Causa de beatificación del Marqués de Comillas

Eduardo F. Regatillo, S. I.

Aparte de Sal Terrae [15 páginas]
(diciembre de 1947, tomo XXXV, págs. 804-814)

Causa de beatificación del Marqués de Comillas

Los días 24 y 25 de noviembre, en el oratorio del palacio episcopal de Madrid, se celebraron las sesiones solemnes de clausura de los procesos diocesanos en orden a la beatificación del Siervo de Dios Claudio López Bru, segundo Marqués de Comillas; a saber, del proceso informativo sobre la forma de santidad, virtudes y milagros; del proceso sobre sus escritos, y del llamado de non culta, dirigido a probar que no se le ha dado culto público.

En las mismas sesiones se hizo entrega oficial de las actas examinadas, firmadas y selladas allí mismo al Postulador o Procurador de la causa, después de haber éste prestado juramento de entregarlas fielmente a la Sagrada Congregación de Ritos.

Estos procesos han durado cuatro años, habiéndose celebrado para solo el proceso informativo alrededor de 140 sesiones, en las cuales prestaron declaración cerca de 70 testigos, consumiendo varios de ellos cada uno hasta tres y cuatro sesiones. Además del tribunal primario, que ha sido el de Madrid, donde murió el Siervo de Dios, se han constituido otros cuatro rogatoriales o por exhorto en Barcelona, Santander, Vicariato de Roma y Lausana (Suiza).

Nada tiene de extraño esta prolijidad, si se considera que se trata de un personaje de tanto relieve, metido en tantos negocios financieros, perteneciente a la más alta Nobleza española, dotado de opulenta fortuna, colmado de los más altos honores reales y pontificios, relacionado con todas las clases sociales en España y en el extranjero, ocupado en los asuntos más transcendentales del bien de la Iglesia y de la Patria. Todos estos y otros aspectos han tenido que ser debidamente considerados, para que la Santa Sede adquiera una noticia completa del varón a quien se trata de elevar al honor de los altares.

Pero preguntará alguien: ¿Tiene el Marqués de Comillas talla de Santo?

Para responder a esta pregunta, sería preciso narrar fielmente su vida, dejando que hablasen sus obras, cuyo lenguaje es más elocuente que el de las palabras. No es esto posible en el estrecho círculo de un artículo. El P. Constantino Bayle, S. I., está preparando la segunda edición de su interesantísima obra «El segundo Marqués de Comillas», con los nuevos y abundantes datos recogidos desde que publicó la primera edición, hace muchos años agotada.

Por ahora nos contentaremos con referir la fama de santidad de que gozó en vida y después de muerto; fama que no era sino un reflejo o expresión de sus insignes virtudes.

¡Era un santo! Esta alabanza se oye con harta frecuencia a la muerte de personas virtuosas. Y al pronunciarla no pretenden dar a la palabra santo sino un sentido vulgar, de hombre bueno, virtuoso. Pero cuando decimos que el Marqués de Comillas gozó de fama de santidad, queremos decir que era tenido en concepto de santo en el sentido más riguroso de este vocablo, a saber, de un hombre que por sus virtudes extraordinarias es reputado digno del honor de los altares.

Fama de santidad en vida

El padre del Siervo de Dios, D. Antonio López, nacido de humilde familia de Comillas, en su juventud se fue a Cuba a ganarse la vida como dependiente de un comercio. Allí, en Santiago, contrajo matrimonio con Doña Luisa Bru, hija de un comerciante catalán, de la que tuvo dos hijos y dos hijas, siendo el último de todos nuestro Don Claudio.

Por parte de su madre estuvo éste emparentado con Santa Juana Francisca Fremiot de Chantal, fundadora de las religiosas Salesas. Poseo un autógrafo de la Marquesa viuda del Siervo de Dios, en el que explica esta genealogía, que no me detengo a exponer.

Fue Claudio concebido en Santiago de Cuba, al tiempo en que regía aquella archidiócesis el santo Arzobispo Beato Antonio María Claret, después fundador de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Su madre piadosísima cuando llevaba en su seno al niño Claudio tenía la devoción de salir a recibir la bendición del Santo Arzobispo al pasar éste por la calle, para sí y para el hijo que en sus entrañas llevaba. Años más tarde, al contemplar su madre la extraordinaria virtud de aquel hijo, atribuía su santidad a las bendiciones del Beato Claret. Así nos lo ha relatado persona de su familia, digna de todo crédito.

