Ángel Samblancat
Chocanadas
Si yo, en todos los órdenes de la vida, no hubiera apurado la, copa del descalabro hasta las heces y no fuera la enciclopedia Espasa del fracaso, me envanecería de un éxito de olfato que acabo de obtener.
Cuando el cable anunció que el sinsonte del Perú, Santos Chocano, había muerto de dos tiros al joven intelectual y propagandista del hispanoamericanismo Edwin Elmore, algunos periódicos se apresuraron a lamentar la «desgracia» y a derramar dos lagrimitas por el triste fin del muerto y un mar de llanto por la suerte aún más triste y la perdición del matador.
No sabiendo a ciencia cierta lo que en Lima había pasado, pero intuyendo por la calidad de los protagonistas la verdadera naturaleza del drama de la redacción de El Comercio, me apresuré a consolar a las afligidas Magdalenas a que aludo, afirmando a riesgo y ventura lo siguiente: [138]
Primero, que el episodio sangriento del Perú no era una tragicomedia periodística y literaria, sino un atentado político.
Segundo, que no se trataba, en el amargo suceso, de una desgracia, sino de un asesinato.
Y tercero, que no había que temer ni penar por el violador de las Musas, Santos Chocano, puesto que los que le habían encargado, aconsejado o sugerido el crimen ya se cuidarían de exculparlo y cargarle el muerto a la fatalidad, a los hados o al moro Muza.
Algunos peruanos radicados aquí, al leer mis atrevidas afirmaciones, se me quisieron comer. Mandaron a la Prensa airadas cartas desmintiéndome, rectificando mis apreciaciones y enseñándome dónde está el Perú y qué especie de Gobierno ideal y paternal gozan en Lima.
Como yo no había escrito mas que por conjeturas o por sospechas, contesté a mis obyurgantes que lo mejor era aguardar noticias.
Y ahora las noticias llegan y me dan a mí de todo en todo la razón.
Elmore ha muerto simplemente por oponerse a la política de los que tratan de vender América, nuestra América hispana, a los Estados Unidos.
Elmore ha muerto gloriosamente por formar parte en la cruzada de Vasconcelos, por defender en Ultramar la libertad contra las arbitrariedades [139] y caprichos de tiranuelos de taberna.
Conociendo a Chocano, poeta bufón, alquilón de la pluma, aventurero de las letras y de la política, asalariado de Gobiernos irregulares entronizados en países obliterados por el despotismo, no era difícil desentrañar, caracterizar su nueva hazaña.
Chocano tiene una historia tan larga de bellaquerías, que no se sabe ya si es un forajido con aficiones o veleidades versificadoras o un rimador dispuesto a evidenciar hasta qué punto la humana naturaleza puede identificarse con la infamia.
Siendo primer secretario de la Legación del Perú en Madrid, se presentó un día en una Casa importadora de máquinas de escribir, y, exhibiendo sus credenciales, mandó que llevaran cien máquinas a la Legación. La orden fue obedecida y las máquinas entregadas a Chocano. Cuando, a los treinta días, la Casa vendedora pasó la factura a la Legación y una letra firmada por el primer secretario, el ministro sintió escalofríos. Buscó por todas partes el cuerpo de la estafa. No encontró el menor rastro de él. Chocano fue exonerado.
Poco después aparece en los Estados Unidos escribiendo pestes contra España, a la que había cortejado servilmente, sin duda para que la policía no lo detuviera. [140]
En Méjico, adonde va después; Huerta y Villa –sus dignos compinches–lo acusan de traición.
En Guatemala, una revolución triunfante lo condena a muerte por haber mandado bombardear la ciudad insurgida contra el poder personal de un dictadorzuelo, y se han de interesar por su indulto un rey, tres Congresos, diez Gobiernos y dos o trescientos intelectuales para salvarle la cabeza.
Por cierto que Vargas Vila fue uno de los que firmaron el memorial, pidiendo piedad para el reo. Preguntado el crudo panfletario por qué había suscrito aquella instancia, respondió:
—Lo hice, no por salvar a Chocano, sino por otra razón. Me dije: Chocano ha deshonrado a la poesía, a la familia, a la patria, a la amistad, hasta el dinero. Ahora, si lo ejecutan, va a deshonrar al patíbulo; al patíbulo, que es una de las últimas cosas conmovedoras y terribles que quedan en la tierra. El patíbulo no debe ser deshonrado. Firmé, pues, no para salvar a Chocano del patíbulo, sino para librar al patíbulo de Chocano.
Ángel Samblancat
Poetas y bufones. Polémica Vasconcelos-Chocano. El asesinato de Edwin Elmore
Agencia Mundial de Librería, Madrid 1926, páginas 137-140.