Filosofía en español 
Filosofía en español

José López de Uribe y Osma
Catedrático de Lógica y de Gramática general
en los Estudios de San Isidro de Madrid

Consideraciones generales sobre la filosofía,
su origen, sus métodos, su desarrollo histórico, y orden que debe seguirse en el estudio de las diversas partes que la componen, o sea Nociones generales de filosofía

Madrid 1843

Índice

[ Prólogo. El traductor y reformador del manual, v-xxiv ]

Nociones generales de filosofía

Artículo primero. ¿Qué se entiende por filosofía?, 1

1. La palabra filosofía se toma en diferentes sentidos por diferentes escritores, y muchas veces aun por uno mismo. 2. De esto nacen comúnmente disputas, errores y confusión. 3. Se necesita, pues, fijar el sentido de dicha palabra. 4. Para esto es necesario dar una definición. 5. Examen de cuándo se debe dar. 6. Historia de la palabra Filosofía. 7. Diferentes definiciones que se han dado; definición que adopto. 8. Incomprensibilidad de varias cosas por la razón humana. 9. Definiciones que suelen adoptar muchos escritores modernos.

Art. II. ¿Qué es explicar los fenómenos?, 31

1. Etimología de la palabra explicar. 2. Lo que es causa –lo que es principio– señalando la causa y el principio de un fenómeno se le explica. 3. El hombre aspira a ligar unas explicaciones con otras –qué es sistema– el sistema es el grado más alto de la inteligencia.

Art. III. División de la filosofía, 39

1. La filosofía ha sido dividida de muchos modos. Origen de ello. 2. División correspondiente a la definición que da Servant, y explicación de la que hace. 3. Fundamentos de otra división. 4. Exposición y explicación de la misma.

Art. IV. Utilidad e importancia de la filosofía, 52

1. Importancia de la filosofía física en la acepción más lata. 2. Ídem de la mental y moral. 3. Aun en la acepción menos lata, es la ciencia más importante.  Idea del espíritu filosófico.

Art. V. De sus relaciones con las otras ciencias, 55

1. Relaciones de la filosofía en el sentido menos lato. 2. Ídem en el más extenso – definición de lo que es ciencia.

Art. VI. Origen de la filosofía (*), 57

1. Diversidad de opiniones sobre el origen de la filosofía y de las demás ciencias. – Razones que alegan los que creen necesario elevarle a la revelación. 2. Juicio acerca de dichas razones. 3. La filosofía tiene su origen en la constitución del hombre. 4. Influjo de la curiosidad. 5. Ídem del asombro.

Art. VII. De lo que se entiende por método en todas las ciencias, y de consiguiente también en filosofía, 66

Art. VIII. De algunos métodos que suelen distinguir los filósofos, y de la inmensa importancia del método, 73

Art. IX. De los diversos métodos que se han seguido en las investigaciones filosóficas, 89

Art. X. Más sobre el método de intuición, 107

Art. XI. Carácter de las ideas filosóficas de intuición natural*, 115

Art. XII. Del método de hipótesi muy falible y de sus diversos casos, 124

Art. XIII. Del carácter de los trabajos filosóficos hechos bajo la influencia del método de hipótesi muy falible*, 142

Art. XIV. Más sobre el método de observación y experimento y definición de dicho método, 162

Art. XV. Ampliación de lo manifestado en los artículos anteriores acerca del método de las ciencias metafísicas, 188

Art. XVI. Caracteres comunes a los trabajos filosóficos hechos bajo la dirección del método de observación y experimento y a los del método de las ciencias metafísicas*, 206

Art. XVII. Breve sumario de la historia de la filosofía*, 232

Art. XVIII. De cuál es el método que debe seguirse en las investigaciones filosóficas, 254

Art. XIX. De si es posible seguir el método de observación y experimento en filosofía mental y moral, 258

Art. XX. ¿Conviene renunciar en las ciencias naturales al método de hipótesi muy falible?*, 266

1. El hombre ni debe ni puede despreciar los conocimientos meramente probables. 2. Renunciar enteramente al método de hipótesis muy falible perjudicaría muchísimo al progreso ascendente de las ciencias naturales. 3. Aun las hipótesis más irracionales han dado a veces ocasión a que se hagan grandes adelantamientos. 4. Objeción a la doctrina principal de este artículo. Respuesta.

Art. XXI. De las reglas de lógica que se deben seguir en la formación de las hipótesis, 269

Art. XXII. Del orden en que deben estudiarse las partes más principales de la filosofía*, 281

Artículo primero

¿Qué se entiende por filosofía?

1. La palabra filosofía se toma en diferentes sentidos por diferentes escritores, y muchas veces aun por uno mismo. 2. De esto nacen comúnmente disputas, errores y confusión. 3. Se necesita, pues, fijar el sentido de dicha palabra. 4. Para esto es necesario dar una definición. 5. Examen de cuándo se debe dar. 6. Historia de la palabra Filosofía. 7. Diferentes definiciones que se han dado; definición que adopto. 8. Incomprensibilidad de varias cosas por la razón humana. 9. Definiciones que suelen adoptar muchos escritores modernos.

1. Bien pronto veremos en este mismo artículo que la palabra filosofía se toma, ya por unos, ya por otros, en muchísimos sentidos; pues por desgracia apenas hay escritor algo notable de los que se han ocupado en este género de conocimientos, que no entienda por filosofía una cosa más o menos diferente de las que entienden los otros escritores principales. Por ahora bástenos saber, que hay quien entiende por filosofía una ciencia tan lata o tan grande que comprende todos los conocimientos que hay y puede haber, de modo que, tomando dicha palabra en este sentido, saber una cosa, cualquiera que sea, como por ejemplo que el agua moja, o conjugar un verbo, será saber una parte de la filosofía; al paso que otros solo llaman filosofía a una ciencia, más o menos grande también, pero siempre menos grande que la otra, y que consiste en saber o conocer las cosas de una cierta clase, o por lo menos en saberlas de cierto modo.

2. Pues ahora bien, advirtamos que el emplearse las palabras en sentidos diferentes es muy ocasionado a producir disputas, errores y confusión. Suele producir disputas, porque cuando dos hombres, hablando de un asunto, o escribiendo sobre él, hacen ciertas proposiciones, y se sirven de una misma palabra, pero uno la emplea en un sentido, y otro en otro diferente, acontece con demasiada frecuencia que, sin embargo de que las proposiciones que hayan hecho, no sean opuestas entre sí, sino diferentes{1}, ellos las tienen por opuestas, porque creen que uno y otro hablan de lo mismo, solo porque emplean la misma palabra, y fascinados o deslumbrados por esta apariencia de oposición, no tiene nada de extraño en la miserable condición humana que disputen{2}. En tal caso se arma esta especie de contienda creyendo malamente que no pueden ser verdaderas las dos proposiciones que tienen por opuestas, y que no lo son sin embargo, aunque sí dicen cosas diferentes.

Pero aún hay más, pues a veces dos o más disputantes dicen exactamente lo mismo uno que otro, y a pesar de eso disputan con suma necedad. Tal sucede cuando, lejos de estar conformes en su lenguaje, esto es, lejos de valerse de unas mismas palabras o de unos mismos signos para la expresión de unas mismas ideas, se sirven sí de unas mismas palabras, pero el uno las emplea en un sentido, y el otro en otro diferente, y además andan, por decirlo así, trocados en punto a dichos signos, de suerte que a lo que el uno llama A, el otro lo llama B, y viceversa. Entonces, aunque en la realidad tengan las mismas ideas acerca del punto de que se trate, y las expresen en efecto, y por consiguiente, bien mirado todo, digan las dos una misma cosa, es muy expuesto sin embargo a que a ellos les parezca por la indicada razón que sobre aquel mismo asunto profesan ideas, no solo diferentes, sino también opuestas, y a que fascinados o alucinados por la dicha apariencia de oposición incurran en el mismo inconveniente{3}.

También suele producir errores, porque en tales casos sucede muchas veces que fascinados por la identidad del signo o de la palabra que expresa diferentes cosas, creemos que también son idénticas las cosas diferentes por él significadas, y atribuimos a una lo que solo conviene a otra: lo cual no se puede hacer sin incurrir en un error{4}.

Por último, también suele producir confusión, porque, cuando en la serie de un discurso se usa de una palabra, una vez en un sentido, y otra u otras en otro diverso; cuando, por decirlo así, se anda jugando a pasa pasa como en un juego de manos, con su significado, el oyente, o el lector, no suele saber con claridad y prontitud en qué acepción debe tomar la palabra en cada caso particular, y esto da ocasión a que se confunda, y aun el mismo que la usa, a veces no lo sabe tampoco, y entonces también él{5} suele confundirse.

3. Siendo pues necesario emplear la palabra filosofía para decir cuál y qué es la ciencia que con dicha palabra designamos, y no tomándose esta en el mismo sentido por todos (n.° 1), nos es, si no absolutamente necesario, a lo menos muy conveniente fijar o determinar bien el sentido en que hemos de tomarla nosotros, para no exponernos a emplearla, sin saberlo, en acepciones diversas, y para evitar, en cuanto podamos, las disputas, errores y confusión que resultarían de lo contrario (n.° 2).

4. Pues ahora bien, como no es posible determinar qué hemos de entender por filosofía sin definirla, del mismo modo que no es posible decir qué se entiende por gramática castellana sin dar de dicha gramática una definición, buena a mala, y oportuna o inoportunamente (lo cual depende de que definir una cosa{6} es idéntico a exponer la idea que tenemos de ella misma en sus límites precisos, o en otros términos más claros para los principiantes, y que por ahora espero se me disimulen, y me parecen suficientes aun para los que no tengan ya una idea clara de ello, definir una cosa es decir, qué es, o manifestar las ideas principales que representa para nosotros la palabra o la expresión que la significa); síguese que una de las primeras cosas que necesitamos o que por lo menos nos convienen mucho, para proceder adelante en este estudio con el debido orden, es definir la filosofía, si no la filosofía de todos (o lo que todos entienden{7} por filosofía, porque a la verdad esto no es posible, y menos en el día de hoy), sí mi filosofía, si me es permito decirlo de este modo, o lo que yo entiendo por esta palabra.

5. No se me oculta que autores muy instruidos enseñan que, al empezar un curso de una ciencia, no se debe definir la ciencia que se proponga uno enseñar, sino reservar la definición para lo último, es decir para cuando ya se haya explicado la ciencia de que se trate; en cuya consecuencia condenan o reprueban la práctica contraria, que me he propuesta seguir, y que, según confesión de ellos mismos, está adoptada por muy buenas cabezas, y tiene a su favor la antigüedad y casi la unanimidad de votos.

Pero como no se fundan en otro argumento que este, aplicado ya a la filosofía: o una definición de esta ciencia nos la hace conocer (y entonces un tratado en seguida es perfectamente inútil), o no nos la hace conocer (y entonces el principiante que se encuentra en una ignorancia absoluta de las materias filosóficas, no puede entender la definición, y esto equivale a que no se le debe dar todavía); nada nos impide que toquemos rápidamente este especioso argumento que voy a impugnar, porque de ello espero sacar utilidad no pequeña.

Empiezo confesando que es muy frecuente abusar de las definiciones, dándoselas a los principiantes cuando todavía no pueden entenderlas, o a lo menos, todas las probabilidades persuaden que no han de entenderlas, y que el seguir semejante práctica rutinaria y antifilosófica acarrea gravísimos perjuicios a la juventud estudiosa, que manifestaré en su lugar oportuno, a saber, en la Lógica, artículo de las definiciones. Tal sucede cuando en la definición se emplean palabras que significan siempre o solo en aquella ocasión ideas que los que empiezan no tienen aún: en otros términos, cuando entran en la definición signos que los sujetos para quienes se da no han de poder entenderlos por entonces en el sentido en que en ella se emplean. Por ejemplo, decir a un niño de cinco o seis años tal vez, cuando va a empezar sus estudios de gramática castellana: la gramática castellana es el arte de hablar y de escribir correctamente las palabras de la lengua castellana, es sin duda ninguna abusar de las definiciones, es gastar el tiempo en vano y causarle tal vez graves perjuicios; porque en el caso que suponemos, el niño no sabe qué es arte, ni qué es hablar y escribir, aunque parezca lo contrario, y mucho menos qué es hablar y escribir correctamente. En todo esto convengo con los que profesan la expresada opinión; pero ninguna de estas reflexiones prueba que no se debe enseñar la definición de una ciencia hasta después que hayan estudiado la ciencia de que se trate los sujetos para quienes se dé la definición, sino esta otra doctrina muy diferente, y a la cual procuro siempre conformarme{8}, a saber: que no se debe dar todavía la definición cuando en ella hayan de entrar palabras que los principiantes no puedan por entonces entenderlas en la acepción debida. Mas cuando todas las palabras que han de entrar en la definición puedan ya ser entendidas por los sujetos para quienes se da, ya por que no expresen sino una idea común, una cosa que nadie ignora o que se entiende al instante, o ya porque antes de emplearlas o entonces mismo, se ha cuidado de dar las debidas explicaciones de su significado; entonces, no veo ningún inconveniente en que se proceda desde luego a la definición, antes bien creo y conozco que muchas veces resultan ventajas; como, por ejemplo, si lo que se define es la ciencia que se va a estudiar, resulta el bien de que se entrevea en cierto modo el blanco a que se dirige: ventaja que tiene igual importancia para el que emprende por primera vez el estudio de una ciencia, que para el viajero que se pone en camino a visitar y estudiar los monumentos de alguna población importante. Indisputable es que a un viajero, como el que supongo, le será muy útil tener formada, antes de llegar al punto a que se dirige, alguna idea de los monumentos que se proponga estudiar; y no lo es menos, a mi parecer, que esta misma razón es aplicable también a todo el que empieza el estudio de una ciencia. Aclarada esto, no será difícil contestar victoriosamente al argumento en contra, poco há presentado.

En él se dice que si una definición nos hace conocer la ciencia que queremos estudiar, entonces un tratado en seguida, si es de esa misma ciencia, es perfectamente inútil; mas para que, en el caso propuesto, fuese perfectamente inútil el tratado, sería preciso que la definición de la ciencia nos hiciese conocer perfecta o completamente la ciencia misma. Pero nadie, que yo sepa, ha pretendido que con solo saber la definición de un ramo cualquiera de los conocimientos humanos, se sepa perfectamente el mismo ramo; porque fácilmente se conoce que una cosa es saber la definición de la filosofía, por ejemplo, y otra saber la filosofía. Lo que se ha dicho es lo siguiente: una buena definición de la filosofía da una idea de lo que ella es: idea que es útil para caminar adelante (los mismos adversarios lo confiesan), y que después se aclara, se engrandece, se rectifica tal vez y se perfecciona con el tratado que viene en seguida, y el cual por lo mismo está muy lejos de ser perfectamente inútil. En efecto, hasta llegar a la perfección caben muchos grados en un conocimiento; y esta verdad incontestable no la tienen tan presente como debieran cuantos en la apariencia{9} se separan de la práctica general acerca de este punto; como tampoco advierten que la otra parte de su argumento queda también desvanecida con las reflexiones a que me ha dado lugar, y que en el fondo las he tomado de lo que ellos mismos dicen.

Queda, pues, probado que no hay inconveniente, antes bien hay ventaja, como también hay necesidad, en que definamos en este artículo lo que entendemos por filosofía; y por lo tanto voy a definirla desde luego en cuanto me sea posible, presentando antes la historia de la palabra que la designa.

6. Todos convienen en que la palabra castellana filosofía viene de la latina philosophia, y que esta procede en su origen{10} de la palabra griega filosofos, la cual es compuesta de estas dos, filos y sofos; pero aquí empieza ya la divergencia. Unos dicen que así como la palabra filos (que es un adjetivo que significa amante) es primitivamente griega; así la otra sofos (que es otro adjetivo) también es primitivamente griega, y que significa sabio, por lo que si fuera sustantivo significaría sabiduría.

Mas otros que en mi concepto tienen la razón{11}, dicen que, si bien es verdad lo que piensan los primeros de la palabra filos, no así lo que dicen de sofos; que esta palabra no significa sabio; que la palabra griega que significa sabio, es safes, no sofos; que ésta no es primitivamente griega en el sentido de originaria; que, al contrario, viene de la palabra hebrea sofah, la cual es un verbo que significa contemplar, meditar, especular en el sentido de reflexionar profundizando, y su raíz, según el filosófico diccionario de lengua hebrea del sabio filólogo Gessens, significa lo mismo que la palabra latina nituit o splenduit, es decir, brilló o resplandeció. Lo cual hace ver que traducida literalmente la expresión filósofos, que para mayor claridad consideraremos como sustantivo, si se adopta la opinión de los primeros; filósofos, y por consiguiente filosofía (sustantivo griego con otros caracteres) significó en un principio amor a la sabiduría, es decir, una afición, un deseo de investigar, de conocer, de saber, sea cual fuere el objeto del conocimiento; mas si se adopta, como en mi concepto más probable, la otra opinión, según la cual sofos viene del dicho verbo hebreo, filósofos y filosofía significó en un principio amor a la meditación profunda, a la meditación que resplandece, que produce la evidencia; y a la verdad que, cualquiera que sea la opinión que sobre este punto se adopte, el que quiera ser filósofo debe tener entendido que, sin un vivo amor a la sabiduría, y a la meditación que busca y a veces produce la evidencia, no conseguirá el serlo.