La peste del cólera que en aquella región se desarrolló, obligó a su padre Don Antonio a enviar a su esposa con sus tres hijos pequeñitos y el nonnato Claudio a España, el cual vino a nacer en Barcelona.

Cuando decimos que Don Claudio tuvo fama de Santo no queremos significar un hombre ideal sin mancha ni lunar, cual no ha existido en el mundo; y cuales, sin embargo, se empeñan en presentarlos muchas veces los escritores de vidas de Santos.

No, Claudio fue niño, con sus defectos de niño; joven, con algunas faltas de joven; hombre de edad madura, con sus pequeñas tachas. Pero esas deficiencias propias de la fragilidad humana, que aun los más grandes Santos las han tenido, ¡cuán lloradas fueron y cuán compensadas con las más heroicas virtudes!

¡Con qué viveza y espontaneidad nos describe la Marquesa en otro autógrafo los primeros años de Claudio en Comillas!

«Compañeros inseparables él y su hermano Antonio de Joaquín Piélago... parece que hacían mil diabluras de chicos, bañándose en el muelle a todas horas, desmandándose por las huertas con la fruta y haciendo unas deudas de caramelos en la confitería del pueblo y algunas otras travesuras.»

«Alarmada Doña Luisa... contó a Don Antonio todas las faltas de Antonio y Claudio; y Don Antonio, después de fuerte reprimenda, enarboló un látigo y dio unos cuantos latigazos a sus hijos. La nobleza de los dos hermanos, que se querían entrañablemente, poniéndose uno delante de otro para recibir los golpes en lugar de su hermano, lo desarmó. Él (D. Antonio) lo recordaba muchos años después con lágrimas en los ojos; y Claudio dijo siempre que era la mayor prueba de cariño que había recibido de su padre. ¡Lo que le costaría hacerlo, decía, con lo cariñoso que era!»

«De esta época es la que llamaba Claudio su conversión.»

La adolescencia y primera juventud se deslizó alegre y festiva entre los inocentes goces del hogar.

Entré a servir en casa del Marqués primero, nos dijo su doncella Tomasa Puebla, cuando Claudio era un pollo. El era buenísimo, no tan jovial y bullicioso y amigo de diversiones como su hermano mayor, sin que por eso le faltase la jovialidad propia de la juventud. Todos los domingos y fiestas de guardar los llevaba su madre a misa pequeña, en la que comulgaban, y después iban a misa mayor.

Rasgos de este carácter alegre y festivo aparecen en el periódico humorístico El Paraíso, que él redactaba con sus compañeros en Comillas en tiempo de sus vacaciones veraniegas, y cuya redacción, en su mayor parte, salía de la pluma de Claudio. Asimismo saltan a la vista los destellos de aquella alma lozana en sus cartas íntimas a sus amigos y familiares; y en el Diario del viaje que hizo por Europa con su hermano, después que terminó felizmente su carrera de abogado en Barcelona a los veinte años. Su afición a la literatura era decidida; si los negocios no le estorbaran tajar bien su pluma y pulir sus facultades, hubiese podido ocupar un puesto digno entre los buenos literatos.

Alma buena, su juventud, por lo demás, no ofrecía cosa extraordinaria de santidad; era más formal que los otros jóvenes, según me manifestó su coetánea Doña Manuela del Piélago. Una persona de su familia, íntima del Siervo de Dios, nos dice que Antonio con otro amigo salían a veces de noche furtivamente de casa; y al concertar esta salida clandestina se decían: ¡Pero que no lo sepa Claudio!

Finalmente la anciana Tomasa Puebla, deshaciéndose en elogios de la bondad de Claudio, me decía poniendo en sus palabras toda la intensidad de su voz senil, y apretando con una mano la arrugada piel de la otra: yo le quería tanto que por él me dejaría sacar la sangre.

