Fernando de Castro, Discurso que en la apertura de los estudios de la Universidad Central, 1868

 
Discurso
que
en la apertura de los estudios
de la
Universidad Central,
en la toma de posesión del doctor
 
Don Fernando de Castro,
 
Catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras,
nombrado Rector de la misma,
y en la reposición de los catedráticos separados,

 
leyó el nuevo Rector
el 1º de noviembre de 1868.
 
 
 

 
 
 
Madrid.
Imprenta de José M. Ducazcal,
Plaza de Prim, 6.

1868.
 


Señores:

Cuando la Europa contempla atónita nuestro alzamiento nacional, y por todas partes se encarecen con aplauso su generosidad y cordura, y solo resuenan ecos de bendición, júbilo y armonía, ecos sean también de armonía, olvido y bendición los que salgan de los labios de la Universidad y de los que han sufrido con ella y por ella. Dichosos sufrimientos, que han traído días de tanta bienandanza para la ciencia y de tan completo desagravio para sus profesores. Mas no permitamos que penetre dentro de los muros de este sagrado asilo, que debe serlo de la paz, de la ciencia y de la virtud, rumor alguno de pasiones mundanales. No recordemos lo pasado. No es de mi carácter, de mi estado, ni de la magnanimidad que cumple a pechos españoles. Miremos, sin embargo, a lo porvenir: preveamos. [4]

La Universidad de Madrid, que hasta el presente no ha tenido, puede decirse, personalidad científica propia, habiendo vivido de las tradiciones de la antigua de Alcalá, va como a fundarse desde hoy por sí misma, con leу y pensamientos suyos, con vida e historia propias, uniéndose más íntimamente que nunca con los florecientes y memorables tiempos de nuestras universidades en el siglo del renacimiento que se llama nuestro, y en el que España llenó con su gloria y con su grandeza al mundo. La última fecha de que debe partir la reivindicación de sus fueros y su transformación en una nueva existencia es aquel día en que un varón respetable{1}, que regía la Universidad y que antes la había honrado como profesor, dejó su puesto por no hacerse cómplice de los agravios que se la inferían. Esta nueva vida va a echar sobre ella, entendedlo bien, una responsabilidad tanto más rigorosa cuanto que, suprimidos desde hoy los límites que acotaban su campo y extendido indefinidamente el sacerdocio de la enseñanza, la ciencia de los profesores ha de mantener en el ya libre y abierto palenque de la cátedra la altura de sus merecimientos científicos y la justicia de su posición y nombradía.

Investido yo de un cargo tan honorífico como superior a mis méritos y desproporcionado a mis fuerzas por la renuncia de un ilustre profesor,{2} a quien satisfacía y [5] conhortaba la docta Alemania cuando le agraviaba y destituía el Gobierno de su país, permitidme que en nombre de todos, profesores y alumnos, declare a la faz de la Nación cómo entendéis cumplir la parte que os está encomendada en la obra social de nuestro común destino, y la ofrezca vuestro leal y celoso concurso para la regeneración de la patria, propagando la verdad y el bien, firmísimas bases sobre las que puede únicamente levantarse con solidez indestructible el grandioso edificio de esa regeneración social y política que buscamos.

Mi condición de compañero, mi cariño a la enseñanza, mi amor al estudio, toda mi vida, la calorosa simpatía que habéis querido mostrarme en días tan amargos para todos, y la acogida que dispensáis, más a mi significación que a mi persona, me permiten creer que no usurpo ni falseo la voz de todos vosotros al convertirme en intérprete de vuestros sentimientos y aspiraciones.

Ellas se reducen, a mi juicio, por cima de toda diversidad de doctrina, situación y conducta, a la libertad de la ciencia, y a la independencia de su magisterio.

La libertad de la ciencia y de la razón, que no es, como se pretende, la indisciplinada anarquía de una disipación intelectual, en ninguna parte más propagada que en pueblos ignorantes e incultos; sino el único eficaz remedio de esta, como de todas las enfermedades del pensamiento humano: la inviolabilidad del profesorado público, sin la cual, mísero juguete de las mudanzas políticas, ha de optar entre el suicidio intelectual o moral, [6] entre la mentira o la deshonra. ¡No, mil veces no! Yo he tenido solemne ocasión de juzgar vuestro unánime sentir; sé que secundareis tal libertad y mereceréis semejante independencia.

