Filosofía en español 
Filosofía en español


V

Los teatros en 1862.– Capellanes.– El hijo de D. José.–Varias noticias y modas.– Muchos Ministros.– La embajada annamita.– Los terremotos de Manila.– La Tertulia progresista.– Banquete de los Campos Elíseos.

Por el año de 1862 había ya en Madrid más teatros. En el Real cantaba Mario; en Variedades se hacía La cruz del matrimonio; en el Príncipe, cuando los actores querían hacer inocentadas, representaban los hombres solos, encargándose de todos los papeles de ellas y de ellos; había dos compañías de zarzuela, y en el teatro de Novedades se representaba El corazón y el dinero; pero lo típico de aquella época era Capellanes; Capellanes, donde, si no recuerdo mal, celebraban baile dos Sociedades, que una se llamaba La Floreciente y otra La Oriental. Allí principió Madrid a conocer mamás de alquiler y tías de encargo; se bailaban habaneras con frenesí; un café con media tostada solía producir océanos de amor, y el que se arriesgaba a una ración de ternera en salsa, podía considerarse como un verdadero sibarita; no puedo citar nombres propios: todavía son y han sido consejeros de la corona y de Estado, diplomáticos y altos funcionarios, muchos que con pantalón abotinado y escocés a grandes cuadros verdes, han bailado en aquel salón cada polka íntima y cada habanera, que me río yo de los peces de colores. ¡Cuántos respetables hombres públicos le habrán pedido una pesetilla a Florentín, el mozo del buffet, como se decía entonces, a aquel filósofo que cuando veía entrar a cenar a un caballero con la mamá y dos niñas, solía decir: «–No me diga usted nada, D. Fulano; dos raciones de mechada con mucha salsa»!

Capellanes no se parecía en nada a los bailes de hoy; había mucha más buena fe; las chicas iban a bailar, y, únicamente, si se terciaba, como decía Modestita, que luego ha sido actriz con otro nombre, si se terciaba, se solía hacer alguna locurilla. Los bailes se acababan a las dos, y desde la una, el que hoy es amplio pasillo del teatro Cómico, se poblaba de parejitas sentadas en los divanes, y a esta hora, uno que hoy es respetabilísimo magistrado, la llamaba la hora de los mancos.

Paul también daba bailes; pero la gente que iba era más formal, según aseguraban las modistas, cuando cantaban:

No me lleves a Paul,
que me verá papá;
llévame a Capellanes,
que estoy segura
que allí no va.

Y mientras la gente más joven y más alegre cultivaba los teatros y los bailes, se ratificaba el 5 de Enero de 1862 el Tratado de Madrid, por el que se establecía la paz con Marruecos. Escobar, director de La Época, era visitador de Establecimientos penales; Castelar renunciaba el cargo de vicepresidente de la Sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo de Madrid; El Eco del País, El Pueblo, El Reino, El Clamor, La Iberia, La España, La Esperanza, La Regeneración, La Época, Las Novedades, La Discusión y algunos otros periódicos, discutían las cuestiones políticas; se devoraba la causa contra Dumollar, El asesino de las criadas; El hijo de D. José, estrenado en la Zarzuela, en cuya obra quisieron ver los militares algunas alusiones desagradables para ellos, casi produjo un motín y una acalorada discusión en el Congreso; Cañete daba reuniones literarias, en que Ventura de la Vega leía su traducción de la Eneida; el asesinato de la calle de la Justa, el primitivo, porque esta calle es muy asesina, aunque hoy se llame de Ceres, ocupaba la atención de los aficionados a lo sensacional, y todos hablaban de Doña Carmen y de Gener; la muerte de Martínez de la Rosa, a cuyo entierro asistió el Rey D. Francisco en persona, y cuyos testamentarios –los del poeta, no los del Rey– fueron Comyn y D. Pablo Aguilera, conmovió al pueblo de Madrid; las obras de la Puerta del Sol, que pareció entonces a muchos «demasiado grande», estaban casi para terminarse; Prim en Veracruz obsequió con un banquete a las potencias aliadas para la que entonces se llamaba cuestión de México, y ya principió a demostrar lo claro que veía en aquel asunto; cuando en Madrid se supo que en Nápoles había estallado una bomba Orsini, al grito de ¡viva Garibaldi!, ¡viva la máquina infernal!, hubo quien compró pan para tres días; se empezaba a hablar del ferrocarril de los Alduides, y el del Norte estaba tan adelantado, que se pensaba en inaugurar la sección de Sanchidrián a Ávila.

