Alrededor de una querella intelectual
Durante varias semanas la atención de los espíritus más cultos del país ha estado pendiente de la querella intelectual que surgió en Lima entre Chocano y un grupo de escritores y universitarios. Nuestros lectores están ya cabalmente enterados del origen e incidencias de la polémica, cuyo epílogo, por desgracia sangriento, se ha destacado con una aguda sustantividad trágica.
En otra época, los ataques dirigidos a la excelsa personalidad de Vasconcelos no habrían suscitado réplica alguna. La cobardía moral, el carnerismo literario y la irresponsabilidad mental, característicos de nuestro medio, lo habrían impedido. Pero según se ve, va formándose ya en el país un núcleo de hombres que sienten agudamente sus responsabilidades espirituales y cuya acción pública no está motivada solamente por las más inmediatas y [110] mezquinas realidades de un orden determinado, sino que se proyectan a otros y más dilatados horizontes ideales.
Suele la Prensa nacional no dar toda la importancia necesaria a esta clase de sucesos, que son, sin embargo, los que dan la medida más cierta de la vitalidad de un pueblo. Tal vez por esto parezca un tanto insólita la actitud nuestra al consagrar un número de homenaje al personaje central de esa polémica, que es, a la vez, la declaración pública de la solidaridad intelectual y moral que sienten todos los espíritus que desarrollan sus actividades en esta casa. Si así no lo hiciéramos seríamos cómplices de una cobardía que ha retrasado por tantos lustros la depuración moral de nuestra nacionalidad.
Por otra parte, hemos considerado siempre nuestra función periodística bajo un miraje un poco más dilatado que el corriente, que ha sido en todo tiempo la norma de nuestra acción cotidiana. No es ésta estéril afirmación de vanagloria, sino constatación del hondo significado ideal y moral que procuramos imprimir a nuestra vida.
No es el caso insistir en estos momentos en la valoración estimativa de la personalidad de Vasconcelos, ni en el significado vital que ella asume para la vida global del continente americano. Nuestros lectores están ya bien informados [111] de la labor superior que ha realizado el egregio mexicano, cuyo espíritu rebasa las estrechas demarcaciones de una frontera nacional. Nuestra solidaridad tiene, pues, un significado eminentemente continental, y es una parcela modesta de esa vasta conciencia nueva que se está formando en nuestras repúblicas indoamericanas.
Adhesión a Vasconcelos
Se ha producido en el país una querella intelectual que, debiendo mantenerse por su carácter y fines ideológicos, dentro de una decorosa significación polémica, ha degenerado, por desgracia –más de una parte que de otra, es justicia decirlo–, en un hecho personal de vocerío plebeyo, que culmina en una agresión violenta. Los suscritos, escritores y artistas trujillanos, no podemos permanecer indiferentes, sin eludir las responsabilidades históricas y éticas que más altamente nos incumben en este momento frente a la cultura y a los ideales de la nueva generación americana.
Declaramos, francamente, nuestra solidaridad moral e ideológica con la actitud asumida por Vasconcelos y por el grupo universitario que tomó la defensa en Lima del gran pensador [112] y educador mexicano. No es preciso advertir, para quien comprende el significado global de estas adhesiones, las necesarias divergencias mentales que, por fuerza, tienen que producirse entre gente de actividades pensantes, con referencia a ciertos aspectos secundarios del pensamiento continental, pero es urgente declarar que existe entre Vasconcelos y nosotros una profunda congruencia espiritual y que él representa, mejor que ningún otro, tal vez, el vigoroso ideal renovador y humano, que está transformando, día a día, las tristes realidades americanas. No se trata de una querella aislada entre Vasconcelos y Chocano; se trata de una querella más profunda y vasta, de la querella entre las nuevas generaciones, que no tienen ningún compromiso con el pasado culpable, y que, por lo tanto, se adelantan, libres, hacia el porvenir –y las generaciones caducas que viven y medran bajo la sombra del actual y del pretérito orden de cosas y que se esfuerzan en estabilizar, con todas sus taras ancestrales, la vida y la organización rutinaria de nuestras repúblicas.
Antenor Orrego, Alcides Spelucín, Enrique Dávila Cárdenas, Juan Espejo Arturrizaga, Jorge Castañeda P., Julio Esqueriloff, Néstor Martos, Juan M. Sotero, José Eulogio Garrido, [113] Federico Esquerre, Jorge E. Pinillos, Julio Torres Solari.
Trujillo 11 de noviembre de 1925.
Vasconcelos-Chocano
No deseaba terciar en la polémica Vasconcelos-Chocano –que ya dio su fruto horrendo–, porque se trata de dos personas a quienes he tratado de cerca, habiendo el segundo unido su nombre a mi último libro en un prólogo que no era para los poemas que en él recogí, y estando identificado con el primero en su obra de cultura mexicana, lo cual me enaltece en demasía, aunque mi parte haya sido mínima. Pero Chocano, que sigue siendo para mí uno de los poetas de América, como estoy seguro que lo sigue siendo para Vasconcelos, acaba de aludirme en un artículo que en Lima envió a Excélsior, y en él hice hincapié en unos recuerdos que mi distinguido amigo le envió por mi medio cuando las grandiosas fiestas de Ayacucho.
