Filosofía en español 
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Propaganda Revolucionaria - Biblioteca de «El Socialista»
 

Manifiesto del Partido Comunista

escrito por C. Marx y F. Engels

 
Volumen I
Imprenta de Fernando Cao y Domingo del Val
Platería de Martínez, número 1
Madrid 1886

Este volumen se halla de venta
en la Administración de El Socialista,
calle de Hernán Cortés, núm. 8 pral,
al precio de 15 céntimos.

anuncio
(Primer anuncio de este folleto en El Socialista, Madrid, 29 de octubre de 1886, nº 34, página 4. El Socialista. Órgano del Partido Obrero, había ido publicando esta versión del Manifiesto del Partido Comunista, por partes, desde su número 14 (Madrid, 11 de junio de 1886) al 22 (Madrid, 6 de agosto de 1886).

«En 1886 apareció una nueva traducción francesa en Le Socialiste, de París; es hasta ahora la mejor [(1) Fué la obra de Laura y Paul Lafargue. Nota del Editor]. Después de ésta ha aparecido en el mismo año una versión española, primero en El Socialista y luego en folleto: “Manifiesto del Partido Comunista”, por Carlos Marx y F. Engels, Madrid, Administración de El Socialista, Hernán Cortés, 8.» (“Prefacio de Engels a la edición alemana de 1890”, en C. Marx y F. Engels, Manifiesto Comunista, Publicaciones Edeya, Barcelona [1933], pág. 4.)


La Redacción (Madrid, 30 de octubre de 1886), 3

Prólogo, C. Marx. - F. Engels (Londres, 24 de junio de 1872), 5

Manifiesto del Partido Comunista, 7

Capítulo primero. Burgueses y proletarios, 9

Capítulo II. Proletarios y comunistas, 19

Capítulo III. Literatura socialista y comunista, 25
  1. Socialismo reaccionario, 25
    a) Socialismo feudal
    b) Socialismo de los pequeños burgueses
    c) El socialismo alemán o el verdadero socialismo.
  2. Socialismo conservador o burgués, 27
  3. El socialismo y el comunismo crítico utópico, 28

Capítulo IV. Actitud de los comunistas con relación a los diferentes partidos de la oposición radical, 31

Llegada la burguesía en todos los países civilizados a la última fase de su desarrollo, a la fase capitalista, su término como clase dominante es fatal en breve plazo.

Incapaz de dirigir las fuerzas productivas que ella misma ha creado; no pudiendo conjurar los conflictos y trastornos que nacen de su modo de producción y del reparto que de la riqueza verifica; sin función ninguna útil que desempeñar, o mejor dicho, desempeñando tan sólo la de voraz parásito, le ha llegado la hora de sucumbir a manos del elemento productor, del Proletariado, de igual manera que sucumbieron a las suyas, cuando fueron un obstáculo al desenvolvimiento de ella, la teocracia y el feudalismo.

Mas para que este hecho tenga efecto, para que el embrión de la nueva sociedad rompa los moldes que la aprisionan y se oponen a su total desarrollo y triunfo, es altamente necesario que las masas obreras, además de la conciencia de su poder y de su fuerza, en lo cual van ya muy adelantadas, adquieran cabal conocimiento de las ideas y soluciones que han de implantar al destruir la burguesía.

¿Cómo conseguir esto? ¿Cómo lograr que la inmensa masa desheredada llegue a comprender el grandioso papel que en la próxima lucha social le toca desempeñar? Pues trabajando todos los que se precien de socialistas revolucionarios por llevar a ella, por difundir entre sus individuos e inculcarles fuertemente las verdades, los principios y las doctrinas del socialismo científico representado por los Partidos Obreros.

Eso hacemos ya nosotros desde las columnas de El Socialista, y eso pensamos seguir haciendo por medio de él; pero entendiendo que en este sentido será siempre poco cuanto se acometa, y que si el periódico es un elemento poderoso de propaganda, el folleto y el libro lo son también, nos decidimos a emprender hoy la publicación de una Biblioteca que comprenderá los escritos más notables del socialismo revolucionario o aquellos otros que puedan contribuir a la vulgarización de sus ideas.

Dos razones nos han movido para comenzar nuestra obra con el Manifiesto del Partido Comunista: la primera y principal, porque en nuestra pobre opinión es el documento socialista de más importancia que hasta la fecha se ha producido, y después, porque siendo de este parecer gran número de correligionarios nuestros, nos han manifestado muchas veces el deseo de verlo publicado en forma de folleto.

Aunque escrito el año 1847, su valor es tal, que salvo algunas modificaciones apuntadas por sus mismos autores en el prólogo que para él redactaron en 1872 –modificaciones que no afectan al fondo del documento– puede considerarse hoy como el evangelio de todos los socialistas. No sólo se expone en él magistralmente la teoría de la lucha de clases, el desenvolvimiento de la burguesía y la formación del Proletariado, sino que se marca también la aspiración de éste a su emancipación económica por medio de la revolución, y el desenlace de la lucha entre la clase explotadora y la clase explotada, respondiéndose además con una fuerza de lógica irresistible a las objeciones que entonces, como ahora, han hecho la burguesía o sus abogados a los principios proclamados por el socialismo científico.

En una palabra, el mérito del Manifiesto del Partido Comunista es tanto, que no su lectura, sino su estudio, es lo que recomendamos a todos los que quieran conocer perfectamente los fundamentos de la doctrina socialista revolucionaria.

La Redacción.

Madrid, 30 de octubre de 1886.

(páginas 3-4.)

Prólogo

La Liga de los Comunistas, asociación internacional de obreros que por las circunstancias de la época no podía ser una Sociedad pública, encargó a los que suscriben, en el Congreso que tuvo lugar en Londres el mes de noviembre de 1847, que redactasen un programa teórico y práctico del Partido, destinado a la publicidad. Tal es el origen del presente Manifiesto. Algunas semanas antes de la Revolución de febrero de 1848, el manuscrito fue enviado a Londres para su impresión. Fue publicado primero en alemán, en cuyo idioma salió a luz en Alemania, Inglaterra y América, habiéndose hecho de él lo menos doce ediciones. Publicóse en inglés por primera vez en 1850 en el periódico El Republicano Rojo, traducido por mis Elena Macfarlane, y se hicieron otras tres traducciones inglesas en los Estados Unidos. Traducido al francés, vio la luz primeramente en París, poco antes de la insurrección de junio de 1848, y últimamente en Le Socialiste, de Nueva York: actualmente se está preparando una nueva traducción francesa. Fue traducido al polaco poco tiempo después de su publicación; al ruso, en Ginebra, por los años de 1860 a 1861, y al dinamarqués a raíz de su primera aparición.

Aparte de las circunstancias, que han cambiado en los veinticinco años que acaban de transcurrir, los principios generales desarrollados en este Manifiesto son todavía hoy en el fondo una verdad. El Manifiesto mismo declara que la aplicación de estos principios deberá conformarse en todo tiempo a las circunstancias creadas históricamente; por lo cual no damos hoy grande importancia a las medidas revolucionarias propuestas al final del cap. II. Si hoy tuviéramos que redactarle de nuevo, este pasaje sería cambiado o modificado bajo muchos conceptos. Ante el inmenso desarrollo que ha tomado la grande industria en los últimos veinticinco años, ante la fuerte organización de la clase trabajadora como partido militante, organización que marcha paralelamente con esto desarrollo; ante los experimentos prácticos de la Revolución de febrero y de la Commune de París, en que el proletariado tuvo por primera vez durante dos meses el Poder político en sus manos; ante todo esto, decimos, el programa revolucionario contenido en el Manifiesto ha caducado en muchas de sus partes. Nos contentaremos con citar un hecho: la Commune de París ha probado «que la clase obrera no puede limitarse a entrar en posesión de la máquina del Estado, completamente montada para hacerla funcionar a beneficio de sus propios fines». (Véase la La Guerra civil en Francia, Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores, edición francesa de Bruselas, página 19, donde esta tesis se halla más ampliamente desarrollada). Además, excusamos decir que la crítica de la literatura socialista no basta en la actualidad, puesto que sólo llega hasta el año 1847; y que las observaciones sobre la posición de los comunistas con respecto a los diversos partidos de la oposición oficial (capítulo IV), bien que justas hoy todavía en sus rasgos principales, no tienen ya ningún valor práctico, porque la situación política ha cambiado completamente y porque el movimiento histórico ha barrido la mayor parte de los partidos políticos que se enumeran en el Manifiesto.

Con todo, el Manifiesto es un documento histórico, en el cual no nos creemos con derecho a introducir alteraciones. Quizás salga a luz otra edición acompañada de una introducción que tendrá por objeto llenar el vacío que separa ahora el año de 1847 del año de 1872{1}.

C. Marx. – F. Engels.

Londres, 24 de junio de 1872.