En cuanto a mí, pobre náufrago en la borrasca que corrió el bajel de la enseñanza pública, yo bendeciré ese naufragio si, como ha servido para engendrar nobles propósitos en el Gobierno del Estado, sirve también para reanimar en la opinión el sentimiento del derecho y de la ciencia; en los profesores y alumnos, para fortalecer su fe, su aplicación y su dignidad: yo bendeciré mil veces la mano de la Providencia que, del mal pasajero de unos pocos, ha sacado para todos un tesoro inestimable de bienes comunes e imperecederos. ¿Y cómo no bendecir por mi parte ese naufragio que me ha proporcionado un puesto, que ni aún en mis más ambiciosos ensueños, ni en mis aspiraciones de honras universitarias entreví, ni remotamente, y que me permite la gloria de ser cerca de vosotros el representante del Estado que os da la libertad, y cerca del Estado el representante de vosotros también, que le ofrecéis el sincero y poderoso concurso de vuestro estudio y vuestra aplicación? Porque tal es la tarea reservada a mis funciones en la actualidad; ser eco de vuestros mutuos propósitos y aspiraciones.

Hasta hoy, señores, entre nosotros, apartados del movimiento general de la cultura europea, era considerada la enseñanza puramente como un ramo de la administración, y la Universidad como una dependencia más, [7] servida por una clase especial de funcionarios. Si esta, por fortuna, no era la opinión de todos los profesores, éralo al menos del Estado y de sus poderes. Una centralización exorbitante había hecho del maestro, como del sacerdote, un empleado. De aquí el régimen centralizador de la instrucción pública, la oposición a la enseñanza libre, la falta de vida e iniciativa propias en todas las instituciones docentes, la reglamentación con sus programas y sus libros de texto, el modo exterior, ceremonioso y mecánico de llenar sus funciones académicas el profesor. No acusemos, señores, a nadie: en la historia, lo imperfecto precede a lo mejor y más acabado, y deja siempre algún bien aun en medio de sus imperfecciones. Pero es lo cierto que semejante carácter político y administrativo, no social y libre de la enseñanza, la ha venido postrando poco a poco, hasta entregarla maniatada al fanatismo de los partidos: última consecuencia lógica de principios que el espíritu suave, conciliador e ilustrado de otros legisladores y gobernantes, había dulcificado anteriormente en su aplicación.

Mi presencia en este sitio significa el término de ese régimen y la vindicación del profesorado.

De hoy mas, la Ciencia y la Enseñanza, elevadas a poder y sociedad fundamental, serán tan soberanas en su esfera como la Iglesia y el Estado en las suyas; y auxiliadas por este, sólo de un modo temporal y transitorio, llegará el día en que, descansando exclusivamente en sus propias fuerzas, caminen en armonioso, pero libre [8] concierto con todas las demás instituciones humanas. Independiente la Universidad en la organización interna de sus funciones, declarada campo neutral donde planten su bandera todas las escuelas y todas las teorías; inviolable el profesor en la expresión de su pensamiento bajo la salvaguardia de su dignidad científica y de su conciencia moral, habrá de mandarnos la razón, no la arbitrariedad; el derecho, no la fuerza. Esta consagración de la libertad de la enseñanza será uno de los timbres más gloriosos de nuestra regeneración presente.

Sí: desde ahora la apertura de un curso académico por la pública congregación de maestros y discípulos pertenecientes a toda clase de estudios, ha de ser un acto social más solemne e interesante, en que la Universidad, madre del saber, luz central de la vida, muestre a la Nación su estado de cultura, dándole cuenta, según las notabilísimas palabras del Rey Sabio{3}, «en que manera deben los maestros mostrar a los escolares los saberes.»

Exponer elevada, imparcial, sencilla y dramáticamente la íntima relación de la ciencia con los progresos de la civilización, el estado actual de los conocimientos en sus rasgos y caracteres fundamentales; señalar su enlace con el desarrollo social; reseñar los descubrimientos y adelantos realizados, su utilidad y aplicación posible, y el grado en que se infiltran en la vida general del pueblo; fijar la forma de expresión que a los sentimientos y a las [9] ideas va dando el pensamiento por medio de la palabra; presentar el arte como original o de imitación, según que se conforma u opone a su época; notar las obras de mérito superior que en los principales ramos del saber se hubieren publicado; determinar su espíritu y tendencias; deducir, de todo, el estado social de los pueblos y de los individuos: este, y no otro, debe ser el anchuroso campo por donde se extienda en lo sucesivo toda Oración inaugural. Contraer luego esa doctrina a nuestra patria, para mostrar prácticamente en qué sentido han de enseñar los maestros sus saberes, determinando las tendencias que en ella hoy dominan, notando los bienes y las señales de nuestra prosperidad, no menos que los males y los peligros que nos rodean; indicando a la vez la aplicación especial que deben tomar los estudios para conjurar los motivos de temor que pueden todavía asaltarnos, y mantener así despierta la conciencia nacional y guiarla con arte en la obra comenzada, no meramente política, sino también religiosa y moral, industrial y estética, intelectual y económica: tales son, a mi juicio, en esta nueva época, las tareas de la ciencia y de la enseñanza. Que son de vivísimo interés, a la vez ideal y práctico, permanente e histórico, no hay para qué explicarlo, en tiempos cuya aspiración cordial es fundar la alianza de las ideas con los hechos, y pedir a la ciencia la ley de conducta en todos los deberes humanos.

