los conocimientos que debían conducirles al altar, corrieron en tropel a las universidades en busca de aquellas ideas y de aquellos estudios que pudieran darles el derecho de hacer pedimentos, de administrar la justicia o de colocarse detrás del pupitre en las dependencias del estado.

Si desdeñados fueron los estudios de las ciencias de aplicación en el anterior sistema, desdeñados continuaron de hecho posteriormente. Se aspiró a formar una nación de eruditos, de empleados y de abogados, y no a inculcar en la juventud y en la niñez el pensamiento de que el hombre debe contar, pura y simplemente, con los recursos que encuentre en sí mismo, y que el estado no debe ser el padre de la sociedad, sino el administrador puro y económico de los bienes e intereses de una gran familia.

A recargar este cuadro, a darle un colorido más triste, concurrió la importancia que se atribuyó a la bella literatura sobre los conocimientos puramente científicos; y mientras el poeta laureado tenía abiertas las puertas del templo de la fortuna y del poder, la ciencia se distraía escuchando los acordes de una lira, que, por bien templada que estuviese, nunca pasan de sonidos, objetos sin cuerpo y sin realidad mas que en las regiones de la imaginación. La palabra literato se aplicó exclusivamente al poeta y bibliófilo, tal vez al crítico, y la ciencia, verdadera fuente de la literatura, verdadero y exclusivo objeto de ella, permaneció arrinconada.

Los estudios clásicos fueron considerados, luego del descrédito de las exageraciones románticas, como los únicos dignos de fijar la atención de los hombres, y los presentó la antigüedad como el único arsenal donde debían buscarse las ideas de lo útil y de lo bello, sin tenerse en cuenta que no en vano la humanidad camina por la rápida pendiente de los siglos, y que no es la poesía ni la discusión de los principios legislativos, discusión, y sea dicho de paso, a que faltan todas las condiciones para que pueda dar por resultado la demostración de la verdad, la que ha de desarrollar las fuentes de la prosperidad, la que ha de conducir a la nación al punto que le corresponde, la que ha de facilitar el acceso a la localidad que debe ocupar en el gran teatro del mundo.

Devuelta al clero su anterior influencia, acude la juventud a los seminarios conciliares, y asalta, pues este es el verdadero calificativo, las piezas eclesiásticas y las sagradas órdenes, porque en el corazón de la multitud está hondamente grabado el pensamiento y el recuerdo de que fuera de la carrera eclesiástica no hay mas que transición y efímeras ventajas. Si aciertan en esto, si el país obtendrá ventajas de este movimiento, si continuando el impulso de hoy no habrá mañana que lamentar tristes resultados, será objeto digno de un escrito que ni tenga las cortas dimensiones de esta obra, ni esté sujeto a los estrechos límites de su plan. Sin embargo, en lugar conveniente se volverá a presentar este problema.{2}

——

{1} Cuando a los hombres que se abrogan el derecho de reformar una sociedad o una institución les asaltan escrúpulos de conciencia, y en el poder contemporizan con lo que anatematizaron en la oposición; cuando toda su táctica se reduce a culebrear, y no rompen nunca de frente con los abusos sin consideraciones de ningún género ni a las cosas ni a las personas, son indignos de los puestos que ocupan; y más que intenciones, antes se les pueden atribuir ambiciosas miras de engrandecimiento personal; vanidad y no orgullo es lo que predomina en sus corazones: ¡cuántos hombres de estos hubo, hay y habrá en este pobre país!

{2} La revolución de Julio ha detenido por un momento esta marcha. Medidas gubernativas no deben nunca inspirar confianza en una nación en que las mismas leyes se varían y conculcan según el capricho o el interés de la fracción que ocupa el poder. Buen testigo de esto es el periodo trascurrido desde principios del siglo actual.

{Texto de las páginas 38 a 40 de La instrucción pública y la sociedad, Madrid 1854.}