{1} Esta introducción no se ha publicado. (Nota de la Redacción.)

(páginas 5-6.)

Manifiesto del Partido Comunista

Europa está acosada por un fantasma, por el fantasma del comunismo.

Todos los poderes de la vieja Europa se han unido en santa cruzada contra ese fantasma: el papa y el czar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes. ¿Dónde está la oposición que no haya sido acusada de comunismo por sus enemigos en el poder? Y ¿dónde está la oposición que no haya lanzado esta acusación al rostro de sus opositores más avanzados, lo mismo que de sus enemigos reaccionarios? Dos cosas se desprenden de la consideración de estos hechos:

I. Las potencias oficiales de Europa reconocen el comunismo como una potencia.

II. Es hora ya, para los comunistas, de proclamar abiertamente ante el mundo sus miras, sus tendencias y sus fines; de contestar a esas fábulas ridículas sobre el espantajo del comunismo con un Manifiesto del Partido Comunista.

Con este objeto, los comunistas de diferentes nacionalidades se han reunido en Londres y han redactado el Manifiesto siguiente, que será publicado en inglés, en alemán, en francés, en italiano, en holandés y en dinamarqués.

(página 7.)

Capítulo primero

Burgueses y proletarios

Hasta ahora la historia de todas las sociedades ha sido la historia de luchas entre las clases que la componen. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, nobles y siervos, gremiales y compañeros, en una palabra, opresores y oprimidos, han estado siempre en oposición directa.

La lucha, ora sorda, ora declarada, ha sido continua. Batalla incesante que ha terminado siempre por una transformación revolucionaria de la sociedad entera, o bien por la destrucción de las clases hostiles.

En las anteriores épocas históricas vemos casi por do quiera una división en clases o rangos, una variedad de grados en la posición social. En la antigua Roma vemos a los patricios y caballeros, plebeyos y esclavos; en la Europa de la Edad Media, señores, vasallos, burgueses, compañeros y siervos, y en cada una de estas clases había aún distinciones graduadas. La sociedad burguesa moderna ha salido de las ruinas del sistema feudal, pero no ha abolido de ningún modo el antagonismo de las clases.

Nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas formas, nuevos medios de lucha han reemplazado a los antiguos. El carácter de nuestra época, la era de la clase media, de la burguesía, consiste en que la lucha entre las diferentes clases ha sido reducida a su más simple forma. La sociedad se divide de día en día en dos grandes campos, en dos grandes ejércitos enemigos: la Burguesía y el Proletariado.

Los burgueses de los antiguos municipios salieron de los siervos de la Edad Media, y de la clase municipal salieron los elementos constitutivos de la burguesía moderna.

El descubrimiento del Nuevo Mundo y la circunnavegación del África abrieron a la clase media, a la sazón naciente, campos más vastos de acción y movimiento. La colonización de América, la apertura de los mercados de la India y de la China, el comercio colonial, el acrecentamiento de la masa de mercancías y de los medios de cambio, dieron un impulso, hasta entonces desconocido, al comercio, a la navegación, a las manufacturas, y ayudaron a la evolución rápida del elemento revolucionario en la sociedad feudal en decadencia. El antiguo sistema feudal de producción industrial por medio de gremios y maestrías, no bastaba ya para los pedidos crecientes de estos nuevos mercados, y fue reemplazado por el sistema manufacturero. Desaparecieron los gremios ante la pequeña burguesía industrial; la división del trabajo entre las diferentes corporaciones fue reemplazada por la división del trabajo entre los obreros de un mismo taller.

Pero los pedidos seguían creciendo, abríanse nuevos mercados: este sistema manufacturero fue a su vez insuficiente. Entonces la producción industrial fue revolucionada por las máquinas y el vapor. El sistema moderno de la industria se desenvolvió en todas sus gigantescas proporciones: en lugar de una clase media, hallamos industriales millonarios, jefes de ejércitos enteros de trabajadores. Tales son los burgueses modernos, los Capitalistas.

La grande industria creó el mercado universal, ya preparado por el descubrimiento de América, y el mercado universal dio un inmenso desarrollo al comercio y a los medios de comunicación por tierra y por mar. Esto influyó sobre la expansión de la industria y en las mismas proporciones que la industria, el comercio, la navegación y los caminos de hierro se extendían, la burguesía se desarrollaba, acrecentaba su capital y echaba hacia atrás a todas las demás clases trasmitidas por la Edad Media.

La burguesía moderna es, pues, el resultado de un largo desenvolvimiento, de una serie de revoluciones en los modos de producción y de cambio. A cada grado de evolución industrial atravesado por la burguesía, ha seguido un grado correspondiente de desarrollo político. Oprimida bajo et régimen feudal, la burguesía revistió primero la forma de asociaciones armadas rigiéndose a sí mismas en las municipalidades de la Edad Media. En un país la vemos bajo la forma de república comercial, de ciudad libre; en otro como el tercer Estado imponible de la monarquía. Más adelante, cuando prevaleció el sistema manufacturero y antes de la introducción del vapor, la burguesía vino a ser el contrapeso de la nobleza en las monarquías absolutas, y en general, la base de todas las grandes monarquías. Finalmente, desde el establecimiento del sistema industrial moderno y del mercado universal, esta clase ha ganado la posesión exclusiva del poder político en el Estado representativo moderno. Los gobiernos modernos no son ya en realidad otra cosa que comités instituidos para cuidar de los negocios comunes de la clase burguesa.

La burguesía ha representado en la historia un papel sumamente revolucionario: tan luego como obtuvo el poder, destruyó todas las relaciones feudales, patriarcales y pastorales; rompió uno a uno todos los eslabones de aquella cadena feudal que ligaba a los hombres a sus superiores naturales, no dejando subsistir entre hombre y hombre otro lazo que el del pago al contado.

La burguesía ha cambiado la dignidad personal en valor venal y reemplazado con la simple y desordenada libertad del comercio las numerosas libertades municipales, tan laboriosamente conquistadas en la Edad Medía. El entusiasmo caballeresco, las piadosas emociones, se han desvanecido ante el soplo helado de sus cálculos egoístas. En una palabra, la burguesía ha puesto la expoliación abierta, directa, descarada, en el lugar del sistema anterior, de expoliación escondida tras ilusiones políticas y religiosas; ha desgarrado el velo sagrado que cubría los diversos modos de la actividad humana y los hacía venerables y venerados: ha hecho del médico, del jurisconsulto, del sacerdote, del poeta, del filósofo, sus servidores asalariados: ha desgarrado el velo interesante del sentimiento en los lazos domésticos y reducido las relaciones de familia a una simple cuestión metálica. La burguesía ha mostrado que la fuerza bruta de la Edad Media, tan admirada por los reaccionarios, tiene su complemento natural en la ociosidad disoluta; pero ha mostrado también lo que puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas muy superiores a las Pirámides de Egipto, a los acueductos romanos, y a las catedrales góticas, y sus expediciones han sobrepujado en mucho a las antiguas cruzadas y a las antiguas emigraciones.

La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente las maquinas e instrumentos de producción, cambiando perpetuamente el sistema de la producción, es decir, toda la organización social. La persistencia en los antiguos métodos de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Un cambio continuo en los modos de producción, un estado incesante de agitación e inseguridad social distingue a la época burguesa de todas las que le han precedido. Los antiguos lazos que unían a los hombres, sus antiguas opiniones y creencias desaparecen rápidamente, y las nuevas son abandonadas aun antes de haber echado raíces. Todo lo que era fijo y estable desaparece; todo lo que era santo y venerable es vilipendiado, y los hombres se ven forzados a considerar sus relaciones mutuas y el problema de la vida desde el punto de vista más terrenal.

La necesidad de un mercado siempre creciente para sus productos, disemina a la burguesía por todo el globo; obligada por esta necesidad, ha tenido que fundar factorías, establecer relaciones y crear medios de comunicación por do quiera. Por medio de este mercado universal ha dado al consumo una tendencia cosmopolita. Con gran sentimiento de los reaccionarios, la burguesía ha quitado al sistema industrial moderno sus cimientos nacionales. Las antiguas manufacturas nacionales fueron destruidas o están a punto de serlo, para ser reemplazadas por nuevas industrias cuya introducción se convierte en una cuestión vital para todos los países civilizados. Las materias primeras de éstos, en vez de ser indígenas, vienen de las más apartadas regiones, y sus productos, en lugar de ser consumidos por el mercado nacional, son vendidos en el mundo entero. En lugar de las antiguas necesidades nacionales, satisfechas con productos indígenas, hallamos por todas partes necesidades nuevas, que sólo pueden ser satisfechas con productos de los países más remotos, de los climas más diversos.

Los mismos hechos se reproducen en el mundo intelectual.

