III
La Virgen revolucionaria.– 1856.– Escosura y el Conde de Lucena.– Los milicianos.– La vida de Juan Soldado.– Coro de ángeles.– Los poetas.– La Unión Liberal.– 1857.– 1858.– El Contemporáneo.– Casos y cosas.
El buen pueblo de Madrid, que une las ideas religiosas a las actualidades agrícolas y aun a las políticas, llamaba en mi tiempo la melonera a la Virgen de Septiembre, y la revolucionaria a la Virgen del Carmen; y para que no faltase móvil a la tradición, el 16 de Julio de 1856 volvió Madrid a amanecer con fuego y barricadas.
La disparidad de criterios entre el Conde de Lucena y D. Patricio de la Escosura, que por aquella época eran Ministros de la Guerra y de Gobernación, promovió una crisis, y tras de ella los acontecimientos del 56.
«Señora –decía D. Baldomero Espartero al presentar su dimisión a la Reina,– mi salud quebrantada no me permite continuar desempeñando la presidencia de vuestro Consejo de Ministros.»
Y, a pesar de este documento seco, con el cual Espartero se separaba del Gobierno, es público y notorio que dijo a sus amigos: «Si lleváis vuestra oposición a las calles y salís de la legalidad, me levantaré la tapa de los sesos.» Entonces se decía así, no se hablaba de suicidarse.
Sin embargo de los buenos deseos de Espartero, la Milicia Nacional no se resignó a obedecer al nuevo Ministerio nombrado por la Reina, y como se decía entonces, se echó a la calle.
Formaban el Ministerio que dirigió la lucha contra los nacionales y contra el pueblo, O’Donnell, Pastor Díaz, Luzurriaga, Cantero, Bayarri, Ríos Rosas y Collado.
En la cuesta de Santo Domingo el tercer batallón de Milicianos ligeros principió la lucha, y en la calle de Milaneses, en la de los Caños, en la de Alcalá, y en otros puntos se generalizó una verdadera batalla, de aquellas que se daban entonces a impulso de la pasión política, y que la actual generación no puede comprender, porque, más práctica, razona, piensa en los intereses materiales, y encuentra tonto sacrificar la vida a una idea.
Reina, que era coronel de los Cazadores de Madrid, que llevaban poncho y pantalón colorado, horadando tabiques, hizo a sus tropas recorrer calles enteras por dentro de las casas, y aunque el general Serrano celebró algunas conferencias con Madoz, Rivero y algunos otros revolucionarios de aquella época, con objeto de acabar pacíficamente el movimiento, éste se terminó por la fuerza, y los generales de la Reina sofocaron la revolución, como se decía en aquel tiempo, después de tres días de lucha casi constante, y la política que simbolizaba el Conde de Lucena acabó con las tendencias de Espartero.
El general Serrano era Capitán general de Madrid, y D. Manuel Alonso Martínez, Gobernador civil. No fue sólo en la capital donde se batió el cobre: en Huesca, en Zaragoza, en Santander y en algunos puntos de Galicia costó mucha sangre el desarmar al pueblo, y por fin, el Ministerio de O’Donnell, que sufrió algunas variantes, puesto que entraron a formar parte de él D. Cirilo Álvarez y Salaverría, logró fundar una situación, que echó las raíces de la Unión Liberal, y que duró desde el 14 de Julio de 1856 a 12 de Octubre del mismo año. Por aquella época, Camprodón era periodista y hablaba de política en «El Centro Parlamentario»; en el teatro de Verano –que estaba en Paul, y Paul estaba en la calle del Barquillo–, se estrenaba, a beneficio de Dardalla, La vida de Juan Soldado; en el Circo se hacía El tejado de vidrio; había un periódico de teatros que se llamaba El Consueta; Albuerne era literato y candidato a Gobernador; en otro teatro se estrenaba Las Indias en la Corte; en el antiguo Casino, Pedro Antonio Alarcón, Florentino Sanz, Parra, el general Mendoza y algunos otros, constituían la tertulia de última hora, que se llamaba Coro de ángeles.
