XI
Los Bufos Madrileños.– 21 de Septiembre de 1866.– El Joven Telémaco.– Las suripantas.– Ramos y Lustonó.– En la plaza del Rey.– Santisteban.– En la Zarzuela.– En el Circo de Rivas.– En Paul.– Actores bufos.
Quién no habrá oído hablar de los Bufos Madrileños y de D. Francisco Arderíus, Paco Arderíus como le llamábamos los que le conocimos en nuestras mocedades; que era español, aunque nació en Lisboa, de padre andaluz y madre francesa, y que fue el importador del género en España.
Pocos serán los que no tengan noticia del célebre actor, y para éstos y principalmente para recordar épocas en que fui joven, echo hoy a bufos esta croniquilla.
Allá por el año de 1866, cuando se dijo que iban a inaugurarse los Bufos Madrileños, los periódicos publicaban sendas definiciones de la palabra bufo, a cual más peregrinas, glosándose en todas la deficiente y curiosa que publica el Diccionario de la Real Academia Española.
El género bufo y Arderíus eran desconocidos del público, que miraba la cosa con cierto recelo, pero con grandísima curiosidad.
En el teatro de Variedades, que había sido juego de pelota hasta 1848, el 21 de Septiembre de 1866 inauguró sus tareas la compañía de los Bufos Madrileños, de la que, además de Arderíus, formaban parte la Hueto, la Checa, la famosa característica Concha San Pelayo –auxiliar después de Matilde Diez en la cátedra del Conservatorio,– la Macías, de sorprendente hermosura, la Ruiz (después señora de Puente y Brañas), Orejón, Escríu, Cubero y otros.
Blasco, el eterno joven de espíritu y de cuerpo; Eusebio, que se ha pasado la vida destilando talento y que trabaja hoy con la misma frescura y la misma fe que cuando tenía veinticinco años, escribió El joven Telémaco, y el maestro Rogel puso la música. Fue un éxito estupendo, y no solamente la obra gustó, sino que enriqueció el idioma con la palabra suripanta, tantas veces repetida en un coro del segundo acto, que principiaba: «Suripanta, la suripanta, macatruki», &c., coro que, según creo, lo escribió Eusebio en colaboración con Cubero, aquel Cubero que se llamaba Ramón, y que indignado con el general Narváez por los acontecimientos del 10 de Abril, se varió el nombre, y se llamó desde entonces Alejandro. En el teatro de Variedades, además de El joven Telémaco, se estrenaron Franchifredo, dux de Venecia, arreglo de El puente de los suspiros, hecho por Pina, padre, con música de Rogel; El motín de las estrellas, La suegra del diablo, de Blasco y de Arrieta, y Un sarao y una soirée, primera producción de Ramos y Lustonó, a la que puso la música el maestro Arrieta, por recomendación de Ayala, a quien a su vez habían recomendado la obra Eguílaz y Luque.
Fue aquella una empresa famosa.
El día 30 de Noviembre de 1866 terminaba el cartel que anunciaba la función, diciendo:
«Ya no podemos con tantos ochavos.
Dichoso mes
que empieza con Todos Santos
y acaba con San Andrés.»
El año cómico siguiente, 1867 a 1868, se trasladaron los Bufos al teatro del Circo, en la plaza del Rey. Principió la temporada el 4 de Septiembre con el estreno de Genoveva de Bravante, arreglada por Floro Moro Godo, en colaboración con Arderíus, y en esta obra debutaron Ramón Rossell y Gabriel Castilla. Rossell no había trabajado nunca en el teatro. En El Gavilán de Barcelona y en otras Sociedades había dado muestras de su gracia, y él, lo mismo que Castilla, tuvieron un éxito completo. La compañía se había reformado con Teresa Rivas, Celsa –hoy excelentísima señora viuda de Concha Sierra,– la Cabezas, que después casó con Pepe García, desgraciadamente muerto hace poco tiempo en el hospital, y algunos otros actores.
En el teatro de la plaza del Rey se estrenaron La bella Elena, Pepe-Hillo y Robinsón, de Santisteban y Barbieri. Por cierto que esta obra se estrenó el 19 de Marzo de 1870 y Arderíus cantó unos couplets alusivos a la guerra francoprusiana, que produjeron cierta reclamación de la embajada francesa.
Se estrenaron también El Potosí submarino, Los progresos del amor, La gran Duquesa, prohibida por la censura antes de la Revolución, y soberbiamente arreglada por Julio Monreal; El rey Midas y Los infiernos de Madrid.
Hicieron los Bufos una pequeña temporada en el teatro de Lope de Rueda, donde se estrenó Un palomino atontado, graciosísimo arreglo de Ramos Carrión, que, a pesar de haber principiado en el género bufo, que no siente, no ha seguido cultivándolo.
Ya en 1872 se trasladó Arderíus a la Zarzuela, donde estrenó Sueños de oro, de Larra y Barbieri, en la que Álvarez alborotaba y en la que aparecía como zarzuelero Joaquín Manini, que, después de haber sido galán joven en el Español, allá por los años del 56 al 57, había estado en Italia cantando óperas.