Los productos intelectuales de las distintas naciones tienden a convertirse en propiedad común. Las ideas nacionales estrechas, las imitaciones mentales se hacen cada día más imposibles, y una literatura universal se forma de las numerosas literaturas nacionales y locales. Con los mejoramientos incesantes de las máquinas y de los medios de locomoción, la burguesía arrastra a los salvajes más bárbaros dentro del círculo mágico de la civilización. La baratura: tal es su artillería para batir en brecha las murallas de la China y para vencer la obstinada aversión mantenida contra los extranjeros por las naciones semicivilizadas. Los burgueses, con su concurrencia, imponen la adopción de su sistema de producción, so pena de ruina inevitable; obligan a las naciones a aceptar lo que se llama la civilización, a convertirse en burgueses. Así es como la clase media reconstruye el mundo a su imagen y semejanza.

La burguesía ha puesto al campo bajo la influencia de la ciudad; ha creado enormes centros de población, y con el enorme acrecentamiento de ésta en los distritos manufactureros, en comparación de su desarrollo en los distritos agrícolas, ha preservado en cada país una gran parte de la población del idiotismo de la vida del campo. La burguesía no sólo ha subordinado al campo a la ciudad, sino que ha hecho a las tribus bárbaras y semicivilizadas dependientes de las naciones civilizadas; a los países agrícolas dependientes de los países manufactureros; al Oriente del Occidente.

Las divisiones de propiedad, de medios de producción y de población, se borran bajo el régimen burgués. Este régimen aglomera la población; centraliza los medios de producción; concentra la propiedad en un corto número de manos. La centralización política es su consecuencia. Las provincias independientes, con intereses diversos, rodeada cada una de ellas de una línea de aduanas y colocada bajo un gobierno local distinto, se reúnen en una sola nación bajo un solo Gobierno, sujetas a las mismas leyes, con una sola línea de aduanas, con una sola tarifa y con el mismo interés nacional.

El régimen burgués no lleva un siglo de existencia, y, sin embargo, ha creado medios más gigantescos de producción que todas las anteriores generaciones juntas. La sumisión de los elementos de la naturaleza, el desenvolvimiento de la mecánica, la aplicación de la química a la agricultura y a la industria, como los ferrocarriles, los telégrafos, los buques de vapor, el cultivo de continentes enteros, la canalización de millares de ríos, y, finalmente, numerosas poblaciones, ejércitos industriales han surgido como por magia. ¿Qué generación precedente habría soñado nunca que tales fuerzas productivas existiesen latentes en la sociedad?

Ya hemos visto que estos medios de producción y de comercio que han servido de base al desarrollo de la clase media, tuvieron su nacimiento en la época feudal.

Al llegar a cierto punto en la evolución de estos medios, la organización bajo la cual la sociedad feudal producía y cambiaba, la organización feudal de la producción agrícola e industrial, en una palabra, las condiciones de la propiedad feudal acabaron por no corresponder ya al acrecentamiento de las fuerzas productivas. Estas condiciones vinieron a ser una traba; convirtiéronse en cadenas que era preciso romper, y se rompieron. Fueron reemplazadas por la competencia sin límites, con una constitución política y social adaptada a ella, con la supremacía económica y política de la burguesía.

En la actualidad se efectúa a nuestra vista una modificación semejante. La sociedad burguesa moderna, que ha revolucionado las condiciones de la propiedad y ha hecho surgir medios colosales de producción y de comercio, semeja al mágico que evoca los poderes de las tinieblas, pero que no puede dominarlos ni librarse de ellos cuando aparecen. La historia de las manufacturas y del comercio ha sido durante muchos años la historia de las rebeliones de la potencia productiva moderna contra el sistema industrial moderno, contra las condiciones modernas de la propiedad, que son condiciones vitales, no sólo para la supremacía de la burguesía, sino para su misma existencia. Nos bastará mencionar las crisis comerciales que, en cada una de sus apariciones periódicas, ponen cada vez más en peligro la existencia de la burguesía. En cada crisis hay, no sólo una cantidad de productos industriales destruidos, sino también una gran parte de la fuerza productiva. Preséntase una epidemia social, la epidemia de la surproducción, que habría parecido una contradicción a todas las generaciones precedentes. De pronto, la sociedad se encuentra momentáneamente sumida en la barbarie: un hambre, una guerra devastadora parece privarla de repente de sus medios de subsistencia: las manufacturas y el comercio parecen aniquilados: y ¿por qué? porque la sociedad tiene demasiada civilización, demasiadas necesidades de vida, demasiada industria, demasiado comercio. La fuerza productiva de la sociedad no es ya un instrumento de civilización burguesa, una condición burguesa de la propiedad; por el contrario, esta fuerza se ha hecho demasiado poderosa para el sistema que le opone límites, y cada vez que traspasa estos límites artificiales, trastorna el sistema social burgués, pone en peligro la propiedad burguesa. El sistema social de la clase media es hoy demasiado pequeño para contener las riquezas que la burguesía ha engendrado.

¿Cómo procuran los burgueses resistir estas crisis comerciales? Por una parte, destruyendo masas de fuerzas productivas; por otra, abriendo nuevos mercados y obstruyendo los antiguos. Es decir, que preparan el camino a crisis más peligrosas y más universales, y reducen los medios de precaverlas. Las armas con que la burguesía derribó el feudalismo están ahora vueltas contra ella. Y la burguesía no ha preparado solamente las armas que deben destruirla, sino que ha dado vida también a los hombres que están destinados a emplear estas armas; esto es, a los obreros modernos, a los proletarios.

El desenvolvimiento del Proletariado ha seguido al de la burguesía; es decir, al acrecentamiento del capital, pues el obrero moderno no puede vivir sino cuando encuentra trabajo, y no lo encuentra sino cuando su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, que tienen que venderse al detalle al mejor postor, son una mercancía como los demás artículos de comercio, y, por consecuencia, están sujetos igualmente a todas las variaciones del mercado, a todos los efectos de la competencia.

Con la división del trabajo y la generalización de las máquinas, el trabajo ha perdido su carácter individual, y, por consecuencia, su interés para el productor, viniendo a ser simplemente un accesorio, una parte de la máquina, y todo lo que se exige de él es una operación fatigosa, monótona y puramente mecánica. El gasto de salarios que el esclavo cuesta al capitalista es, por consecuencia, igual al coste de su entretenimiento y de la propagación de su raza. El precio del trabajo, lo mismo que el de cualquiera otra mercancía, es igual al coste de la producción. Por consecuencia, los salarios disminuyen en proporción que el trabajo se hace mecánico, monótono, fatigoso y repulsivo. Finalmente, a medida que aumenta la aplicación de las máquinas y la división del trabajo, aumenta también la suma del trabajo, ora por un aumento en las horas de trabajo, ora en la cantidad de trabajo, en un tiempo dado, o en una velocidad mayor de la máquina empleada.

El sistema industrial moderno ha cambiado el pequeño taller del antiguo maestro patriarca, por la fábrica del burgués capitalista. Masas obreras están amontonadas en un gran establecimiento, organizadas como un regimiento de tropa, y colocadas bajo la dirección de una jerarquía completa de oficiales, sargentos y cabos. Estos obreros son, no sólo esclavos de la clase burguesa, del régimen burgués, sino que cada día, a cada hora, son los esclavos de la máquina, del contramaestre, de los dueños y de los empleados. Este despotismo es tanto más repugnante, despreciativo y duro, cuanto que la ganancia está proclamada abiertamente como su objeto y único fin.

A proporción que el trabajo exige menos fuerzas y menos habilidad, esto es, en proporción del desarrollo mismo del sistema industrial moderno, tiene lugar la adopción del trabajo de las mujeres y de los niños en sustitución del de los hombres. Las distinciones de edad y de sexo no tienen hoy ninguna significación social para los proletarios; éstos no son ya más que máquinas de trabajo que cuestan más o menos, según su sexo o su edad. Por último, cuando el manufacturero ha exprimido al obrero todo lo que le ha sido posible, los más burgueses, como propietarios, prestamistas y tenderos, caen sobre él como otras tantas arpías.

Los grados inferiores de la burguesía, como pequeños fabricantes, tenderos, y arrendadores, tienden a convertirse en proletarios, en parte porque su pequeño capital sucumbe ante la competencia millonaria, y en parte por los cambios incesantes de las maneras de producción que deprecian su destreza y habilidad especiales.

Así, pues, el Proletariado sale de las diferentes clases de la población.

Esta clase pasa por muchas fases de desarrollo; pero su lucha con la burguesía, data de su nacimiento.

