Panorama de la Filosofía cubana a b c d e f g h i j Humberto Piñera Llera

Humberto Piñera · Panorama de la Filosofía cubana

La reacción contra el escolasticismo

HEMOS tenido ocasión de hacer ver el significado preciso de las innovaciones llevadas a cabo en el Colegio Seminario de San Carlos. Pero las mismas fueron posibles porque ya desde el último cuarto del siglo XVIII es cada vez más vigorosa la conciencia patriótica que tiende, como es natural, a discriminar del más categórico modo sus derechos frente a los intereses representados por el gobierno metropolitano. En hombres como Romay, Arango y Parreño, Caballero, O'Gavan y otros el sentimiento localista se revela con muy vivos detalles. Y es que ya en las postrimerías del siglo XVIII hay en Cuba eso que puede denominarse la nobleza criolla, es decir, la clase terrateniente y ampliamente acomodada que posee y maneja una considerable parte de las tierras y de los recursos que de ella se derivan. De aquí que haya podido decir Luz y Caballero: «Que le toquen sus propiedades a los criollos, ya que ni Napoleón revoluciona en circunstancias normales a la Isla, y la ovejita se convertirá en Leon, diventa leone».{24} Y una prueba concluyente de ese sentimiento de nacionalidad, de ese patriotismo que hacía que la nobleza criolla se sintiera ante todo cubana, es la formación, a fines del siglo XVIII, de dos grupos: el de los aranguistas (seguidores del gran economista cubano Arango y Parreño) y el de los barretistas (que rodeaban al Conde de Casa Barreto, de tendencia peninsular). Pues bien, las más destacadas figuras de nuestro medio social y cultural formaron parte del primer grupo, con lo cual quedaba comprobado una vez más ese sentimiento patriótico a que hemos hecho referencia.

Por esa razón, como ya hemos visto, el ilustre gobernante don Luis de las Casas pudo desarrollar tan eficazmente su programa civilizador, pues encontró el apoyo entusiasta y sin desmayos de esa élite criolla que sentía el orgullo de su origen [30] y aspiraba a hacerlo valer en toda ocasión. Y es ese hecho, también, el que permite explicar por qué la filosofía fue un instrumento adecuado para realizar la patriótica empresa cubana. Porque no se trató de una especulación mas o menos «abstracta», es decir, desasida de las urgencias del momento en que se produjo, sino que consistió siempre en la adaptación de las ideas europeas más favorables a nuestro progreso. Así ocurre también en la fase que vamos a examinar, es decir, la que se conoce como la reacción contra el escolasticismo, que equivalió, según se verá, a manifestarse en contra del atraso propio de la rutina, la apatía y la sumisión a métodos y contenidos pedagógicos que por su anacronismo y su esterilidad resultaban totalmente ineficaces.

El presbítero José Agustín Caballero es la figura a la que toca el singular destino de iniciar y dirigir el movimiento superador de la escolástica en el campo de la filosofía cubana, sin que esto quiera decir que su labor no se extendiera a otros campos como el de la política, la beneficencia pública y la educación en general. Pero, de manera preferente, le veremos consagrarse a la refutación del escolasticismo filosófico, tarea que culmina con su obra titulada Philosophia Electiva.

José Agustín Caballero, de linaje patricio, séptimo hijo de don Bruno José Caballero –capitán de infantería e ingeniero ordinario de los Ejércitos y Plazas de su Católica Majestad– y de doña Manuela de la Soledad Rodríguez de la Barrera, nació en la ciudad de La Habana el 28 de agosto de 1762. A los doce años ya era alumno del Colegio Seminario de San Carlos, donde se distinguió por su aplicación al estudio, su brillante inteligencia y la seriedad de su carácter. En 1785 –a los veintitrés años– ocupó interinamente la cátedra de Filosofía, hasta el 21 de febrero de 1787, en que por Real Orden fue nombrado profesor en propiedad. De la estimación en que se le tenía es irrecusable testimonio un pasaje del certificado que, con motivo de sus oposiciones a la referida cátedra, le extendió don Juan García Barrera, director del [31] Colegio Seminario. En él afirma que el joven y talentoso estudiante pasó los años escolares

...sin que en el referido tiempo se le hubiese notado defecto alguno en su vida y costumbres, sino al contrario siempre observé una conducta ejemplar acompañada de constante aplicación en las clases, en las que obtuvo premios y logró especiales luces; por lo que el Seminario se gloria de este alumno, y aun reconoce que es el primero entre muchos.{25}

Bachiller en Artes en 1781, y en Sagrada Teología en 1787 (ambos títulos de la Universidad de La Habana), el 10 de octubre de 1788 le son conferidos los grados mayores de licenciado y doctor en Sagrada Teología. Poco después –en 1791– viste hábito, y a los cuarenta y dos años le es adjudicada, tras brillantes ejercicios, el 19 de diciembre de 1804, la cátedra de Escritura y Teología Moral del Colegio Seminario, que desempeñara hasta su muerte en 1835.

Lo que en esencia persigue Caballero es el reemplazo de la inoperante, anacrónica y desvitalizada escolástica por un sistema de pensamiento fundado en la observación y la experimentación. Sin el escollo, además, de la lengua latina, que lejos de acercar a las fuentes del saber, constituye un serio obstáculo aun para los pocos que en ella se aventuran. El noble y severo pensador que es Caballero advierte desde muy temprano que, sin desmedro de la universalidad de Aristóteles, no es posible admitir que sus conceptos filosóficos, científicos y políticos sigan vigentes en una realidad –la cubana del siglo XIX– que exige se dé paso a nuevas ideas y conocimientos.

