Ernesto Quesada
Profesor Titular de Sociología en la Facultad de Filosofía y Letras
El día de la raza y su significado en Hispano-América
——
(Extracto de «Verbum» año XII tomo 46)
Buenos Aires
Talleres Gráficos de Araujo Hnos.
Rivadavia 1731
1918
——
La celebración del 12 de octubre, aniversario del descubrimiento de América, engrandeciendo su recuerdo a públicos pregones, ha sido ya consagrada oficialmente –haciendo larga y benigna oferta– como el «día de la raza», significando así, al dar señal cierta de lo que será después, el enaltecimiento de la raza hispana, que realizó con advertencia y fortaleza aquel descubrimiento y la posterior maravillosa conquista de la inmensa región que ha servido de cuna, cual si para ello trabajaran las estrellas, a las actuales naciones hispano-americanas. Desde el grado 35 de latitud norte hasta el 54 de latitud sud, la madre patria formó en este continente, plasmándola, una sociedad colonial interesantísima, sometida –reconociendo la veneración de las leyes– a unidad de régimen político, de creencias religiosas, de mentalidad cultural, de sistema económico, malgrado la diversidad del factor geográfico y las no menos importantes diferencias del factor étnico. Porque en llanos y altiplanos, en clima tórrido y templado, en costas inmensas y enormes territorios mediterráneos, la sociedad colonial se desenvolvió libre y sin embozo sobre la base de la asimilación de la población indígena, civilizada en algunas partes, salvaje en otras; sedentaria e industriosa en muchos lugares, nómade y primitiva en todos les demás; asequible a la colonización a las veces, indomablemente resistente a la misma, en otras; todavía, para enredar más el complicado problema sociológico con trabacuentas misteriosas, se injerta en el árbol social, formado por esa conjunción de los factores étnicos blanco y cobrizo, la púa del negro, importado de África como esclavatura; y esos tres factores raciales, sintiéndose remozados por sus recíprocos injertos, a su vez se cruzan entre sí, formando los mestizos de blanco e indio, los mulatos de blanco y negro, los zambos de negro e indio, y las subcruzas consiguientes: castizos, moriscos, albinos, torna-atrás, lobo, sambayo, cambujo, alvarazado, barcino, coyote, chamiso, y la pintoresca «ahí-te-estás»… Al mundo colonial hispano-americano tal novedad le enseñó un desencanto: mudóse en contraria naturaleza, convirtiéndose en un mosaico singularísimo de mezcla de razas, con atavismos culturales diferentes, que se desenvuelven en ambientes distintos, pero fundiendo –cual si batiera la antagónica substancia con algún gigantesco molinillo– ese bastardo hibridismo racial y social en el crisol de la triple unidad de Dios, rey y ley. Durante tres siglos esa sociedad colonial, haciendo gran plaza de lo que puede, se despliega lentamente, crece y se fortifica, se arraiga al suelo, pujando y extendiéndose hasta apoderarse del todo; toma caracteres propios definidos, cobrando fuerzas en sí misma y, cuando llega el momento decisivo de la crisis histórica del fin del régimen colonial y creación de las naciones independientes, halla salida al cerrado laberinto y, rompiendo los grillos de su acostumbrado recogimiento, del vientre de la madre común nace a la luz del mundo una veintena de repúblicas, como si cayera el fruto del árbol maduro con sazón: de aquella madre augusta sacan su grandeza y soberanía real, y llevan ya un largo siglo de vida propia, durante el cual cada una, puede decirse, ha hecho muestra y reseña de rasgos individuales que la distan infinitamente de las demás. Pero, malgrado la innegable diferencia que hay de una a otra, subsiste el sedimento de la raza común hispana, tronco de todas ellas, las cuales hablan el mismo idioma y profesan todavía las mismas creencias.
Con todo, el siglo transcurrido de vida independiente ha introducido –metiendo en el caso todas las prendas posibles– modalidades especiales en cada nación hispano-americana, creando intereses propios y haciéndolos firmes y estables, inclinando la mentalidad de cada una a influencias diferentes que apretó y estrujó para que diesen jugo; orientando derechamente, por último, su cultura de diverso modo. Es cosa averiguada que todo hispano-americano se apasiona por lo francés, a lo cual diría que ha prestado juramento y homenaje de fidelidad, produciendo por testigo a Dios; pero en el grupo de repúblicas que rodean el mar Caribe, al que coronan como con escudo, y las cuales se encuentran dentro de su radio de influencia –del Ecuador arriba– por los ojos se ve visibilísima la natural atracción de la gran república anglo-americana: y sus procedimientos comerciales, sus métodos educacionales, sus mismos hábitos sociales, comienzan a servir de molde para remozar –como hace el águila, dejando el pelo viejo– a su imagen la vida de aquellas repúblicas; mientras tanto, en el otro grupo –del Perú al sud– se descubre, tendiendo la mira más adelante, otro género de tendencias, más en contacto con las europeas y que, en las naciones del viejo mundo, sobre todo en la simpática Francia, buscan –voceándolo con ansia tan grande– su ideal educacional, social, comercial. Las series de millones de habitantes de las repúblicas hispano-americanas son –y, por mucho tiempo aun, continuarán siéndolo– productores exclusivos de materias primas, sea de la minería o de la agricultura y ganadería: vale decir, son consumidores de los productos fabriles que constituyen la industria de las naciones europeas y de las anglo-americanas, y sobre la cual arman éstas la casa y cimentan las paredes, de modo que representan, para ellas, el más grandioso y proficuo mercado internacional existente en el mundo. De ahí que todas las