Para lograr estos fines estimareis como yo la necesidad de un mayor desenvolvimiento en los estudios del [10] derecho natural y político, que hasta hoy no habían hallado cabida sino en la instrucción superior: ¡como si sólo el abogado debiera ser ciudadano! No menos esencial es ampliar aquella enseñanza que, haciendo entrar al joven en la intimidad de su conciencia y en la contemplación de su destino, le da el conocimiento de sí mismo, como hombre, en la totalidad de su naturaleza, y le inspira un elevado sentido moral, fuente de caracteres varoniles y enérgicos. Para todo lo cual, debiendo ser el profesor en su doctrina y costumbres ejemplo de edificación viva y permanente, ha de poner la mira en despertar gradualmente en el joven

«recto espíritu científico, puro en la conciencia, sereno e igual en el ánimo, amante de la verdad sin preocupación ni interés ajeno o contrario a ella, respetuoso hacia la opinión o doctrina ajena, pero buscando sobre ella el juicio de la razón, diligente y escrupulosamente indagado, modesto sobre la propia ciencia o talento, abierto y dócil para escuchar nuevas indagaciones y doctrinas, consecuente en su voluntad y vida con su conocimiento. Todo puede y debe ser enseñanza viva del maestro al discípulo, desde la manifestación de su persona hasta los más delicados accidentes de su conducta humana e intelectual.»{4}

De este modo, dignos y respetables comprofesores, seremos fieles a nuestra vocación, reanudaremos las glorias de nuestra enseñanza con las de aquellos tiempos [11] memorables en que, notadlo bien, mujeres tan célebres como las hijas del Conde de Tendilla se distinguían por su saber, y en que Doña Lucía de Medrano y Doña Francisca de Lebrija regentaban públicamente cátedras en Salamanca y Alcalá; pudiendo levantar altiva nuestra frente y evocar sin rubor los manes de los Vives, Luises, Montanos y Brocenses, para anunciarles que la ciencia en nuestra patria es libre.

No pesará al Estado dar satisfacción a vuestras nobles aspiraciones, como la ha dado a vuestro legítimo derecho: que si la libertad, amparando nuestro fin, sirve al progreso de la ciencia, también enseñando vosotros la verdad serviréis más que nunca al progreso de la libertad. Hace XIX siglos lo proclamó la Divina Sabiduría: sólo la verdad os hará libres.{5} Tal es el lema de la nueva enseñanza, del nuevo derecho, de la nueva vida. Por esto he querido que se ostente desde hoy sobre nuestras cabezas. ¡Grabadlo indeleblemente en vuestros corazones!

Después de cuanto os llevo dicho, pocas palabras bastan, señores, para explicar mi conducta en este cargo. Debe corresponder a mi representación: cumplir y hacer cumplir las leyes de estudios; regir con tal templanza y equidad el Cuerpo Universitario, que de ellas nazca la unión de todos sus miembros; respetar todas las opiniones legítimas, y mantener alejada la Universidad [12] de las contiendas políticas; relacionarla con las demás de Europa, mayormente con las de nuestra Península Ibérica, y anunciándolas a todas que la de Madrid proclama la libertad de enseñanza; procurar que esta pierda el carácter aislado en que ha vivido hasta ahora, no sólo respecto de las corporaciones sabias, sino de las facultades y estudios que forman interiormente su propio organismo; y por último, observar el movimiento intelectual del mundo sabio, para hacer que se refleje en las aulas de esta Escuela: tal me parece que es el conjunto de deberes que hoy exige el cargo de Rector de la Universidad Matritense.