En esta temporada se estrenaron Esperanza, La bola negra y algunas otras; y fue la última en que el negocio de Arderíus tuvo por principal elemento el género bufo, que principió a perder las simpatías del público.
Después de haber explotado el negocio en provincias, principalmente en Andalucía, del 73 al 74, y del 74 al 79; actuó en el Circo de Rivas, consagrado a las obras cómicas de grande espectáculo. En el Circo del Príncipe Alfonso se estrenaron Cuento de hadas, La vuelta al mundo, Los Madriles, El Diablo Cojuelo, Un viaje a la Luna, El siglo que viene, Los sobrinos del capitán Grant, Periquito y El hijo de la Bruja, escrito sobre el mismo asunto de Juana la Rabicortona, obra que fracasó y que vino a determinar que Arderíus dejase el Circo.
No fue Paco el único que cultivó el género bufo, aunque indudablemente fue el introductor y el padre de la criatura.
La zarzuela seria representaba Los brigantes, y otro arreglo de Barba azul, hecho por Hurtado, La vida parisién –que Arderíus puso también en escena con el título de La vida madrileña,– Los caballeros de la tortuga, me parece que de Blasco y Arrieta, y los celebérrimos Dioses del Olimpo, que se estrenaron en Jovellanos, y cuyo Congreso se hizo tan popular por aquello de:
Respecto a lo de truhan,
me afirmo y me ratifico;
las demás no las explico
porque bien claras están.
Mas diré, por lo que valga:
que respeto su decoro,
y que le he soltado el toro
con la intención más hidalga.
En el circo de Paul hubo otra empresa de bufos, dirigida por Paco Obregón, amigo y hasta creo que ex socio que fue de Arderíus en el teatro de Variedades, y allí se representó Flor de té, Mambrú, aquella que tenía un coro que decía:
Es el matrimonio un dogal
que al unir a dos amantes
suele ahogar.
La Williems, Brieba, Rossell y algunos otros, en esta obra, en la titulada Así en la tierra como en el cielo, en El Club de las Magdalenas y en algunas otras, obtuvieron el favor del público.
Entre los actores bufos ha habido verdaderos artistas. El mismo Arderíus estrenó del 65 al 66 el médico de Los pavos reales, demostrando ser un actor consumado, y los viejos recordamos que en la Zarzuela, en unión de la Valverde y Mario, trabajó con Rafael Calvo, que entonces era un incoloro galán joven, cuyas aptitudes descubrió antes que nadie Mariano Fernández, que fue quien primero le contrató de primer actor.
Josefina Álvarez, la genial y excelente característica del teatro de la Comedia, fue pez en El Potosí submarino; Lola Fernández, estrella que ha sido también de la Comedia, procedía de los Bufos, como Rossell, como Castilla, como Manini, como Julio Ruiz, Carceller, Rochel y Pepe Rubio, que hizo sus primeras armas en Rivas con el Don Líquido de Chorizos y Polacos y otro papelito en La vuelta al mundo.
Los Bufos apasionaron una época y en Madrid lograron una popularidad que no ha alcanzado ningún otro género.
Arderíus, que desde el 81 hasta el 86, en que murió, explotó la zarzuela grande, los bailes de espectáculo, como Excelsior, la prestidigitación –sesenta llenos en la Zarzuela con los trabajos de Hermann,– el género dramático con La Pasionaria, y el género mixto con los Hanlon Lees, era un empresario de grandísimo instinto, que sabía siempre lo que el público quería y se lo daba a tiempo.
Como hombre, Paco Arderíus alardeaba de escéptico, y sin embargo, un amigo suyo le sorprendió rezando muy contrito en San José, pocas horas antes de estrenar una de las obras cuya preparación le había costado más dinero.
Puede asegurarse que el género bufo ha tenido casi veinte años de boga, desde el 66 al 86, y muchas obras que se estrenaron como bufas han sobrevivido y quedado de repertorio.
No todo ha de ser política ni ocuparse de conspiraciones, pronunciamientos y discusiones parlamentarias; el teatro tiene recuerdos muy curiosos y agradables, y yo, si los lectores me lo permiten, todavía he de dedicar otra crónica a la historia de los teatros por horas, y quién sabe si algo más.
No crean Benavente, López Ballesteros, Sales Santana, Thuillier, Cuevas, Sawa y otros actores, autores y concurrentes al saloncillo de la Comedia, que en el teatro que fue no hay nada que interese, ni nada que aprender; no se figuren Cavestany, Palencia, Palanca, Villanova y otros autores, actores y escritores que concurren al saloncillo de la Princesa, que no hay más teatro que el teatro moderno: en lo que podría llamarse historia de los últimos cincuenta años, hay mucho que estudiar y mucho que relatar y que entretiene.
(También concurren a la Princesa Sellés, Ricardo de la Vega, Ricardo Caltañazor, Foronda, Vallés, Manuel Palacio y algunos otros; pero a éstos no los cito entre los modernistas, ni entre los modernos, porque todos son más viejos que el Portero del Observatorio: lo que hay es que no se han declarado.)
Y después de estas dos últimas observaciones tan agudas, quédese aquí esta crónica y hasta otra, si hay todavía quien las lea.
(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 127-136.)