naciones cultas hayan tratado de atraerse ese mercado, conciliándose amigos y opinión, engolosinándolos con promesas, y bramando por conquistar tal clientela para el comercio e industria propias. Inglaterra fue la que más hábilmente barruntó, sintiendo lo que estaba por venir, su importancia desde los tiempos coloniales y regularizó su contrabando –el de los históricos filibusteros y bucaneros del siglo XVII– a partir del tratado de Utrecht que, a comienzos del siglo XVIII, le confiere el privilegio del «asiento», es decir, le dio la envestidura de nación negrera oficial, con el monopolio de la provisión de esclavos africanos en el mundo colonial hispano-americano: eso le permitió establecer con auténticos cánones factorías en todos los lugares importantes y, a su sombra, organizar firme y macizamente el comercio, convirtiéndose en compradora de lo que las regiones del nuevo mundo producían y en vendedora de lo que requerían. Después que se descartó de sus apetites negreros y renunció a su proficuo e histórico papel de proveedora de esclavos –dándose cantonada a sí misma, y convirtiéndose más tarde, por una curiosa ironía, en la nación que más grandes alaridos y voces dio contra la esclavitud, poniendo los gritos en el cielo– Inglaterra hízose de tal suerte universal señora del comercio de estas regiones americanas que, al formarse las naciones independientes, continuó muy naturalmente ejerciendo ese monopolio y juzgándose por dueña de él, lo que ha durado durante el siglo XIX con provecho legítimo para los industriales y comerciantes británicos, que de ello supieron sacar preciosos intereses induciendo y atosigando a sus financistas y empresarios para dedicar sus capitales y esfuerzos a fecundar la vida de estos países nuevos con empréstitos, ferrocarriles y otras obras públicas, con lo cual han fertilizado y hermoseado las tierras del nuevo mundo.
España, como era lógico, malgrado su posición privilegiada de creadora de estas sociedades hispano-americanas y de tener con ellas comunidad de lengua, hábitos, tradiciones y mentalidad, vióse momentáneamente cortada por las raíces al perder toda influencia apreciable a partir de las guerras de la independencia, pues de la exacerbación de la lucha tomó principio un ambiente deletéreo de anti-españolismo exagerado, en el cual muy explicablemente vivieron los hombres de la epopeya revolucionaria y la inmediata generación siguiente, educada en tales sentimientos. Por eso, hasta muy entrada la segunda mitad del siglo anterior, los hombres representativos de las repúblicas hispano-americanas eran decididamente anti-españoles y todo lo veían al través de esa lente de hostilidad preconcebida a todo lo ibérico, que llegaron hasta considerar como el oprobio de estos países: bastará recordar el típico caso de nuestro Alberdi, en cuyos escritos tiene el autor siempre fijos los ojos de propósito en ese preconcepto. No es de extrañar, entonces, que la corriente inmigratoria española que poco a poco ha tomado la rota de estos países de origen común, resuelta a poner la proa en la virtud, tropezara con ese prejuicio, que le hizo ir dando tumbos, teniéndose por contenta con defenderse con el ejemplo de un tenacísimo trabajar silenciosamente para lograr su bienestar económico, lográndolo con brillo en México y Argentina, pero sin picar más alto ni pretender modificar aquella orientación de la mentalidad americana: se contentó discretamente con poner la mira y esperanza del premio en el sol de la justicia. Y no se equivocó, pues no era posible que tal preconcepto reinara por una eternidad: el último tercio del pasado siglo muestra ya visiblemente la tendencia de los publicistas hispano-americanos a cambiar tal criterio y hubo señaladas mudanzas en todo, principalmente en apreciar los acontecimientos de la vida colonial y el papel histórico de España con mayor ecuanimidad, colocándose en un punto de vista objetivo. La reacción ha sido natural y pasó las cosas de un extremo a otro: hoy, solo algún escritor trasnochado o de información muy deficiente resucita el anti-españolismo de sus abuelos y reedita las catilinarias del mexicano García; todos se han despojado de ese pellejo antiguo, restituyendo la imparcial verdad a su antiguo esplendor, y de ahí que todo hombre culto estudie el presente y el pasado con absoluta justicia para la madre patria, cuyos hechos heroicos se admiran, haciendo maravillas en el cielo y en la tierra; cuyos sacrificios se aprecian, pasmándose de su gran poder; cuyas sobresalientes cualidades se valoran debidamente, dejando el ánimo suspenso y atónito, hasta tal punto que si alguien deseara y pretendiera para sí la honra y alabanza de iniciar hoy «rumbos nuevos», proclamando ingenuamente tal objetivismo simpático como si fuera de su propia invención, provocaría en el acto la sonrisa de los entendidos al verle así querer abrir puertas tiempo hace abiertas ya de par en par… Porque precisamente esa nueva orientación de la mentalidad hispano-americana, al casar la templanza con el celo, ha hecho que no solamente se juzgue mejor el pasado común, teniendo firmes las balanzas de la justicia, sino que se aprieten más los estrechos lazos invisibles que el transitorio desgarramiento del siglo anterior no logró romper del todo, y que representan las ligaduras comunes del atavismo racial, de la unidad de lengua, del sedimento de la mentalidad, de las costumbres, de las creencias, de los criterios: de ahí la reciente tendencia que se esfuerza con impaciencia, trabajando impetuosamente, en propiciar el acercamiento de la antigua madre patria y de sus hijas independientes, con un paniberismo que, propiamente, es un verdadero y legítimo panhispanoamericanismo.