7. Pero aunque la palabra filosofía significó en un principio lo dicho en el número anterior, bien pronto, por una figura muy natural y muy frecuente, que se llama Metonimia, y consiste en nombrar una cosa que es antes con el nombre de otra que es después, o vice versa, (como cuando se pone el antecedente por el consiguiente, o este por el 1.°), pasó a significar, no ya sólo el amor a la sabiduría, o el amor a la meditación, sino la sabiduría{12} o el conocimiento, ya adquiridos a consecuencia del dicho amor.

En este sentido hablaban muchos filósofos antiguos cuando decían que la filosofía es la noticia (o conocimiento), la ciencia de las cosas divinas y humanas{13}, y de las causas en que se contienen; es decir, puesto que tomaban la frase cosas divinas y humanas en el sentido más lato posible, y que además no tenían noticia de que hubiese una revelación divina (en el sentido de una religión revelada por Dios por otro conducto que la razón), a lo cual era consiguiente no admitir una ciencia fundada especialmente en la revelación, como la teología, entendían por la palabra filosofía, la ciencia de cualquier cosa y de todas las cosas, la omnisciencia, la única ciencia, todo el árbol de los conocimientos que hay y que puede haber, no solo el tronco, ni una rama, ni varias ramas de él{14}; si bien es preciso confesar que algunas veces parecía como que reservaban el noble título de filósofos para los que procuraban dar una solución a las grandes cuestiones sobre el universo.

Pero otros filósofos menos antiguos, a consecuencia de haber vivido o vivir actualmente en otros tiempos, en que por lo común no solo hay noticia y luces de lo que llamamos revelación divina, sino que también por un efecto del progreso natural de la especie humana se sabe mucho más que antiguamente del hombre y de la naturaleza, por la cual entiendo en este lugar, el agregado, orden y disposición de los demás seres que componen el universo, exceptuado Dios y el hombre, no emplean la palabra filosofía en un sentido tan lato o tan extenso, sino en otro más reducido, aunque todavía es muy extenso. Por de contado, no comprenden en la filosofía ningún conocimiento de los que nos han venido o nos vengan solo por la revelación, estos los dejan para la teología; y además suelen distinguir para la debida claridad (aunque por decirlo así, deban hacerlo solo aparentemente, porque en realidad, como lo veremos en el n.° 8 y otras partes, todos nuestros conocimientos son de la primera clase), entre conocimientos de hechos y conocimientos de las razones (o causas, según otros) de los hechos.

Así, por ejemplo, no refieren a la filosofía el conocimiento del hecho aparente de que el sol muda todos los días el momento y el lugar de su salida; pero sí el conocimiento de la razón o causa, si se quiere decir así, por qué este hecho se verifica.

Todavía podríamos sin ningún inconveniente tomar la palabra filosofía en el sentido latísimo arriba explicado, y proceder a dividir su objeto en otras tantas partes o secciones, cuantas son las ciencias. Ningún error, ningún daño resultaría de hacerlo, con tal que resueltos una vez a tomarla en dicho sentido, siempre que la empleásemos, la empleáramos en el mismo, que si alguna vez nos servíamos de ella en sentido diferente, fuera sabiéndolo y advirtiéndolo a los demás.

Pero como esto sea difícil, porque el uso común, y aun el vulgar, la toma en el sentido menos lato de los dos ya explicados, y fácilmente podríamos acomodarnos alguna vez, sin advertirlo, a este mismo uso, lo cual sería lo mismo que emplearla, sin saberlo, en sentidos diferentes, y de aquí podrían resultar disputas, errores y confusión (n.° 2), prefiero, de dichos dos sentidos, tomarla en el menos extenso, diciendo en su virtud que es la ciencia de la razón de las cosas por solo la luz natural; y en efecto, en esta introducción titulada Nociones generales, esto entiendo por filosofía conformándome con el uso común{15} por las razones indicadas, y otras más que manifestaré bien luego.

8. Pero aun segregados para la teología los conocimientos que nos vienen de la revelación, y aun contando con la división, arriba dicha, de los conocimientos que (repito) no es más que aparente, queda todavía siendo tan grande el objeto que la filosofía se propone estudiar, que si esta ciencia correspondiera en grandeza a su objeto, sería inmensa; pues, además de que el mismo Dios en cuanto podemos llegar a conocerle por la razón natural, es objeto de la filosofía, esta, si hubiese llegado a su perfección absoluta (de lo cual dista muchísimo aun y distará siempre aunque menos) debería proporcionarnos, además de otras cosas, la explicación de todos los fenómenos, es decir, de todos los hechos, ya ordinarios, ya extraordinarios que puede observar el hombre{16}, y aun también la de infinitos hechos naturales que no caen bajo nuestra observación y de que por lo mismo no tenemos idea ni son fenómenos. Mas por desgracia no solo no explica la filosofía todos los hechos observables (hablemos solo de ellos), sino que no puede hacerlo, por ser limitada la razón humana, y haber cosas superiores a su alcance.

Tales son, entre otras que iremos viendo, las esencias íntimas y primarias de la mayor parte de las cosas{17} (es decir, el por qué tienen las propiedades que tienen), como también, y a mi parecer solo por lo mismo la razón, por qué las causas producen sus efectos, e igualmente los hechos verdaderamente primeros, la naturaleza de las fuerzas, y su modo de obrar, por lo menos, en muchas ocasiones.

Digo que la mayor parte de las esencias íntimas y primarias son superiores al alcance de nuestra razón, porque si se trata de cosas que no deban su existencia a un acto de nuestra mente (y estas son las más), aunque podamos descubrir en ellas, en fuerza de estudiarlas, si caen bajo nuestra observación, muchas propiedades y cualidades que nos eran antes desconocidas; empero nunca podemos llegar a saber por qué las tienen, ni lo que son en sí mismas las cosas de esta especie, aunque nos es dado a veces saber lo que son muchas de ellas con relación a nosotros.

Lo mismo sucede con respecto a la razón (sin llegar a la voluntad de Dios, única causa primera, causa incausada), porque las causas producen sus efectos{18}; pues, como lo observa Baldinoti bastante bien en el fondo; aunque en mi concepto con varias inexactitudes (introducción a su Lógica, n.° 68 y sig.), si bien el hombre ve efectos, a los cuales siguen otros efectos, y de estos se pueden inferir otros, no penetra la razón por qué las causas tienen el poder de producirlos, cada una de su especie, y menos aún, si es que cabe menos, el primer hecho que es la verdadera causa, o por lo menos la causa principal de cuantos emanen de él necesariamente, pues por verdadera causa (que no es lo mismo que causa verdadera) entiendo la razón del poder y modo de obrar del ser que obra, o por lo menos, parece obrar con actividad propia, esto es, del ser cuya acción productora del efecto, no se excita visiblemente en él mismo por otra cosa diversa de él, sino que la acción nace de él{19}. Efectivamente, lo que solemos llamar causa (y que bajo cierto punto de vista en realidad lo es, pero causa de orden muy inferior, que para distinguirla de la otra que es también segunda, llamaré segunda secundaria o simplemente secundaria) es efecto mirado por otra cara, por cuya razón he dicho antes que todos nuestros conocimientos son de hecho{20}.

El hombre ve hechos o fenómenos en un cierto orden, 1.°, 2.°, 3.°, 4.°, &c.; el secundo le explica por el primero, el tercero por el segundo, y el cuarto por el tercero: de modo que el segundo es efecto del primero y causa del tercero; el tercero a su vez es efecto del segundo, y causa del cuarto, y así respectivamente; que es lo mismo que han dicho otros filósofos profundos en los siguientes términos a propósito para quedar grabados en la memoria: los hechos tienen dos caras, por la de adelante son efectos, y causas por la de atrás. Lo cual quiere decir, que como no tenemos otro modo de explicar los hechos que presentarlos como efecto de otros anteriores, al fin, subiendo de un hecho a otro hecho, y de este a otro; hemos de llegar, más tarde o más temprano, a un último hecho o sea el primero con que están enlazados los demás que hayamos recorrido al subir; y a este último hecho, o bien primero, si verdaderamente lo es en sí mismo, y no porque sin serlo nos acomode tenerle como tal, por lo mismo que es primero, no lo podremos explicar por otro anterior.

También es verdad lo que he dicho acerca de las fuerzas. Todos los verdaderos filósofos saben que, como el hombre presencia hechos, y todo hecho supone un haciente, es decir una cosa que obra, y que por lo mismo está dotada de la fuerza necesaria para obrar, naturalmente concibe idea de las fuerzas; naturalmente habla también de ellas; naturalmente las mira, ya como sustancia, ya como modificación; naturalmente las califica y clasifica por la calidad y clase de las acciones en que se traslucen oscuramente; y por último mide también la intensión o cantidad de las fuerzas por la cantidad o intensión de las acciones que son sus efectos. Pero el hombre no sabe, ni puede saber por la razón sola, qué son las fuerzas en sí mismas, si existían antes que los seres en que se manifiestan, o han resultado después; tampoco sabe si los seres, bien sean espíritus (exceptuado Dios), bien sean cuerpos, pero más especialmente cuando son cuerpos, tienen las fuerzas en sí mismos, o este agente misterioso, o actividad misteriosa solo pasa por ellos viniendo de otra parte: sobre estos y otros puntos, bases de las ciencias naturales y aun de algunas otras, podemos hacer suposiciones, pero no saberlos{21}.

No olvidemos pues que la filosofía, ni aun concebida como ciencia que se propone explicar las cosas naturales señalando su razón por la luz natural, no puede conseguir su objeto entero, solo puede alcanzarle en parte.

9. Acaso por esto mismo, y por la imposibilidad de que así concebida la filosofía, pueda un hombre solo abarcarla en todas sus partes, y tratarlas convenientemente, se hayan movido muchos filósofos a emplear la palabra filosofía, o su equivalente en otras lenguas, en un sentido menos lato aun que el de ciencia de la razón &c., y muchísimo menos que el de omnisciencia; y si han sido estos efectivamente los motivos que los han determinado, creo que se han hecho una ilusión, porque, de cualquier modo que se conciba a la filosofía, con tal que se conserve la idea principal que con el nombre de ella se ha expresado y se expresa, siempre quedarán en pie los dichos inconvenientes; el primero, en toda su fuerza (porque es común a todas las ciencias en el hombre), y el segundo, ligeramente atenuado.

Y no se diga que semejante novedad acarrea para la filosofía las ventajas que se derivan de la subdivisión del trabajo, porque prescindiendo de otras razones, es claro que el continuar entendiendo por filosofía, como comúnmente se entiende y se ha entendido hace muchos siglos, la dicha ciencia de la razón (y solo así puede haber{22} con la distinción debida, o poco menos, filosofía física que, en su lenguaje corriente, todos suponen admitida) no se oponía ni se ha opuesto nunca a que en ella se introdujese, como de hecho se ha verificado, y se verifica por necesidad, la subdivisión del trabajo; esto es, no se oponía a que unos se encargaran de una parte, y otros de otras.

Pero sea de esto lo que fuere, es indudable que se ha creído por algunos, hace ya mucho tiempo, que la filosofía entera consiste en conocerse uno a sí mismo, para lo cual preciso es conocer al hombre. Esta idea de lo que es la filosofía, la presentó ya el oráculo de Delfos con el nosce te ipsum, conócete a tí mismo, que efectivamente debe tener muy en cuenta la dicha ciencia, porque el conocimiento del hombre considerado en su principio anímico, o en su alma, esto es, considerado, no en lo que tenemos de común con los animales y más seres de este globo terráqueo y otras partes, sino en aquello noble y principalísimo que indisputablemente nos distingue de los demás seres de la tierra, aun dado que estos también tuviesen alma, es el primer objeto que debe proponerse, aunque en mi dictamen no se debe considerar como único.

Mas sin embargo, como los escritores modernos suelen conformarse con el oráculo de Delfos, y limitan la filosofía, sin que por eso deje de ser inmensa, al estudio del hombre, ya considerado de un modo, ya de otro, según las ideas de cada uno, pero siempre sin confundir la anatomía y más ciencias médicas (que se versan principalmente sobre el cuerpo humano, con la filosofía, que estudia principalmente el alma); el autor de este Manual entiende por filosofía un tratado de las propiedades de la alma, y más particularmente de su actividad o facultades, consideradas en su naturaleza, en los medios de arreglar el ejercicio de las mismas, y en sus efectos más notables, que son la inteligencia, y la moralidad, esto es, una ciencia que trata de la inteligencia y moralidad del hombre, investigando principalmente cómo se producen los conocimientos, cuáles son sus diversas clases más generales, en qué orden se adquieren con respecto a las mismas, esto es, cuál es la clase de conocimientos que se adquieren primero, y cuáles después; qué reglas hay para hallar a para enseñar a otro la verdad; qué condiciones particulares exige la formación de algunas ideas; y por último, cuál es la razón de que tengamos deberes que cumplir, y cuáles son, con los medios de cumplirlos, que son los de conseguir la felicidad, fundándose para todo esto y para lo demás que enseña en las propiedades de nuestra alma, y alguna vez también en las de Dios y en las de los demás objetos, pero es por el influjo que ejercen o pueden ejercer en nosotros.

Se ve, pues, que sin embargo de que aun así es inacabable la filosofía, como todas las ciencias, y ella, si cabe decirlo así, más que las otras, pues no se puede estudiar completamente al hombre bajo dicho aspecto sin estudiar por entero lo que pasa en el interior del hombre mismo, quiero decir en su conciencia, la cual es inmensurable{23}; con todo, así entendida, viene a ser menor su objeto, pues quedan fuera de él (no solo fuera de la ciencia, que esto siempre habría de suceder) muchas cosas superiores al alcance de nuestro entendimiento; tanto las esencias íntimas &c. (n.° ant.) como los muchísimos hechos y cosas que no son fenómenos, porque no caen bajo nuestra observación; por ejemplo, innumerables hechos que pasan en lo interior de nuestro globo algunas leguas debajo del punto que pisamos, y en otras partes, o mejor dicho, en todas, aun en los lugares que están a nuestra vista.

Terminaré ya este largo artículo diciendo que otros escritores muy apreciables toman la palabra filosofía en otros sentidos, algunos de ellos menos extensos{24}; y que por filosofía se entiende en toda esta obra, a excepción de esta parte Nociones generales, el dicho tratado de las propiedades de la alma en los términos ya explicados.

——

{1} Aquí y siempre entiendo por proposiciones opuestas y por proposiciones diferentes lo que creo que debo entender, y más especialmente al principio de una obra elemental, es decir, entiendo lo que significan estas expresiones según el Diccionario de la lengua. Proposiciones diferentes, las que expresan pensamientos diferentes, o si a alguno no le parece bien así, las que expresan pensamientos diversos o distintos, como, por ejemplo, estas: el sol es hermoso, el sol calienta mucho en Andalucía. De estas proposiciones, aunque las coloquemos una en frente de otra, es decir, aunque las opongamos, no decimos ya en el castellano vulgar que son opuestas, y la razón es que las dos son, y por consiguiente, pueden ser, verdaderas. La etimología es utilísima pero muchas veces las palabras significan ya una cosa diversa de la que indica su origen etimológico que significaron en un principio, y a veces muy después.

Llamamos opuestas a las proposiciones cuando tienen entre sí oposición, es decir, cuando tienen repugnancia una con otra (contrariedad o contradicción), de suerte que siendo opuestas, no es posible que las dos sean verdaderas. Ejemplo de opuestas, las siguientes: todo bien es agradable, cierto bien no es agradable: o estas otras, Cicerón fue sabio en tal género de conocimientos, Cicerón no lo fue en ese mismo género (esta oposición es de contradicción): o por fin las siguientes: toda ciencia es útil, ninguna ciencia es útil (esta oposición es de contrariedad).

Por lo demás bien sé qué es lo que entienden por proposiciones opuestas otros autores, y las diversas clases que hacen, y lo demás que dicen: pero ni es de este lugar el exponerlo, ni debo suponer instruidos en ello a los que empiecen sus estudios de filosofía por este libro.

