Filosofía en español 
Filosofía en español

cubierta del libro

Método higiénico, preservativo y curativo del cólera morbo asiático, por el doctor en la Facultad de Medicina y Cirugía Don Luis de Hysern y Catá, Comendador ordinario de la Real y distinguida orden española de Carlos III, Vicepresidente de la Sociedad Hahnemanniana Matritense, Socio corresponsal de la Homeopática de Francia, Individuo de la Económica Matritense de Amigos del País, &c., &c.

Imprenta de Fortanet, Calle de la Libertad, 29
Madrid 1884

 
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Breves instrucciones para el tratamiento preservativo y curativo del cólera morbo asiático

Muchos de mis clientes y amigos han acudido a mí y acuden en demanda de una instrucción acerca de lo que deberán hacer en el caso de que la epidemia colérica que amenaza penetre en esta corte; y aun cuando algunos distinguidos comprofesores han publicado con igual objeto diferentes instrucciones, análogas en el fondo a lo que yo pueda decir, y a las cuales podría remitirles con ventaja, creo, sin embargo, un deber de cortesía y de justa correspondencia a la confianza y amistad con que me honran y distinguen las personas que reclaman mis auxilios y consejos, manifestarles en estas circunstancias mi opinión, conforme a mi leal saber y entender, que, por otra parte, es una obligación moral de todo médico hacerlo así, no solo para los amigos y clientes, sino también por la humanidad en general.

Este es, pues, el motivo que me induce a publicar estas instrucciones, que es mi deseo sean lo más breves posible para que, con más facilidad, sean leídas, y más fácilmente también sean practicadas por las personas a quienes se dirigen, que son ajenas a la ciencia.

Precauciones generales

El cólera morbo-asiático es una enfermedad originaria del Ganges, como todo el mundo sabe.

Su causa primera es en aquellas regiones los efluvios o emanaciones pantanosas producidas por la descomposición de seres vegetales y animales, origen muy parecido al de las fiebres perniciosas de otras comarcas, lo cual quiere decir que su causa originaria es esencialmente palúdica.

Los miasmas que allí se producen son trasportables, cuya emigración se verifica por medio de las personas y de ciertos objetos, los cuales, a su vez, impregnan la atmósfera en donde se detienen y dan el carácter general a la enfermedad, de infecciosa y contagiosa a la vez.

El contagio en el cólera no es de los que revisten el carácter de invariabilidad, es decir, que del contacto inmediato con una persona atacada de esta enfermedad, no se origina por fuerza la invasión de la otra; se necesita para ello la predisposición individual. En qué consisten las predisposiciones distintas de las personas para contraer ciertas enfermedades con preferencia a otras que parecen ser refractarias a su naturaleza, cosa es que la ciencia no ha averiguado todavía.

Pero si bien es cierto que no se conocen los fundamentos de las predisposiciones, puede tenerse, sin embargo, mucho adelantado para evitar el que estas tengan lugar, si se siguen los preceptos y reglas que la buena higiene aconseja, y que son, en general, la base esencial para impedir que el organismo se halle preparado para recibir los gérmenes de una enfermedad cualquiera.

Sucede en la economía animal, o sea en el cuerpo humano, lo que sucede en las tierras de labor; las unas son aptas para recibir y desarrollar en su seno ciertos vegetales, semillas, flores o arbustos, en tanto que las otras no sirven para esas mismas clases de vegetación, y otras no sirven para ninguna, son áridas por naturaleza; pero la ciencia y la industria de consuno pueden hacer variar sus condiciones y disponer las unas a recibir y desarrollar frutos para los que antes no estaban dispuestas, o, por el contrario, privar a las otras de sus condiciones de germinación y fructificación.

Ya que no conozcamos en su esencia la causa de las predisposiciones, y por más que sea difícil variar radicalmente en un momento dado las que existan en muchos individuos que, por otra parte, no nos son conocidas a priori, sino en sus manifestaciones morbosas, pueden, no obstante, modificarse provisionalmente: 1.° Siguiendo los preceptos de una buena higiene. 2.° Empleando ciertos agentes medicinales a título de preservativos, los cuales, en momentos de epidemias, ejercen una acción saludable sobre estas incógnitas predisposiciones, en razón a que modifican la acción patogenética de los miasmas infecciosos que, cual sutil veneno, penetran en todos los organismos que se hallan bajo la influencia de los gérmenes, miasmas o agentes epidémicos que existen en una población o en una comarca infestadas.

Cuáles sean los medios higiénicos que deben ponerse en práctica en los casos de una epidemia, son los que primero examinaré.

Estos medios son generales y particulares, o lo que es lo mismo, los unos que son del cargo de la higiene pública, y corresponde a los Gobiernos previsores y amantes de los pueblos, cuya administración les está encomendada, ponerlos en práctica oportunamente y preparar convenientemente las ciudades para evitar, o por lo menos, disminuir los funestos efectos de la invasión de una epidemia, y los otros son del dominio particular de las familias y de cada uno de los individuos que las forman.

Es cosa sabida de doctores y profesores que las grandes aglomeraciones de personas son, en todo tiempo, causa de numerosas enfermedades; y si en épocas normales estas reuniones de gentes, cuyas exhalaciones y naturales descomposiciones de sus organismos, puesto que la vida es un perpetuo movimiento de composición y descomposición, o sea de asimilación y desasimilación, son capaces por sí solas de viciar la atmósfera en que se respira, ¿qué no podrá suceder en tiempos de epidemia, en que a las naturales exhalaciones pueden agregarse elementos verdaderamente infecciosos que constituyen focos de donde se irradian los miasmas epidémicos por diferentes puntos de una población?

De consiguiente, primera precaución, vigilancia llevada hasta la exageración, para evitar las aglomeraciones de personas en aquellos puntos en que no haya suficiente capacidad en el medio ambiente para que la atmósfera sea lo que se llama vulgarmente pura.

Ventilación y limpieza de las habitaciones en general, y mucho más particularmente, en aquellas en que haya muchas personas reunidas. De aquí la necesidad de conservar bien limpios y aireados toda suerte de establecimientos públicos o privados en que se reunan individuos en gran número, tales como cuarteles, colegios, asilos de beneficencia o de otra clase, hospitales, oficinas, casas de dormir, &c., siendo un hecho comprobado en anteriores epidemias, que en los establecimientos en donde existían muchas personas en un mismo local reunidas, fue allí donde la enfermedad hizo más estragos.

En la Salpétriére en París, donde existen más de 3.200 indigentes y más de 1.200 dementes, se comprobó este hecho hasta la evidencia en el año 1838, observándose que los que fueron atacados con más intensidad habitaban los dormitorios más aglomerados de gente, y en particular los que se hallaban en las camas situadas en los ángulos de las salas y en los sitios mal aireados, siendo de notar que cada vez que se practicaba la renovación del aire, ya en una parte aislada, ya en totalidad, al día siguiente no se presentaba en ninguno de estos sitios un nuevo atacado.

Limpieza de las alcantarillas de todas clases, haciendo que una corriente de agua bien dirigida las tenga siempre libres de la detención de materiales en cualquier punto de su longitud.

Evitar por todos los medios posibles que las aguas de riego se detengan y formen charcos, los cuales pueden dar origen a la descomposición de sustancias orgánicas por efecto de la maceración y ser causa de pequeños efluvios, como los de los pantanos, que reunidos unos con otros, ocasionarían verdaderos focos de infección miasmática.

Como consecuencia de esta necesidad, es indispensable que los regueros que se forman a los lados de las aceras en las calles, desaparezcan inmediatamente después del riego de limpieza, a cuyo efecto los dependientes de la autoridad municipal deben recibir órdenes terminantes acerca de este punto.

El riego de las calles y paseos no debe ser excesivo, porque cuando lo es produce un estado de humedad en la atmósfera, que, evaporada en parte durante el día, desciende a la caída de la tarde, y puede ser causa de predisposición en las personas para contraer la enfermedad reinante.