Primero, la lucha económica por obreros aislados; luego, por los que pertenecen a un mismo establecimiento, y después, por los de un mismo oficio en la misma localidad contra los individuos de la burguesía que los explotan directamente. Estos obreros atacan, no sólo el sistema burgués, sino hasta a los instrumentos de la producción: destruyen las máquinas y las mercancías extranjeras que hacen la competencia a sus productos; queman las fábricas y se esfuerzan por volver a la posición ocupada por los productores de la Edad Media. El Proletariado forma entonces una masa desorganizada, esparcida por todas partes y dividida por la competencia. Una unión más compacta no es el resultado de su propio desenvolvimiento, sino la consecuencia de la unión de la clase burguesa, pues los burgueses han tenido hasta aquí la necesidad y el poder de poner en movimiento al Proletariado entero para el cumplimiento de su propio fin político, desenvuelto en cierto grado. Por consecuencia, los proletarios no combaten primero a sus propios enemigos, sino a los enemigos de sus enemigos, a los restos de la monarquía absoluta, de la nobleza, así como a los burgueses no productores y a los tenderos. Así, pues, todo el movimiento histórico está concentrado hasta ahora en manos de la burguesía; cada victoria se convierte en su provecho. Pero el acrecentamiento del Proletariado sigue a la revolución de la producción; las clases obreras se hallan reunidas en masas y aprenden a conocer su fuerza. El interés y la condición de los diferentes oficios se identifica porque las máquinas tienden a reducir los salarios al mismo nivel y a establecer cada vez menos diferencias entre los diversos géneros de trabajo. El aumento de la competencia entre los burgueses y las crisis comerciales, que son su consecuencia, hacen la condición de los proletarios cada vez más precaria, y los choques, individuales al principio, toman poco a poco el carácter de una lucha entre dos clases. Los obreros comienzan a formar Sociedades de resistencia contra los amos; hacen huelgas en masa para evitar la reducción de sus salarios; organizan Asociaciones para ayudarse mutuamente y para prepararse en caso de huelga. En algunos puntos la lucha toma el carácter de motín.

De cuando en cuando los proletarios salen triunfantes, pero sólo es por un momento. El resultado efectivo de sus luchas no es el triunfo inmediato, sino la coalición siempre creciente entre ellos. Esta coalición se ve favorecida por la facilidad de las comunicaciones, que ponen en contacto mutuo a los proletarios pertenecientes a las localidades más apartadas entre sí. Este contacto es todo lo que se necesita para convertir luchas locales sin número que tienen todas el mismo carácter, en una lucha nacional, en una guerra de clases. Toda lucha de clases es una lucha política; y la unión que los burgueses de la Edad Media, con sus malos caminos vecinales, han empleado siglos en llevar a cabo, los proletarios modernos, por medio de los ferrocarriles, lo efectúan en algunos años.

La organización del Proletariado en clase, y por consecuencia en partido político, se ve sin cesar destruida por la competencia que los obreros se hacen entre sí; pero reaparece siempre, y cada vez más fuerte, más compacta, más extensa. Aprovechándose de las divisiones intestinas de la clase imperante, obliga a ésta a reconocer, bajo forma de leyes, ciertos intereses de la clase trabajadora. Ejemplo: el bill de las diez horas en Inglaterra.

Las colisiones que se producen en el seno de la clase dominante activan de diversos modos el desenvolvimiento del Proletariado. La burguesía vive en un estado de lucha perpetua: primero contra la aristocracia; luego contra esa parte de sí misma cuyos intereses llegan a oponerse al progreso de la producción industrial, y, finalmente, contra la burguesía de los demás países. En todas estas luchas, la burguesía se ve obligada a llamar en su ayuda al Proletariado, y, por consecuencia, a arrastrarle en el movimiento político. Así, pues, la burguesía suministra al Proletariado los elementos de desarrollo que le son propios, es decir, armas contra ella misma. Además, como ya lo hemos visto, los progresos de la industria arrojan de continuo grandes porciones de la clase dominante a las filas de los proletarios, o cuando menos amenazan sus condiciones de existencia. Estas porciones desprendidas de la burguesía traen también al Proletariado numerosos elementos de desarrollo.

Finalmente, cuando la lucha de las clases se acerca al momento decisivo, la disolución de la clase dominante de toda la vieja sociedad toma un carácter tan violento, tan significativo, que una pequeña fracción de la burguesía se separa de ella y se une a la clase revolucionaria, que tiene en sus manos el porvenir. En otro tiempo una parte de la nobleza se puso al lado de la burguesía. Hoy una parte de la burguesía se junta con el Proletariado: esta parte sale especialmente de la burguesía ideóloga, de los pensadores de la clase media, que han comprendido teóricamente la marcha del movimiento histórico moderno.

De todas las clases que hacen hoy la guerra a la burguesía, el Proletariado es la única verdaderamente revolucionaria. Las demás clases degeneran y desaparecen con la grande industria. El Proletariado, al contrario de todas ellas es el producto natural e inevitable de la grande industria. Los pequeños fabricantes, tenderos, artesanos, labradores, no luchan sino para salvar su posición como pequeños capitalistas, no son revolucionarios, sino conservadores y hasta reaccionarios, pues se esfuerzan en hacer retroceder el carro de la historia. Cuando estas clases subordinadas son revolucionarias, lo son tan sólo por miedo de su absorción inevitable por el Proletariado, en cuyo caso no defienden ya sus intereses inmediatos, sino los venideros; abandonan el punto de vista de su clase para tomar el del Proletariado. La hez proletaria, esa podredumbre pasiva de las capas más bajas de la antigua sociedad, se ve acá y acullá lanzada al movimiento por una revolución proletaria; pero su posición social hace generalmente de ella un instrumento venal en manos de los intrigantes reaccionarios.

Las condiciones vitales de la vieja sociedad están ya destruidas en las condiciones vitales en que ha venido a colocar al Proletariado. El proletario no tiene propiedad; sus relaciones con mujer e hijos no tienen nada de común con las relaciones familiares de la burguesía. El trabajo industrial moderno y la sujeción del trabajo al capital, en Inglaterra lo mismo que en Francia, en América lo mismo que en Alemania, lo ha despojado de su carácter nacional. Ley, moralidad, religión, son para él otras tantas preocupaciones burguesas, bajo las cuales se esconden otros tantos intereses burgueses.

Hasta ahora, todas las clases que se han disputado el poder han tratado de conservar la posición social ya adquirida, imponiendo al resto de la sociedad sus propias condiciones de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas sociales productivas sino destruyendo la manera de apropiación empleada hasta ahora, y en su consecuencia, la manera de apropiación de la sociedad presente en general. Los proletarios no poseen nada en propiedad que necesiten garantizar; su tarea consiste en destruir todas las seguridades y posesiones privadas existentes.

Hasta ahora todos los movimientos históricos han sido movimientos de minorías, o en provecho de minorías; el movimiento proletario es, por el contrario, el movimiento independiente de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El Proletariado, última capa de la sociedad actual, no puede sublevarse sin hacer estallar todas las capas superiores que forman la sociedad oficial moderna. Si bien la lucha del Proletariado contra la burguesía no es realmente una lucha nacional, tendrá que serlo de hecho, pues es preciso que el Proletariado de cada país ajuste las cuentas primero a su propia burguesía.

Al describir las fases más generales del desenvolvimiento del Proletariado, hemos seguido la guerra civil, más o menos latente, que desgarra la sociedad hasta el punto en que estalla en revolución abierta y en que el Proletariado establece su propia dominación sobre las ruinas de la dominación burguesa. Hemos visto que todas las antiguas formas de la sociedad han descansado en el antagonismo de clases opresoras y oprimidas. Mas para oprimir a una clase es necesario que se le aseguren por lo menos las condiciones en las cuales pueda continuar su existencia de esclavitud. El siervo de la Edad Media en plena servidumbre se eleva al rango de miembro del municipio. El pequeño burgués, bajo el yugo monárquico feudal, llega a la posición del burgués moderno; pero el proletario, en vez de mejorar su condición con el desarrollo de la industria, desciende cada día más y más, hasta colocarse bajo el nivel de las condiciones de existencia de su propia clase.

El proletario cae en la miseria, y el pauperismo crece con más rapidez todavía que la población y la riqueza. He ahí, pues, la prueba de que la burguesía es incapaz de seguir siendo por más tiempo la clase dominante de la sociedad y de imponerle como ley suprema las condiciones de existencia de su propia clase.

La burguesía es incapaz de gobernar, porque es incapaz de asegurar a sus esclavos la existencia misma como esclavos, y porque no puede ya impedir a los obreros que lleguen a una situación, en la cual, en vez de ser alimentada por ellos, la burguesía se vea obligada a alimentarlos.

La sociedad no puede existir ya bajo el poder de esta clase; de hoy en adelante la existencia de la burguesía es incompatible con la de la sociedad. La condición más indispensable de existencia y de supremacía para la burguesía es la acumulación de la riqueza en las manos de los particulares, la formación y la acumulación del capital individual. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado, y éste está basado en la competencia de los proletarios entre sí. Pero el progreso de la industria, cuyo agente involuntario es la burguesía, hace que el aislamiento de los proletarios, producto de la competencia, esté reemplazado por la unión revolucionaria, producto de la asociación. El progreso de la industria destruye, pues, bajo las plantas de la burguesía, la base sobre que ésta hace producir y apropiarse los productos del trabajo. La burguesía engendra por sí misma a sus propios sepultureros. Su destrucción y el triunfo del Proletariado son igualmente inevitables.