Es vano atentado poner prisiones a un entendimiento... No querer desasirse de cierto modo de pensar enteramente opuesto a las leyes de un buen discurso, por haberlo aprendido o de sus padres en la niñez o de sus maestros en la juventud. ¡Qué ceguedad! ¡Abrazar tenazmente una secta filosófica, adherirse con esclavitud a un sistema, sin más recomendación que haberlo proferido algún famoso héroe del orbe literario, tan poseído tal vez de su amor propio [32] que por falta de ingenio y por no desdecirse de su primer aserto atropella aún por las juntas reconvenciones de su propio entendimiento! ¡Cuánto atraso han padecido las ciencias por seguir con nimiedades las huellas de su primer inventor de nombre conocido, sin tener atrevimiento para desamparar la senda quo nos propuso!{26}

Estas palabras vienen a ser algo así como el cartel de desafío a la tradición. Descartes, Bacon, Locke y Condillac están ya prestos a sustituir a Aristóteles y a sus enrevesados comentadores. Al ars disputandi so sobrepone con ansias de decisiva conquista el ars inveniendi, el de Cartesio y Leibniz, el de Bacon y Galileo. Y ya en pleno siglo XIX veremos a la ideología –cuyo germen es preciso buscar tanto en Descartes como en Locke– constituirse en el tema predilecto de los filósofos cubanos.

Si bien Cuba se encontraba en un lamentable estado de atraso en muchos órdenes, existía, como ya dijimos, una minoría ilustrada, preocupada por informarse de todo cuanto constituía las novedades culturales en Europa, en especial las de carácter filosófico y científico. El presbítero Caballero que, como hemos visto, concurrió a integrar esa minoría ilustrada del país, era en esos momentos el cubano que más extensa y profundamente conocía a las grandes figuras del pensamiento europeo de la modernidad, y como dice de él su sobrino y discípulo Luz Caballero, «fue el primero que hizo resonar en nuestras aulas las doctrinas de los Bacon y los Newton, de los Locke y los Condillac».{27} Para no hablar de Descartes, ya para entonces sobradamente conocido y discutido entre nosotros, y por supuesto por Caballero, quien en 1791, en un artículo del Papel Periódico, titulado «Discurso de la Física», dice:

Tal metafísica echó los fundamentos de una sana moral, al probar sólidamente la existencia de Dios, la distinción entre cuerpo y alma y la inmortalidad del espíritu. El plan de Cartesio fue muy noble e inteligente, y aunque el siglo en que le tocó vivir no se hallaba en estado de suministrarle mejores materiales, este filósofo [33] descubrió a lo menos el camino para sacudirse del yugo escolástico, de la opinión arbitraria, de la autoridad, de la preocupación y de la barbarie. No logró llevar a cabo su reforma tal como la ideó sino con muchas contradicciones, porque la preocupación pudo al principio más que la razón.{28}

Desde luego que la preferencia por Descartes venía siendo ya tan general entre nuestros estudiosos desde las postrimerías del siglo XVIII, que en adelante sería algo casi obvio. Así, en un acto público celebrado el 6 de agosto de 1810 en el colegio de San Agustín en La Habana, el profesor de filosofía José Navarro, bajo la presidencia del moderador Fray Laureano Almeyda, sostiene la tesis siguiente: Omnibus praeferens est methodus cartesiana.

Descartes, Bacon, Locke y Condillac: he aquí la tetrarquía en la cual se inspira el pensamiento renovador de Caballero. La filosofía de Caballero quiere ser, no tanto explícitamente como en la intención, una filosofía de la naturaleza animada de sentido práctico; por lo mismo, desprovista del verbalismo típico de la escolástica. ¡Cómo no habían de ganarle para su noble causa las exigencias metódicas, el repudio de toda autoridad que no fuese la de la razón actuante por sí misma y la busca de la certeza en la experiencia de lo inmediato de un Descartes y un Bacon, de un Locke y un Newton! «Entregados los antiguos, los escolásticos –nos dice– al discurso, dejaron a un lado la naturaleza; no veían lo que tenían a sus pies, y andaban indagando lo que había sobre los cielos; consumieron toda su vida disputando sobre las voces y no sobre las cosas.»{29} Y como excepcional testigo del estado de cosas que aspira a enmendar, nadie mejor que él mismo puede contar su propia experiencia. Así, en forma que recuerda un poco aquella de Descartes al comienzo del Discurso, cuando nos habla de su formación en la Flèche, dice Caballero:

Yo fui, en mis primeros años, de esta secta (la escolástica), y la amaba tiernamente; es más, la recomendé y enseñé a mis discípulos. [34] ¡Que vanidad no tenía el poder del entendimiento! ¡Cómo revolvía todo el universo y lo sujetaba al discurso! ¡Experiencia! Lo mismo era oírla nombrar, que cerraba y apretaba los ojos hasta arrugarlos. Pero los abrí al fin, y la vi con tiempo. Me avergoncé mucho de no haberla visto antes. Deserté de las banderas del engaño y pase a las de la verdad; y mis discípulos pusieron a la puerta de mi estudio el siguiente epitafio, que quisiera yo poder fijar a la puerta de cada uno de los ergotistas de la ciudad:

Yace aquí un entendimiento,
que ayer todo lo entendió,
y hoy que vio lo que no vio,
vio que cuanto vio era viento.{30}

La Philosophia Electiva

Consecuencia final y decisiva de cuanto hemos dicho sobre el presbítero Caballero es su obra fundamental, por la que es acreedor al titulo de iniciador de la filosofía cubana. Nos referimos a la Filosofía Electiva, en la cual lo primero que llama la atención es el título, que, dicho sea de inmediato, es el que justifica el contenido y la intención de la obra y, puesto que en cierto modo ésta condensa en lo esencial el pensamiento del autor, también justifica toda su labor, sea o no filosófica.