Pero observo que siempre en estas crónicas me ocupo de algo que principalmente pueda interesar a los hombres, y allá va un parrafito sólo para las mujeres:

«El traje de primavera para señora, recomendado por la moda (1862 a 63), es de moaré francés, fondo gris, con adornos de terciopelitos negros. El cuerpo es alto y de forma de chaleco, y va cerrado con botones de terciopelo negro, galoneados sus contornos de cinta del mismo terciopelo. La manga es de codo y va forrada de tafetán blanco y guarnecida de un rizado. Todo el bajo del vestido va adornado con cuadros al biés, formados de cintas de terciopelo negro de un centímetro de ancho, rodeados de otros a la greca, también de terciopelo

Me parece que las fábricas de terciopelo debían ganar por esta época una fortuna.

Y dejando las modas de antaño, diré a ustedes que del 62 al 63 hubo gran movimiento ministerial, pues en tan corto espacio de tiempo fueron Ministros en distintos gabinetes, y algunos dos o tres veces, el Duque de Tetuán, el Marqués de Miraflores, D. Saturnino Calderón Collantes, el Duque de la Torre, Fernández Negrete, Pastor Díaz, Aurioles –de quien decían sus contemporáneos que tenía cara de onza de oro,– D. Rafael Monares, el Marqués de la Habana, Mata y Alós, Salaverría, D. José Sierra, D. Manuel Moreno López, Marqués de Sierra-Bullones, Conde de Bustillo, Don Augusto Ulloa, Posada Herrera, Aguilar y Correa –que es como se llamaba entonces al Marqués de la Vega de Armijo,–Rodríguez Vaamonde, Luxán –el del arete, porque llevaba un pendientillo de oro,– Alonso Martínez y Permanyer, y del 63 al 64, además de los anteriores, que muchos volvieron a ser Ministros, lo fueron Arrazola –que habló en el Congreso del partido moderado histórico,– D. Alejandro Mon, el Duque de Valencia, Pacheco, D. Alejandro Llorente, D. Fernando Álvarez, Mayans, Lersundi, Marchesi, Fernández de Córdova, Fernández Lazcoiti, Trúpita, D. Manuel Barzanallana, Rubalcava, Pareja, Armero, González Brabo, Moyano, Alcalá Galiano, D. Alejandro Castro, López Ballesteros y Seijas Lozano.

Es decir, desde las Cortes de 1.º de Diciembre de 1862, que fueron disueltas en 12 de Agosto del 63, y desde las de 1863 al 64, que principiaron en 4 de Noviembre del 63 y fueron disueltas en 22 de Septiembre del 64, hubo en España veintidós Ministros, y en un periodo de tiempo tan corto como el que media desde 1.º de Diciembre del 62 a 22 de Septiembre del 64, veinte meses y veintidós días, se hicieron dos elecciones generales, hubo Cuerpo colegislador que sólo celebró treinta y nueve sesiones; por todo lo cual, si hoy hay desbarajuste en la política, no era menor del que disfrutaban nuestros respetables progenitores.

El buen pueblo de Madrid se distraía con la llegada de la embajada annamita y con los besamanos, que en aquel tiempo tenían gran resonancia, y me acuerdo que al dar cuenta un periódico muy monárquico de cómo estaba vestida la corte, decía: Por cierto que el Príncipe de Asturias estaba muy gracioso de sargento de infantería. Y con embajadas y fiestas palatinas, animando a Mr. Bagier, que era empresario del Real, extasiándose con las representaciones de El amor y la Gaceta, del inolvidable Narciso Serra; asistiendo al estreno de Venganza catalana, con Matilde, la Álvarez, los Catalinas, Pizarroso y Mariano Fernández; viendo en el teatro del Circo El arte de ser feliz, y en el Príncipe, El mundo por dentro, se iba pasando el tiempo gratamente, hasta que los terremotos de Manila y la actitud de la Tertulia progresista principiaron a alarmar a los políticos.

Con motivo de lo de Manila hubo una verdadera explosión de caridad, y se hicieron algunas suscripciones, que por cierto, ha habido periódicos y personas que sostienen que todavía no han llegado a su destino, y por lo que se refiere a la Tertulia progresista, merece este organismo punto y aparte.

Entre Casino político, conato de club, centro deliberante del partido, y algo así con inocencias de doceañista y entusiasmos de generosidad y vislumbres de la vida moderna, la Tertulia, que cada día afirmaba más los procedimientos democráticos y sentía de un modo más tibio las afirmaciones monárquicas, puede decirse que engendró el procedimiento revolucionario.

