Filosofía en español 
Filosofía en español

Emeterio Valverde Téllez (1864-1948) · Crítica filosófica o Estudio bibliográfico y crítico de las obras de Filosofía escritas, traducidas o publicadas en México desde el siglo XVI hasta nuestros días (1904)


Capítulo VII

Sabia refutación del materialismo

Auno de nuestros buenos periodistas católicos, Don J. I. de Anievas, debemos los cortos rasgos biográficos que existen del R. P. Dr. D. Fr. Buenaventura Homédez, a cuya grata memoria dedicamos este capítulo.

«Nació el Señor Homédez, escribe Anievas, en la ciudad de Tortosa, principado de Cataluña, en el año 1776, perteneciendo a una familia noble del país medianamente acomodada. Sus padres le dieron una educación esmerada, y el manifestó desde el principio en su índole tal docilidad, sencillez y pureza de sentimientos, que eran los presagios de las nobles cualidades, y de las virtudes cristianas que estaba destinado a practicar en el seno de la vida monástica. Apenas había salido de la adolescencia, cuando manifestó sus deseos de vestir el humilde sayal de San Francisco, y consagrarse al ministerio del sacerdocio, recibiendo en efecto el hábito, a los dieciocho años de su edad, en el convento de franciscanos de Barcelona, donde se distinguió luego por su aplicación al estudio, haciendo rápidos progresos en todos los ramos, y por su observancia rígida y escrupulosa de las prácticas del monasterio.

«Ordenado de Sacerdote, después de haber concluido su brillante carrera literaria, fue destinado a pasar a América, en una de aquellas expediciones de religiosos que se [108] llamaban misiones, y que venían a cultivar en estos apartados países la mies sagrada del Evangelio. Presentóse en efecto en esta Capital, condecorado ya por el General de la Orden con el título de lector de cánones, cátedra que desempeñó, así como las de Filosofía y de Teología, con universal aprobación y aprovechamiento de sus discípulos. Vacante la de Escoto en la nacional y pontificia Universidad, la sirvió por muchos años recibiendo las ínfulas de Doctor. Constante el Sr. Homédez en las funciones de su activo ministerio, y haciéndose respetar y estimar siempre por sus virtudes monásticas y privadas, por sus talentos no comunes, y por la bella y suavísima índole de su carácter; fue dos veces llamado a presidir la santa provincia de los hijos de San Francisco, alcanzando al término de su existencia días amargos y azarosos. Nosotros vimos en una ocasión tristemente memorable caer de sus ojos algunas lágrimas, y expresar en su fisonomía constantemente tranquila y benévola, la tristeza santa de que su alma se hallaba penetrada!...{77}

«Concluyamos: el Sr. Dr. Homédez fue un religioso que inspiraba a todos los que le conocían un gran respeto, y un aprecio que se aumentaba más y más a medida que más íntimamente se le trataba. Dedicado al consuelo de los pobres, fue como se hizo acreedor a conservar relación estrecha con la mejor parte de la sociedad de México. Dotado de un corazón lleno de bondad, cuanto adquiría en el ejercicio de su santo ministerio lo repartía entre los menesterosos, y puede decirse sin exageración, que las necesidades huían de su presencia; tan solícito era su interés en aliviar las miserias de sus semejantes, así como en consolarlos en sus penalidades [109] y dolores. Estas virtudes del venerable prelado, habrán sin duda abierto a su alma las puertas de la patria inmortal y feliz, donde los justos descansan.»{78}

Murió el Padre Homédez el 6 de Noviembre de 1857, y el domingo 8 del mismo mes y año se celebraron en el templo de San Francisco suntuosas exequias, a que asistieron las personas más prominentes del clero y pueblo de la ciudad.

Sabido es, que en los días de la dominación española, a pesar de la lucha sin cuartel, librada en Europa contra la Iglesia de Jesucristo por enemigos tan formidables como lo fueron el protestantismo, el jansenismo, el regalismo y el filosofismo, en nuestro afortunado suelo la educación fue siempre pacífica y cristiana, conservándose pura la fe católica en todas las clases sociales. Mas, luego que empezaron a llegar las aguas cenagosas y pútridas de la impiedad, removidas en el viejo mundo por el soplo infernal que se llamó revolución francesa, iniciáronse también aquí las vacilaciones de cabezas vanas, o poco firmes en sus creencias religiosas. El contagio de la burla volteriana iba haciendo ya sus primeras víctimas, y en consecuencia, se alarmaron los hombres de celo y buena voluntad, apresurándose a desenmascarar el mal, a ponderar su gravedad, a acudir con el remedio, a levantar a los caídos, a sostener a los que aún estaban en pie. Por eso eran oportunas y hasta necesarias las obras de controversia.

