Ramón Armesto, Discurso inaugural, Universidad de Oviedo 1863
 
«Influencia que la
facultad de Filosofía y Letras
ejerce en las de Derecho
y Sagrada Teología»
 
 

Discurso inaugural
que en la solemne apertura de estudios
de la Universidad literaria de Oviedo
pronunció en 1° de Octubre de 1863
 
D. Ramón Armesto,
 
 
Bachiller en Teología,
Licenciado y Decano en Filosofía,
Doctor en Derecho, y catedrático
numerario de Metafísica.

 
 
 

 
Oviedo:
Imp. y lit. de Brid, Regadera y comp.,
calle Canóniga, núm. 18.

1863.

 
Ilmo. Señor:

Muy turbado y conmovido me siento con la sublime idea de lo que, para la razón filosófica y para la razón cristiana, representan esta solemne ceremonia y el grandioso espectáculo que tengo a la vista. Interrumpidas por algún tiempo nuestras tareas literarias, las puertas de este establecimiento vuelven a abrirse para la inauguración del nuevo curso académico, y la estudiosa juventud acaba de penetrar por ellas, animada del más puro entusiasmo y de la más cariñosa simpatía, pidiendo que la dirijamos por los caminos que conducen al templo de la sabiduría y de la inmortalidad. Yo hubiera querido contribuir por mi parte a dar mas realce a este majestuoso acto, y mayor gloria y esplendor a nuestra Universidad, con un discurso que además de ilustrar el espíritu con las luces que comunica la verdadera sabiduría, estimulase a los alumnos al [4] adelantamiento en las ciencias; pero si nunca me lo permitiría la pequeñez de mis facultades intelectuales, menos permitírmelo pueden ahora que apremiantes circunstancias se han sobrepuesto a mis buenos deseos. Dos dignos profesores fueron encargados sucesivamente de la composición y lectura del discurso inaugural; y el estado en que, por la traslación de ellos a otras Universidades, quedó la Facultad a que pertenezco en el magisterio, la respetable voluntad de mi dignísimo jefe y últimamente el rigor de la ley me llamaron a desempeñar otra vez la parte más interesante de esta sublime ceremonia. Espero que tendréis presentes estas circunstancias, y otras que me son personales, para escucharme con indulgencia. Y después de los innumerables asuntos sobre que han versado los muchos y brillantes discursos leídos desde este sitio, ¿cuál será la materia del mío? ¿De qué hablaré que presente algún interés y novedad, y que sea digno de un auditorio tan instruido y respetable? Mucho vacilé, y por último he fijado mi pensamiento en las tres facultades a que con dolor veo reducida nuestra Escuela, y me propongo ocupar un momento vuestra atención sobre la influencia que la facultad de Filosofía y Letras ejerce en las de Derecho y de Sagrada Teología, y hablar a grandes rasgos de la armonía y consonancia que hay entre las tres. Puede que no haya acertado en la elección de un asunto tan vasto que es imposible reducirlo a los estrechos límites de un discurso, y espero que tendréis también en consideración esta circunstancia, si no os presento mas que el mezquino y desaliñado bosquejo de un magnífico cuadro.

Ya desde los tiempos mas remotos dijo Séneca que en la Filosofía se hallaba el remedio para todo, y lo dijo con razón, porque por donde quiera que [5] la Filosofía lleva la luz de su doctrina, fecundase la ciencia, y se adelanta mucho en el desenvolvimiento físico, moral e intelectual. Por eso es un abuso el adoptado por algunos casi como tema de llamar filosofismo a los extravíos de la razón; pues la misma palabra rechaza este significado, toda vez que la filosofía penetra con su luz en el espíritu, y lo lleva por un camino investigador y analítico al descubrimiento de la verdad que la razón adopta y proclama.

Hasta que apareció el genio inmortal de Aristóteles, todas las ciencias podían formar el patrimonio de un solo hombre a quien llamaban Filósofo o amante de la sabiduría, y por lo mismo se dijo que la filosofía era el conocimiento de las cosas divinas y humanas comprendiendo el de los fenómenos mentales, el del mundo exterior, y el de las ciencias que se conocen hoy con el nombre de facultades, porque todas pertenecían al dilatado imperio de la Filosofía. Con el transcurso del tiempo adquirieron una extensión superior a la capacidad más grande de un solo hombre, y las facultades fueron las primeras que se separaron de la Filosofía, si bien aquella separación no fue, no es ni será más que aparente, a no ser que estas hijas quieran ingratas revelarse contra la madre común.