La obra en cuestión pasó a ser del dominio público desde el 14 de septiembre de 1797, pero siempre en forma manuscrita, sin que haya sido impresa hasta fecha muy reciente{31}, y desde su aparición sirvió durante varios años de texto en el Colegio Seminario de San Carlos, así como en Puerto Rico y en otros lugares de América. El profesor Agramonte dice:

Es la Philosophia Electiva, dentro de su brevedad y limitaciones, la primera obra sistemática de filosofía cubana. No obstante su carácter fragmentario, constituye por sí sola un documento notable de la reforma filosófica debida al incomparable Caballero. Publicada esta obra por nosotros después de siglo y medio de haber sido escrita, ha de decirse que sin ella, por lo que implícita y explícitamente contiene, no pueden comprenderse cabalmente los caracteres [35] históricos de la fase de transición del siglo XVIII al siglo XIX. Es un caso en que la historia literaria va pareja a la historia civil, ya que la filosofía de Caballero, como la de Varela, la de Luz y la de Varona, es filosofía directiva, en cuanto que dirigir y no meramente inspeccionar es función primaria del espíritu.{32}

Con el calificativo de electiva quiere señalar el presbítero Caballero la posición completamente libre de trabas del pensador que busca la verdad por sí mismo, con lo cual se opone –tal como el mismo lo dice– a «la escuela de los que piensan que hay que acudir a Aristóteles en busca de toda la verdad».{33} En suma, a lo que aspira Caballero en Cuba, como Díaz de Gamarra en México, es a conciliar –hasta donde ello sea posible– el peripatetismo con los métodos experimentales, o, como dice Gaos, fe y ciencia en forma de filosofía experimental.{34} Siguiendo las huellas de otro ecléctico ilustre –Cicerón–, nos dice Caballero que «ninguna escuela ha sido tan falsa, que no haya tenido algo de verdadero, y ningún error, por el contrario, tan tenaz, que no se pueda decir que tiene algo de verdad».{35} Se trata, entonces, de examinar y escoger en cada autor aquello que puede resultar beneficioso para ensanchar los límites del saber y procurar a la vez una mayor armonía al conjunto. Por consiguiente, quien filosofa «debe experimentar el más profundo respeto y reconocimiento hacia los grandes hombres que nos han comunicado sus discursos y enriquecido con sus descubrimientos, pero no hemos de ser esclavos de la autoridad».{36} Con lo cual se fortalece el sentimiento de libertad –es claro que dentro de justos límites– frente al principio de autoridad que, impuesto y admitido sin restricción alguna, se convierte en detestable absolutismo. Además, el pensador cubano parece no perder de vista la urgente necesidad en que se hallaba Cuba, sobre todo en esa época de aprovechar cuanto pudiera representar un eficaz auxilio a su desarrollo cultural. Por lo que, más que inventar, debíamos aprender, pues de este previo paso dependía que pudiéramos dar después el otro. [36]

Como no es nuestra profesión inventar, nos valemos de lo que trabajó Newton, Descartes, Gassendi, Leibnitz, Locke y todos los que han hablado de filosofía; combinamos, según conviene con nuestros experimentos, lo mismo que hará usted –así se dice a un físico o a un químico sabidor– si sobre lo que dijo Homberg del sulfure metalorum, que es fuego, halla un experimento opuesto, y lo mismo que hace todo viviente racional cuando consulta con sí mismo.{37}

La Philosophia Electiva parece haber sido, en el proyecto original de su autor, una obra en cuatro partes: Lógica, Metafísica, Física y Ética. Pero de esas cuatro partes, las tres últimas quedaron en proyecto. A que motivos se debió esta interrupción, es cosa que no ha sido posible aclarar. El profesor Agramonte señala, como posibles causas, las dificultades políticas, o el cambio de cátedra –recuérdese que en 1804 Caballero pasó a ocupar la de Escritura y Teología Moral– «o el despuntar del genio de su verdadero sucesor, Varela».{38}

El texto de la Philosophia Electiva –tal como lo conservamos– consta de cuatro partes subdivididas en capítulos (siete para la primera, cinco para la segunda, y cuatro respectivamente para las dos últimas). Vienen luego cuatro Disertaciones, la primera acerca de la filosofía en general y las tres restantes sobre la lógica en sí.

El examen del texto revela desde el principio su condición electiva, pues, en efecto, Caballero intentó en el una conciliación de ciertas cuestiones propias del aristotelismo con otras que pertenecen a la filosofía cartesiana. De Cartesio, por ejemplo, tomó la idea de luz natural, al definir la filosofía como «el conocimiento cierto y evidente de todas las cosas por sus últimas causas, logrado con la sola luz natural».{39} Y también la triple división de las ideas en adventicias, facticias e innatas. En cambio siguió a Aristóteles en lo referente a la naturaleza y las operaciones del entendimiento, lo mismo que en las categorías, aunque hace una breve mención del dístico famoso: [37]

Mens, mensura, quies, motus, positura, figura
sunt cum materia cunctarum exordia rerum.{40}

Lo diremos una vez más, es propósito de Caballero realizar una síntesis de los criterios y las experiencias más atinentes al objeto que se estudia, de manera que el resultado en el conocimiento perseguido sea siempre el más efectivamente real y por lo mismo aceptable.