Y no deseaba terciar porque el desenlace que ha tenido la polémica me es profundamente desagradable, como tiene que serlo para todos los intelectuales que respetan la vida humana, con mayor razón si la víctima es otro de los nuestros. No conozco a fondo los motivos [114] ulteriores que obligaron a Chocano para sacrificar a Elmore; pero las noticias que se han enviado de Lima, aunque insisten en asegurar que éste dio de bofetadas al poeta, me bastan para afianzarme en la opinión de que Chocano, a pesar del artículo violento de su víctima, que no fue publicado, y del atropello personal, estaba en el deber de no acudir al último extremo. Aun dado el caso de que haya aparecido en América el superhombre, a éste no se le dan derechos para que viole las reglas del decoro que los intelectuales que estamos en la llanura exigimos hasta a los analfabetos.
Dicho esto, sobra decir que no estoy de acuerdo con cierta ideología d'annunciana de Chocano, esa que autoriza para hacer lo que otros no hacen, y quiero antes de seguir adelante aprovechar este momento para decir en público mi cariño personal y espiritual por Vasconcelos, algo que no me atreví a expresar ni cuando él era un poderoso y yo su colaborador en la Secretaría de Educación. No me considero en el número de los protegidos del ex secretario, porque los que saben que tengo raíces hondas en México, desde mi adolescencia, me darán el derecho de creerme con alas suficientes para volar en estos ámbitos, sin necesidad de recurrir a la baja adulación ni de que, por mi labor mexicanista y por los afectos puros que aquí [115] tengo, se me cataloguen en la lista de los que son aves de paso en esta tierra mía.
Dice la verdad Chocano: yo le dije que Vasconcelos lo recordaba. Tan pronto como llegué a Lima, el 6 de diciembre de 1924, Chocano –a quien conocí personalmente en Nueva Orleans, en 1914– tuvo la delicada atención de ir a saludarme al hotel, y no fue sino hasta dos días después cuando nos encontramos en uno de los pasillos, nos dimos un abrazo después de ocho años de no verlo (la última vez fue en Guatemala, en noviembre de 1916), y en el palique, presenciado por Núñez y Domínguez, se habló naturalmente de lo que dejábamos en México y de los intelectuales que en más de una ocasión habían recordado a Chocano con nosotros. Tras la evocación de Vasconcelos surgieron los nombres de Colín, Carlos Pellicer y Luis Tornel Olvera, este último porque siempre hace memorias de algunos incidentes de la vida de Chocano en tiempo de Madero, los cuales no viene al caso referir.
Era lógico que en nuestra conversación de alegre encuentro, trajéramos a las mientes los nombres de los amigos; y la familiaridad con que he tratado a Chocano me permitió recalcar que aunque él no estaba de acuerdo con las ideas vasconcelianas, según me lo habían advertido otros amigos en Lima, sí lo recordaba [116] siempre, y esto necesita una explicación que hasta hoy sabrá con gusto el poeta de Alma América.
No puedo precisar la fecha de 1921 en que Vasconcelos, Rector de la Universidad Nacional todavía, me invitó a comer a la mexicana en una fonda de la calle de San Juan de Letrán, en compañía de Joaquín Méndez Rivas, Ricardo Gómez Robelo, Jaime Torres Bodet y no recuerdo quién más. Durante el ágape –que siempre lo hay donde está Vasconcelos— éste insistió por décima vez en que no le convencía Shakespeare, y recuerdo claramente que nos dijo: «Ustedes deben acometer la obra poética en grande, escribir el poema cósmico, aunque sigan escribiendo el madrigal, el poema mínimo, porque en el poema de aliento podrían cometer errores, pero tienen más espacio para hacer belleza.» Luego siguió la cita de otro poeta inglés, no recuerdo quién, haciendo notar Vasconcelos que, al igual de Goethe, la obra poética nos la había legado en muchos volúmenes. Y en seguida agregó: «Allí tienen ustedes, por ejemplo, el único que se ha atrevido a hacer en nuestra América el poema de aliento es Chocano. Cuando yo lo oía en el campamento villista recitando sus versos y notábamos el efecto que producía en las chusmas, Chocano me parecía algo así como Homero.» [117]
Días más tarde Vasconcelos me mostró dos cartas que acababa de recibir, por medio del poeta Rafael Cardona, de dos amigos suyos en Costa Rica, la una de Chocano y la otra de don Joaquín García Monge, en las que ambos le presentaban a Cardona en los mejores términos. Y por cierto que en la de Chocano había algo más que una simple presentación, pues el poeta gusta de explayarse cuando escribe a sus amigos, y creo que en ella se refería a la obra que Vasconcelos emprendía aquí y en términos que de seguro ahora no reconocerá como suyos.
Cuando yo recordé Vasconcelos a Chocano contaba con esos antecedentes, y aquél no tenía todavía escrito su artículo Poetas y bufones, que lo fue al margen de las palabras de otro poeta en una fiesta de los días de Ayacucho, es decir, en marzo de este año.
No quiero hablar de las sombras que Vasconcelos tenga, porque su luz me atrae más, y yo lo creo un hombre honrado, es decir, un verdadero intelectual, un caudillo que se hace oír dentro y fuera de México, sin que haya otro mexicano que pueda ufanarse lo mismo. Y estoy seguro de que Vasconcelos, que es también un gran poeta, reconoce en estos momentos, a pesar de todo lo que ellos se han dicho, la grandeza de Chocano como poeta; tan la reconoce que si éste fuera una medianía, no digo una nulidad, [118] no le habría escogido para blanco de sus ataques en el artículo que, siendo ya de la historia de las ideas en América, ha tenido un penoso como inusitado desenlace.
Rafael Heliodoro Valle.
México, diciembre de 1925.
(Diario de Costa Rica, San José.)
Poetas y bufones. Polémica Vasconcelos-Chocano. El asesinato de Edwin Elmore
Agencia Mundial de Librería, Madrid 1926, páginas 109-118.