Cuando las ciencias, Señores, se encierran dentro del círculo de su especialidad, y en vez de auxiliarse como hermanas se desdeñan como rivales, quedan reducidas a fórmulas estériles. Lejos de suceder esto con las facultades de Filosofía y Letras, de Derecho y de Teología, brilla entre ellas un enlace y armonía tal que las últimas necesitan de la primera para su comprensión y perfeccionamiento. Concretémonos sino primeramente a la facultad de Derecho dividida por [6] los programas de 26 de Agosto y 10 de Septiembre de 1858 en dos secciones, una de derecho civil y canónico, y otra de administrativo.

Así como hay tribunales en que se hacen valer los derechos de la divina justicia para vengar y castigar el pecado, es indispensable que los haya también en que se hagan valer los derechos de la justicia humana en las causas externas para que ninguno atente impunemente contra los de otro, se conserve el orden público y se asegure la propiedad, la libertad y la seguridad individual. En la casa de Dios, que es la Iglesia, tiene que haber también para su perfecto arreglo y gobierno varios ministerios, uno de ellos el de jueces que decidan las causas de materias eclesiásticas que no deben ser juzgadas en los tribunales seculares. ¿Y puede el sacerdote de la ley civil, sin el auxilio de la Filosofía, instruirse en la legislación y costumbres del país, ni adquirir el caudal necesario de luces para el triunfo de la justicia, y para que no prevalezca jamás la calumnia contra la inocencia, ni la intriga contra la probidad? ¿Puede el sacerdote de la ley eclesiástica repasar los códigos de legislación canónica, comparar la disciplina antigua con la moderna, recorrer las determinaciones de los concilios, advertir el espíritu de los cánones, las reglas, las providencias, los medios puramente eclesiásticos que a la Iglesia dejó su divino fundador para conservar la santidad de sus miembros? ¿Puede en fin advertir la forma de gobierno de la Iglesia, señalar los límites de las dos potestades, y comprender y observar los oráculos de la Santa Silla desde el primero de sus pontífices hasta el último del inmortal Pío nono, sin el auxilio también de la Filosofía? Recorramos algunas partes de esta ciencia, y principiando por la Psicología, a nadie [7] quedará duda de su necesidad para todo lo que acabo de manifestar.

Es imposible estudiar al hombre legal, sin penetrar en la inteligencia, sensibilidad y actividad humana. El fundamento del derecho está en la razón, libertad y sociabilidad de la naturaleza del hombre, y este derecho desaparece o se hace ininteligible si se ignora la naturaleza humana, y se desconocen la espiritualidad e inmortalidad del alma, sus altas facultades, y el origen, genealogía y progresos de sus ideas. Para trazar el cuadro de las nociones jurídicas, necesitan los jurisconsultos partir del conocimiento de si mismos, de las leyes impuestas a su sensibilidad, inteligencia y actividad, ver como se engendran y suceden las ideas, los deseos, y analizar las fuerzas, las relaciones del espíritu y su influjo en la formación del pensamiento. Entre las varias y grandes ideas que en la filosofía dominan al hombre, una de ellas es la de lo justo, y a esta idea pertenece la legislación civil y eclesiástica. Todos, según nuestro mayor o menor desarrollo intelectual, experimentamos la necesidad mas o menos viva de conocer y darnos cuenta de la justicia, y solo podemos satisfacer necesidad tan noble por medio del ejercicio de la razón, de la reflexión, de la Filosofía, porque ella sola es la que da solidez a todos nuestros conocimientos fundamentales, y una claridad que de otro modo no tendrían, y he aquí como la Psicología es un precedente necesario de la jurisprudencia civil y canónica.

El arte que enseña las reglas invariables que dirigen nuestro entendimiento para conocer la verdad y evitar el error, fue siempre llamado órgano de la inteligencia, y no puede menos de ser la antorcha que guía al jurisconsulto en la adquisición y aplicación de su ciencia. Sin ella no le es [8] dable descubrir bien los abismos en que se precipita a veces el entendimiento, ni conocer las relaciones de unas verdades con otras, su mutua conexión y dependencia y no dejarse sorprender de los sofismas con que, por ignorancia o de intento, obscurecen algunos, de palabra o por escrito, las verdades más claras, o tratan de sostener y hacer valer sus errores. No, sin la Lógica no puede el jurisperito desenvolver las leyes en un negocio difícil y complicado en que la honestidad se halla envuelta con la torpeza, la inocencia con la malicia, y la moderación con la audacia. Tampoco puede dirigir sin ella en una grave discusión los agudísimos dardos del raciocinio, destruir las falacias y disipar las tempestades de las pasiones, y así tuve ocasión de conocerlo todo en los muchos años que estuve dedicado al desempeño de la noble profesión de la abogacía.