(páginas 9-17.)

Capítulo II

Proletarios y comunistas

¿Qué relación existe entre los comunistas y los proletarios en general?

Los comunistas  no forman un partido distinto, opuesto a los demás partidos obreros; sus intereses no difieren en nada de los del proletariado en general; no presentan ningún principio particular con pretensiones de modelar sobre él el movimiento proletario. Los comunistas se distinguen de las demás fracciones del partido proletario en dos puntos:

Primero, que en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, los comunistas abrazan el interés común del proletariado colectivo, interés independiente de toda nacionalidad; y segundo, que durante las diferentes fases del desenvolvimiento de la lucha entre la burguesía y el proletariado, los comunistas abrazan los intereses del movimiento todo entero. Prácticamente, los comunistas forman, pues, la parte más decidida de los proletarios de todos los países; la que empuja siempre a las demás hacia adelante. Teóricamente, tienen sobre la masa del proletariado la ventaja de la conciencia de las condiciones, de la marcha y de los resultados del movimiento proletario.

El fin inmediato de los comunistas es el de todos los proletarios:

Organización del proletariado como clase, destrucción de la supremacía burguesa y conquista del poder político por el proletariado.

Las proposiciones teóricas de los comunistas no están basadas de ningún modo sobre ideas o principios descubiertos por tal o cual reformador: son la expresión general de relaciones existentes de hecho en una lucha de clases dada, en un movimiento histórico que se realiza a nuestros ojos.

La abolición de ciertas relaciones de propiedad no constituye el carácter distintivo del comunismo. Todas las formas de la propiedad han sufrido cambios históricos continuos. La revolución francesa, por ejemplo, destruyó la propiedad feudal para reemplazarla con la propiedad burguesa. El carácter distintivo del comunismo no es, pues, la demanda de abolición de la propiedad en general, sino la de la abolición de la propiedad burguesa. Mas como la propiedad privada burguesa es la última y más exacta expresión del modo de producción y de apropiación basado en el antagonismo de clases y en la explotación de los unos por los otros, en este sentido ciertamente los comunistas pueden resumir su teoría entera con esta sola expresión: abolición de la propiedad privada.

Se echa en cara a los comunistas el querer abolir la propiedad adquirida personalmente por medio del trabajo, base de toda libertad, de toda actividad, de toda independencia personales. ¡La propiedad adquirida por medio del trabajo! ¿Se quiere hablar de la propiedad del pequeño fabricante, del tendero al por menor, del labrador en pequeño, propiedad que precede a la propiedad actual burguesa? No tenemos necesidad de abolirla, pues el progreso de la industria la ha destruido y... la destruye aún diariamente. ¿Se quiere hablar de la propiedad burguesa actual? ¿Mas, por ventura, el trabajo crea, en el sistema del salario, propiedad para el asalariado, para el proletario? No. Lo que crea es el capital, es decir, la propiedad que explota al trabajo asalariado y que no puede acrecentarse sino con la condición de crear más trabajo asalariado, para explotarle más y más.

La propiedad, en su forma actual, descansa sobre el antagonismo del capital y del trabajo asalariado. Examinemos ambos lados de este antagonismo.

Ser capitalista significa ocupar, no sólo una posición personal, sino una posición social en el sistema de la producción. El capital es un producto colectivo, y no puede ser puesto en movimiento sino por la acción común de muchos y hasta en último término por la acción común de todos los miembros de la sociedad. El capital no es, pues, una potencia individual, es una potencia social. Por consecuencia, cuando el capital se transforme en propiedad perteneciente en común a todos los miembros de la sociedad, la propiedad privada no se transformará por esto en propiedad social, puesto que lo era ya antes. Lo único que se transforma es el carácter social de la propiedad: ésta pierde su carácter de clase.

Examinemos ahora el trabajo asalariado.

El precio medio del trabajo asalariado es el mínimum del salario, es decir, la cantidad de medios de subsistencia necesaria para perpetuar al trabajador como tal. Lo que el obrero asalariado se apropia por medio de su trabajo es simplemente lo absolutamente necesario para la continuación de su existencia. Seguramente no queremos abolir esa apropiación personal de los productos del trabajo para la reproducción de la vida inmediata, apropiación que no deja ningún beneficio liquido que dé poder sobre el trabajo de los demás; queremos únicamente cambiar el carácter miserable de esta apropiación, en virtud del cual el productor no vive sino para aumentar el capital, no vive sino en tanto que la clase dominante está interesada en que viva.

En la sociedad burguesa, el trabajo viviente no es más que un medio de aumentar el trabajo acumulado; en la sociedad comunista, el trabajo acumulado no es sino un medio de ensanchar, de enriquecer y desarrollar la vida del productor.

En la sociedad burguesa, el pasado tiene la primacía sobre el presente; en la sociedad comunista, el presente tiene la primacía sobre el pasado.

En la sociedad burguesa, el capital es independiente y personal, mientras que el individuo es dependiente y se halla privado de personalidad.

¡Y la destrucción de un sistema semejante es llamada por la burguesía la destrucción de la personalidad y de la libertad! Y con razón. Lo se trata de abolir es la personalidad, la independencia y la libertad burguesas.

En las condiciones presentes de la producción burguesa, libertad significa cambio, libertad de comprar y vender. Mas una vez suprimido el comercio, el libre comercio debe caer con él. Las declamaciones contra el libre cambio, como todas las alharacas liberales de la burguesía, no tienen significación sino por oposición a las trabas comerciales, a los pequeños burgueses oprimidos de la Edad Media; no significan absolutamente nada en oposición a la destrucción comunista del comercio, de las relaciones de producción burguesa y de la misma burguesía.

¡Ponéis el grito en el cielo porque queremos abolir la propiedad privada! Y sin embargo, la propiedad está ya abolida en vuestra sociedad presente para las nueve décimas partes de los ciudadanos; la primera condición de existencia de la propiedad privada es precisamente la no existencia para las nueve décimas partes de la población. Nos reprocháis, pues, el querer abolir un género de propiedad que tiene por base necesaria la expropiación absoluta de la inmensa mayoría de los miembros de la sociedad. En una palabra, nos echáis en cara el querer abolir vuestra propiedad. Precisamente eso es lo que queremos.

Desde el punto en que el trabajo no pueda ya ser transformado en capital, en dinero, en renta territorial, en un poder social capaz de ser monopolizado, es decir, desde el punto en que la propiedad personal no pueda ya transformarse en propiedad burguesa, desde este instante vosotros declaráis la individualidad abolida. Reconocéis que, para vosotros, el individuo no es más que el burgués, el capitalista. En efecto, ese individuo será abolido. El comunismo no quita a nadie el poder de apropiarse los productos sociales; no quita más que el poder de subyugar, por medio de esta apropiación, el trabajo de los otros.

Se objeta que cesará la actividad y que una pereza universal vendrá a invadir la sociedad el día en que la propiedad privada quede abolida. Desde este punto de vista la sociedad burguesa debería estar mucho tiempo ha arruinada por la pereza, pues bajo su régimen, los que trabajan no adquieren propiedad y los que la adquieren no trabajan. Esta objeción descansa en la proposición tautológica de que no habrá trabajo asalariado el día en que no haya capital.

Todas las objeciones hechas al modo comunista de producción y de apropiación de los productos materiales, han sido aplicadas también a la producción y a la apropiación de los productos intelectuales. Como en opinión del burgués la destrucción de la propiedad de clase lleva consigo la cesación de la producción, del mismo modo supone que la abolición de la civilización de clase es idéntica a la cesación de la civilización en general. La civilización cuya muerte deplora el burgués es la que transforma a los hombres en máquinas.

Mas no discutáis con nosotros mientras midáis la abolición de la propiedad burguesas que pedimos, por vuestras ideas burguesas de libertad, de civilización, de derecho, &c. Vuestras ideas mismas son los productos de las relaciones de producción y de apropiación burguesas, así como vuestro derecho no es otra cosa que la voluntad de vuestra clase que toma forma de ley, voluntad cuyo contenido se os impone por las condiciones vitales de vuestra clase.

La manera interesada como apreciáis vuestras relaciones de producción y de apropiación, no como relaciones históricas transformables con el desenvolvimiento de la producción, sino como leyes eternas de la razón y de la naturaleza, esta manera de ver es común a todas las clases dominantes que os han precedido. Lo que concebís perfectamente, tratándose de la propiedad antigua, griega y romana, lo que concebís cuando se trata de la propiedad feudal, os está prohibido concebirlo con respecto a la propiedad burguesa moderna.