Este movimiento ideológico aún no ha tomado una orientación práctica y positiva: únicamente a la simpatía recíproca la subió en brazos a la cumbre. Aquende y allende los mares se le alienta con argumentos puramente ideales: raza, lengua, religión, tradición, costumbres; con lo cual se renuevan todas las fuerzas del alma, se fortalece la esperanza y se abre el entendimiento. Y si bien a nadie se oculta que esos imponderabilia suelen, a las veces, haciendo maravillosa transmutación, convertirse en factores positivismos y de resultados archiprácticos, el hecho es que tal cosa aún no se ha realizado en la nueva tendencia. Así, los intereses comerciales y financieros no han experimentado todavía influencia alguna en tal sentido, y, engarzando un eslabón con otro mayor, continúan en las manos de naciones con las cuales no nos liga vínculo alguno de los antes enumerados.
Precisamente ese monopolio comercial y económico ejercido por Inglaterra –que tuvo a su cargo tal poderío y autoridad por su mucha práctica en aquel negocio– en el mundo hispano-americano, y traducido por cifras estadísticas formidables, tenía que despertar la emulación de las demás naciones, ya que la luz abre los ojos a otro. Las estadísticas demuestran elocuentemente la marcha de ese fenómeno: así, durante los dos primeros tercios del siglo anterior, se ve esforzarse al comercio de Francia por rivalizar con el de Inglaterra, buscando la miel entre las picadas de las abejas, apoyándose en la natural simpatía que inclinaban las corrientes intelectuales hispano-americanas hacia todo lo francés; más tarde, en el último tercio del siglo, la nueva Alemania –a raíz de su unificación– comienza a tenérselas tiesas con la Gran Bretaña, y se entabla una interesantísima y reñida lucha económica entre ingleses y alemanes por el dominio de los mercados del nuevo mundo, en lo cual muy explicablemente la justicia y la paz no podían darse ósculos amorosos. Inglaterra tenía la ventaja de poseerlos desde hacía casi dos siglos, pero Alemania, en la competencia sobre quién ganará, acometió con un procedimiento de una sencillez abrumadora: estudió estos mercados y les ofreció los artículos que necesitaban, fabricándolos de mejor calidad y vendiéndoselos a menos precio y a más largos plazos. La lucha ha sido extraordinariamente reñida: Inglaterra consideró que era desleal tal procedimiento, que trastornaba las usuales prácticas comerciales, pero poco a poco Alemania ha ido venciendo y desalojando al comercio inglés del mercado hispano-americano, como a las claras lo demuestran las estadísticas. Inglaterra ha ido de vencida y por el suelo todos sus ídolos: volvió con el denuedo de leones enrostrando al comercio alemán el confabularse con los fabricantes, los transportadores terrestres y marítimos, los banqueros y aun el mismo gobierno imperial, para aunar arteramente sus esfuerzos y arremeter contra el pundonoroso negociante británico, que lucha gallarda e individualmente por sus cabales y resiente, como deslealtad indisculpable, esa conjunción de tantos elementos en su contra. El comprador hispano-americano, mientras tanto, ajeno a esos reproches, siguió comprando a quien le ofrecía lo que necesitaba, dándoselo de mejor calidad, a menos precio y a más largo plazo… Era esto muy explicable y muy humano: como el comercio alemán –sea por aquella combinación cooperativa o por otras causas– desbarató lentamente e hizo huir a la chita callando al negociante inglés, salió finalmente con victoria y conquistó por último el mercado. Y eso mismo sucedió en otros países del mundo, donde con desesperación se hicieron unos postreros de primeros, exacerbando la rivalidad económica de Inglaterra y Alemania, hasta el punto de que es esa –en el fondo, descartando la hojarasca de los pretextos mediatos e inmediatos– la causa verdadera que origina la actual conflagración mundial: Inglaterra necesita enflaquecer las fuerzas de Alemania y abatirla y abajarla política y económicamente, para impedir su competencia triunfante en el mercado universal y el desalojo del comercio inglés de las diversas regiones del globo donde antes dominaba, hasta dejar el lugar en manos de los vencedores. La irreductible rivalidad económica de los dos países que sirven de núcleo, haciéndoles blando y suave el lecho de su dolor, a las dos coaliciones que vienen horrorizando al mundo con la guerra actual –tanto que se despeluzan los cabellos, según son los combates de terribles y espantosos– es lo que dificulta tanto toda solución pacífica que se la tiene como por negocio imposible: en el fondo, se trata del dominio del mercado consumidor mundial, especialmente el latino-americano, y de la clientela de la serie de millones de consumidores de estas repúblicas. Lo curioso es –y a veces la ironía suele ser, en materias semejantes, verdaderamente estupenda– que mientras los dos rivales están así destrozándose y destrozando a media humanidad hasta no admitir soldaduras, la codiciada presa parece querer escaparse de sus manos, dejando burlados a los adversarios, porque el tío Sam –los Estados Unidos: nuestros «hermanos mayores», &c., &c.– trata de apoderarse de estos mercados, prendiendo las haciendas ajenas con redes, como comienzan a demostrarlo las estadísticas con manifiesta evidencia. Si continúa la actual conflagración y se le endurecen a la misma las entrañas como un canto, lo lógico será que, a su terminación, el comercio yanqui haya por doquier suplantado al inglés en la América latina, armándole una explicable zancadilla y clavándolo así: la guerra habría, pues, servido para que aprovechara de ella un tercero y se lleve otro el fruto de sus trabajos, pues los dos «illustri rivalli» –germanos y sajones: ¡singulares primos!– quedarían esquilmados y… sin el disputado botín.