No se debe emprender ningún estudio sino después de haber purgado la mente de los prejuicios temerarios que hayamos adquirido a través bien de lecturas de malos libros, bien del trato con gentes vulgares. Debemos escoger un buen autor. Léase mucho, pero no muchas cosas. No pasemos de una cuestión a otra sino después de haber comprendido bien la primera. No se debe prescindir de nada, ni aun de aquello que nos parezca de poca importancia.
No se deben desperdiciar las ocasiones de tratar los asuntos con otras personas para comprender con claridad lo que se sepa de cada uno. No se debe prescindir de los autores que sostienen tesis contrarias a la nuestra hasta haber comprendido perfectamente el sistema de aquél a cuyo estudio nos hayamos aplicado. Conviene, por último, consultar una y otra vez los conocimientos que hayamos adquirido en nuestro estudio, con personas doctas.{41}

Al cabo de su lectura se comprende que la Philosophia Electiva representa mucho más por su noble intención, y por las consecuencias que de ella se derivaron para nuestra cultura en el siglo XIX, que por el neto contenido de sus páginas. Pues en este respecto es solo una elemental introducción a cuestiones iniciales de la filosofía y la lógica; pero por su intención es el primer esfuerzo por superar el estancamiento y el atraso existentes en la enseñanza cubana del siglo XVIII. Y de aquí la forma reiterada en que el autor combate el verbalismo ergotista de la escolástica y le contrapone, en vigoroso contraste, las nuevas ideas, pues –dice– «filosofamos para conocer la verdad y para vivir honradamente».{42}

Con la Philosophia Electiva, corno tendremos ocasión de [38] comprobarlo, se inició realmente el proceso de la filosofía cubana, que se caracterizó –según se ha dicho ya– por su «instrumentalidad», o sea por esa su condición de haber servido de vehículo a las ideas que prepararon el advenimiento de la independencia. El presbítero Caballero abrió el camino que recorrerán mas tarde Varela, Saco, Luz y Caballero, Bachiller y Morales, Gaspar Betancourt Cisneros, Martí y Varona. En su libro, sencillo y sin pretensiones, está in nuce la porción más importante de la historia cubana hasta el presente. 

Félix Varela y Morales

La empresa patriótica del presbítero Caballero encuentra inmediata y enérgica prosecución en Félix Varela y Morales, el más destacado de sus discípulos en el Colegio Seminario de San Carlos, a quien corresponde la gloria de extender e intensificar, tanto las ideas filosóficas, como los desvelos y afanes de su maestro por los destinos nacionales. Aunque el maestro advirtió desde muy pronto las singulares dotes del discípulo, quizás no sospechó nunca la proyección de la obra de Varela, que permitiría decir, muchos años después, a Luz y Caballero: fue «el primero que nos enseñó a pensar». Lo que en Caballero, no obstante el temple de ánimo y la valentía de sus pronunciamientos, es discreta acción y sosegada tarea, en Félix Varela adquiere la fuerza de un ímpetu casi incontenible. Este clérigo «de estatura mediana, delgado, de color trigueño, lampiño, frente muy ancha y sumamente miope» –según el retrato que nos ha dejado su alumno Juan Manuel Valerino– es nada menos que el primer gran conspirador, en abierta rebeldía contra el régimen colonial; el hombre desterrado, condenado a muerte por desafecto a la Corona, a punto casi de ser asesinado; todo nervio, todo dinamismo; y en su múltiple labor pensante –como tendremos ocasión de verlo– jamás deja de apuntar hacia el problema fundamental: el destino de Cuba. [39]

Félix Varela y Morales nació en la Capital en 1788. Aunque descendiente de militares, Varela no sintió nunca, según propia confesión, el ideal de las armas, y a los catorce años dijo: «Yo quiero ser un soldado de Jesucristo. Mi designio no es matar hombres, sino salvar almas.» Vivió en la Florida, junto a su padre y su abuelo, desde los seis años hasta los catorce. A esa edad regresó a La Habana para ingresar en el Colegio Seminario de San Carlos, donde su vocación, mas intelectual que religiosa, encontró el medio adecuado, pues contó entre sus maestros a Caballero, a O'Gavan y al obispo Espada, luego su admirador y protector generoso. A la influencia de Caballero nos referimos ya al tratar de éste. En cuanto a O'Gavan, había estudiado en el Instituto Pestalozziano de Madrid y volvió a La Habana convertido en ferviente admirador de Locke y Condillac, lo cual le valió un proceso por impiedad. Respecto a Espada, debe decirse que en todo el período colonial no hubo en Cuba un mitrado de tan amplio espíritu liberal. Gracias a él pudo Varela desempeñar la cátedra de Filosofía del Colegio Seminario sin haber cumplido los veinticinco años.