En su viaje por Europa, sin la vigilancia paterna, se conservó sin embargo piadoso, puro, inmaculado. Lo mismo más tarde, cuando su padre, para que se impusiese en el manejo de los negocios a que había de consagrar su vida, le mandó a Francia e Inglaterra. Sus cartas familiares de entonces están salpicadas de los más finos y delicados sentimientos cristianos.

Y aun dan lugar a sospechar que allá, en país protestante, en la edad del desarrollo más violento de las pasiones, sin freno exterior alguno, rico y apuesto, donde cualquier senda de placeres y vicios se le abría halagadora; fue su alma favorecida con dones de alta contemplación de las cosas celestiales.

Su hermana mayor María Luisa, le escribió que procurase estar alegre; a lo cual él contesta a fines de agosto de 1875 desde Londres o Gibraltar: «Me dices que no me entristezca; no tengo esa costumbre, y si alguna vez doy albergue a la tristeza, es a una tristeza dulce, que me deja lleno de vigor y de consuelo; hija de lo que se llama mal de cielo no puede nunca menos de curarme todas las enfermedades de la tierra.»

Estas ansias del cielo en un joven así, puesto en condiciones tan desfavorables para el espíritu, hablan muy alto de la altura a que había subido su alma en el camino de la perfección.

Pero cuando emprendió a toda marcha el camino de la santidad fue a los veintidós años.

Oigamos a la Marquesa, su esposa: «A los 24 años perdía (D. Antonio) a su hijo primogénito Antonio, cuando comenzaba a trabajar con él y a darle satisfacciones; y aquel hombre energía, que había luchado tanto en la vida, pero cuya sensibilidad era tan grande, apenas pudo resistir a ese golpe. Vio con sorpresa entonces las energías morales basadas en la religión de su hijo Claudio; y el mismo Padre Jesuíta, que asistió a la muerte de Antonio López, decía que se callaba a veces en sus exhortaciones, para oír a Claudio, que ayudaba a bien morir a su hermano.»

Desde aquella época se sintió totalmente desprendido Claudio de las cosas de la vida; y su piedad y su virtud hacían exclamar a su padre: «A veces desearía que hubiese cometido alguna falta, para merecerle.»

¡Oh qué frase esta! ¡Cuánto pregona el concepto de santidad que aquel hombre energía se formó de su hijo! Para poder merecer tal hijo, desearía que hubiese cometido alguna falta. Y esta frase la repetía aquel padre con frecuencia, según indica la misma Marquesa en otro lugar de su autógrafo, como saeta que llevaba clavada en el corazón.

Tengo a la vista las cartas que con esta ocasión escribió Claudio, contestando a las de pésame de su íntimo amigo Joaquín del Piélago. ¡Cuántas veces las he leído y releído, y, sin embargo, apenas puedo leerlas de nuevo sin lágrimas en los ojos! ¡Qué sentimientos, no ya de cristiano, sino de santo! ¡Qué resignación en la voluntad divina!, más aún, ¡qué acción de gracias a Dios en medio de tanta tribulación; qué desprendimiento de las cosas de la tierra y qué anhelos por los goces del cielo! ¡No escribiría de otra manera un Santo Job o un San Francisco de Borja! ¡Y esto un joven de 22 años!

«Después de la muerte de ese hermano tan querido, del que no se había separado nunca, Claudio entró de lleno en el trabajo, ayudando a su padre en todas las empresas y sociedades; y aunque delicado de salud y como abatido por la pena ocultando ambas cosas a su familia; pues dos o tres años después murió su hermana mayor, María Luisa... y se enfermó su otra hermana Isabel... y quedó solo Claudio para consolar y sostener las quebrantadas energías de sus padres.»

Se ha corrido que el Siervo de Dios tuvo asomos de vocación religiosa. Pudo dar pie al rumor el verle tan despegado del mundo. Pero no es exacto: se persuadió de que Dios le destinaba a continuar las empresas de su padre, cristianizándolas por completo, marcándolas con su sello personal.

«Yo no he escogido mi camino, decía, Dios me lo ha marcado; justo es que en él cumpla mi deber.»

