Panorama de la Filosofía cubana a b c d e f g h i j Humberto Piñera Llera

Humberto Piñera · Panorama de la Filosofía cubana

El krausismo

LOS cruentos episodios de la Guerra de los Diez Años produjeron, como es natural, una paralización casi completa de la cultura cubana, ya por entonces bastante apática y desvaída. Un año después de finalizada la contienda, un oscuro profesor de filosofía –Teófilo Martínez de Escobar– pronunció en la Universidad de La Habana, como oración inaugural del curso académico de 1879 a 1880, un largo y denso discurso en el que defendía la importancia del krausismo y, en consecuencia, la necesidad de adoptarlo como la mejor filosofía de la época.

Como se sabe, el krausismo tuvo singular resonancia en la cultura española de mediados del siglo XIX, debido a que sirvió de oportuna coyuntura a los trajines liberales de Sanz del Río frente a los excesos y extravíos del ultramontanismo oficial que entonces imperaba en la Península. En esencia, lo que a Sanz del Río le interesaba del krausismo era la tesis de la armonía universal, como apoyo de un régimen constitucional opuesto al absolutismo. Pero lo demás del sistema «panenteísta» del oscuro filósofo de Eisenberg importaba poco a la finalidad del gran liberal hispano. No sucedió lo mismo con el profesor Martínez de Escobar, sino que a él le atraía especialmente esa doctrina krausista porque hacía brotar de Dios toda manifestación cultural (v. g. la Filosofía de la Religión, la Ética, el Derecho y la Filosofía de la Historia) y la conducía de nuevo a Dios. Ahora bien, de esta concepción «teogónica» de la realidad, a un cierto oscurantismo confesional, no había más que un paso, abonado, además, por la enmarañada jerga y los inútiles conceptos del panenteísmo; mucho más cuando esa doctrina iba a ser manejada por inexpertas manos, en un ambiente sin la adecuada preparación para resistir el influjo de una confusa y vasta elaboración metafísico-teológica, que es a lo que en definitiva venía a quedar reducido el [78] krausismo, pese a la nobleza de sus intenciones. Porque, en fin de, cuentas, ese aire de «totalidad» de que aparece revestido el krausismo se asemejaba llamativamente, sobre todo por sus afanes de una «armonía universal», a las pretensiones «de aquel eclecticismo espiritualista» que Luz y Caballero había combatido con denuedo. Pues la aspiración fundamental de Krause era un arma de doble filo: propugnaba una armonía suprema, donde se conciliaran las discrepancias, pero esa misma voluntad de conciliación entrañaba el peligro de un estancamiento del proceso histórico que es siempre de naturaleza dialéctica. No podían resultar convincentes, por lo tanto, para los espíritus progresistas de Cuba, en el trance mismo de conquistar la independencia, aquellas palabras del filósofo Krause: «para que la historia, hoy militante, cortada a cada paso por oposiciones y limitaciones, torcida y viciada por el desamor y el egoísmo, sea algún día historia y vida armónica, verdadera madre y maestra de sus hijos, como el padre de los suyos, como Dios de la Humanidad».

Para la fecha en que Martínez de Escobar hace la apología del panenteísmo krausista, Cuba carecía de un mínimo de orientación filosófica. Recuérdese la dolida consideración que hacía Mestre sobre el estancamiento de nuestra cultura; y esto que él advertía, lo decía quince años antes que se pretendiera hacer valer como oro de buena ley un pensamiento confuso y sin originalidad como el de Krause. En efecto, la Guerra de los Diez Años (1868-1878) había vaciado las aulas universitarias y producido grandes claros en las filas intelectuales. A la tarea preparatoria de la Guerra de los Diez Años, o sea la que se extendió desde los comienzos del siglo XIX hasta la muerte de Luz y Caballero, sobrevino la otra magna tarea de la lucha armada. Y, por consiguiente, durante largo tiempo se careció en Cuba de mentes inspiradoras en el orden del pensamiento filosófico. ¿Es, pues, extraño que un oscuro filosofante como el bueno de Martínez de Escobar se alzara de pronto con la ingenua pretensión de hacer del krausismo la filosofía oficial? [79] Sin embargo, es precisamente este suceso sin mayores consecuencias el que anuncia otro gran momento de la filosofía cubana, es decir, el advenimiento del positivismo.

Porque la gradual preparación ideológica de nuestra élite a través del siglo XIX, que como hemos visto estaba muy al tanto de los adelantos culturales europeos, no podía aceptar sin resistencias el krausismo. Veremos, así, que hombres como Varona y Montoro, dotados de una sólida formación cultural, pusieron en solfa a Krause: el primero, en sus penetrantes análisis de las Conferencias filosóficas; el segundo, desde la tribuna del Ateneo de Madrid. Pues si Varona estaba admirablemente informado sobre todo en lo que se relacionaba con la filosofía francesa e inglesa, Montoro –que había sido estudiante en Heidelberg y Berlín– conocía a fondo la filosofía alemana y especialmente a Hegel. Por obra de Varona y Montoro la filosofía de Krause fue pronto y fácilmente desplazada.

<< a b c d e f g h i j >>

filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2006 filosofia.org
Humberto Piñera Llera
Krausismo
Panorama de la Filosofía cubana
Washington DC, 1960 págs. 77-79