En 1808 Varela había concluido sus estudios académicos. Era Bachiller en Artes de la Universidad La Habana (1806) y en el Colegio Seminario había recibido las cuatro órdenes menores y el subdiaconado (1811). Al vacar en 1811 la cátedra de Filosofía del Colegio Seminario, que explicaba O'Gavan, pasó a desempeñarla Varela, con dispensa del obispo Espada, como ya se dijo. Y fue tal el celo que puso en continuar la destrucción del escolasticismo, iniciada por el maestro Caballero, que hizo exclamar al obispo: «Este joven catedrático va adelantando; pero aún tiene mucho que barrer.» Consejo que siguió Varela sin omitir esfuerzo alguno, alentado por quien tenía autoridad para darlo. «Tomé, pues, la escoba –dice Varela– y empecé a barrer determinado a no dejar ni el más mínimo polvo del escolasticismo, ni del inutilismo, como yo pudiera percibirlo.» [40]

En 1820, cuando en España el pronunciamiento de Riego restableció la Constitución de Cádiz, Varela paso a ocupar, tras brillantes oposiciones, la cátedra de Constitución, creada por la Real Sociedad Patriótica a instancias del obispo Espada en el Colegio Seminario de San Carlos. Pero al ser electo diputado a Cortes en 1821 tuvo que abandonar su cátedra, para marchar a Madrid y luego a Sevilla –asiento entonces de las Cortes–, donde permaneció hasta 1823. El golpe absolutista de Fernando VII le obligó a huir de España, condenado a muerte en rebeldía, y a refugiarse en los Estados Unidos, donde residió hasta su muerte. Primero en Filadelfia y después en Nueva York, editó El Habanero, periódico destinado a enjuiciar la cuestión de Cuba, y que dio motivo al ya mencionado intento de asesinato. Finalmente, se traslado a la Florida en busca de un mejor clima para su quebrantada salud y allí murió en 1853. Sus restos descansan, desde 1912, en suelo patrio, bajo los techos del Aula Magna de la Universidad de La Habana, sin duda el sitio más adecuado para pensador tan ilustre.

El pensamiento de Varela

En contraste con Caballero, cuya obra se reduce a un solo libro y a sermones y artículos periodísticos, Varela posee una extensa y variada obra, que es posible agrupar así: 1) Escritos filosóficos: Instituciones de Filosofía Ecléctica (1812); Apuntes Filosóficos (1818); Lecciones de Filosofía (1818); Miscelánea Filosófica (1819). 2) Escritos político-sociales: Observaciones sobre la constitución política de la monarquía española (1821); El Habanero (1824-1826); Elogio del Ilustrísimo señor don José Pablo Valiente; Elogio de Fernando VII contraído solamente a los beneficios que se ha dignado conceder a la Isla de Cuba; Memoria que demuestra la necesidad de extinguir la esclavitud de los negros en la Isla de Cuba; Preámbulo de la Instrucción para el gobierno de Ultramar. 3) Escritos ético-religiosos: Cartas a Elpidio (1835-1838). [41]

Desde luego que nos referiremos sólo a las obras de mayor contenido filosófico pues un examen del resto de la producción de Varela, por breve que fuera, obligaría a salirse de los límites impuestos a este trabajo. Pero no es ocioso que digamos, respecto de su pensamiento político y ético-religioso, que en él se cumple una vez más esa estrecha vinculación –ya señalada– entre la filosofía y la circunstancia socio-política cubana: también en Varela el pensamiento filosófico es instrumental. La filosofía es considerada como medio para lograr ciertos fines.

La filosofía de Varela

El interés filosófico de Varela se centró en la epistemología, debido en buena parte a la influencia ejercida por el sensualismo y la ideología. (En Cuba, como en el resto de Hispanoamérica, los sensualistas primero –en especial el abate Condillac– y luego, los ideólogos –Helvetius, Desttut de Tracy, Cabanis, Volney– fueron durante el primer tercio del siglo XIX los «mentores» de las minorías cultas que buscaban en ellos la inspiración necesaria para llevar a cabo reformas educativas que permitiesen elevar el nivel social de sus respectivos países.) Así se explica, igualmente, la posición ideólogo-sensualista que adoptó Varela: «No sabemos más que lo que aprendemos por los sentidos, pero no que la sensación sea conocimiento.» Advertimos que Varela se adhiere, por una parte, al más riguroso criterio empirista; mas, por otra, no llega a conferir a los sentidos todo el poder que les concedía Condillac. Ahora bien, si hurgamos un poco más en el pensamiento vareliano, podremos extraer la siguiente conclusión: lo que hay en Varela de sensualismo es una actitud de resguardo, de preventiva reacción frente al innatismo.

De lo que antecede [«que los sentidos transmiten las impresiones al intelecto»] el lector pensará que soy sensualista. Y en efecto lo soy, en tanto en cuanto no puedo admitir las ideas innatas, al [42] menos como éstas suelen ser explicadas... ¿Qué significa esto? ¿Que existen algunas ideas de objetos puramente espirituales cuya imagen los sentidos no pueden nunca producir? Aceptado. ¿Quiérese dar a entender que no podemos venir por medio de algunos razonamientos de las cosas sensibles al conocimiento de las espirituales? Esto es con toda evidencia absurdo y lo prueba la voz de la naturaleza, proclamando la existencia de Dios.{43}

Tal vez en esta afirmación –que se puede llegar «por medio de algunos razonamientos de las cosas sensibles al conocimiento de las espirituales»– encontramos la piedra de toque que nos permite descubrir el fondo mismo del pensamiento de Varela con respecto al conocimiento. Pero ¿no es acaso ésta asimismo la piedra de toque de la filosofía de la Edad Moderna? ¿Es que no está aquí Descartes con su cauteloso e insistente empeño de dar validez al pensamiento henchido de realidad? ¿Y no es también la tesis de Locke y de Hume? Y Kant ¿no dice que es indudable «que todos nuestros conocimientos comienzan por la experiencia»?{44} Es que, mutatis mutandis, el pensamiento moderno vive devotamente consagrado a la naturaleza, a la empirie. ¡Cuán explicable que un hombre como Varela fuera sensualista e ideólogo, si se tiene en cuenta que a su justificada repugnancia por el estéril escolasticismo –que el llama «inutilismo»– se añadía, para reforzarla, la ejemplar enseñanza de Caballero!

