Ideas químicas de R. López-Pinciano
Unusquisque in suo sensu abundet.
Imprenta de Don José del Collado
Madrid 1828
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Al Excmo. Señor Don Pedro de Alcántara, Toledo, Salm-Salm, Pimentel y Osorio, Luna, Mendoza y Aragón, de la Cerda, Enríquez, Haro y Guzmán, &c.: Duque del Infantado, de Pastrana, de Lerma, &c.: Marqués de Santillana, de Tábara, del Cenete, de Almenara, de Cea, de Campoó, &c.: Conde de Saldaña, de Villada, del Real de Manzanares, &c.: Príncipe de Melito y Evoli: Señor de la Provincia de Liébana, y Hermandades de Álava y Guipúzcoa: Barón de Alberique, Alcocer, Alazquer, Gabarda, Ayora, &c.: Poseedor del Mayorazgo de treinta y cuatro cuentos: Patrono de las Iglesias Colegiatas de Lerma, Ampudia &c., &c.: Grande de España de primera clase: Gentil-Hombre de Cámara de S. M. con ejercicio: Caballero de la insigne Orden del Toisón de Oro: Gran Cruz de la Real y distinguida Orden de Carlos III, y de la Militar de San Fernando: Caballero de la Orden de Santi-Espíritus, y de la de Cristo: Consejero de Estado y Capitán General de los Reales Ejércitos, &c., &c., &c.
Prólogo
Desde el siglo pasado las ciencias físicas marchan a pasos agigantados hacia su perfección, y en algunos años se las vio tomar un admirable vuelo sobre los cortos trabajos que entonces se poseían. La química es la que particularmente se ha distinguido, multiplicando investigaciones a que dieron lugar en competencia los experimentos y raciocinios. Los inmortales trabajos de Scheele, Priestley, Lavoisier, &c., enriqueciendo el santuario de la ciencia, hacen tanto honor a los conocimientos humanos, como aquellos célebres químicos a los pueblos que les vieron nacer. La pérdida de estos infatigables hombres nos hubiera sido todavía más sensible, a no haber quedado dignos sucesores suyos en muchos físicos y químicos del día, cuyos nombres expresara sino temiese ofender su modestia: estos, impidiendo que la química quede estacionaria, han añadido y variado los experimentos de aquellos, haciendo su utilísima aplicación a las ciencias y a las artes.
Sin embargo de esto, la falta de un sistema general hace sus explicaciones a veces contradictorias, y deja en otras obscuros fenómenos de bastante importancia. Esto es lo que me ha decidido, a pesar de las escasas fuerzas con que me considero, a tentar una empresa tan vasta; de manera que el deseo de su realización, al mismo tiempo que es la causa, justifica mi atrevimiento.
Era necesario discurrir, porque no me podía proponer modelo; y el bosquejo que actualmente presento es un extracto del resultado que he obtenido. El se funda en el dicho del gran Newton, que la luz (o el fluido que la manifiesta) puede transformarse en toda clase de cuerpos, y que recíprocamente todos los cuerpos existentes pueden convertirse en luz.
Por lo demás, en él se ven conciliadas opiniones de los maestros de la ciencia, al parecer contradictorias; en cuyo caso se hallan la de Macquer y Scheele sobre el calórico, la de Stalh y Lavoisier sobre la combustión, y algunas otras. Se da una explicación de fenómenos que hasta aquí no la habían tenido, y se indican algunas de mis teorías particulares, entre las que se cuentan, una de la electricidad, otra de la formación de los álkalis, &c.
Últimamente, la opinión de los filósofos de la Grecia que un todo se forma de otro todo, y el circulus æterni motûs del químico Beccher, parecen haber hallado en mi sistema su verdadero asiento.
Queda a los sabios demostrardores de las ciencias naturales juzgar de este pequeño ensayo lo que podrá dar lugar a su completo desarrollo. La brevedad con que le he escrito tal vez habrá salpicado algunas faltillas, que pudiera muy bien remediar un poco más de detención.