¡Y cuántas y de qué calibre fueron las empresas heredadas de su padre: la Compañía Trasatlántica, la de Tabacos de Filipinas, la de Ferrocarriles del Norte...; y cuántas otras añadió él: la Hullera Española, la Banca López Bru, la Constructora Naval...! A todas se esforzó por infundirlas el espíritu cristiano de que él estaba lleno.

Otras empresas de orden espiritual ocuparon muy principalmente su atención. El puede considerarse el fundador de la Acción Católica en España, ya que redactó sus bases y reglamento, y fue su infatigable Vicepresidente durante 25 años hasta su muerte. El puede con razón llamarse Apóstol de la Acción Social Católica. El fue el protector sacrificado de todas las empresas en bien de la Iglesia y de la Patria. El paño de lágrimas de todos los necesitados y afligidos.

¿Qué extraño, pues, que ya en vida se le tuviese por Santo? ¡Con qué íntimo sentimiento me lo manifestaba el H. Víctor, antes hombre del mundo y hoy humilde portero de la Trapa de Cóbreces (Santander): «Cuando el Marqués pasaba por las calles de Madrid se le señalaba diciendo: 'Es el Marqués de Comillas, es un Santo.

Y el Sr. Conde de Romanones, tantas veces Ministro de la Corona y Presidente del Consejo de Ministros, de ideas tan distintas de las del Marqués: «Yo siempre oí hablar de él como de un Santo.»

El Coronel D. Luis Montesinos, que había experimentado la largueza del Siervo de Dios para ayudar a todo lo bueno, se me expresaba con esta franqueza aragonesa: «Yo decía: este hombre se ha empeñado en entrar en el cielo cargado de millones, y lo consigue.»

Al Sr. Marín Lázaro, Vocal de la Junta Central de Acción Católica, siendo Vicepresidente el Marqués, le pregunté: ¿En qué concepto le tenían ustedes con respecto a su virtud? Vino a responderme: En el de un verdadero Santo; y en confirmación me dijo: Conversando un día los miembros de la Junta, recayó la conversación sobre el Marqués de Comillas, y a uno de ellos, creo que a D. Pedro Pablo de Alarcón, le ocurrió esta pregunta: «¿Cómo representarán al Marqués de Comillas, cuando le pongan en los altares? Porque un Santo de levita parece que no pega.»

Cierto que un Santo de levita, y más un Santo financiero, es un milagro. «¿Quis est hic et laudabimus eum? fecit enim mirabilia in vita sua», pregunta el Sagrado libro del Eclesiástico, 31, 9. Pues este milagro se obró en el Marqués de Comillas.

El que fue Secretario íntimo suyo durante 32 años, D. Luis García Cabañas, me refirió este caso: Presentóse el Marqués N. (ahora no tengo a mano su nombre) al Ministro Silvela, para proponerle un negocio. –¿Pero ese negocio será lucrativo?– preguntó el Ministro. –Y tanto, ¡como que entra en él el Marqués de Comillas! – «¿Pero no sabe usted, replicó Silvela, que los Santos hacen milagros, pero no hacen negocios?»

A este mismo propósito viene lo que me contó una persona de su familia, digna de toda fe: Celebróse una junta de financieros para tratar de asuntos pecuniarios, a la cual asistió el Marqués (y tal vez presidió la junta). ¿Qué cosas les diría, que aquellos negociantes algunos salieron llorando?

Cuando en 1894 explotó en la bahía de Santander el vapor Cabo Machichaco (que no era de la flota del Marqués), cargado de dinamita, destruyendo buena parte de la ciudad y causando numerosas víctimas, apenas tuvo noticia de la catástrofe el Marqués, por telégrafo dio orden de que llevasen de San Sebastián bombas de incendio, bajo su responsabilidad; dispuso desde Barcelona un tren especial, en el cual vino a toda marcha con su esposa y otros íntimos suyos, tanto, que estuvo a pique de perecer por un descarrilamiento. Al llegar a la ciudad la halló sumida en la mayor consternación; inmediatamente comenzó a recorrer los hospitales y las casas particulares, donde había heridos o familias necesitadas de socorro y consuelo; derramando a manos llenas los tesoros de su caridad cristiana y los consuelos de nuestra santa religión.