{2} Sirva de ejemplo lo siguiente que tomo de la lógica de Servant Beauvais. Figurémonos que tratándose de lo que probablemente hará un sujeto, dice uno: “ese hombre tiene demasiada chispa para hacer necedades”: y que otro, admirado de que se presente como razón de que no hará necedades la circunstancia de tener chispa, le contesta: “pues precisamente porque la tiene, es capaz de hacer muchas”: claramente se ve en este ejemplo que si disputan, como es fácil, los interlocutores que suponemos en él, lo que dará ocasión a la disputa es que la palabra chispa no significa lo mismo para cada uno de ellos. Para el primero, significa cierta especie de ingenio y agudeza, de travesura: en una palabra, cierta disposición mental aventajada; el segundo entiende por chispa cierta cosa vergonzosa, cierto grado de embriaguez. Los dos tienen razón en lo que dicen, pues aunque son diferentes los pensamientos que expresan, no son opuestos. Luego es útil fijar el significado de las palabras para prevenir o cortar las disputas.

Las obras jocosas de nuestro grande escritor Quevedo se pueden considerar como un tesoro de ejemplos de esta especie; y la lectura de los libros y el trato de gentes harán conocer a los jóvenes que una gran parte de las disputas de los hombres, y acaso la mayor, nacen de esta fuente.

{3} Por ejemplo, Pedro y Antonio conocen igualmente las letras de nuestro alfabeto, y las llaman del mismo modo, esto es, se hallan conformes en el lenguaje para designarlas, y por lo tanto uno y otro llaman a este carácter: M, eme, y a este otro: N, ene. Si suponemos además que también entienden del mismo modo (por ejemplo, como nosotros), estas palabras de la lengua castellana: el, carácter, se, compone, de, mayor, número, palos, que,  no podremos concebir que en tales supuestos disputen Pedro y Antonio acerca de cuál de dichos dos caracteres se compone de mayor número de palos. El carácter M (dirán uno y otro) se compone de mayor numero de palos que el carácter N; y como en tal caso, no solo dirán lo mismo en la realidad, sino que también aparecerá clara y fácilmente que lo dicen (lo cual depende en parte de que uno y otro emplean entonces las mismas expresiones en el mismo sentido) no es posible que en tal hipótesi disputen sobre dicho asunto.

Pero si suponemos este mismo caso con solo la diferencia de que Antonio llama ene al carácter que Pedro llama y debe llamar eme, para conformarse con el uso, y viceversa, llama eme al que el otro, siguiendo el uso, supremo legislador en punto a lenguaje, designa con la palabra ene, tendremos en tal caso que será muy fácil que disputen. Pedro dirá: “el carácter representado por esta palabra eme se compone de mayor número de palos que el representado por esta otra: ene.” Pero Antonio dirá a su vez: “No es de esos dos el representado por el sonido eme el carácter que se compone de mayor número de palos, sino el otro”: y he aquí armada ya la disputa si antes no llegan a conocer los dos, o alguno de ellos, que uno y otro tienen razón en lo que dicen, y que está tan lejos de ser opuesto lo que afirma el uno a lo que afirma el otro, que ni aun dicen cosas diferentes, pues en rigor los dos dicen lo mismo, sin más diferencia en cuanto a eso que el tomar las palabras eme y ene en sentido diferente, el uno con respecto al otro, y andar, como he dicho antes, trocados en cuanto a esta parte del lenguaje. Ahora bien, generalizada esta observación, como es muy fácil hacerlo, resulta la doctrina que expongo en el párrafo a que se refiere esta nota.

{4} Sirva de ejemplo el siguiente sofisma, o sea argumento aparente con que se quiere defender o persuadir lo que es falso, como dice el Diccionario de la Lengua en algunas ediciones: Un buen ministro es la columna del estado; es así que una calumnia suele ser un gran zoquete de piedra, luego un buen ministro suele ser un gran zoquete de piedra.

Fácilmente se conoce que si alguno raciocinara o discurriera así, incurriría en un error; y la causa, o mejor dicho, lo que daría ocasión a este error, sería que en la 1.ª proposición: un buen ministro es la columna del estado, tomaba la palabra columna en el sentido metafórico, pues en ella no significa columna una especie de pilar redondo, siempre o por lo común, que sirve para sostener o adornar algún edificio, sino la persona que sirve de apoyo al estado, y que en esta parte es semejante a las columnas propiamente tales que también suelen servir de apoyo, al paso que en la 2.ª es así que una columna suele ser un gran zoquete de piedra, la tomaba como es fácil conocerlo, en el sentido literal, o propio, o primitivo, o como quiera decirse.

En el dicho sofisma que suele llamar la atención de los jóvenes, está muy claro el artificio falaz, pero en otros, está más oculto, más embozado.

{5} Ejemplo que vale por muchos. En una égloga de nuestro poeta Valbuena, y poeta de grandísimo talento, hablan dos pastores llamados Rosanio y Beraldo, y dice:

Rosanio. Unos arcos y venas van parejas = por la blanca azucena, = que te parecerán oro escarchado; = mas mirando las cejas = y la frente serena = donde tu paraíso está cifrado, = verás,  no oro escarchado con el hielo, = mas dos arcos de gloria en solo un cielo.

Responde Beraldo = Si hay dos arcos de gloria en solo un cielo, = serán, pastora mía, = los dos arcos triunfales de tus ojos = con que amor tira al suelo = saetas de alegría.

En cuatro sentidos diferentes está usada la palabra arco en estos versos horriblemente oscuros, aunque no tanto como otros de la misma clase que podrían ponerse. En el primer verso significa unas cejas que las llama así, porque se asemejan a una porción de cierta línea curva; mas en los otros significa otras cosas, ya ciertos monumentos erigidos en honor de los triunfadores, ya el arco iris, ya por fin el instrumento con que se lanzan las flechas.

El mismo efecto resulta más o menos siempre que en un mismo período se emplean las palabras en diferentes sentidos.

{6} Por ahora debo limitarme a estas nociones generales; otra cosa es al tratar de este punto en la lógica.

{7} Tratando Laromiguière de este punto: ¿qué es metafísica?; después de observar que con esta pregunta se manifiesta el deseo de saber cuál es la idea, objeto, o cosa que en la mente o fuera de la mente, corresponde a dicha palabra; dice (Lec. 11.ª p. 266, quinta edición): «Si lo que se me preguntara, fuese qué es un ser de aquellos cuyas cualidades caen bajo los sentidos, por ejemplo, qué es manzano, qué es puente &c., podría responder” (y yo añado según lo que se entienda por definición; y como este punto que toco, es muy hondo, y no entra en el objeto que me propongo ahora, prescindo de él, contentándome con remitir a quien quiera saber por qué digo esto, a las obras en que se enseña la doctrina de Kant.)

Laromiguière continúa diciendo: “También podría dar una respuesta si se me preguntara qué es la alma o alguna de sus facultades, qué es Dios o alguno de sus atributos porque al cabo entendería la pregunta.”

“También la entendería si se me preguntara qué es la meta física de Platón, o de Aristóteles, o de Descartes, o de Locke: y por último, después de hacer estas observaciones, juiciosas y claras como generalmente le sucede, hace otra que se reduce a decir que si los escritores de metafísica se hubiesen convenido en imponer este nombre a algún objetó, a alguna idea o a alguna reunión de ideas, bastaría, para poder responder a la expresada pregunta, recordar el objeto que hubieran convenido en llamar así: pero como no se ha hecho hasta ahora semejante convenio, no es posible responder a tal pregunta. Lo que queda dicho de la metafísica, aplíquese ahora a la filosofía y demás cosas por el estilo que se hallen en el mismo caso.

{8} Puede observarse en mis adiciones a este Manual, y en mis demás escritos, que las definiciones que doy, casi todas están hacia la mitad, o hacia el fin de los artículos; si alguna hay al principio, es porque entonces no hay inconveniente en darla desde luego, por alguna de las razones que manifiesto en este párrafo.

{9} Digo en la apariencia, porque realmente dan una definición de la filosofía a renglón seguido de decir que por entonces no quieren definirla; y aun muchas veces, antes de decir que no la definirán hasta lo último, ya tienen dadas, no una, sino media docena de definiciones, que por lo general son malas, o están dadas sin la debida preparación, porque es consiguiente, a su modo de ver en este punto, descuidarse en las primeras, y reservar la buena, o la que tienen por tal para lo último.

En la primera edición hice ver en un ejemplo la exactitud de estas observaciones. (Tom. 1.°, p. 342.)

{10} Efectivamente, el sustantivo que equivale en griego a filosofía, le formaron después que el adjetivo filosofos.

{11} Reproduciremos en esta segunda edición el diálogo entre Kant y M. Hasse que pusimos en la primera, tomado del Globo de 23 de febrero de 1830.

Kant había hablado a sus conocidos de la mucha dificultad que había hallado en determinar con precisión la idea propia de lo que es filosofía.

—M. Hasse ¡Con que no están acordes los filósofos acerca de lo que propiamente es la filosofía!

—Kant ¿Cómo lo han de estar si todavía disputan si hay filosofía?

Pues ello es que existen las palabras, filosofía y filósofos, y que estas palabras alguna idea deben expresar. Y puesto que los griegos debían unir una cierta idea a estas palabras sofos y sofía, cuál era esta idea es lo que convendría investigar: tanto más, cuanto que los antiguos expresaban, o pensaban expresar con palabras, la esencia de las cosas.

—Sí; pero en esto la etimología no sirve de una gran cosa, pues todo viene a parar en σοφος, sofos. Σοφος, sofos, es el sapiens de los latinos, philosophia est studium sapientiae, como dice Cicerón, y nada más.

—Perdone vd.: sapiens es la traducción del griego σαφες, safes, y no de σοφος, sofos: resta saber lo que sofos (el original dice safes) quiere decir. Nosotros los Alemanes hemos llamado filósofo (weisser) al que sabe mucho (der viel weiss). Pero este es el sabio en el sentido de hombre de mucho saber: no es el filósofo en el sentido griego; y cuando Cicerón explica la sapientia, hace una definición de cosa, como él mismo lo dice, definición que no nos explica la palabra sapientia.

—Pues bien ¿sabe vd. otra cosa mejor?

—Permítame vd.: los griegos no eran genios inventores: no habían inventado la filosofía: la habían recibido, y la habían recibido grande ya. Luego lo que conviene investigar, es de qué nación habían recibido la cosa filosofía, y por consiguiente la palabra que la significa, y cuál era en la nación incógnita el sentido primitivo de dicha palabra.

—No pudo ser de otros que de los Egipcios o de los Fenicios.

—En Copto y en Egipcio, filosofía no es una palabra primitiva, su raíz es fenicia y hebraica.

—Pues entonces preciso es que los Griegos fuesen los que llevaran a aquellos pueblos la dicha palabra: porque ni los Fenicios, ni los Hebreos eran filósofos.

—Mas sin embargo, ellos tienen la palabra en cuestión, y ruego a vd. considere que no es de las comarcas vecinas, ni del Egipto, de donde nos ha venido el conocimiento de la idea de Dios, conocimiento que... prueba ciertamente una cultura filosófica muy elevada. Además la cronología se opone a que la palabra σοφος, sofos, haya ido de la Grecia al Oriente; porque los Hebreos llamaban filósofos (sofihm) a sus profetas en una época en que los Griegos apenas cultivaban las ciencias: y Sanchoniaton habla de sofah semin, es decir, de filósofos celestes en un tiempo en que los Griegos no tenían aun existencia nacional y comían la bellota autóctona.

—Y ¿qué significa esa palabra hebrea?

—En hebreo el verbo sofah significa speculari, contemplar, meditar, especular. El adjetivo sofeh, σοφος, sofos de los griegos, un especulador, y el sustantivo sofiah, especulación.

—Esa etimología da razón muy bien de la idea fundamental de la filosofía. Y ¿no quiere vd. desenvolverla más, y darla a la república de las letras?

—No señor, porque temo que si la diera no verían en ello más que sutilezas y bagatelas de palabras.

—Pues yo no tengo por inútiles semejantes investigaciones.

{12} Los que piensan que sofos significa sabio, suelen decir que antiguamente se llamaban sofos, es decir, sabios, los que de muchos siglos a esta parte se denominan filósofos; y que el inventor de este nombre fue Pitágoras, el cual, habiéndole preguntado el rey Leoncio si era sofos, creyó que habría habido poca modestia en contestarle que sí, porque era lo mismo que decirse sabio: por cuya razón le respondió que no era sofos, sino filosofos, esto es, amante de la sabiduría.

De todos modos, con esto se puede hacer ver que la palabra griega filos-sofias, derivada del adjetivo filos-sofos, significó a muy luego de ser inventada, sabiduría, y no amor, puesto que el mismo Pitágoras enseñó filosofía que designaba con el dicho nombre sustantivo; y si enseñó filosofía, enseñó ciencia, sabiduría, no lo otro que propiamente no puede enseñarse.

{13} Entre las varias definiciones que daba Platón de la filosofía, a la cual hizo tantos servicios, la arriba expresada era una de ellas, según lo que resulta dicho por Ammonio Saccas, en la Isagoge (introducción) de Porfirio.

Cicerón la adopta también literalmente en su apreciable obra de Off. lib. 2° casi al principio, atribuyéndosela a los filósofos antiguos.

Aun los jurisconsultos romanos la aprobaron también; y no por otra rasen, y por su deseo de que también a ellos se les tuviese por filósofos (según lo observa Heinecio en sus Recitaciones de derecho Romano), definían la jurisprudencia en estos términos: noticia de las cosas divinas y humanas, ciencia de lo justo y de lo injusto.

Por último, no la entendía en sentido menos lato Aristóteles cuando definía la filosofía contemplativa, diciendo que era la ciencia de la verdad (Metaph. II, c. 1.): lo cual no quiere decir, como ha creído alguno poco há, que Aristóteles entendía por filosofía, poco más o menos, una ciencia que nos enseña a descubrir por la razón natural todas las verdades que están a nuestro alcance. La ciencia que esto hace es la lógica; y Aristóteles no incurrió en esta confusión de la lógica con la filosofía, de la parte con el todo: cuando dijo ciencia de la verdad, fue lo mismo que si dijera ciencia de todas las verdades.

{14} Y no es extraño que así lo hicieran, porque en rigor la ciencia es una, como es uno el universo; no hay más que una ciencia, porque tampoco hay más de un universo.

Sin embargo, se han distinguido y distinguimos diferentes ciencias; porque se ha visto que son innumerables los conocimientos comprendidos en la ciencia universal, y que era imposible que un hombre solo, por grande que fuese su aplicación y su talento, pudiera ni con mucho, adquirir la décima parte, no digo de todos, pero ni aun de los que se pueden conseguir. Por esto se ha dividido en muchas y diferentes partes: unos nos dedicamos a unas, otros a otras, y así adelantan todas; como unos menestrales o artesanos se dedican a un oficio, otros a otros, y así adelantan todos los oficios.

Mas en los tiempos de que hablamos, como todavía no era mucho lo que se sabía, o a lo menos estaba muy lejos de ser tanto como ahora, no sentían en el grado que nosotros la necesidad de dividir la ciencia en porciones de ella, que también llamamos ciencias en cierto caso.

{15} Esta misma idea la presenta Laromiguière, entre otros innumerables, en algunos parajes de su obra ya citada. También viene a decir lo mismo en otros términos Tomás Reid (Ensayo, c. 6.°, p. 133, t. 3.°), y aun el lenguaje vulgar y corriente de la conversación más ordinaria la ha adoptado también, puesto que no se dice, porque uno sepa, por ejemplo, que hay flujo y reflujo en el mar, que tiene un conocimiento filosófico, o una idea que forma parte de la filosofía, sino que eso se dice cuando sabe la razón o causa del flujo y reflujo, o la del hecho de que se trate, y esto cualquiera que sea la especie del hecho: bien sea físico, como el que me ha servido de ejemplo, bien sea intelectual, como este: la idea de una cosa suele despertar en nosotros la idea de otra; o bien sea moral, como este otro: cuando nos dice la conciencia que hemos hecho lo que debíamos, tenemos en ello una satisfacción.