De la concentración.
Se entenderá por este nombre, la aproximación de las moléculas mínimas o sea infinitamente pequeñas de cualquier principio. La dilatación supone un efecto totalmente contrario.
El lumínico, propiamente hablando, es el único elemento: los que tienen este nombre no son más que diversos grados de concentración de que aquel es susceptible. Esta verdad que ni aun se había sospechado, es el objeto del presente ensayo filosófico: empezaremos por marcar la siguiente
Escala de la Concentración
Grados.
1.° Lumínico.
2.° Calórico.
3.° Fluido eléctrico.
4.° Oxigeno.
5.° Hidrógeno.
6.° Carbono.
7.° Azoe.
Solo se estudiarán estos grados como principales; sin embargo existen otros intermedios que tendrán lugar en una obra más lata.
Como cada principio goza de diversa concentración, se infiere, que al unirse con otro ha de haber una lucha, únicamente abolida cuando sus fuerzas se equilibren; para lo que es indispensable se aproxime en concentración el más débil al más fuerte, lo que ya da origen a un producto diverso: esta es la causa de la diferencia que se observa entre cuerpos cuyos principios son los mismos, variando solo sus proporciones, como sucede en los radicales de los aceites y los ácidos.
Esta misma verdad de que los principios más{1} dilatados deben tender a dilatar a los más concentrados sacándolos del grado que ocupan, y recíprocamente, debe ser el único origen de la discrepancia que se advierte en los productos de la análisis química, sobre todo cuando se emplea el fuego. En este sentido se debe tomar la acusación que se ha hecho a la química, de que desorganiza el tejido (varía la naturaleza) de los cuerpos cuyos principios quiere conocer. Lo mismo se debe entender cuando dice Fourcroy en sus elem. de Hist. nat. y quím. tom. 1.° pág. 66, que la luz artificial de nuestros fuegos, llegando a atravesar las vasijas, muda la naturaleza de los productos que de ellas se desprenden. Con efecto, el lumínico y el calórico, como principios más dilatados, obrando sobre los más concentrados pueden transformarles en otros más próximos a su origen.
Del Lumínico.
Para no confundir la causa con el efecto, los físicos modernos han hecho la distinción de lumínico y luz, considerando ésta como la sensación de aquel; pero tratándose aquí principalmente de ideas, me tomaré la libertad, para hacerme más claro, de aplicar las voces nuevas a los conceptos de los antiguos.
Así, pues, desde los filósofos Demócrito y Epicuro se había considerado el lumínico como una emanación de moléculas de los cuerpos luminosos; idea apoyada por Newton y generalmente admitida, entre los físicos del día: sin embargo, la fútil objeción de que en este caso habría disminuido sensiblemente el sol y las estrellas, y la necesidad de Descartes a ser consecuente con sus torbellinos, le condujeron a decir que el espacio está lleno de un fluido sutil, la vibración de cuyas moléculas, impresa por el cuerpo luminoso, da origen a la luz. No me detendré en refutar esta inverosímil hipótesis por estarlo ya suficientemente hecho, y pasaré desde luego a exponer las propiedades físicas y químicas del lumínico que demuestran ser un ente real.
Entre las primeras se cuenta su gravitación, esto es, el modo con que varía de dirección al ser atraído por algún cuerpo, de lo que es un verdadero testimonio la aurora.
Entre las segundas, la desoxidación que produce en los metales calcinados, y en el ácido nítrico, al que convierte en nitroso. La explicación de este fenómeno que no puede darse por teoría alguna, es ventajosamente aclarada por la mía. Si los principios más dilatados obran sobre los más concentrados aproximándoles a su origen, es claro que el lumínico dilatando al oxígeno le ha convertido en calórico. Otra de sus propiedades químicas es la oxidación que a veces produce en los cuerpos organizados, imprimiendo el color negro al cutis del hombre, y aun a los vegetales de África según observa Linneo. Muchos opinan que esto es producido exclusivamente por él; mas Lavoisier juzga que solo pone en acción los elementos del cuerpo en que se verifica. Todo puede suceder: si el lumínico obra sobre el hidrógeno, no me queda duda que le dilatará y convertirá en oxígeno; pero si es sobre el carbono o el azoe, como lucha con fuerzas desiguales, ha de quedar vencido, y de consiguiente concentrado hasta el grado oxígeno.