El general Mendoza, hombre de mucha gracia, sostenía que España se salvaría siempre por la sabiduría del trono, la hidalguía de la nación, lo incorruptible de la magistratura y el sacerdocio de la Prensa. El café de la antigua Iberia, que estaba donde hoy está la tienda de Venancio Vázquez, era frecuentado por toreros y por aficionados como Joaquín Marrazi y Santa Coloma, aquel revistero de quien decía Barrutia que tenía cara de convaleciente de ahorcado, el que a su vez decía de Barrutia que su sombrero era prodigio de equilibrio.
Menudeaban las fiestas oficiales, y en la inauguración de la Escuela de Agricultura, titulada «La Flamenca», decía un poeta:
«Ya el piélago que baña
en apacibles ondas nuestros mares,
confín de Lusitaña,
antes vedado arcano,
dirá la gloria del Imperio Hispano.»
Confieso que he meditado mucho sobre esta estrofa, y no he podido encontrar ni su mérito ni su relación con la agricultura, y cuidado que se trata de un gran literato de entonces.
Cayó el Ministerio de O’Donnell cuando todos creían que la Unión Liberal iba a formarse, y en 1857 hubo tres Ministerios moderados: uno, presidido por Narváez; otro, por Armero, hasta Enero del 58, y otro, por Istúriz, hasta que en la segunda mitad del 58 volvió O’Donnell con Calderón Collantes, Fernández Negrete, Salaverría, Quesada, Posada Herrera y el Marqués de Corvera, y entonces fue cuando realmente se fundó el partido de la Unión Liberal.
El 2 de Septiembre del 56 se disolvieron las Cortes, y el 1.º de Mayo del 57 hubo nuevas elecciones, y ya por estos tiempos cuajó el llamado empréstito Mirés, de que tanto hablaron los periódicos de aquella época, y con el que empezaron a ensayarse en España los escritores financieros, porque las llamadas cuestiones de Hacienda no han sido discutidas por la vulgaridad de los mortales hasta muy entrado el siglo XIX.
Los tiempos de apogeo de la Unión Liberal constituyeron en España un período de grata prosperidad: la desamortización llevada a cabo, aumentó la riqueza, y a pesar de que algún hombre político decía que los unionistas estaban sólo unidos por el estómago, la consecuencia, es decir, el pensar siempre lo mismo en política, era considerado como una virtud, y era de ver con qué menosprecio se hablaba de los resellados, y qué conceptos pasaban por sangrientos en el Merlín y otros periódicos satíricos.
El periodismo principió a tomar moldes nuevos con El Contemporáneo, que dirigía Albareda, y en el que escribían Valera, Fabié, Botella, Bécquer, Luna y Ramón Correa. Se decía entonces que el Ministro de Gracia y Justicia, Sr. Fernández Negrete, bebía más de lo regular, y decía El Contemporáneo, hablando de la guerra de África:
«Si puesta la cosa fea,
hacen los moros rabona,
Negrete tiene una idea que,
por ser suya, es muy mona.»
La Discusión, dirigida por Rivero, representaba la montaña; Pablito Nogués hacía artículos demoledores; Farrugia, que primero tuvo Los dos Cisnes, y después El Armiño, dirigía el mejor restaurant que ha habido en Madrid; Pedro Fernández, en La Época, hacía revistas de salones; la buena sociedad iba a oír vaudevilles franceses al teatro de Variedades; en el Real aplaudíamos a la Lagrange y Tamberlick; Frank Pastor y los hermanos Mariani hacían las delicias del Circo; Manuel Palacio y Luis Rivera escribían el Gil Blas; El Pájaro y Barramblín, eran los revendedores de moda; principiaban a venderse flores en los teatros y en las calles; Ortego era un caricaturista incomparable; y en la Zarzuela, Salas, Caltañazor, Obregón, la Santa María, la Murillo, la Ramírez, la Ramos y otros y otras apasionaban con Catalina, Los Magyares, El Sargento Federico, &c., a los que entonces éramos jóvenes y veíamos la literatura, el arte y la política con más pasión que hoy, según se demostró durante la guerra de África, que con el favor de Dios ha de darme materia para otro artículo.
(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 25-32.)