Las caballerizas, establos, depósitos de aves de corral, y toda suerte de establecimientos en los que haya animales vivos o muertos en cantidad, deben ser objeto de especial vigilancia por parte de la autoridad que corresponda, no consintiéndose, bajo ningún pretexto, la existencia en dichos locales de los excrementos y demás excreciones animales allí acumulados, cuya presencia puede convertirse en un momento dado en otros tantos focos de infección, así como tampoco consentir dentro de las casas la aglomeración de estos animales, que no se hallen en condiciones de espacio suficiente.

Como no es mi objeto en este instante hacer un tratado de higiene pública, ni entrar tampoco en consideraciones acerca de las condiciones que deben reunir los lazaretos, y forma en que deben ejecutarse las cuarentenas como medio preventivo para evitar la invasión de la epidemia en una nación o en un pueblo determinado, me limitaré a decir únicamente que, en consonancia con los anteriores preceptos generales, deben establecerse los lazaretos en tales condiciones, que no puedan convertirse en otros tantos focos de infección, si no reina en aquellos aún mayor y más exquisita limpieza, aireamiento y comodidad suficiente para los cuarentenarios, que en los establecimientos públicos citados, pues son gentes, por lo general, poco acostumbradas a privaciones y sufrimientos, y que, por lo tanto, si de repente se hallan colocadas en condiciones excepcionales, y bajo la influencia de un estado moral más o menos excitado, de una alimentación insuficiente, expuestos quizás a las acciones atmosféricas variables, si las condiciones de habitación no son del todo convenientes, podrían, todas estas circunstancias reunidas, ser origen del desarrollo de los gérmenes morbosos, produciéndose allí mismo una infección.

Precauciones particulares

Los preceptos higiénicos particulares, o que corresponden observarse por las familias e individuos que las componen, son los que más especialmente se relacionan con mi propósito, y por lo mismo procuraré detallarlos con la claridad que me sea posible.

Si importante es la condición de localidad espaciosa para las grandes aglomeraciones de gente en los establecimientos públicos, no menos importante es este precepto aplicado a la vida individual.

Una persona adulta espira y aspira en salud de 20 a 25 pulgadas cúbicas de aire, con respiración tranquila, y cuando esta es agitada, la cifra se eleva como mínimum, de 90 pulgadas hasta 240 como máximum; esto quiere decir, que cada persona necesita un espacio suficiente para que esta cantidad de aire respirable pueda entrar en su organismo en condiciones normales y que se renueve convenientemente; de aquí la necesidad de que la habitación en que se halle, tenga capacidad suficiente para contener no solamente el aire puro respirable en las 24 horas, sino también la necesaria para que el ácido carbónico (gas deletéreo) espirado, o sea el que sale o se expele como producto de la respiración pueda ser sustituido prontamente, debiendo considerarse para este efecto que la cantidad de ácido carbónico expelido en cada hora se eleva a 22 litros en el hombre adulto; si a esto se agrega el que no es sólo el ácido carbónico el que cambia las condiciones del aire contenido en una habitación, sino también otros diversos gases que se desprenden del cuerpo humano por la piel y por las membranas mucosas, ya como resultado de descomposiciones orgánicas, ya como efectos propios de la digestión y de otras suertes de movimientos del organismo, se comprende fácilmente la necesidad de renovar el aire de las habitaciones y el que estas no contengan mayor número de personas que las que deben o pueden contener con relación al medio ambiente o sea a su capacidad para contener el aire puro indispensable.

No basta que el espacio en que se habita sea suficientemente amplio para cumplir las condiciones de capacidad que exige el aire respirable; es necesario también que este se pueda renovar con facilidad para que entrando nuevas cantidades desalojen las que existan más o menos cargadas de elementos extraños a la constitución normal del mismo; así, pues, una prudente ventilación de las habitaciones es indispensable para mantener siempre pura y limpia de miasmas y gases extraños la atmósfera en que se habita.

Como consecuencia natural de este precepto nace el de la mayor limpieza y aseo no sólo del local en que se vive sino de las mismas personas.

El cuerpo humano en virtud de sus propias exhalaciones, secreciones y excreciones que son compuestas de sustancias que expele la naturaleza por sí misma previsora, porque son de hecho perjudiciales y nocivas para el equilibrio normal y ordenada marcha de las funciones de la vida, son causa muchas veces, en épocas en que no reinan epidemias, de alteraciones en la salud cuando permanecen, a consecuencia de la falta de aseo, en la superficie del cuerpo y pueden convertirse en elemento de infección en caso de epidemia por la descomposición que sufren y por los gases nocivos que desprenden.

Asimismo no debe descuidarse el dejar abiertas durante algunas horas, especialmente por las mañanas, las ventanas o balcones a fin de que el aire se renueve, pero evitando al mismo tiempo colocarse en las corrientes del mismo.

Conforme a estos preceptos, la habitación donde se duerme debe ser lo más espaciosa posible, y no debe haber en ella más muebles que los necesarios al objeto que se dedica, siendo poco conveniente y muchas veces hasta perjudicial que sea ocupada por más de un solo individuo, a no ser que la capacidad de aquella sea suficientemente amplia para poder albergar a más de una persona, lo cual es raro en las construcciones actuales de Madrid.

También deberá procurarse que los dormitorios tengan facilidad para la renovación del aire a voluntad por medio de puertas o ventanas convenientemente colocadas, así como deberá evitarse por iguales razones la permanencia en ellas de los servicios de noche y otros útiles parecidos, cuyas emanaciones impurifican el aire de la habitación. El uso de los desinfectantes es conveniente en tiempo de epidemias; pero es necesario no hacer de ellos un abuso, pues también pueden perjudicar impurificando el aire a su manera, que no por librarse de un mal presumible vaya a caerse en el peligro de adquirir otro seguro, como fácilmente pudiera suceder.

Los lugares excusados y todos aquellos sitios por donde se viertan aguas sucias, ya del lavado de ropas, ya de los restos de la alimentación, ya de las aguas de aseo o ya de las excreciones naturales, &c., &c., deben ser principalmente el objeto del empleo de los desinfectantes.

Varios son los que se recomiendan para estos usos; mas como quiera que los unos pueden no estar al alcance de todas las fortunas, y los otros puede ser nocivo su empleo en manos inexpertas, indicaré los de más fácil manejo y que produciendo al mismo tiempo idénticos efectos, ni son gravosos para las familias ni se corre riesgo alguno con su empleo.

El carbón vegetal es un medio desinfectante muy sencillo y económico con relación a los demás; se reduce a polvo impalpable y se deposita en un recipiente cualquiera que se coloca en las habitaciones, echándose también en polvo por los lugares anteriormente indicados, procurando renovar de tiempo en tiempo el que se halla en las habitaciones, pues su acción consiste en el poder absorbente que posee, perdiéndose su acción cuando llega a saturarse, pero bastará escaldarlo con agua hirviendo y dejándolo secar para colocarlo en condiciones de nueva absorción. Sin duda es debido a su propiedad absorbente de los miasmas por lo que en las diferentes epidemias pocos o ningún caso de cólera se ha observado en las personas que se dedican al oficio de carboneros.

El sulfato de hierro o el de zinc o cobre en la proporción de 50 gramos por cada litro de agua es la disolución más económica que puede emplearse para desinfectar los lugares excusados y otros conductos por donde se vierten aguas sucias, pudiéndose agregar a esto el polvo de carbón vegetal. Esta disolución puede depositarse en los servicios donde hayan de recogerse provisionalmente los excrementos.

Dos o tres veces al día es conveniente fumigar las habitaciones con vinagre quemado o evaporado sobre un ladrillo o una piedra caliente o bien se mezclan con él bayas de enebro y especia de clavillo, colocándose la mezcla en una taza que se pone a evaporar a la lámpara de espíritu de vino o al baño de arena para que se verifique constantemente una ligera ebullición que desarrolla vapores saludables.

También se puede echar de vez en cuando en los suelos de las habitaciones algunas pequeñas irrigaciones de vinagre.

Se ha recomendado mucho las fumigaciones de cloro; pero no se deben emplear sino cuando no haya ninguna persona en las habitaciones y estas tengan precisión de ser purificadas, porque los vapores de cloro atacan la respiración.