Varela, pues, no resulta un sensualista ortodoxo; en parte por su condición y formación religiosa, en parte porque no es hombre de un solo bando y admite una especie de mesurado innatismo.

Ser innatista es sólo aceptable en el sentido de que hay algunas ideas tan evidentes y adquiridas de modo tan fácil, que se encuentran en todo intelecto humano como por una inspiración universal de la naturaleza.{45}

Además, como es ya sabido, el sensualismo es una posición más que discutible en la historia de la filosofía. Cuando, por [43] ejemplo, aborda con su precario instrumental ideológico cuestiones tan delicadas como las de la existencia y el conocimiento de Dios, apenas acierta a dar una borrosa imagen de lo que intenta dejar bien aclarado. Además, cuando Varela dice que «hay ciertas ideas tan evidentes y adquiridas de modo tan fácil que se encuentran en todo intelecto humano como por una inspiración universal de la naturaleza», no afirma, ni mucho menos, quo sean ideas innatas. Siempre cabe preguntarse ¿por qué dice que son adquiridas?

La posición sensualista moderada de Varela se entronca –como no podía dejar de ser– con el nominalismo de los empiristas ingleses. Así, en sus Lecciones de Filosofía, dice:

Nuestros conocimientos empezaron por el de un solo individuo... y todas nuestras primeras ideas son individuales... No conocemos la naturaleza, no conocemos sino individuos. No hay un ser en la naturaleza que incluya todos los árboles o todos los hombres.{46}

Criterio de la mayor importancia en la filosofía de Varela, por sus consecuencias inmediatas ya que aplicado al problema de la educación significa la defensa de una enseñanza activa, experimentalista, frente al verbalismo memorista de la escolástica. Enseñanza fundada en el trato directo con las cosas, en la observación del mundo exterior.

El alma sabe que existe porque percibe, y las diversas percepciones causan placer o pena; y en consecuencia el alma se empeña en conservar las primeras y destruir las segundas.{47}

No hay, pues, ideas generales, punto de apoyo del deductivismo de que abusó la Edad Media y, sobre todo, esa estéril logomaquia en que consistía la enseñanza «escolástica» entre nosotros, que Varela tuvo la oportunidad de conocer y combatir.

No hay absolutamente ideas generales. Los términos son generales porque se aplican a muchos individuos, más las ideas no lo son, pues toda idea es la representación de un objeto, o por lo menos de una propiedad, y ambas cosas son siempre individuales.{48} [44]

De aquí que la Ideología fuera para Varela el desideratum de sus empeños culturales. Pues ella ha logrado organizar una verdadera y eficaz doctrina del conocimiento, que de lo particular asciende a lo universal –de la sensación a la idea– con lo cual el hombre se vuelve desde el principio hacia la realidad exterior, a la fuente de todas las experiencias, para encontrar en éstas la correspondencia con su ser.

Reducir las ideas del hombre a su verdadero origen, indicando los pasos con que se fueron desenvolviendo las facultades intelectuales y morales, y la relación de los conocimientos adquiridos, es el objeto de la ciencia que llamamos ideología. De este modo lo que al principio no fue otra cosa que una sucesión de sensaciones con que los objetos exteriores obligaron al hombre a poner en uso la actividad de su espíritu, vino a formar un plan científico, que será tanto más exacto, cuanto más conforme a los derechos naturales que sirvieron a su formación.{49}

De este modo, no corremos el riesgo de quedar en la pura abstracción, o lo que es aun peor, confundirla con la realidad.

Mientras las abstracciones se identifiquen en nuestro espíritu con las realidades, hallaremos mucha dificultad en persuadirnos de que nuestras ideas no son fruto de una serie de operaciones, que bien observadas, lejos de ser principios de conocimientos, debe decirse que son el resultado de ellos.{50}

Muy distinta era para Varela la situación en la filosofía escolástica. En las Observaciones sobre el escolasticismo dice:

No pudiendo el escolasticismo ser fecundo en doctrinas, pues no debía presentar otras que las de sus maestros, procuró serlo en voces, en fórmulas, en reglas, y en abstracciones deducidas como con pinzas del texto de los grandes hombres.{51}

Conviene detenerse sobre la crítica de Varela al escolasticismo. Por lo menos tres razones fundamentales encuentra nuestro filósofo para oponerse a él. [45]

En primer término, la vaciedad e inutilidad de las llamadas disputas, que en época de Varela habían llegado a ser un espectáculo deprimente por su chabacanería y vulgaridad.

Ellas son el teatro de las pasiones más desordenadas, el cuadro de las sutilezas y capciosidades más reprensibles, el trastorno de toda la ideología, el campo en que peligra el honor, y a veces la virtud, el estadio donde resuenan las voces de los competidores, mezcladas con un ruido sordo, que forman los aplausos ligeros, y las críticas injustas, ahuyentando a la amable y pacífica verdad, que permanece en el seno de la naturaleza, por no sufrir los desprecios de una turba desacompasada, que con el nombre de filósofos, dirige las ciencias cuando sólo está a la cabeza de las quimeras más ridículas...
Las disputas literarias sólo deben reducirse a unas reflexiones pacíficas y sin capciosidades, que puedan servir para la ilustración de la juventud y ejercicio de los profesores; más no para proporcionarles glorias ridículas con perjuicio de otro, procurando desacreditarle, y como dicen concluirle. Ninguna cuestión pública debe juzgarse a propósito para profundizar una materia, y menos para encontrar la verdad; pues esto queda reservado a la meditación detenida, a las conferencias privadas, y a un trabajo continuo y desapasionado.{52}

En segundo término, combate Varela la práctica silogística, que se hacia convertido en un ejercicio banal. «El silogismo –nos dice Varela atinadamente– se forma cuando el entendimiento ha percibido la conveniencia de las ideas, que quiere decir cuando ha encontrado la verdad, y por tanto él no es el medio de encontrarla...»