¿Y qué diré de la Metafísica, que es la asignatura, cuya enseñanza me está encomendada? Basta que se la defina, ciencia de los primeros principios, para comprender el influjo que ejerce en los estudios de derecho civil y canónico. Por más que parezca una paradoja, los jueces civiles y eclesiásticos no pueden pasar sin hacer especulaciones metafísicas, y contemplar las cosas abstractas de la materia. Aunque no hay más que un ente necesario y una causa dotada de actividad propia, ese ente y esa causa sacó de la nada multitud de entes y de causas, y la jurisprudencia de los dos fueros no puede permanecer extraña a la parte alta de la filosofía que en la Ontología clasifica los entes y las causas, explica la naturaleza de las sustancias y de los accidentes, del ser inmutable y de los mutables, del infinito y de los finitos, del simple y del compuesto, del eterno y de los temporales, del necesario y de los contingentes, de los [9] absolutos y relativos, de las causas y de los efectos hasta subir a la sustancia increada y a la causa incausada, necesaria y perfectísima o al ente a sé et non ab alio, de cuya aseidad y necesidad deduce su existencia e infinita perfección. El derecho que, aunque absoluto esencialmente, es relativo cuando se aplica a las sociedades, y que sin embargo de ser efecto en su origen, es causa de innumerables armonías, no puede eliminar el auxilio de la ciencia que en la Cosmología se ocupa abstractamente del mundo, de su origen y perfección, del enlace que hay entre los seres que lo componen, del tiempo, del espacio, del lugar, y que por los vínculos de causalidad enlaza lo múltiple, finito, relativo, contingente, mutable, temporal e imperfecto, con lo uno, infinito, absoluto necesario, inmutable y perfectísimo; y he aquí como el jurisconsulto necesita de la metafísica, y como si no sube por la escala de Jacob, tiene que subir por la de la ciencia, para elevarse en la Teodicea a la fuente de justicia.

Los derechos de propiedad y de familia nacieron antes que los legisladores hayan querido establecerlos. Las leyes de la naturaleza moral y la razón que las busca, están sobre los códigos: la letra de estos es muerta si no los vivifica el soplo de la Filosofía moral, elevando al jurisconsulto al conocimiento de la ley eterna origen, principio y norma de toda ley, y al de la natural impresa en cada uno, y por la cual se le manifiestan claramente las relaciones que los ciudadanos tienen con la república como partes con el todo de que son miembros, y las que los ligan entre sí ya naturales, ya provenientes de pactos y contratos. La moral prescribe el bien porque es bien: el derecho porque es obligatorio; pero el bien produce la obligación, el orden y concierto de las sociedades, [10] las ha creado y se identifica con todo lo que hay de moral y justo sobre la tierra. El hombre es sociable por su naturaleza, como es sensible, inteligente y activo: el edificio de las ciencias sociales descansa en la sociabilidad, en la razón y en la actividad del hombre; mas como este es débil, necesita que le sostengan y salven otros hombres en los tribunales de justicia. Por eso los conocimientos de la Ética son de absoluta necesidad al jurisconsulto, toda vez que forman la parte mas importante del ser del hombre, de su felicidad, de su fin último, de las pasiones, del modo de castigar las perjudiciales y de excitar las que guían al bien.

Las ciencias de gobierno que son la fuente de vida para proporcionar adelantos y bienestar a las sociedades, regular los derechos y mantener en armonía las pretensiones de todos los hombres y sus aspiraciones en concurso, desaparecerían sin el conocimiento filosófico de las facultades morales del hombre, de su espíritu en la manera de ejercitarlas y de las leyes de desenvolvimiento que Dios le impuso. La necesidad de unir los estudios filosófico-sociales a los jurídico-administrativos, solo puede desconocerla el que desconozca el origen y los principios de la jurisprudencia, y que los intereses sociales se conservan y fomentan según el curso de la civilización filosófica o de las mejoras progresivas no solo de los intereses materiales, sino también de los intelectuales y morales que la Filosofía enseña. Si esta ciencia y la administrativa se divorciasen, la administración sería un arte empírico, y se envolvería en un círculo vicioso de hechos estériles; y si vemos que el derecho administrativo se desenvuelve en consecuencias y pormenores, es porque vemos también que se fortifica y robustece su filosofía. [11]

La economía política nos descubre como fuente de toda riqueza el trabajo del hombre, y la riqueza es un medio indispensable para los fines del individuo y de la sociedad, por lo cual en los tiempos modernos consideran algunos la economía pública como la más importante de las ciencias sociales. Ella descubre nuevas fuentes de riqueza pública, aumenta por este medio el bienestar general, investiga los de hacer más llevaderas las cargas públicas, y combate los obstáculos que a su acrecentamiento se oponen; pero si ha de hacerlo sin el empleo de medidas violentas que destruyan la propiedad y desquicien las sociedades, tiene que recurrir a la razón y a la filosofía.

