Filosofía en español 
Filosofía en español


VII

Muñoz Torrero.– Revolución y evolución.– La Iberia.– Periódicos antiguos y modernos.– Los teatros.– El café de la Iberia.– La noche de San Daniel.– El 3 de Enero.

El banquete de los Campos Elíseos, de que me ocupé en una de mis anteriores crónicas; el resuelto apoyo de Prim a la causa progresista, como se decía entonces; la traslación de las cenizas de Muñoz Torrero, que tanto juego dio en la política de aquella época –como con frase pintoresca diría hoy en sus balances El Correo,– determinaron una política de conspiración constante, que dio atmósfera a los sucesos del 10 de Abril de 1865 (noche de San Daniel), que determinó el movimiento que realizó Prim el 3 de Enero de 1866, que produjo la Revolución del 22 de Junio del mismo año, que sirvió para producir la sublevación de Escoda y Canela en las montañas de Huesca, sublevación que costó la vida al general Manso de Zúñiga; y todos estos sucesos y algunos otros, como el destierro de los generales a Canarias, la actitud de Montpensier, la protesta de los diputados, engendraron la Revolución de Septiembre de 1868.

Y conviene observar aquí, sobre todo en estos días en que todos quieren regenerar al país en veinticuatro horas, que el tiempo jamás perdona lo que se hace sin él, y que hasta las revoluciones se hacen por evolución.

Pero dejando estas consideraciones, que están completamente fuera de la cultura de un portero, y ya que he hablado de la traslación de las cenizas de D. Diego Muñoz, permítanme ustedes, a título de curiosidad, que reproduzca la papeleta que La Iberia y otros periódicos publicaron, si la memoria no me es infiel, el 5 de Mayo de 1864:


EL ILMO. SEÑOR
D. DIEGO MUÑOZ TORRERO

pereció, víctima del absolutismo, en la torre de San Julián de Barra el 13 de Marzo de 1829.

D. Antonio Fernández Muñoz Torrero, su sobrino; el Comité central del partido progresista; los Excmos. Sres. D. Salustiano de Olózaga, presidente; conde de Reus, D. Pascual Madoz, D. Ramón Calatrava y D. Joaquín Aguirre; D. Práxedes Mateo Sagasta, D. Francisco de Paula Montemar, D. Camilo Muñiz Vega, vocales; D. Ángel Fernández de los Ríos y D. Guillermo Crespo, secretarios de la Comisión nombrada para traer de Portugal a Madrid los restos del insigne diputado de las Cortes de 1810; las Juntas directivas de elecciones de los distritos de Madrid; la Sociedad de Milicianos Nacionales veteranos; los representantes de los Comités en provincias que se hallan en Madrid,

Suplican a usted se sirva asistir a la iglesia de San Isidro, el día 5 del corriente, a las tres y media de la tarde, para acompañar las cenizas de Muñoz Torrero, desde dicho templo, al monumento donde descansan las de Arguelles, Calatrava y Mendizábal, en el cementerio de San Nicolás.

El que dijo que las ideas se parecen a las cerezas, en que al querer sacar una puede sacarse toda la cesta, dijo una gran verdad; al citar La Iberia, no puedo dejar de decir dos palabras sobre aquel periódico que fundó Calvo Asensio. Todavía me parece ver la casa de la calle de Fuencarral, con su medallón en la fachada, que representaba a Gutemberg, con su imprenta en la planta baja y sus oficinas en el principal.

Una modesta máquina de Marinoni servía para hacer la tirada de La Iberia, que a pesar de no tener rotativas ni la amplia información con que hoy cuentan los grandes periódicos populares, ejerció en la política altísima influencia.

Calvo Asensio, Sagasta, Núñez de Arce, Escalera, Juan Rosa González, Carlos Rubio, Abascal y otros muchos que han tenido gran relieve en nuestro movimiento político, escribieron en aquel periódico, que por los años en que me ocupo contaba con el apoyo material y moral del partido, porque entonces los partidos sacrificaban –y en el partido progresista lo hacían las clases más humildes–siquiera unas pesetas cada mes, a sostener su órgano; la política se informaba en la pasión, y no solamente se pensaba, sino que se sentía, y el sentimiento llevaba al heroísmo de desprenderse de algunos reales por defender una idea: La Iberia fue, por muchos años, la biblia de los progresistas.