Para prepararlas se toman nueve partes de sal común pulverizada, ocho partes de manganeso en polvo y de 16 a 18 de ácido sulfúrico concentrado dilatado en igual cantidad de agua; se mezcla poco a poco la sal y el manganeso colocando la mezcla en un recipiente de cristal o porcelana y se vierte encima el ácido sulfúrico dilatado en el agua.

Deberá tenerse especial cuidado en que las habitaciones no sean húmedas ni en sitios bajos, pues la humedad de las paredes o de los suelos donde se habita o del sitio donde se hallan implantadas, son causas por sí solas para contraer la enfermedad epidémica.

Los vestidos deben ser proporcionados a la estación pero es necesario precaver el cuerpo y en particular el vientre de las impresiones del frío, y por lo mismo, conviene mantener una ligera traspiración cubriéndolo con franela, en particular el bajo vientre.

Los tránsitos repentinos del frío y del calor y del calor al frío son la mayor parte de las veces causa ocasional de la invasión de la epidemia, por cuya razón se cuidará muy especialmente de mantener en lo posible una temperatura uniforme, pues ocurre con frecuencia que este precepto tan esencial no siempre se cumple, y si en épocas normales puede pasar impune su falta de cumplimiento, en tiempos de epidemia en que las influencias morbosas reinantes, pesan, por decirlo así, sobre todas las personas, no se puede sin peligro exponerse a la ocasión de su desarrollo.

La temperatura normal del cuerpo humano es de unos 37 grados; y como la calorificación es un acto fisiológico al cual concurren no solamente los fenómenos de combustión que se verifican por medio de los pulmones, sino también los de asimilación y desasimilación que los órganos digestivos ejecutan, y los de oxigenación y desoxigenación que se verifican en el hígado y además los de absorción de oxígeno y exhalación de ácido carbónico, agua y otras materias que tienen lugar por medio de la piel, de modo que el acto de la calorificación es una función complexa en la que la piel toma una parte integrante como los demás órganos citados, cuyas funciones son actividades relacionadas entre sí y dependientes de la actividad formatriz que se llama vida, de aquí el precepto higiénico de mantener el calor exterior por medio del abrigo conveniente para evitar la refrigeración repentina cuyo acto consiste en la evaporación del agua exhalada por la piel y por la respiración conforme a las leyes físicas por las que aquella se verifica, quitando a los cuerpos la cantidad de calórico necesaria para hacer pasar el líquido al estado gaseoso.

La alimentación en tiempo de epidemia debe ser la ordinaria que se usa entre gentes de costumbres arregladas.

No es prudente variar de repente las costumbres en la alimentación, tanto menos cuanto que el cuerpo humano necesita para su nutrición sustancias alimenticias de todas clases, pues no podría tampoco mantenerse en perfecto estado fisiológico si solo hiciera uso de una sola clase de alimentos; pero si bien puede haber en ellos variedad, es también precepto consiguiente que estas sustancias sean de fácil y buena digestión, evitando aquellas que se digieren difícilmente y que por otra parte no sirven más que para satisfacer el paladar o el capricho de las gentes.

Así, pues, alimentos simples pero suficientemente nutritivos y fáciles de digerir son los que deben preferirse, tales como la carne de vaca y de ternera o de carnero, las aves y la caza frescas y bien condimentadas, pero no ahumadas, conservadas, saladas o en fiambre.

El caldo bien hecho y sin mucha grasa, los huevos frescos, las sopas de arroz, de sémola, tapioca, pastas finas y recientes, &c., &c., son los mejores alimentos.

Todos aquellos vegetales que fermentan fácilmente, que son agrios o muy acuosos, que producen flatulencias y que enfrían el estómago y bajo vientre, tales como el melón, la sandía, la piña de América, el pepino, las ensaladas crudas, las frutas poco sazonadas y las que están pasadas de sazón, las setas, la coliflor y otras verduras parecidas, deben proscribirse, así como también las sustancias grasas, como el tocino, la manteca y las carnes de cerdo.

En cuanto a las bebidas, es preciso tener especial cuidado en que el agua sea pura, que no sea de pozo ni tampoco de las vulgarmente llamadas aguas gordas, y lo mejor es emplearla filtrada por medio de filtros de piedra o de carbón.

El agua azucarada y con unas gotas de limón tiene un sabor agradable, calma la sed, no produce irritación en las mucosas y además es antiséptica, por lo cual es la mejor bebida que puede emplearse cuando haya mucha sed, sustituyendo las gotas de limón, si se quiere, por otras de zumo de cerezas o de frambuesa, o bien de ron o de coñac; pero siempre se tendrá presente que ni aun con estas precauciones es conveniente hacer uso de la bebida con exceso.

Hay una preocupación muy vulgarizada, que consiste en suponer que en tiempo de epidemia colérica es preciso hacer uso de bebidas espirituosas, y cuanto más fuertes mejor; este es un error que puede traer graves perjuicios.

Las personas que no están acostumbradas al uso de bebidas alcohólicas, no deben emplearlas de repente, pues se exponen a producir excitaciones en las mucosas digestivas, a las que no están estas habituadas, y tal vez a trastornos en la inervación, o sea en su sistema nervioso.

Los que, por el contrario, acostumbran a hacer de ellas un uso moderado, no hay peligro alguno en su continuación; pero téngase presente que, así como el uso inmoderado de bebidas espirituosas debilita cada vez más el organismo y lo dispone a la invasión de la enfermedad, así también la moderación en esta clase de bebidas reanima la actividad vital, produce una excitación favorable y aumenta las fuerzas necesarias para resistir las influencias morbosas exteriores.

El ejercicio moderado aumenta las fuerzas y da robustez al organismo, pero estas disminuyen y se agotan por el excesivo y continuado trabajo corporal; así, pues, el ejercicio prudente del cuerpo es necesario, favorece la circulación, regulariza la digestión y es muy provechoso al aire libre, lo cual al mismo tiempo procura una agradable distracción.

Por tanto, en tiempo de epidemia conviene dar paseos a pie, en coche o a caballo, en aquellas horas del día en que no hay humedad en la atmósfera, ni el sol calienta demasiado, porque la continua permanencia en la casa no permite la respiración del aire puro por las frecuentes emanaciones animales más o menos descompuestas que se desprenden del cuerpo y que cargan la atmósfera donde se habita permanentemente.

Las humedades y los relentes de la noche son muy perjudiciales, y deben evitarse a todo trance.

La vida sedentaria, el excesivo trabajo mental y de bufete, debilita las fuerzas, dificulta las digestiones, y la circulación de la sangre sufre también alteraciones de importancia; es, por lo tanto, conveniente, para mantener el equilibrio de todas las funciones, evitar el exceso de trabajo mental y de bufete.

Es importante, aunque para algunos parezca no tener tanta importancia, fijar algunas reglas acerca del sueño y la vigilia. El sueño es un fenómeno fisiológico que, como todos los demás, es necesario para la vida; es el reposo de las funciones del organismo, es la manifestación más clara de las alternativas de la vida universal, es un estado especial del cuerpo humano, tan difícil de definir como lo es también de averiguar sus causas; pero de todos modos, ello es un hecho diario que tiene una influencia extraordinaria sobre todas las funciones orgánicas.

Bajo su influencia la circulación disminuye, la respiración marcha más lentamente en sus movimientos, las funciones digestivas se retardan, y todo parece entrar en la calma y el silencio que acompaña a la noche, de quien es compañero inseparable.

Así, la vigilia durante la noche y un sueño irregular durante el día, trastornan fácilmente la salud y favorecen el desarrollo de muchas enfermedades, predisponiendo muy particularmente a recibir los miasmas contagiosos por la mayor susceptibilidad que adquiere el organismo.

De seis a siete horas de sueño durante la noche son suficientes para mantener la actividad normal de la vida, y tanto el exceso de sueño como el defecto pueden trastornar fácilmente esta normalidad.

¿Quién no habrá tenido ocasión de observar por sí propio que después de muchas noches pasadas sin dormir, se experimenta flojedad, temblor en los miembros, aceleración de la circulación, pérdida de apetito, palidez del rostro, hundimiento de los ojos, descomposición de las facciones y signos todos de grande abatimiento y postración? ¿Y quién, por el contrario, no habrá visto análogos fenómenos después de dormir diariamente doce o más horas, o permanecer en la cama ese mismo tiempo aun sin dormir?