La misión del Jurisconsulto es la de enseñar las verdades jurídicas razonando, convenciendo, dirigiendo los entendimientos y ganando los corazones. ¿Y podrá lograrlo sin ser literato, y vanagloriarse con este nombre sin merecer el de filósofo? Imposible; porque la literatura saca la verdad de sus conocimientos de la lógica, y la hermosura con que los presenta de las lenguas en que estudia modelos acabados en perfección. El Jurisconsulto necesita poseer las formas del estilo legal, el magistrado amar la justicia grande y bella como lo es. Las palabras del Abogado impasible serán descoloridas, y previstas por el tribunal y por el auditorio, se oirán sin calor y sin influjo. ¿Cómo hablará con exactitud, propiedad y pureza sin la Gramática? ¿Cómo con belleza, agrado y convencimiento sin la retórica y la fecundísima elocuencia? ¿Cómo con eficacia sin la moral? El arte que triunfa del corazón convirtiendo las verdades en sentimientos, es el resultado de una Filosofía sublime. La belleza se confunde con la verdad y la justicia, porque lo justo es la verdad [12] moral, y lo bello la verdad artística. Dios no nos ha dado el sentimiento de lo bello para dejarle dormido, y que de su seno no broten los raudales de bien que encierra. He aquí, pues, la razón de figurar en los estudios jurídicos la estética que es la filosofía de la belleza, la retórica que corrige las aberraciones del ingenio, y la crítica histórica que recorre y examina las producciones literarias a la luz de los preceptos del arte y de los principios filosóficos. Cuando entre los romanos penetró la filosofía en la administración, el derecho se hizo filosófico y se desenvolvió bajo el influjo de la más sabia inspiración de la justicia; y si Cicerón sobresalió tanto en el foro, fue por reunir a sus conocimientos de derecho los de la literatura y de la filosofía.

El conocimiento de la Historia es también importantísimo para la facultad de Derecho, principalmente cuando versa sobre los pensamientos, voliciones y hechos del individuo, porque los hombres suelen obrar según piensan. El Derecho romano que se estudia en los dos primeros años de la facultad de derecho, no puede comprenderse sin la historia de aquel pueblo singular por su patriotismo, eminente por su ilustración, y grande por sus conquistas. ¿Y porqué se estudia entre nosotros mas que por ser el nuestro en gran parte el mismo derecho romano modificado según las exigencias de la civilización y los progresos de la Filosofía? La Historia informa a los Jurisconsultos de que aquellos pueblos fueron felices donde se acató y practicó la justicia, y merced a ella, las sentencias de jueces justos estimulan a otros a serlo, e impiden las injusticias por temor de que en la misma queden consignadas. La historia nos da la razón de la distancia inmensa que hay entre las leyes actuales y las [13] antiguas: nos la da de las notables diferencias que se advierten entre las de unos y otros pueblos: nos la da en fin del porqué se abolió el tormento y otras monstruosidades incompatibles con lo que dicta la sana Filosofía. Si la historia cerrase sus páginas, la jurisprudencia no hallaría la razón histórico-legal, ni en las palabras de las leyes habría otra cosa mas que misterios.

Me haría, Señores, interminable, si enumerase detenidamente cada uno de los diferentes estudios que forman la ciencia filosófica tanto elemental como de ampliación, y más aún si me empeñase en demostrar su importancia y la armonía que la facultad de filosofía tiene con la de derecho civil, canónico y administrativo. Concluiré, pues, esta parte con la siguiente razón general. No hay ciencia en que no se hagan aplicaciones de las facultades intelectuales del hombre a las diversas cosas cognoscibles; y la filosofía trata de estas facultades, examina lo que valen y a lo que alcanzan; y por eso el legista saca de ellas las últimas razones en que se apoya. No hay ciencia que no aspire a explicar las cosas de que trata, y esta explicación es imposible sin conocer las causas, los principios y la razón de los objetos que constituyen la especialidad de cada ciencia; y siendo como es la Filosofía la ciencia de la razón de las cosas, y la jurisprudencia realmente una ciencia, claro es que ha de tener por aliada a la Filosofía. Por eso llaman a esta, ciencia de las ciencias, ciencia por excelencia, ciencia necesaria a todas las ciencias, ciencia importantísima, y finalmente ciencia suprema. Es, vuelvo a decir, la ciencia de la razón que es nuestro título de hombres: de la razón que es nuestro criterio, nuestro recurso, nuestro instrumento para llegar a la verdad: de la razón en que se apoya toda nuestra [14] dignidad, nuestros derechos, nuestro carácter mismo de criaturas inteligentes y responsables: y de la razón por último que es el mismo aliento del eterno y el soplo con que animó el barro de que hemos sido formados. Por eso también se enseñan elementalmente en los institutos tantas asignaturas como preparatorias para los estudios de la facultad de derecho civil, canónico y administrativo, y por eso en fin se mandan simultanear con ellos otros enclavados en la facultad de Filosofía y Letras.