De todas las evoluciones que hemos presenciado, ninguna tan radical como la efectuada en el periodismo. Eran los periódicos eminentemente políticos, publicaban artículos largos que los lectores hasta meditaban; apenas tenían información; y La Esperanza, que dirigía D. Pedro Lahoz; La Política, de Mantilla, en la que también escribía Alarcón; El Clamor Público, de Corradi; El Diario Español, de los Roberts, como se llamaba entonces a Don Mauricio y a D. Dionisio; La España, La Constancia, El Pensamiento Español, Las Novedades, La Nación, El Fénix, El Horizonte, El Sur, El Reino, y algunos otros, trataban a diario la materia política en artículos larguísimos y en otros que se llamaban de polémica, y los periódicos tenían primer fondo y segundo fondo, sueltos de fondo, extranjero, miscelánea y gacetilla; y a todas horas se veían artículos titulados: «Ellos y nosotros», «Misterios», «Meditemos», «La Clave», «¿Qué harán los rusos?» y otros títulos no menos sugestivos por aquel entonces, que eran devorados por el público y debidos a plumas tan bien cortadas –frase de la época– como Rancés, Nocedal, Aparisi y Guijarro, Montemar, Lorenzana, Valero y Soto, Catalina, Rubí, Mendo de Figueroa y otros periodistas que con justicia apasionaron a su tiempo y que probablemente hoy no encontrarían lectores. Hoy el periódico sirve una función social, y su principal misión es informar; cuando el público está preocupado por el crimen del día, el do del tenor, la estocada del torero o la horizontal recién llegada, nos hemos convencido que es inútil hablarle de la cuádruple alianza, y ya ni los periódicos hacen adeptos a los partidos, ni siquiera los lectores participan de la opinión del periódico que leen. El mundo marcha y marcha en un camino de perfección, y toda la pléyade de los periodistas jóvenes, o cuyo espíritu no ha envejecido todavía, hacen una labor más meritísima y más civilizadora que la que hicieron los que, no dejando de haber sido maestros, no conocieron las necesidades que hoy impone el público. Alcanzamos una época en que para algunos se ha puesto en moda hablar mal de la Prensa, institución que todos buscan cuando la necesitan y que aparentan desdeñar cuando les conviene; pero que ha prestado grandes servicios y los presta, que ha hecho muchas reputaciones y que constituye un trabajo constante, que sólo vive un día, porque el trabajo periodístico más acabado nadie lo lee cuando es de ayer.

Por aquellos años del 65 y 66, el Real representaba La Favorita, y en el Príncipe echaban, como se decía entonces, El muerto y el vivo, Los picaros castigados –título que hoy parecería un apropósito;– en Variedades se hacía Don Tomás; en el Circo, El sueño de un malvado, y en la Zarzuela, Llamada y tropa, La conquista de Madrid y otras que hacían las delicias de las pollas de entonces, muchas hoy abuelas.

El café de la Iberia, que estaba en los bajos del antiguo Casino de Madrid, era el político por excelencia: los días de crisis espantaba la concurrencia numerosa. Muchos que hoy son ministros y hasta jefes de partido, se reunían alrededor de un modesto velador, donde, mientras discutían, admiraban las bellezas distinguidas de entonces, que no iban a la repostería, sino al jardinillo de la Iberia, que lindaba con la entonces calle de Gitanos.

¡Lo que se discutieron en este café los sucesos del 10 de Abril!

Los estudiantes de la Universidad quisieron dar una serenata al Sr. Montalbán, de cuyas condiciones, como rector, parecían estar muy satisfechos; se acordó el permiso y después se negó, y con este motivo principió un alboroto estudiantil en la calle de Santa Clara, que era donde tenía su habitación el Sr. Montalbán, movimiento que fue trascendiendo al centro, caracterizándose la tarde y la noche del 10 de Abril por silbas estrepitosas que dieron en la Puerta del Sol el aspecto de un verdadero motín. Cuando una pareja de la guardia civil se dirigía a los grupos, éstos se dispersaban, y al poco tiempo volvían a silbar con más fuerza. Cundía la alarma, y el Gobierno, me parece que le formaban entonces el general Narváez, González Brabo, Arrazola, Castro, Alcalá Galiano, y algún otro, exageró los peligros de aquel movimiento, y en su represión extremó los procedimientos. Era capitán general de Madrid el general Gasset, gobernador el Sr. Gutiérrez de la Vega, y el movimiento tomó el carácter que tomó, y tuvo las consecuencias que ha tenido por un hecho cuyo origen no ha podido averiguarse todavía. Ya anochecido, estaban en la Puerta del Sol, rodeados de policía y de guardia civil, D. Luis González Brabo, D. Víctor Cardenal, Valderrama, muchos funcionarios del Ministerio de la Gobernación y el general Santiago Joppe, gobernador militar que era de Madrid, y que me parece que entonces tenía sus oficinas en el mismo Ministerio de la Gobernación, que se llamaba el Principal. De una casa en construcción que había en la calle de los Negros, dicen que salió un tiro; otros dicen que se le escapó a un centinela, y aquella fue la señal para que la fuerza pública principiase a agredir, y como resultado de esta agresión, murió el Sr. Nava en la Carrera de San Jerónimo y hubo heridos y contusos, excitándose mucho la pasión revolucionaria, y produciéndose aquellas sesiones célebres en que Ríos Rosas en el Congreso lanzó aquel apóstrofe, cuando un ministerial pidió que se escribieran sus palabras, y él exclamó: –«Que se esculpieran pediría yo, si no fueran mías.»