Citar más autores para este punto sería una bobada, y exponerse a pasar por pedante. Solo pondré el siguiente pasaje de Jacquier, pero le pondré para otros fines que se pueden adivinar fácilmente. Da casi la misma idea de la filosofía que yo, diciendo que es el conocimiento verdadero, cierto y evidente, de las cosas naturales por sus causas: y añade en latín, que a veces traduciré libremente: “Digo que es el conocimiento verdadero, o conforme a las cosas mismas, para diferenciarla del error; cierto, para distinguirla de la opinión o del conocimiento probable, que por lo mismo que es opinión o probable, lleva siempre algún peligro de errar, mayor o menor; evidente, para que no se la confunda con la fe, la cual lleva consigo oscuridad; de las cosas naturales, esto es de las que se pueden conocer por la razón natural sin ninguna revelación, para diferenciarla de la sagrada Teología: y por último, por sus causas, esto es, por las razones a las cuales se debe que se entienda por qué las cosas son o pueden ser.” Después viene a enseñar en sustancia que con esto se ve que el conocimiento filosófico es diferente del histórico y del matemático. El conocimiento histórico consiste en saber solo el hecho: el matemático en saber la cantidad y proporción: mas el filosófico pasa más adelante, pues añade el por qué. Por ejemplo, todo el que sepa que el calor del sol al mediodía unas veces es mayor otras menor, ese tiene en esta parte un conocimiento histórico; el que sabe cuánto calor hace hoy, o si el de hoy es mayor que el de ayer, ese tiene un conocimiento matemático; mas el que sepa de qué depende que el calor sea mayor o sea menor, ese tiene un conocimiento filosófico.

{16} Fenómeno, del griego φαινομαι (fénomé, aparezco). Todo hecho natural, dice Renaud, desde que atrae la atención del observador, recibe el nombre de fenómeno. Así, aun el trecho más indiferente llega a ser un fenómeno, desde que se investigan sus circunstancias, y sobre todo desde que nos proponemos subir a su principio. (Fis. elem. p. 165).

Y como el hombre puede observar hechos físicos, morales e intelectuales (véase la nota anterior), resulta que hay estas mismas tres clases de fenómenos.

{17} El entendimiento humano no puede comprender, por ejemplo, por qué el agua moja, el fuego quema, las puntas metálicas y la seda mojada atraen los rayos, la seda seca los repele &c., y este por qué es lo que muchos de los metafísicos, tan injustamente reprendidos a veces por la ignorancia y por el saber superficial, llaman esencia íntima y primaria de las cosas, la cual la mayor parte de las veces es superior a las fuerzas de nuestra razón. Acerca de este punto de alto interés, porque de él se hacen aplicaciones con mucha frecuencia, dice Baldinoti lo siguiente en la nota segunda al número 68 de la introducción a su Lógica.

«Todas las cosas tienen su cierto ser, y se diferencian mucho entre sí; debe de haber, pues, de esta diferencia una razón por la cual son lo que son. Esta razón se llama esencia primaria, o real, como quiere llamarla Locke: y consiste en el interno temperamento o calidad del sujeto de que constan las cosas, y en su hábito o estructura que varía según la índole de las cosas mismas. No podemos conseguir el conocimiento de las esencias primarias, ni tenemos ningún medio proporcionado para conseguirle. Los sentidos no nos sirven para ello, porque no penetran lo íntimo de las rosas: ni tampoco la reflexión, porque la reflexión necesita del auxilio de las sentidos. Sin embargo, lo que dejo dicho debe entenderse de las cosas sensibles que existen fuera de nuestra mente; pues, por lo que hace a los entes que se forman por la reflexión, como los entes matemáticos, y las demás obras del arte y de la mente, podemos percibir su esencia primaria.

«Porque esta esencia primaria se nos oculta tanto, algunos filósofos ni siquiera tuvieron la menor idea de ella, y formaron toda la esencia de uno o más atributos. Los modernos con Locke tienen solo por esencia secundaria o nominal, la colección de atributos. Eu lo cual soy de opinión que se debe llamar secundaria solo, y no nominal, para que no parezca que se confunde con los nombres la colección de atributos, como si realmente no existiese. A la verdad, algunos piensan, y acaso con razón, que Locke creía que las esencias llamadas por él nominales, eran una ficción arbitraria. Véase a Locke, lib. 3.° cap. 3.° y 6.°; a Leibnitz, Nuevo Ensayo ibídem; y a Condillac, Arte de raciocinar lib. 1.° cap. 3.°

{18} Fácil en conocer que el ser dicha razón superior al alcance de nuestro entendimiento, está ligado con lo que queda dicho de la esencia íntima. Esta esencia es la razón por qué las cosas son lo que son; y en esta razón está evidentemente comprendido a mi parecer (que veo no es como el de otros), por qué las causas producen sus efectos.

{19} Pongamos un ejemplo que probablemente será bien necesario para los principiantes. Un hombre juega al billar: quiere poner en un cierto movimiento las bolas (he aquí ya un hecho, notémosle con un número) 1° A consecuencia de su volición o acto de su voluntad, muévense ciertas partes y miembros de su cuerpo, y con ellos el taco (consideremos todo esto como un solo hecho). 2.° Movido el taco con cierta fuerza, y descargando sobre la bola 1.ª, se pone esta en movimiento. 3.° La bola puesta ya en movimiento, da en otra, y esta otra se mueve también. 4.° detengámonos aquí. – La verdadera causa de los tras hechos últimos, es o parece ser la acción de la alma del hombre que suponemos sobre los miembros de su cuerpo. Decimos, es verdad, y con razón para ello, que el 2.° hecho es causa del 3.°, y que este lo es del 4.°; pero sin embargo, no son las verdaderas causas, porque la acción del taco sobre la bola 1.ª y la acción de esta sobre la 2.ª se han excitado en sus respectivos sujetos por una cosa diversa da ellos: la verdadera causa segunda, la última razón en este caso es como ya he dicho, la acción de la alma sobre los músculos, la cual suponemos, y con razón, que nace del alma. Mas ¿por qué y cómo tiene la alma el poder de obrar y obra sobre los músculos? El que lo sepa, que lo diga.

Lo mismo sucede en los demás casos de que trato aquí: muchas personas, muy instruidas algunas, creen que entienden las verdaderas causas segundas, las primarias: pero se hacen una ilusión. Así es que el gran físico Newton decía que él ignoraba la causa de la atracción; pero en mi concepto hubiera sido mejor que dijera: ignoro por qué cierta causa produce el efecto de atraer, y no otro: por ejemplo, el de repeler: ignoro por qué las causas producen sus efectos, y no es extraño por qué las propiedades son causas, e ignoro por qué las cosas tienen las propiedades que tienen, como ignoro otras muchos puntos. Véase el cap. 7.° de la lógica de nuestro Viegas.

{20} Véase la nota anterior. También puede consultarse el dicurso preliminar de la Enciclopedia de D'Alembert, y los Elementos de Filosofía del mismo escritor que están muy lejos de ser, como algunos creen, de lo más malo.

{21} Puede consultarse con mucho fruto entre otras muchas obras el curso de filosofía (especialmente la lección 2.ª) del profesor alemán Ahrens, que tengo traducido casi del todo hace ya dos años, y que probablemente no tardaré a publicar. Baldinoti hablando de que se nos oculta la naturaleza de las fuerzas, dice, “tanto lo ha ocultado la naturaleza, que todavía disputan los filósofos si las fuerzas son un quid mecánico o de otra clase sui generis, plantado o metido en las cosas, o si son un quid nacido de la naturaleza de ellas (de las cosas): también preguntan si en la acción de las fuerzas pasa, o no, algo real al sujeto en que se ejecuta la acción; si se dan fuerzas a las cosas creadas, especialmente fuerzas motrices; si obran siempre, o cesan; y finalmente si hay o no un cierto principio arqueo (dominador) y alma del mundo que todo lo mueva y vivifique. (lugar cit. n.° 73.)

{22} No ignoro que cualquiera que sea el sentido en que se tome la palabra filosofía, si se conserva la idea principal, como ya he dicho, siempre resultará que una parte de la filosofía es física; porque estudiando la alma humana, siempre se harán, o por lo menos se podrán y deberán hacer consideraciones generales sobre la naturaleza y aun sobre una parte de ella, aunque no sea más que para dar idea del modo de ser físico del hombre mismo. Pero siempre queda la diferencia de que unos harán pocas, y otros muchas: unos las presentarán mezcladas con otras de distinta especie, otros separadas y en su lugar conveniente.

{23} Acerca de la conciencia, dice Mr. Cousin lo siguiente en su cuarta lección de Historia de la Filosofía del siglo décimo octavo, pág. 117, de la impresión de Bruselas de 1836.

“El hombre no siente, no obra, ni verdaderamente piensa sino con la condición de saberlo. La conciencia es todo un mundo en pequeño, el universo abreviado: porque por los sentidos la naturaleza exterior se introduce y se refleja en la conciencia. Además, en seguida de todo acto voluntario y libre, la idea de la libertad, la de lo bueno y la de lo malo, la de la virtud y la del vicio, toda la comitiva de la personalidad humana, el mundo moral, en fin, aparece en la conciencia. Y aun, el pensamiento con sus profundidades y las leyes que le gobiernan, con las relaciones que sostiene con su eterno principio, todo el mundo inteligible se desenvuelve en los primeros actos intelectuales, y por estos actos interviene en la conciencia. En una palabra, todas nuestras facultades son como si no fuesen, o todas, con sus desenvolvimientos y las nociones que sacan de su aplicación a sus objetos, tienen su rechazo o su reflejo en la conciencia. Es pues verdad en todo rigor, que la conciencia es el universo en compendio, el universo en los límites de la percepción humana.” Pienso lo mismo, y añado que el conocimiento algo confuso entonces de estas profundas verdades es ya muy antiguo, pues le hallamos en las primeras épocas conocidas de la filosofía. De aquí el llamar al hombre muchos filósofos microcosmo (que quiere decir mundo abreviado), y el recomendar tanto el estudio del hombre mismo para adquirir el conocimiento de todas las cosas que pueden caer bajo su percepción. Porque (venían a decir ellos), el conocimiento del hombre, que se liga a Dios por su razón, y a la naturaleza exterior por sus órganos corporales y por sus funciones orgánicas, envuelve el conocimiento de Dios y de una gran parte del universo.

{24} Así por ejemplo, varios escritores que ha recopilado el profesor Amice, después de sentar que el hombre, ora se contemple en su conciencia, ora observe por entre la sensación, llega a la idea de una existencia que le es propia y de otra existencia exterior, o, lo que es lo mismo, distingue al yo de lo que no es yo; después de establecer que la existencia se reviste de formas, y da origen a relaciones, y que los fenómenos no pasan a nuestra vista sin que invenciblemente supongamos entre ellos algunos vínculos, señaladamente el de causa y efecto, presentan varias nociones inseparables del espíritu humano (es decir para que se entienda, varias ideas que se hallan en todos los hombres de todos los tiempos y de todos los países con tal que tengan lo que llamamos uso de razón), nociones necesarias según el lenguaje de cierta escuela, como las de yo, no-yo, pensamiento, existencia, personalidad, bien, mal, causa, y otras pocas más; y concluyen diciendo que la filosofía es la ciencia de las nociones necesarias. (Manual de Filosofía publicado entre los manuales de la Enciclopedia popular de Roret, § 2.° 4.° y 5.°

Pero Biran la toma en otro sentido menos diferente del que yo la doy, cuando dice: “la filosofía es eminentemente la ciencia de las realidades” (esto es, de las sustancias y de las causas, pues añade: “lo que ella tiene necesidad de conocer, lo que en ella se investiga sin cesar, es lo que existe fuera de los fenómenos y bajo las apariencias sensibles: lo que se concibe como existente a título de sustancia y de causa” (sustancia, lo que existe en sí, por ejemplo una pared, a diferencia de modificación que es lo que existe en otro, por ejemplo, la blancura de la misma pared o de otra cosa, lo que es causa, en parte ya lo he dicho en el n.° 8); “nociones universales y necesarias sin las que nuestro espíritu y por consiguiente nuestras lenguas no pueden pasarse.” (Examen de las lecciones de filosofía de Laromiguière, p. 73 y 74.)

Lo mismo en el fondo, aunque algo diferente quería decir Platón presentando como definición de la filosofía los siguientes términos (en su Euthyd.): sincera conversión del ánimo a lo que existe verdaderamente, esto es, a lo inmutable y necesario, porque.... nulla fluxorum scientia.

Por fin, para no alargar indefinidamente esta nota, el orgullo de la Alemania, el ilustre filósofo Manuel Kant (véase la filosofía trascendental por Schön p. 43 de la impresión de París de 1831), da una idea muy diversa que no presentaré porque exigiría muchas explicaciones. Baste indicar que después de dividir los conocimientos en dos clases, a saber: empíricos y racionales, esto es, en conocimientos que tienen su base en la experiencia, y en conocimientos que tienen su base en la razón (puede verse lo que digo en el art. 9.°, núms. 3, 4, 5), subdivide los racionales en conocimientos matemáticos, los cuales pueden ser expuestos por medio de figuras o de símbolos, y conocimientos filosóficos; los cuales, a su vez, no son susceptibles de ser expuestos por dicho medio, pues como él dice, solo son discursivos, y no son construibles.

Pero yo observo dos cosas: 1.ª que todos estos filósofos, al definir o querer definir la filosofía en términos más estrechos (en lo cual son imitados por la mayor parte de los escritores modernos), toman esta palabra en un sentido menos extenso que el que generalmente se la da. Casi la limitan a significar aquella ciencia (modificada más o menos por las ideas modernas), que, con el título de filosofía primera o metafísica, dividida ella misma en psicología y ontología, ocupaba en otro tiempo, y ocupa todavía en muchas escuelas un lugar muy preeminente; 2.ª, que aun ellos mismos se separan muchas veces de la acepción que prefieren, tomando la palabra filosofía en el sentido vulgar que la da un sentido más extenso; tal suele sucederles cuando hablan fuera de la cátedra, y a veces aun en lo que escriben: y de aquí todos los inconvenientes que, según lo dicho en el n.° 2, de este artículo, debían necesariamente proceder de esta confusión en el lenguaje.

[Madrid 1843, tomo 1, páginas 1-32.]

Artículo II

¿Qué es explicar los fenómenos?

1. Etimología de la palabra explicar. 2. Lo que es causa –lo que es principio– señalando la causa y el principio de un fenómeno se le explica. 3. El hombre aspira a ligar unas explicaciones con otras –qué es sistema– el sistema es el grado más alto de la inteligencia.

1. Queda dicho al final del n.° 7 que en esta introducción o Nociones generales, se entiende por filosofía la ciencia de la razón de las cosas por solo la luz natural. Pues bien, como la filosofía aspira a mostrar o poder mostrar la razón de las cosas, y mostrar la razón de las cosas es explicarlas, síguese que la filosofía aspira a explicarlas. ¿Qué es, pues, explicar las cosas? En el art. 9.° veremos que no todas se explican de un mismo modo, según que sean primarias o no; ahora me limitaré a decir en qué consiste la explicación de un fenómeno.

Si consultamos la etimología, nos dice que explicamos las cosas y por consiguiente los fenómenos, desenvolviéndolas, desplegándolas{1}. Si una noción o una idea contiene varias nociones o ideas, y se la desenvuelve (a semejanza de lo que sucede a un pañuelo que estaba antes plegado cuando se le descoge se le extiende) presentando por separado y con distinción las ideas en ella contenidas, y que estaban como ocultas, se dice que la idea en cuestión queda explicada. La idea de hombre, por ejemplo, contiene dos o más ideas: la idea de alma, y la idea de alma tal que habita y puede mandar en un cuerpo, o si se prefiere este otro modo de expresarse, la idea de animal, y la idea de racional. Se explica la idea de hombre cuando se la desenvuelve, presentando por separado las ideas en ella contenidas. En este punto, como en otros muchos, es muy útil saber lo que nos dice la etimología; pero no juzgo que es bastante, necesito recordar lo que ya manifesté en el n.° 8.

2. Allí hice ver que por lo menos la verdadera causa, la causa primaria de un fenómeno, sin llegar a Dios{2} no es dado a la filosofía el explicarla; que el hombre ve fenómenos en un cierto orden, y cuando sus fuerzas alcanzan a ello, explica el 2.° por el 1.°, el 3.° por el 2.° y así sucesivamente; pero nunca explica el primero, si verdaderamente lo es, por decirlo así, de Dios abajo. Desenvolvamos este pensamiento, y fijaremos así, tanto la idea de causa explicable o secundaria (que es casi la única de que hablaré, cuando no advierta lo contrario), como de principio y de sistema, lo cual nos hará ver qué es explicar los fenómenos.

Laromiguière y Servant hablan expresamente de una parte de ello{3}; y en este punto voy a seguirlos, haciendo empero algunas modificaciones a su doctrina, y presentando de otro modo sus ideas y las mías.