Algunos acaso dirán que exageré los derechos de la razón dándole una fuerza comprensora de toda verdad, y que mal puedo así armonizar la Filosofía con la Teología revelada; pero cristiano desde mi nacimiento, y antiguo alumno de filosofía y teología, no ignoro que cuando en la ciencia de la religión revelada se erige a la razón un trono exclusivo, se levanta a la verdad un afrentoso cadalso. No es mi ánimo dar a la razón un lugar superior al que le pertenece, y bien sé que donde termina el imperio de ella, empieza el de las verdades divinas que viven a la sombra de la autoridad de Dios. No pertenezco a la escuela racionalista alemana, ni a la ecléctica francesa que dicen que la teología nada tiene que ver con la Filosofía que nos enseña las verdades descubiertas y ordenadas por el entendimiento humano, y que aquella no puede ni debe hermanarse con esta, por ser contraria a la razón.

Jamás podrá demostrarse que entre la razón y la teología revelada haya la más mínima repugnancia, y que choquen entre si los derechos que cada una reclama, y que por su misma naturaleza les competen. Lejos de condenar la teología el estudio de la filosofía, ve en ella una poderosa aliada, y la considera como muy útil y necesaria [15] para la explicación y defensa de su doctrina. Ni podía ser de otra manera. ¿Cómo ignorando el teólogo la existencia, la unidad e identidad del alma humana, su origen, su naturaleza espiritual, su destino, sus propiedades principales, las facultades intelectuales y morales de que está dotada, y otros importantes conocimientos que se dan en la Psicología, podrá saber las relaciones que ligan al hombre con Dios, criador, legislador, santificador, autor de los Sacramentos y fin último? ¿Cómo sin el de las reglas que en la Lógica se estudian para dirigir con seguridad la inteligencia en la investigación y demostración de la verdad, podrá estar seguro de sus juicios y raciocinios, descubrir los sofismas, y estar despierto y como en atalaya para conocer el error, la novedad peligrosa, la superstición, la relajación de la sana doctrina, y patentizarlo, combatirlo y repelerlo todo? ¿Cómo sin la Metafísica que acostumbrando su entendimiento a las cosas abstractas de la materia, y definiendo varios seres íntimamente relacionados con las verdades reveladas, le facilita el conocimiento de ellas y le guía como por la mano a la inteligencia y explicación de las mismas, podrá defender por principios aquellas verdades importantes, y entender el lenguaje de los S. S. P. P. y de los autores escolásticos que las conservaron en sus escritos? ¿Cómo podrá prescindir de la Filosofía moral que además de disponer la parte más noble del hombre al fin para que su criador la tiene destinado según sus acciones, lo acompaña a dar con seguridad la dirección debida a sus estudios, e impide los extravíos de los que se afanan por contradecir la verdad y santidad de las firmes y consoladoras creencias que la Teología enseña? ¿Cómo podrá desentenderse de la Historia que es el teatro de la teología experimental donde el tiempo y los [16] siglos han reducido a prueba práctica y visible la verdad y la realidad de las promesas hechas a la Iglesia siempre una, siempre firme, siempre viva en medio de tantas sectas? Como... pero convertiría la solemnidad de la inauguración en un acto fatigoso y desagradable, si continuase recorriendo una por una todas las partes de la Filosofía para demostrar la necesidad que de esta ciencia tiene la Teología. La consonancia y armonía que hay entre las dos, es mayor y más conocida aún que la que existe entre la primera y la de Derecho.

Así es que, ya desde los primeros tiempos de la Iglesia, los mas ardientes defensores de la Teología lo fueron también de la Filosofía, y se dedicaron con ahínco a esta ciencia para impugnar a los que entonces se oponían a su estudio, a pretexto de que distraía la mente de la contemplación de las cosas divinas.