El mundo hispano-americano viene así a hacer involuntariamente con perfección el papel de una presa que todos se disputan, armando querella unos con otros, y de la que todos pretenden disponer sin consultar al propio interesado y como si estuviera a su entero albedrío: ya se dice que el predominio económico yanqui tendrá que reforzarse con la tutela internacional, añadiendo así actos al mal hábito, y convirtiendo a este continente en «esfera de influencia» supeditada a la dirección de la Casa Blanca. De ser así, los Estados Unidos consolidarían, macizándolo, ese predominio comercial actual con una serie de regalías y de ventajas que tratados internacionales en ciernes podrían asegurarles sin recelo y que, por un siglo quizá, convertiría a Hispano América –sacándola de libre para esclava– en el hinterland estaduniense. Se pretende con buena y limpia intención que la entrada de los Estados Unidos en la alianza actual, destinada a cambiar el curso de los sucesos, traerá aparejada, cual rama ingerida en un tronco –entre otras cosas– aquella exclusividad como gaje de victoria: a lo que ha debido asentir Inglaterra, rendida a conformidad y unión posiblemente a regañadientes y con cierta retención mental… Si la alianza perdiera, dando con las esperanzas en el suelo, y los imperios centrales ganaran a costa de su paciencia, se iría al pozo ese gozo; de lo contrario, parece que las repúblicas americanas están destinadas a ser, sin comerlo ni beberlo, «el pato de la boda»: ¡extraña siempre sería la estrella suya!
Ese posible peligro ha hecho recrudecer el sentimiento de panhispanoamericanismo, condensado en «el día de la raza»: de uno y otro lado del océano ha crecido en españoles y americanos un amor tan grande, que aquella tendencia de principios pobres sube a la cumbre de la majestad. Evidentemente, malgrado la situación favorable en que hoy se halla España, no podría pensarse jamás que la madre patria pueda evitar –cortando de un golpe la raíz de los vicios– la tutela yanqui en América en caso de triunfo aliadófilo; pero, como dejarse apocar es vileza, por lo menos podrá atenuarla, sobre todo si se estrechan los vínculos que nos unen a la antigua metrópoli, ya que estamos sitiados de males; y si aquella, utilizando las riquezas que ha logrado acumular, encamina sus fines y conveniencias a emplear recursos y energías en convertirse –haciendo metamórfosis– en proveedora de lo que necesitamos. Imite los procedimientos germánicos anteriores a la guerra actual y mírese como en espejos en lo que entonces aquellos habilísimos comerciantes hicieron: inquiera –registrando con su celo los senos de la oculta senda– qué artículos consumen los países hispano-americanos, fabríquelos de la mejor y más conveniente calidad, ofrézcalos a menos precio que lo que puedan hacerlo los yanquis y a más largos plazos, lo que no le será difícil pues aquellos exigen ahora –como si no les bastara ni la mar, ni el aire, ni la tierra– el contado «rabioso», al cual hay que someterse… porque «la necesidad tiene cara de hereje». Preocúpese España –sin apartársele de la mente esa imagen– de los intereses materiales de estos países; de algún descanso a la zarandeada lírica comunidad de ideas, &c.; baje, cual si se descolgara de sus cumbres, de las nubes ideológicas en que –como lo demuestra la conocida Unión Ibero Americana– hasta ahora ha gustado ceñirse, criando en ellas un huerto de deleites para alcázar suyo y embriagándose con la melodía de su palabra sonora: mídase con las otras naciones en el terreno práctico del comercio, y tome posesión de estos mercados. Tiene para ello andada la mitad del camino con aquella comunidad de lengua, raza y tradición, por lo cual en un tranco alcanza más resultados que otros en tres o cuatro; pero esto no basta, siendo menester que tales imponderabilia se transfiguren en los prosaicos factores de la industria y del comercio, aun cuando para ello tengan que vestirse la figura de otro. La América española toda entera irá con gran priesa y diligencia a su encuentro en esa vía: transmútese España en el gran emporio americano y dedique resueltamente su industria y su comercio a fecundar –hasta que falte a sus progresos orbe– estas regiones, otrora suyas políticamente y que puede volver a conquistar pacífica y económicamente, con verdadero contento y satisfacción de unos y otros, futuros conquistadores y eventuales conquistados.
Es evidente también que los países hispano-americanos no se guiarán, por más que le lleven por compañero, exclusivamente por el argumento ideológico, y no se rendirán a la codicia ni se someterán a recibir artículos malos, o más caros o a más cortos plazos, simplemente porque provengan de la madre patria. No: si así fuera, redundaría de ello grandísimo daño para la confraternidad de raza, porque en el terreno de los intereses aquellos imponderabilia son tan solo concomitantes; pero hacen autorizada figura y representan, sin embargo, una gran fuerza que no debe desperdiciarse sin cuenta y sin medida. Además, no solo esa comunidad atávica acerca ahora más y más a lo vivo a España e Hispano América, sino que, para esta última, su porvenir mismo como entidad independiente y de personalidad propia, la inclina con gran voluntad del lado de aquélla: nada tienen estos países que temer al acostarse a la parte de España, la cual jamás podría pretender hegemonía política en el nuevo mundo, aspirando al mando que no pudo conseguir antes; mientras que la tutela político-económica de los Estados Unidos será, para estos países, una capitis diminutio muy seria.