A la producción de todo fenómeno, que es lo mismo que decir, de todo efecto que cae bajo la observación, concurre una cosa agente con actividad propia o prestada (acerca de esto nada sabemos las más veces, a lo menos por la razón natural, véase el cit. n.° 8); y este agente que así concurre a la producción del fenómeno, es lo que llamo causa del fenómeno; secundaria (no siendo Dios) si es explicable, primaria en el caso contrario. Mas la acción del agente que concurre a producir el fenómeno, supone un algo sobre el cual recae la acción, no es posible que obre el agente, que obre la causa, y no haya un algo sobre el cual obre. Este algo sobre el cual se obra, en esto por lo menos, es pasivo, aunque en otras cosas sea o parezca activo: y el algo pasivo que también contribuye, aunque pasivamente, a la producción del fenómeno, esto es, a que el hecho sea producido, es lo que llamo principio del fenómeno{4}. Varios ejemplos aclararán todo esto.

El hielo puesto a la acción del fuego pierde su estado de solidez, y se transforma en agua, he aquí un efecto que cae bajo nuestra observación, un fenómeno: la causa, el algo activo que concurre a producirle, es el calórico; el algo pasivo, el principio, es el hielo.

La misma agua, a medida que el calórico la penetra, se disipa en vapor; he aquí otro fenómeno: la causa es la misma que antes, el principio es la agua. Lo mismo sucede también en los fenómenos que pasan dentro de nosotros: tienen causa y principio.

Si los rayos lumínicos reflejados por una rosa hacen una impresión en los órganos de mi vista, veo el color de la rosa, y el hecho de verle (que por ahora sea dicho de paso, es diferente de mirarle) es, como este otro hecho, un fenómeno interno, cuya causa son los dichos rayos, y cuyo principio soy yo, porque sobre mí obran o parecen obrar mediata o inmediatamente. Si después no limitándome a experimentar este sentimiento, fijo en él mi atención, y le discierno o le distingo de todos los demás sentimientos que me afectan en otros casos, y así adquiero la idea del color de aquella rosa determinada, tenemos ya aquí otro fenómeno interno, como el de antes; pero con la diferencia de que yo soy la causa de este otro, porque yo obro, yo soy quien atiendo, y al atender me manifiesto activo; y como obro sobre el dicho sentimiento, del cual me resulta por el acto de atención la expresada idea, síguese que el sentimiento en cuestión es el principio de la adquisición de la misma idea.

Ahora bien, explico este último fenómeno manifestando su principio y su causa; primero sentí el color de esta rosa (principio), y luego distinguí este sentimiento de los demás sentimientos y de las demás cosas (causa); así he adquirido, me digo a mí mismo, dicha idea. Del mismo modo explico también el fenómeno consistente en ver el color de la rosa, señalando su causa y su principio. Otro tanto sucede con los dos ejemplos que puse primero; y como siempre que manifiesto la causa y el principio de un fenómeno, doy de él toda la explicación que puedo dar, generalizo esta observación, y digo que explicar un fenómeno, sea el que fuere, es señalar la causa y el principio que concurren a formarle, en otros términos, es dar razón de él; de modo que explicar un fenómeno en cuanto es dado al hombre, que ignora e ignorará siempre, por qué las causas producen sus efectos (n.° 8. del art. anterior), dar razón de él y señalar su causa y su principio, aunque parecen tres cosas diferentes, no son en realidad más que una misma. Luego la filosofía concebida como aquí la entiendo, aspira entre otras cosas a señalar las causas y los principios de los fenómenos{5} puesto que aspira a explicarlos, a dar razón de ellos.

3. Mas como para explicar los fenómenos, que es lo mismo, según acabamos de verlo, que manifestar las causas y los principios que los producen, es menester (n.° 8 del art. ant.) presentarlos como efecto de otro o de otros anteriores, y esto no se puede hacer sin manifestarlos o concebirlos, como ligados y dependientes unos de otros, que equivale a ligar las explicaciones que de ellos nos hacemos; síguese que las explicaciones de los fenómenos necesitamos ligarlas unas con otras. La idea de ligar explicaciones me conduce a lo que es sistema.

«Sabido es, dice Laromiguière, el modo de hacer pan, 1.° se coge y se muele el grano: 2.°, molido el grano, (y si se quiere, hechas otras operaciones) se le embebe en agua; 3.°, después adquiere consistencia bajo la mano que le amasa; 4.°, la acción del fuego le convierte en pan. He aquí, digo yo, separándome algún tanto del citado escritor, cuatro hechos ligados entre sí; cada uno de ellos tiene su causa y su principio; los principios que respectivamente tienen, se diferencian en algo, pues no es lo mismo la masa que la harina embebida en agua, ni la harina embebida en agua que la harina, ni esta que el grano: pero sin embargo, estos cuatro principios pueden reducirse a uno solo, al trigo; los granos de trigo con que ordinariamente se hace el pan en las naciones de Europa, son el principio u origen de la harina de que ahora se habla, y también de la harina embebida en agua, y de la masa, y del pan. Podemos decir, pues, que el principio u origen del pan ordinario entre nosotros, son los granos de trigo, puesto que son la cosa pasiva, sobre la cual ejecutadas ciertas acciones, o lo que es igual, trabajando ciertas causas, dan por resultado el pan: y que por lo tanto los cuatro hechos que me sirven de ejemplo están ligados entre sí por un origen o principio común a los cuatro.

Pero otros hechos a mi parecer, (y en esto principalmente me separo del citado escritor acerca de este punto) no están, o a lo menos no parecen estar ligados entre sí por un principio común, sino por una causa general que les sirve de lazo. Tal sucede en la serie{6} de hechos que puse por ejemplo en la nota 2.ª, n.° 8. del art. ant.; pues los cuatro fenómenos a que aludo, y otros mil de su misma especie que pueden resultar, tienen todos ellos una misma causa, y es la acción del alma sobre los músculos, o si se quiere, sobre los nervios; al paso que no es raro hallar en las ciencias otras series de hechos que aparecen ligados entre sí por un mismo principio y por una misma causa. Así sucede, v. g., en los dos fenómenos que puse primero por ejemplo para hacer más perceptible la idea de causa y de principio (n.° 2).

Pues ahora bien, una serie de fenómenos así constituidos o ligados unos con otros, ya por tener un mismo principio y una misma causa, o ya por mediar entre ellos el vínculo común solo de una misma causa, o solo de un mismo principio; una serie tal de hechos que por lo mismo que tienen entre sí un vínculo común, sirve o contribuye el primero a la explicación del segundo, y el segundo a la del tercero, y así sucesivamente, o mejor aún (porque es más general) una serie de explicaciones de fenómenos, o de otra cosa, pero ligadas o encadenadas entre sí, esto es, conexionadas unas con otras (n.° 8. art. ant.), se llama sistema{7}, el cual, por el mismo hecho de serlo, facilita las explicaciones, las enlaza unas con otras, y satisface así las necesidades del entendimiento, el cual busca siempre la conexión y la unidad sistemática. Un sistema verdadero es el punto más alto a que puede llegar la inteligencia humana sobre la materia a que se refiere, pues si se versa sobre fenómenos, no solo señala las causas reales y los principios de los mismos, sino que da de ellos toda la explicación (n.° 8.) que podemos dar; y si se versa sobre otras cosas, como en las matemáticas puras, señala y explica todo lo que es posible y es menester señalar y explicar en dichas ciencias (Véase el n.° 4, art. 9.°, nota 1.ª).

Guardémonos, pues, de incurrir en la preocupación vulgar que hace que no se hable de los sistemas sino con desprecio, pues cuando se quiere prevenir al público contra un escritor, lo primero que suele ocurrirse es tratarle de sistemático, de inventor de sistemas, y otras expresiones por este estilo.” (Servant.) Desprécianse justamente, o mejor dicho, deben inspirar desconfianza y poco aprecio los sistemas malos, los sistemas que solo se apoyan en hipótesis{8} sin fundamento, y pretenden sujetar de grado o por fuerza los fenómenos, a cuyo fin los desfiguran o los suprimen; pero no los buenos, no los verdaderos, porque todo trabajo científico tiene que ser sistemático. Pasemos ya a la división de la filosofía.

——

{1} Explicar, del latino explicare, compuesto de la preposición ex (que a veces significa lo contrario de la palabra a que se junta, como la partícula prepositiva des en castellano; v. g. en despampanar, quitar los pámpanos, y otros) y de plico, plicas, plicare, plegar: significa, pues, lo contrario de plegar, desplegar.

{2} Digo sin llegar a Dios, porque si la filosofía se propone descubrir las causas segundas (las cuales son primarias o secundarias, según los casos, n.° 8. art. ant.) que concurren a la producción de los hechos del mundo, uno de los fines que con ello aspira a obtener, es poder explicarlos, sin acudir para este efecto a la causa primera, a la causa que obra enteramente con una independencia absoluta, en una palabra, a Dios. Acudiendo a Dios para este efecto, se explica todo por decirlo así, y no se explica nada, como se puede conocer por estas preguntas y respuestas. –¿Por qué crece mucho este árbol? –Porque Dios quiere que crezca mucho. –¿Y por qué ha enfermado fulano? –Porque Dios lo ha querido. –Ya, todo lo que vd. me ha dicho es una verdad, pero no me ha explicado lo que quería me explicase &c.

{3} Laromiguière en la lección 1.ª, Servant en las cuestiones preliminares que inserté en la primera edición. El primero parece que junta en una sola idea la causa con el principio; y ninguno de los dos aplica a este punto la distinción entre cosas primarias y secundarias que indico al principio de este artículo.

{4} Principio, del latino principium, fuente, origen, materia primera.

{5} Reid dice en el lugar que ya cité en la nota final de n.° 7 (art. ant.): “El vulgo se contenta con conocer los fenómenos, y no se inquieta por saber su causa; el filósofo, al contrario, desea ardientemente saber cómo se producen; está impaciente hasta darse cuenta de ellos, o lo que viene a ser lo mismo, hasta referirlos a una causa, y remontarse a su principio.” Fácilmente se ve que estoy conforme en este punto con la doctrina de este filósofo tan distinguido y tan sensato: y por ésta razón dije en la misma nota que concebía yo la filosofía de un modo semejante al de Reid.

{6} Se dice que los hechos estas en serie, o forman serie, cuando a uno sigue otro, y a este otro, &c., del verbo latino sequor, eris, seguir.

{7} Sistema, del griego σύσημα, siséma r. σύνίσνμι sinísemi, constituir, construir, formado de ίστημι, hisémi, asentar, y de σύν, sin, que equivale a nuestra preposición con. Significa, pues, composición, trabazón, enlace, unión, y así es que los latinos traducían dicha palabra griega con esta otra latina compago, iginis, que significa lo mismo; y es derivada del verbo compango, o de este otro compingo, que a veces equivalen a compactar, hacer compacta una cosa.

{8} Hipótesis, del griego ὑπόθεσις, hipótesis, r. ύποτιτημι, hipotitémi, poner debajo, suponer, significa, pues, suposición.

[Madrid 1843, tomo 1, páginas 31-39.]

Artículo III

División de la filosofía

1. La filosofía ha sido dividida de muchos modos. Origen de ello. 2. División correspondiente a la definición que da Servant, y explicación de la que hace. 3. Fundamentos de otra división. 4. Exposición y explicación de la misma.

1. Queda dicho en el n.° 7, art. 1.°, que en rigor no hay más que una ciencia, porque solo hay un universo; pero que no pudiendo el hombre abarcarla, ni con mucho, toda entera, la ha dividido en porciones, para que sin perjuicio de tomar de todas una tintura muy general dedicándose cada hombre estudioso a solo una porción, o pocas más, se obtuvieran mayores y más fáciles adelantos en todas ellas. También hice ver en los números 1, 7, y 9 del mismo artículo, cuán distantes están los escritores de dar todos ellos una misma extensión a la filosofía, pues son tan diferentes las definiciones que dan de dicha ciencia; pero que sin embargo, siempre resulta que es muy grande, aunque mayor o menor según la definición que se adopte, y que por lo tanto ha sido, y es necesario, para facilitar que adelante, aplicar a ella también, como a la ciencia universal, y a los oficios y a todas las artes, la subdivisión del trabajo: esta es la causa de que se haya dividido el objeto de la filosofía, y la filosofía misma.

Pues ahora bien, a la diferencia de opiniones que hay acerca de la extensión de dicha ciencia, era consiguiente que hubiese otra diferencia análoga acerca de su división, porque la definición influye en la división{1}. Por esto, y porque en las divisiones hay siempre algo de arbitrario{2}, son tantas y tan diferentes las que se han hecho en las cátedras y en los libros.

2. Sin entrar ni en su enumeración siquiera, porque ni enseñan mucho, ni el referirlas es propio{3} de una obra elemental, me limitaré a presentar dos, la primera es conforme a lo que M. Servant entiende por filosofía, la segunda a lo que entiendo yo.

He dicho al final del art. 1.° que en toda esta obra, a excepción de esta parte titulada Nociones generales, por filosofía se entiende un tratado de las propiedades de la alma, y especialmente de sus facultades consideradas en su naturaleza, en los medios de dirigirlas, y en sus efectos más notables, que son la inteligencia y la moralidad. Pues bien: 1.°, la parte de la filosofía que trata de las propiedades de la alma consideradas en su naturaleza, la llama el autor psicología{4}, y la reduce a un tratado de las causas y de los principios de las ideas y de la moralidad, esto es, de esta cualidad que tiene el hombre de ser responsable de muchas de sus acciones, por las que se hace acreedor a un premio o a una pena, según que sean buenas o sean malas; mas como comprende en su{5} psicología la teoría de las ideas en general, examinando además la naturaleza de la idea y sus diversas clases, con más las opiniones de los filósofos, o por lo menos de muchos de ellos, acerca del origen o principio de las mismas, se ve claramente que su psicología es también un tratado de ideología{6} general: tratado que se aumenta, sin embargo, en esta edición con un apéndice de otro autor: 2.° La parte que sigue inmediatamente después en esta edición es la que se llama lógica{7}, y comprende el tratado de las propiedades de la alma consideradas en los medios de dirigirlas bien, para que podamos hallar y enunciar la verdad en todo género de materias; se entiende, cuando no sean superiores al alcance de nuestra razón.

3.° Pero hay otra parte que trata más ampliamente que las otras de las propiedades de la alma consideradas en sus efectos intelectuales, esto es, en el conjunto de las ideas o conocimientos, que se llama inteligencia: en esta parte se estudia, no cuál es el origen y la causa de nuestras ideas en general, que esto pertenece a la psicología del autor, ni cuáles son los medios de hacerlas exactas, pues esto es parte de la lógica, sino las condiciones necesarias para formarnos las ideas tales o cuales, especialmente las que figuran más o menos en todas las ciencias. Mas como este asunto es inmenso, por lo que ni los conocimientos de un hombre, ni la vida más larga serían bastantes para tratar una materia tan vasta en toda su extensión, se limita el autor a tratar en esta parte de las relaciones entre las ideas más importantes, las ideas que son la base de toda la inteligencia, las ideas que algunos llaman necesarias (véase la última nota del art. 1.°), por ejemplo, la idea de cuerpo y de sus cualidades, de alma y de las cualidades de la misma, de espacio, de tiempo, de sustancia, de modificación, de causa, de causa primera o Dios, y otras pocas más; y al tratado de estos puntos le llama con muchos autores ontología{8}, y también podría llamarle ideología especial, y mejor aún particular, si no pudiese fácilmente ser mal interpretada esta frase.

4.° Hay finalmente otra parte de la filosofía que trata de la propiedades de la alma consideradas en sus efectos morales: esta se propone más especialmente dirigir la voluntad, «determinando, como dice muy sencillamente un gran filósofo escocés, las reglas generales de una conducta cuerda y virtuosa en cuanto pueden serlo por solo la luz natural.» (Stewart, Esquicios de filosofía moral, p. 9); y esta parte se llama moral, del nombre latino, mos, moris, que significa costumbre.

De aquí resulta que entendiendo por filosofía un tratado de las propiedades de la alma &c., la filosofía se divide en cuatro partes, psicología, lógica, ontología y moral.

3. Mas queda ya dicho varias veces (n.° 7 del art. 1. y passim) que en esta introducción se entiende por filosofía la ciencia de la razón de las cosas por solo la luz natural; y como la división expuesta en el n.° anterior no es buena para esta definición, porque no corresponde con ella (n.° 1.), haré otra que tenga con ella la necesaria correspondencia; y al hacerla, procuraré fundarme en dos diferencias. La 1.ª es relativa a las clases de cosas cuya razón se investiga; y la 2.ª a los diferentes fines, que nos proponemos al estudiar las cosas, cualquiera que sea su clase.

Muchos y muy diferentes son los géneros de cosas que pueden hacerse, variando el punto de vista bajo el cual se las examine; así unas son dulces, otras no: unas son blancas, otras no lo son, &c.; pero todas pueden reducirse a estas dos clases. O caen bajo los sentidos exteriores, vista, oído, &c., o no caen: en el primer caso (por ejemplo, una o más gotas de agua, uno o más árboles, &c.) se llaman con toda propiedad sensibles; en el 2.° (como, por ejemplo, una o más almas, uno o más espíritus de cualquiera otra clase, o cualquier cosa general o individual, que solo exista idealmente como círculo y como sombrero, que solo existen en la idea, a diferencia de ciertas cosas determinadas o individuos que existen realmente, como esta hoja de papel, o un sombrero, o Dios, o una alma, &c.), se llaman insensibles{9}.