Algún altísimo funcionario actual, corrió y aun llevó algún golpe, siendo entonces estudiante, y otro respetabilísimo magistrado de hoy decía: «A mí no me pegaron, porque me pegué a la pared como un anuncio.»

Los sucesos del 10 de Abril dieron lugar a D. Luis González Brabo para pronunciar en ocho días en el Parlamento, diez y nueve discursos improvisados, que constituyen uno de los mayores alardes de elocuencia que ha presentado la tribuna española.

Castro, que era Ministro de Hacienda, tuvo el mal acuerdo de hacer cierta cita del Dante, que envenenando más las pasiones, fue condensando las corrientes revolucionarias, que se manifestaron de ostensible manera el 3 de Enero de 1866.

Me parece que el 12 de Diciembre del 65 se celebró la Asamblea del partido progresista, a cuya Asamblea acudieron representantes de los Comités de las provincias y se acordó el retraimiento. Prim y Figuerola no eran partidarios de este sistema, porque entendían que ir al retraimiento valía tanto como declarar que se conspiraba.

El general Prim aceptó como el último soldado (fueron sus palabras) los acuerdos de aquella Asamblea; pero aconsejó a los individuos de provincias que se volvieran a sus pueblos, para ayudarle en el caso de que él tuviera necesidad de su concurso; fue muy aplaudido, y aquel mismo día se proyectó el movimiento que se llevó a cabo del 2 al 3 de Enero del año siguiente. El pronunciamiento en que Prim se puso al frente de los regimientos de Calatrava y de Bailén, debía haber contado con las fuerzas que había en Alcalá de Henares, que por circunstancias independientes de la voluntad del entonces comandante retirado Sr. Lagunero, que debía sacarlas y unirse al general, no pudieron llegar, y el conde de Reus se encontró en Villarejo de Salvanés, a las puertas de Madrid, con muy poca fuerza; y viendo que estaba solo, después de estar dos días esperando, emprendió la marcha a Portugal por los montes de Toledo.

Esta marcha, desde el punto de vista militar, fue tan notable, que el croquis de ella ha aparecido en Estados Mayores extranjeros como modelo de habilidad de guerrilleros.

No hubo durante ella ni un solo conato de indisciplina, y al llegar Prim a su castillo de los montes de Toledo arengó a las tropas y les dijo: «Cuanto hay aquí, desde la bodega hasta la azotea, es vuestro y os pertenece; estoy muy satisfecho de vuestro comportamiento.» Los soldados lo tomaron al pie de la letra, y era de ver a un soldado raso con una botella de Rhin o de Borgoña brindando por la libertad y por su general.

A los veintidós días de haber salido de Villarejo de Salvanés entró Prim en Portugal, por Barrancos, sin dejar tras de sí ni un caballo, ni un equipo ni un soldado.

El ministerio que ocupaba el Poder cuando lo de Villarejo de Salvanés lo componían el duque de Tetuán, Bermúdez de Castro, Calderón Collantes, Alonso Martínez, marqués de Sierra Bullones, Posada Herrera, marqués de la Vega de Armijo y Cánovas del Castillo (D. Antonio), que era ministro de Ultramar.

Amortiguada si no extinguida la agitación que habían producido en la política los acontecimientos del 10 de Abril y el 3 de Enero, a pesar del orden material, no era para nadie un secreto que se conspiraba, y se conspiraba mucho, y Madrid, sin embargo, entonces como ahora, se divertía y se alegraba.

Verdad que el cólera del 65 había impresionado bastante, que todos deseaban desquitarse, y al mismo tiempo que la Sociedad titulada «Los Amigos de los Pobres», con aspecto de sociedad benéfica, iba preparando otros movimientos, lo que ya se llamaba el gran mundo acudía al Real, frecuentaba mucho el teatro del Príncipe, del que era empresario Catalina; comía en el Armiño, que estaba donde está hoy la Perfumería Inglesa de la Carrera de San Jerónimo, y que, como he dicho en otra ocasión, tenía montado a gran altura su dueño, Farrugia; los más modestos iban al café Europeo de la calle de Sevilla, tenido por los Fornos y regenteado por Leonor; Santiago, también en la calle de Sevilla, era el centro de las juergas de buen tono. Se daban bailes en Palacio, y se vivía ni más ni menos que si no se avecinasen sangrientos sucesos que han de ser objeto de otra crónica.


(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 73-85.)