¡Abolir la familia! Ante este error atribuido a los comunistas, los radicales de los radicales no pueden contener la cólera. ¿Cuál es, pues, la base de vuestra familia burguesa actual? El capital, la apropiación burguesa. La familia burguesa, plenamente desarrollada, no existe más que para el burgués; esta familia encuentra su complemento en el celibato forzoso del proletario y en la prostitución pública. La familia burguesa desaparece por sí misma con la desaparición de su complemento, y ambas desaparecen con la desaparición del capital.

¿Nos echáis en cara el querer abolir la explotación de los niños por sus padres? Confesamos este crimen.

¿Nos echáis en cara el querer abolir las relaciones más queridas, sustituyendo a la educación doméstica con la educación social? ¿Acaso vuestro sistema de educación no está determinado por la sociedad, por las relaciones sociales en los límites en que dáis la instrucción y por la influencia más o menos directa de la sociedad por medio de las escuelas? Los comunistas no han inventado la influencia de la sociedad sobre la educación; no tratan sino de cambiar su carácter, de librar la educación de la influencia de una clase dominante.

Las declaraciones burguesas sobre la familia, sobre la educación y sobre las afectuosas relaciones entre padres e hijos, son tanto más repugnantes cuanto que a consecuencia de la grande industria todos los lazos de familia, para el proletario, se rompen cada vez más, y los niños se transforman en simples artículos de comercio, en instrumentos de producción.

La burguesía entera nos grita en coro: «Pero vosotros, comunistas, queréis introducir la comunidad de las mujeres.» El burgués ve en su mujer un simple instrumento de producción; le dicen que los instrumentos de producción serán comunes, y él deduce, naturalmente, que las mujeres lo serán también. No imagina siquiera que, por el contrario, de lo que se trata es de abolir la posición de la mujer como simple instrumento de producción. Por lo demás, no hay nada más ridículo que el horror ultramoral afectado por nuestros burgueses relativamente a la supuesta comunidad oficial de las mujeres entre los comunistas. Esta comunidad no es necesario que los comunistas la introduzcan, pues ha existido siempre: nuestros burgueses no se contentan con tener a su disposición las hijas de sus proletarios, sin contar la prostitución oficial; tienen además un placer particular en seducirse recíprocamente sus mujeres. El matrimonio burgués es en realidad la comunidad de las esposas. Cuando más, podría acusarse a los comunistas de querer sustituir una comunidad franca, abierta, oficial, a una comunidad hipócrita y solapada. Es, por lo demás evidente, que con la abolición de las relaciones actuales de la producción, la comunidad de las mujeres, que es su consecuencia, es decir, la prostitución, oficial o no, desaparecerá.

Se nos reprocha también el querer destruir el patriotismo, el sentimiento nacional. El proletario no tiene patria; ¿cómo arrebatarle lo que no tiene? En tanto que el proletario debe primero conquistar el poder político, elevarse a la categoría de clase dominante, constituirse en nación, él mismo es nacional, pero no en el sentido burgués.

Las divisiones y antagonismos de los pueblos desaparecen de día en día ante el desarrollo de la burguesía, ante la libertad comercial, el mercado universal, la uniformidad de la producción industrial y de las condiciones de la vida que le corresponden.

La supremacía del Proletariado las hará desaparecer más pronto todavía. La acción combinada de todos los países civilizados, por lo menos, es una de las primeras condiciones de la emancipación proletaria.

A medida que cese la explotación de un individuo por otro, cesará también la explotación de una nación por otra. El antagonismo de las naciones desaparecerá con el antagonismo de las clases, que las divide en el interior.

Las acusaciones presentadas contra los comunistas desde el punto de vista religioso, ideológico y filosófico, no tienen necesidad de un minucioso examen. ¿Se necesita un alto grado de inteligencia para comprender que con las condiciones de vida de los hombres, con sus relaciones y existencias sociales, sus opiniones, sus ideas, su conciencia, deben transformarse también?

¿Qué prueba la historia de las ideas sino es que la producción intelectual se transforma al mismo tiempo que la producción material? Las ideas dominantes de una época no han sido nunca otra cosa que las ideas de la clase dominante a la sazón. Se habla de ideas que han revolucionado a la sociedad, pero con esto no se hace sino afirmar el hecho de que en el seno de la antigua sociedad se han formado los elementos de una sociedad nueva, y que la disolución de las viejas ideas marcha de consuno con la disolución de las viejas condiciones sociales.

Cuando el mundo antiguo llegó a la hora de su agonía, el cristianismo triunfó sobre las religiones del antiguo mundo. Cuando los dogmas del cristianismo sucumbieron ante la filosofía del siglo XVIII, el feudalismo presentaba sus últimos combates a la burguesía. Las ideas de libertad religiosa, de pensamiento libre, no hicieron otra cosa que proclamar el reinado de la burguesía en el dominio religioso e intelectual.

Pero se nos dirá tal vez que si las ideas religiosas morales, filosóficas, políticas y jurídicas se modifican con el movimiento histórico, la religión, la moral, la filosofía, la política y el derecho son, no obstante, de todas las épocas. Se añade, además, que hay ciertas verdades eternas, tales como la libertad y la justicia, que son comunes a todas las fases de la sociedad. Pero el comunismo, se dice, destruye estas verdades eternas y se propone abolir la religión y la moral, en vez de darles una forma nueva; contradice, pues, todas las maneras precedentes del desenvolvimiento histórico.

¿A qué se reduce esta objeción?

La historia de toda la sociedad hasta el presente día se mueve dentro del antagonismo de las clases, revelando diferentes formas en las diferentes épocas históricas. Sea cualquiera la forma que esos antagonismos hayan revestido, la explotación de una parte de la sociedad por la otra es el hecho común a todos los siglos pasados. No nos sorprenda, pues, que la conciencia social de las edades, a despecho de todas las variaciones y de todas las diversidades, se haya siempre movido dentro de ciertas formas comunes: formas de conciencia que no desaparecerán por completo sino con la desaparición del antagonismo de las clases. Siendo la revolución comunista la ruptura más radical con las relaciones tradicionales de la propiedad, no hay que extrañarse si sus progresos traen consigo la ruptura más radical con todas las ideas tradicionales.

Más dejemos a un lado las objeciones que hacen los burgueses al comunismo. Hemos visto que el primer paso de la revolución proletaria debe ser la conquista de la Democracia, la elevación del Proletariado al estado de clase dominante. Los proletarios se servirán de su supremacía política para arrebatar poco a poco a la burguesía toda especie de capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, en las del Proletariado organizado en clase gobernante, y para acrecentar lo más rápidamente posible la masa de las fuerzas productivas. Naturalmente, esto no puede llevarse a cabo sino por medio de atentados despóticos contra el derecho de propiedad y contra las relaciones burguesas de la producción; es decir, por medio de medidas que, consideradas desde el punto de vista económico, parecen insuficientes e insostenibles, pero que necesariamente, en el curso de la revolución, conducirán a la adopción de medidas más radicales, y que son inevitables para cambiar de arriba abajo el modo de producción. Estas medidas variarán en los diversos países; pero en los países más adelantados, las siguientes serán, por lo general, aplicables:

I. Apropiación nacional de la tierra y aplicación de la renta a las necesidades del Estado.

II. Un crecido impuesto progresivo.

III. Abolición del derecho de herencia.

IV. Confiscación de la propiedad de los emigrados y de los rebeldes.

V. Centralización del crédito en manos del Estado, por medio de un Banco nacional, con el capital del Estado y el monopolio exclusivo.

VI. Centralización de todos los medios de comunicación y transporte en manos del Estado.

VII. Acrecentamiento de las manufacturas y de los instrumentos de producción nacionales; cultivo y mejora de los terrenos con arreglo a un plan común.

VIII. Trabajo obligatorio para todos y organización de ejércitos industriales, sobre todo para la agricultura.

IX. Combinación de la industria agrícola y manufacturera, a fin de hacer que desaparezca gradualmente el antagonismo entre la ciudad y el campo.

X. Educación pública y gratuita para todos; supresión del trabajo de los niños en las fábricas tal como ahora se practica; combinación de la instrucción en la producción material, &c.

Tan luego como en el curso del desenvolvimiento las distinciones de clase hayan desaparecido, tan luego como la producción se haya concentrado en manos de los individuos asociados, el poder público perderá su carácter político. El poder político, propiamente dicho, no es otra cosa que el poder de una clase organizado para la opresión de otra clase. Cuando el Proletariado, forzado a organizarse como clase durante su lucha con la burguesía, se haya hecho clase dominante por medio de una revolución, y como clase dominante haya destruido por la fuerza las añejas relaciones de producción, habrá destruido necesariamente las bases de todo antagonismo de clase, de toda existencia de clases, y por consecuencia de su propia supremacía como clase. La vieja sociedad burguesa, con sus distinciones y sus antagonismos, dejará el puesto a una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será el desenvolvimiento de todos.