También son muchos las fines que podemos proponernos al estudiar las cosas, bien sean sensibles, bien insensibles; pero en cierto modo pueden reducirse a dos. O las estudiamos solo para conocerlas, esto es, para un fin teórico, como, por ejemplo, cuando sin mira ninguna de aplicarlo, a lo menos por entonces, procura alguien solo por curiosidad necia, averiguar dónde está el infierno o la gloria; o lo que nos proponemos principalmente en su estudio, es conocer las relaciones que median entre ellas y nosotros, para sacar reglas de conducta durante nuestra vida, es decir; para un fin práctico, como v. g. cuando se procura averiguar qué acciones conducen o pueden conducir por su naturaleza a dichos dos lugares.

4. Pues bien, la consideración de estas dos diferencias me ha movido, no sé si con acierto, a proponer la división de la filosofía en tres ramas muy grandes, las cuales se subdividen a su vez en otras menos principales. 1.ª La filosofía mental o intelectual, que es aquella parte de la filosofía que trata de la razón de las cosas insensibles proponiéndose inmediatamente solo un fin teórico, y por lo mismo estudia bajo dicho aspecto la alma y la Divinidad. Comprende los conocimientos que por la razón pueden lograrse acerca de la alma y sus modificaciones consideradas bajo el punto de vista teórico, y por lo tanto abarca la descripción de los estados y de las operaciones de la alma, el catálogo de sus conocimientos, y facultades (lo cual forma la psicología{10}), los procedimientos de la alma, o como dicen ya muchos, los procederes de la misma en la investigación y enunciación de la verdad (esta parte es la lógica con la gramática general), y además cuanto puede saberse por la razón acerca de Dios, siempre bajo dicho aspecto. Esta parte de la filosofía abraza pues la psicología en toda su extensión, la lógica con la gramática general (la lógica entera), y la teología natural{11}.

2.ª La filosofía física que es la que trata de la razón de las cosas sujetas a los sentidos exteriores, considerándolas también bajo el aspecto teórico. El adjetivo físico, ca, viene de la palabra griega physis, en cuya significación (aplicada al caso actual) no están del todo conformes los autores por haberse usado dicha palabra en muchos y diferentes sentidos, aunque{12} todos ellos análogos. Convienen sin embargo en que significa naturaleza; pero unos añaden corpórea, y aun animada con cierta especie de vida; otros lo niegan, ya en todo, ya en parte. Yo entiendo por filosofía física lo que he dicho; y prescindo de lo demás, porque está conexo con las hipótesis acerca de la esencia de las fuerzas (n.° 8, art. 1.); y de este punto así considerado no sé nada. La filosofía física, pues, procura abarcar bajo su punto de vista el estudio del mundo corpóreo o material, que todos calificamos de físico; y según la especie de objetos sensibles que estudia, o según los fenómenos, cuya explicación procura dar, así toma los nombres de mecánica, de astronomía, de historia natural, de medicina, de lo que se llama comúnmente física en el sentido menos extenso de esta palabra, de química, y tal vez algunos otros, según la clasificación que cada uno puede hacer a su antojo hasta cierto punto (n.° 1), y siempre con algún inconveniente, porque la ciencia es solo una. Se subdivide pues, esta parte en otras muchas, muy importantes y muy grandes{13} para el entendimiento humano.

3.ª y última, la filosofía moral que es aquella parte de la filosofía que estudia tanto las cosas sensibles, como las insensibles, pero bajo el punto de vista, práctico. Por esta razón tiene muchas y profundas relaciones con las otras ciencias, de las cuales emana; y su objeto es señalar la razón y el modo de perfeccionar nuestro ser, o de conducirnos bien en la vida, como seres dotados de sensibilidad, inteligentes y libres, ya con respecto a Dios, ya con respecto a nosotros mismos, ya finalmente con respecto a nuestros semejantes y a la naturaleza, pues también con esta nos ligan relaciones. De donde se sigue, que a esta parte de la filosofía corresponden, no solo lo que comúnmente se llama ética o filosofía moral, sino también la medicina práctica, la industria{14}, la gimnástica, las reglas, así de la estética (por la cual entiendo la rienda de lo bello y lo sublime, esto es, la teoría de todas las bellas artes) como de las ciencias sociales, y aun la lógica{15} considerada como arte; puesto que esta solo se propone perfeccionar nuestras facultades intelectuales. Mas, sin embargo, en comprobación de que en las divisiones hay algo de arbitrario (n.° 1), la refiero a la filosofía mental, por la más íntima conexión que tiene con las investigaciones de esta parte de la filosofía, a la cual pertenece indudablemente considerada bajo el aspecto teórico, o como ciencia.

——

{1} La definición influye en la división, puesto que esta, para ser buena, necesita, entre otras condiciones, estar acomodada, es decir, guardar cierta correspondencia con la primera; y tiene que ser así, porque la definición determina el todo que es objeto de la división, y si esta no fuese acomodada a aquella, el autor de la definición y de la división se contradiría. Por ejemplo, si un autor que entienda por filosofía la ciencia de la razón de las cosas por solo la razón natural, la divide en tantas partes cuantas son las otras ciencias, inclusa la Teología revelada; hace una división mal hecha porque no está acomodada a la definición que él mismo da; se contradice también, puesto que por una parte asienta que no están comprendidas en la filosofía las verdades reveladas, y por otra dice que lo están. Mas si esa misma división la hiciera uno que entendiese por filosofía la omnisciencia, sería otra cosa muy distinta; nada habría que echarle en cara con respecto a la división.

{2} Así, por ejemplo, puedo dividir un todo material, un totum, como decían muy bien los latinos, (doy por caso, una manzana u otro cuerpo) en dos pedazos, tres, cuatro &c. Lo mismo se verifica con un todo intelectual, con un omne. El número doce, supongamos, puedo dividirle en dos seises, en tres cuatros, en cuatro treses &c. Y bien se ve que será arbitrario en mí hasta cierto punto, preferir en algunos casos una de estas divisiones a todas las otras posibles.

{3} Con todo para satisfacción de los aficionados a este género de noticias eruditas, que, a veces, dan lugar a observaciones muy curiosas acerca de la pretendida originalidad de algunas opiniones que pasan por modernas, pondré lo que dice Baldinoti en la introducción de su Lógica, n.° 76 y sig., con sus notas.

Divide la filosofía en teórica y práctica; la primera trata de las cosas en cuanto el entendimiento las conoce, y la segunda en cuanto la voluntad las abraza o las rehúsa. La teórica considera las cosas incorpóreas, y entonces es metafísica, y las corpóreas, en cuyo caso es física; y como en estas hay cosas que se pueden calcular, aumentar y disminuir como las fuerzas, el movimiento, la extensión, &c., deduce que pertenecen a la filosofía teórica, no solo la metafísica y la física, sino también todas la ciencias geométricas (no sé por qué no dice lo mismo de todas las matemáticas) y físico-matemáticas. Pasa a la filosofía práctica, y dice que los objetos de ella son el entendimiento en cuanto debe ser dirigido hacia la verdad, la voluntad en cuanto ha de ser preparada para lo bueno, y en fin, nuestra salud, conservación y comodidad. Hecho lo cual, y estableciendo expresamente que  “se deben contar entre las partes de la filosofía práctica la lógica, la ética y toda ciencia que tiene por objeto la investigación de lo justo y de lo injusto; y por fin la medicina, las ciencias políticas y las económicas; porque la lógica toma a su cargo la dirección del entendimiento, la ética la dirección de la voluntad, y las demás tratan de nuestra conservación y comodidad”, añade en una nota lo siguiente, que hace ver lo antigua que es la diversidad de opiniones acerca de la división de la filosofía y del orden en que deben estudiarse sus diversas partes.

«Todos los antiguos, los estoicos, Epicuro, Platón, Aristóteles (2.° Metaf. 1. Plutarco, De Placitis, 1.° 1. Alcinoo, de Doc. Plat. 2.°, Séneca epis. 95, aprobaban esta división. Reducían a la filosofía práctica solo las acciones libres y no la dividían en más partes que la ética, la política, y la economía. Pero con todo algunos peripatéticos la dieron más extensión porque también comprendían en ellos las acciones del entendimiento, y refirieron la lógica a la filosofía práctica (lo cual equivale a referirla a la filosofía moral, como lo ha hecho poco ha Mr. Damiron en su apreciable curso de Filosofía). Además fue común entre los antiguos el considerar la lógica y las matemáticas como un preliminar para la filosofía, de lo cual provino que se pusiera a las puertas de la Academia aquella célebre inscripción que todos saben.» (Alude al nullus geometriae expers intrato, tan olvidado entre nosotros que aun en el día de hoy admitimos a quien debía estudiar antes otras cosas), y después prosigue:

«Los estoicos dividían la filosofía en lógica, física y ética: esta la comparaban al alma, la física a la carne y sangre, y la lógica a los nervios: en la física trataban de la naturaleza de todo ente, aun de los inmateriales, y de las cosas divinas. (Lo mismo exactamente propone Locke en su Ensayo sobre el entendimiento humano, cap. 21, lib. 4.) Platón (Cic. Academ. 1) dividió la filosofía en tres partes: una sobre la vida y costumbres, otra sobre la naturaleza y cosas ocultas, y la tercera sobre el modo de disputar. En el arte de disputar, o en la Dialéctica, trataba de todos los asuntos teológicos (así se deduce del Filebo, Apuleyo de Dogmat. Plat.). Aristóteles (Metaf. 5.° cap. 1.) dividía la filosofía teórica en tres partes: las matemáticas, la física y la teología, a la cual llamaba también sabiduría, filosofía primera o principal (Metaf. 1.° cap. 2), y es aquella que después se llamó metafísica, ya porque Andrónico de Rodas puso los libros que tratan de ella después de la física, o ya porque sea superior a la física. Cicerón (de Fin 5.) refiriendo la forma de la enseñanza peripatética, dice: la primera parte trata de la naturaleza: la segunda del modo de disputar, y la tercera de la dirección de la vida: los cuales comprendían ciertamente en la parte que trataba de la naturaleza, las matemáticas y la teología: pero tomaban el órgano de la filosofía por parte de ella, y juntaban en una las partes de la filosofía teórica y práctica. Los epicúreos (según Séneca, epist. 80.) dividían la filosofía en dos partes, una natural y la otra moral; suprimieron la racional… piensan que es una adición de la natural. Pero sin embargo Laercio (lib. 10) enumera tres partes de la filosofía de Epicuro, la canónica, la física y la ética

«No todos cultivaron todas las partes de la filosofía... Los más ve ejercitaron en la lógica, física y ética; y a excepción de pocos» (tales son Posidonio, Panecio, y otros antiguos que pueden verse en Laercio lib. 7 sec. 41, los cuales opinaban que la lógica debe estudiarse después de la metafísica y de la física) «las estudiaban en el mismo orden en que quedan enumeradas. Particularmente Platón, los estoicos, los peripatéticos, y Epicuro, prevenían que precediese al estudio de la filosofía el de las matemáticas, las cuales las dividían en aritmética, geometría, música y astronomía

{4} Psicología del griego ψυχή, psiqué, alma, espíritu, y λόγος, lógos, discurso, tratado.

{5} Sucede con la psicología y con las demás partes de la filosofía, y aun con las demás ciencias, aunque menos en estas últimas, que unos las dan menos en extensión que otros. Servant es uno de los que dan a la psicología menos extensión.

{6} Ideología, ciencia o tratado de las ideas. Todas las ciencias se componen de ideas; pero no todas, sino antes bien solo una es ciencia de las ideas, porque solo la ideología general trata de todas las ideas consideradas bajo un aspecto muy general también. Para esto las examina solo en lo que tienen de semejante, como, por ejemplo, el conservarse en la memoria o poderse conservar, el renovarse por la recordación, el despertar unas a otras &c.: al paso que las otras ciencias no lo hacen, ni tienen por objeto todas las ideas, sino las de una cierta especie: la aritmética, por ejemplo, se compone de ideas de número.

{7} Lógica, de la dicha palabra griega logos, que no solo significa discurso, tratado, ciencia, sino también, y más principalmente razón y palabra. Es muy probable que este último significado dio ocasión a que se llamara lógica esta parte de la filosofía, para dar a entender la íntima relación que tiene con la ciencia de las palabras consideradas como signos de las ideas y de los sentimientos, esto es, con la gramática general; relación tan grande que hasta el siglo penúltimo se enseñaban juntas las dos del modo que se sabían, y aun en el día, más o menos, sucede en parte lo mismo por una indeclinable necesidad. Pero también puede ser que a la lógica la llamaran así, que equivalía a darle como nombre propio el apelativo ciencia, para dar a entender que es la ciencia principal, pues como dijo muy bien Cicerón (Tuscul. lib. 5, c. 25) per omnes partes sapientiae manat, et funditur. El poner un nombre apelativo en lugar de uno propio, o viceversa, es muy común, y los retóricos lo llaman antonomasia, la cual es una especie de sinécdoque.

{8} Ontología, del griego όντολογία, ontología, ciencia del ser, όντος, ontos, genit. de όν, on.

{9} Las palabras sensible, insensible, unas veces se toman en el sentido activo; y otras en el sentido pasivo. En el primer caso, sensible significa cosa que siente, o que por lo menos suele sentir; insensible significa en tal caso la negación de esto mismo. Pero si se toman en el sentido pasivo, entonces significan: la una, cosa que se imprime en los órganos de los sentidos exteriores, cosa que se puede sentir por dichos sentidos, y la otra lo opuesto. Según su formación, deben tomarse en el pasivo, y en esta acepción las empleo.

{10} Y no solo la psicología de casi todos los autores, sino una psicología mucho más extensa y enorme, por decirlo así, en la cual se estudia la mayor parte de la conciencia. Véase la nota penúltima del n.° 9, art. 1.°, y lo que diré más adelante en forma de nota al final de la ontología. Abarcarla en toda su extensión, mayor ella sola que la de la antigua metafísica, no parecerá posible a nadie que sepa cuánto abarcaría dicha ciencia, pero sí en lo principal.

{11} Teología, de estas dos palabras griegas Theos, logos. Teos significa Dios, y logos lo que ya he dicho varias veces. Se añade natural para distinguirla de la revelada.

{12} Según el sabio helenista, mi amigo D. Saturnino Lozano, dicha palabra «significa natividad, nacimiento, generación, naturaleza, aquello que constituye cada ser, complexión, constitución de un ser, carácter, espíritu natural, espíritu, talla, estatura, figura, exterior de un cuerpo, estructura, sexo, parles naturales, sustancia.»

«La raíz de esta palabra es el verbo φυω, phúoo, que significa 1° plantar, producir, engendrar, dar a luz. 2.° Nacer, brotar, ser producido. 3.° Arrimarse a una cosa, adherirse. 4.° Tener carácter, inclinación natural, ser propio para

{13} No entra en el objeto que me propongo dar definiciones de estas diversas partes de la filosofía física, sino decir lo meramente suficiente para que los jóvenes formen alguna idea de ellas. La mecánica tiene por objeto determinar el movimiento que debe producir sobre un cuerpo la aplicación de una o muchas fuerzas; la astronomía determinar lo relativo a los cuerpos que se pueden ver en la aparente bóveda celeste, y se llaman astros; la historia natural describir, clasificar y dar nombre a los cuerpos que hay en el globo terráqueo, comprendida la atmósfera: y como unos son meteoros (cuerpo o fenómeno que se engendra en el aire, como las lluvias, el granizo &c.), otros son minerales como una tierra o un metal), otros son vegetales (como los árboles), y otros por fin son animales, se divide en meteorología, mineralogía, botánica y zoología. La medicina sabido es poco más o menos lo que se propone. La física y la química se hallan en otro caso, la primera estudia principalmente los fenómenos en que la naturaleza íntima de los cuerpos no se altera; la segunda los opuestos &c.

{14} Entiendo por industria más de lo que suele entenderse por mecánica y por física aplicadas a las artes, a saber la colección de reglas (o arte) a propósito para sacar de una cantidad dada de trabajo el mayor fruto posible relativamente a las circunstancias. Con este motivo diré ya aquí que por gimnástica entiendo el arte de dirigir los ejercicios del cuerpo; y por ciencias sociales las que se proponen la perfección de los hombres en sociedad, ya dándoles buen gobierno, ya riquezas, ya otros bienes. Entran pues en esta clase las políticas y las económicas además de otras: porque toda regla cuya realización nos proporcione algún verdadero bien, o lo que es igual, nos perfeccione, forma parte en mi concepto de la filosofía moral.