En tercer y último lugar se refiere Varela al desastroso influjo del escolasticismo en nuestra vida social, que impedía el desarrollo de la mente del joven y le acostumbraba al cómodo pero ineficaz recurso de las frases y fórmulas estereotipadas.

Si consideramos el influjo del escolasticismo en la vida social, conoceremos más claramente que no es cosa de poca importancia desterrarlo. Apenas hay un hombre de buenas ideas que se atreva a manifestarlas en público, cuando prevee que le ha de caer encima [46] la lluvia tempestuosa de los escolásticos, pero sin oírle ni penetrarse de sus razones le condenarán, o lo que es más, lo echarán por tierra si pueden hacerlo. Todos no se hallan en ánimo de sufrir invectivas, ni exponerse a mayores perjuicios, y así se contentan con reírse a solas; pero la sociedad se priva de muchos bienes, que disfrutaría desterrándose de esta furia escolástica. Muchos padres de familia sacrifican a sus hijos, haciéndoles recibir unas ideas elementales de lo más absurdas, sólo porque ellos son escolásticos, o porque siendo ignorantes oyeron hablar de algún señor Doctor, y va radicándose la ignorancia de unos en otros.{53}

Para finalizar, solamente unas palabras acerca del pensamiento político-social y ético-religioso de Varela. El primero está contenido en sus Observaciones sobre la constitución política de la monarquía española y en El Habanero.

Las Observaciones son el fruto del curso que dictó Varela al inaugurar la cátedra llamada de Constitución, en 1820, y al cual ya nos hemos referido. Consta de un Discurso inaugural, una breve Introducción y diez capítulos a los cuales llama el autor «Observaciones», de donde el título de la obra. La primera trata de la soberanía, la segunda de la libertad y la igualdad, la tercera de la constitución en general y de la española en particular, la cuarta de la división de poderes, &c.

Varela llegó a la política un poco por obra del azar, al confiársele la cátedra mencionada. En su curso tuvo que enfrentarse políticamente con un tema de tanta importancia y significación como es el de la Ley fundamental del Estado, en momentos de extraordinaria conmoción, cuando la metrópoli y sus colonias regresaban desde el absolutismo al régimen constitucional, con el apoyo de la fuerza. Para Varela, maduro ya en años y en saber, debió de haber sido un momento de gran emoción, como se advierte en las palabras con que da comienzo al discurso inaugural:

Si al empezar mis lecciones en esta nueva cátedra de Constitución pretendiera manifestar la dignidad del objeto, exigiendo vuestros esfuerzos y empeños en su estudio, haría sin duda un agravio [47] a las luces, y una injuria al patriotismo; pues, hablando a españoles en el siglo XIX, debe suponerse que no sólo aman su patria, su libertad y su derecho, sino que por un instinto, fruto de los tiempos, saben distinguir estos bienes, y que un código político que los representa con tanta armonía y fijeza merecerá siempre su consideración y aprecio.{54}

Expongamos sintéticamente algunas de las Observaciones: Las leyes aplicables a un país no se pueden aplicar del mismo modo a otros países, pues el éxito de una constitución depende de la madurez y circunstancias del país en el cual rige. Conforme a la doctrina de Grocio, hay un derecho natural, eterno e inmutable, que no está afectado por las mudanzas de los tiempos o los accidentes propios de cada lugar; por consiguiente, si hay derechos imprescriptibles, es porque son anteriores y posteriores a toda ley. La soberanía y la libertad son los fundamentos de toda constitución. Hay tres clases de igualdad: la natural, la social y la legal: esta última es la única en que no se registran desigualdades, ya que todos los hombres, ricos o pobres, ignorantes o sabios, pueden disfrutar de los mismos derechos. Toda justicia dimana de Dios, pero la autoridad regia proviene del consentimiento voluntario de los gobernados. Los distintos poderes dimanan de la Constitución y la división de poderes no puede afectar a la indivisible naturaleza de la soberanía constitucional.

Poco después tuvo oportunidad Varela de tener una experiencia más directa de la política, cuando fue como diputado a las Cortes españolas. Su oposición a Fernando VII le valió una condena a muerte en rebeldía y el destierro definitivo. Los resultados de esa experiencia se reflejan en los artículos de El Habanero (Papel político, científico y literario), que publicó en los Estados Unidos. De este periódico aparecieron siete números, los cuatro primeros en Filadelfia y los tres últimos en Nueva York. Sólo se conservan los seis primeros, no así el séptimo, del cual no ha sido posible hallar el menor rastro. De los cuarenta trabajos que contienen los seis números [48] conocidos, son especialmente dignos de mención los que llevan los títulos siguientes: «Consideraciones sobre el estado actual de la isla de Cuba», «Tranquilidad en la isla de Cuba», «Amor de los americanos a la independencia» y «Carta del editor de este papel a un amigo». Todos revelan con perfecta claridad su profundo conocimiento de nuestra realidad colonial en el siglo pasado. Al igual que en el problema cultural, también en el político-social vemos al filósofo aplicando los recursos del saber principal a las cuestiones inmediatas de la realidad cubana de aquella época.