Del mismo modo el lumínico convirtiéndose por su lenta concentración en las partes integrantes del vegetal, le da el color, el olor, el sabor, y la combustibilidad; por cuya razón los climas cálidos parecen ser la patria de las maderas de tinte, de los perfumes, de los sabrosos frutos, y de las resinas.
En el estudio de los demás elementos tendremos ocasión de hablar de las diversas transformaciones del lumínico.
Del Calórico.
La misma distinción que hicimos entre el lumínico y la luz, hacemos entre el calórico y el calor. Grandes han sido los debates de los físicos acerca del origen de dichas dos causas: unos quieren que el calórico sea una modificación del lumínico, y otros sostienen lo contrario; faltaba solamente una teoría como ésta para su reconciliación. Cada principio puede existir aislado, y se nos presentan reunidos en el fuego: el lumínico, concentrado por los cuerpos, se convierte en calórico; y éste como principio dilatante por excelencia, puede atenuar los elementos más concentrados próximos a él, hasta convertirles en lumínico; de lo que discurriremos al tratar de la combustión.
El sol no es más que luz. Si nos mandase igualmente calórico, éste sería mayor en las grandes alturas por hallarse más cerca de dicho astro: observase lo contrario, pues son los llanos quienes disfrutan de una temperatura superior: lo que corrobora mis ideas diciendo, que cuantas más capas atmosféricas haya atravesado el fluido luminoso, mayor será su concentración: de donde se deduce, que si no fuese por la que sufre en la atmósfera y en los cuerpos que le reciben, no se convertiría en calórico, esto es, no calentaría.
Scheele y el ilustre Bergman sostienen que el calórico es un fluido particular, y el primero llegó a deducir de sus experimentos que está compuesto de oxígeno y flogisto (sinónimo de luz según Mr. Macquer); mas a no haber sido por mi sistema, desde luego se hubiera tenido por una paradoja este hecho que tan juiciosamente observó en varias ocasiones aquel célebre químico de Suecia: en verdad, no debe dudarse que el lumínico, como tengo insinuado, dilatando al oxígeno y siendo concentrado por él, le convierta y sea convertido en calórico, que ocupa un grado intermedio.
El Canciller Bacon de Verulamio había considerado el calórico de un modo enteramente diverso, diciendo ser únicamente una propiedad de los cuerpos que debe su origen a las oscilaciones o fricción que ejercen unas sobre otras las moléculas de los cuerpos, y de consiguiente, que sigue las leyes del movimiento. Esta hipótesis, dimanada de no poder patentizar la gravedad del calórico por su excesiva tenuidad, tuvo algunos partidarios; pero en medio de advertirse que el calórico se produce por la frotación, no se puede menos de convenir en que es un fluido sutilísimo, por ver que se comunica de un cuerpo a otro, lo que obligó a Lavoisier y a La-Place a admitir ambas explicaciones juntamente.
El calórico, pues, es uno de los escalones del elemento primitivo: puede resultar por consiguiente de la concentración del lumínico, o de la dilatación del fluido eléctrico, del oxígeno &c.; y así no es de admirar que el roce debilitando algunas moléculas mínimas, las convierta en dicho principio. Bajo este punto de vista, no es necesario suponer un calórico combinado, tan solo para explicar el que se desprende en las combinaciones químicas, o atracciones electivas según la expresión de Bergman: nada más absurdo que dar en los cuerpos ciertos elementos, cuando ninguna de sus propiedades nos los indica: estoy bien cierto, que a no ser por el roce continuo que ejercen las moléculas en dichas operaciones, jamás se produciría calor.