Una circular restringiendo la libertad para la reunión de los electores, produjo una protesta que iniciaron los que entonces se llamaban puros, y que si no recuerdo mal, firmaron D. Joaquín Aguirre, Calvo Asensio, Carlos Rubio –que él solo merecía un artículo por su talento, sus genialidades, su consecuencia y su catoniana honradez,–Llano y Persi, Pedro Martín Luna y otros que ahora no recuerdo.

Sagasta, que poco tiempo antes, con motivo de cierta cuestión relativa al general Atmeller, despotricó contra los tribunales militares y los estados de sitio en la sesión de 9 de Mayo de 1862 (¿qué le parecería hoy su discurso si lo leyese?), Sagasta era ya uno de los dioses mayores de aquella Tertulia, y con Olózaga, que la presidía, con Ruiz Zorrilla, que me parece que también formaba parte de ella, fue de los que más contribuyeron a la preparación del banquete de los Campos Elíseos.

¡Pobres Campos Elíseos! Estaban en la prolongación de la calle de Alcalá, en terrenos que hoy ocupan casas, y había una ría y una barquita con su marinerito y todo, donde nos arriesgábamos los más bravos, y un teatro que se llamaba de Rosini, donde se cantaban óperas, y restaurant muy bueno y una plazoleta con un a modo de kiosko, donde Barbieri dirigía conciertos, por cierto, de frac y corbata blanca, y allí iba por la noche toda la buena sociedad de aquel tiempo, y admiraba a García, el jugador afortunado, que deslumbraba a Madrid con sus carruajes a la vuelta de Hamburgo, donde había hecho saltar la banca. Y aunque vayamos un poco demasiado de prisa, lleguemos al banquete de los Campos Elíseos, que empezó a las once de la mañana, presidido por D. Salustiano Olózaga, que tenía a su derecha y a su izquierda a los presidentes de los Comités de la provincia, alternando con los directores de La Iberia y Las Novedades.

Antes de empezar los brindis, Salmerón y Alonso, en nombre del partido progresista, ofreció al Sr. Olózaga un jarrón de oro y plata, que días antes había estado expuesto en casa de Ramírez de Arellano. Después de dos discursos alusivos, el señor Olózaga saludó a Madrid y a las provincias, habló D. Víctor Balaguer y luego el general Prim, que ya por Marzo del 63 había ingresado francamente en el partido progresista.

Yo, que entonces no era portero, pero sí mozo de la fonda Española, que fue la que sirvió el banquete, recuerdo el efecto que produjeron dos frases del Conde de Reus: «Dicen que estamos solos. Que el Gobierno ordene que la tropa se encierre en sus cuarteles durante veinticuatro horas en toda España, y veremos lo que sucede.»

Otra frasecita: «Conozco los obstáculos tradicionales que se oponen a que lleguemos al Poder, y profetizo que dentro de dos años y un día la bandera progresista ondeará triunfante desde Cádiz a la Junquera, desde Badajoz a Irún.»

Estas palabras fueron todo el banquete; después hablaron un Sr. Gallifá, Madoz, Benda, Ruiz Zorrilla, Peris y Valero, Sagasta, Cantero, Quintana, Aguirre, Candau, Álvarez Borbolla, Rodríguez, Figuerola, Casall, Montemar, Cuéllar, Otero, Alau, Alonso Cordero, Sancho, Balaguer, Gil Vilsera, Salmerón y Alonso, Carlos Rubio y Álvarez Guerra, que entonces era un pollo, y que habló en nombre de los estudiantes.

El poeta Díaz dijo:

Mendizábal, Arguelles, Calatrava,
orillas duermen del mantuano río;
¡no turbe nuestro alegre clamoreo
la paz augusta de su sueño frío!

Un Sr. Caballero y Valero leyó también unas estrofas; Ventura Ruiz Aguilera leyó un soneto titulado «Los almuerzos», y Don Salustiano Olózaga habló de fundar una sociedad titulada «Pascuas progresistas», que debía tener por objeto difundir los conocimientos generales en todas las clases de la sociedad.

Pero ni los prosistas ni los poetas agregaron nada a la importancia del banquete, que, como he indicado antes, se resumía en las palabras del general Prim.

Asistieron a este suceso gastronómico-político cerca de cuatro mil personas, se habló también mucho de Muñoz Torrero y de la traslación de sus cenizas; de esto y algunas cosas más he de dar noticia al lector en mi próxima crónica.


(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 46-58.)