(páginas 19-24.)

Capítulo III

Literatura socialista y comunista

1. Socialismo reaccionario.

a) Socialismo feudal.

Por su misma posición histórica, las aristocracias francesa e inglesa se hallaron entre otras, llamadas a lanzar libelos contra la sociedad burguesa moderna. En la Revolución francesa de 1830, en el movimiento reformista inglés (1830-31), estas aristocracias habían sucumbido una vez más a manos del odiado advenedizo. Para ellas no podía ya ser cuestión de una lucha política formal. Quedábales tan sólo la lucha literaria. Pero en el terreno literario la añeja fraseología de la restauración había llegado a ser imposible. Para crearse simpatías, la aristocracia veíase, pues, obligada a perder de vista en apariencia sus propios intereses y a formular su acta de acusación contra la burguesía en el mero interés de la clase obrera explotada. De este modo se dio el placer de abrumar con canciones sarcásticas e injuriosas a sus nuevos dueños y murmurar a sus oídos profecías más o menos funestas.

Así nació el socialismo feudal, olla podrida de jeremiadas y payasadas, de ecos del pasado y amenazas para el porvenir. Si alguna vez su crítica mordaz y aguda hiere a la burguesía en el corazón, su total impotencia para comprender la marcha de la historia moderna le pone completamente en ridículo.

Estos señores enarbolaban como bandera en torno de la cual debía agruparse el pueblo, el talego del proletario; mas cuando el pueblo acudió al llamamiento, vio su dorso ornado por el antiguo blasón feudal, y se dispersó lanzando carcajadas irrespetuosas.

Una parte de los legitimistas franceses y la «Joven Inglaterra» han divertido al mundo con este espectáculo.

Cuando los campeones del feudalismo demuestran que su modo de explotación se diferenciaban del de la burguesía, se olvidan de añadir que ellos explotaban en condiciones y circunstancias totalmente distintas y caducadas hoy. Cuando prueban que bajo su régimen el proletariado no existía, se olvidan de decir que precisamente la burguesía moderna fue un fatal retoño del orden social feudal.

Por lo demás, se cuidan tan poco de esconder el carácter reaccionario de su crítica, que fundan su queja principal contra la burguesía en que su régimen crea una clase que mina todo el antiguo orden social.

Perdonarían tal vez a la burguesía el haber producido un proletariado, si este proletariado no fuera necesariamente revolucionario.

En la práctica política toman, pues, una parte activa en todas las medidas violentas contra el Proletariado, y en la vida común sus discursos hinchados no les impiden el recoger los dorados frutos del comercio, y trocar la fidelidad, el amor, el honor y otras virtudes caballerescas por lanas, remolachas y aguardientes.

El clérigo ha tendido siempre la mano al señor feudal. Del mismo modo el socialismo clerical corre parejas con el socialismo feudal.

Nada tan fácil como aplicar un barniz socialista al ascetismo cristiano. ¿No ha fulminado también el cristianismo sus anatemas contra la propiedad privada, contra el matrimonio, contra el Estado? ¿Y en lugar de estas instituciones no ha predicado la caridad y la mendicidad, el celibato y la mortificación de la carne, la vida monástica y la iglesia? El socialismo santificado no os otra cosa que el agua bendita que emplea el clérigo para consagrar el despecho del aristócrata.

b) Socialismo de los pequeños burgueses.

La aristocracia feudal no es la única clase suplantada por la burguesía, ni la única cuyas condiciones de existencia se amenguan y decaen en la sociedad burguesa moderna. Los pequeños burgueses y los labradores de la Edad Media eran los precursores de la burguesía moderna. En los países donde la industria y el comercio se han quedado atrás, esta clase vegeta aún al lado de la burguesía que se desarrolla.

En los países que han entrado de lleno en la civilización moderna, formase una nueva clase de pequeños burgueses, encajonada entre el Proletariado y la burguesía, y que se reforma constantemente como elemento complementario de la sociedad burguesa. Mas los individuos que componen esta clase se ven siempre precipitados, por la competencia, en la clase proletaria, y lo que es más, la marcha progresiva de la grande industria les hace entrever el día en que desaparecerán por completo como parte integrante de la sociedad moderna, día en que por doquiera, en el comercio al por menor, en los oficios, en la agricultura, serán reemplazados por contramaestres, dependientes de comercio y labradores asalariados.

En los países como Francia, donde los labradores constituyen mucho más de la mitad de la población, era natural que algunos escritores se pusiesen de parte del proletariado, aplicasen, en su crítica del régimen burgués, la escala del pequeño burgués y del labrador en pequeño, y se hiciesen partidarios del Proletariado desde el punto de vista del pequeño burgués. Así fue como nació el socialismo de los pequeños burgueses. Sismondi es el jefe de esta literatura, no sólo en Francia, sino hasta en Inglaterra.

Este socialismo analizó con mucha penetración las contradicciones resultantes de las relaciones de producción modernas, y puso en descubierto los paliativos hipócritas de los economistas. Demostró de una manera irrefutable los efectos destructores de la división del trabajo y de la introducción de las máquinas, la concentración de los capitales y de las propiedades territoriales, el exceso de producción, las crisis industriales, la ruina inevitable del pequeño burgués y del labrador, la miseria de los proletarios, la anarquía en la producción, la desproporción escandalosa en la distribución de las riquezas, la guerra a muerte industrial que entre sí se hacen las naciones, la disolución de las añejas costumbres, de las antiguas relaciones de familia, de las viejas nacionalidades.

Mas en cuanto a su contenido positivo, el socialismo del pequeño burgués tiende, ora a restablecer los medios de producción y de cambio caídos en desuso, ora a encerrar violentamente los medios modernos de producción y de cambio en el cuadro estrecho de las antiguas relaciones de propiedad, ya rotas y rotas fatalmente por ellos. En uno y otro caso es al mismo tiempo reaccionario y utopista.

Sistema de corporaciones para los oficios de las ciudades, agricultura patriarcal para los campos: tal es su última palabra.

El desarrollo ulterior de esta especie de socialismo le ha conducido a disolverse en jeremiadas cobardes y nauseabundas.

c) El socialismo alemán o el verdadero socialismo.

(Omitimos este pasaje, que se refiere a una especie de literatura puramente local, cuya importancia temporal y hasta cuya memoria han sido borradas por la revolución de 1848 y por el desarrollo extraordinario que ha tomado desde entonces en Alemania la grande industria, y por consecuencia el Proletariado.)

2. Socialismo conservador o burgués.

Una parte de la burguesía quisiera apartar los inconvenientes sociales para asegurar la permanencia de la sociedad burguesa.

Militan en esta parte economistas, filántropos, humanitarios, mejoradores de la suerte de los obreros, organizadores de caridad, protectores de los animales, promotores de las sociedades de temperancia, reformadores al por menor de todo género. Se ha llegado hasta a elaborar en más de un sistema completo este socialismo burgués.

Como ejemplo, citamos las Contradicciones económicas, Filosofía de la Miseria, de P. J. Proudhon.

Los socialistas burgueses desearían conservar las condiciones de la sociedad actual sin las luchas y peligros que de ellas resultan fatalmente. Quisieran tener la sociedad actual, menos sus elementos revolucionarios y disolventes. Quisieran tener la burguesía, pero sin el proletariado. Excusado es decir que, para la burguesía, el mundo donde ella reina es el mejor de los mundos posibles. El socialismo burgués elabora con esta idea consoladora sistemas más o menos completos. Al hacer un llamamiento al Proletariado para realizar estos sistemas, que le abrirán las puertas de la nueva Jerusalén social, el socialismo burgués le propone en realidad que se contente con la sociedad presente y abandone desde luego las ideas rencorosas que ha formado de esta sociedad.

Una segunda forma de este socialismo, menos sistemática pero más práctica, procura disgustar a los obreros de todo movimiento revolucionario, demostrándoles que para mejorar su suerte no se necesitan cambios políticos, sino cambios de las relaciones sociales materiales, es decir, económicos. Por cambios de las relaciones sociales materiales este socialismo no entiende de ninguna manera la abolición de las relaciones de la producción burguesa, cosa imposible sin revolución, sino simples reformas administrativas, basadas en la existencia de estas mismas relaciones; reformas que no cambiarían en lo más mínimo las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado y, cuando más, aprovecharían a la burguesía disminuyendo los gastos de su dominación y simplificando su administración política.

El socialismo burgués llega a su expresión perfecta cuando se reduce a retórica pura y simple. ¡Libre cambio! en interés de la clase obrera; ¡derechos de entrada protectores! en interés de la clase obrera; ¡prisiones celulares! siempre en interés de la clase obrera; tales son las últimas palabras del socialismo burgués, únicas que en su boca tienen un sentido serio.

El socialismo burgués se resume precisamente en la afirmación de que los burgueses son burgueses en interés de la clase obrera.