Del Fluido eléctrico.
La realidad de este principio no debe por más tiempo ser problemática: su propiedad de pasar de un cuerpo a otro, la de convertirse en chispas, inflamar los cuerpos combustibles &c., nos lo están patentizando continuamente.
Con el deseo de explicar los fenómenos eléctricos se han discurrido varias hipótesis, entre las que se cuentan como principales la de Franklin, la de Oepinus, y la de Coulomb.
El primero admite desde luego un fluido eléctrico, como causa de todos los fenómenos de esta naturaleza; pero, aun suponiendo la grande inverosimilitud de que sus moléculas se repelen entre sí, tiene que admitir, que el aire se condensa en la superficie de los cuerpos electrizados negativamente, e impidiendo que el fluido en cuestión se introduzca en ellos, le hace formar una atmósfera distante de la superficie, para explicar la repulsión de los cuerpos dotados de electricidad negativa; cosa la más inverosímil que puede darse.
Oepinus añadió a esta hipótesis un análisis de las fuerzas que se combinan en la producción de los fenómenos eléctricos: supuso como los demás, que todos los cuerpos de la naturaleza están electrizados, por más que ni aun el delicadísimo electrómetro de Coulomb nos dé la menor idea de ello: últimamente, su análisis de potencias le condujo a consecuencias inadmisibles.
Las ideas de Simmer perfeccionadas por Coulomb, forman la tercera hipótesis, que por considerar el fluido eléctrico como compuesto de otros dos particulares, ha recibido el nombre de hipótesis de los dos fluidos. Esta suposición tan gratuita y tan poco fundada, ha hecho que los principales físicos como Volta, Van-Mons, Davy &c. den la preferencia a la de Franklin a pesar de los grandes defectos que tiene. Probemos un bosquejo de mis ideas.
El fluido eléctrico ocupa el escalón siguiente al calórico, por lo que la concentración artificial de éste en varios minerales como la turmalina, los rubís del Brasil, el borate de magnesia &c., da origen a dicho fluido: esto es lo que se llama electricidad por calor.
Puede darle origen igualmente el enrarecimiento de los principios más concentrados, esto es, la tenuidad que la frotación, o la combinación a que tienden los cuerpos heterogéneos puestos en contacto, procuran en las moléculas mínimas: a esto se da el nombre de electricidad por frotación, y electricidad por contacto.
Debemos observar que en uno y otro caso de estos, se junta para la producción de la electricidad un cuerpo combustible y otro que no lo es: las partículas del primero como más próximas a su origen y de consiguiente al grado eléctrico, son las que por su dilatación se transforman en él: de donde se sigue que todos los cuerpos no contienen dicho fluido, pero que en algunos puede formarse de sus moléculas. Examinada ya la naturaleza del fluido eléctrico, veamos de explicar sus fenómenos.
Los cuerpos pueden contenerle en varias proporciones: el más y el menos, constituye lo que Dufay llamaba electricidad vitrea y resinosa, Franklin positiva y negativa, y Coulomb fluido V. y fluido R. Abandonaremos estas voces inexactas admitiendo solo las primeras, que nos indican no mudan de especie.
El fluido eléctrico, tiende como todos los demás al equilibrio: un cuerpo electrizado y otro que no lo está, se atraen para equilibrarse: lo mismo sucede entre cuerpos electrizados en diversa cantidad; mas no son los cuerpos quienes obran en estos casos, sino el fluido eléctrico.
Este fluido, como todos los aeriformes, disfruta de una grande elasticidad, sobre lo que ignoro se haya llamado hasta ahora la atención.