Conviene, por lo tanto, regularizar las horas de sueño, y que estas sean de seis a siete, o todo lo más ocho horas de descanso, y a ser posible todos los días a las mismas horas.

Son tan íntimas las relaciones que existen entre el espíritu y la materia, que tanto el uno como la otra se influyen recíprocamente en la manifestación de sus actos respectivos.

El placer y el dolor, las pasiones que agitan el alma, las penas que afligen el corazón, la inquietante zozobra, el temor que sobrecoge, todo tiene su reflejo en la materia, que no es más que la envoltura del espíritu y como el arca santa donde se halla contenido.

Siendo un hecho evidente y demostrado la influencia perniciosa que sobre el cuerpo humano ejercen las violentas sensaciones y las pasiones, ya sean deprimentes o ya expansivas con exceso, es indispensable precaverse de todos aquellos placeres que abaten las fuerzas radicales del organismo, así como de todas las impresiones del espíritu que pueden engendrar la manifestación de las pasiones.

Así pues, las sensaciones materiales que buscan su satisfacción en la sensualidad, o que son el resultado de una pasión amorosa, deben evitarse por completo, del mismo modo que las demás pasiones violentas, ya sean engendradas por la ira, por los celos, por la sed de venganza o por cualesquiera otras que exciten el organismo, y cuya consecuencia será siempre la depresión total de los centros nerviosos.

La preocupación del espíritu, el temor de la invasión, la alarma continua que producen las noticias de los atacados, colocan el ánimo en condiciones tales de sobresalto, de angustia y de excitación moral, que ese solo estado es suficiente para deprimir las fuerzas vitales, tan necesarias para resistir la enfermedad.

Pero si la reflexión viene en auxilio de las almas pusilánimes; si se considera que el efecto de los miasmas no se manifiesta tan fácilmente en los que siguen los preceptos higiénicos que dejamos apuntados; si se fija la atención en que el contagio de esta enfermedad no es tampoco de los que de una manera irrevocable se trasmite, sino que necesita condiciones en la persona que lo recibe para producir sus funestos resultados, y que además la inmensa mayoría de las gentes salen libres del combate de una epidemia, ¿por qué en vez de suponer que se han de sufrir las funestas consecuencias de la enfermedad, no se ha de tener confianza en los medios que se emplean, y la tranquilidad de ánimo suficiente para comprender que el miedo es el peor de los consejeros en todos los actos de la vida?

Se dirá tal vez por muchos, que esa cualidad ni se puede dominar, ni es fácil evitarla; pero si esas personas estuvieran convencidas del hecho positivo de que al lado del terror está la enfermedad, seguramente que tendrían más miedo de sí mismas que de las influencias del mal.

Tranquilidad de espíritu, calma, mucha calma y confianza en los medios que se emplean para precaverse de la enfermedad, y que son como trincheras que guarecen de las balas enemigas en tanto que estas no destruyan el parapeto construido, el cual si está bien hecho no hay temor que desaparezca.

Medios preservativos o preventivos

Cuando un pueblo o una localidad se halla bajo la influencia de una epidemia, sucede lo que de ordinario acontece en épocas normales bajo la acción de la constitución médica reinante, y es que todas las enfermedades revisten más o menos el carácter de la que predomina, y de la misma manera que en esas épocas existe marcado influjo en las predisposiciones individuales para resentirse de aquella constitución médica, así también se verifica en los casos de epidemia, con solo la diferencia de la mayor intensidad de esas influencias y su predominio casi, exclusivo.

Por tanto, existe sin dudarlo una especie de infección que obra latente sobre todas las personas, y se desarrolla en aquellas que se hallan más predispuestas para ello, cosa por otra parte nada nueva, pues otro tanto se verifica con las demás enfermedades. Pero en el cólera morbo asiático no debe echarse en olvido su legítima procedencia, por más que adquiera caracteres de los llamados pestilenciales o de descomposición de la sangre, sobre lo cual habría mucho que decir si esta fuera la ocasión.

El origen palúdico de esta enfermedad nadie puede poner en duda, y este carácter lo lleva consigo por donde quiera que se presente.

Es muy cierto que a esta opinión se objeta que la enfermedad no responde al medicamento esencialmente antidotario de esa clase de enfermedades, pero esta objeción queda destruida ante el criterio y práctica de la escuela homeopática a la que me honro de pertenecer, pues según ella, sabemos por la razón y la experiencia que no son únicamente los preparados de quina y de quinina los únicos que pueden dominar las influencias miasmáticas del paludismo, y que sobre todo, en una enfermedad como el cólera morbo asiático en la que no se presenta la ocasión de reposo de los síntomas sino que estos son continuos por lo menos antes de la reacción, no hay momento oportuno para administrar otros remedios que los propios del ataque conforme a los caracteres que presente.

Pero así como en una fiebre perniciosa se previenen sus accesiones en momentos de remisión o decadencia de los síntomas, del mismo modo bajo las influencias miasmáticas del cólera, hay un fundamento para tratar de prevenir la presentación del único acceso, por decirlo así, que puede manifestarse, y prevenirlo con los principales medicamentos que más tarde, si el caso se presenta, serán los indicados en las diferentes fases del mal para combatir la enfermedad, porque los miasmas infecciosos obrando a la manera de agentes tóxicos infinitesimales, ¡mucho más infinitesimales que los remedios homeopáticos! tienen por carácter ser capaces de desarrollar un grupo de fenómenos morbosos o sean síntomas de la enfermedad que llegarán o no a hacerse evidentes según el grado de susceptibilidad orgánica del individuo, ni más ni menos que lo que acontece con los remedios homeopáticos que evidencian o no evidencian sus cualidades patogénicas o engendradoras de enfermedad, según y conforme a las susceptibilidades o sensibilidad mayor o menor de quien se halla bajo su influencia.

De acuerdo con esta opinión que la experiencia ha confirmado, se emplean los medicamentos preservativos que el feliz descubrimiento homeopático permite usar racionalmente contra esas capacidades morbosas y que no le es dado a las escuelas alopáticas sospechar ni presumir dentro de su arsenal terapéutico, de qué remedio pueden echar mano para prevenir o neutralizar con arreglo a su criterio los efectos de los miasmas infecciosos en el interior del organismo, y que no lleguen a manifestarse o se manifiesten más benignos.

Cuatro son los principales preservativos homeopáticos que deben emplearse desde el momento en que haya sospechas de que existe la epidemia.

Arsenicum, veratrum, cuprum y espíritu de alcanfor, son los remedios universalmente recomendados por todos los homeópatas con tal objeto, y verdaderamente que es de notar la uniformidad de criterio que reina en nuestra escuela, pues aunque haya ligeras variantes en algunos que recomiendan con preferencia el uno de estos sobre los demás sin desdeñar por eso los otros o aconsejen pequeñas variaciones en la manera de emplearlos, nada de esto afecta el fondo de la opinión que está conforme en el empleo de todos ellos, tanto más cuanto que todos tienen razón en este punto, pues como la influencia perniciosa es capaz de presentarse bajo todas las formas que estos medicamentos representan, no es extraño que unos den más importancia a los unos y otros tengan preferencia por los otros.

Por mi parte todos tienen importancia, y por lo mismo recomiendo el uso de los cuatro medicamentos que dejo señalados, bajo la siguiente sencilla manera.

Una sola dosis de dos glóbulos disueltos en una cucharada de agua, todos los días por la mañana en ayunas y media hora antes del desayuno, un día de arsenicum, otro de veratrum y el tercero de cuprum; al cuarto día descanso para volver a empezar nuevamente al quinto día de la misma manera, y en igual orden otros tres días seguidos, reposando al cuarto y así sucesivamente durante el tiempo que reine la epidemia. El espíritu de alcanfor se usará por olfación una o dos veces al día, es decir, que por ejemplo al medio día o por la tarde se destapa el frasco y se hace una olfación un breve instante y por la noche se repite la misma operación, pero no se crea que al fijar estas dos épocas del día es porque haya una absoluta precisión de que sean tales, este consejo se funda en dos razones: 1.ª, en que no conviene hacer esa olfación en las proximidades de las dosis tomadas de los otros medicamentos; y 2.ª, porque al fijar dos olfaciones que deben guardar entre sí cierta distancia, no hay otras horas hábiles que las indicadas.