Como no había allí gobierno, por haber perecido el Gobernador y el Alcalde; y los concejales tal vez unos habían muerto, otros huido, otros eran ineptos, por componerse aquel Ayuntamiento de gente indeseable; el Marqués se decidió a poner orden. Reuniendo en casa de su amigo el prestigioso naviero D. Angel B. Pérez a las personas de más prestigio y aptitud para el gobierno, nombró allí mismo un nuevo Ayuntamiento, que se llamó del guante blanco; y les dio tan prudentes instrucciones y tan cristianos consejos, que el dueño de la casa, todo conmovido, exclamó: «¡Este no es un hombre, es un ángel!»

Así lo consigna una nota tomada de D. Santiago López, primo del Marqués y compañero suyo en aquella jornada.

La presencia del Marqués cambió la faz de la población, la cual, una vez repuesta de su primer espanto, le preparó un homenaje de gratitud y amor; mas entendiendo él este intento, secretamente se volvió a Barcelona.

Más aún, el Ayuntamiento y la Diputación, haciéndose eco de los anhelos del pueblo, pidieron para él a la Reina Regente, María Cristina, el título de Duque de Santander. Otorgólo gustosísima la Soberana. Mas tropezó con la resistencia invencible del Siervo de Dios, que de ninguna manera quiso aceptar el título.

Datos son estos que hemos tomado directamente de los archivos del Ayuntamiento y de la Diputación y de la Biblioteca Municipal de Santander.

Semejante fama de santidad tuvo ya en vida entre sus familiares.

D. Manuel Arnús, prestigioso hombre de negocios, decía: «Con el Marqués no se puede negociar; pero como es San Claudio, hay que dejarle.»

Del mismo es esta frase: «Este hombre cualquier día se carga con un milagro.»

Su sobrino el Conde de Güell, hoy Marqués de Comillas, decía al P. Camilo Abad, S. I.: «Si hay algún santo en el mundo, ese es mi tío.»

Yendo cierto día el Marqués en su coche por las calles de San Sebastián o de Bilbao, de repente le sorprendió un mal agudísimo y le llevaron a un hotel vecino. De ahí a un rato, sin saberlo e independientemente del viaje del Marqués, pasó en coche su pariente Satrústegui. Alguien le detuvo diciéndole: ¿No sabe lo que le ha pasado al Marqués de Comillas? Que le ha sobrecogido un agudo mal y se halla en tal hotel. Sin vacilar se encaminó Satrústegui allá. Más tarde, inesperadamente, sin relación con los dos anteriores, y sin saber nada, pasó el Conde de Güell. Le anunciaron el lance y allí encaminó su coche, hallándose pronto a la cabecera del enfermo. Al verse allí reunidas tan inopinadamente todas aquellas personas de la familia, exclamó el Conde: Ya empiezan los milagros de tío.

Es incidente que me narró su hermana Doña Mercedes.

El famoso orador parlamentario Vázquez de Mella, de ideas dinásticas distintas de las del Marqués, decía graciosamente de él: «Es el único Santo alfonsino que he conocido.»

Cierta Señora muy espiritual, que vivió gran parte de su vida con su tío el Marqués, me decía con la más profunda convicción: Si el ser Santo consiste en hacer milagros, no diré yo que mi tío sea Santo. Pero si consiste en hacer siempre y en todo la voluntad de Dios, y cumplirla con toda perfección, yo digo que mi tío fue Santo. En toda mi vida nunca vi en él cosa que fuese menos perfecta.

¡Con qué gracia cerraba su relato la Viuda de D. Antonio Correa, Director General de la Compañía de Tabacos de Filipinas, diciéndome: «Si el Marqués no está en el cielo, ya pueden clavar la puerta»!

Y ya que hemos mencionado los milagros, en el proceso se consignan casos del Siervo de Dios ocurridos en vida de él, que presentan las señales de lo milagroso. Preferimos por ahora pasarlos en silencio.

Lo dicho hasta aquí indica el concepto de santidad en que era tenido en vida. No queremos con esto decir que estuviese exento de todo defecto; dejaría de ser hombre.

Su muerte fue la muerte de los Santos. Poseemos la relación detallada que de ella hizo su confesor el P. Rodolfo Velasco, S. I., que le asistió hasta los últimos momentos.