Finalmente, reaparece el filósofo en su última obra, las Cartas a Elpidio (sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo en sus relaciones con la sociedad). Tras largos años de destierro, ya aquejado de severa dolencia pero curado de muchas ilusiones y pletórico de esa experiencia que proporcionan años y andanzas, el filósofo Varela se entrega con fruición a este trabajo con el cual remata su obra de pensador, escritor y educador, comenzada un cuarto de siglo atrás. Aunque originalmente la obra debió haber constado de tres partes, solo aparecieron las dos primeras, consagradas, respectivamente, a la impiedad y la superstición. La impiedad, dice Varela, produce descontento individual y social, destruye la confianza de los pueblos y apoya el despotismo. Surge en el corazón o en el entendimiento, cubre toda la tierra, es motivo de quejas (justas e injustas) y lleva al impío al furor. Al tratar de la superstición, Varela comienza por un paralelo entre ésta y la religión; luego compara a ambas en relación con las creencias y el sentimiento; explica después cómo se debe impedir la superstición y finaliza con el examen de la tolerancia religiosa.

En Félix Varela, como hemos visto, se unen el filósofo, el educador y el político. A través de la somera exposición de su pensamiento es posible advertir claramente esa instrumentalidad de la filosofía cubana, detalle éste que jamás faltará; pues, como ya se ha dicho, esta filosofía es siempre una adaptación [49] de las ideas europeas más calificadas y de mayor eficacia para la solución de los problemas nacionales. Varela prosigue el camino iniciado por Caballero, como Luz seguirá las huellas de Varela, y así sucesivamente. Nuestra filosofía es, como se ve, parte entrañable de nuestra historia política.

———

{24} J. de la Luz y Caballero: Aforismos. La Habana, Ed. de la Universidad de La Habana, 1945, «Aforismo 539» (Biblioteca de Autores Cubanos: Obras de Luz y Caballero, volumen I).

{25} José de la Luz y Caballero: Escritos literarios. La Habana, Ed. de la Universidad de La Habana, 1946, p. 186 (Biblioteca de Autores Cubanos: Obras de Luz y Caballero, volumen VI).

{26} José Agustín Caballero: Artículo con el seudónimo de Un amigo, en el Papel Periódico de 12 de enero de 1794.

{27} José de la Luz y Caballero: Escritos literarios, ed. citada, p. 186.

{28} Roberto Agramonte: op. cit., p. 180.

{29} José Agustín Caballero: Discurso filosófico, párrafo III.

{30} Ibid., in fine.

{31} Constituye el volumen I de la Biblioteca de Autores Cubanos editada por la Universidad de La Habana en 1944, Texto bilingüe en latín y español.

{32} R. Agramonte: op. cit., p. 222.

{33} J. A. Caballero: Filosofía Electiva. La Habana, Editorial de la Universidad de La Habana, 1944, p. 19 (Biblioteca de Autores Cubanos, volumen I).

{34} José Gaos: Pensamiento de lengua española. México, Ed. «Stylo», 1945, p. 241.

{35} J. A. Caballero: op. cit., p. 211.

{36} J. A. Caballero: Discurso filosófico, in fine.

{37} Ibid.

{38} R. Agramonte: op. cit., p. 228.

{39} J. A. Caballero: op. cit., p. 9.

{40} Espíritu, medida, quietud, movimiento, posición, figura–son con la materia, los principios de todas las cosas.

{41} J. A. Caballero: op. cit., pp. 155-157.

{42} Ibid., p. 193.

{43} Félix Varela: Miscelánea filosófica. La Habana, Ed. de la Universidad de La Habana, 1944, p. 257 (Biblioteca de Autores Cubanos, volumen VII).

{44} Recuérdese que Kant dice: «No se puede dudar que todos nuestros conocimientos comienzan por la experiencia...» Y concluye este párrafo diciendo: «En el tiempo, pues, ninguno de nuestros conocimientos precede a la experiencia, y todos comienzan en ella.» Aunque, como sabemos, en el párrafo subsiguiente procede a decir: «Pero si es verdad que todos nuestros conocimientos comienzan con la experiencia, todos, sin embargo, no proceden de ella...» (Véase Kritik der reinen Vernunft, Berlín, Ed. por Benno Erdmann, 1900, Einleitung, p. 41.)

{45} F. Varela: op. cit., p. 258.

{46} F. Varela: Lecciones de Filosofía. La Habana, Ed. de la Universidad de La Habana, Imprenta «La Verónica», 1940, p. 27.

{47} Ibid., p. 168.

{48} Ibid., p. 34.

{49} F. Varela: Discurso de Ingreso en la Real Sociedad Patriótica: Demostrar la influencia de la Ideología en la sociedad, y medio de rectificar este ramo (1 de febrero de 1817).

{50} F. Varela : Miscelánea filosófica, p. 97.

{51} Ibid., p. 204.

{52} Ibid., p. 224 y 225.

{53} Ibid., p. 217.

{54} F. Varela: Observaciones sobre la constitución política de la monarquía española. La Habana, Ed. de la Universidad de La Habana, 1944, volumen VIII, p. 1.

<< a b c d e f g h i j >>

filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2006 filosofia.org
Humberto Piñera Llera
José Agustín Caballero
Panorama de la Filosofía cubana
Washington DC, 1960 págs. 29-49