También pueden emplearse como preservativo las planchas de cobre, preparadas para aplicarse en la boca del estómago y en contacto con la piel, cuya acción puede ser útil por la absorción de sales cúpricas que se forman con los ácidos del sudor, y también por una especie de acción catalítica o de contacto que muchos las atribuyen.

Remedios curativos

Pocas enfermedades registra la patología que estén mejor descritas que el cólera morbo asiático, mejor explicados sus fenómenos y mejor determinado su curso hasta el punto de ser imposible confundirlo con ninguna otra enfermedad, y mucho menos cuando reina epidémicamente.

Popularizadas sus descripciones, ya de una manera completa, ya en términos abreviados y señalando sólo sus caracteres más culminantes, es seguro que habrá pocas personas ajenas a la ciencia que la desconozcan ni en sus primeras manifestaciones.

Esto parece que debería dispensarme de hacer su descripción, pero como quiera que es interesante dar a conocer los diferentes modos como puede dar principio su invasión, pues es el punto principal en que debe fijarse la atención para acudir con el remedio sin pérdida de momento, es conveniente hacer primero la exposición de su cuadro general de síntomas, para entrar después en los detalles de las diferentes formas como pueden estos iniciarse.

No es moderno, como algunos suponen, el conocimiento de esta enfermedad.

Hipócrates y Galeno hablan de una especie de cólera muy parecido al cólera seco de la India; pero Areteo de Capadocia hace una elegante descripción de esta enfermedad en los términos siguientes:

«La materia de los primeros vómitos es acuosa; la que sale por las cámaras es al principio estercorácea, líquida y muy fétida.

Al iniciarse no hay dolor, pero muy pronto experimenta el enfermo una tensión en el estómago y en el esófago, a la cual siguen en él retortijones o calambres y agudos dolores que llegan a producir desfallecimiento.

Los miembros pierden su fuerza, y el alimento causa repugnancia.

El paciente está consternado.

Si cualquier cosa entra en su boca, inmediatamente le produce náuseas, seguidas de tumultuoso vómito de bilis pura que sale por arriba y por abajo.

Los músculos de los brazos y las piernas entran en convulsión, encorvándose los dedos. Todo rueda en derredor del enfermo, a quien fatiga además un continuo hipo. Las uñas se ponen lívidas y las extremi

dades frías; el tronco se crispa y enfría también, y continuando el mal un sudor profuso cubre todo su cuerpo, vomitando y deponiendo bilis negra.

La vejiga, espasmodizada, no permite la salida de la orina, la cual tampoco es abundante, pues todos los humores van a parar a los intestinos.

Las pulsaciones son pequeñas y frecuentes, como en el síncope.

Por último, estériles esfuerzos para vomitar angustian al enfermo, repitiéndose sin cesar, como también son inútiles para hacer deposiciones, produciendo cruel tenesmo sin que salga una gota de líquido, llegando así la más triste de las muertes en medio de dolores, convulsiones, sofocación y esfuerzos vanos para producir todavía el vómito.»

En esta descripción se ve bastante clara la marcha general de la enfermedad, la cual la mayor parte de las veces presenta fenómenos precursores, y otras aparece súbitamente y sin pródromos o preliminares manifiestos.

En el primer caso es precedida de un estado de vago sufrimiento y sensación rápida de debilidad.

Dolores, cólicos sordos acompañados o no de deseo de beber, algunas veces diarrea, sudores abundantes, alteración de los sentidos y lentitud en la circulación.

Con frecuencia abatimiento, que dura uno o dos días, y a veces mucho más. En el segundo caso, de forma grave, su invasión se marca por súbito malestar, evacuaciones repetidas y seguidas de síncope.

Cuando la enfermedad se declara van en aumento los síntomas indicados en uno y otro caso; los vómitos y evacuaciones albinas se repiten cada vez con más frecuencia y como si fuera un verdadero flujo, primero seroso o ligeramente bilioso, después de materiales líquidos blancuzcos y grumosos, o bien uniformemente turbios, como el suero de la leche sin clarificar.

Otras veces este líquido es como el cocimiento de arroz o de harina o como caldo claro, de un olor especial que podría llamarse soso, presentando a veces tinte bilioso o sanguinolento; a veces también salen con él muchas lombrices.

Estas deposiciones y evacuaciones rara vez dejan de presentarse, y muy frecuentemente siguen hasta el fin de la enfermedad.

Sed viva con ardor y dolor profundo en el estómago, al que acompaña en muchas ocasiones un hipo prolongado.

Calambres dolorosos al mismo tiempo en los miembros, y sobre todo en las pantorrillas, los cuales se propagan a casi todos los músculos del cuerpo.

Los dedos y sus falanges se separan y se encorvan.

El pulso se deprime y llega a dejar de percibirse.

Las facciones profundamente alteradas.

Temblor y viva agitación en todo el cuerpo, aumentando rápidamente el frío, suprimiéndose el pulso y presentándose placas azuladas en las extremidades; la piel toma un color cianósico o azulado, casi general, las uñas se ponen lívidas y casi negras y los dedos como arrugados.

Un enflaquecimiento rápido hace disminuir notablemente el volumen del cuerpo.

Los ojos se hunden en sus órbitas, rodeados de un círculo oscuro, y las conjuntivas pierden su brillo y lozanía.

La respiración débil y lenta, frío el aliento, el pulso desaparece por completo, la voz se extingue, los vómitos y las deposiciones cesan, un sudor viscoso cubre todo el cuerpo, la inteligencia se oscurece, se dificulta cada vez más la respiración, el hipo reaparece y la muerte llega.

En el curso de este cuadro de síntomas pueden cesar gradualmente los fenómenos y verificarse una reacción favorable, restableciéndose la salud, o bien pasar al segundo período de reacción, presentándose otro grupo distinto de accidentes cuya descripción no es necesaria en este instante, en primer lugar porque son muy variados los fenómenos de reacción cuando no producen inmediatamente la salud, y en segundo lugar porque a nada conduciría su exposición, dada la índole de estas líneas.

Lo que más puede interesar en este caso para prevenir las consecuencias de la invasión, es indicar los principales síntomas con que se inicia esta enfermedad, que no siempre son todos los mismos, por más que vayan acompañados de algunos constantemente.

En la epidemia de Calcuta en 1818, la invasión era casi súbita, empezando por dolor violento en el epigastrio (o boca del estómago).

La inmensa mayoría de las veces las invasiones no son súbitas, sino que se presentan fenómenos precursores que indican la presencia del mal; otras veces son repentinas; pero aun en este caso, si bien los síntomas graves se suceden con rapidez, siempre empiezan por algunos menos graves, que pueden hacer sospechar la invasión súbita.

Cuando la invasión no se presenta rápidamente en el desarrollo de sus síntomas, es lo que se distingue con el nombre de colerina, siendo cólera confirmado cuando se presentan los demás síntomas, deposiciones y vómitos casi continuos de materiales amarillentos, verdes o negros, vientre duro y tenso, tirándose el enfermo por el suelo y mordiendo lo que encuentra próximo, a causa del dolor, espasmos en los miembros y tronco, postración, pulso débil y frecuente, lengua seca y roja, con sed inextinguible, frío en las extremidades y después en todo el cuerpo, sudores fríos y viscosos y a veces manchas violadas.

En Madrás, en igual año, empezaba por deposiciones y vómitos, enteramente serosos, orinas nulas y espasmos violentos.

En la Isla de Francia en 1819, invasión súbita con iguales síntomas.

En Rusia y Polonia en los años 1824, 1829 y 1830, invasión súbita, empezando por vértigos, náuseas, vómitos y diarrea violentos, primero de materiales alimenticios, después mucosos, rara vez sanguinolentos, de un olor ácido sui generis, sed ardiente de agua fría y hielo, &c.