Fama de santidad después de muerto

Como una explosión brotó a su muerte la manifestación de este sentimiento: ¡Era un Santo!

El Rey de España al ir a la casa mortuoria a dar el pésame a la Sra. Marquesa, con la más honda convicción la dijo: «Esté segura que a Claudio le hemos de ver en los altares.» Así se lo manifestó ella al P. Bayle.

Más tarde la preguntó: ¿Cómo va lo de la beatificación de Claudio? Porque el día en que se trate de esto, tengo que hablar yo.

El mismo día en que se le hizo el sepelio en su capilla-panteón de Comillas, propuse yo mismo delante de mi P. Provincial y otros Padres graves que inmediatamente se comenzasen los procesos para su beatificación. Todos asintieron sin vacilar. Causa ajena impidió que por entonces se hiciese cosa en este sentido.

Imposible recoger aquí ni siquiera sumariamente los testimonios de esta fama.

Por voluntad del finado se le amortajó con el humilde hábito de Hermano Coadjutor de la Compañía de Jesús. Pues bien, el P. Provincial Fernando Gutiérrez del Olmo escribió a la Marquesa: «Tuve la suerte de bajar al panteón (en el sepelio) y ver los restos venerables del Marqués. La emoción que experimenté al ver a aquel Santo vestido de jesuita fue profundísima. Daba devoción verle. El P. Regatillo besó en el cristal (ya que no le era dado besar el cadáver), como se besan las reliquias de los Santos.»

El P. Nevares, que tuvo con él largo trato por las campañas sociales: «En el Marqués había Dios juntado lo grande de los Santos y lo más noble y digno de los caballeros que pasan por la tierra haciendo el mayor bien en todos los órdenes de la vida: al irse su alma al cielo, se nos ha perdido lo mejor de España.»

El Duque de Medinaceli, que no era de los que frecuentaban su casa, se expresa sin embargo así: «Recuerdo que cuando yo quería figurarme un hombre perfecto, cabal en todos los órdenes, sólo una persona se presentaba a mi imaginación: el Marqués de Comillas. Una vida tan ejemplar sólo podía terminar con una muerte tan santa como la suya.»

Como no es conforme al protocolo que el Rey asistiese al entierro de sus vasallos, ordenó que el entierro del Marqués pasase el cadáver por delante del Palacio Real, donde Su Majestad le esperaría en el balcón. Pues bien, díjome el Marqués de Camarasa, que uno de los Nobles, tal vez el mismo Duque de Medinaceli, dijo después: «Bien podía el Rey haber asistido al entierro del Marqués de Comillas; esto no era sentar precedente. ¿Pues quién de nosotros puede compararse a él?»

«Si yo tuviese la centésima parte de la santidad del Marqués de Comillas, moriría enteramente tranquilo.» Con estas palabras terminaba la carta que pocos años hace me escribió el religiosísimo Duque del Infantado, no mucho ha fallecido.

Finalmente el Conde de Doña Marina en pública velada necrológica remató su discurso con esta exclamación: «¡Bienaventurado Marqués de Comillas, ruega por nosotros!»

Pasemos a otros testimonios.

El Emmo. Cardenal Ragonessi, que fue muchos años Nuncio en España y tuvo íntima amistad con el Siervo de Dios, escribía a la viuda de éste: «En esta lamentable y aciaga ocasión, le repito cuanto le había dicho a usted en otras más felices coyunturas: que yo no he conocido en todos los días de mi vida un tan perfecto y virtuoso caballero como el difunto Sr. Marqués. Siempre lo tuve en altísima estimación, hasta el punto de juzgarle un verdadero Santo...»

Su sucesor en la Nunciatura, hoy Emmo. Tedeschini, en un artículo publicado por la prensa se expresó así: «Con la amplitud de la autoridad y del agradecimiento del Papa siento el deber de indicarle a la veneración, al afecto, a la gratitud de cuantos son en el mundo sensibles al bien y a la virtud, donde quiera que llegó el cristiano resplandor de esta alma canonizable...»