El controversista católico que defiende a la Religión contra los ataques de la incredulidad e impiedad, es propiamente un filósofo; pues por método tiene que prescindir de la revelación como revelación, y debe colocarse en el terreno racional, donde los enemigos esgrimen sus armas y dirigen sus tiros. Allí, pues, en el campo filosófico hay que demostrar, como lo han practicado nuestros apologistas de todos los siglos, que nada de cuanto creemos y confesamos como divinamente revelado, es en manera alguna contrario a la razón, [110] antes bien, que todo es muy conforme a ella, y que todo viene a satisfacer alguna imperiosa necesidad física, intelectual o moral del hombre, quedando las verdades, en virtud de la soberana autoridad de Dios y de la infalible vigilancia de la Iglesia, al abrigo de la miseria y volubilidad del espíritu humano. Hecho esto, quizá quede el incrédulo preparado a admitir la revelación.

Entre los controversistas hemos contado al sabio oratoriano de quien se trató en el capítulo precedente, y entre los mismos damos ahora cabida a Fr. Buenaventura Homédez, el cual dio a la estampa:

El materialista convertido | a la Religión de Jesucristo | por medio | de controversias religiosas, | que servirán de desengaño | a los incrédulos y a los fanáticos. | Por el P. Dr. Fr. Buenaventura Homédez. | México 1827. | En la Imprenta del Águila, | Dirigida por José Ximeno, Calle de Medinas núm. 6.

El escritor emplea primero el método epistolar, y usa después el de conferencias o diálogos: sale airoso del empeño, porque sabe sostenerse en la difícil llaneza propia de ese estilo; no se echa de menos la claridad en los conceptos, aunque las cuestiones por su naturaleza sean abstrusas; maneja diestramente el chispeante acero de la sátira, habilidad que junta con la erudición, la oportunidad de las comparaciones y el profundo conocimiento del corazón, hacen del Padre Homédez un polemista que puede leerse con agrado y provecho.

Supone el autor a dos jóvenes, Agustín y Telesforo, en cuyas inteligencias, los malos libros y los peores amigos hicieron se apagase la lumbre de la fe: extraviados en sus ideas, dejáronse arrebatar por el simún de las pasiones, abandonaron la casa paterna para vivir como el pródigo del Evangelio, en la mayor disipación, hasta que se hundieron en el más crudo sensualismo y ateísmo. Pasados algunos [111] desengaños, volvieron a México. Agustín llegó a convertirse merced a las conversaciones con Bial, sabio filósofo católico, y luego se propuso persuadir a su compañero a que de nuevo se refugiase en la nave salvadora de la Religión.

Para asegurar el éxito, prepara Agustín una discusión rigurosamente lógica, por la que va de un modo insensible levantando a su amigo Telesforo, desde los antros del materialismo, hasta las luminosas y serenas regiones de la fe católica. Prueba, ante todo, que hay en el hombre un principio que no es materia, ni siquiera es el principio vegetativo de las plantas, o el sensitivo de los animales; sino que es un ser inteligente y libre y, en consecuencia, simple, espiritual e inmortal. Continúa demostrando la existencia de una ley natural, así como de premios y castigos en una vida futura. De allí pasa a ocuparse en la posibilidad y existencia de la revelación, en la divinidad de Jesucristo, y en otras verdades fundamentales del cristianismo.

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{77} Alude visiblemente el escritor, a aquellos luctuosos días en que el Presidente D. Ignacio Comonfort y su gentil escudero D. Juan José Baz, borraron las hazañas del héroe manchego con la toma y supresión del Convento de San Francisco de México (15 y 17 de Septiembre de 1856), y con la toma no menos gloriosa de la Catedral de México por el Gobernador del Distrito (jueves Santo 9 de Abril del año 1857), cantada en épicos e inmortales versos por el insigne Aguilar y Marocho.

{78} La Cruz, Tomo IV, núm. 9, 26 de Noviembre de 1857.