En la presente terrible conflagración mundial –el espectáculo más colosalmente espantoso que los siglos hayan jamás presenciado, pues es como henchir el cielo y la tierra– la República Argentina ha logrado sacar a luz la verdad de una sabia política de neutralidad y prescindencia, que le permite tener las manos libres en el porvenir. La feliz coincidencia de análoga política por parte de Chile, hace que medio continente sudamericano venga así a hacer causa común, juntando estrecha y amigablemente a ambos países, como las recientes panateneas del último mes, en que Buenos Aires ha estado constantemente «endiezyochado» –para usar el típico criollismo de ultracordillera– lo han demostrado grandiosamente, pues en estas festividades chilenos y argentinos fuimos en todo una misma cosa y nos confederamos ciñéndonos con los brazos, sin que fuera menester firmar capitulaciones, pues nos unimos y coaligamos de corazón fiel y sinceramente. Son éstas las dos naciones hispanoamericanas más poderosas por sus recursos: mantengan sin titubear –y sin reparar en trabajos y costos– esa política común, y traten de afrontar unidos los problemas que la terminación de la guerra, próxima o lejana, ha de provocar; el destino del mundo hispanoamericano está en jaque, y, por lo menos, aquellas dos naciones pueden unir sus esfuerzos, siendo una dos entre sí, para salvar al continente de cualquier hegemonía política o económica, y asegurar la libertad de relaciones por igual con todos, único medio de alcanzar la gloria y la inmortalidad. Para eso será de extraordinaria importancia el panhispanoamericanismo, si logra que España aproveche el momento histórico y se convierta en la proveedora económica de este continente: vería así el cielo abierto y llevaría a buen puerto su ambiciosa pretensión. La institución del «día de la raza» tiene, pues, un significado especialísimo en estos momentos, que parece que haciéndonos del ojo está: no solo servirá grandemente solícito y cuidadoso para estrechar esos vínculos históricos a que antes me refería, sino también, enderezando los pasos al fin, a encaminar en un sentido práctico y en el terreno comercial la acción de España en el mundo hispano-americano; de lo contrario, si se mantiene en el terreno de la ideología pura, será solo una de tantas doctrinas tan escabrosas para lo que hoy se usa en el mundo…
Es indudable que si la madre patria nos brinda – ofreciéndonos la nata, la flor y lo mejor que tuviera– los artículos que necesitamos, a menos precio y a más largos plazos que las otras naciones –cualesquiera que sean: aliadófilas o germanófilas– los países hispano-americanos han de preferir dar a la madre patria la preeminencia y comprar a los comerciantes españoles; y han de hacerlo con doble gusto, sin duda, en razón de aquellos vínculos históricos que jamás podrán olvidarse. Esa «entente» económica es previa y, a la vez, imprescindible; más tarde podría parecer a cara descubierta, delante de todo el mundo, otra «entente» política, si acaso la situación internacional lo exigiera sin pedir gollerías ni ave fénix empanada, porque este mundo hispano-americano tiene derecho a que se le desembarace su porvenir y se le libre de obstáculos. Lástima grande es que España haya colgado las armas del templo y cesado de ser potencia de primer orden, despojándose de su gloria secular y desnudándose de su haber; pero no puede eternamente estar retirada a llorar duelos, máxime cuando la guerra mundial actual va a dejar tan enervadas y flacas a todas las llamadas grandes potencias que, puede decirse, España será entonces una de las primeras de Europa; en cambio, en el escenario mundial desgraciadamente habrá que contar –y sin que para ello sea menester ser gran computista y calculador– con otro factor importante: el Japón, que será la única gran potencia del mundo que saldrá a vistas intacta de esta conflagración, con su poder íntegro naval y militar, industrial y comercial, y con riquezas fabulosas, puesto todo ello al servicio de un empuje extraordinario y de condiciones raciales más extraordinarias aún: lo cual está ya entronizando a los nipones hasta el cuerno de la luna, pues parecen querer o ser César o nada, o ser estrella o ceniza. Y casi todo el mundo hispanoamericano ofrécese involuntariamente al peligro de esa acción avasalladora, por encontrase casi todas sus principales repúblicas sobre el océano Pacífico, que ha tomado hoy otro matiz, otro color y otra forma accidental, al convertirse de facto en un mar japonés, en plena esfera de influencia nipona: de modo que España, al tratar de conquistar y monopolizar los mercados americanos, yéndose así tras las cosas amadas, forzosamente tropezará – hallándola allí a las manos– con la acción japonesa, la cual se hace ya sentir, quieran o no quieran, pues emplea el mismo procedimiento científico germánico para competir: es decir, estudia nuestros mercados, comienza a ofrecernos lo que necesitamos, y busca hacerlo por menor precio que los demás y a más largos plazos. Esa acción está aún en sus comienzos: sale a desafiar la diferencia de raza, mentalidad, costumbres, ideales, &c., todo lo cual beneficia a España; pero tiene a su favor, llevándolo en las palmas de la mano, la decisión enérgica y paciente, y la próspera situación industrial y económica del Japón.