«Una ciencia extensa y variada, decía Clemente de Alejandría en una de sus estromas, recomienda al que expone los grandes dogmas de la fe en el ánimo de sus oyentes, inspira admiración a sus discípulos y los atrae hacia la verdad.»{1} «Algunas personas, añadía en otra, que tienen alta opinión de sus disposiciones, no quieren aplicarse a la Filosofía, a la dialéctica ni aún a la filosofía natural, y desean poseer la fe sola y sin adorno, lo cual es tan razonable como si esperaran coger uvas de una viña que hubiesen dejado inculta. A la manera que, concluye, en la agricultura y en la medicina se considera como más idóneo para una y otra al que ha estudiado más ciencias útiles para la labranza o para el arte de curar, del mismo modo debemos nosotros mirar como mejor preparado al que convierte toda cosa en provecho de la verdad, al que recoge todo lo que la geometría y la [17] música, la gramática y la Filosofía misma pueden encerrar de útil para la defensa de la fe; mas el campeón que no se ha instruido con cuidado, será despreciado ciertamente.»{2}

En un pasaje de la oración fúnebre que S. Gregorio Nacianceno pronunció en honor de S. Basilio, dijo estas palabras{3}: «Juzgo que todo hombre de juicio sano convendrá en que la ciencia debe mirarse como el primero de todos los bienes terrenales, y no hablo solamente de esa ciencia que hay en nosotros y que despreciando todo adorno exterior, se dedica exclusivamente a la obra de la salvación y a la belleza de las ideas intelectuales, sino también de esa otra ciencia que viene de afuera y que algunos cristianos equivocados desechan como falsa, peligrosa y capaz de desviar el espíritu de la contemplación de Dios.» Después de manifestar que el abuso que los paganos hacían de la ciencia, no era razón para desecharla, continua de esta manera: «no ha de censurarse pues la erudición porque algunos hombres quieran obrar así: al contrario, debe considerárselos como unos tontos e ignorantes que quisieran que todos los demás se les pareciesen para poder ellos esconderse entre la muchedumbre y ocultar a todo el mundo su falta de educación.» Comprendiendo Juliano el apostata, el poderoso uso que sus condiscípulos S. Basilio, S. Gregorio y otros hacían de la Filosofía y de las ciencias humanas para destruir la idolatría y el error, publicó un decreto prohibiendo dedicarse al estudio de aquellas ciencias,{4} decreto que fue considerado como una cruel persecución a la Iglesia. [18]

Si de la de Oriente volvemos la vista a la de Occidente, encontramos la misma severidad en los teólogos contra los detractores de la filosofía. S. Gerónimo se mofaba de los ignorantes de ella en estos términos. «Toman la ignorancia por la santidad, y están muy ufanos porque se creen verdaderos discípulos de los pobres pescadores que promulgaron el evangelio.» En otra ocasión explicaba la sagrada escritura fundándose en la misma filosofía pagana, y concluía con estas notables palabras. «Haec autem de scriptura pauca possuimus ut congruere nostra cum filosofis doceremus. Hemos citado estos breves pasajes de la escritura para enseñar que nuestras doctrinas concuerdan con las de los filósofos{5} En un sermón de San Bernardo cuyo tema era «el conocimiento de la ciencia humana es bueno» se expresaba así el elocuente orador: «no ignoro cuanto han servido y sirven los sabios (filósofos o literatos) a la Iglesia, ya refutando a sus enemigos, ya instruyendo a los ignorantes.»{6}

¿Y necesitaré invocar las voluminosas obras de Santo Tomas que recogió en ellas cuanto entonces se sabía en jurisprudencia, en Filosofía, en historia profana, en historia natural y en literatura, armonizándolo todo con la teología revelada? ¿Necesitaré recordar que los innovadores del siglo XVI que negando el libre albedrío del hombre, establecían en su sistema la muerte de la inteligencia humana por el pecado original, fueron condenados por la misma autoridad de la Iglesia que consideraban como opresora de la razón y verdugo de la inteligencia? ¿Necesitaré finalmente invocar a los que en los tiempos modernos batieron a Lutero y al protestantismo con el auxilio de las [19] lenguas sabias, de la crítica, de la historia y de la Filosofía? Me parece que con las citadas respetables autoridades de eminentes escritores de religión y teología que en sus obras acumularon las riquezas de la filosofía, se demuestra con toda claridad que esta ciencia fue alistada bajo las banderas de aquella, que no hay incompatibilidad entre la una y la otra, y que con razón decía un Obispo ingles (el Doctor Sout) «si Dios no necesita nuestra ciencia, mucho menos necesita nuestra ignorancia.»