Allá en La Habana resonó el elogio fúnebre que predicó el Arzobispo de Guatemala: «Es tan luminosa la estela de santidad que ha dejado en pos de sí el gran caballero cristiano, que no me parece aventurado deciros que bien podéis en vuestros azares y peligros, en vuestros afanes y dolores dirigiros a esa alma, cuyo poder ante Dios tiene que corresponder a la perfección cristiana, que reguló todos los actos de su vida... ¿No se le apellidaba ya antes de terminar su vida mortal El Santo laico

El italiano P. Rosa, S. I., traductor de la «Vida de D. Claudio», escrita por el P. Bayle, y Director de la revista «La Civiltá Catholica», dijo al mismo P. Bayle, que, a juzgar por la Obra, el Marqués de Comillas, a su juicio, tenía más santidad que Contardo Ferrini, hoy ya venerado en los altares.

Terminemos con el testimonio. de más fuerza y peso que puede brotar de labios humanos. Nosotros mismos le escuchamos de los augustos labios del Papa Pío XI.

En 1925 fueron los alumnos del Seminario Pontificio de Comillas en peregrinación a Roma. Su Santidad nos otorgó una audiencia, en la cual se extendió en ponderar la santidad del recién fallecido Marqués:

«Sé muy bien, y lo recuerdo con grandísimo consuelo de mi alma, que vuestra casa es también Nuestra casa.»

«Esto es así porque tal fue la noble y santa voluntad del primer fundador del Seminario, y de aquel que le sucedió, piadosísimo continuador de esta obra, de la que vosotros sois el hermoso fruto: de aquel Marqués de Comillas, hoy tan llorado, a quien tuvimos la suerte de ver, oírle y hablarle; y conocer, como era fácil, aquella su piedad, que tan claramente se traslucía en sus palabras y en todo su aspecto, no solamente bueno y piadoso, sino tan alto y místicamente virtuoso, que respiraba santidad...»

Así continuó el Papa su elogio, tan encomiástico, que si el Señor quisiere algún día otorgar a su Siervo el honor de los altares, quizás no haga de él elogio mayor el Papa que le beatifique.

¿Y milagros? ¿y favores extraordinarios obtenidos por la intercesión del Marqués después de muerto?

Como punto más delicado nos abstenemos por ahora de tocarle. Solamente indicaremos que no son pocos los que acuden al Siervo de Dios en demanda de socorro en sus males o en súplica de bienes; y en los procesos quedan consignadas notables gracias de variadas clases atribuidas a su intercesión.

Conclusión

Cuando estas páginas lleguen a nuestros lectores habremos ya volado a Roma llevando las actas de los procesos diocesanos, para entregarlos a la Sagrada Congregación de Ritos, a fin de que se tramiten los procesos apostólicos.

Largo es el camino que resta; un millar de causas nos precede. ¿Tendrá Su Santidad la dignación de dar preferencia a esta que es única en su clase? Así lo esperamos; y para ello pedimos una oración.

Asimismo rogamos a nuestros lectores que fomenten en sí mismos y en las personas con quienes traten la confianza en el valimiento de este Siervo de Dios, pidiéndole que haga milagros verdaderos y claros, que se necesitan para su beatificación.

A este fin, pueden pedir al Director de Sal Terrae, Universidad Pontificia de Comillas (Santander), estampas del Marqués con la novena.

Si él se dignare conceder las gracias pedidas, el agraciado tenga a bien dirigir una relación detallada del favor obtenido al mismo Director de Sal Terrae.

Hace cuatro o cinco años, el Domingo de Pascua, se presentó en la portería de este Seminario una señora, creo que asturiana, pidiendo estampas del Marqués con la novena, para hacer propaganda; porque el Siervo de Dios había obrado en ella un milagro, por el cual estaba recibiendo muchas felicitaciones. Entregóselas el portero, y cuando yo quise bajar a que me hiciese relación del caso, ya se había ella marchado.

Si alguno de nuestros lectores supiese quién es esta señora, mucho le agradeceríamos que nos comunicase su dirección.

Unos meses permaneceremos en Roma, para encauzar allí el proceso. Quiera Dios darnos ayuda y acierto.

Eduardo F. Regatillo, S. I.
Postulador de la causa de beatificación


filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2003 filosofia.org
  Claudio López Brú