En una palabra: nos encontramos en vísperas de los acontecimientos más sugerentes para Hispano América, y es de desear que no nos hallen tan debilitados y tan flacos que no atinemos con la huella. La terminación de la guerra actual va a iniciar un período de choque de influencias por la conquista de la hegemonía económica y política de este continente que, si bien ha salido ya de pañales, parece que solo parcialmente se le ha amanecido el seso: los Estados Unidos consideran que su «destino manifiesto» los autoriza a reclamar para sí aquel dominio y jurisdicción, haciendo de «our little sister republics» cera y pabilo, como si sobre ellas el mando tuviera y el palo el «big stick» de Roosevelt, empleado ya en Panamá y otras regiones latinoamericanas; Inglaterra y Alemania, que antes entraran en el palenque disputando aquel monopolio económico, quedarán quizá demasiado debilitadas para contrariar esa tendencia, ya que cualquiera de ellas que se alegre con las vivas del triunfo no crecerá fácilmente como espuma, pues correrá peligro de bordar en gusanos la bandera de su victoria; el Japón, sin embargo, apercíbese con tiempo para tan forzado lance y se prepara metódica y silenciosamente, para lo cual nos inunda con gente, nos envía barcos, instala bancos, abre tiendas y bazares, &c., y utiliza la experiencia de los métodos germánicos en su ardiente anhelo por vencer; y es visible que en el imperio del sol naciente los vientos beben, mil ojos hacen y deshacen los hombres por logran ese propósito; España, reclamando su privilegiada posición histórica por la comunidad de raza, lengua, &c., está en condiciones de competir con éxito con aquellos concurrentes, entrando por entre suntuosos arcos triunfales, coronada de laureles, para celebrar con celestial jubilación y alegría los loores de la victoria sobre tantos competidores. Hispano América, en una palabra, será «la niña bonita» del próximo cuarto de siglo en el escenario internacional: amiga de mirar y de ser vista, no le pesará de ser servida, pero, cuando le llegue el momento de poner los ojos en algún mozuelo galancete (¿el prosaico tío Sam, el gordo John Bull, el recio Michel o el simpático Quijote?), ha de saber mostrarse arisca: y ojalá no otorgue más favor que dar la mano…
Hagamos votos, pues, porque Chile y Argentina mantengan con grande orgullo y bizarría, ambiciosas de honra, el paralelismo actual de sus tendencias: posiblemente si tal hacen podrán blasonar de un servicio incalculable no solo a sus propios destinos sino a los de todo el mundo hispano-americano. Chilenos y argentinos molde son de buenos caballeros, y tienen gracia y conveniente destreza en las acciones: sobre todo, llevan en popa los aires de su fortuna. Pongan entonces en cobro el porvenir de América opulenta y líbrenla de cualquier hegemonía, por disfrazada que se presente, como de cualquier tutela, por protectora que se anuncie: es una misma la formación de todos los países hispano-americanos y las demás naciones deben estar con ellos a la iguala, guardando con todos justicia, pues todos viven debajo de un cielo y a todos alumbra un mismo sol, de modo que a ninguno debe negarse el aire y se deben medir recíprocamente, unos y otros, por una misma vara. Saludemos regocijados, por lo tanto, la institución del «día de la raza» como la del vínculo común que nos ha de permitir poner en salvo el porvenir de la raza hispano-americana, si bien granjeando la seguridad a costa de sacrificios; y no se nos pase jamás de la memoria que la unión hace dulce consonancia y armonía con la fuerza…
B. A. 12-X-18.
Obras de Ernesto Quesada
Fiscal de Cámara
Profesor de sociología en la Facultad de derecho y ciencias sociales
de las Academias de filosofía y letras y derecho y ciencias sociales
(Universidad de Buenos Aires)
Profesor de economía política (Universidad de la Plata)
Ex-Profesor de historia y economía latino-americana (U. Harvard, E. U.)
Director de la Academia Argentina de la lengua
C. de la Acad. Española; id. de la Academia de la historia (Madrid)
del Inst. histórico e geographico do Brasil; del Inst. dos advogados brazileiro
(Rio de Janeiro)
Miembro honorario de la Facultad de leyes y ciencias políticas (U. de Chile)
de la Academia Nacional de Historia (Bogotá)
y Academia Colombiana de Jurisprudencia
de la Sociedad argentina de derecho internacional, B. A.
de la Internationale Vereinigung für vergleichende Rechtswissenschaft und Volkswirtschafstlehre (Berlín)
Miembro del consejo de honor de la Internationale Vereinigung für Rechts und Wirtschafstphilosophie (Berlín)
de la American Academy of political and social science (Philadelphia, E. U.)
de la American political science association (Baltimore, E. U.)
de The Hispanic society of America (Nueva York)
y de la Rhode Island historical society (E. U.)
En colaboración:
1.º con Nicolás Massa
1. Memoria de la biblioteca pública, correspondiente a 1876. B. A., 1877. 1 vol. de 222 págs.
2. Memoria, &c., correspondiente al año 1877, B. A., 1 vol. de 389 págs.
3. Informe sobre las colecciones de obras argentinas que se envían a la exposición universal de París. B. A., 1878. 1 vol. de XIX-78 págs.
2.º con Adolfo Mitre
4. Derecho internacional privado, B. A., 1878. 2 vols. de 148 y 46 págs. c. u.
3.º con Vicente G. Quesada
5. Nueva Revista de Buenos Aires. B. A. 1881-1885, 13 vols. de 520 págs. próx. c. u.
Del autor:
6. La sociedad romana en el primer siglo de nuestra era: estudio crítico sobre Persio y Juvenal. B. A., 1878. 1 vol. de XII-280 págs.
7. L'imprimerie et les livres dans l'Amérique espagnole aux XVI, XVII et XVIII siécles. Discours prononcé au congrés international des américanistes. Bruxelles, 1879. 1 vol.