Y mientras las Cortes de la Nación, reorganizando bajo la libertad de la enseñanza los estudios públicos, abren más anchos horizontes a nuestra actividad, debemos vosotros y yo, todos, no limitarnos a esperar con respeto su decisión augusta, sino corresponder desde hoy al llamamiento del Estado y a la confianza con que nos honra. Algo cabe emprender en nuestra misma esfera: para ello invoco y espero el auxilio de vuestro consejo, de vuestro celo y patriotismo, no por mera costumbre y cortesía, sino porque realmente necesito del concurso de todos vosotros. Por lo mismo que hay libertad, tenemos que buscar orden y sistema en la ciencia, discutiendo bases que la concierten y metodicen dentro de nosotros. Asociarnos con semejante intento, promover conferencias públicas que difundan fuera de este recinto los conocimientos humanos, y en la forma más popular [13] y accesible que se pueda; fomentar la creación de asociaciones que funden la enseñanza en las clases obreras, y la propaguen hasta en las más retiradas aldeas; abrir cursos especiales destinados a completar la educación de la mujer; procurar que la juventud se agrupe en academias científicas, y hacer de modo que nuestras bibliotecas y museos puedan utilizarse libremente y por el mayor número: ved aquí los principales medios, que espero aprobareis, para mejorar el estado intelectual y moral de nuestro pueblo: mejora sin la que, creedme, la libertad perece, y se apaga en la indiferencia el amor a la patria y a las instituciones. Otras y más importantes reformas, que no están a nuestro alcance, debemos esperar de la ilustración y del celo del Gobierno Provisional, sobre las iniciadas ya con tan general como merecido aplauso, estimulado por las exigencias de la opinión, poder soberano de las Naciones libres.

Para todo esto he solicitado vuestra cooperación eficaz, dignos miembros del profesorado español, cuya voz es ya conocida en Europa: bien se que no me la negareis. Poniendo la mira en tan altas y santas empresas, convertiréis el vínculo meramente externo que hasta hoy nos reunía, en lazos internos morales como los pide nuestro fin, y que ennobleciendo a cada cual ante sus hermanos en este sacerdocio, harán renacer en la Universidad, más estrechamente que nunca, la paz y la concordia, que solo desde fuera pudieron ser momentáneamente turbadas. No de otra suerte conservareis la [14] confianza y el respeto de la sociedad, jamás otorgada sino al saber y a la virtud. Y si, por desgracia, a favor de estos tiempos de crisis y de luchas, hubiere alguno que pretendiera hacer de la inviolabilidad concedida a sus funciones, no a su personal interés, escudo de pasiones bastardas o de ignorancia y pereza, será indigno de compartir con nosotros la honrosísima profesión del magisterio. Y aunque le ampare la ley, que yo sabré mantener, y que no juzga sino al hombre exterior y tiene por honrado al que no ha cometido delito de los del código, le condenará la ley más rígida y poderosa de la conciencia, de la opinión y de la estimación universitaria.

Y vosotros, jóvenes escolares, cuya grata compañía me anima y fortalece para destruir los obstáculos que juntos hemos de combatir sin exaltación y sin desmayo, con la alegre e incontrastable perseverancia del que no cuenta las gotas de sudor que le caen en el combate, sino lo que adelanta sobre su adversario; vosotros que comprendéis, con el entusiasmo propio de vuestra edad, que la alianza del saber y de la virtud salva los pueblos, sentenciados por la ignorancia y el vicio a eterna servidumbre; vosotros que presentís cómo en el orden providencial del mundo la humanidad es una cadena, perpetua escuela en que todos mutua y sucesivamente enseñamos y aprendemos; vosotros a quienes debo tantas muestras de amistad y simpatía, sé de cierto que no me abandonareis tampoco. ¡Ya habéis iniciado algunos la obra misericordiosa de la educación popular! ¡Que no sea perdido [15] vuestro ejemplo! Id a descubrir, en las inteligencias que vais a labrar, acaso tesoros enterrados hoy en la ignorancia, cuando no disipados en el vicio: nuestro espíritu os acompaña. Templo de hoy más la Universidad, abierto a toda aspiración científica y civilizadora, os ayudará con todos sus medios y fuerzas: ved en ella vuestra segunda madre, que os abre los brazos y tiene a gran honra estrecharos en su seno.

Dignos representantes del Estado, profesores y alumnos, españoles todos, tal es, aunque toscamente bosquejado, el ideal de la nueva enseñanza y mis propósitos y manera de realizarlo. Pensad seriamente que comienza una nueva era para nuestras instituciones sociales. ¡Que Dios ilumine nuestro pensamiento, vivifique nuestro ánimo y sostenga nuestra voluntad en los prósperos tiempos como en los adversos y contrarios! La Providencia, estad seguros de ello, coronará nuestra obra, como bendice ya nuestras aspiraciones. Y unidos hoy todos en un solo pensamiento y estrechados nuestros fraternales vínculos, saludemos con efusión el renacimiento de nuestra querida Universidad, Alma Mater, donde ha de reengendrarse nuestro pueblo a la vida de la Libertad y de la Ciencia.

{1} D. Juan Manuel Montalbán.

{2} D. Julián Sanz del Río.

{3} Partida II, Título XXXI, Ley IV.

{4} Sanz del Río: Programas.

{5} San Juan, XIII, 32.

 
Transcripción íntegra del texto contenido en un opúsculo de 15 páginas, Madrid 1868.

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