Coulomb probó en 1785, que ocupa la superficie y de ningún modo el interior de los cuerpos en que se halla; pues bien, partiendo de todos estos datos evidentes, séase el cuerpo A. (fig. 1.ª) electrizado, y el cuerpo B. que no lo está: según la primera ley que sentamos, el fluido eléctrico tiende a reunirlos para equilibrarse en ellos, a cuya atracción tiene que ceder el más ligero: la atmósfera eléctrica C. del cuerpo A, se divide para dar origen a la atmósfera D. del cuerpo B. (fig. 2.ª): verificado esto, las dos atmósferas, oprimidas recíprocamente por sus puntos de contacto, se apartan por su elasticidad, apenas cede la fuerza que tenía unidos los dos cuerpos, esto es, apenas se han equilibrado (fig. 3.ª): así, la fuerza con que un cuerpo es repelido, está en razón directa de la suma eléctrica, e inversa de su gravedad específica.
Lo mismo que entre los cuerpos electrizados y los que no lo están, se verifica entre los que disfrutan de diversa cantidad de fluido eléctrico: por lo que se ve que para explicar naturalmente esta serie de fenómenos, no es necesario figurarse las moléculas de dicho fluido en continua repulsión, ni analizarle imaginariamente como se ha querido.
El fluido eléctrico es susceptible de dilatarse por varias causas, y en este caso se convierte en calórico o lumínico, como se observa en las chispas y penachos luminosos: siguiéndose de aquí que no es él quien inflama, sino los principios en que se ha convertido.
El fluido magnético no es otra cosa que una concentración del fluido eléctrico: así, se magnetiza un hierro exponiéndole a repetidas descargas eléctricas, como han demostrado los señores Ampère y Arago. El calórico dilatándole le conduce a su grado; por cuya razón calentando un hierro magnetizado pierde las propiedades de tal.
Concentrándose más el fluido eléctrico puede dar origen al oxígeno y al hidrógeno: esto es lo que se observa con el azufre y el fósforo que todos los físicos miran como concreciones eléctricas, y sin embargo Mr. Davy ha probado en estos últimos tiempos componerse de dichos dos principios.
Del Oxígeno.
Priestley fue el primero que se apoderó y estudió las propiedades de este elemento que tanto juego tiene en la teoría química neumática.
Está reconocido por el principio acidificante común, de modo que los ácidos solo se diferencian por la basa mezclada con él; por lo que preferimos la denominación de oxígeno (engendrador de ácidos) a todas cuantas se le han dado.
Forma la cuarta parte del aire atmosférico, y a él se debe que este sea propio para la combustión y la respiración, en cuyo sentido dice Lavoisier, que el oxígeno es cuatro veces más aire que el aire común; pero como tendremos ocasión de ver, no obra en dichas operaciones del modo que generalmente se cree.
Del mismo modo que el fluido eléctrico concentrándose puede convertirse en oxígeno, según ha probado Wollaston (Bibliot. brit. núm. 38, pág. 32 y siguientes); así el oxígeno dilatándose puede convertirse en fluido eléctrico; por lo que Volta mira la oxidación de los discos metálicos de su pila, como una cosa que aumenta la permanencia y energía de los fenómenos.
Como observamos al tratar del lumínico, éste puede dilatarle hasta el grado calórico, ejecutando una verdadera desoxidación. Lo mismo se verifica en la reducción de los óxidos metálicos por el fuego.
El oxígeno puede igualmente por su dilatación convertirse en lumínico, lo que nos dará lugar a tratar
De la combustión: El célebre Stalh suponía en todos los cuerpos combustibles fuego fijado, o sea combinado, al que llamaba flogisto. Según él, la combustión no es otra cosa que la separación o desprendimiento del flogisto y su paso al estado de libertad. Esta teoría cuenta aun, entre los químicos modernos, partidarios de gran nota, que para ponerla al nivel de los conocimientos neumáticos han sustituido el hidrógeno a la palabra flogisto.
El descubrimiento del oxígeno y su indispensable presencia en dicha operación, originó en Lavoisier la idea de que éste es el único agente de ella; así es que la consideró como la absorción del oxígeno por un cuerpo combustible.