Pero no solo se demuestra el enlace y la concordia de la Filosofía y Teología revelada con el testimonio de los padres griegos y latinos que contra los enemigos de la segunda emplearon los argumentos que la misma Filosofía de ellos les suministraba, sino también con los más eminentes filósofos. Entre los muchos que podría citar, invocaré no mas que a Bacon. «Dios, escribe, envió al mundo su divina verdad acompañada de las ciencias, porque estas le sirviesen de auxiliares. Vemos que muchos de los Obispos antiguos y de los PP. de la Iglesia eran versadísimos en las ciencias de los paganos hasta tal punto que el edicto del emperador Juliano prohibiendo la asistencia a las escuelas y los estudios a los cristianos, se miró como un instrumento más terrible contra la fe que las persecuciones sanguinarias de sus predecesores. La Iglesia cristiana fue la que en medio de las invasiones de los Scitas que vinieron del Noroeste y de los Sarracenos que vinieron del Este, conservó en su seno las reliquias de las ciencias profanas que si no se hubieran perdido enteramente. En estos últimos tiempos, añade Bacon, los Jesuitas han vivificado y fortificado mucho la ciencia y contribuido a la consolidación de la silla romana. Así, pues, concluye, además de servir la [20] Filosofía y la ciencia humana de ornamento y explicación de la religión, le prestan también dos servicios importantes: por una parte contribuyen a la exaltación de la gloria de Dios, y por otra ofrecen un preservativo excelente contra la incredulidad y el error.{7}

A pesar de tantas razones y autoridades como hay en favor de la comunión y alianza de la filosofía con la teología revelada, todos los días se entablan rudas polémicas para sostener la incompatibilidad de la una con la otra. Apenas se pronuncian las palabras dogma, revelación y cristianismo, se oyen las protestas del orgullo humano, expresión de los exagerados derechos de una razón limitada e incapaz de comprender todas las verdades del orden natural, y aun para desenvolver con acierto los luminosos principios de la moral que debe ser la base de todo buen gobierno y de la verdadera civilización. ¿Quién había de persuadirse que se hiciese la apoteosis de la razón, constituyéndola medida de toda verdad y de todo lo escible? Una Pseudo filosofía orgullosa y de hombres de corazón corrompido, tuvo la osadía de sostener y propagar aquella doctrina contra la sumisión y la obediencia debidas a la autoridad de Dios. Levantando el estandarte de la rebelión contra la teología dogmática y contra todas las creencias, aspira a explicarlo todo, y todo lo embrolla, todo lo destruye, todo lo aniquila. Tal es el último resultado del racionalismo y panteísmo, ramificación del protestantismo o sea de la razón divorciada de la fe. ¿Y qué otra cosa podíamos esperar? ¿Es por ventura distinta la naturaleza del hombre de nuestro siglo y del anterior de la de los que existieron en los pasados? ¿Ha llegado la fuerza de la filosofía de hoy a perfeccionar las generaciones de tal manera que la presente y la del [21] siglo último deban considerarse esencialmente distintas de las precedentes? ¡Ah! bien pudiéramos repetir aquí la profunda sentencia del sabio «lo que es, es lo que fue, y lo que fue, es lo que será.»

El ánimo se contrista ante las aberraciones y delirios de la razón humana siempre que entregada a sí sola, ha tratado de abrirse nuevas sendas en el anchuroso camino del saber. La historia de la filosofía, cuya enseñanza estuvo algunos años a mi cargo, demuestra que el término de los progresos de la sola razón entre los caldeos, persas y fenicios, fue el politeísmo, las astrolatría, los dos principios del bien y del mal con otros absurdos; y entre los griegos y los romanos, la erección de templos a toda clase de vicios, y el culto a los héroes y a los genios que divinizaron la codicia, el deleite carnal y otras bajas pasiones. El estudio de la historia de la filosofía demuestra también que el ateísmo, el gnosticismo, el panteísmo, el eclecticismo, el racionalismo, el protestantismo y otros sistemas erróneos fueron el término a que vinieron a parar los extravíos de los enemigos de la teología revelada, sostenedores de los exagerados derechos de la razón.

Aunque el verbo increado hecho hombre, sirvió de maestro en la escuela de la humildad, sumisión y obediencia, y nos dio las lecciones que ni los sabios de Grecia y Roma pudieran comprender, porque escrito está que el cristianismo es para los gentiles necedad: aunque amaneció el claro día que disipó las tinieblas de la noche del paganismo y dio a conocer la verdad, fuente y origen de la ciencia, y la verdad núcleo de todas las verdades que, sin el aparato del orgullo humano, sacia nuestro entendimiento: aunque en fin algunos dijeron entonces con admirable modestia «no sepamos más que lo que conviene saber» otros presuntuosos sabios [22] resucitaron en nuestros días los absurdos que los siglos del paganismo habían condenado a las tenebrosas regiones del olvido, y los aumentaron con otros muchos. Los extremos se tocan, y la verdad camina siempre en medio de los errores. Si los que dan muerte a la filosofía, la dan también a la fe, y destruyen completamente el edificio social convirtiendo al mundo en un verdadero caos: si los que en defensa de la fe aniquilan su razón, obran con la mayor inconsecuencia, y bien dijo Leibnizt, «desechar la razón para creer la revelación, es lo mismo que un hombre que para mirar por un telescopio comenzara por sacarse los ojos,» los que exageran el alcance de la razón y eliminan la revelación, dan lugar a los perniciosos sistemas de que dejo hecho mérito.