8. La recepción de Henri Martin en la academia francesa. B. A. 1881.
9. Goethe: sus amores. De la influencia de la mujer en sus obras literarias. B. A., 1881. 1 vol.
10. Disraeli: su última novela. De la influencia de la política en sus obras literarias. B. A., 1881. 1 vol.
11. La quiebra de las sociedades anónimas en el derecho argentino y extranjero. B. A., 1881, 1 vol.
12. La abogacía en la república. Discurso en la colación de grados. B. A., 1882. 1 vol.
13. Contribución al estudio del libro IV del código de comercio. B. A., 1882. 1 vol. de 367 págs.
14. Estudios sobre quiebras. B. A., 1 vol. de XXXII-374 págs.
15. Las reformas del código civil. B. A., 1883, 1 vol.
16. Discurso en la asociación de literatos del Brasil. Río de Janeiro, 1883.
17. La política americana y las tendencias yankees. B. A., 1887. 1 vol.
18. Un invierno en Rusia. B. A. 1889, 2 vol. de 245 y 252 págs.
19. Las finanzas municipales. B. A., 1889. 1 vol. de 616 págs.
20. Dos novelas sociológicas. B. A., 1892. 1 vol. de 223 págs.
21. La municipalidad de Sarmiento y el F. C. al Pacífico. San Miguel, 1893. 1 vol.
22. Reseñas y críticas. B. A., 1893. 1 vol. de 528 págs.
23. La decapitación de Acha. B. A., 1895. 1 vol.
24. La batalla de Ituzaingó: estudio histórico. B. A., 1891. 1 vol. de 121 págs.
25. Reorganización del sistema rentístico federal: el impuesto sobre la renta. B. A., 1894. 1 vol.
26. Alocución patriótica pronunciada en el Ateneo el 25 de mayo. B. A., 1895. 1 vol.
27. La deuda argentina: su unificación. B. A. 1895. 1 vol. de 142 págs.
28. La política chilena en el Plata. B. A., 1895, 1 vol. de 382 págs. con 6 mapas.
29. La iglesia católica y la cuestión social. B. A., 1896. 1 vol. de 105 págs.
30. Los privilegios parlamentarios y la libertad de la prensa. B. A., 1896. 1 vol. de 115 págs.
31. El museo histórico nacional y su importancia patriótica. B. A., 1897. 1 vol.
32. Quiebra de las sociedades anónimas: responsabilidad personal de los directores. B. A., 1899. 1 vol.
33. La época de Rosas: su verdadero carácter histórico. B. A., 1898: 1 vol. de 392 págs.
34. La política argentina respecto de Chile. B. A., 1898. 1 vol. de 240 págs.
35. Bismark y su época. Conferencia en el Ateneo el 18 de agosto. B. A., 1898. 1 vol.
36. La cuestión femenina. B. A., 1898. 1 vol.
37. El derecho de gracia: necesidad de reformar la justicia criminal y correccional. B. A., 1889. 1 vol.
38. La reforma judicial: deficiencias del procedimiento e independencia del ministerio fiscal. B. A. 1899. 1 vol.
39. Las reliquias de San Martín: estudio de las colecciones del museo histórico nacional. B. A., 1899. 1 vol.
40. Las reliquias de San Martín: Segunda edición con la iconografía, y la poesía sanmartiniana. B. A., 1899. 1 vol. de 178 págs.
41. La palabra «valija»: informe presentado al Ateneo. B. A., 1900, 1 vol. De 22 págs.
42. La reincidencia y el servicio antropométrico. B. A., 1900. 1. vol.
43. El problema del idioma nacional. B. A., 1900. 1 vol. de 157 págs.
44. Discurso en el banquete dado a los periodistas brasileros. B. A., 1900. 1 vol.
45. Nuestra raza. Discurso en el teatro Odeón, el 12 de octubre. B. A., 1900. 1 vol.
46. Las reliquias de San Martín. 3ª edición corregida. B. A., 1901, 1 vol. de 139 págs.
47. Comprobación de la reincidencia. B. A., 1900. 1 vol. de 190 págs. con láminas.
48. Historia diplomática nacional: la política argentino-paraguaya. B. A., 1902. 1 vol. de XI-302 págs.
49. El criollismo en la literatura argentina. B. A., 1902. 1 vol. de 131 págs.
50. Las reliquias de San Martín. 4ª edición. B. A., 1902. 1 vol.
51. Tristezas y esperanzas. B. A., 1903. 1 vol. de 100 págs.
52. Las reliquias de San Martín. 5ª edición. B. A., 1903. 1 vol. de 81 págs.
53. La propiedad intelectual en el derecho argentino. B. A., 1901. 1 vol. de 496 págs.
54. Un escritor guatemalteco: Antonio Batres Jáuregui. B. A., 1904. 1 vol.
55. La sociología: carácter científico de su enseñanza. B. A., 1904. 1 vol.
56. Las doctrinas presociológicas. B. A., 1905. 1 vol. de 95 págs.
57. La propiedad raíz en el derecho argentino: reforma de su régimen. B. A., 1906. 1 vol.
58. La crisis universitaria. Discurso en la colación de grados. B. A., 1906. 1 vol.
59. La facultad de derecho de París: estado actual de su enseñanza. B. A., 1906. 1 vol. de 358 págs.
60. El problema nacional obrero y la ciencia económica. La Plata, 1907. 1 vol.
61. Herbert Spencer y sus doctrinas sociológicas. B. A., 1907. 1 vol.
62. La cuestión obrera y su estudio universitario. B. A., 1907. 1 vol.
63. La teoría y la práctica en la cuestión obrera: el marxismo a la luz de la estadística. B. A., 1908. 1 vol. de 78 págs.