En Pondichery (India) en 1817, alteración inexplicable de todo el organismo, empezando casi siempre por la noche, disminución en la temperatura del cuerpo y después en las extremidades, ligeros espasmos acompañados de deposición y vómitos acuosos, que no tardan en hacerse violentos, calambres en las extremidades, siguiendo después al abdomen y pecho, cubriéndose la córnea y esclerótica de serosidad espesa, sed inextinguible, dolor y calor devorante en el estómago y entrañas, pulso pequeño que decae rápidamente, abatimiento y postración, lombrices mezcladas con los vómitos, pero no con las deposiciones.

En otros ataques súbitos empieza por presión en el estómago, malestar, sed horrible, inquietud, crispatura y convulsiones en las manos, las cuales toman un color oscuro, casi negro.

A veces empieza por calambres en las extremidades, seguidos de evacuaciones por arriba y por abajo.

También las invasiones súbitas empiezan por debilidad extraordinaria, angustia en el estómago, ojos hundidos con ojeras azuladas, voz oscura y hueca, extremidades frías, calambres desde los pies al bajo vientre y desde las manos al pecho, dolor en el estómago y en las fauces al tragar, deseo de beber frío, sequedad de boca, pulso extinguido.

En otras ocasiones se presenta diarrea, y a poco tiempo el rostro se pone azulado y frío, ojos hundidos, párpados morenos, labios azulados, lengua fría y frío general, afonía, o sea pérdida de la voz, y dolores vivos corrosivos en el estómago, suprimiéndose pronto las evacuaciones, que son seguidas de ansiedad.

Empieza también por dolor de cabeza seguido de vértigos, sed inextinguible, vómitos y diarrea, frío glacial y cianosis (o color azulado do la piel), ausencia del pulso, rigidez en los miembros, calambres en las extremidades, angustia, sofocación, ojos hundidos, dolor en el estómago, supresión de la orina y agitación general.

La mayor parte de las veces, la diarrea repentina y sin causa es el único síntoma que se presenta, durando algunas horas, y en ocasiones dos o tres días, para seguir más tarde todo el cortejo de síntomas que dejo señalados.

Si pocas enfermedades hay tan bien conocidas y estudiadas en sus manifestaciones como el cólera morbo asiático, pocas hay también en que los medios curativos hayan dado mayores desengaños bajo los diversos tratamientos ensayados por la medicina secular.

Desconocida la esencia de la enfermedad, o sea su causa íntima, y forjando teorías a capricho sin base de rígida observación o bajo torcidas interpretaciones de los fenómenos patológicos y anatomo-patológicos, es lo cierto que el conjunto de tratamientos alopáticos que se han empleado, con éxito bien poco lisonjero a la verdad, en los distintos países en donde ha reinado esta epidemia, forman un conjunto tan heterogéneo y tan inhumano en muchos casos, que de una parte causa pena tanta divagación, y de otra hasta horrorizan los tormentos a que se sujeta al infeliz paciente moribundo.

Las preparaciones de opio, el láudano en primer término, los calomelanos, las sangrías y sanguijuelas, las mixturas antiespasmódicas, los baños calientes, cuyo uso alivia al parecer mientras puede el enfermo resistirlos, pero que al salir de ellos es más rápido e intenso el curso fatal de los síntomas, los sinapismos, el cauterio actual, o sea el hierro candente, las ventosas, los ácidos minerales, las preparaciones de quinina, mixturas con base de alcanfor, la trementina, &c., todo ha sido puesto en práctica, preconizándose por unos los mismos remedios que son censurados por los otros, atribuyéndose por estos la enfermedad a irritación e inflamación, por aquellos a debilidad, por los de más allá a crasitud de la sangre, por los de más acá a seres microscópicos que vienen por este o el otro vehículo a envenenar el cuerpo humano, marchándose cuando desaparece la epidemia, no se sabe adónde ni por dónde, a pesar de su prodigiosa multiplicación, y por último, los menos la atribuyen a los miasmas palúdicos que la engendraron en su cuna, cuyo origen nadie podrá poner en duda.

Cada uno aplica el tratamiento conforme a estos criterios, y a falta del éxito que compruebe su opinión se echa mano a un tiempo de todos los remedios aun cuando no estén de acuerdo con el principio filosófico que antes habían sustentado.

Como el método homeopático procede de otro modo muy distinto, fundándose en la observación y la experiencia, única base de todas las ciencias naturales, y una y otra son siempre las mismas para todo observador, de aquí que el tratamiento aconsejado por los profesores homeópatas sea casi uniforme para todos, y digo casi uniforme, porque las diferencias que en esto pueda haber son dependientes, no de una teoría a priori concebida, sino de una observación y estudio de los fenómenos, más o menos exacta, pero siempre aproximada a la verdad.

Si un medicamento homeopático es análogo a otro en los fenómenos que desarrolla, podrá haber diferencia de apreciación en la comparación de los síntomas para preferir el uno al otro, pero siempre se apoyará en la base fundamental de analogía de fenómenos más o menos aproximada, entre los que produce el medicamento y los originados por la causa de la enfermedad.

Mas como no es mi ánimo entrar en este momento en la discusión científica de los diferentes sistemas médicos ni en la manera como obran en el organismo los agentes homeopáticos, paso a indicar seguidamente los remedios que deben emplearse en los primeros momentos de la invasión, y mientras acude al lado del paciente el profesor que haya de dirigir la asistencia médica del enfermo.

El arsénico, el espíritu de alcanfor, el veratrum album (o heléboro blanco) --el cuprum metalicum-- la ipecacuana, el ácido fosfórico y el carbón vegetal, son los principales medicamentos indicados en las diferentes fases que puede tomar la enfermedad.

Quien haya presenciado, como yo he tenido ocasión de presenciar en mi práctica los fenómenos que ocasiona en el organismo vivo el envenenamiento por el arsénico, habrá quedado persuadido de la semejanza tan notable que existe entre el cuadro sintomático que produce este veneno y el que presenta el cólera morbo asiático fulminante, hasta el punto de que si no se hubiera tenido la evidencia de la causa de aquellos fenómenos, se diría que la alteración que se observaba no era otra que la enfermedad asiática.

Mareos, vómitos, diarrea biliosa primero, después acuosa, retortijones, ardor insoportable en el estómago, sed violenta, calambres en las piernas, ojos hundidos con profundas ojeras, color terroso o azulado de la piel, labios lívidos, frío marmóreo y sudores fríos, todos los fenómenos más notablemente análogos a los del cólera, predominando desde el primer momento el ardor en el estómago y la sed, son producidos por el arsénico.

La provechosa acción de este remedio contra el cólera así como la del cobre y algunos otros que emplea la homeopatía en los diferentes citados períodos de esta enfermedad, ha debido ser sospechada por los indios, quienes en un libro de medicina titulado Yugamuni Chintamani, escrito en sánscrito, aconsejan una receta para combatir esta enfermedad que llaman sinanga, muy notable por la extraña mezcla de ingredientes de que se compone, entre los cuales figura el oropimente (o sea el sulfuro arsenical), el cobre bajo la forma de carbonato y otros varios que en deplorable confusión mezclan en su fórmula como si los entregaran al poder del organismo para que este elija entre todos el que más le convenga, haciendo caso omiso de los demás que forman su cortejo.

La fórmula es así: sosa, bermellón, azufre, mercurio, opio, carbonato de hierro, de cobre, de zinc y de plomo, oropimente o sulfuro de arsénico, todo se mezcla y se muele bien, añadiendo trifala o sea tres especies de myrobolan (frutos indios), póngase a hervir durante tres días en un cocimiento de perpatam (hierva refrescante), añádasele hiel de serpiente y háganse píldoras de tres granos cada una.

No puede darse una fórmula más complicada ni un conjunto de sustancias más extraño, pero se ve en ella, sin embargo, la sospecha de la virtud curativa de algunos de sus ingredientes.

El arsénico deberá emplearse siempre que se presente la diarrea con o sin vómitos acompañada de sed en el primer período o sea la colerina, así como también si la invasión es súbita y se presenta con ardor en el estómago y gran deseo de bebidas frías, acompañados estos síntomas o no acompañados de calambres.