3. El socialismo y el comunismo crítico utópico.

No vamos a tratar aquí de la literatura que en todas las grandes revoluciones modernas se ha hecho interprete de las reclamaciones del Proletariado. (Escritos de Babœuf, t. V.)

Las primeras tentativas del Proletariado para hacer que predominasen directamente sus intereses de clase en un periodo de movimiento general, se hicieron al hundirse la sociedad feudal. Estas tentativas tenían que fracasar, y fracasaron. El Proletariado se hallaba a la sazón en el estado rudimentario, y además las condiciones materiales de su emancipación no existían. Estas condiciones no son sino el producto de la época burguesa. La literatura revolucionaria de estos primeros movimientos es, en su contenido teórico, necesariamente reaccionaria. Predica un ascetismo general y un igualitarismo hipócrita.

Los sistemas socialistas y comunistas propiamente dichos, los de Saint-Simón, Fourier, Owen, &c., hicieron su aparición en la época en que la lucha entre el Proletariado y la burguesía estaba aún poco desarrollada. (Ya hemos hablado de esta época en el cap. I, Burguesía y Proletariado.)

Los inventores de estos sistemas no ignoraban la existencia del antagonismo de las clases, ni la acción de los elementos disolventes de la sociedad reinante. Pero de la parte del Proletariado no ven ninguna espontaneidad histórica, ningún movimiento político que les sea propio. Como este desenvolvimiento del antagonismo de las clases corre parejas con el de la industria, no hallan tampoco a mano las condiciones materiales indispensables para la emancipación del Proletariado, y se ponen entonces a inventar una ciencia social, leyes sociales que debían crear estas condiciones.

Así es como ponen en el puesto de la acción social su acción personal de inventores; en el puesto de las condiciones históricas de la emancipación, condiciones de fantasía; en el puesto de la organización lenta y radical del Proletariado como clase, una organización societaria fabricada al efecto. Para ellos la historia venidera no será más que la propaganda y la práctica de sus proyectos de sociedad novísima.

Tienen, en efecto, la conciencia de defender, en sus proyectos sobre todo, los intereses de la clase obrera, que es la que más padece, pero para ellos el Proletariado sólo existe en este concepto, es decir, como la clase que más padece.

La forma rudimentaria en que se hallaba en aquella época la lucha de las clases, así como su propia posición social, los impulsan a creer que son muy superiores a todo antagonismo de clases. Es la posición de todos los miembros de la sociedad, aún la de los más pudientes, la que para ellos se trata de mejorar. Apelan, pues, continuamente a toda la sociedad sin distinción, y con preferencia a las clases dominantes. Según ellos, no hay sino comprender su sistema para proclamarle como el mejor plan para la mejor sociedad posible.

En su consecuencia, repudian toda acción política, principalmente toda acción revolucionaria. Persiguen su objeto por vías exclusivamente pacíficas, especialmente por experimentos prácticos en pequeño de sus sistemas, experimentos que naturalmente fracasan siempre. Quieren, por medio de la fuerza del ejemplo, abrir el camino al nuevo evangelio social.

En una época en que el Proletariado sale apenas del estado rudimentario, en que, por consecuencia, sus ideas acerca de su posición social son todavía asaz fantásticas, semejantes descripciones fantásticas de la sociedad futura corresponden, en cierto grado, a sus propias aspiraciones, confusas aún e inconscientes hacia una transformación general de la sociedad.

Por otra parte, estos escritos socialistas y comunistas encierran también elementos críticos. Atacan todas las bases de la sociedad actual, y desde este punto de vista han suministrado materiales de gran precio para servir al desarrollo intelectual de los trabajadores. En cuanto a sus proposiciones positivas tocantes a la sociedad futura, tales como abolición de la oposición entre la ciudad y el campo, abolición de la familia, de la apropiación privada, del asalariado, proclamación de la armonía social, sustitución del Estado por una simple administración de la producción, todas estas proposiciones expresan simplemente la desaparición del antagonismo de las clases, de ese antagonismo que comienza apenas su desarrollo y del cual los socialistas en cuestión no conocen más que la primera fase informe y definida. Sus proposiciones no tienen, pues, aún más que un sentido puramente utópico.

La importancia del socialismo y del comunismo crítico utópico está en razón inversa del desenvolvimiento histórico. Estas doctrinas sublimes, que ora aparentan cernerse serenamente por encima de las luchas de clases, ora fulminan anatemas contra esta lucha, estas doctrinas pierden toda importancia práctica, todo valor histórico a medida que se desenvuelve y toma consistencia la lucha de clases. En esto consiste que si los autores originales de semejantes sistemas eran revolucionarios bajo muchos conceptos, sus discípulos forman siempre y en todas partes sectas reaccionarias. Estos se aferran a las añejas apreciaciones del maestro y las oponen al desarrollo histórico y progresivo del Proletariado. Procuran aplacar la lucha de clases y reconciliar los antagonismos. Sueñan siempre con la realización experimental de sus utopías sociales: fundación de falansterios aislados o «colonias en el interior», establecimiento de una pequeña Icaria u otras ediciones en 32.º de nueva Jerusalén; y para erigir todos estos castillos en el aire se ven forzados a recurrir a la filantropía burguesa y a su bolsa. Poco a poco caen en la categoría de los socialistas conservadores o reaccionarios, de que hemos hablado ya, y de los cuales no se distinguen más que por una pedantería más sistemática y por una fe ciega en los efectos maravillosos de su ciencia social.

Estos sectarios se oponen, por lo tanto, obstinadamente a todo movimiento político que venga de parte de los obreros, movimiento cuya fuente no puede ser otra que la falta de fe en el nuevo evangelio.

Los owenistas en Inglaterra y los fourieristas en Francia, ponen obstáculos unos a los cartistas y otros a los reformistas.

(páginas 25-30.)

Capítulo IV

Actitud de los comunistas con relación a los diferentes partidos de la oposición radical

La actitud de los comunistas con relación a los Partidos Obreros ya constituidos ha sido determinada en el capítulo II; no nos queda, pues, nada que decir respecto a su conducta con los cartistas ingleses y con los reformers agrarios de los Estados Unidos.

A la vez que toman parte en la lucha para la realización de los fines e intereses inmediatos y momentáneos de la clase trabajadora, los comunistas representan, en medio del movimiento actual, el movimiento venidero.

En Francia, los comunistas sostienen al partido democrático socialista en su lucha con la burguesía conservadora o radical, al mismo tiempo que se reservan el derecho a someter a su crítica las frases e ilusiones que emanan de la tradición revolucionaria.

En Suiza sostienen a los radicales, sin ignorar que este partido se compone de dos elementos contradictorios: demócratas socialistas, en el sentido francés de la palabra, y burgueses radicales.

En Polonia se colocan junto a ese partido que ve en una revolución agraria la condición esencial de la emancipación nacional, junto al mismo partido que en 1846 llevó a cabo la insurrección de Polonia.

En Alemania, tan luego como la burguesía obre revolucionariamente, el partido comunista peleará a su lado contra la monarquía absoluta, la propiedad feudal y la pequeña burguesía de los gremios. Pero no perdona medio alguno de desarrollar en los obreros la conciencia del antagonismo hostil que existe entre la burguesía y el Proletariado; de suerte que, cuando se halle establecido el imperio de la burguesía, los obreros alemanes puedan convertir en armas contra la burguesía misma las condiciones sociales y políticas que entraña el régimen burgués, y que, derribadas del poder las clases reaccionarias, la lucha contra la burguesía comience en el instante mismo.

Los comunistas deben concentrar su atención en Alemania, porque este país se halla en vísperas de una revolución burguesa, revolución que va a realizarse en condiciones más avanzadas de civilización general, y con un proletariado mucho más desarrollado que cuando estalló en Inglaterra la revolución del siglo XVII, y en Francia la del siglo XVIII. La revolución burguesa alemana no puede ser sino una revolución proletaria.

En una palabra, los comunistas sostienen en todas partes cualquier movimiento revolucionario contra las condiciones sociales y políticas existentes.

En todos estos movimientos se aplican sobre todo a la cuestión de la propiedad, sea cualquiera el grado de desenvolvimiento en que la encuentren, como la cuestión fundamental.

Finalmente, los comunistas trabajan por doquiera para establecer la unión y la inteligencia de los partidos obreros de todos los países.

Los comunistas no se cuidan de esconder sus miras ni su objeto, y declaran abiertamente que no pueden alcanzar este objeto sino derribando por medio de la fuerza todo el orden social existente. Tiemblen las clases dominantes ante la revolución comunista que se prepara. En esta revolución los proletarios no tienen que perder más que sus cadenas y tienen que ganar todo un mundo.

¡Proletarios de todos los países, uníos!

(páginas 31-32.)

[ Versión íntegra del texto contenido en un folleto impreso de 32 páginas más cubiertas publicado en Madrid en 1886. ]