64. El sociólogo Enrique Ferri y sus conferencias argentinas. B. A., 1908. 1 vol. de 130 págs.
65. Identificación dactiloscópica. B. A., 1909. 1 vol.
66. Augusto Comte y sus doctrinas sociológicas. B. A., 1910. 1 vol.
67. La cuestión dactiloscópica: los títulos de la icnofalangometría vucetichiana. B. A., 1910. 1 vol.
68. El derecho mercantil, de cambio, de quiebra y marítimo de la República Argentina. Berlín, 1910. 1 vol. de 344 págs.
69. Das Handelsrecht, Wechselrecht und Seerecht der Republik Argentinien. Berlín, 1910. 1 vol. de 345 págs.
70. La enseñanza de la historia en las universidades alemanas. B. A., 1910. 1 vol. de XXXIX-1338 págs.
71. La mujer casada ante el derecho argentino. B. A., 1911. 1 vol.
72. La mujer divorciada ante el derecho argentino. Santa Fe, 1911. 1 vol.
73. The social evolution of the Argentine Republic. Philadelphia, 1911. 1 vol.
74. La evolución social argentina. B. A., 1911. 1 vol.
75. La enmienda de 1882 en la doctrina de la filiación natural. Santa Fe, 1911. 1 vol.
76. El testamento ológrafo en derecho argentino. B. A., 1911. 1 vol.
77. Alberto del Solar: su personalidad literaria. París, 1912. 1 vol.
78. La ciencia jurídica alemana: tendencia actual de sus civilistas. B. A., 1912. 1 vol.
79. Víctor Marguerite: la tesis de su última novela y la reforma del régimen matrimonial. B. A., 1912. 1 vol.
80. La integridad de la familia en derecho argentino. B. A., 1912. 1 vol.
81. The comercial bills of exchange, bankrupcty and maritime law of the Argentine Republic. London, 1912. 1 vol. de 318 págs.
82. Los sistemas de promoción en la universidad de Londres. B. A., 1912. 1 vol. de 299 págs.
83. Los fenómenos sociológicos australianos y el criterio argentino. B. A., 1913. 1 vol.
84. Manuel F. Mantilla: su personalidad intelectual. B. A., 1914. 1 vol.
85. Los tres López. Discurso en la recepción del académico A. Dellepiane. B. A., 1914. 1 vol.
86. Una vuelta al mundo. B. A., 1914. 1 vol. de 83 págs.
87. La actual civilización germánica. B. A., 1914. 1 vol. de 58 págs.
88. La evolución económico-social de la época colonial en ambas Américas. B. A., 1914. 1. vol. de 73 págs.
89. La formación del profesorado secundario. B. A., 1914. 1 vol.
90. La actual civilización germánica y la presente guerra. B. A., 1914. 2ª edición, 1 vol.
91. El peligro alemán en Sud América. B. A., 1915. 1 vol. de 79 págs.
92. La legislación inmobiliaria tunecina. B. A., 1915. 1 vol. de 875 págs.
93. La nulidad del matrimonio por impotencia del marido. B. A., 1915.
94. Las colecciones del museo histórico nacional. B. A., 1915. 1 vol.
95. El éxito en la vida. Discurso ante 3000 personas. B. A. 1915. 1 vol.
96. La guerra civil de 1841 y la tragedia de Acha. Córdoba, 1916. 1 vol. de 236 págs.
97. El nuevo panamericanismo y el congreso científico de Washington. B. A., 1916, 1 vol. de 364 págs., con 12 láminas.
98. José Ortega Munilla: su personalidad literaria. B. A., 1916. 1 vol.
99. El significado histórico de Moreno. B. A., 1916. 1 vol.
100. Homenaje a Mariano Moreno. 2ª ed. B. A., 1916. 1 vol.
101. La vida colonial argentina: médicos y hospitales. B. A., 1917. 1 vol.
102. Un «hombre de letras» argentino: Ángel de Estrada. B. A., 1917.
103. Juan B. Ambrosetti. Discurso necrológico. B. A., 1917. 1 vol.
104. Avellaneda irónico. B. A., 1917. 1 vol.
105. El pensamiento filosófico contemporáneo. B. A., 1917. 1 vol.
106. El desenvolvimiento social hispano-americano. I. El periodo pre-colombiano. B. A., 1917. 1 vol. de 130 págs.
107. Pujol y la época de la Confederación. B. A., 1917. 1 vol.
108. Los numismáticos argentinos. Córdoba, 1918. 1 vol. de 101 págs.
109. La psicología de Carlos Octavio Bunge. B. A., 1918. 1 vol.
110. El ideal universitario. B. A., 1918. 1 vol.
111. La liquidación judicial de bienes en la disolución de la sociedad conyugal. B. A., 1918. 1 vol.
112. El ideal universitario. 2ª ed. B. A., 1918. 1 vol.
113. El día de la raza y su significado en Hispano América. B. A. 1918. 1 vol.
NOTA.– Las publicaciones anteriores están de venta en las principales librerías. Algunas se encuentran agotadas. Dirigirse al autor: Buenos Aires, calle Libertad 948.
{ Transcripción íntegra del texto contenido en un opúsculo de 20 páginas impreso sobre papel. El texto principal, páginas numeradas 3 a 16 del opúsculo, se sirve exactamente de la misma composición tipográfica y paginación que la utilizada para imprimir las catorce páginas numeradas 7 a 20 de Verbum. Revista del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras, Buenos Aires, Octubre de 1918, año 12, número 46. Las páginas 17-20 del opúsculo ofrecen la relación de obras del autor. }