Unos y otros apoyan respectiva mente sus aserciones: en verdad, los cuerpos son tanto más combustibles cuanto más hidrógeno contienen, o lo que es igual, su combustibilidad está en razón directa de su hidrógeno: por otra parte la presencia del oxígeno es de absoluta necesidad. Demos una idea de ello supliendo algún otro déficit que se encuentra en ambas teorías.
El oxígeno, como más próximo a su origen que el hidrógeno, puede dilatarse hasta los dos primeros grados de la escala con más facilidad que él.
El hidrógeno, como más concentrado, no es susceptible de dicho efecto, a menos que el oxígeno combinándose con él no le predisponga, esto es, no favorezca su dilatación, como sucede en la candela filosófica.
De lo dicho se deduce, que un fuerte calor aplicado a un cuerpo, empieza por dilatar el oxígeno que toca su superficie (lo que constituye la incandescencia), a lo que se sigue la dilatación del hidrógeno si le contiene, completándose de este modo la inflamación. No se debe concluir de aquí que todo el oxígeno, ni todo el hidrógeno, se convierta en calórico y lumínico; es bien sabido que de una pequeña cantidad de principio concentrado, puede formarse una grande de principio dilatado: así, parte de dichos principios queda inalterable, y se entrega a diversas combinaciones que el mismo calórico favorece.
Lavoisier viene en apoyo de mis ideas cuando en la pág. 147, tom. 2.° de sus elem. quim. dice: “he tenido ocasión de probar algunas pólvoras que producían un efecto casi doble de la pólvora común, y en la detonación daban una sexta parte menos de gas”: es bien sencillo, cuanta mayor cantidad de materia se haya convertido en calórico y lumínico, menor debe de ser el residuo.
Del Hidrógeno.
Aunque Stalh, Kunchel, Boeraave &c., hubieran ya descrito en sus obras las propiedades combustible y detonante del vapor que se desprende en las soluciones metálicas por los ácidos, sin embargo, no se tuvo un conocimiento exacto de él hasta que Cavendish y el ingenioso inventor de la cubeta neumato-química Mr. Priestley, averiguaron bien su naturaleza en 1766, estudiándole cuidadosamente. Conocíase en esta época con el nombre de gas inflamable, y después los reformadores de la nomenclatura química le dieron el de hidrógeno, por ser la basa del agua.
Ocupa el escalón siguiente al oxígeno, de donde procede que se les encuentre tan íntimamente unidos, y con tanta abundancia en la naturaleza.
Una detenida meditación me ha hecho juzgar que el hidrógeno tiene más influencia de lo que se cree; pues según mi modo de ver, es el verdadero alkalígeno.
Solo una pequeña analogía había hecho sospechar a Lavoisier que los álkalis eran unos oxides metálicos, pero es bien difícil de comprender que el oxígeno por su simple combinación pueda dar origen a cuerpos enteramente opuestos, como son los ácidos y los álkalis: por otra parte, a pesar del más delicado escrutinio, nadie ha podido hallar en el amoniaco ni la más pequeña cantidad de oxígeno, y solo sí el hidrógeno y el azoe, en que le analizó por primera vez Bertollet. No es necesario marchar contra la razón para explicar la formación de las sustancias alkalinas, y se debe estar sobre sí antes de admitir las preocupadas consecuencias que H. Davy dedujo de sus experimentos; pues ellos mismos, como habrá ocasión de ver, vienen en apoyo de mi teoría.
Hemos visto que el amoniaco solo se compone de hidrógeno y azoe; por consiguiente, uno de estos dos principios ha de ser el alkalificante. La opinión de Bertollet, de que tal vez sería el azoe, se halla ya fuera de combate; con que solo nos resta el hidrógeno que pueda dar origen a dicho género de cuerpos.