{15} No es una opinión singular la mía. Véase la nota del n. 2, y se advertirá que del mismo modo han pensado varios filósofos muy antiguos, y algunos modernos fundados en muy buenas razones. Damiron es entre todos el que en mi concepto ha visto más filosóficamente este punto, y no se ha contentado con verlo, sino que ha ejecutado en parte el plan magnífico que ha concebido, tratando la filosofía moral en el sentido amplio y eminentemente luminoso en que la presenta mi definición. Véase su citado Curso, en el que, si bien se notan algunas lagunas, procedentes de que todavía no han llegado los conocimientos humanos al grado de perfección que es de desear, y también de que no es dado a ningún hombre ser una vasta enciclopedia que resuma en sí todas o las más de las ciencias, se admira como un cuadro grandioso, en el que, al lado de figuras sueltas algunas veces y a medio dibujar, se presentan grupos armoniosos entre sí y perfectamente coloridos.

En cuanto a mi división de la filosofía, que equivale a una clasificación de la mayor parte de los conocimientos humanos, se funda en lo que ya he dicho: y me parece preferible por lo exacta y sencilla y regular, no solo a las que comúnmente se hacen, sino en su línea, aún a las de Locke y D’Alembert, las cuales, a la verdad, son de otra especie. Pueden verse, (la 1.ª en el cap. 21) lib. 4 del Ensayo sobre el entendimiento: la 2.ª en los Elementos de filosofía) y se notará, como dice Biran hablando de la de Locke, que ambas a dos excluyen, o borran, del cuadro de las ciencias la del sujeto pensante, la psicología. El que quiera ilustrarse más sobre este punto, puede consultar a Bacon de dign. Et augm. scient., el discurso preliminar de la Enciclopedia, los obras de Stellini, tomo 5, y sobre todo las de Kant, Fichte, Schelling, Hegel, Krause, en donde los jóvenes ya instruidos y bien dispuestos encontrarán muchas cosas muy buenas.

[Madrid 1843, tomo 1, páginas 39-51.]

Artículo IV

Utilidad e importancia de la filosofía

1. Importancia de la filosofía física en la acepción más lata. 2. Ídem de la mental y moral. 3. Aun en la acepción menos lata, es la ciencia más importante.  Idea del espíritu filosófico.

1. En vista de lo expuesto en el n.° último, y continuando en entender por filosofía la ciencia de la razón de las cosas por la luz natural, no es ya difícil conocer claramente la utilidad e importancia de dicha ciencia, cualquiera que sea la parte de ella que se considere.

Nadie negará, y menos en este siglo tal vez dado en demasía a lo material (que llaman positivo) la utilidad de la filosofía física. Ella prepara{1} y se forma de los progresos de la ciencias físicas arriba enumeradas, sin las que ni es dado a las naciones alcanzar las inmensas ventajas de una agricultura, de una industria fabril y de un comercio florecientes; ni tampoco hallar algún alivio en las enfermedades de sus individuos, ni por fin es posible recrear y engrandecer el espíritu con sus bellísimas y magníficas investigaciones.

2. Mas en cuanto a las otras dos partes, llamadas mental y moral, si bien por desgracia el charlatanismo ignorante, y a veces la inmoralidad, las desprecian frecuentemente, o las rebajan a muy poca cosa, es porque no lo entienden; la historia y la meditación imparcial convencen de que son mucho más importantes. Ellas hacen conocer al hombre sus facultades intelectuales y morales, y le señalan a veces el punto hasta donde se extienden (n.° 8, 1.°); ellas le muestran el hombre interior y todos los fenómenos del mundo intelectual y moral, más hermoso todavía y más importante, aun para la felicidad de esta vida, que el mundo físico; y por fin, le facilitan por medio del conocimiento de sus facultades los medios de desenvolverlas y de perfeccionarlas, preparando así los progresos de la misma filosofía física, y encargándose de dirigir sus aplicaciones al bien del hombre, le impiden muchas veces que se extravíe en el error y en el vicio, le inspiran el sentimiento de su dignidad noble y formada para el bien, le muestran su origen, su misión en la tierra, y su destino ulterior le iluminan con las verdades más importantes, desenvuelven el germen de las virtudes, y hasta le consuelan en sus desgracias.

3. Pero aun limitada la filosofía a ser un tratado de las facultades de la alma, (n.° 9, 1.°; n.° 2, 3.°) siempre merecería el más magnífico elogio{2}, y sería la ciencia más útil y más importante, porque sobre convenirle, aun así, todo lo dicho en el n.° 2., y una parte de lo manifestado en el 1.°, de este mismo artículo, puede todavía alegar a su favor estas tres razones. 1.ª Ella considerada en la psicología, es el principio y el fin, la basa y la cúpula de las demás ciencias, porque, cualquiera que sea el objeto que estudie, el hombre parte de sí mismo para aprender; y recae sobre sí mismo indispensablemente cuando termina sus investigaciones. 2.ª Ella fomenta el espíritu filosófico, del cual dice el profundo y sensato escritor Portalis “que es un espíritu de libertad, de investigación y de luz, que todo quiere verlo y no suponer nada; que se produce con método, que opera con discernimiento; que aprecia cada cosa por los principios propios de ella, e independientemente de la opinión y de la costumbre, que pasa más adelante de los efectos, y se remonta a las causas; que en cada materia profundiza todas las relaciones para descubrir los resultados, y combinar y ligar todas las partes para con ellas formar un todo; por último, es un espíritu que marca el objeto final, la extensión y los límites de los diferentes conocimientos humanos, y el único que puede elevarlos al más alto grado de utilidad, de dignidad y de perfección.” (Del uso y del abusos del espírita fil., t. 1, p. 2.) 3.ª y última. Ella da también en la ontología una basa a las demás ciencias (n.° 2, 3.°), todas las cuales necesitan además las reglas de la lógica, y muchas no pueden pasarse tampoco sin las reglas de la moral. ¡Tan útil y tan importante es la filosofía a cualquier luz que se la mire! Consagrémonos, pues, a su estudio con la afición más decidida.

——

{1} Por lo general estudian nuestros naturalistas las ciencias físicas con muy poca filosofía; y esta es una de las razones porque no hacen los adelantos que en otras circunstancias podrían esperarse de ellos. Aun las más altas especulaciones filosóficas que algunos desprecian como delirios metafísicos, y aún estos mismos delirios, hacen a veces adelantar mucho las ciencias físicas y también las matemáticas. Véase al Ahrens, Curso de filosofía.

{2} Cicerón hizo de ella uno bien magnífico en sus Tusculanas, en el cual brillan todavía más las siguientes frases: O vitae philosophia dux! O virtutis indagatrix expultrixque vitiorum, qui non modo nos, sed omnino vita hominum sine te esse potuisset! Tu urbes peperisti: tu dissipatos homines in societatem vitae convocasti: tu eos inter se primo domiciliis, deinde conjugiis, tum litterarum et vocum communione junxisti: tu inventrix legum, tu magistra morum et disciplina fuisti: ad te confugimus, a te opem petimus: tibi nos penitius totosque tradimus. Est unus dies bene et ex praeceptis tuis actus peccanti inmortalitati anteponendus.

[Madrid 1843, tomo 1, páginas 52-54.]

Artículo V

De sus relaciones con las otras ciencias

1. Relaciones de la filosofía en el sentido menos lato. 2. Ídem en el más extenso – definición de lo que es ciencia.

1. Lo dicho en el n.° anterior es bastante para hacernos conocer que la filosofía, aun en el sentido menos lato, tiene profundas relaciones con todas las ciencias y con todas las artes, porque todas ellas resultan de aplicaciones de las facultades del hombre a las diversas cosas cognoscibles; y la filosofía trata de las facultades, examina lo que valen, y a lo que alcanzan. Y esta es la razón por qué el matemático, el físico de todas clases, el legista, el político, el teólogo, el pintor, el arquitecto, el escultor, el poeta &c., sacan de dicha ciencia las últimas razones en que se apoyan o pretenden apoyarse; pues del estudio de las facultades del hombre nace una especie de filosofía general a todas las ciencias, y también a todas las artes{1}.

2. Pero aún son mayores, y se conocen más fácilmente las relaciones de la filosofía, tomada esta palabra en el sentido lato, como la tomo en esta introducción.

Para demostrar estas relaciones, basta el raciocinio siguiente. No hay ciencia que no aspire a explicar las cosas que forman su objeto, esto es, las cosas de que trata (esta proposición es evidente.); es así que bien mirado, no es posible explicar realmente las cosas sin conocer su razón (esta otra proposición no es menos evidente, y en parte la dejé demostrada ya en el art. 2.°, n.° 2): luego en todas las ciencias, por solo el hecho de ser tales, o sistemas verdaderos{2}, ha de haber necesariamente conexiones, enlaces, razones; y claro es que estas razones han de pertenecer a la filosofía, que es la ciencia de la razón de las cosas.

De aquí se sigue que la filosofía se extiende y domina por las otras ciencias, las cuales reciben de ella sola lo más noble que tienen, y lo que las da el carácter de un sistema científico, es decir, lo que las hace ser ciencias, a saber, las razones, las conexiones, los enlaces, sin los que unas (véase el art. 9.°) no serían otra cosa que un montón de ideas sueltas sin vínculo ninguno, y otras un hacinamiento confuso y dificilísimo de hechos aislados, tan pronto olvidados como aprendidos. En una palabra, la Filosofía no solo es la ciencia de las ciencias, la ciencia suprema, la más importante, sino que solo ella es necesaria a todas las ciencias. Puede haber, y sin duda ninguna hay, conocimientos sin filosofía; ya puse varios ejemplos en el art. 1.°, n.° 7; pero conocimientos sistemáticos (número últ., art.° 2°.), conocimientos que, como dice Servant, formen un cuerpo completo de verdades, dependientes todas de un primer principio, y ligadas estrechamente unas a otras, de modo que la multiplicidad de los objetos venga a resolverse en la unidad; en suma, los únicos conocimientos que merecen el nombre de ciencia son del dominio de la filosofía, y no podrían existir sin ella, especialmente sin la lógica. Esta es la razón por qué hay filosofía de la música, del canto, de la gramática, de la historia, de la elocuencia, y por decirlo así, todas las cosas tienen o pueden tener su filosofía; y estas filosofías, digámoslo así, son respectivamente lo más importante, lo único científico que hay que aprender en ellas.

——

{1} Veo citadas las lecciones del célebre catedrático escocés, Tomás Brown, con este título (en inglés): Lecciones sobre filosofía de la mente (mind) humana: y que en dos de ellas trata de este punto, pero no las conozco y lo siento, porque deben ser buenas.

{2} Las ciencias no son otra cosa, como dice un discípulo de Kant, que un conjunto de conocimientos, de los cuales las partes homogéneas (homogéneo, lo que es de la misma naturaleza, de las mismas propiedades) están rigurosamente encadenadas unas a otras, y sometidas a una unidad sistemática; lo cual es lo mismo que un encadenamiento de relaciones entre diversas ideas que se reducen a la unidad, formando un sistema por medio del estudio atento y reflexivo, por medio del espíritu filosófico (V. el n.° 3, 4.°).

[Madrid 1843, tomo 1, páginas 55-57.]

Artículo VI

Origen de la filosofía

1. Diversidad de opiniones sobre el origen de la filosofía y de las demás ciencias. – Razones que alegan los que creen necesario elevarle a la revelación. 2. Juicio acerca de dichas razones. 3. La filosofía tiene su origen en la constitución del hombre. 4. Influjo de la curiosidad. 5. Ídem del asombro.

1. Sobre el primer origen de las ciencias, y lo mismo sobre el de las artes que son sus resultados, se hallan muchas veces dos opiniones encontradas; una que le hace subir a una revelación divina, y no pocas veces coetánea a la formación del hombre; otra, que sin negar por eso la revelación, coloca dicho origen en la aplicación de las facultades del hombre, en su trabajo; esto mismo sucede acerca de la filosofía.

Los que siguen la primera opinión, se fundan, 1.° en lo que nos dicen las sagradas letras, o la santa Escritura sobre este punto{1}; 2.° en que toda instrucción, o poco menos según ellos, ha venido por dicho conucto, ya se haya hecho la revelación en la expresada época, ya después; y 3.° en que el primer hombre, o los primeros hombres, privados como estaban del auxilio de toda educación humana, debieron recibir el socorro de una educación divina, porque si no, habrían perecido infaliblemente luchando en vano contra las necesidades de una miseria inevitable. Téngase presente, viene a decir Alletz (Ensayo sobre el hombre, t. 2.°, p. 179 y sig.), la tradición universal de una edad de oro: no se olvide tampoco que todos nosotros debemos la conservación de nuestra vida y la adquisición de nuestros primeros conocimientos a los cuidados y a los beneficios de la educación; y junto todo esto, se verá claramente que el día en que el primer hombre, o los primeros hombres, nacieron, sin salir del seno de una madre, reducidos a su propia debilidad, y privados del fruto de los trabajos de toda una especie que no existía todavía,  aquel día mismo, o cuando más otro poco distante, bien hubiesen sido creados en la debilidad de la infancia, o ya hubiesen empezado a existir con el vigor de la edad adulta, habría sido también el día de su muerte, si no hubiesen recibido una educación divina: solo así, o con una ciencia infusa, innata, ingénita o no adquirida por ellos (que para el caso es lo mismo), pudieron conservar, como conservaron, el don de la existencia.

2. A la verdad que estos argumentos bien presentados y fortalecidos con otras reflexiones a que dan lugar, tienen una gran fuerza, aunque no es difícil responder a algunos de ellos, especialmente al segundo que, en el sentido en que comúnmente se toma la palabra revelación (v. el n.° 7, 1.°) es falso; pero sin embargo no los adopto para el punto de que se trata, ni los desecho tampoco. Reconozco ciertamente y sin vacilar el hecho de la revelación; reconozco también su grande y benéfica influencia, de la que se hablará en el manual; pero en primer lugar se me ocurre, que explicar de este modo el origen de la filosofía es explicarle religiosamente, no de un modo científico{2} o filosófico; y en segundo, recuerdo que por filosofía entiendo aquí con la mayor parte de los escritores, y aún de los mismos que hacen los expresados argumentos o parte de ellos, la ciencia de la razón de las cosas por solo la luz natural, esto es, por solo las fuerzas naturales de la razón humana; o lo que es igual, sin el auxilio de la revelación en cuanto es posible (véase lo que se dice más abajo en la moral); luego no podemos, sin incurrir en una contradicción palmaria, hacer consistir el origen de la filosofía en la revelación; le colocaré, pues, en la aplicación de las facultades del hombre: en el trabajo del hombre mismo.

3. Y a la verdad que es por lo menos muy natural hacer consistir el origen de la filosofía, como el de las otras ciencias, exceptuada (y aun eso solo bajo cierto aspecto) la teología revelada, y el de todas las artes, en las necesidades del hombre, en su indeclinable y permanente deseo de ser feliz, y en el sentimiento que nos hace ser curiosos desde muy temprano. Sin tener que hablar ahora de las necesidades del hombre por no ser este el lugar correspondiente, y ser bien sabido que unas son físicas, como por ejemplo, las de respirar y comer, a lo menos en el orden común de las cosas; otras, intelectuales, tal como la de ocupar en algo el pensamiento, a lo menos casi siempre; y otras morales, como v. g. la de hallarnos dignos de nuestra propia estimación para ser felices, sin hablar tampoco del deseo de la felicidad que todos tenemos bien comprobado, aunque no todos le hemos estudiado lo bastante; fácilmente se conoce que no satisfaría el hombre dichas necesidades y deseo en el grado y modo que le es posible hacerlo en esta triste vida, si no hubiese hecho ninguna investigación filosófica. (Véanse los tres artículos anteriores.) Esto es incontestable: hablemos ya del indicado sentimiento.

4. La curiosidad es sin disputa una de las modificaciones más naturales en el corazón humano, y uno de sus móviles más importantes{3} y universales. En virtud de este principio del conocimiento, debieron los hombres de los tiempos antiguos, luego que viesen satisfechas sus primeras necesidades, no contentarse con conocer los fenómenos, y experimentar el deseo de conocer también la razón de ellos. Así, por ejemplo, verían el flujo y reflujo del mar, o notarían que en una época del año se desarrollaba vigorosamente la vegetación, al paso que en otra estaba como dormida, y querrían saber el por qué: lo mismo debió suceder en cuanto a las demás cosas que no son fenómenos. Con esto se explica naturalmente el origen de la filosofía, la cual, aunque de pronto no se tuviesen más que conocimientos escasos y erróneos en muchas materias (como es muy probable), se remonta a los primeros tiempos de la especie humana.