El alcanfor (espíritu de alcanfor): este remedio ha sido empleado por el doctor Goldmas bajo fórmula alopática, con mejor éxito que todos los demás en la epidemia que en 1819 sufrió la isla de Bourbón, mezclando esta sustancia con el ether y el aceite de oliva y tomado a grandes dosis.

Homeopáticamente se emplea el espíritu de alcanfor puro y sin mezclas que para nada necesita.

Debe emplearse desde el principio de la enfermedad, pues como su acción es rápida y fugaz al mismo tiempo, no hay inconveniente alguno el emplearlo alternado con el arsénico cuando está este indicado, o con otro de los medicamentos de que a continuación he de ocuparme; en estos casos puede usarse una gota en un terrón de azúcar repitiendo la dosis cada media o una hora.

Desde el primer momento en que se presenten calambres o rigidez de las extremidades, postración repentina de fuerzas, descomposición del rostro, ojos hundidos, frialdad, voz ronca, &c., síntomas que indican una invasión repentina, debe acudirse al empleo del espíritu de alcanfor; una gota para los niños y dos para los adultos en un terrón de azúcar, cuya dosis se repite cada cinco minutos.

También convienen las fricciones en los brazos, piernas y pecho con la mano mojada en el mismo espíritu de alcanfor.

Las fumigaciones de alcanfor que se producen calentando una placa metálica y vertiendo en ella el espíritu alcanforado son también muy convenientes, así como una lavativa de dos cucharadas pequeñas de espíritu de alcanfor diluidas en una taza de agua clara de las que se usan para el té.

El veratrum album (o heléboro blanco), fue recomendado por Hipócrates para combatir la enfermedad colérica por él conocida.

Sus efectos fisiológicos se asemejan también mucho a los del cólera, pero no produce como el arsénico la sed ardiente ni el dolor y ardor tan intenso en el estómago. Deberá usarse cuando se presenten los síntomas coléricos con piel fría, semblante descompuesto, ojeras azuladas, ansiedad, con o sin vómitos, y ausencia de sed.

Si no produjera alivio al cabo de una hora de su administración, se recurrirá al arsénico.

Cuprum.- Puede presentarse la enfermedad bajo una forma convulsiva, y desde los primeros momentos o más tarde predominar los calambres y movimientos espasmódicos de los músculos de la cara o del abdomen, o de uno y otro punto, acompañados de hipo y de los demás síntomas del cólera; en este caso el cuprum puede producir muy buenos efectos, alternándolo con el arsénico o con el veratrum, según que predomine el ardor quemante del estómago y sed viva, o falten estos síntomas.

Téngase presente que aparte de las indicaciones que señalo para el uso del arsénico, del veratrum y del cuprum, si se presentan además los síntomas que dejo indicados para el uso del alcanfor este remedio debe continuarse al mismo tiempo que todos los demás.

La ipecacuana tiene su indicación cuando se presentan vómitos más o menos violentos o solamente náuseas, acompañadas o no de diarrea, la cual rara vez falta, pero puede manifestarse antes o después del vómito; sus indicaciones se limitan a este primer momento en que aún no ha tomado carácter decidido la enfermedad.

El ácido fosfórico conviene usarlo después de ipecacuana, si esta no ha producido alivio pronto y las deposiciones acuosas y blanquecinas continúan con frecuencia.

El carbón vegetal es el remedio supremo que usa la homeopatía en los casos en que las fuerzas radicales del organismo se hallan hasta tal punto deprimidas que la vida parece que se escapa por momentos, respiración lenta y difícil, frío glacial cadavérico, ojos enteramente hundidos en sus órbitas, pulso imperceptible; en una palabra, síntomas propios del cólera asfítico: en estos casos el carbón vegetal ha producido reacción en varias ocasiones, salvándose el paciente.

La forma de administración y dosis de los remedios que dejo indicados, es la siguiente:

Arsénico de la 6.ª dilución, dos gotas disueltas en seis cucharadas de agua, para tomar una cada dos horas, en los casos de colerina con sed, diarrea y vómitos; si se presenta ardor en el estómago y los síntomas se agravan, se empleará el mismo medicamento a la 3.ª trituración centesimal, disolviendo un grano de la trituración en seis cucharadas de agua, para tomar una cucharada cada diez minutos, y si la invasión es muy violenta se repetirá la dosis cada cinco minutos, y del mismo modo en los casos en que estando indicado el veratrum no haya producido éste un alivio manifiesto.

Alcanfor.- Su forma de administración es la que dejo explicada al ocuparme de esta sustancia.

Veratrum de la 6.ª dilución para los casos en que la diarrea se presenta con o sin vómitos, seguida de descenso en la temperatura del cuerpo, sin deseos de beber frío; se administrarán dos glóbulos disueltos en una cucharada de agua, que se repetirá cada media hora en un principio, y si no hay alivio, cada diez o cada cinco minutos. Si el frío de la piel se pronunciase en cualquier parte del cuerpo, y el semblante apareciera descompuesto, se empleará el mismo medicamento a la 3.ª dilución centesimal, una gota de ella en seis cucharadas de agua, administrando una cucharada cada cinco o diez minutos. Si no produjera alivio se recurrirá al arsénico de la 3.ª trituración, en la forma indicada.

Cuprum de la 6.ª se administrará en los casos convulsivos con calambres y agitación; dos glóbulos disueltos en una cucharada de agua y repetida la dosis, alternada con el arsénico o el veratrum, según que el uno o el otro de estos medicamentos esté también indicado, o bien en gotas de la dilución, una para seis cucharadas de agua.

Ipecacuana de la 6.ª dilución se empleará disolviendo dos glóbulos en una cucharada de agua para tomar cada tres horas contra los primeros síntomas de colerina, en que se presente la diarrea acompañada de vómitos sin sed, pues cuando ésta se indica es preferible el arsénico a la 6.ª dilución, también cada tres horas, bien solo o alternando con la ipecacuana, pero en caso de alternativa se repetirán las dosis de dos en dos horas.

El ácido fosfórico de la 6.ª dilución es preferible a la ipecacuana cuando no hay vómitos ni sed y el único síntoma es la diarrea premonitoria, pero si ésta no cediera pronto o no se observara alivio y se presentasen algunos de los síntomas que indican el uso del arsénico o del veratrum, se recurrirá a estos inmediatamente.

El carbón vegetal de la 6.ª dilución se emplea en momentos muy avanzados de la enfermedad, y por lo tanto en los que es de suponer que un profesor experto esté ya encargado de la asistencia del enfermo; así es que será rara la ocasión en que, personas ajenas a la ciencia, puedan tener necesidad de emplearlo. Sin embargo, por si la hubiera, deberá usarse en el caso que dejamos apuntado, dos o tres glóbulos disueltos en una cucharada de agua, cada dos o tres minutos una cucharada, o bien gotas de la dilución, una por cada seis cucharadas de agua.

Los demás medicamentos que pueden tener indicación en el período reactivo de la enfermedad, tales como la China, Rhux tox, sulfur o tintura sulphuris, phosphoro, hyosciamus y otros varios, tienen indicaciones muy variadas y darían lugar a largas descripciones, que por una parte serían difíciles de aplicar oportunamente por personas inexpertas y por otra no conducirían al fin práctico que me he propuesto al formular estas instrucciones, pues en los casos en que estos remedios tienen aplicación sólo el profesor encargado de la asistencia del enfermo es quien puede hacer de ellos el uso que sea necesario.

Doy aquí por terminado este bosquejo de lo que más directamente se relaciona con los medios higiénicos, preventivos y curativos del cólera morbo asiático; réstame, por último, hacer un resumen general de todo la expuesto, que en forma de preceptos concretos y abreviados pueda servir de guía rápida en un momento urgente y como de recuerdo de cuanto más al detalle dejo consignado en las páginas de este escrito.

Si con ello consigo arrancar de las asoladoras garras de la epidemia una sola de sus predestinadas víctimas, mis aspiraciones quedarán del todo satisfechas, y nuevo laurel de gloria sobre los muchos que le adornan ceñirá las sienes del inmortal sajón, que legó a la humanidad la base de la certidumbre en medicina y el único camino para conseguir el alivio y curación de sus dolencias.