Con mucho acierto dijo contra estos Malebranche: «me hallo perplejo a cada paso siempre que intento filosofar sin el auxilio de la fe. Ella es la que me guía y me contiene en la indagación de las verdades que tienen alguna relación con la divinidad como son las pertenecientes a la Metafísica{8} Y en efecto, sin el auxilio de la fe, los esfuerzos de la razón humana siempre han sido impotentes para conocer las verdades más necesarias tanto acerca de la naturaleza de nuestra alma, su origen y su destino o fin, como acerca de las que tienen por objeto inmediato a Dios. Así es que el mismo Santo Tomás cuyo talento filosófico es el orgullo de la edad media y la admiración de los filósofos modernos, dejó escrito que la verdad acerca de Dios basada no más que en las investigaciones de la razón, sería obra de pocos, de mucho tiempo, y con mezcla de muchos errores: à paucis, per longum tempus, et cum admistione multorum errorum.{9} [23]

Os fatigaría, Señores, y molestaría demasiado si me ocupase en la refutación de los argumentos que los antagonistas de la Teología revelada oponen contra el enlace de ella con la Filosofía, sosteniendo que fuerza nuestro entendimiento, que pone límites a la razón, que enseña misterios, que niega la perfectibilidad humana, y que está destruida por grandes adelantamientos hechos en todos los ramos del saber. Léase con detención y sin preocupación de espíritu la obra del ilustre presbítero español «el protestantismo comparado con el catolicismo en sus relaciones con la civilización Europea»; léanse los «discursos del Emmo. Cardenal Wisseman sobre las relaciones que existen entre las ciencias y la religión revelada», particularmente el quinto y sexto, y solo esto bastará para convencer de la comunión y armonía que hay entre la Filosofía y la Sagrada Teología, de que hasta las ciencias naturales consideradas bajo su verdadero punto de vista filosófico, se unen ordinariamente a la de la religión formando la base de lo que se llama teología natural, y por último de que lejos de debilitar o destruir los descubrimientos de las ciencias naturales las verdades reveladas, sirven para explicar sus hechos.

Ciertamente: sostener que al asentir a la fe, se limitan los derechos de la razón y se niega la perfectibilidad humana, es lo mismo que sostener que una verdad se limita por otras verdades, que la verdad se opone a la verdad, que Dios autor de la razón y de la fe se contradice, que destruye con una mano lo que edifica con otra, y que la grande obra de la reparación del género humano filosóficamente considerada, es enemiga de los progresos de la humanidad.

Infiérase lo que con respecto a la Filosofía y a las ciencias humanas será la Teología, que es la [24] ciencia de la religión revelada, cuando la religión es el principio que fija y consolida toda ciencia, el centro invariable en cuyo derredor se mueve todo el mundo moral, el lazo que une lo visible a lo invisible, que junta lo que ha sido revelado con lo que la razón puede descubrir, que es la solución de todas las anomalías y de todos los problemas de la naturaleza exterior y del alma invisible, y el último refugio del pensamiento y término final de toda meditación. Digámoslo de una vez y concluyamos: la ciencia de la religión revelada dignifica al individuo y a la sociedad: fecundiza la historia con los más gloriosos acontecimientos y narraciones las más brillantes y encantadoras: engendra los héroes, vivifica las artes, desarrolla las ciencias y levanta monumentos que, como la basílica de S. Pedro en Roma, simbolizan la acción del catolicismo sobre el paganismo, de la teología revelada no contra sino sobre la Filosofía y la razón, de la fuerza divina sobre la humana, de Dios sobre el hombre. ¡Admirable resultado que demuestra también con evidencia la consonancia y armonía que existe entre la Filosofía y la Teología!

He dicho

——

{1} Stromata.

{2} Stromata.

{3} Sancti Gregorii Nancianzeni funebris oratio in laudem Basilii Magni.

{4} Sócrates, Historia eclesiástica, lib. I, cap. 12.

{5} Adversus Jovinianum lib. II.

{6} Serm. 36 super cantica.

{7} De elementis scientiarum. Londres 1818.

{8} Conversación nona sobre la Metafísica.

{9} Suma P. 1ª q. 1ª.

 
Transcripción del opúsculo de 24 páginas publicado en Oviedo 1863,
en la que se han renumerado al final las notas que figuraban a pie de página.

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Ramón Armesto Gil
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