5. Pero hay en esta otra sentimiento cuya acción combinada con la curiosidad, le explica mejor si cabe, y es el del asombro. Cuando miramos repetidas veces los fenómenos del universo, notamos también repetidas veces el orden en que unos se suceden a otros, quedando impresas en nuestra memoria las ideas de ellos en el mismo orden en que se produjeron, y tan asociadas entre sí, que la idea de uno despierta e introduce la idea del próximo siguiente, y este la de otro, y así sucesivamente. Esta asociación de las ideas{4} que llega a su grado máximo, si los fenómenos a que se refieren, se presentan siempre y constantemente en el mismo orden que antes, y la mayor celeridad que hay en la reproducción de las ideas en nuestra memoria, que en la producción de los fenómenos en la naturaleza exterior, dan ocasión a que, conocido una vez por nuestra alma el orden en que suele presentarse una serie cualquiera de fenómenos, en el instante que vemos uno de ellos, se despierta en nuestra memoria la idea de él, y tras de esta las asociadas de los otros fenómenos sucesivos, esperando que se verificarán todos los de la serie que conocemos, y que se verificarán en el mismo orden en que se han reproducido nuestras ideas, que es el mismo en que anteriormente tenemos observado que se produjeron los hechos a que se refieren.

Pondré un ejemplo sencillo, que ayude a entender esta doctrina algo abstracta y metafísica, es verdad, pero tan innegable y tan importante, que en mi concepto es, si no la base de la filosofía, uno de los puntos que más se necesitan para la explicación de otros. Supongamos que observamos repetidas veces estos tres fenómenos: la salida del sol por el oriente, su mayor resplandor en el meridiano, y su desaparición por el occidente. Cuando notamos repetidas veces dichos fenómenos (supongo que el observador tiene ya algunos años), notamos también el orden en que uno se sucede a otro, ni nos es indiferente esta circunstancia, ni puede sérnoslo{5} en general; observamos que el 1.° precede al 2.° en el día que hemos adoptado; y el 2.° al 3.°, el cual nunca sigue inmediatamente al 1.°, ni es seguido inmediatamente del 2.° Las ideas que nos formamos de los tres hechos quedan impresas en nuestra memoria en el mismo idéntico orden en que se verifican los hechos a que se refieren: quedan también tan asociadas, tan enlazadas, tan conexas como lo están los hechos mismos; de manera que, si se despierta en nuestra memoria la idea de uno de ellos con la presencia de él (por ejemplo, la del 1.°), al instante se despierta la del 2.°, y esta excita la del 3.°; llegando a tal punto, que ver salir el sol por la mañana, y esperar que se verificarán los otros dos hechos de su llegada al meridiano y de su desaparición por el occidente, y no en cualquier orden,  sino en el mismo en que se han reproducido en nuestra memoria las ideas a que corresponden, es obra natural, espontánea, y de un solo momento, según se convencerá cualquiera, observándose a sí mismo. Apliquemos ya esta doctrina al asunto de que tratamos.

Cuando los fenómenos se suceden unos a otros en el mismo orden a que estamos acostumbrados, en el orden en que ya otras veces se han reproducido sus idea en nuestra memoria, en el orden en que a consecuencia del hábito{6} ellas por sí solas, digámoslo así, tienen una tendencia a reproducirse, en el orden finalmente en que esperamos de antemano que se verifiquen, entonces nuestra alma no experimenta asombro alguno, se le muestran íntimamente enlazados unos con otros; casi la parecen todos ellos una misma cosa porque los ve llamarse y producirse respectivamente; puede reducirlos a una unidad sistemática; puede en cierto modo explicárselos fácilmente; puede comprenderlos del modo que es dado (n.° 8, 1.°) al entendimiento humano; los comprende alguna vez con facilidad, y sin hacer ningún esfuerzo para pasar de uno a otro; y en tales casos son muy pocos los que meditan y reflexionan.

Pero sucede todo lo contrario cuando los hechos no se presentan en el orden en que, por decirlo así, están acostumbradas nuestras ideas a reproducirse, en el orden en que los esperamos (lo cual se verifica con demasiada frecuencia, aun en los que ya saben algo); entonces nuestra alma queda profundamente asombrada, su curiosidad natural se despierta de un modo muy vivo; quiere fuertemente comprender los fenómenos de dicha especie; quiere explicárselos uno por otro, como tiene de costumbre; quiere formar un sistema y no puede, a lo menos por de pronto; les ve separados, sueltos, distantes; no sabe ligarlos; no puede pasar de uno a otro, porque le parece que hay en medio un abismo; necesita como una especie de puente; necesita descubrir una cadena de hechos ligados entre sí que junten igualmente aquellos fenómenos, al parecer{7} separados; se detiene, y medita y reflexiona, y así hace filosofía.

——

{1} En el cap. 17 del Eclesiástico, por ejemplo, se hallan los versículos siguientes: Deus creavit de terra hominem, et secundum imaginem suam fecit illum.– Creavit ex ipso adjutorium simile sibi: consilium, et linguam, et oculos, et aures, et cor dedit illis excogitandi : et disciplina intellectus replevit illos.– Creavit illis scientiam spiritus, sensu implevit cor illorum, et mala et bona ostendit illis. Por lo cual, tratando Guevara de las vicisitudes de la filosofía, dice así: «El primer filósofo fue el primer hombre, el cual salió de manos del Criador en el estado de justicia, y por lo mismo no salió envuelto en las tinieblas de la mente (esto es, en la ignorancia, o tal vez error) que afearon a su posteridad por el pecado original: el primer hombre no pasó por la infancia, y apenas nació, tuvo ya una razón adulta. Con gusto omito, como inútil, la cuestión de ¿hasta dónde llegó la filosofía de Adam, qué conocimientos tuvo acerca del orden físico de las cosas, qué supo de lógica, metafísica, ética y política? Pero es indudable que, luego que nació el primer hombre, fue constituido príncipe y señor de todo el orbe terráqueo; ni parece digno de la providencia de Dios que el hombre, a quien confirió liberalmente la primaría de la creación, y de quien había de derivar la posteridad la noticia de su linaje (de su origen), o no sobresaliera en agudeza de entendimiento, o desidiosamente la dejase inculta. Suele en verdad enviar Dios administradores imbéciles para castigar a los pueblos que se cubren de crímenes: pero antes de Adam no había hombres que pecaran. Él, ciertamente (lo dice por esta parte del vers. 20, cap. 2. del Génesis y por otros textos: «Apellavitque Adam nominibus suis cuncta animantia et universa volatilla coeli, et omnes bestias terrae»), llamó por su respectivo nombre a cada cosa, tanto a los animales como a las plantas, y a todo lo demás que estaba sujeto a su dominación: en lo cual se manifestó en verdad tan sabio y tan conocedor de la naturaleza, que Platón afirmó con confianza en su Cratilo, que los primeros nombres de las cosas expresan admirablemente las cualidades de las cosas mismas, y que no se hubiera podido imponerlas nombres tan propios, si el entendimiento de quien los inventó, no hubiese sido regido (o iluminado) por la sabiduría divina. Sin embargo no me atrevo a convenir con los que ensalzan tanto la filosofía del primer hombre, que, según ellos, nadie ha llegado después a igualarle: pero ciertamente la posteridad de Adam heredó de él conocimientos, que se aumentaron después a costa de muchos sudores, &c. (Institutonium element. philos.)

{2} Con todo, la escuela de filosofía que en Francia llaman teológica, ha producido en lo que va del siglo presente unos cuantos escritores notables por su talento y saber, algunos de ellos con tendencias muy diversas, como Maistre, Mennais, Bonald, Barón d’Eckstein, el dulcísimo Ballanche y otros: los cuales no solo buscan en la revelación el origen de la filosofía, sino que piensan que solo puede haber filosofía por medio de la revelación; y así «como apenas hay revelación sino por la historia, su método se reduce a la erudición histórica aplicada a la investigación de la verdad revelada.» Véase lo que dice Damiron en su excelente Ensayo sobre la historia de la filosofía en Francia durante el siglo 19°, tom. 2, p. 216 y siguientes, impresión de París de 1834. Y también citaré ya con este motivo, aunque por distinta idea, la obra inglesa titulada (en inglés): Principios de filosofía mental y moral por Guillermo Enfield, p. 11. y sig. de la impresión de Londres de 1809, en donde se hallarán algunas de las ideas que manifiesto en el n.° 4 de este artículo, y unas pocas frases sueltas que, por evitar confusión, no pongo entrecomadas.

{3} En mis adiciones a la filosofía moral del autor, art. De algunos sentimientos especiales de la alma), trato más extensamente de este punto, mirado allí bajo el aspecto conveniente, y también del sentimiento de verdad especulativa que suele confundirse con la curiosidad. En este lugar no vendrían bien las reflexiones que en dicho lugar son oportunas.

{4} Adviértase que la asociación de las ideas es también una conexión (véase el n.° 3, 2°) natural unas veces, otras facticia: pero siempre es conexión, puesto que no puede haber ideas asociadas sin que la una despierte a la otra: esto es, sin que se hayan ligado la una con otra, sin que se hayan conexionado, aunque esto sucede a veces arbitraria y disparatadamente. En el Manual se tratará más por extenso de este asunto.

{5} Dígolo porque no tenemos otro modo de explicar los fenómenos que el que nos suministra dicho orden. (V. el n.° 8, 1.° y el art. 2.°)

{6} Sabido es que el hábito es una de las cosas que nos modifican más, por esto es tan importante el adquirir buenas habitudes. Mas como no es de este lugar la investigación de los efectos más principales que produce, no hablo de ellos aquí: el que quiera ver cuáles son, puede consultar el artículo del hábito que forma parte de mis adiciones a la moral del autor. Aquí hablo del hábito solo incidentalmente, y lo que digo acerca de él, es incontestable, pues se reduce a que los fenómenos que estamos acostumbrados a ver, no despiertan tanto nuestra curiosidad, como los que se hallan en el caso opuesto. La novedad es un gran excitante de la curiosidad; los niños son tan curiosos, porque hallan muchas cosas nuevas para ellos; y las cosas extraordinarias excitan mucho nuestra curiosidad por la misma razón.

{7} Puede consultarse para la más fácil inteligencia de lo que digo en este párrafo, además de lo manifestado en muchos de los anteriores, el ejemplo que pongo en el artículo 12 al hablar del caso 4.° del método de la hipótesi muy falible.

[Madrid 1843, tomo 1, páginas 57-65.]

Artículo XX

¿Conviene renunciar en las ciencias naturales al método de hipótesi muy falible, y limitarse absolutamente, o poco menos, a los hechos que nos consten por observación o por experimento?

1. El hombre ni debe ni puede despreciar los conocimientos meramente probables. 2. Renunciar enteramente al método de hipótesis muy falible perjudicaría muchísimo al progreso ascendente de las ciencias naturales. 3. Aun las hipótesis más irracionales han dado a veces ocasión a que se hagan grandes adelantamientos. 4. Objeción a la doctrina principal de este artículo. Respuesta.

1. Ya he probado antes que no; porque ordinariamente es menos malo que hallarse en una absoluta ignorancia sobre tal o cual asunto, tener de él conocimientos poco probables, aunque tal vez sean falsos algunos de ellos, y acaso muchos o todos, que  no es ningún imposible. El hombre puede y debe desconfiar de los conocimientos meramente probables, salvo lo dicho en otra parte (n.° 7, 12.°); pero ni debe ni puede despreciarlos enteramente, so pena de hacerse infeliz. Porque ciencias enteras hay, y muchas, y muy importantes (todas las naturales, véanse los arts. 12.° y 14.°) cuyos conocimientos no se pueden aplicar con certidumbre a los casos particulares; y aún hay más, pues hemos visto también que no pueden formarse sino mediando alguna suposición, y aun precediendo hipótesis muy falibles.

2. Mas para que acabe de convencerse aun el que no haya entendido bien los artículos anteriores de que sería perjudicial al progreso de las ciencias naturales renunciar del todo al mencionado método de hipótesi, basta pensar en que muchísimas verdades que en el día nos constan como hechos suficientemente observados o experimentados, no fueron conocidas cuando empezaron a descubrirse sino por hipótesis poco probables. Así por ejemplo, cuando Franklin, viendo que el fenómeno del relámpago era parecido a un cierto fenómeno del ámbar, atribuyó los dos a una misma causa, a saber, al fluido eléctrico, no hizo más que una hipótesi de la dicha especie. Pero lo que en un principio no fue más que hipótesi más o menos arbitraria y poco probable, el mismo Franklin lo elevó después a la clase de un hecho suficientemente comprobado, haciendo experiencias que la probaron, y la humanidad se hubiera quedado, a lo menos por algún tiempo, sin conocer esta verdad tan luminosa en la física, y tan importante por sus aplicaciones a la práctica, si aquel grande hombre hubiese renunciado a la hipótesi muy falible.

De un modo más o menos análogo al del ejemplo anterior, se han descubierto cuantas verdades nos constan, como hechos suficientemente probados en las ciencias naturales. Primero se hizo para cada caso general, o poco menos que para cada caso, una hipótesi más o menos arbitraria que determinó a hacer nuevos experimentos o nuevas observaciones; vinieron después las observaciones o los experimentos que la confirmaron, y la verdad científica de que se trataba, quedó establecida. (Véase la nota 1.ª n.° 10. del art. 14.°)

3. Pero aún hay más. Ha sucedido frecuentísimamente, que habiendo hecho hipótesis con más o menos fe, y más o menos fundamento, pero siempre arbitrarias, en aquella ocasión por lo menos, se decidieron sus autores, u otros que las adoptaban, a hacer experiencias y observaciones, las cuales, sin confirmar las hipótesis que les dieron origen, nos han dado a conocer muchas verdades importantes, que a no ser por esto, es muy probable que hubieran quedado ocultas con las muchísimas que ignoramos.

La historia de la filosofía en general, y la de cada una de las ciencias naturales lo confirman completamente. Aun las hipótesis más irracionales, como la alquimia por ejemplo y la astrología, nos han proporcionado accidental y mediatamente innumerables y preciosos conocimientos. La mayor parte de las verdades que entran en la química y en la astronomía, se han descubierto por las necias suposiciones de que era posible hallar un medio de convertir un metal cualquiera en oro, y otro (que a veces suponían hallado ya) de leer en los astros los sucesos futuros de la vida. El renunciar, pues, al método de hipótesi muy falible, perjudicaría muy mucho, no solo al complemento, o mejor dicho, al indispensable suplemento de las ciencias naturales, sino también al progreso ascendente de las mismas: pues en estas ciencias (a diferencia de las abstractas), se necesita del referido método para adelantar, aunque el uso que se haga de él, deba ser en todo lo posible meramente provisional, es decir, hasta que se verifiquen nuevas observaciones o nuevos experimentos (n. 7, 12.°) que confirmen o impugnen las suposiciones.

4. Pero todavía insistirán algunos en la opinión contraria, diciendo: que como la hipótesi, meramente hipótesi (esto es, considerada en sí misma con abstracción de los antecedentes), no es más que suposición, puede contener delirios y disparates, y que de consiguiente darle cabida en las ciencias, es exponerse a dar lugar en ellas a disparates y delirios.

Nosotros les respondemos, que a veces esos disparates son ocasión de grandes descubrimientos, como acabamos de verlo; pero que además, no deseamos por nuestra parte que se hagan en las ciencias hipótesis absolutamente desnudas de fundamento, antes bien queremos que su formación, y el aprecio o el desprecio que se haga de ellas, se ajusten a ciertas reglas de lógica y a ciertos principios de filosofía de sentido común, para que no conduzcan a delirios ni a disparates propiamente tales, sino a conocimientos eminentemente probables, de los cuales casi todos serán verdaderos. Aunque podía muy bien dispensarme de tratar expresa y terminantemente de las indicadas reglas y principios, porque están contenidas en lo manifestado en los artículos anteriores, especialmente en el 12.° y en el 14.°, veámoslas sin embargo para mayor ilustración de este asunto, que no es poco interesante para las ciencias naturales.

[Madrid 1843, tomo 1, páginas 266-269.]

[ Edición –en curso– de las “Nociones generales…, adiciones del traductor” al Manual clásico de filosofía escrito en francés por M. Servant Beauvais, Madrid 1843, tomo 1, páginas 1-289. José López de Uribe renumera las notas a pie de página en cada número de cada artículo; aquí las renumeramos por artículos, enlazando en su caso a la correspondiente; por ejemplo, en el tercer párrafo del número 3 del artículo 2: “puse por ejemplo en la nota 2.ª, n.° 8. del art. ant.” va enlazado a la nota {17}, segunda del número ocho del primer artículo. ]