Resumen general

Resumiendo los principales y más importantes preceptos higiénicos, preservativos y curativos del cólera morbo asiático, resultan divididos en cuatro grupos: 1.° Precauciones generales. 2.° Precauciones particulares o individuales. 3.° Remedios preservativos. 4.° Remedios curativos.

PRECAUCIONES GENERALES

Evitar la aglomeración de gente.

Ventilación y limpieza de los establecimientos públicos.

Limpieza del alcantarillado.

Impedir la detención de aguas de riego o de otra clase en las ciudades.

Riego moderado.

Buenas y cómodas condiciones de los lazaretos.

PRECAUCIONES PARTICULARES

Capacidad suficiente de las habitaciones donde se viva.

Renovación del aire de las mismas, o sea ventilación.

Limpieza y aseo de las habitaciones y de las personas.

Ventilación o aireamiento de los dormitorios.

Capacidad suficiente de estos.

Evitar la permanencia en ellos de los servicios de noche.

Desinfectar los excusados y conductos de aguas sucias con una disolución de sulfato de hierro o de cobre en la proporción de 50 por 100.

Fumigar las habitaciones con vapores de vinagre quemado sobre una plancha de metal caliente, mezclándole bayas de enebro y especia de clavillo, o también evaporándolo al baño de maría o a la lámpara de alcohol.

Hacer de vez en cuando irrigaciones de vinagre en las habitaciones.

Colocar en ellas un recipiente cualquiera con polvo de carbón vegetal, que se renovará cada seis u ocho días.

Evitar las humedades y relentes.

Cubrirse el vientre con franela.

Evitar los tránsitos repentinos del calor al frío y del frío al calor.

No variar repentinamente las costumbres ni la alimentación.

Abstenerse de los vegetales flatulentos y ciertas frutas, como melón, sandía, pepino, piña de América, ensaladas crudas y frutas poco sazonadas o pasadas.

Abstenerse de las grasas, manteca y carnes de cerdo.

Beber el agua pura, y mejor filtrada por carbón, y cuando haya mucha sed agregarle unas gotas de limón, o de zumo de cereza, o de frambuesa, de ron o de coñac.

No embriagarse ni abusar de las bebidas alcohólicas; un poco de vino en las comidas, para el que esté a ello acostumbrado, es conveniente.

Hacer ejercicio moderado, y evitar la vida sedentaria.

Regularizar las horas de dormir, no excediendo estas de siete a ocho, como máximum.

Evitar las emociones y pasiones violentas, así como el exceso de placeres sensuales.

Procurar la tranquilidad y la calma del espíritu, evitando el miedo a la invasión y los sustos o sobresaltos de toda especie.

MEDIOS PRESERVATIVOS

Se usarán como preservativos el arsenicum, el veratrum, el cuprum de la 6.ª dilución, dos o tres glóbulos todas las mañanas en una cucharada de agua, disueltos, un día de uno, otro día de otro y al tercero del último, suspendiéndolos al cuarto día, para continuar al quinto en el mismo orden en que se ha empezado, y así sucesivamente.

Espíritu de alcanfor se usará por olfación, una o dos veces al día, pasando ligeramente el frasco por las narices.

MEDIOS CURATIVOS

Arsénico, cuando haya diarrea y vómitos, acompañados uno u otro síntoma de deseos de beber, o cuando haya ardor en el estómago, con o sin calambres.

En los casos ligeros de diarrea sola, con sed, se usará el medicamento a la 6.ª dilución, cada dos o tres horas dos glóbulos disueltos en una cucharada de agua, o bien gotas de la dilución, una por cada seis cucharadas de agua.

Si los síntomas se marcan con alguna mayor intensidad, se repetirán las dosis cada hora.

Para las invasiones más violentas con ardor en el estómago, mucha sed, acompañado todo, o no acompañado de calambres, o si los anteriores síntomas se han agravado, se usará el mismo medicamento a la 3.ª trituración, disolviendo un grano de la misma en seis cucharadas de agua, para tomar una cada diez o cada cinco minutos, según la intensidad menor o mayor de los fenómenos.

Espíritu de alcanfor.- En los casos ligeros de colerina con o sin vómitos, se usará una o dos gotas del espíritu en un terrón de azúcar, repitiendo la dosis cada hora o cada media hora, según la intensidad de este primer período; se puede usar alternando con los demás medicamentos.

En los casos graves se repetirán las dosis cada cinco minutos, alternados también con los demás remedios.

Veratrum.- Cuando haya diarrea con o sin vómitos, seguida de descenso en la temperatura del cuerpo, o solo de una parte de él, sin deseo de beber frío.

Se usará a la 6.ª dilución en los casos ligeros o menos graves, dos glóbulos en una cucharada de agua, disueltos, y repetida la dosis cada media hora o cada hora, según el caso, y si no hubiera alivio, se tomará cada diez o cada cinco minutos.

Si el frío se pronuncia, se usará la 3.ª dilución de este medicamento, poniendo una gota en seis cucharadas de agua, para tomar una cucharada cada cinco o cada diez minutos.

Si no hay alivio, se recurrirá al arsenicum de la 3.ª trituración, en la forma indicada anteriormente, alternando estos dos medicamentos cada cinco minutos una cucharada, y si aún no hubiera alivio, se empleará solo el arsénico.

Cuprum.- Se usará de este remedio a la 6.ª dilución en los casos convulsivos, con calambres o temblores, dos o tres glóbulos en una cucharada de agua, disueltos, cada cinco o diez minutos, o bien una gota de la dilución en seis cucharadas de agua para tomar una cada cinco o diez minutos.

También podrá alternarse con el arsenicum o con el veratrum.

Ipecacuana.- De la 3.ª dilución, se usa cuando hay vómitos y diarrea, sin sed ni frío, o sea en la colerina en sus primeras manifestaciones, siempre que predomine el vómito.

Cada tres horas, dos glóbulos en una cucharada de agua, disueltos, suelen ser suficiente dosis para contener los progresos de la enfermedad.

Puede alternarse también con arsénico a la 6.ª, en cuyo caso, las dosis se repetirán cada dos horas.

Ácido fosfórico.- De la 6.ª dilución se empleará de preferencia cuando haya diarrea blanquecina sin vómitos ni sed, cada tres horas, al principio del ataque.

Si no cede la diarrea, se alternará con veratrum a la 6.ª, cada dos horas; y, si a pesar de eso, no cediera, se suspenderá su empleo y seguirá solo el de veratrum o el de arsenicum, con arreglo a las indicaciones que se han dicho anteriormente.

Carbón vegetal.- En los casos de depresión profunda de los centros nerviosos, falta de fuerzas, voz apagada, pulso lento o nulo, frialdad cadavérica, se emplearán dos o tres glóbulos de la 6.ª dilución, ya sea tomados en seco puestos sobre la lengua, o disueltos en una cucharada de agua, y repitiendo la dosis cada dos o tres minutos, o bien una gota de la dilución en seis cucharadas de agua para tomar una cada dos o tres minutos.

Madrid, 12 de Setiembre de 1884.


Lista de los medicamentos que se recomiendan en esta instrucción

Espíritu de alcanfor.

Arsenicum de la 6.ª dilución en glóbulos.

Arsenicum de la 3.ª trituración.

Veratrum de la 6.ª dilución en glóbulos.

Veratrum de la 3.ª dilución en líquido.

Cuprum de la 6.ª dilución en glóbulos y en líquido.

Ipecacuana de la 3.ª en glóbulos.

Ácido fosfórico de la 3.ª en glóbulos.

Carbón vegetal de la 6.ª en glóbulos y en líquido.

Estos medicamentos se hallarán en las farmacias homeopáticas de la Sra. Viuda de Somolinos, Infantas 26, y del Sr. García Cenarro, Abada 4 y 6.


Puntos de venta

En casa del autor Plaza de Jesús, 3; en las farmacias de la Sra. Viuda de Somolinos, y del Sr. García Cenarro, Abada, 4 y 6, y en las librerías de Bailly-Baillière, Plaza del Príncipe Alfonso, y de Fe, Carrera de San Jerónimo.

Precio: una peseta

{Transcripción íntegra del texto contenido en un opúsculo de papel impreso de 51 páginas.}