La combinación, pues, del hidrógeno con el metalógeno da lugar a los álkalis, del mismo modo que la combinación del último con el oxígeno constituye los óxidos: la proximidad que hay de concentración entre el oxígeno y el hidrógeno, explica bien la analogía de dichos productos; por lo demás, como el mismo Davy observa, las burbujas que se desprendían en sus experimentos sobre los álkalis, eran de un gas inflamable, y los. metales que obtuvo volvieron a su primer estado desde que tocaron el agua.
Si el metalógeno, como luego veremos, es una concentración del azoe, se completa la explicación más luminosa que puede darse de la formación del amoniaco y demás álkalis.
Del Carbono.
Regularmente se halla combinado con alguno de los dos grados antecedentes por la mucha proximidad que tiene con ellos: así se halla unido al hidrógeno bajo la forma fluida en los radicales de los aceites y los ácidos; y bajo la aeriforme en las minas, constituyendo el hidrógeno carbonado, que tan perfectamente estudió Mr. Davy al inventar su linterna de seguridad en 1816.
Se halla igualmente unido al oxígeno, formando el ácido carbónico, cuyo descubrimiento debemos al Doctor Blak.
Por su contigüidad al alkalígeno le hallamos frecuentemente unido a los álkalis en la naturaleza, dando origen a la dilatada familia de los carbonates.
El lumínico fuertemente concentrado se convierte en carbono: para convencerse de esto no es necesario más que enumerar en grande las circunstancias que acompañan la formación del diamante, evidenciado como una concreción carbonosa. Solo se encuentra esta preciosa sustancia en la zona tórrida, y sus matices en las llanuras rodeadas de peñascos, que reflejan los rayos del sol y los concentran en el suelo como en el foco de un espejo ustorio. Se halla únicamente en la superficie de la tierra, o cuando más a algunos pies de profundidad, lo que prueba hasta la evidencia, que su formación es efecto de una causa exterior. Véase sobre esto el Diccion. de Hist. nat. de Mr. Patrin, art. Diamante.
Del Azoe.
Este es el nombre que dio Lavoisier al principio que forma las tres cuartas partes del aire atmosférico.
Desde que el inglés Cavendish descubrió que es la basa del ácido nítrico, se le ha llamado también nitrógeno, denominación que en el día tiene alguna preferencia.
El grado tan bajo que ocupa en la escala se opone a que se dilate hasta el lumínico, esto es, a que se inflame.
Por su concentración da origen al metalógeno; por cuyo medio tiene la naturaleza en el aire no un metal, como quería el geólogo Mr. Patrin y H. Davy, sino un medio de formarle.
Este es el importante destino que desempeña el azoe, y no una existencia pasiva, como la falta de un sistema general hacía creer. Esta explicación, unida a la del hidrógeno, nos da una idea satisfactoria de la formación de todos los álkalís y sales. Según los experimentos de Priestley los vegetales absorben el azoe: descomponen el agua que chupan, y solo se quedan con la parte hidrógeno exhalando el oxígeno. En este caso ya tenemos los elementos de los álkalis que dan por su incineración.
Finalmente, el salitre o nitrato de potasa que se forma en las paredes húmedas, y todas las sales que se forman en las aguas, nos están patentizando que es uno mismo el engendrador del agua y de los cuerpos alkalinos que contiene, con sola la diferencia, de que en el primer caso se halla unido al oxígeno, y en el segundo al azoe.
Todo lo dicho debe llamar la atención de los químicos en lo sucesivo, quienes contribuyendo con su natural sagacidad a la amplificación y solidez de este sistema, harán que la ciencia del análisis y de la síntesis se presente bajo un nuevo aspecto, y cuasi llegue a su verdadero término.
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{1} Téngase presente que el más y el menos es relativo, y de consiguiente, que un principio será dilatado respecto de A y concentrado con relación a B.
{Transcripción íntegra del texto contenido en un opúsculo de papel impreso de viii+32 páginas más una lámina y cubiertas.}